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Atada a Tí - Silvia Day - Capítulo 7

–Cielo.
La voz de Gideon y el tacto de sus manos me sacaron del sueño. Mascullé una queja cuando me colocó de lado, y noté que el calor de su cuerpo me templaba la espalda. Me rodeó la cintura con uno de sus musculosos brazos y me acercó a él.
Pegada a él al estilo cuchara, con los bíceps de su otro brazo bajo mi mejilla, volví a caer en la inconsciencia.
Cuando me desperté, era como si hubieran pasado varios días. Me quedé un buen rato tumbada en el sofá con los ojos cerrados, empapándome de la calidez del vigoroso cuerpo de Gideon y respirando aquel aire que olía a él. Después de unos largos minutos, pensé que si seguía durmiendo solo conseguiría alterar mi reloj biológico aún más. Desde que volvíamos a estar juntos, nos habíamos acostado tarde y levantado pronto muchos días, y estaban pasándome factura.
—Has estado llorando —murmuró, hundiendo la cara en mi pelo—. ¿Qué te pasa?
Enredé mis brazos con los suyos, arrimándome más a él. Le conté lo del reloj.
—Creo que me he pasado —concluí—. Estaba cansada, y eso me pone de mal humor. Pero... me ha dolido. Me ha fastidiado un regalo que significaba mucho para mí, ¿me entiendes?
—Me lo imagino. —Trazaba con los dedos suaves círculos en mi estómago, acariciándome a través de la blusa de seda—. Lo siento.
Levanté la vista hacia las ventanas y vi que había anochecido.
—¿Qué hora es?
—Las ocho pasadas.
—¿A qué hora has llegado?
—A las seis y media.
Me volví para mirarle.
—Pronto para ti.
—En cuanto supe que estabas aquí, no pude dejar de venir. Desde que llegaron tus flores no he deseado otra cosa que estar contigo.
—¿Te han gustado?
Sonrió.
—He de decir que leer tus palabras escritas por Angus resultó... interesante.
—No quería correr riesgos.
Me besó la punta de la nariz.
—Pero sí malacostumbrarme.
—Quiero hacerlo. Quiero echarte a perder para otras mujeres.
Me rozó el labio inferior con la yema del pulgar.
—Lo conseguiste desde el momento en que te vi.
—Zalamero. —Estar con Gideon y saber que yo era lo único que le importaba en aquel momento me levantó el ánimo—. ¿Estás intentado colarte en mis bragas otra vez?
—No llevas bragas.
—¿Eso es un no?
—Eso es un sí, quiero meterme bajo tu falda. —Se le encapotaron los ojos cuando le mordisqueé el pulgar—. Y dentro de ese pequeño, caliente, húmedo y prieto coño tuyo. Llevo queriéndolo todo el día. Lo quiero ahora mismo, pero esperaremos hasta que te encuentres mejor.
—Podrías besarlo y aliviarlo.
—¿Besar qué, exactamente?
—Todo. Por todas partes.
Sabía que podía acostumbrarme a tenerle de aquella forma, sólo para mí, que era eso lo que quería. Lo cual resultaba imposible, claro está.
Miles de pequeños trocitos de él se dedicaban a miles de personas, proyectos y compromisos. Si algo había aprendido de los múltiples matrimonios de mi madre con empresarios triunfadores, era que las esposas a menudo acababan siendo amantes, y casi siempre ocupaban un lugar secundario porque los maridos se habían casado también con el trabajo. Cuando un hombre se convierte en líder del campo de trabajo que ha elegido es porque se entrega a él por entero. A la mujer con la que comparte la vida le tocan sólo las sobras.
Gideon me remetió el pelo detrás de la oreja.
—Esto es lo que quiero. Venir a casa y encontrarte a ti.
Siempre me sorprendía que de alguna manera me leyera el pensamiento.
—¿Te habría gustado más encontrarme descalza en la cocina?
