–Cielo.
La voz de Gideon y el tacto de
sus manos me sacaron del sueño. Mascullé una queja cuando me colocó de lado, y
noté que el calor de su cuerpo me templaba la espalda. Me rodeó la cintura con
uno de sus musculosos brazos y me acercó a él.
Pegada a él al estilo cuchara,
con los bíceps de su otro brazo bajo mi mejilla, volví a caer en la
inconsciencia.
Cuando me desperté, era como si
hubieran pasado varios días. Me quedé un buen rato tumbada en el sofá con los
ojos cerrados, empapándome de la calidez del vigoroso cuerpo de Gideon y
respirando aquel aire que olía a él. Después de unos largos minutos, pensé que
si seguía durmiendo solo conseguiría alterar mi reloj biológico aún más. Desde
que volvíamos a estar juntos, nos habíamos acostado tarde y levantado pronto
muchos días, y estaban pasándome factura.
—Has estado llorando —murmuró,
hundiendo la cara en mi pelo—. ¿Qué te pasa?
Enredé mis brazos con los
suyos, arrimándome más a él. Le conté lo del reloj.
—Creo que me he pasado
—concluí—. Estaba cansada, y eso me pone de mal humor. Pero... me ha dolido. Me
ha fastidiado un regalo que significaba mucho para mí, ¿me entiendes?
—Me lo imagino. —Trazaba con
los dedos suaves círculos en mi estómago, acariciándome a través de la blusa de
seda—. Lo siento.
Levanté la vista hacia las
ventanas y vi que había anochecido.
—¿Qué hora es?
—Las ocho pasadas.
—¿A qué hora has llegado?
—A las seis y media.
Me volví para mirarle.
—Pronto para ti.
—En cuanto supe que estabas
aquí, no pude dejar de venir. Desde que llegaron tus flores no he deseado otra
cosa que estar contigo.
—¿Te han gustado?
Sonrió.
—He de decir que leer tus
palabras escritas por Angus resultó... interesante.
—No quería correr riesgos.
Me besó la punta de la nariz.
—Pero sí malacostumbrarme.
—Quiero hacerlo. Quiero echarte
a perder para otras mujeres.
Me rozó el labio inferior con
la yema del pulgar.
—Lo conseguiste desde el
momento en que te vi.
—Zalamero. —Estar con Gideon y
saber que yo era lo único que le importaba en aquel momento me levantó el
ánimo—. ¿Estás intentado colarte en mis bragas otra vez?
—No llevas bragas.
—¿Eso
es un no?
—Eso es un sí, quiero meterme
bajo tu falda. —Se le encapotaron los ojos cuando le mordisqueé el pulgar—. Y
dentro de ese pequeño, caliente, húmedo y prieto coño tuyo. Llevo queriéndolo
todo el día. Lo quiero ahora mismo, pero esperaremos hasta que te encuentres
mejor.
—Podrías besarlo y aliviarlo.
—¿Besar qué, exactamente?
—Todo. Por todas partes.
Sabía que podía acostumbrarme a
tenerle de aquella forma, sólo para mí, que era eso lo que quería. Lo cual
resultaba imposible, claro está.
Miles de pequeños trocitos de
él se dedicaban a miles de personas, proyectos y compromisos. Si algo había
aprendido de los múltiples matrimonios de mi madre con empresarios
triunfadores, era que las esposas a menudo acababan siendo amantes, y casi
siempre ocupaban un lugar secundario porque los maridos se habían casado
también con el trabajo. Cuando un hombre se convierte en líder del campo de
trabajo que ha elegido es porque se entrega a él por entero. A la mujer con la
que comparte la vida le tocan sólo las sobras.
Gideon me remetió el pelo
detrás de la oreja.
—Esto es lo que quiero. Venir a
casa y encontrarte a ti.
Siempre me sorprendía que de
alguna manera me leyera el pensamiento.
—¿Te habría gustado más
encontrarme descalza en la cocina?
—No me opondría, pero desnuda
en la cama me parece mejor.
—Soy una cocinera excelente,
pero sólo me quieres por mi cuerpo.
