–Está obligando a Derek a
esforzarse de verdad —comentó Parker mientras se secaba con una toalla el
brillo de sudor de su cabeza afeitada.
Me giré y vi a mi padre
luchando con el instructor, que era el doble de su tamaño, y eso que mi padre
no era un hombre bajito. Con más de un metro ochenta de altura y noventa kilos
de peso y músculos marcados, Victor Reyes era un magnífico oponente. Además, me
había dicho que iba a probar el Krav Maga después de que yo le hablara de mi
interés por él y parecía que así había sido. Algunos de los movimientos ya los
había aprendido.
—Gracias por dejarle entrar.
Parker me miró con aquella
mirada inmutable y calmada tan propia de él. Me había enseñado más cosas aparte
de a defenderme. También me había enseñado a concentrarme en los pasos que
debía dar, no en el miedo.
—Normalmente te diría que la
clase no es el lugar idóneo para traer la rabia —contestó—, pero Derek
necesitaba un desafío así.
Aunque no la formuló, pude
sentir la pregunta que quedó flotando en el aire. Decidí que lo mejor sería
responderla, pues Parker me estaba haciendo un favor al dejar que mi padre
monopolizara a su compañero instructor.
—Acaba de enterarse de que
alguien me hizo daño hace mucho tiempo. Ahora es demasiado tarde para poder
hacer nada al respecto y no lo lleva bien.
Alargó la mano para coger la
botella de agua que estaba justo al lado de la colchoneta.
—Yo tengo una hija —dijo poco
después—. Puedo imaginar cómo se siente.
Cuando me miró antes de beber,
vi la comprensión en sus ojos oscuros de pestañas espesas y estuve segura de
que había traído a mi padre al lugar correcto.
Parker era una persona
agradable con una gran sonrisa. Y tenía una autenticidad que pocas veces había
visto en nadie. Pero había algo en él que advertía a los demás que se
anduvieran con pies de plomo. Enseguida sabías que era una estupidez tratar de
engañarle. Su actitud desenvuelta era tan obvia como sus tatuajes tribales.
—Así que lo traes aquí para que
se entrene y, de paso, para que vea por sí mismo que te estás encargando de tu
propia protección —dijo—. Buena idea.
—No sé qué otra cosa hacer
—confesé. El estudio de Parker estaba situado en una zona de Brooklyn que
estaba reactivándose. Se trataba de un antiguo almacén remodelado y el ladrillo
visto y las gigantes puertas correderas del muelle de carga le daban un toque
moderno y duro. Era un lugar donde yo disfrutaba de una sensación de seguridad y
control.
—Se me ocurre una cosa. —Sonrió
y señaló con el mentón hacia la colchoneta—. Vamos a enseñarle lo que sabes
hacer.
Dejé caer la toalla sobre mi
botella de agua y asentí.
—Vamos.
No vi a ninguno de los
encargados uniformados del aparcamiento cuando entramos en el garaje de mi
edificio de apartamentos. Como de todos modos quería ser yo quien
hiciera
los honores, no me importó. Deslicé el DB9 hacia una de las plazas vacías y
detuve el coche.
—Estupendo. Justo al lado del
ascensor.
—Ya lo veo —dijo mi padre— ¿Es
tuyo este coche?
Había estado esperando esa
pregunta.
—No. De un vecino.
—Un vecino muy generoso
—observó con tono seco.
—Un cielo. Es un Aston Martin.
No está mal, ¿eh? —Lo miré de reojo con una sonrisa.
Parecía cansado y exhausto, y
no por el ejercicio. Su agotamiento venía de dentro y me estaba destrozando el
corazón.
Apagué el coche, me quité el
cinturón de seguridad y me giré para mirarle.
—Papá, yo... Me duele verte tan
destrozado por esto. No puedo soportarlo.
—Sólo necesito un poco de
tiempo —dijo tras soltar un resoplido.
—Yo no quería que lo supieras.
—Extendí la mano para coger la suya—. Pero me alegraré de que así sea si
podemos olvidarnos de Nathan para siempre.
—He leído las denuncias...
—Dios mío. Papá... —Tragué la
bilis que subió hasta mi garganta—. No quiero que tengas esas cosas en la
cabeza.
—Sabía que pasaba algo malo.
—Me miró con tanta pena y sufrimiento en sus ojos que dolía verlos—. Por el
modo en que Cary fue a sentarse a tu lado cuando la detective Graves pronunció
el nombre de Nathan Barker... supe que había algo que no me habías contado.