—No me opondría, pero desnuda en la cama me parece mejor.
—Soy una cocinera excelente, pero sólo me quieres por mi cuerpo.
Él sonrió.
—Es el delicioso paquete que contiene todo demás lo que yo quiero.
—Yo te enseño el mío si tú me enseñas el tuyo.
—Me encantaría. —Lentamente me deslizó los dedos por la mejilla—. Pero primero quiero asegurarme de que tienes el estado de ánimo adecuado, después de la pelea con tu madre.
—Lo superaré.
—Eva. —Su tono de voz fue una advertencia de que nada le haría desistir.
Dejé escapar un suspiro.
—La perdonaré, siempre lo hago. Lo cierto es que no tengo elección, porque la quiero y sé que lo hace con buena intención, por muy equivocada que esté. Pero lo del reloj...
—Continúa.
Me froté el dolor que tenía en el pecho.
—Algo se ha roto en nuestra relación. Y pase lo que pase, siempre va a haber una brecha que antes no existía. Eso es lo que me duele.
Gideon se quedó callado durante un buen rato. Me deslizó una mano por el pelo, mientras que con la otra se me aferraba posesivamente a la cadera. Esperé a que dijera lo que estaba pensando.
—Yo también he roto algo en nuestra relación —afirmó finalmente en tono sombrío—. Me temo que siempre estará entre nosotros.
La tristeza que había en sus ojos me traspasó, hiriéndome.
—Deja que me levante.
Lo hizo, a regañadientes, mirándome con recelo mientras estaba de pie. Vacilé antes
de bajarme la cremallera de la falda.
—Ahora sé lo que se siente al perderte, Gideon. Lo mucho que duele. Si me excluyes, probablemente hará que me asuste un poco. Tendrás que tener cuidado con eso, y yo tendré que confiar en que tu amor va a perdurar.
Él hizo un gesto de entendimiento y aceptación con la cabeza, pero me di cuenta de que le estaba reconcomiendo.
—Magdalene ha venido a verme hoy —dije, para distraerle del permanente precipicio que había entre nosotros.
Se puso tenso.
—Le dije que no lo hiciera.
—No pasa nada. Probablemente le preocupaba que yo albergara algún rencor, pero creo que se dio cuenta de que te quiero demasiado para hacerte daño.
Se incorporó al dejar caer yo la falda. Ésta se desplomó en el suelo, y medias y ligas quedaron al descubierto, lo cual hizo que me ganara un lento silbido que él emitió entre dientes. Volví al sofá y me puse a horcajadas sobre sus muslos, rodeándole el cuello con mis brazos. Noté el calor de su aliento a través de la seda de mi blusa, alterándome la sangre.
—Oye. —Le pasé ambas manos por el pelo, acariciándole con la mejilla—. Deja de preocuparte por nosotros. Creo que tendríamos que estar preocupados por Deanna Johnson. ¿Qué es lo peor que podría sacar de ti a la luz?
Echó la cabeza hacia atrás y entrecerró los ojos.
—Es mi problema. Yo me encargo de ella.
—Creo que está detrás de algo escandaloso. Creo que mostrarte como un cruel playboy no le parecerá suficiente.
—No te preocupes. La única razón por la que me importa es porque no quiero que te arrojen mi pasado a la cara.
—Te veo muy confiado. —Empecé a desabrocharle los botones del chaleco. Le quité la corbata y la dejé con cuidado en el respaldo del sofá—. ¿Vas a hablar con ella?
—Intento pasar de ella.
—¿Tú crees que ésa es la mejor forma de manejar este asunto? —Me puse manos a la obra con su camisa.
—Trata de llamar mi atención, pero no va a conseguirlo.
—Buscará otra manera, entonces.
Se arrellanó en el asiento, ladeando el cuello hacia arriba para mirarme.
—La única forma de que una mujer capte mi atención es siendo tú.