Él sonrió.
—Es el delicioso paquete que
contiene todo demás lo que yo quiero.
—Yo te enseño el mío si tú me
enseñas el tuyo.
—Me encantaría. —Lentamente me
deslizó los dedos por la mejilla—. Pero primero quiero asegurarme de que tienes
el estado de ánimo adecuado, después de la pelea con tu madre.
—Lo superaré.
—Eva. —Su tono de voz fue una
advertencia de que nada le haría desistir.
Dejé escapar un suspiro.
—La perdonaré, siempre lo hago.
Lo cierto es que no tengo elección, porque la quiero y sé que lo hace con buena
intención, por muy equivocada que esté. Pero lo del reloj...
—Continúa.
Me froté el dolor que tenía en
el pecho.
—Algo se ha roto en nuestra
relación. Y pase lo que pase, siempre va a haber una brecha que antes no
existía. Eso es lo que me duele.
Gideon se quedó callado durante
un buen rato. Me deslizó una mano por el pelo, mientras que con la otra se me
aferraba posesivamente a la cadera. Esperé a que dijera lo que estaba pensando.
—Yo también he roto algo en
nuestra relación —afirmó finalmente en tono sombrío—. Me temo que siempre
estará entre nosotros.
La tristeza que había en sus
ojos me traspasó, hiriéndome.
—Deja que me levante.
Lo hizo, a regañadientes,
mirándome con recelo mientras estaba de pie. Vacilé antes
de
bajarme la cremallera de la falda.
—Ahora sé lo que se siente al
perderte, Gideon. Lo mucho que duele. Si me excluyes, probablemente hará que me
asuste un poco. Tendrás que tener cuidado con eso, y yo tendré que confiar en
que tu amor va a perdurar.
Él hizo un gesto de
entendimiento y aceptación con la cabeza, pero me di cuenta de que le estaba
reconcomiendo.
—Magdalene ha venido a verme
hoy —dije, para distraerle del permanente precipicio que había entre nosotros.
Se puso tenso.
—Le dije que no lo hiciera.
—No pasa nada. Probablemente le
preocupaba que yo albergara algún rencor, pero creo que se dio cuenta de que te
quiero demasiado para hacerte daño.
Se incorporó al dejar caer yo
la falda. Ésta se desplomó en el suelo, y medias y ligas quedaron al descubierto,
lo cual hizo que me ganara un lento silbido que él emitió entre dientes. Volví
al sofá y me puse a horcajadas sobre sus muslos, rodeándole el cuello con mis
brazos. Noté el calor de su aliento a través de la seda de mi blusa,
alterándome la sangre.
—Oye. —Le pasé ambas manos por
el pelo, acariciándole con la mejilla—. Deja de preocuparte por nosotros. Creo
que tendríamos que estar preocupados por Deanna Johnson. ¿Qué es lo peor que
podría sacar de ti a la luz?
Echó la cabeza hacia atrás y
entrecerró los ojos.
—Es mi problema. Yo me encargo
de ella.
—Creo que está detrás de algo
escandaloso. Creo que mostrarte como un cruel playboy no le parecerá
suficiente.
—No te preocupes. La única
razón por la que me importa es porque no quiero que te arrojen mi pasado a la
cara.
—Te veo muy confiado. —Empecé a
desabrocharle los botones del chaleco. Le quité la corbata y la dejé con
cuidado en el respaldo del sofá—. ¿Vas a hablar con ella?
—Intento pasar de ella.
—¿Tú crees que ésa es la mejor
forma de manejar este asunto? —Me puse manos a la obra con su camisa.
—Trata de llamar mi atención,
pero no va a conseguirlo.
—Buscará otra manera, entonces.
Se arrellanó en el asiento,
ladeando el cuello hacia arriba para mirarme.
—La única forma de que una
mujer capte mi atención es siendo tú.
Le besé, tirando del faldón de
su camisa. Se movió para que me fuera más fácil sacárselo de entre los
pantalones.
—Tienes que explicarme qué
ocurre con Deanna —murmuré—. ¿Qué la ha llevado a ponerse así?
