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Atada a Tí - Silvia Day - Capítulo 8

Encontré a Gideon caminando de un lado a otro, como una pantera enjaulada, detrás de su escritorio. Tenía un auricular en la oreja y, o estaba escuchando, o en espera, ya que no hablaba. Captó mi mirada, dura e inflexible su expresión. Incluso en calzoncillos parecía invulnerable. Nadie sería tan tonto como para equivocarse con él. Físicamente, su fuerza era evidente en cada uno de sus músculos. Aparte de eso, era tal la implacable amenaza que irradiaba que me recorrió un escalofrío por la espalda.
Había desaparecido el hombre indolente y satisfecho con el que había cenado, sustituido por el depredador urbano que dominaba a la competencia.
Le dejé solo.
Lo que yo quería era la tableta de Gideon, y la encontré en su maletín. Estaba protegida por contraseña y me quedé mirando la pantalla durante un buen rato, sobrecogida cuando me di cuenta de que no paraba de temblar. Todo lo que me temía estaba sucediendo.
—Cielo.
Levanté la vista y, cuando apareció por el pasillo, nuestras miradas se cruzaron.
—La contraseña —explicó—. Es cielo.
Oh. Toda la trepidante energía que me inundaba se esfumó, dejándome una sensación de vacío y cansancio.
—Tendrías que haberme contado lo de la demanda, Gideon.
—En estos momentos no hay ninguna demanda, sólo la amenaza de ella —respondió sin ninguna inflexión de voz—. Ian Hager quiere dinero, y yo, confidencialidad. Llegaremos a un acuerdo privado y todo quedará en nada.
Me eché hacia atrás en el sofá y me apoyé la tableta los muslos. Le miré mientras se acercaba, empapándose de mí. Era tan fácil dejarse deslumbrar por su belleza que una podría no darse cuenta de lo solo que estaba en el fondo. Pero ya iba siendo hora de que aprendiera a contar conmigo cuando afrontaba dificultades.
—Me da igual que sea sólo un amago —argumenté—. Tendrías que habérmelo dicho.
Cruzó los brazos sobre el pecho.
—Pensaba hacerlo.
—¿Pensabas hacerlo? —Me levanté como impulsada por un resorte—. ¿Te cuento que he discutido con mi madre porque me oculta algo y tú no me dices ni una palabra de tus propios secretos?
Durante unos momentos, se mantuvo con aquella expresión dura e inflexible. Luego imprecó en voz baja y se explicó.
—He venido a casa pronto con la intención de contártelo, pero cuando me hablaste de lo que te había sucedido con tu madre pensé que ya habías aguantado bastante por hoy.
Desinflada, volví a sentarme en el sofá.
—No es así como funciona una relación, Gideon.
—Te estoy recuperando, Eva. No quiero que el tiempo que pasamos juntos gire alrededor de todo lo malo y jodido que hay en nuestras vidas.
Di unas palmaditas en el cojín que tenía al lado.
—Ven aquí.
Pero se sentó frente a mí en la mesita de centro, con las piernas a cada lado de las mías. Me cogió las manos entre las suyas y se las llevó a los labios para besarme los nudillos.
—Lo siento.
—No te culpo, pero si hay algo más que tengas que decirme, ahora es el momento.
Se echó hacia delante, animándome a que me tumbara en el sofá. Luego se me puso encima.
—Estoy enamorado de ti —susurró.
De entre todas las cosas, ésa era la única que iba bien. Y era suficiente.
Nos quedamos dormidos en el sofá, envueltos el uno en el otro. Yo rondaba el entresueño, llena de desazón y con el ritmo vital confundido por la larga siesta anterior. Estaba lo bastante despierta como para percibir el cambio en Gideon, oír su respiración acelerada y notar que me agarraba con más fuerza. Su cuerpo se convulsionó violentamente, sacudiéndome a mí también. Sus gemidos me traspasaron el corazón.
—Gideon. —Me di la vuelta para mirarle de frente, despertándole con mis agitados movimientos. Nos habíamos dormido con las luces encendidas y me alegré de que abriera los ojos a la claridad.
El corazón le martilleaba bajo la palma de mi mano, y una fina película de sudor le cubría la piel.
—¿Qué? —preguntó, jadeando—. ¿Qué pasa?