Esperaba que lo hicieras.
—He intentado con todas mis
fuerzas dejar a Nathan atrás. Tú eras una de las pocas cosas de mi vida que él
no había infectado. Quería que siguiera siendo así.
Apretó mi mano con más fuerza.
—Dime la verdad. ¿Estás bien?
—Papá, soy la misma hija a la
que viniste a ver hace un par de semanas. La misma que vivía contigo en San
Diego. Estoy bien.
—Estabas embarazada... —La voz
se le rompió y una lágrima se deslizó por su mejilla.
Se la limpié sin hacer caso de
la que caía por la mía.
—Y volveré a estarlo algún día.
Puede que más de una vez. Quizá termines invadido de nietos.
—Ven aquí.
Se inclinó sobre el compartimento
que había entre los dos asientos y me abrazó. Nos quedamos sentados en el coche
un largo rato. Desahogándonos.
¿Estaba Gideon vigilando las
imágenes de las cámaras de seguridad para hacerme llegar su silencioso apoyo?
Me consoló pensar que quizá sí.
La cena esa noche en un
restaurante no fue tan animada como era habitual entre Cary, mi padre y yo,
pero tampoco tan triste como me había temido. La comida era estupenda, el vino
mejor y Cary estuvo muy sarcástico.
—Era peor que Tatiana —dijo
refiriéndose a la modelo con la que había compartido la sesión de fotos de ese
día—. No dejaba de hablar de su «lado bueno», que personalmente
pensé
que sería su culo cuando la vi salir por la puerta.
—¿Has hecho sesiones de fotos
con Tatiana? —pregunté—. Es una chica con la que está saliendo Cary —le
expliqué a continuación a mi padre.
—Sí, claro. —Cary se lamió la
gota de vino tinto de su labio inferior—. La verdad es que trabajamos mucho
juntos. Soy el domador de Tatiana. Ella empieza con uno de sus arranques y yo
la calmo.
—¿Y cómo...? No importa —me
corregí rápidamente—. No quiero saberlo.
—Ya lo sabes —contestó
guiñándome un ojo.
Miré a mi padre y puse los ojos
en blanco.
—¿Y qué tal tú, Victor?
—preguntó Cary mientras daba un bocado al salteado de setas—. ¿Estás saliendo
con alguien?
Mi padre se encogió de hombros.
—Nada serio.
Eso era porque él quería. Yo
había visto cómo actuaban las mujeres a su alrededor. Se desvivían por captar
su atención. Mi padre era muy atractivo, tenía un cuerpo estupendo, un rostro
precioso y una sensualidad latina. Conseguía a las mejores féminas y yo sabía
que no era ningún santo, pero nunca parecía conocer a ninguna que de verdad le
gustara. Hacía poco tiempo me había dado cuenta de que se debía a que era mi
madre quien ocupaba el primer puesto.
—¿Crees que algún día tendrás
más hijos? —le preguntó Cary, sorprendiéndome con esa pregunta.
Hacía mucho tiempo que me había
resignado a ser hija única.
Mi padre negó con la cabeza.
—No es que me oponga a esa
idea, pero Eva es más de lo que nunca pensé que tendría en mi vida. —Me miró
con tanto amor que se me hizo un nudo en la garganta—. Y es perfecta. Más de lo
que habría podido esperar. No estoy seguro de que haya espacio en mi corazón
para nadie más.
—Ay, papaíto. —Recosté la
cabeza sobre su hombro, contenta de que estuviese conmigo, pese a que se
debiese al peor de los motivos.
Cuando volvimos al apartamento,
decidimos ver una película antes de dar por terminada la velada. Fui a mi
dormitorio para cambiarme y me emocioné al ver un precioso ramo de rosas
blancas en mi vestidor. La tarjeta, escrita con la inconfundible letra enérgica
de Gideon, casi hizo que sintiera vértigo.
«ESTOY PENSANDO EN TI, COMO
SIEMPRE.
Y ESTOY AQUÍ».
Me senté en la cama abrazada a
la tarjeta, segura de que estaba pensando en mí en ese mismo momento. Empezaba
además a asimilar que también había estado pensando en mí a cada momento
durante las semanas que habíamos estado separados.
Esa noche me quedé dormida en
el sofá después de ver Dredd. Me desperté brevemente al sentir que me
levantaban y me llevaban a mi habitación, sonriendo entre sueños mientras mi
padre me metía en la cama como a una niña y me besaba en la frente.
—Te quiero, papá —murmuré.