Él suspiró.
—Fue un error en todos los
sentidos. Se me puso a tiro en una ocasión, y yo tenía como norma evitar que
hubiera una segunda vez con mujeres demasiado entusiastas.
—Y eso no te hace parecer un
perfecto gilipollas.
—No puedo cambiar lo que ha
pasado —dijo fríamente.
Era evidente que se sentía
avergonzado. Podía ser un idiota como cualquier otro tío, pero nunca se
enorgullecía de ello.
—Casualmente Deanna cubría un
evento donde Anne Lucas estaba creándome
problemas
—continuó—. Me serví de Deanna para evitar que Anne se me acercara. Después no
me sentí bien y tampoco supe manejar la situación.
—Me hago una idea. —Le abrí la
camisa, exponiendo su piel tersa y cálida.
Recordando cómo reaccionó la
primera vez que nos acostamos, podía imaginarme cómo se había portado con
Deanna. Conmigo, enseguida se cerró y me excluyó, lo cual hizo que me sintiera
utilizada y despreciable. Después luchó por recuperarme, pero la periodista no
fue tan afortunada.
—Y no quieres tener ningún
contacto con ella para que no se haga ilusiones —resumí—. Seguramente sigue
colada por ti.
—Lo dudo. No creo que haya
cruzado más de una docena de palabras con ella.
—Te portaste como un imbécil
conmigo también, pero me enamoré de ti de todos modos.
Deslicé las manos amorosamente
por aquel pecho macizo, acariciando la oscura pelusa antes de aventurarme por
el estrecho y delicado sendero que continuaba más abajo de la cinturilla. Sus
abdominales se estremecieron con mi tacto, y cambió el tempo de su respiración.
Me hundí en su regazo y
contemplé su cuerpo con adoración. Tracé círculos con los pulgares alrededor de
las diminutas puntas de sus pezones y observé cómo reaccionaba, esperando que
sucumbiera al sutil placer de mis caricias. Bajé la cabeza y le besé en el
cuello, notando cómo se le alteraba el pulso bajo mis labios e inhalando el
aroma viril de su piel. Nunca gozaba lo suficiente de él, porque siempre le
daba la vuelta a la situación y terminaba gozando él de mí.
Gideon gimió y me agarró del pelo.
—Eva.
—Me encanta cómo me respondes
—susurré, seducida por el hecho de tener a aquel hombre descaradamente sexual a
mi merced—. Como si no pudieras evitarlo.
—Y no puedo. —Deslizó los dedos
entre mi pelo desaliñado tras el sueño—. Me tocas como si me adoraras.
—Es que te adoro.
—Lo noto en tus manos, en tu
boca..., en cómo me miras. —Tragó saliva y seguí el movimiento con los ojos.
—Nunca he querido nada más. —Le
acaricié el torso, siguiendo sus musculosos pectorales, y a continuación la
línea de cada costilla. Como un entendido que admira la perfección de una
inestimable obra de arte—. Vamos a jugar a un juego.
Se pasó la lengua rápidamente
por la curva del labio, haciendo que el sexo se me contrajera de envidia. Él lo
sabía. Lo vi en cómo le brillaron los ojos, peligrosamente.
—Depende de las reglas.
—Esta noche eres mío, campeón.
—Siempre lo soy.
Me desabroché la blusa y me
desprendí de ella, dejando al descubierto mi sujetador blanco de media copa y
el tanga a juego.
—Cielo —musitó. Noté cómo su
ardiente mirada se deslizaba por mi carne desnuda. Hizo ademán de tocarme, pero
yo le agarré las muñecas, deteniéndole.
—Regla número uno: voy a
chuparte, acariciarte y provocarte toda la noche. Tú te vas a correr hasta que
se te nuble la vista. —Le abarqué el sexo a través de los pantalones y le
masajeé aquella verga dura con la palma de la mano—. Regla número dos: tú te
vas a quedar ahí tumbado y vas a gozar, sin más.
—¿Sin
devolver el favor?
—Exacto.
—De eso nada.
Hice un mohín.
—Anda, porfa...