—Creo que empezabas a sumergirte en una pesadilla. —Imprimí suaves besos por su ardiente rostro, deseando que mi amor bastara para desvanecer los recuerdos.
Hizo ademán de sentarse y yo me aferré a él para sujetarle.
—¿Estás bien? —Me pasó una mano por el cuerpo, examinándome—. ¿Te he hecho daño?
—Estoy bien.
—¡Dios! —Se echó hacia atrás y se cubrió los ojos con el antebrazo—. Tengo que dejar de quedarme dormido contigo. Y olvidé tomar la medicación. ¡Joder!, debería ser más cuidadoso.
—Oye. —Me apoyé en un codo y le acaricié el pecho con la otra mano—. No ha pasado nada.
—No te lo tomes a la ligera, Eva. —Giró la cabeza y me miró con intensidad—. Esto no.
—No se me ocurriría. —Parecía muy cansado, con oscuras ojeras y unas profundas estrías que le enmarcaban aquella boca tan escandalosamente sensual.
—He matado a un hombre —dijo en tono grave—. Siempre ha sido peligroso que estés conmigo mientras duermo, y ahora lo es más que nunca.
—Gideon... —De repente comprendí por qué en los últimos tiempos sus pesadillas eran más frecuentes. Podía racionalizar lo que había hecho, pero eso no aliviaba el peso que tenía en la conciencia.
Le retiré el pelo de la frente.
—Si algo te apesadumbra, tienes que hablar conmigo.
—Lo único que quiero es que no corras peligro —musitó.
—Nunca me siento tan segura como cuando estoy contigo. Me gustaría que dejaras de castigarte por todo.
—Es culpa mía.
—¿Acaso no llevabas una vida sin complicaciones hasta que aparecí yo? —argüí.
Me lanzó una mirada sardónica.
—Da la impresión que me gustan las complicaciones.
—Entonces deja de quejarte. Y no te muevas, vuelvo enseguida.
Fui al dormitorio principal, me quité las ligas, las medias y el sujetador y me puse una camiseta de Cross Industries extra grande. Agarré la manta de chenilla, que estaba a los pies de la cama, y a continuación me dirigí a la habitación de Gideon a coger su medicación.
Él me seguía con la mirada mientras dejaba la manta y la medicina y me iba a la cocina a por una botella de agua. Le instalé rápidamente, y a continuación nos acurrucamos los dos bajo la manta con casi todas las luces apagadas.
Me pegué más a él, echando una pierna por encima de las suyas. La medicación que le había sido prescrita a Gideon para la parasomnia no curaba, pero él la tomaba religiosamente. Le quería aún más por esa dedicación, porque lo hacía por mí.
—¿Recuerdas con que estabas soñando? —pregunté.
—No. Fuera lo que fuese, ojalá hubiera sido contigo.
—Ojalá. —Apoyé la cabeza en su pecho, escuchando cómo se le ralentizaba el latido del corazón—. Si hubieras soñado conmigo, ¿cómo habría sido el sueño?
Noté que se relajaba, hundiéndose en el sofá y en mí.
—Un día despejado en una playa caribeña —murmuró—. Una playa privada, con una carpa de lona en la arena blanca, cerrada por tres lados y con la vista delante de nosotros. A ti te tendría tumbada en una chaise longue. Desnuda.
—Por supuesto.
—Estarías bañada de sol, perezosa, con el pelo alborotado por la brisa. Tendrías esa sonrisa que esbozas cuando hago que te corras. No tendríamos que ir a ningún sitio, nadie nos esperaría. Solos tú y yo, con todo el tiempo del mundo.
—Suena paradisíaco —susurré, notando que el cuerpo se le hacía cada vez más pesado—. Supongo que nos bañaríamos desnudos.
—Humm... —Bostezó—. Necesito irme a la cama.
—También quiero un cubo de cerveza fría —añadí, con la esperanza de entretenerle el tiempo suficiente para que se me quedara dormido en los brazos—. Con limones. Exprimiría el zumo sobre tus marcados abdominales y te lamería.
—Adoro esa boca tuya.
—Entonces deberías soñar con todo lo que puedo hacerte con ella.
—Dame algún ejemplo.
Le di muchos, hablando en voz baja y tranquilizadora, acariciándole la piel. Espirando profundamente, se sumergió en el sueño.