—Yo también te quiero, cariño.
A
la mañana siguiente, me desperté antes de que sonara la alarma y me sentí mejor
de lo que me había sentido en mucho tiempo. Dejé una nota sobre la barra de la
cocina en la que le decía a mi padre que me llamara si quería que nos viéramos
para comer. No estaba segura de si tenía algún plan para ese día. Sabía que
Cary tenía una sesión fotográfica por la tarde.
Durante el trayecto en taxi
hasta el trabajo, respondí a un mensaje que me había enviado Shawna celebrando
el compromiso de su hermano con Mark. «Estoy muy contenta por todos vosotros»,
respondí.
«Conseguiré que seas la
siguiente», contestó ella.
Sonreí mirando el teléfono.
«¿Qué quieres decir? Se va la
señal... No puedo leerte...».
Cuando el taxi se detuvo
delante del edificio Crossfire, la visión del Bentley en la acera me provocó el
entusiasmo habitual. Al salir, miré en el asiento delantero y saludé con la
mano cuando vi a Angus sentado en su interior.
Salió y se colocó su sombrero
de chófer en la cabeza. Al igual que Clancy, no se notaba que portara un arma
escondida en el costado, pues la llevaba con toda naturalidad.
—Buenos días, señorita Tramell
—me saludó. Aunque no era un hombre joven y su pelo rojo se mezclaba con el
plateado, nunca dudé de la capacidad de Angus para proteger a Gideon.
—Hola, Angus. Me alegro de
verte.
—Está muy guapa.
Bajé la mirada a mi vestido
amarillo claro. Lo había elegido porque era luminoso y alegre, que era la
impresión que quería que mi padre tuviera de mí.
—Gracias. Que tengas un buen
día. —Me dirigí hacia la puerta giratoria—. ¡Hasta luego!
Sus ojos azules claros me
miraron amables mientras se tocaba la punta del sombrero para despedirse de mí.
Cuando subí, vi que Megumi
volvía a tener su aspecto habitual. Su sonrisa era amplia y auténtica y sus
ojos tenían el brillo que a mí me gustaba ver cada mañana.
Me detuve en su mesa.
—¿Cómo estás?
—Bien. Voy a ver a Michael para
comer y voy a cortar con él. De una forma agradable y civilizada.
—Llevas un atuendo matador —le
dije admirando el vestido verde esmeralda que se había puesto. Era ajustado y
tenía unos ribetes de piel que le daban la dosis justa de modernidad.
Se puso de pie para enseñarme
sus botas hasta las rodillas.
—Muy al estilo de Kalinda
Sharma[*] —dije—. Va a desear aferrarse a ti.
—¡Venga ya! —se burló—. Estas
botas son para darle la patada. No me ha vuelto a llamar hasta ayer por la
noche, lo cual hace que hayan sido cuatro los días sin dar señales de vida. No
es que sea demasiado, pero estoy dispuesta a buscar a un tío que esté loco por
mí. Un hombre que piense en mí tanto como yo en él y que no le guste que
estemos separados.
Asentí y pensé en Gideon.
—Merece la pena esperar a que
aparezca. ¿Quieres que te haga una llamada de auxilio durante la comida?
—No —sonrió—. Pero gracias.
—De
acuerdo. Si cambias de opinión, dímelo.
Volví a mi mesa y me puse
enseguida a trabajar, decidida a adelantar trabajo para compensar el haber
salido antes el día anterior. Mark también estaba entusiasmado y sólo hizo una
pausa en el trabajo lo suficientemente larga para decirme que Steven tenía una
carpeta llena de ideas para bodas que llevaba varios años coleccionando.
—¿Por qué no me sorprende?
—pregunté.
—A mí no me debería sorprender.
—La boca de Mark se curvó con una sonrisa de cariño—. La ha tenido guardada
todo este tiempo en su despacho para que yo no la viera.
—¿Le has echado un vistazo?
—La repasó entera conmigo.
Estuvimos horas con ella.
—Vais a tener la boda del siglo
—me burlé.
—Sí. —Aquella palabra denotaba
cierta exasperación, pero su expresión continuaba siendo tan feliz que no pude
dejar de sonreír.
Mi padre llamó poco antes de
las once.
—Hola, cariño —dijo
respondiendo a mi habitual saludo del trabajo—. ¿Cómo llevas el día?
—Genial. —Apoyé la espalda en
mi sillón y miré su fotografía—. ¿Has dormido bien?
—Mucho. Aún estoy tratando de
despertarme.