—Cielo, el que tú te corras
constituye para mí el noventa por cierto de la diversión.
—¡Pero entonces estoy tan
ocupada corriéndome que no gozo de ti! —me quejé—. Sólo por una vez, una noche,
quiero que seas egoísta. Quiero que te dejes llevar, que seas animal, que te
corras porque te gusta y estés a punto.
Apretó los labios.
—No puedo hacerlo. Te necesito
conmigo.
—Sabía que dirías eso. —Porque
en una ocasión le había dicho que me excitaba que un hombre me utilizara para
su placer. Necesitaba sentirme amada y deseada también, no como un cuerpo
femenino intercambiable en el que eyacular, sino como Eva, como mujer
individual necesitada de verdadero afecto acompañado de sexo—. Pero éste es mi
juego y se juega según mis reglas.
—Aún no he accedido a jugar.
—Déjame terminar.
Gideon espiró despacio.
—No puedo hacerlo, Eva.
—Has podido con otras mujeres
—argumenté.
—¡No estaba enamorado de ellas!
Me derretí. No pude evitarlo.
—Cariño... deseo hacerlo
—susurré—. Muchísimo.
Él emitió un sonido de
exasperación.
—Ayúdame a entenderlo.
—Cuando me falta la
respiración, no oigo el latido de tu corazón. No te siento temblar cuando yo
también estoy temblando. No puedo saborearte cuando tengo la boca seca de tanto
suplicarte que acabes conmigo.
Su hermoso rostro se suavizó.
—Pierdo la cabeza cada vez que
me corro dentro de ti. Basta con eso.
Negué con la cabeza.
—Tú has dicho que soy como tu
sueño húmedo preferido hecho realidad. Esos sueños no pueden haber consistido
siempre en que una chica se corra. ¿Qué me dices de las mamadas? ¿De las pajas
con la mano? Te encantan mis tetas. ¿No te gustaría follártelas hasta correrte
encima de mí?
—¡Joder, Eva! —La polla se le
puso dura en mi mano.
Rozándole los labios con los
míos, le abrí los pantalones con pericia.
—Quiero ser tu fantasía más
sucia —susurré—. Quiero ser sucia para ti.
—Ya eres lo que quiero que seas
—replicó con aire sombrío.
—¿De veras? —Le deslicé las
uñas por los costados suavemente, mordiéndome el labio inferior cuando él
siseó—. Entonces hazlo por mí. Me chiflan esos momentos en que, después de
haberte ocupado de mí, buscas tu propio orgasmo. Cuando te cambia el ritmo y la
atención, y te vuelves salvaje. Sé que en lo único que piensas es en esa
increíble sensación y en lo caliente que estás y en la fuerza con la que te vas
a correr. Me hace sentir muy bien ponerte de esa forma. Quiero pasar una noche
entera sintiéndome así.
Me apretó los muslos con las
manos.
—Con
una condición.
—¿Cuál?
—Para ti esta noche. El fin de
semana que viene, el juego es mío.
Me quedé boquiabierta.
—¿Para mí una noche y para ti
un fin de semana entero?
—Humm... todo un fin de semana
ocupándome de ti.
—¡Caray! —musité—, ¡qué bien se
te da negociar!
Afiló la sonrisa.
—Ése es el plan.
—Mamá dice que papá es una
máquina sexual.
Gideon me echó una mirada,
sonriendo, desde donde estaba sentado a mi lado en el suelo.
—Tienes un extraño catálogo de
películas en esa bonita cabeza tuya, cielo.
Tomé un sorbo de mi agua embotellada
y tragué justo a tiempo para recitar la siguiente frase de Poli de guardería.
—Mi papá es ginecólogo y se
pasa todo el día mirando vaginas.
Su risa me hizo tan feliz que
me sentí como en el séptimo cielo. Estaba alegre y relajado como hacía mucho
tiempo que no le veía. En parte tenía que ver con la mamada que le había hecho
en el sofá, seguida de una larga, lenta y resbaladiza paja manual en la ducha.
Pero en buena medida era por mí, estaba segura.