Le tuve así abrazado hasta bastante después de que saliera el sol.
Gideon durmió hasta las once. Yo llevaba ya horas diseñando estrategias cuando él me encontró en su oficina, con la mesa llena de notas y bosquejos.
—Hola —le saludé, levantando los labios para que me besara mientras él rodeaba la mesa. Tenía el pelo alborotado y estaba muy sexy con aquellos bóxers—. Buenos días.
Miró mi trabajo por encima.
—¿Qué estás haciendo?
—Te quiero con un poco de cafeína en el cuerpo antes de explicártelo. —Me froté las manos, entusiasmada—. ¿Quieres darte una ducha rápida mientras te preparo una taza de café? Luego nos pondremos manos a la obra.
Me miró fijamente y esbozó una sonrisa de desconcierto.
—Vale. Pero yo sugiero que nos duchemos juntos. Después tomaremos el café y nos pondremos manos a la obra.
—Guárdate la idea, y la libido, para esta noche.
—¿Eh?
—Yo voy a salir, ¿recuerdas? —apunté—. Y voy a beber mucho, y eso me pone cachonda. No olvides tomar las vitaminas, campeón.
Torció los labios.
—¡Eso ya se verá!
—Ah, sí, y tendrás suerte si mañana puedes levantarte de la cama —avisé.
—Me aseguraré de hidratarme bien, entonces.
—Buena idea. —Centré de nuevo la atención en su tableta, pero tuve que mirar cuando salió de la habitación con aquel precioso trasero.
Cuando volví a verle, tenía el pelo mojado y vestía unos pantalones deportivos que le caían tanto que supe que no llevaba nada debajo. Obligándome a concentrarme en mis planes, le dejé a él la silla de la mesa y yo permanecí de pie a su lado.
—Bueno —empecé—, siguiendo la máxima de que la mejor defensa es un buen ataque, he estado echando una ojeada a tu imagen pública.
Tomó un sorbo de café.
—No me mires así —le reprendí—. No me he fijado en tu vida personal, puesto que yo soy tu vida personal.
—Buena chica. —Me dio una palmadita aprobatoria en el trasero.
Le saqué la lengua.
—Estoy pensando sobre todo en cómo combatir una campaña de difamación centrada en tu temperamento.
—Resulta fácil cuando antes no se me conocía por tenerlo —dijo secamente.
Hasta que me conociste a mí.
—Soy una mala influencia para ti.
—Eres lo mejor que me ha pasado.
Eso hizo que se ganara un rápido y ruidoso beso en la sien.
—Me llevó tiempo enterarme de la existencia de la Fundación Crossroads.
—No sabías dónde buscar.
—Tu optimización de búsquedas mola cantidad —repliqué, acercando el sitio web—. Y sólo hay una página de inicio, que es bonita, pero apenas tiene entradas. ¿Dónde están los enlaces y la información sobre las organizaciones benéficas a las que has favorecido? ¿Dónde está la página «Acerca de» sobre la fundación y lo que esperas conseguir?
—Dos veces al año se envía un paquete con toda esa información detallada a organizaciones benéficas, hospitales y universidades.
—Fenomenal. Ahora permíteme que te introduzca en internet. ¿Por qué la fundación no está ligada a ti?
—Crossroads no tiene que ver conmigo, Eva.
—¡Y una porra que no! —Le miré con las cejas tan enarcadas como las tenía él y le puse delante una lista de cosas que había que hacer—. Vamos a desactivar la bomba
Deanna antes de que estalle. Esta web tiene que estar actualizada para el lunes por la mañana, con la adición de estas páginas y la información que he resumido aquí.
Gideon echó una rápida ojeada al papel, luego cogió su taza de café y se reclinó en la silla. Yo centré aplicadamente la atención en la taza y no en su increíble torso.
—La web de Cross Industries debería vincularse con la fundación desde la página de tu Bio —continué—, que también necesita una buena actualización.
Le puse delante otra hoja de papel.
Él la cogió y empezó a leer la biografía que había redactado.
—Esto, claramente, lo ha escrito una persona que está enamorada de mí.
—No puedes ser tímido, Gideon. A veces hay que ser directo y decir: «Aquí estoy yo». Eres mucho más que una cara bonita, un cuerpo atractivo y un vigor sexual enloquecedor. Pero centrémonos en las cosas que no me importa compartir con los demás.
