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Atada a Tí - Sylvia Day - Capítulo 12

–Está obligando a Derek a esforzarse de verdad —comentó Parker mientras se secaba con una toalla el brillo de sudor de su cabeza afeitada.
Me giré y vi a mi padre luchando con el instructor, que era el doble de su tamaño, y eso que mi padre no era un hombre bajito. Con más de un metro ochenta de altura y noventa kilos de peso y músculos marcados, Victor Reyes era un magnífico oponente. Además, me había dicho que iba a probar el Krav Maga después de que yo le hablara de mi interés por él y parecía que así había sido. Algunos de los movimientos ya los había aprendido.
—Gracias por dejarle entrar.
Parker me miró con aquella mirada inmutable y calmada tan propia de él. Me había enseñado más cosas aparte de a defenderme. También me había enseñado a concentrarme en los pasos que debía dar, no en el miedo.
—Normalmente te diría que la clase no es el lugar idóneo para traer la rabia —contestó—, pero Derek necesitaba un desafío así.
Aunque no la formuló, pude sentir la pregunta que quedó flotando en el aire. Decidí que lo mejor sería responderla, pues Parker me estaba haciendo un favor al dejar que mi padre monopolizara a su compañero instructor.
—Acaba de enterarse de que alguien me hizo daño hace mucho tiempo. Ahora es demasiado tarde para poder hacer nada al respecto y no lo lleva bien.
Alargó la mano para coger la botella de agua que estaba justo al lado de la colchoneta.
—Yo tengo una hija —dijo poco después—. Puedo imaginar cómo se siente.
Cuando me miró antes de beber, vi la comprensión en sus ojos oscuros de pestañas espesas y estuve segura de que había traído a mi padre al lugar correcto.
Parker era una persona agradable con una gran sonrisa. Y tenía una autenticidad que pocas veces había visto en nadie. Pero había algo en él que advertía a los demás que se anduvieran con pies de plomo. Enseguida sabías que era una estupidez tratar de engañarle. Su actitud desenvuelta era tan obvia como sus tatuajes tribales.
—Así que lo traes aquí para que se entrene y, de paso, para que vea por sí mismo que te estás encargando de tu propia protección —dijo—. Buena idea.
—No sé qué otra cosa hacer —confesé. El estudio de Parker estaba situado en una zona de Brooklyn que estaba reactivándose. Se trataba de un antiguo almacén remodelado y el ladrillo visto y las gigantes puertas correderas del muelle de carga le daban un toque moderno y duro. Era un lugar donde yo disfrutaba de una sensación de seguridad y control.
—Se me ocurre una cosa. —Sonrió y señaló con el mentón hacia la colchoneta—. Vamos a enseñarle lo que sabes hacer.
Dejé caer la toalla sobre mi botella de agua y asentí.
—Vamos.
No vi a ninguno de los encargados uniformados del aparcamiento cuando entramos en el garaje de mi edificio de apartamentos. Como de todos modos quería ser yo quien
hiciera los honores, no me importó. Deslicé el DB9 hacia una de las plazas vacías y detuve el coche.
—Estupendo. Justo al lado del ascensor.
—Ya lo veo —dijo mi padre— ¿Es tuyo este coche?
Había estado esperando esa pregunta.
—No. De un vecino.
—Un vecino muy generoso —observó con tono seco.
—Un cielo. Es un Aston Martin. No está mal, ¿eh? —Lo miré de reojo con una sonrisa.
Parecía cansado y exhausto, y no por el ejercicio. Su agotamiento venía de dentro y me estaba destrozando el corazón.
Apagué el coche, me quité el cinturón de seguridad y me giré para mirarle.
—Papá, yo... Me duele verte tan destrozado por esto. No puedo soportarlo.
—Sólo necesito un poco de tiempo —dijo tras soltar un resoplido.
—Yo no quería que lo supieras. —Extendí la mano para coger la suya—. Pero me alegraré de que así sea si podemos olvidarnos de Nathan para siempre.
—He leído las denuncias...
—Dios mío. Papá... —Tragué la bilis que subió hasta mi garganta—. No quiero que tengas esas cosas en la cabeza.
—Sabía que pasaba algo malo. —Me miró con tanta pena y sufrimiento en sus ojos que dolía verlos—. Por el modo en que Cary fue a sentarse a tu lado cuando la detective Graves pronunció el nombre de Nathan Barker... supe que había algo que no me habías contado. Esperaba que lo hicieras.