Le besé, tirando del faldón de su camisa. Se movió para que me fuera más fácil sacárselo de entre los pantalones.
—Tienes que explicarme qué ocurre con Deanna —murmuré—. ¿Qué la ha llevado a ponerse así?
Él suspiró.
—Fue un error en todos los sentidos. Se me puso a tiro en una ocasión, y yo tenía como norma evitar que hubiera una segunda vez con mujeres demasiado entusiastas.
—Y eso no te hace parecer un perfecto gilipollas.
—No puedo cambiar lo que ha pasado —dijo fríamente.
Era evidente que se sentía avergonzado. Podía ser un idiota como cualquier otro tío, pero nunca se enorgullecía de ello.
—Casualmente Deanna cubría un evento donde Anne Lucas estaba creándome
problemas —continuó—. Me serví de Deanna para evitar que Anne se me acercara. Después no me sentí bien y tampoco supe manejar la situación.
—Me hago una idea. —Le abrí la camisa, exponiendo su piel tersa y cálida.
Recordando cómo reaccionó la primera vez que nos acostamos, podía imaginarme cómo se había portado con Deanna. Conmigo, enseguida se cerró y me excluyó, lo cual hizo que me sintiera utilizada y despreciable. Después luchó por recuperarme, pero la periodista no fue tan afortunada.
—Y no quieres tener ningún contacto con ella para que no se haga ilusiones —resumí—. Seguramente sigue colada por ti.
—Lo dudo. No creo que haya cruzado más de una docena de palabras con ella.
—Te portaste como un imbécil conmigo también, pero me enamoré de ti de todos modos.
Deslicé las manos amorosamente por aquel pecho macizo, acariciando la oscura pelusa antes de aventurarme por el estrecho y delicado sendero que continuaba más abajo de la cinturilla. Sus abdominales se estremecieron con mi tacto, y cambió el tempo de su respiración.
Me hundí en su regazo y contemplé su cuerpo con adoración. Tracé círculos con los pulgares alrededor de las diminutas puntas de sus pezones y observé cómo reaccionaba, esperando que sucumbiera al sutil placer de mis caricias. Bajé la cabeza y le besé en el cuello, notando cómo se le alteraba el pulso bajo mis labios e inhalando el aroma viril de su piel. Nunca gozaba lo suficiente de él, porque siempre le daba la vuelta a la situación y terminaba gozando él de mí.
Gideon gimió y me agarró del pelo.
—Eva.
—Me encanta cómo me respondes —susurré, seducida por el hecho de tener a aquel hombre descaradamente sexual a mi merced—. Como si no pudieras evitarlo.
—Y no puedo. —Deslizó los dedos entre mi pelo desaliñado tras el sueño—. Me tocas como si me adoraras.
—Es que te adoro.
—Lo noto en tus manos, en tu boca..., en cómo me miras. —Tragó saliva y seguí el movimiento con los ojos.
—Nunca he querido nada más. —Le acaricié el torso, siguiendo sus musculosos pectorales, y a continuación la línea de cada costilla. Como un entendido que admira la perfección de una inestimable obra de arte—. Vamos a jugar a un juego.
Se pasó la lengua rápidamente por la curva del labio, haciendo que el sexo se me contrajera de envidia. Él lo sabía. Lo vi en cómo le brillaron los ojos, peligrosamente.
—Depende de las reglas.
—Esta noche eres mío, campeón.
—Siempre lo soy.
Me desabroché la blusa y me desprendí de ella, dejando al descubierto mi sujetador blanco de media copa y el tanga a juego.
—Cielo —musitó. Noté cómo su ardiente mirada se deslizaba por mi carne desnuda. Hizo ademán de tocarme, pero yo le agarré las muñecas, deteniéndole.
—Regla número uno: voy a chuparte, acariciarte y provocarte toda la noche. Tú te vas a correr hasta que se te nuble la vista. —Le abarqué el sexo a través de los pantalones y le masajeé aquella verga dura con la palma de la mano—. Regla número dos: tú te vas a quedar ahí tumbado y vas a gozar, sin más.