—¿Cuánta cafeína has tomado esta mañana? —preguntó, esbozando una sonrisa.
—Suficiente como para pelearme contigo, así que ándate con ojo. —Le di con la cadera en el brazo—. También creo que deberías plantearte hacer un comunicado de prensa anunciando la adquisición de La Rose Noir, de manera que se relacione tu nombre con el de Giroux. Y, de paso, se recuerde a todo el mundo que Corinne, con quien se te ha visto mucho últimamente, tiene marido; así, Deanna no podrá pintarte como el malo de la película por pararle los pies a Corinne. Si decide ir por ese camino.
Me pilló desprevenida y me sentó en su regazo.
—Me matas, cielo. Haré todo lo que quieras, pero tienes que entender que Deanna no tiene nada. Ian Hager no va a arriesgar una bonita compensación a cambio de publicitar su historia. Firmará lo que haga falta, cogerá el dinero y desaparecerá.
—Pero qué me dices de...
—Los Six-Ninths no van a querer que se relacione a su chica «Rubia» con otro tío. Estropearía la historia de amor de la canción. Hablaré con Kline y nos pondremos de acuerdo.
—¿Que vas a hablar con Brett?
—Tenemos negocios en común —señaló, con un mohín de labios—, así que, sí. Y Deanna se está marcando un farol con el ataque a Cary. Tú y yo sabemos que ahí no hay nada.
Me quedé pensando en todo lo que acababa de decirme.
—¿Crees que me estará tomando el pelo? ¿Por qué?
—Porque te pertenezco, y si tuvo pase de prensa para cualquiera de los eventos a los que hemos acudido juntos, lo sabe. —Apoyó la frente contra la mía—. No puedo disimular mis sentimientos por ti, razón por la que te has convertido en un blanco.
—Los disimulaste muy bien conmigo.
—Tu inseguridad te cegó.
No podía discutírselo.
—Así que me pone de los nervios con la amenaza de un reportaje. ¿Qué saca ella?
Se echó hacia atrás.
—Piénsalo. La tapadera es amenazar con hacer saltar un escándalo relacionado con nosotros dos. ¿Cuál es la manera más rápida de desactivarlo?
—No acercándote a mí. Eso es lo que te habrían aconsejado que hicieras. Distanciarse de la fuente del escándalo es la regla número uno de cómo gestionar una crisis.
—O hacer lo contrario y casarme contigo —dijo con dulzura.
Me quedé helada.
—¿Es eso...? ¿Estás...? —Tragué saliva—. Ahora no. Así no —susurré.
—No, así no —coincidió Gideon, rozando sus labios con los míos—. Cuando te proponga matrimonio, créeme, lo sabrás.
Se me puso un nudo en la garganta. Sólo pude asentir con la cabeza.
—Respira —ordenó delicadamente—. Otra vez. Ahora confírmame que no es pánico.
—No. En realidad, no.
—Dime algo, Eva.
—Es que... me gustaría que me lo pidieras cuando pueda decirte que sí —solté de un tirón.
La tensión se apoderó de su cuerpo. Se echó hacia atrás, con los ojos dolidos bajo aquel ceño fruncido.
—¿No podrías decir que sí ahora?
Negué con la cabeza.
Apretó los labios con determinación.
—Dime qué quieres que haga para que eso suceda.
Le rodeé el cuello con los brazos, para que sintiera la conexión que había entre nosotros.
—Hay tanto que desconozco... Y no se trata de que necesite saber más para decidirme, porque nada podría hacer que dejara de quererte. Nada. Es tu reticencia a compartir cosas conmigo la que me hace pensar que no estás preparado.
—Creo que lo entiendo —musitó.
—No puedo arriesgarme a que no quieras estar conmigo para siempre. No lo soportaría, Gideon.
—¿Qué quieres saber?
—Todo.
Emitió un sonido de frustración.
—Sé más concreta. Empieza por algo.
Lo primero que se me vino a la cabeza fue lo que salió de mi boca, porque me había pasado la mañana enfrascada en sus negocios.
—Vidal Records. ¿Por qué tienes tú el control de la compañía de tu padrastro?