—¿Por qué? Vuelve a la cama a
retozar.
—Quería decirte que no voy a ir
a comer. Lo haremos mañana. Hoy necesito hablar con tu madre.
—Ah —conocía ese tono. Era el
mismo que utilizaba cuando detenía a la gente, la mezcla perfecta entre
autoridad y reprobación—. Oye, no voy a meterme en medio de vosotros dos en
esto. Los dos sois adultos y no voy a tomar partido por ninguno. Pero debo
decirte que mamá quería contártelo.
—Debió haberlo hecho.
—Estaba sola —insistí, dando
una patada nerviosa a la moqueta—. Estaba enfrentándose a un divorcio y al
juicio contra Nathan y encargándose de mi recuperación. Estoy segura de que
deseaba con desesperación un hombro sobre el que apoyarse, ya sabes cómo es.
Pero se estaba ahogando por la culpa. En aquel momento, podría haberla
convencido de que hiciera lo que yo quisiera, y lo hice.
Él se quedó en silencio al otro
lado de la línea.
—Sólo quiero que lo tengas en
cuenta cuando hables con ella —concluí.
—De acuerdo. ¿A qué hora
estarás en casa?
—Poco después de las cinco.
¿Quieres ir al gimnasio? ¿O volver al estudio de Parker?
—Deja que vea cómo me encuentro
cuando llegues —contestó.
—Vale. —Me obligué a no hacer
caso de la inquietud que me provocaba la inminente conversación entre mis
padres—. Llámame si necesitas algo.
Colgamos y volví al trabajo,
agradecida por la distracción.
Cuando llegó la hora del
almuerzo, decidí comprar algo rápido y llevármelo a mi mesa para trabajar
durante la hora de la comida. Me enfrenté a la sauna que era el mediodía en la
calle para ir a la tienda Duane Reade a por un paquete de cecina y una botella
de bebida isotónica. Me había saltado el entrenamiento con bastante frecuencia
desde que Gideon y yo habíamos vuelto a estar juntos y supuse que había llegado
el momento de pagar por ello.
Estaba
considerando si sería apropiado enviarle a Gideon una nota de «Estoy pensando
en ti» cuando atravesé la puerta giratoria del Crossfire. Un pequeño detalle
para darle las gracias por las flores que habían hecho más soportable un día
duro.
Entonces, vi a la mujer que
habría preferido no volver a ver. Corinne Giroux. Y estaba hablando con mi
hombre, con la palma de la mano apoyada de forma íntima sobre el pecho de él.
Estaban apartados, protegidos
por una columna, lejos del flujo de gente que entraba y salía por los
torniquetes de seguridad. El cabello largo y moreno de Corinne le llegaba casi
a la cintura, una cortina brillante que resaltaba incluso sobre su vestido
negro de corte clásico. Tanto ella como Gideon estaban de perfil, de modo que
no pude ver los ojos de Corinne, pero sabía que eran de un precioso tono
aguamarina. Justo ahí, con los dos vestidos de negro, el único punto de color
era la corbata azul de Gideon. Mi favorita.
De repente, Gideon giró la
cabeza y me vio, como si hubiese sentido que le estaba observando. En el
momento en que nuestras miradas se cruzaron, sentí que algo me atravesaba hasta
lo más hondo, aquella conciencia primitiva que sólo había sentido con él. De
una forma muy primaria, algo en mi interior sabía que él era mío. Lo había
sabido desde la primera vez que mis ojos lo miraron.
Y otra mujer tenía sus manos
sobre él.
Levanté las cejas con un
silencioso «¿Qué coño es esto?». En ese momento, Corinne siguió la mirada de
él. No pareció contenta de verme parada en mitad de aquel enorme vestíbulo,
mirándolos.
Tuvo suerte de que no fuera a
por ella y la arrastrara del pelo.
Entonces, colocó la mano sobre
el mentón de él instándole a que volviera dirigir su atención hacia ella y se
puso de puntillas para darle un beso en su boca cerrada. En ese momento,
consideré de verdad hacerlo. Incluso di un paso al frente.
Gideon se retiró justo antes de
que ella consiguiera su objetivo, agarrándola por los brazos y empujándola
hacia atrás.
Controlé mi mal humor, solté mi
irritación con un suspiro y lo dejé. No puedo decir que no sintiera celos,
porque por supuesto que los sentí. Corinne podía estar con él en público y yo
no. Pero no apareció en mi vientre el miedo enfermizo que había sentido antes,
aquella terrible inseguridad que me decía que iba a perder al hombre que amaba
más que a nada.