—He intentado con todas mis fuerzas dejar a Nathan atrás. Tú eras una de las pocas cosas de mi vida que él no había infectado. Quería que siguiera siendo así.
Apretó mi mano con más fuerza.
—Dime la verdad. ¿Estás bien?
—Papá, soy la misma hija a la que viniste a ver hace un par de semanas. La misma que vivía contigo en San Diego. Estoy bien.
—Estabas embarazada... —La voz se le rompió y una lágrima se deslizó por su mejilla.
Se la limpié sin hacer caso de la que caía por la mía.
—Y volveré a estarlo algún día. Puede que más de una vez. Quizá termines invadido de nietos.
—Ven aquí.
Se inclinó sobre el compartimento que había entre los dos asientos y me abrazó. Nos quedamos sentados en el coche un largo rato. Desahogándonos.
¿Estaba Gideon vigilando las imágenes de las cámaras de seguridad para hacerme llegar su silencioso apoyo?
Me consoló pensar que quizá sí.
La cena esa noche en un restaurante no fue tan animada como era habitual entre Cary, mi padre y yo, pero tampoco tan triste como me había temido. La comida era estupenda, el vino mejor y Cary estuvo muy sarcástico.
—Era peor que Tatiana —dijo refiriéndose a la modelo con la que había compartido la sesión de fotos de ese día—. No dejaba de hablar de su «lado bueno», que personalmente
pensé que sería su culo cuando la vi salir por la puerta.
—¿Has hecho sesiones de fotos con Tatiana? —pregunté—. Es una chica con la que está saliendo Cary —le expliqué a continuación a mi padre.
—Sí, claro. —Cary se lamió la gota de vino tinto de su labio inferior—. La verdad es que trabajamos mucho juntos. Soy el domador de Tatiana. Ella empieza con uno de sus arranques y yo la calmo.
—¿Y cómo...? No importa —me corregí rápidamente—. No quiero saberlo.
—Ya lo sabes —contestó guiñándome un ojo.
Miré a mi padre y puse los ojos en blanco.
—¿Y qué tal tú, Victor? —preguntó Cary mientras daba un bocado al salteado de setas—. ¿Estás saliendo con alguien?
Mi padre se encogió de hombros.
—Nada serio.
Eso era porque él quería. Yo había visto cómo actuaban las mujeres a su alrededor. Se desvivían por captar su atención. Mi padre era muy atractivo, tenía un cuerpo estupendo, un rostro precioso y una sensualidad latina. Conseguía a las mejores féminas y yo sabía que no era ningún santo, pero nunca parecía conocer a ninguna que de verdad le gustara. Hacía poco tiempo me había dado cuenta de que se debía a que era mi madre quien ocupaba el primer puesto.
—¿Crees que algún día tendrás más hijos? —le preguntó Cary, sorprendiéndome con esa pregunta.
Hacía mucho tiempo que me había resignado a ser hija única.
Mi padre negó con la cabeza.
—No es que me oponga a esa idea, pero Eva es más de lo que nunca pensé que tendría en mi vida. —Me miró con tanto amor que se me hizo un nudo en la garganta—. Y es perfecta. Más de lo que habría podido esperar. No estoy seguro de que haya espacio en mi corazón para nadie más.
—Ay, papaíto. —Recosté la cabeza sobre su hombro, contenta de que estuviese conmigo, pese a que se debiese al peor de los motivos.
Cuando volvimos al apartamento, decidimos ver una película antes de dar por terminada la velada. Fui a mi dormitorio para cambiarme y me emocioné al ver un precioso ramo de rosas blancas en mi vestidor. La tarjeta, escrita con la inconfundible letra enérgica de Gideon, casi hizo que sintiera vértigo.
«ESTOY PENSANDO EN TI, COMO SIEMPRE.
Y ESTOY AQUÍ».
Me senté en la cama abrazada a la tarjeta, segura de que estaba pensando en mí en ese mismo momento. Empezaba además a asimilar que también había estado pensando en mí a cada momento durante las semanas que habíamos estado separados.
Esa noche me quedé dormida en el sofá después de ver Dredd. Me desperté brevemente al sentir que me levantaban y me llevaban a mi habitación, sonriendo entre sueños mientras mi padre me metía en la cama como a una niña y me besaba en la frente.