—Porque se iba a pique. —Tensó la mandíbula—. Mi madre ya había sufrido bastante con un desastre financiero; no iba a permitir que le sucediera otra vez.
—¿Qué hiciste?
—Logré convencerla de que hablara con ellos, con Chris y Christopher, para que hicieran una sociedad anónima con cotización en bolsa, luego me vendió las acciones de Ireland, que sumadas a las que yo había adquirido me daban la mayoría.
—¡Vaya! —Le apreté la mano. Los conocía a los dos, a Christopher Vidal sénior (Chris) y a Christopher Vidal junior. Como padre e hijo que eran, se parecían físicamente, con el pelo castaño oscuro y los ojos verdes grisáceos, pero yo tenía la impresión de que eran dos personas muy diferentes. No me cabía duda de que Christopher era un capullo, pero no creía que su padre lo fuera también. Al menos eso esperaba—. ¿Cómo fue la cosa?
La maliciosa expresión de Gideon era la respuesta que necesitaba.
—Chris me pedía consejo, pero Christopher siempre se negó a escucharme y mi padrastro no quería tomar partido.
Así que hiciste lo que había que hacer. —Le besé en la mejilla—. Gracias por contármelo.
—¿Ya está?
Sonreí.
—No.
Estaba a punto de preguntarle más cosas cuando oí que me sonaba el teléfono con tono de llamada de mi madre. Me sorprendía que hubiera tardado tanto en llamarme; había vuelto a poner mi smartphone en modo Normal alrededor de las diez.
—Tengo que contestar —dije con un gruñido.
Dejó que me levantara y, al marcharme, me pasó la mano por el trasero. Al llegar a la puerta, me volví a mirar; estaba estudiando minuciosamente mis notas y sugerencias. Sonreí.
Para cuando llegué a la cocina y cogí el teléfono, éste había dejado de sonar, pero volvió a hacerlo inmediatamente.
—Mamá —contesté, interviniendo antes de que mi madre empezara a desbarrar—, esta tarde me paso por casa y hablamos, ¿vale?
—Eva. No tienes ni idea de lo preocupada que estaba. ¡No puedes hacerme esto!
—Llegaré dentro de una hora —la corté—. Sólo tengo que vestirme.
—Anoche no pude dormir, de lo disgustada que estaba.
—Ya, bueno, yo tampoco dormí mucho —repliqué—. No todo gira a tu alrededor, mamá. Es a mí a quien han violado la intimidad. Tú sólo eres la persona a la que han pillado haciéndolo.
Silencio.
Como mi madre parecía siempre tan frágil, era raro que me mostrara tan firme y enérgica con ella, pero había llegado el momento de aclarar nuestra relación o terminaríamos por no tener ninguna. Me miré la muñeca para ver la hora, recordé que ya no tenía reloj y eché una mirada al decodificador que había junto al televisor.
—Llegaré a eso de la una.
—Pediré que pasen a recogerte en coche —dijo en voz baja.
—Gracias. Hasta luego. —Colgué.
Iba a guardar el teléfono en el bolso cuando me llegó un mensaje de Shawna: «¿Qué vas a ponert sta noche?».
Se me ocurrieron varias ideas, desde algo informal a algo estrafalario. Aunque me inclinaba más por lo estrafalario, me frenó acordarme de Deanna. Tenía que considerar cómo saldría en la prensa. «EVN —contesté, pensando que por algo el vestidito negro era un clásico—. Tacones de vértigo. Muchas alhajas».
« ¡Vale! T veo a las 7», me escribió ella.
Camino del dormitorio, me detuve en el despacho de Gideon y, apoyándome en la jamba, me quedé mirándole. Podía pasarme horas contemplándole; era un verdadero placer hacerlo. Y le encontraba muy sexy cuando estaba concentrado.
Levantó la vista hacia mí con una ligera curva en los labios, y supe que se había dado cuenta de que había estado observándole.
—Todo esto está muy bien —elogió—. Sobre todo teniendo en cuenta que lo has hecho en cuestión de unas horas.
Me sentí un poco orgullosa y contentísima de haber impresionado a un empresario cuya visión para los negocios le había convertido en uno de los individuos más triunfadores del mundo.
—Te quiero en Cross Industries, Eva.
Mi cuerpo reaccionó a la férrea determinación de su voz, que me recordó a cuando me dijo: «Quiero follar contigo, Eva», la primera vez que me tiró los tejos.