—¿Sin devolver el favor?
—Exacto.
—De eso nada.
Hice un mohín.
—Anda, porfa...
—Cielo, el que tú te corras constituye para mí el noventa por cierto de la diversión.
—¡Pero entonces estoy tan ocupada corriéndome que no gozo de ti! —me quejé—. Sólo por una vez, una noche, quiero que seas egoísta. Quiero que te dejes llevar, que seas animal, que te corras porque te gusta y estés a punto.
Apretó los labios.
—No puedo hacerlo. Te necesito conmigo.
—Sabía que dirías eso. —Porque en una ocasión le había dicho que me excitaba que un hombre me utilizara para su placer. Necesitaba sentirme amada y deseada también, no como un cuerpo femenino intercambiable en el que eyacular, sino como Eva, como mujer individual necesitada de verdadero afecto acompañado de sexo—. Pero éste es mi juego y se juega según mis reglas.
—Aún no he accedido a jugar.
—Déjame terminar.
Gideon espiró despacio.
—No puedo hacerlo, Eva.
—Has podido con otras mujeres —argumenté.
—¡No estaba enamorado de ellas!
Me derretí. No pude evitarlo.
—Cariño... deseo hacerlo —susurré—. Muchísimo.
Él emitió un sonido de exasperación.
—Ayúdame a entenderlo.
—Cuando me falta la respiración, no oigo el latido de tu corazón. No te siento temblar cuando yo también estoy temblando. No puedo saborearte cuando tengo la boca seca de tanto suplicarte que acabes conmigo.
Su hermoso rostro se suavizó.
—Pierdo la cabeza cada vez que me corro dentro de ti. Basta con eso.
Negué con la cabeza.
—Tú has dicho que soy como tu sueño húmedo preferido hecho realidad. Esos sueños no pueden haber consistido siempre en que una chica se corra. ¿Qué me dices de las mamadas? ¿De las pajas con la mano? Te encantan mis tetas. ¿No te gustaría follártelas hasta correrte encima de mí?
—¡Joder, Eva! —La polla se le puso dura en mi mano.
Rozándole los labios con los míos, le abrí los pantalones con pericia.
—Quiero ser tu fantasía más sucia —susurré—. Quiero ser sucia para ti.
—Ya eres lo que quiero que seas —replicó con aire sombrío.
—¿De veras? —Le deslicé las uñas por los costados suavemente, mordiéndome el labio inferior cuando él siseó—. Entonces hazlo por mí. Me chiflan esos momentos en que, después de haberte ocupado de mí, buscas tu propio orgasmo. Cuando te cambia el ritmo y la atención, y te vuelves salvaje. Sé que en lo único que piensas es en esa increíble sensación y en lo caliente que estás y en la fuerza con la que te vas a correr. Me hace sentir muy bien ponerte de esa forma. Quiero pasar una noche entera sintiéndome así.
Me apretó los muslos con las manos.
—Con una condición.
—¿Cuál?
—Para ti esta noche. El fin de semana que viene, el juego es mío.
Me quedé boquiabierta.
—¿Para mí una noche y para ti un fin de semana entero?
—Humm... todo un fin de semana ocupándome de ti.
—¡Caray! —musité—, ¡qué bien se te da negociar!
Afiló la sonrisa.
—Ése es el plan.
—Mamá dice que papá es una máquina sexual.
Gideon me echó una mirada, sonriendo, desde donde estaba sentado a mi lado en el suelo.
—Tienes un extraño catálogo de películas en esa bonita cabeza tuya, cielo.
Tomé un sorbo de mi agua embotellada y tragué justo a tiempo para recitar la siguiente frase de Poli de guardería.
—Mi papá es ginecólogo y se pasa todo el día mirando vaginas.