Cuando yo estaba de buen humor,
también lo estaba él. No dejaba de sorprenderme que ejerciera tanta influencia
sobre semejante hombre. Gideon era una fuerza de la naturaleza; su magnético
autodominio, tan imponente que hacía sombra a todos los que le rodeaban. Lo
veía a diario y me sobrecogía, pero ni de lejos tanto como el encantador y
divertidísimo amante que tenía para mí sola en nuestros momentos más íntimos.
—Oye —dije—, no te hará tanta
gracia cuando tus hijos vayan contando a sus profesores las mismas cosas de ti.
—Dado que tendrán que oírtelo a
ti, ya sé yo quién debería llevarse la azotaina.
Volvió la cabeza para seguir
viendo la película, como si no acabara de dejarme sin respiración. Gideon era
un hombre que había llevado una vida muy solitaria y, sin embargo, me había
incluido en ella de tal manera que hasta preveía un futuro que a mí me daba
miedo imaginar. Me asustaba la idea de exponerme a un desengaño del que no
saldría indemne.
Percibiendo mi silencio, puso
una mano en mi rodilla desnuda y volvió a mirarme.
—¿Aún tienes hambre?
Seguí con la mirada puesta en
las cajas de comida china que teníamos delante, en la mesita de centro, y las
rosas negras, que Gideon se había traído a casa para que pudiéramos disfrutar
de ellas todo el fin de semana.
No queriendo dar más
importancia a sus palabras de la que él había pretendido darles, respondí:
—Sólo de ti.
Llevé una mano a su regazo y le
tanteé la suave mole de su verga dentro de los bóxers que yo le había permitido
ponerse para cenar.
—Eres peligrosa —murmuró,
acercándose más.
Con un rápido movimiento, le
alcancé la boca con la mía, succionándole el labio
inferior.
—No me queda otra —respondí
entre dientes—, si quiero mantenerme a tu altura, Oscuro y Peligroso.
Él sonrió.
—Tengo que llamar a Cary —dije
con un suspiro—. Y ver si se ha marchado mi madre.
—¿Estás bien?
—Sí. —Apoyé la cabeza en su
hombro—. No hay nada como un poco de terapia Gideon para que las cosas se vean
de otra manera.
—¿He mencionado que también
hago visitas a domicilio, las veinticuatro horas del día?
Le hinqué los dientes en los
bíceps.
—Voy a ver cómo están las cosas
y, cuando vuelva, haré que te corras otra vez.
—No hace falta, gracias
—replicó, claramente divertido.
—Pero si aún no hemos jugado
con las chicas.
Se inclinó y hundió la cara en
mi escote.
—Hola, chicas.
Riendo, le di en los hombros y
él me empujó hacia atrás hasta que caí al suelo entre el sofá y la mesita de
centro. Me miró desde arriba, con los brazos duros y en tensión de sujetar su
peso. Dejó vagar la mirada, acariciándome el sujetador, mi tripa desnuda, las
ligas y el tanga. El conjunto posducha que me había puesto era rojo chillón, y
lo había elegido para mantener a Gideon revolucionado.
—Eres mi amuleto de la suerte
—dijo.
Le apreté los bíceps.
—¿De veras?
—Sí. —Me lamió la parte
superior de mis turgentes pechos —. Eres una delicia mágica.
—¡Oh, Dios mío! —exclamé,
riendo—. Zalamero.
Me miró con ojos risueños.
—Ya te dije lo que pienso del
romanticismo.
—Menuda trola. Eres el tío más
romántico que he conocido. Me parece increíble que hayas colgado en el baño las
toallas que te regalé.
—¿Cómo no iba a hacerlo? No
bromeaba cuando dije que me traes suerte. —Me besó—. Quería transferir la
participación que tenía en un casino de Milán, y las rosas negras llegaron
justo cuando un postor sacó a la venta una pequeña bodega en Burdeos a la que
yo había echado el ojo. Adivina cómo se llama... Le Rose Noir.
—Así que una bodega por un
casino, ¿eh? Ahora ya eres el rey del sexo, el vicio y el juego.