—Te quiero, papá —murmuré.
—Yo también te quiero, cariño.
A la mañana siguiente, me desperté antes de que sonara la alarma y me sentí mejor de lo que me había sentido en mucho tiempo. Dejé una nota sobre la barra de la cocina en la que le decía a mi padre que me llamara si quería que nos viéramos para comer. No estaba segura de si tenía algún plan para ese día. Sabía que Cary tenía una sesión fotográfica por la tarde.
Durante el trayecto en taxi hasta el trabajo, respondí a un mensaje que me había enviado Shawna celebrando el compromiso de su hermano con Mark. «Estoy muy contenta por todos vosotros», respondí.
«Conseguiré que seas la siguiente», contestó ella.
Sonreí mirando el teléfono.
«¿Qué quieres decir? Se va la señal... No puedo leerte...».
Cuando el taxi se detuvo delante del edificio Crossfire, la visión del Bentley en la acera me provocó el entusiasmo habitual. Al salir, miré en el asiento delantero y saludé con la mano cuando vi a Angus sentado en su interior.
Salió y se colocó su sombrero de chófer en la cabeza. Al igual que Clancy, no se notaba que portara un arma escondida en el costado, pues la llevaba con toda naturalidad.
—Buenos días, señorita Tramell —me saludó. Aunque no era un hombre joven y su pelo rojo se mezclaba con el plateado, nunca dudé de la capacidad de Angus para proteger a Gideon.
—Hola, Angus. Me alegro de verte.
—Está muy guapa.
Bajé la mirada a mi vestido amarillo claro. Lo había elegido porque era luminoso y alegre, que era la impresión que quería que mi padre tuviera de mí.
—Gracias. Que tengas un buen día. —Me dirigí hacia la puerta giratoria—. ¡Hasta luego!
Sus ojos azules claros me miraron amables mientras se tocaba la punta del sombrero para despedirse de mí.
Cuando subí, vi que Megumi volvía a tener su aspecto habitual. Su sonrisa era amplia y auténtica y sus ojos tenían el brillo que a mí me gustaba ver cada mañana.
Me detuve en su mesa.
—¿Cómo estás?
—Bien. Voy a ver a Michael para comer y voy a cortar con él. De una forma agradable y civilizada.
—Llevas un atuendo matador —le dije admirando el vestido verde esmeralda que se había puesto. Era ajustado y tenía unos ribetes de piel que le daban la dosis justa de modernidad.
Se puso de pie para enseñarme sus botas hasta las rodillas.
—Muy al estilo de Kalinda Sharma[*] —dije—. Va a desear aferrarse a ti.
—¡Venga ya! —se burló—. Estas botas son para darle la patada. No me ha vuelto a llamar hasta ayer por la noche, lo cual hace que hayan sido cuatro los días sin dar señales de vida. No es que sea demasiado, pero estoy dispuesta a buscar a un tío que esté loco por mí. Un hombre que piense en mí tanto como yo en él y que no le guste que estemos separados.
Asentí y pensé en Gideon.
—Merece la pena esperar a que aparezca. ¿Quieres que te haga una llamada de auxilio durante la comida?
—No —sonrió—. Pero gracias.
—De acuerdo. Si cambias de opinión, dímelo.
Volví a mi mesa y me puse enseguida a trabajar, decidida a adelantar trabajo para compensar el haber salido antes el día anterior. Mark también estaba entusiasmado y sólo hizo una pausa en el trabajo lo suficientemente larga para decirme que Steven tenía una carpeta llena de ideas para bodas que llevaba varios años coleccionando.
—¿Por qué no me sorprende? —pregunté.
—A mí no me debería sorprender. —La boca de Mark se curvó con una sonrisa de cariño—. La ha tenido guardada todo este tiempo en su despacho para que yo no la viera.
—¿Le has echado un vistazo?
—La repasó entera conmigo. Estuvimos horas con ella.
—Vais a tener la boda del siglo —me burlé.
—Sí. —Aquella palabra denotaba cierta exasperación, pero su expresión continuaba siendo tan feliz que no pude dejar de sonreír.
Mi padre llamó poco antes de las once.
—Hola, cariño —dijo respondiendo a mi habitual saludo del trabajo—. ¿Cómo llevas el día?
—Genial. —Apoyé la espalda en mi sillón y miré su fotografía—. ¿Has dormido bien?