Fue raro no sentir pánico.
Seguía oyendo una vocecita en mi cabeza que me advertía que no me confiara
demasiado, que era mejor mostrarme temerosa, protegerme para que no me hicieran
daño. Pero por una vez, conseguí no hacerle caso. Después de todo lo que Gideon
y yo habíamos pasado, lo que seguíamos pasando, todo lo que él había hecho por
mí... era más difícil desconfiar que creer.
Subí al ascensor y me dirigí a
mi trabajo. Dejé que mis pensamientos se centraran en mis padres. Decidí tomar
como una buena señal que ni mi madre ni Stanton hubiesen llamado para quejarse
de mi padre. Crucé los dedos con la esperanza de que, cuando llegara a casa,
todos pudiésemos olvidarnos de Nathan para siempre. Yo estaba dispuesta a
hacerlo. Más que dispuesta a seguir adelante para afrontar la siguiente etapa
de mi vida, cualquiera que ésta fuera.
El ascensor se detuvo en la
planta décima y las puertas se abrieron a un agudo zumbido de herramientas
eléctricas y al rítmico golpeteo de martillos. Justo delante del ascensor, una
tela de plástico colgaba del techo. No me había dado cuenta de que hubiese
obras en el Crossfire y miré por encima de la gente que me rodeaba para echar
un vistazo.
—¿Va
a salir alguien? —preguntó el tipo que estaba junto a la puerta mirando hacia
atrás.
Me puse derecha y negué con la
cabeza, aun cuando no me estaba hablando a mí directamente. Nadie se movió.
Esperamos a que las puertas se cerraran y desapareciera el ruido de las obras.
Pero tampoco ellas se movieron.
Cuando el hombre empezó a
pulsar los botones del ascensor en vano, me di cuenta de lo que pasaba.
Gideon.
—Disculpen, por favor —dije
sonriendo.
Los ocupantes del ascensor se
hicieron a un lado para dejarme salir y otro hombre salió conmigo. Las puertas
se cerraron detrás de nosotros y el ascensor siguió su camino.
—¿Qué demonios pasa? —preguntó
el tipo con su ceño fruncido mientras se giraba para comprobar los otros tres
ascensores. Era un poco más alto que yo, pero no mucho, y llevaba pantalones de
vestir con una camisa de manga corta y corbata.
La señal que anunciaba la
llegada de otro ascensor casi no se oyó entre el ruido de las obras. Cuando se
abrieron sus puertas, salió Gideon, con un aspecto cortés, elegante y molesto.
Quise saltar sobre él al verlo
tan guapo. Además, tenía que admitir que me excitaba mucho cuando actuaba conmigo
como un macho alfa.
«Por ti haría que el mundo
dejara de dar vueltas». A veces, sentía que lo hacía.
Gruñendo en voz baja, el hombre
de la camisa de manga corta entró en el ascensor vacío de Gideon y se fue.
Gideon se llevó la mano a los
labios y la chaqueta se le abrió dejando ver la pulcritud de su traje. Las tres
piezas eran de color negro con un lustre sutil que mostraba sin lugar a dudas
que era caro. La camisa era negra y los gemelos de un familiar dorado y ónice.
Iba vestido igual que el día
que le conocí. En ese momento, quise alzarme sobre su delicioso cuerpo y
follármelo hasta dejarlo sin sentido.
Después de tantas semanas, eso
no había cambiado.
—Eva —empezó a decir con
aquella voz suya que hacía que se me encogieran los dedos de los pies—. No es
lo que piensas. Corinne ha venido porque no contesto a sus llamadas...
Levanté la mano para
interrumpirle y miré su regalo, mi precioso reloj, en la otra muñeca.
—Tengo treinta minutos.
Preferiría follar contigo a estar hablando de tu ex, si no te importa.
Durante un largo rato, se quedó
en silencio e inmóvil, mirándome, tratando de calibrar mi estado de ánimo. Vi
cómo los interruptores de su cerebro y su cuerpo pasaban de la exasperación a
la concentración. Entrecerró los ojos y la mirada se le oscureció. Las mejillas
se le ruborizaron y sus labios se separaron con un fuerte suspiro. Cambió el
peso de su cuerpo de un pie a otro mientras la sangre se le calentaba y la
polla se le endurecía, su sexualidad se despertó como una pantera que se
estiraza tras una siesta.