—Yo también te quiero ahí —dije—. En tu mesa.
Le brillaron los ojos.
—Podríamos celebrarlo así.
—Me gusta mi trabajo. Me gustan mis compañeros. Me gusta saber que me he ganado cada hito que alcanzo.
—Yo puedo darte eso y más. —Tamborileó con los dedos a un lado de la taza de café—. Imagino que te inclinaste por publicidad porque te gusta persuadir. ¿Y por qué no relaciones públicas?
—Se parece demasiado a la propaganda. Al menos en publicidad, conoces el sesgo inmediatamente.
—Hablabas antes de gestión de crisis. Y claramente —señaló su mesa— tienes aptitudes para ese trabajo. Deja que las explote.
Crucé los brazos.
—Sabes perfectamente que gestión de crisis es relaciones públicas.
—Lo tuyo es la resolución de problemas. Yo puedo darte problemas que requieren solución inmediata. Puedo ofrecerte desafíos y mantenerte activa.
—¿En serio? —Me puse a dar golpecitos con el pie—. ¿Cuántas crisis puedes tener en una semana?
—Varias —respondió alegremente—. ¿A que te intriga? Se te ve en la cara.
—Ya tienes a gente encargada de esas cosas —observé, enderezándome.
Gideon se reclinó en la silla y sonrió.
—Quiero más. Y tú también. Unámonos.
—Eres el mismísimo demonio, ¿lo sabías? Eres de lo más obstinado que hay. Te lo advierto, trabajar juntos no sería una buena idea.
—Ahora mismo estamos haciéndolo de maravilla.
Meneé la cabeza.
—Porque has estado de acuerdo con mi análisis y mis sugerencias, y además me tienes sentada en tu regazo y me has sobado el culo. No será lo mismo cuando discrepemos y discutamos en tu despacho delante de otras personas. Entonces tendremos que volvernos a casa y lidiar con el problema ahí también.
—Podemos proponernos dejar el trabajo a la puerta. —Me recorrió de arriba abajo con la mirada, demorándose en las piernas, que mi bata de seda dejaba en su mayor parte al descubierto—. No me costará nada pensar en cosas más placenteras.
Hice un gesto de impaciencia y me fui hacia la puerta.
—Eres un maníaco sexual.
—Me encanta hacer el amor contigo.
—Eso no es justo —protesté, pues a eso no podía oponerme. A él no podía oponerme.
Gideon sonrió.
—Nunca dije que jugara limpio.
Cuando, quince minutos después, entraba en mi apartamento, me parecía raro. La distribución era idéntica a la del piso de Gideon de al lado, pero a la inversa. La
combinación de sus muebles y los míos había contribuido a que sintiéramos ese espacio como nuestro, pero había tenido el efecto colateral de que mi casa me pareciera... ajena.
—Hola, Eva.
Me giré y vi a Trey en la cocina, echando leche en dos vasos.
—Hola —respondí al saludo—. ¿Qué tal estás?
—Mejor.
Lo parecía. Se le veía muy bien peinado (una de las habilidades de Cary), y eso que tenía un pelo, rubio, muy rebelde. Le brillaban aquellos ojos color avellana y lucía una sonrisa bajo aquella nariz rota en otro tiempo.
—Me alegra verte por aquí —le dije.
—He reorganizado un poco mi horario. —Sostuvo la leche en alto y yo hice un gesto negativo con la cabeza—. ¿Qué tal tú?
—Esquivando periodistas, esperando a que mi jefe se comprometa, pensando en aclarar algunas cosas con un progenitor, tratando de encontrar el momento para llamar al otro y deseando irme de juerga esta noche con unas amigas.
—Eres increíble.
—¿Qué puedo decir? —Sonreí—. ¿Cómo van los estudios? ¿Y el trabajo?
Sabía que Trey estudiaba veterinaria a la vez que simultaneaba empleos para pagarse la carrera. Uno de esos trabajos temporales era de ayudante de fotografía, que fue como había conocido a Cary.
Hizo un gesto de dolor.
—Brutales, pero algún día merecerá la pena.