—Mucho. Aún estoy tratando de despertarme.
—¿Por qué? Vuelve a la cama a retozar.
—Quería decirte que no voy a ir a comer. Lo haremos mañana. Hoy necesito hablar con tu madre.
—Ah —conocía ese tono. Era el mismo que utilizaba cuando detenía a la gente, la mezcla perfecta entre autoridad y reprobación—. Oye, no voy a meterme en medio de vosotros dos en esto. Los dos sois adultos y no voy a tomar partido por ninguno. Pero debo decirte que mamá quería contártelo.
—Debió haberlo hecho.
—Estaba sola —insistí, dando una patada nerviosa a la moqueta—. Estaba enfrentándose a un divorcio y al juicio contra Nathan y encargándose de mi recuperación. Estoy segura de que deseaba con desesperación un hombro sobre el que apoyarse, ya sabes cómo es. Pero se estaba ahogando por la culpa. En aquel momento, podría haberla convencido de que hiciera lo que yo quisiera, y lo hice.
Él se quedó en silencio al otro lado de la línea.
—Sólo quiero que lo tengas en cuenta cuando hables con ella —concluí.
—De acuerdo. ¿A qué hora estarás en casa?
—Poco después de las cinco. ¿Quieres ir al gimnasio? ¿O volver al estudio de Parker?
—Deja que vea cómo me encuentro cuando llegues —contestó.
—Vale. —Me obligué a no hacer caso de la inquietud que me provocaba la inminente conversación entre mis padres—. Llámame si necesitas algo.
Colgamos y volví al trabajo, agradecida por la distracción.
Cuando llegó la hora del almuerzo, decidí comprar algo rápido y llevármelo a mi mesa para trabajar durante la hora de la comida. Me enfrenté a la sauna que era el mediodía en la calle para ir a la tienda Duane Reade a por un paquete de cecina y una botella de bebida isotónica. Me había saltado el entrenamiento con bastante frecuencia desde que Gideon y yo habíamos vuelto a estar juntos y supuse que había llegado el momento de pagar por ello.
Estaba considerando si sería apropiado enviarle a Gideon una nota de «Estoy pensando en ti» cuando atravesé la puerta giratoria del Crossfire. Un pequeño detalle para darle las gracias por las flores que habían hecho más soportable un día duro.
Entonces, vi a la mujer que habría preferido no volver a ver. Corinne Giroux. Y estaba hablando con mi hombre, con la palma de la mano apoyada de forma íntima sobre el pecho de él.
Estaban apartados, protegidos por una columna, lejos del flujo de gente que entraba y salía por los torniquetes de seguridad. El cabello largo y moreno de Corinne le llegaba casi a la cintura, una cortina brillante que resaltaba incluso sobre su vestido negro de corte clásico. Tanto ella como Gideon estaban de perfil, de modo que no pude ver los ojos de Corinne, pero sabía que eran de un precioso tono aguamarina. Justo ahí, con los dos vestidos de negro, el único punto de color era la corbata azul de Gideon. Mi favorita.
De repente, Gideon giró la cabeza y me vio, como si hubiese sentido que le estaba observando. En el momento en que nuestras miradas se cruzaron, sentí que algo me atravesaba hasta lo más hondo, aquella conciencia primitiva que sólo había sentido con él. De una forma muy primaria, algo en mi interior sabía que él era mío. Lo había sabido desde la primera vez que mis ojos lo miraron.
Y otra mujer tenía sus manos sobre él.
Levanté las cejas con un silencioso «¿Qué coño es esto?». En ese momento, Corinne siguió la mirada de él. No pareció contenta de verme parada en mitad de aquel enorme vestíbulo, mirándolos.
Tuvo suerte de que no fuera a por ella y la arrastrara del pelo.
Entonces, colocó la mano sobre el mentón de él instándole a que volviera dirigir su atención hacia ella y se puso de puntillas para darle un beso en su boca cerrada. En ese momento, consideré de verdad hacerlo. Incluso di un paso al frente.
Gideon se retiró justo antes de que ella consiguiera su objetivo, agarrándola por los brazos y empujándola hacia atrás.
Controlé mi mal humor, solté mi irritación con un suspiro y lo dejé. No puedo decir que no sintiera celos, porque por supuesto que los sentí. Corinne podía estar con él en público y yo no. Pero no apareció en mi vientre el miedo enfermizo que había sentido antes, aquella terrible inseguridad que me decía que iba a perder al hombre que amaba más que a nada.