Casi pude sentir el
chisporroteo de la corriente sexual que cobraba vida entre nosotros. Yo
reaccioné ante aquello como había aprendido a hacer, enterneciéndome y
despertándome mientras por dentro me tensaba suavemente. Suplicando por
tenerlo. El ruido que nos rodeaba no hizo más que ponerme más caliente,
haciendo que los latidos de
mi
corazón se aceleraran.
Gideon se metió la mano en un
bolsillo interior de la chaqueta y sacó el teléfono. Pulsó la marcación rápida
y se llevó el teléfono al oído con la vista clavada en mí.
—Llegaré treinta minutos tarde.
Si no le viene bien a Anderson, concierta otra cita.
Colgó y volvió a dejar caer el
teléfono en bolsillo con despreocupación.
—Me acabas de poner muy
caliente —le dije con voz ronca y llena de deseo.
Dejó caer las manos y recobró
la compostura. Entonces, se acercó a mí con los ojos en llamas.
—Vamos.
Colocó una mano en la parte
inferior de mi espalda de esa forma que tanto me gustaba, ejerciendo presión y
calor sobre un punto que me hacía sentir un hormigueo en todo el cuerpo ante la
expectativa. Levanté los ojos hacia él y vi la ligera sonrisa de su boca,
prueba de que él sabía lo que aquella inocente caricia provocaba en mí.
Nos abrimos paso entre las
telas de plástico dejando atrás los ascensores. Delante de nosotros había luz
del sol, cemento y telas colgando por todas partes. Al otro lado de los
plásticos pude ver las sombras diluidas y neblinosas de los obreros. Oí una
música que casi quedaba ahogada por el estruendo y los gritos que los hombres
se daban entre sí.
Gideon me condujo a través de
los plásticos, sabiendo adónde se dirigía. Su silencio me estimulaba y el peso
de lo que nos esperaba crecía a cada paso que dábamos. Llegamos a una puerta y
él la abrió. Me metió en una sala que sería el despacho de algún ejecutivo.
La ciudad se extendía ante mí
con la visión de aquella jungla urbana moderna salpicada de edificios que
mostraban con orgullo su historia. El humo subía ondulándose hacia un cielo
azul y sin nubes a intervalos irregulares y los coches parecían fluir por las
calles como afluentes.
Oí el pestillo de la puerta
cerrarse detrás de mí y me giré para mirar a Gideon justo cuando se quitaba la
chaqueta. La habitación estaba amueblada. Un escritorio con sillas y unos
sillones en el rincón. Todos ellos envueltos en lonas en aquel espacio aún sin
terminar.
Con metódica lentitud se quitó
el chaleco, la corbata y la camisa. Yo le miraba, obsesionada con su perfección
masculina.
—Puede que nos interrumpan
—dijo—. O que nos oigan.
—¿Eso te preocupa?
—Sólo si te preocupa a ti. —Se
acercó a mí con la cremallera abierta y la pretina de sus calzoncillos bóxer
claramente visible a través de ella.
—Me estás provocando. Nunca
consentirías que corriéramos el riesgo de que nos interrumpieran.
—No me detendría. No se me
ocurre nada que pueda pararme una vez estoy dentro de ti. —Me cogió el bolso de
la mano y lo dejó caer en uno de los sillones—. Llevas puesta demasiada ropa.
Envolviéndome con sus brazos,
Gideon me bajó la cremallera de la espalda con experta facilidad mientras sus
labios susurraban sobre los míos.
—Intentaré no ensuciarte mucho.
—Me gusta ensuciarme. —Me saqué
el vestido por los pies y estaba a punto de desabrocharme el sujetador cuando
me cogió y me puso sobre sus hombros.
Di un grito de sorpresa y
abofeteé su culo firme con las dos manos. Él me dio un azote tan fuerte que me
escoció y, a continuación, lanzó mi vestido a un lado de un modo tan perfecto
que aterrizó directamente sobre su chaqueta. Estaba atravesando la habitación
cuando levantó la mano y me bajó las medias bajo la curva de mi trasero.
Cogió
el filo de la lona que envolvía el sofá y lo echó hacia atrás, después, me
sentó y se agachó delante de mí.
—¿Va todo bien, cielo? —me
preguntó mientras me deslizaba la ropa interior por mis tacones de tiras
cruzadas.
—Sí. —Sonreí y le acaricié la
mejilla, sabiendo que aquella pregunta lo abarcaba todo, desde mis padres hasta
mi trabajo. Siempre comprobaba en qué estaba mi cabeza antes de tomar el
control de mi cuerpo—. Todo va bien.