Su risa me hizo tan feliz que me sentí como en el séptimo cielo. Estaba alegre y relajado como hacía mucho tiempo que no le veía. En parte tenía que ver con la mamada que le había hecho en el sofá, seguida de una larga, lenta y resbaladiza paja manual en la ducha. Pero en buena medida era por mí, estaba segura.
Cuando yo estaba de buen humor, también lo estaba él. No dejaba de sorprenderme que ejerciera tanta influencia sobre semejante hombre. Gideon era una fuerza de la naturaleza; su magnético autodominio, tan imponente que hacía sombra a todos los que le rodeaban. Lo veía a diario y me sobrecogía, pero ni de lejos tanto como el encantador y divertidísimo amante que tenía para mí sola en nuestros momentos más íntimos.
—Oye —dije—, no te hará tanta gracia cuando tus hijos vayan contando a sus profesores las mismas cosas de ti.
—Dado que tendrán que oírtelo a ti, ya sé yo quién debería llevarse la azotaina.
Volvió la cabeza para seguir viendo la película, como si no acabara de dejarme sin respiración. Gideon era un hombre que había llevado una vida muy solitaria y, sin embargo, me había incluido en ella de tal manera que hasta preveía un futuro que a mí me daba miedo imaginar. Me asustaba la idea de exponerme a un desengaño del que no saldría indemne.
Percibiendo mi silencio, puso una mano en mi rodilla desnuda y volvió a mirarme.
—¿Aún tienes hambre?
Seguí con la mirada puesta en las cajas de comida china que teníamos delante, en la mesita de centro, y las rosas negras, que Gideon se había traído a casa para que pudiéramos disfrutar de ellas todo el fin de semana.
No queriendo dar más importancia a sus palabras de la que él había pretendido darles, respondí:
—Sólo de ti.
Llevé una mano a su regazo y le tanteé la suave mole de su verga dentro de los bóxers que yo le había permitido ponerse para cenar.
—Eres peligrosa —murmuró, acercándose más.
Con un rápido movimiento, le alcancé la boca con la mía, succionándole el labio
inferior.
—No me queda otra —respondí entre dientes—, si quiero mantenerme a tu altura, Oscuro y Peligroso.
Él sonrió.
—Tengo que llamar a Cary —dije con un suspiro—. Y ver si se ha marchado mi madre.
—¿Estás bien?
—Sí. —Apoyé la cabeza en su hombro—. No hay nada como un poco de terapia Gideon para que las cosas se vean de otra manera.
—¿He mencionado que también hago visitas a domicilio, las veinticuatro horas del día?
Le hinqué los dientes en los bíceps.
—Voy a ver cómo están las cosas y, cuando vuelva, haré que te corras otra vez.
—No hace falta, gracias —replicó, claramente divertido.
—Pero si aún no hemos jugado con las chicas.
Se inclinó y hundió la cara en mi escote.
—Hola, chicas.
Riendo, le di en los hombros y él me empujó hacia atrás hasta que caí al suelo entre el sofá y la mesita de centro. Me miró desde arriba, con los brazos duros y en tensión de sujetar su peso. Dejó vagar la mirada, acariciándome el sujetador, mi tripa desnuda, las ligas y el tanga. El conjunto posducha que me había puesto era rojo chillón, y lo había elegido para mantener a Gideon revolucionado.
—Eres mi amuleto de la suerte —dijo.
Le apreté los bíceps.
—¿De veras?
—Sí. —Me lamió la parte superior de mis turgentes pechos —. Eres una delicia mágica.
—¡Oh, Dios mío! —exclamé, riendo—. Zalamero.
Me miró con ojos risueños.
—Ya te dije lo que pienso del romanticismo.
—Menuda trola. Eres el tío más romántico que he conocido. Me parece increíble que hayas colgado en el baño las toallas que te regalé.