Fue raro no sentir pánico. Seguía oyendo una vocecita en mi cabeza que me advertía que no me confiara demasiado, que era mejor mostrarme temerosa, protegerme para que no me hicieran daño. Pero por una vez, conseguí no hacerle caso. Después de todo lo que Gideon y yo habíamos pasado, lo que seguíamos pasando, todo lo que él había hecho por mí... era más difícil desconfiar que creer.
Subí al ascensor y me dirigí a mi trabajo. Dejé que mis pensamientos se centraran en mis padres. Decidí tomar como una buena señal que ni mi madre ni Stanton hubiesen llamado para quejarse de mi padre. Crucé los dedos con la esperanza de que, cuando llegara a casa, todos pudiésemos olvidarnos de Nathan para siempre. Yo estaba dispuesta a hacerlo. Más que dispuesta a seguir adelante para afrontar la siguiente etapa de mi vida, cualquiera que ésta fuera.
El ascensor se detuvo en la planta décima y las puertas se abrieron a un agudo zumbido de herramientas eléctricas y al rítmico golpeteo de martillos. Justo delante del ascensor, una tela de plástico colgaba del techo. No me había dado cuenta de que hubiese obras en el Crossfire y miré por encima de la gente que me rodeaba para echar un vistazo.
—¿Va a salir alguien? —preguntó el tipo que estaba junto a la puerta mirando hacia atrás.
Me puse derecha y negué con la cabeza, aun cuando no me estaba hablando a mí directamente. Nadie se movió. Esperamos a que las puertas se cerraran y desapareciera el ruido de las obras.
Pero tampoco ellas se movieron.
Cuando el hombre empezó a pulsar los botones del ascensor en vano, me di cuenta de lo que pasaba.
Gideon.
—Disculpen, por favor —dije sonriendo.
Los ocupantes del ascensor se hicieron a un lado para dejarme salir y otro hombre salió conmigo. Las puertas se cerraron detrás de nosotros y el ascensor siguió su camino.
—¿Qué demonios pasa? —preguntó el tipo con su ceño fruncido mientras se giraba para comprobar los otros tres ascensores. Era un poco más alto que yo, pero no mucho, y llevaba pantalones de vestir con una camisa de manga corta y corbata.
La señal que anunciaba la llegada de otro ascensor casi no se oyó entre el ruido de las obras. Cuando se abrieron sus puertas, salió Gideon, con un aspecto cortés, elegante y molesto.
Quise saltar sobre él al verlo tan guapo. Además, tenía que admitir que me excitaba mucho cuando actuaba conmigo como un macho alfa.
«Por ti haría que el mundo dejara de dar vueltas». A veces, sentía que lo hacía.
Gruñendo en voz baja, el hombre de la camisa de manga corta entró en el ascensor vacío de Gideon y se fue.
Gideon se llevó la mano a los labios y la chaqueta se le abrió dejando ver la pulcritud de su traje. Las tres piezas eran de color negro con un lustre sutil que mostraba sin lugar a dudas que era caro. La camisa era negra y los gemelos de un familiar dorado y ónice.
Iba vestido igual que el día que le conocí. En ese momento, quise alzarme sobre su delicioso cuerpo y follármelo hasta dejarlo sin sentido.
Después de tantas semanas, eso no había cambiado.
—Eva —empezó a decir con aquella voz suya que hacía que se me encogieran los dedos de los pies—. No es lo que piensas. Corinne ha venido porque no contesto a sus llamadas...
Levanté la mano para interrumpirle y miré su regalo, mi precioso reloj, en la otra muñeca.
—Tengo treinta minutos. Preferiría follar contigo a estar hablando de tu ex, si no te importa.
Durante un largo rato, se quedó en silencio e inmóvil, mirándome, tratando de calibrar mi estado de ánimo. Vi cómo los interruptores de su cerebro y su cuerpo pasaban de la exasperación a la concentración. Entrecerró los ojos y la mirada se le oscureció. Las mejillas se le ruborizaron y sus labios se separaron con un fuerte suspiro. Cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro mientras la sangre se le calentaba y la polla se le endurecía, su sexualidad se despertó como una pantera que se estiraza tras una siesta.