Gideon tiró de mis caderas
hasta el mismo filo del sofá con mis piernas a cada lado de él, mostrando mi
coño ante sus ojos.
—Entonces, dime qué es lo que
ha hecho que hoy este coñito esté tan glotón.
—Tú.
—Excelente respuesta.
Le di un empujón en el hombro.
—Te has puesto el traje que
llevabas cuando te conocí. Deseé con todas mis ganas follar contigo en ese
momento, pero no pude hacer nada al respecto. Ahora sí puedo.
Abrió más mis muslos con sus
suaves manos y con el dedo pulgar me acarició el clítoris. Mi sexo se
estremeció mientras el placer me recorría el cuerpo.
—Y ahora puedo yo también
—murmuró bajando su oscura cabeza.
Me agarré con desesperación al
cojín que tenía debajo y el estómago se me puso tenso mientras su lengua me
lamía lentamente la raja. Rodeó con la lengua la trémula abertura de mi sexo,
provocándome antes de hundirla dentro de mí. Arqueé el cuerpo con fuerza
doblando la espalda mientras él mortificaba mi tierna carne.
—Deja que te diga cómo te
imaginé ese día —dijo con un ronroneo mientras rodeaba mi clítoris con la punta
de la lengua y con las manos me sujetaba ante las sacudidas que me provocaba
aquella caricia—. Abierta debajo de mí sobre sábanas de satén negro, el pelo
revuelto a tu alrededor, tu mirada salvaje y caliente por la sensación de mi
polla aporreando el interior de tu coño tenso y sedoso.
—Dios, Gideon —gruñí, seducida
al ver cómo me saboreaba de una forma tan íntima. Era una fantasía hecha
realidad, aquel dios del sexo oscuro y peligroso vestido con su imponente traje
prestándome sus servicios con aquella boca esculpida hecha para volver locas a
las mujeres.
—Imaginé tus muñecas apresadas
entre mis manos —continuó con tono brusco—, obligándome a tomar tu cuerpo una y
otra vez. Tus pezones duros y pequeños hinchados bajo mi boca. Tus labios rojos
y húmedos de haber estado chupándome la polla. La habitación inundada de esos
sonidos sensuales que tú emites... esos gemidos desesperados cuando no puedes
dejar de correrte.
En ese momento, gemí,
mordiéndome el labio mientras él revoloteaba sobre mi clítoris con el malvado
látigo de su lengua. Doblé una pierna por encima de su hombro desnudo y el
calor de su piel abrasó la carne sensible de la parte posterior de mi rodilla.
—Quiero lo que tú quieras.
Su sonrisa se iluminó.
—Lo sé.
Chupó tirando de aquel tenso
manojo de nervios. Yo me corrí con un grito de desesperación y agité las
piernas con aquella descarga.
Seguía estremeciéndome de
placer cuando me instó a que me tumbara en el sofá, colocando su cuerpo sobre
el mío y empujando su polla hacia arriba mientras se bajaba lo suficiente los
calzoncillos para liberarla. Yo bajé los brazos deseando sentirla en mis
manos,
pero él me cogió de las muñecas y me sujetó los brazos.
—Me gusta verte así —dijo
amenazante—. Prisionera de mi lujuria.
Los ojos de Gideon miraban
fijamente mi rostro, los labios le brillaban por mi orgasmo y el pecho se le
elevaba y se le hundía. Yo estaba fascinada por la diferencia entre el hombre
viril que estaba a punto de follarme como un animal y el empresario civilizado
que había inspirado mi mordaz deseo al principio.
—Te quiero —le dije jadeando
mientras el ancho capullo de su polla se deslizaba pesadamente por mi coño
hinchado. Empujó su cuerpo contra el mío separando la resbaladiza abertura.
—Oh, cielo.. —Con un gruñido,
enterró la cara en mi cuello y se tensó dentro de mí. Pronunciando mi nombre
entre jadeos, enterró sus caderas en mí mientras trataba de llegar más adentro,
acariciándome y moviéndose en círculos, taladrándome—. Dios mío, cómo te
necesito.
La desesperación de su voz me
cogió por sorpresa. Quise tocarle, pero siguió sujetándome mientras movía las
caderas sin cesar. Sentirlo dentro de mí, tan caliente, con su gruesa polla
frotándome y masajeándome, me estaba volviendo loca. Yo también me movía,
incapaz de permanecer quieta, retorciéndonos los dos juntos.
Presionó los labios contra mi
sien.