—Deberíamos organizar otra noche de pizza y película en cuanto tengas oportunidad. —No podía evitar ponerme del lado de Trey en el tira y afloja entre Tatiana y él. A lo mejor era yo, pero siempre me había parecido que ella no me veía con buenos ojos. Y no me gustó nada cómo se había hecho notar cuando conoció a Gideon.
—Claro. Ya veré cuándo le viene mejor a Cary.
Me arrepentí de habérselo propuesto a él antes que a Cary, porque la mirada se le entristeció un poco. Sabía que estaba pensando en que Cary tenía que repartir el tiempo entre Tatiana y él.
—Bueno, si él no puede, siempre podemos quedar nosotros dos.
Esbozo una media sonrisa.
—Me parece fantástico.
A la una menos diez, cuando salí del vestíbulo, Clancy estaba ya esperándome. Hizo señas al portero para que se echara a un lado y me abrió la puerta del coche, pero nadie que se fijara en él creería que era un simple chófer. Se comportaba como el arma que era, y aunque hacía muchos años que le conocía, no recordaba haberle visto sonreír nunca.
Una vez que volvió a ocupar su lugar al volante, apagó el receptor de frecuencias de la policía que escuchaba habitualmente y se bajó las gafas de sol para mirarme por el espejo retrovisor.
—¿Cómo está?
—Mejor que mi madre, supongo.
Era demasiado profesional como para delatar nada en su expresión. En lugar de eso, volvió a colocarse las gafas y sincronizó mi teléfono con el Bluetooth del coche para que diera comienzo mi lista discográfica. Luego se puso en marcha.
Eso me recordó lo considerado que era.
—Oye. Siento mucho que pagaras tú el pato. Estabas haciendo tu trabajo y no merecías que te cayera la que te cayó.
—Usted no es sólo un trabajo, señorita Tramell.
Me quedé callada un momento, asimilando lo que acababa de decirme. Clancy y yo teníamos una relación distante y cortés. Nos veíamos bastante porque era responsable de llevarme a la clase de Krav Maga en Brooklyn y de recogerme. Pero nunca se me había ocurrido que tuviera ningún interés personal en mi seguridad, aunque era comprensible. Clancy se tomaba su trabajo muy en serio.
—Eso no ha sido lo único —aclaré—. Hubo muchas otras cosas antes de que Stanton y tú entrarais en escena.
—Disculpas aceptadas.
Aquella brusca respuesta era tan propia de él que me hizo sonreír.
Me senté con comodidad en el asiento y contemplé por la ventanilla la ciudad que me había adoptado y a la que amaba con vehemencia. En la acera de mi lado, había varias personas, desconocidas entre sí, codo con codo delante de un mostrador diminuto, comiendo pedazos individuales de pizza. Juntas y a la vez distantes, cada una de ellas hacía gala de la capacidad de los neoyorquinos para ser una isla en medio de una marea de gente. Los peatones pasaban corriendo junto a ellas en ambas direcciones, esquivando a un hombre que ofrecía panfletos religiosos y al perrillo que tenía a los pies.
La vitalidad de la ciudad tenía un ritmo frenético que hacía que el tiempo pareciera avanzar con más rapidez que en ninguna otra parte. El contraste con la indolente sensualidad del sur de California, donde vivía mi padre y yo había estudiado, era muy marcado. Nueva York era una dominatriz al acecho, restallando un soberbio látigo y tentando con todos los vicios.
El bolso me vibró en la cadera y metí la mano para coger el teléfono. Un rápido vistazo a la pantalla me confirmó que era mi padre. Los sábados solíamos ponernos al día, y a mí esas charlas me hacían siempre mucha ilusión, pero casi me sentí inclinada a dejar que saltara el buzón de voz hasta que tuviera mejor ánimo. Aún estaba muy irritada con mi madre, y mi padre ya se había quedado bastante preocupado la última vez que vino a verme a Nueva York.
Estaba conmigo cuando los detectives vinieron a casa a decirme que Nathan se encontraba en Nueva York. Soltaron esa bomba antes de revelar que Nathan había sido asesinado, y no fui capaz de ocultar el miedo que me produjo saber que le tenía tan cerca. Desde entonces, y debido a mi violenta reacción, mi padre no ha dejado de estar pendiente de mí.
—Hola —contesté, más que nada porque no quería problemas con mis dos progenitores al mismo tiempo—. ¿Qué tal estás?