Casi pude sentir el chisporroteo de la corriente sexual que cobraba vida entre nosotros. Yo reaccioné ante aquello como había aprendido a hacer, enterneciéndome y despertándome mientras por dentro me tensaba suavemente. Suplicando por tenerlo. El ruido que nos rodeaba no hizo más que ponerme más caliente, haciendo que los latidos de
mi corazón se aceleraran.
Gideon se metió la mano en un bolsillo interior de la chaqueta y sacó el teléfono. Pulsó la marcación rápida y se llevó el teléfono al oído con la vista clavada en mí.
—Llegaré treinta minutos tarde. Si no le viene bien a Anderson, concierta otra cita.
Colgó y volvió a dejar caer el teléfono en bolsillo con despreocupación.
—Me acabas de poner muy caliente —le dije con voz ronca y llena de deseo.
Dejó caer las manos y recobró la compostura. Entonces, se acercó a mí con los ojos en llamas.
—Vamos.
Colocó una mano en la parte inferior de mi espalda de esa forma que tanto me gustaba, ejerciendo presión y calor sobre un punto que me hacía sentir un hormigueo en todo el cuerpo ante la expectativa. Levanté los ojos hacia él y vi la ligera sonrisa de su boca, prueba de que él sabía lo que aquella inocente caricia provocaba en mí.
Nos abrimos paso entre las telas de plástico dejando atrás los ascensores. Delante de nosotros había luz del sol, cemento y telas colgando por todas partes. Al otro lado de los plásticos pude ver las sombras diluidas y neblinosas de los obreros. Oí una música que casi quedaba ahogada por el estruendo y los gritos que los hombres se daban entre sí.
Gideon me condujo a través de los plásticos, sabiendo adónde se dirigía. Su silencio me estimulaba y el peso de lo que nos esperaba crecía a cada paso que dábamos. Llegamos a una puerta y él la abrió. Me metió en una sala que sería el despacho de algún ejecutivo.
La ciudad se extendía ante mí con la visión de aquella jungla urbana moderna salpicada de edificios que mostraban con orgullo su historia. El humo subía ondulándose hacia un cielo azul y sin nubes a intervalos irregulares y los coches parecían fluir por las calles como afluentes.
Oí el pestillo de la puerta cerrarse detrás de mí y me giré para mirar a Gideon justo cuando se quitaba la chaqueta. La habitación estaba amueblada. Un escritorio con sillas y unos sillones en el rincón. Todos ellos envueltos en lonas en aquel espacio aún sin terminar.
Con metódica lentitud se quitó el chaleco, la corbata y la camisa. Yo le miraba, obsesionada con su perfección masculina.
—Puede que nos interrumpan —dijo—. O que nos oigan.
—¿Eso te preocupa?
—Sólo si te preocupa a ti. —Se acercó a mí con la cremallera abierta y la pretina de sus calzoncillos bóxer claramente visible a través de ella.
—Me estás provocando. Nunca consentirías que corriéramos el riesgo de que nos interrumpieran.
—No me detendría. No se me ocurre nada que pueda pararme una vez estoy dentro de ti. —Me cogió el bolso de la mano y lo dejó caer en uno de los sillones—. Llevas puesta demasiada ropa.
Envolviéndome con sus brazos, Gideon me bajó la cremallera de la espalda con experta facilidad mientras sus labios susurraban sobre los míos.
—Intentaré no ensuciarte mucho.
—Me gusta ensuciarme. —Me saqué el vestido por los pies y estaba a punto de desabrocharme el sujetador cuando me cogió y me puso sobre sus hombros.
Di un grito de sorpresa y abofeteé su culo firme con las dos manos. Él me dio un azote tan fuerte que me escoció y, a continuación, lanzó mi vestido a un lado de un modo tan perfecto que aterrizó directamente sobre su chaqueta. Estaba atravesando la habitación cuando levantó la mano y me bajó las medias bajo la curva de mi trasero.
Cogió el filo de la lona que envolvía el sofá y lo echó hacia atrás, después, me sentó y se agachó delante de mí.
—¿Va todo bien, cielo? —me preguntó mientras me deslizaba la ropa interior por mis tacones de tiras cruzadas.
—Sí. —Sonreí y le acaricié la mejilla, sabiendo que aquella pregunta lo abarcaba todo, desde mis padres hasta mi trabajo. Siempre comprobaba en qué estaba mi cabeza antes de tomar el control de mi cuerpo—. Todo va bien.