—Son empresas que me ayudan a
satisfacer a mi diosa del deseo, el placer y las agudezas sensibleras.
Deslicé las manos por sus
costados y metí los dedos por la cinturilla del pantalón.
—¿Y cuándo voy a probar el
vino?
—¿Cuándo vas a ayudarme a idear
la campaña publicitaria para él?
—No te das por vencido,
¿verdad? —respondí con un suspiro.
—No, cuando quiero algo, no.
—Se arrodilló y me ayudó a sentarme—. Y te quiero a ti. Mucho, muchísimo.
—Ya me tienes —repliqué, usando
sus palabras.
—Tengo
tu corazón y tu cuerpo enloquecedoramente sexy. Ahora quiero tu cerebro. Lo
quiero todo.
—Necesito reservarme algo para
mí.
—No. Tómame a mí a cambio.
—Gideon alargó las manos para abarcar los cachetes desnudos de mi trasero—. Un
trato poco equitativo, siento decir.
—Llevas todo el día negociando.
—Giroux quedó contento con el
trato. A ti te ocurrirá otro tanto, te lo prometo.
—¿Giroux? —El corazón se me
aceleró—. ¿Alguna relación con Corinne?
—Es su marido. Aunque están
distanciados y planteándose el divorcio, como ya sabes.
—¡No fastidies! ¿Haces negocios
con su marido?
Torció el gesto.
—Es la primera vez. Y
probablemente la última, aunque sí le dije que mantenía una relación con una
mujer muy especial... y que no es su mujer.
—El problema es que ella está
enamorada de ti.
—No me conoce. —Me puso una
mano en la nuca y frotó su nariz contra la mía—. Date prisa y llama a Cary. Yo
recojo la cena. Luego nos morreamos.
—Desalmado.
—Tía buena.
Me levanté y fui a por mi bolso
para coger el teléfono. Gideon me agarró una liga y la soltó de repente,
produciéndome una sacudida por toda la piel. Para mi sorpresa, la punzada de
dolor que sentí me excitó. Le aparté la mano de una palmada y corrí fuera de su
alcance.
Cary contestó al segundo tono
de llamada.
—Hola, nena. ¿Sigues bien?
—Sí. Y tú sigues siendo el
mejor amigo del mundo. ¿Mi madre anda aún por ahí?
—Salió en libertad bajo fianza
hará poco más de una hora. ¿Te vas a quedar en casa de tu amante?
—Sí, a menos que me necesites.
—No, estoy bien. Trey viene de
camino.
Eso hizo que no me sintiera mal
por pasar una segunda noche fuera de casa.
—Salúdale de mi parte.
—Claro. Y le besaré también.
—Bueno, si es de mi parte, que
no sea demasiado fogoso y húmedo.
—Aguafiestas. Oye, ¿recuerdas
que pediste que hiciera algunas averiguaciones sobre el Buen Doctor Lucas? De
momento, lo único que he encontrado es un montón de nada. No parece que haga
gran cosa aparte de su trabajo. No tiene hijos, y su mujer es médico también.
Psiquiatra.
Eché una cautelosa mirada a
Gideon, para asegurarme de que no oía nada.
—¿En serio?
—¿Por qué? ¿Es importante?
—No, supongo que no. Sólo
que... creía que los psicólogos tenían más ojo para la gente.
—¿La conoces?
—No.
—¿Qué pasa, Eva? Últimamente
todo son intrigas y misterio contigo, y está empezando a encabronarme.
Me
senté en un taburete de la cocina y le expliqué todo lo que pude.
—Conocí al doctor Lucas en una
cena benéfica, luego volví a verle cuando tú estabas en el hospital. En las dos
ocasiones habló mal de Gideon y simplemente trato de averiguar de qué va.
—Vamos, Eva. ¿Qué otra cosa
puede ser aparte de que Gideon se haya tirado a su mujer?
Como no podía revelar un pasado
que no era el mío, no respondí.
—Volveré a casa mañana por la
tarde. ¿Seguro que no quieres venir a la juerga de chicas?