—Te echo de menos —respondió con aquella voz profunda y segura que tanto me gustaba. Mi padre era el hombre más perfecto que conocía: guapo y moreno, seguro de sí mismo, inteligente y firme como una roca—. ¿Y tú?
—No me puedo quejar mucho.
—Vale, pero quéjate un poquito. Soy todo oídos.
Me reí en silencio.
—Mamá me está rayando un poco.
—¿Qué ha hecho ahora? —preguntó, con un tono de cariñosa indulgencia en la voz.
—No deja de meterse en mis asuntos.
—Ah. A veces los padres hacemos eso cuando estamos preocupados por nuestros pequeños.
nunca lo has hecho —señalé.
—No lo he hecho todavía —puntualizó—. Eso no quiere decir que no vaya a hacerlo si algo me preocupara lo suficiente. Pero confío en que pudiera convencerte de que me perdonaras.
—Bueno, ahora mismo voy a ver a mamá. Ya veremos lo convincente que es capaz de ser. Todo sería más fácil si reconociera que se equivoca.
—Buena suerte con eso.
—¡Ja! ¿Lo ves? —Suspiré—. ¿Puedo llamarte mañana?
—Claro. ¿Va todo bien, cariño?
Cerré los ojos. La intuición policial unida a la intuición de padre suponía que rara vez se le pasaba nada por alto a Victor Reyes.
—Sí, lo que pasa es que casi he llegado ya a casa de mamá. Ya te diré cómo va la cosa. Ah, y es posible que mi jefe se comprometa. Bueno, que tengo cosas que contarte.
—A lo mejor tengo que ir a comisaría por la mañana, pero puedes llamarme al teléfono móvil en cualquier momento. Te quiero.
De repente me invadió la nostalgia. Aunque me encantaba Nueva York y mi nueva vida, echaba mucho de menos a mi padre.
—Yo también te quiero, papá. Hablamos mañana.
Colgué y, al mirarme la muñeca para ver qué hora era, la ausencia del reloj me recordó el enfrentamiento que me esperaba. Estaba disgustada con mi madre por el pasado, pero me inquietaba aún más el futuro. Me había vigilado durante tanto tiempo a causa de Nathan que no me cabía duda de que no conocía otro modo de comportarse.
—Oye —Me incliné hacia delante; quería aclarar algo a lo que no dejaba de dar vueltas—. Aquel día, cuando Mamá, Megumi y yo volvíamos al Crossfire y mamá se quedó helada..., visteis a Nathan, ¿verdad?
—Sí.
—Ya había estado allí antes y se las había visto con Gideon. ¿Por qué volvería?
Clancy me miró por el espejo retrovisor.
—¿Mi opinión? Para que se le viera. Una vez que se supo que andaba cerca, la presión estaba garantizada. El confiaba en asustarte a ti, pero consiguió alarmar a la señora Stanton. Muy efectivo en los dos casos.
—Y nadie me contó nada —dije en voz baja—. No puedo entenderlo.
—Él quería que usted se asustara, pero nadie quería darle esa satisfacción.
—No se me había ocurrido verlo de esa manera.
—Lo que más lamento —continuó— es no haber estado pendiente de Cary. Me equivoqué, y lo pagó él.
Gideon tampoco vio venir el ataque de Nathan a Cary. Y bien sabe Dios que yo también me sentía culpable; fue nuestra amistad lo que puso a Cary en peligro.
Pero me conmovió que él se preocupara. Se le notaba en su voz ronca. Tenía razón; yo era algo más que un trabajo para él. Era un hombre bueno que se entregaba por entero en todo lo que hacía. Lo cual hizo que me preguntara si tendría tiempo para las demás cosas de su vida.
—¿Tienes novia, Clancy?
—Estoy casado.
Me sentí como una imbécil por no saberlo. ¿Cómo sería la mujer casada con aquel
hombre tan duro y sombrío? ¿Un hombre que llevaba chaqueta todo el año para esconder en el costado el arma de la que nunca se separaba? ¿Se ablandaría con ella y le mostraría ternura? ¿La protegería con uñas y dientes? ¿Mataría por ella?
—¿Hasta dónde serías capaz de llegar para cuidar de ella? —le pregunté.
Redujo la velocidad ante un semáforo y se volvió a mirarme.

—Hasta dónde no sería capaz de llegar.

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