Gideon tiró de mis caderas hasta el mismo filo del sofá con mis piernas a cada lado de él, mostrando mi coño ante sus ojos.
—Entonces, dime qué es lo que ha hecho que hoy este coñito esté tan glotón.
—Tú.
—Excelente respuesta.
Le di un empujón en el hombro.
—Te has puesto el traje que llevabas cuando te conocí. Deseé con todas mis ganas follar contigo en ese momento, pero no pude hacer nada al respecto. Ahora sí puedo.
Abrió más mis muslos con sus suaves manos y con el dedo pulgar me acarició el clítoris. Mi sexo se estremeció mientras el placer me recorría el cuerpo.
—Y ahora puedo yo también —murmuró bajando su oscura cabeza.
Me agarré con desesperación al cojín que tenía debajo y el estómago se me puso tenso mientras su lengua me lamía lentamente la raja. Rodeó con la lengua la trémula abertura de mi sexo, provocándome antes de hundirla dentro de mí. Arqueé el cuerpo con fuerza doblando la espalda mientras él mortificaba mi tierna carne.
—Deja que te diga cómo te imaginé ese día —dijo con un ronroneo mientras rodeaba mi clítoris con la punta de la lengua y con las manos me sujetaba ante las sacudidas que me provocaba aquella caricia—. Abierta debajo de mí sobre sábanas de satén negro, el pelo revuelto a tu alrededor, tu mirada salvaje y caliente por la sensación de mi polla aporreando el interior de tu coño tenso y sedoso.
—Dios, Gideon —gruñí, seducida al ver cómo me saboreaba de una forma tan íntima. Era una fantasía hecha realidad, aquel dios del sexo oscuro y peligroso vestido con su imponente traje prestándome sus servicios con aquella boca esculpida hecha para volver locas a las mujeres.
—Imaginé tus muñecas apresadas entre mis manos —continuó con tono brusco—, obligándome a tomar tu cuerpo una y otra vez. Tus pezones duros y pequeños hinchados bajo mi boca. Tus labios rojos y húmedos de haber estado chupándome la polla. La habitación inundada de esos sonidos sensuales que tú emites... esos gemidos desesperados cuando no puedes dejar de correrte.
En ese momento, gemí, mordiéndome el labio mientras él revoloteaba sobre mi clítoris con el malvado látigo de su lengua. Doblé una pierna por encima de su hombro desnudo y el calor de su piel abrasó la carne sensible de la parte posterior de mi rodilla.
—Quiero lo que tú quieras.
Su sonrisa se iluminó.
—Lo sé.
Chupó tirando de aquel tenso manojo de nervios. Yo me corrí con un grito de desesperación y agité las piernas con aquella descarga.
Seguía estremeciéndome de placer cuando me instó a que me tumbara en el sofá, colocando su cuerpo sobre el mío y empujando su polla hacia arriba mientras se bajaba lo suficiente los calzoncillos para liberarla. Yo bajé los brazos deseando sentirla en mis
manos, pero él me cogió de las muñecas y me sujetó los brazos.
—Me gusta verte así —dijo amenazante—. Prisionera de mi lujuria.
Los ojos de Gideon miraban fijamente mi rostro, los labios le brillaban por mi orgasmo y el pecho se le elevaba y se le hundía. Yo estaba fascinada por la diferencia entre el hombre viril que estaba a punto de follarme como un animal y el empresario civilizado que había inspirado mi mordaz deseo al principio.
—Te quiero —le dije jadeando mientras el ancho capullo de su polla se deslizaba pesadamente por mi coño hinchado. Empujó su cuerpo contra el mío separando la resbaladiza abertura.
—Oh, cielo.. —Con un gruñido, enterró la cara en mi cuello y se tensó dentro de mí. Pronunciando mi nombre entre jadeos, enterró sus caderas en mí mientras trataba de llegar más adentro, acariciándome y moviéndose en círculos, taladrándome—. Dios mío, cómo te necesito.
La desesperación de su voz me cogió por sorpresa. Quise tocarle, pero siguió sujetándome mientras movía las caderas sin cesar. Sentirlo dentro de mí, tan caliente, con su gruesa polla frotándome y masajeándome, me estaba volviendo loca. Yo también me movía, incapaz de permanecer quieta, retorciéndonos los dos juntos.
Presionó los labios contra mi sien.