—Vale, muy bien, cambia de tema
—refunfuñó Cary—. Sí, seguro que no quiero ir. Todavía no estoy preparado para
la noche. Se me pone la carne de gallina sólo de pensarlo.
Nathan había atacado a Cary en
la puerta de un club, y Cary aún estaba recuperándose. Por alguna razón, se me
había olvidado que la mente tarda más tiempo en curarse. Él aparentaba llevarlo
bien, pero yo debería haberme dado cuenta de que las cosas no son tan
sencillas.
—¿Dentro de dos fines de semana
quieres ir a San Diego? ¿A ver a mi padre, a nuestros amigos... quizá incluso
al doctor Travis, si nos apetece?
—Muy sutil, Eva —respondió
secamente—. Pero sí, suena bien. A lo mejor necesito que me prestes dinero,
dado que ahora no estoy trabajando.
—Sin problema. Yo me encargo de
los preparativos y ya haremos cuentas.
—Ah, antes de que cuelgues. Ha
llamado una amiga tuya... una tal Deanna. Se me olvidó decírtelo cuando
hablamos antes. Dice que tiene noticias y que le gustaría que la llamaras.
Eché un vistazo a Gideon.
Nuestras miradas se cruzaron, y algo en mi expresión debió de delatarme, porque
sus ojos adoptaron aquella conocida dureza. Vino hacia mí con su larga y ágil
zancada, con las sobras de la cena metidas en la bolsa original en la que había
venido.
—¿Le has dicho algo? —pregunté
a Cary en voz baja.
—¿Que si le dicho algo?
¿Como qué?
—Como algo que no le dirías a
un periodista, porque eso es lo que es ella.
Gideon adoptó una expresión
pétrea. Pasó junto a mí para tirar la basura en el compactador, luego volvió a
mi lado.
—¿Eres amiga de una periodista?
¿Se te han cruzado los cables?
—No, no es amiga mía. Ignoro
cómo habrá averiguado el número de casa, a menos que haya llamado desde
recepción.
—¿Qué demonios quiere?
—Desacreditar a Gideon. Está
empezando a cabrearme. No se despega de él.
—Si vuelve a llamar, la mandaré
a hacer puñetas.
—No, no lo hagas. —Sostuve la
mirada de Gideon—. Simplemente no le des ninguna información de ningún tipo.
¿Dónde le has dicho que estaba?
—Fuera.
—Perfecto. Gracias, Cary.
Llámame si me necesitas para algo.
—Que te lo folles bien.
—¡Por Dios, Cary! —Meneé la
cabeza y colgué.
—¿Te ha llamado Deanna Johnson?
—preguntó Gideon con los brazos cruzados.
—Eso es. Y estoy por devolverle
la llamada.
—Ni se te ocurra.
—Calla,
cavernícola. No me vengas con la mierda esa de «yo Cross, tú pequeña mujer
Cross» —le espeté—. Por si ya lo has olvidado, hemos hecho un trato. Te
pertenezco y me perteneces. Protejo lo que es mío.
—Eva, no libres mis batallas
por mí. Sé cuidar de mí mismo.
—Me consta. Llevas toda la vida
haciéndolo. Ahora me tienes a mí. Yo me encargo de esto.
Algo cambió en su expresión tan
rápidamente que no supe ver si estaba mosqueándose.
—No quiero que tengas que
ocuparte de mi pasado.
—Tú te ocupaste del mío.
—Eso era diferente.
—Una amenaza es una amenaza,
campeón. Estamos en esto juntos. Se ha puesto en contacto conmigo, lo que me
convierte en tu mejor baza para averiguar lo que está tramando.
Alzó una mano en un gesto de
frustración, y a continuación se la pasó por el pelo. Tuve que esforzarme en no
distraerme al ver cómo se le flexionaba el torso con la agitación, cómo se le
contraían los abdominales y se le endurecían los bíceps.
—Me importa una mierda lo que
esté tramando. Tú sabes la verdad, y eres la única persona que me importa.
—Si crees que voy a quedarme
aquí sentada mientras ella te crucifica en la prensa, más vale que revises tus
planteamientos.