—Cuando te he visto ahora en el
vestíbulo, con tu bonito vestido amarillo, estabas radiante y preciosa.
Perfecta.
Se me hizo un nudo en la
garganta.
—Gideon.
—El sol brillaba detrás de ti y
pensé que quizá no fueses real.
Traté de liberar mis manos.
—Deja que te toque.
—He venido detrás porque no
podía alejarme de ti. Y cuando te he encontrado, tú me estabas deseando.
—Agarró mis dos muñecas con una mano y la otra la colocó sobre mi culo,
levantándome mientras él se salía y, después, embestía con fuerza.
Yo gemí, revolviéndome
alrededor de él, y mi sexo succionó vorazmente su gruesa polla.
—Oh, Dios, cómo me gusta. Me
gusta sentirte...
—Quiero correrme encima de ti,
dentro de ti. Quiero tenerte de rodillas y de espaldas. Y tú me quieres así.
—Te necesito así.
—Me meto dentro de ti y no
puedo soportarlo. —Bajó su boca hasta encontrar la mía y la chupó de una forma
muy erótica—. Te necesito tanto...
—Gideon. Deja que te toque.
—He capturado un ángel. —Su
beso era salvaje y húmedo, apasionado. Sus labios inclinados sobre los míos y
su lengua saliendo y entrando con movimientos profundos y rápidos—. Y he puesto
mis manos codiciosas sobre todo tu cuerpo. Te estoy profanando. Y a ti te
encanta.
—Te quiero.
Me acariciaba por dentro y yo
me retorcía, tratando de sujetar con mis muslos sus caderas, que no paraban de
moverse.
—Fóllame, Gideon. Fóllame
fuerte.
Clavó sus rodillas y me dio lo
que yo le suplicaba, propulsándose dentro de mí. Me clavaba la polla una y otra
vez y soplaba sus gruñidos y palabras febriles de lujuria en mis
oídos.
El coño se me tensó y el
clítoris me palpitaba con cada impacto de su pelvis contra la mía. Sus pesadas
pelotas golpeaban contra la curva de mis nalgas y el sofá producía un ruido
sordo sobre el cemento, moviéndose mientras Gideon aporreaba su cuerpo y se
introducía en el mío, flexionando cada músculo de su cuerpo con sus movimientos
descendentes.
Los sonidos obscenos del sexo
salvaje pasaron inadvertidos a los obreros que estaban a pocos metros. La
corriente hacia el orgasmo nos llevaba a los dos y nuestros cuerpos eran la
válvula de escape de la violencia de nuestras emociones.
—Voy a correrme en tu boca
—dijo con un gruñido y con el sudor deslizándose por su sien.
Sólo pensar que él iba a
terminar de esa forma me hizo explotar. Mi sexo empezó a palpitar con el
orgasmo, apretaba y agarraba su polla en movimiento, y los infinitos latidos
del orgasmo se propagaron hacia fuera en dirección a los dedos de mis pies y
mis manos. Y aun así, no se detuvo, siguió moviendo sus caderas en círculo y
embistiendo, dando placer con destreza hasta que me hundí sin fuerzas debajo de
él.
—Ahora, Eva. —Se salió y yo le seguí, poniéndome de rodillas y
deslizando la boca por su reluciente erección.
Al primer atisbo de succión por
mi parte, él empezó a correrse, derramándose sobre mi lengua con potentes
estallidos. Yo tragué repetidamente, bebiéndolo, disfrutando de los ásperos
sonidos de satisfacción que salían de su pecho.
Tenía las manos en mi pelo, la
cabeza inclinada hacia mí y el sudor relucía en sus abdominales. Deslicé la
boca arriba y abajo por su polla, hundiendo mis mejillas cada vez que
succionaba.
—Para —dijo entre jadeos
apartándome—. Vas a conseguir que se me vuelva a poner dura.
Seguía estándolo, pero no dije
nada.
Gideon colocó las manos sobre
mi cara y me besó, y nuestra saliva se mezcló.
—Gracias.
—¿Por qué me das las gracias?
Has hecho tú todo el esfuerzo.
—No es ningún esfuerzo
follarte, cielo. —Su lenta sonrisa era la de un hombre completamente saciado—.
Te doy las gracias por darme el privilegio.
Volví a ponerme los tacones.
—Me vas a matar. No puedes ser
tan guapo y sensual y decir cosas como ésas. Es demasiado. Me fríe las
neuronas. Me derrite.
Su sonrisa se amplió y me
volvió a besar.
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