—Cuando te he visto ahora en el vestíbulo, con tu bonito vestido amarillo, estabas radiante y preciosa. Perfecta.
Se me hizo un nudo en la garganta.
—Gideon.
—El sol brillaba detrás de ti y pensé que quizá no fueses real.
Traté de liberar mis manos.
—Deja que te toque.
—He venido detrás porque no podía alejarme de ti. Y cuando te he encontrado, tú me estabas deseando. —Agarró mis dos muñecas con una mano y la otra la colocó sobre mi culo, levantándome mientras él se salía y, después, embestía con fuerza.
Yo gemí, revolviéndome alrededor de él, y mi sexo succionó vorazmente su gruesa polla.
—Oh, Dios, cómo me gusta. Me gusta sentirte...
—Quiero correrme encima de ti, dentro de ti. Quiero tenerte de rodillas y de espaldas. Y tú me quieres así.
—Te necesito así.
—Me meto dentro de ti y no puedo soportarlo. —Bajó su boca hasta encontrar la mía y la chupó de una forma muy erótica—. Te necesito tanto...
—Gideon. Deja que te toque.
—He capturado un ángel. —Su beso era salvaje y húmedo, apasionado. Sus labios inclinados sobre los míos y su lengua saliendo y entrando con movimientos profundos y rápidos—. Y he puesto mis manos codiciosas sobre todo tu cuerpo. Te estoy profanando. Y a ti te encanta.
—Te quiero.
Me acariciaba por dentro y yo me retorcía, tratando de sujetar con mis muslos sus caderas, que no paraban de moverse.
—Fóllame, Gideon. Fóllame fuerte.
Clavó sus rodillas y me dio lo que yo le suplicaba, propulsándose dentro de mí. Me clavaba la polla una y otra vez y soplaba sus gruñidos y palabras febriles de lujuria en mis
oídos.
El coño se me tensó y el clítoris me palpitaba con cada impacto de su pelvis contra la mía. Sus pesadas pelotas golpeaban contra la curva de mis nalgas y el sofá producía un ruido sordo sobre el cemento, moviéndose mientras Gideon aporreaba su cuerpo y se introducía en el mío, flexionando cada músculo de su cuerpo con sus movimientos descendentes.
Los sonidos obscenos del sexo salvaje pasaron inadvertidos a los obreros que estaban a pocos metros. La corriente hacia el orgasmo nos llevaba a los dos y nuestros cuerpos eran la válvula de escape de la violencia de nuestras emociones.
—Voy a correrme en tu boca —dijo con un gruñido y con el sudor deslizándose por su sien.
Sólo pensar que él iba a terminar de esa forma me hizo explotar. Mi sexo empezó a palpitar con el orgasmo, apretaba y agarraba su polla en movimiento, y los infinitos latidos del orgasmo se propagaron hacia fuera en dirección a los dedos de mis pies y mis manos. Y aun así, no se detuvo, siguió moviendo sus caderas en círculo y embistiendo, dando placer con destreza hasta que me hundí sin fuerzas debajo de él.
—Ahora, Eva. —Se salió y yo le seguí, poniéndome de rodillas y deslizando la boca por su reluciente erección.
Al primer atisbo de succión por mi parte, él empezó a correrse, derramándose sobre mi lengua con potentes estallidos. Yo tragué repetidamente, bebiéndolo, disfrutando de los ásperos sonidos de satisfacción que salían de su pecho.
Tenía las manos en mi pelo, la cabeza inclinada hacia mí y el sudor relucía en sus abdominales. Deslicé la boca arriba y abajo por su polla, hundiendo mis mejillas cada vez que succionaba.
—Para —dijo entre jadeos apartándome—. Vas a conseguir que se me vuelva a poner dura.
Seguía estándolo, pero no dije nada.
Gideon colocó las manos sobre mi cara y me besó, y nuestra saliva se mezcló.
—Gracias.
—¿Por qué me das las gracias? Has hecho tú todo el esfuerzo.
—No es ningún esfuerzo follarte, cielo. —Su lenta sonrisa era la de un hombre completamente saciado—. Te doy las gracias por darme el privilegio.
Volví a ponerme los tacones.
—Me vas a matar. No puedes ser tan guapo y sensual y decir cosas como ésas. Es demasiado. Me fríe las neuronas. Me derrite.
Su sonrisa se amplió y me volvió a besar.

—Conozco esa sensación.

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