—A mí no puede hacerme daño a
menos que te lo haga a ti, y puede que sea eso lo que realmente quiere.
—Si no hablo con ella, no lo
sabremos nunca. —Saqué de mi bolso la tarjeta de Deanna y marqué su número de
teléfono, evitando que el mío apareciera en el identificador de llamadas de su
aparato.
—Eva, ¡maldita sea!
Activé el altavoz y dejé el teléfono
en la encimera.
—Deanna Johnson —contestó
rápidamente.
—Deanna, soy Eva Tramell.
—Hola, Eva. —Su tono de voz
cambió, dando por descontada una cordialidad que aún no habíamos establecido—.
¿Cómo estás?
—Bien, ¿y tú? —Observé a
Gideon, pues quería ver qué efecto le producía oír la voz de Deanna. Él me
devolvió la mirada, con cara de estar deliciosamente cabreado. Me había
resignado al hecho de que estuviera del humor que estuviese siempre le
encontraba irresistible.
—Hay mucha agitación, y en mi trabajo
eso es bueno.
—También lo es que compruebes
tus datos.
—Que es una de las razones por
las que te he llamado. Tengo una fuente que afirma que Gideon interrumpió un
lío amoroso entre tu compañero de piso, otro tipo y tú, y se puso hecho una
furia. El tipo terminó en el hospital y ahora va a presentar cargos por
agresión. ¿Es verdad?
Me quedé helada; me zumbaba
tanto la sangre en los oídos que casi no oía. La noche en que conocí a Corinne,
al llegar a casa me había encontrado a Cary en una orgía de varios en la que
también había un tipo llamado Ian. Cuando éste, desnudo, me propuso unirme a
ellos, Gideon declinó la invitación con los puños.
Miré a Gideon y se me puso un
nudo en el estómago. Era verdad. Iban a
demandarle.
Podía verlo en su cara, carente de toda emoción, ocultos sus pensamientos tras
una máscara perfecta.
—No, no es verdad.
—¿Qué parte?
—No tengo nada más que decirte.
—También tengo un testimonio de
primera mano sobre un altercado entre Gideon y Brett Kline, supuestamente
porque te pillaron dándote un buen achuchón con Kline. ¿Es verdad?
Apretaba con tanta fuerza el
borde de la encimera que se me pusieron blancos los nudillos.
—A tu compañero de piso le han
atacado recientemente —siguió—. ¿Tuvo Gideon algo que ver con eso?
Oh, Dios mío...
—Te has vuelto loca —dije
fríamente.
—En las imágenes de Gideon y de
ti discutiendo en Bryant Park se le ve muy agresivo y brusco físicamente
contigo. ¿Sufres maltrato en tu relación con Gideon Cross? ¿Es violento y tiene
un temperamento incontrolable? ¿Le tienes miedo, Eva?
Gideon se dio media vuelta y se
fue, dirigiéndose por el pasillo hasta el despacho que tenía en la casa.
—Que te den, Deanna —proferí—.
¿Vas a destrozar la reputación de un inocente porque no sabes cómo manejar las
relaciones sexuales esporádicas? Bonita manera de representar a la mujer
moderna y sofisticada.
—Contestó al teléfono —siseó—
antes de terminar. Contestó al puto teléfono y se puso a hablar sobre una
inspección de una de sus propiedades. Y en mitad de la conversación vio que
estaba esperándole allí tendida y me dijo: «Puedes marcharte». Así, sin más. Me
trató como a una puta, sólo que no cobré. Ni siquiera me ofreció una bebida.
Cerré los ojos. Dios.
—Lo siento, Deanna.
Sinceramente. Yo también he conocido a unos cuantos gilipollas y todo indica
que él lo fue contigo. Pero lo que estás haciendo es un error.
—No es un error si es verdad.
—Pero no lo es.
Suspiró.
—Siento mucho que estés en el
medio, Eva.
—No, no lo sientes. —Pulsé la
tecla de finalizar y me levanté con la cabeza agachada, agarrándome a la
encimera mientras todo me daba vueltas.
Volver a capítulos
Volver a capítulos
No hay comentarios:
Publicar un comentario