—¿Cómo no iba a hacerlo? No bromeaba cuando dije que me traes suerte. —Me besó—. Quería transferir la participación que tenía en un casino de Milán, y las rosas negras llegaron justo cuando un postor sacó a la venta una pequeña bodega en Burdeos a la que yo había echado el ojo. Adivina cómo se llama... Le Rose Noir.
—Así que una bodega por un casino, ¿eh? Ahora ya eres el rey del sexo, el vicio y el juego.
—Son empresas que me ayudan a satisfacer a mi diosa del deseo, el placer y las agudezas sensibleras.
Deslicé las manos por sus costados y metí los dedos por la cinturilla del pantalón.
—¿Y cuándo voy a probar el vino?
—¿Cuándo vas a ayudarme a idear la campaña publicitaria para él?
—No te das por vencido, ¿verdad? —respondí con un suspiro.
—No, cuando quiero algo, no. —Se arrodilló y me ayudó a sentarme—. Y te quiero a ti. Mucho, muchísimo.
—Ya me tienes —repliqué, usando sus palabras.
—Tengo tu corazón y tu cuerpo enloquecedoramente sexy. Ahora quiero tu cerebro. Lo quiero todo.
—Necesito reservarme algo para mí.
—No. Tómame a mí a cambio. —Gideon alargó las manos para abarcar los cachetes desnudos de mi trasero—. Un trato poco equitativo, siento decir.
—Llevas todo el día negociando.
—Giroux quedó contento con el trato. A ti te ocurrirá otro tanto, te lo prometo.
—¿Giroux? —El corazón se me aceleró—. ¿Alguna relación con Corinne?
—Es su marido. Aunque están distanciados y planteándose el divorcio, como ya sabes.
—¡No fastidies! ¿Haces negocios con su marido?
Torció el gesto.
—Es la primera vez. Y probablemente la última, aunque sí le dije que mantenía una relación con una mujer muy especial... y que no es su mujer.
—El problema es que ella está enamorada de ti.
—No me conoce. —Me puso una mano en la nuca y frotó su nariz contra la mía—. Date prisa y llama a Cary. Yo recojo la cena. Luego nos morreamos.
—Desalmado.
—Tía buena.
Me levanté y fui a por mi bolso para coger el teléfono. Gideon me agarró una liga y la soltó de repente, produciéndome una sacudida por toda la piel. Para mi sorpresa, la punzada de dolor que sentí me excitó. Le aparté la mano de una palmada y corrí fuera de su alcance.
Cary contestó al segundo tono de llamada.
—Hola, nena. ¿Sigues bien?
—Sí. Y tú sigues siendo el mejor amigo del mundo. ¿Mi madre anda aún por ahí?
—Salió en libertad bajo fianza hará poco más de una hora. ¿Te vas a quedar en casa de tu amante?
—Sí, a menos que me necesites.
—No, estoy bien. Trey viene de camino.
Eso hizo que no me sintiera mal por pasar una segunda noche fuera de casa.
—Salúdale de mi parte.
—Claro. Y le besaré también.
—Bueno, si es de mi parte, que no sea demasiado fogoso y húmedo.
—Aguafiestas. Oye, ¿recuerdas que pediste que hiciera algunas averiguaciones sobre el Buen Doctor Lucas? De momento, lo único que he encontrado es un montón de nada. No parece que haga gran cosa aparte de su trabajo. No tiene hijos, y su mujer es médico también. Psiquiatra.
Eché una cautelosa mirada a Gideon, para asegurarme de que no oía nada.
—¿En serio?
—¿Por qué? ¿Es importante?
—No, supongo que no. Sólo que... creía que los psicólogos tenían más ojo para la gente.
—¿La conoces?
—No.
—¿Qué pasa, Eva? Últimamente todo son intrigas y misterio contigo, y está empezando a encabronarme.
Me senté en un taburete de la cocina y le expliqué todo lo que pude.
—Conocí al doctor Lucas en una cena benéfica, luego volví a verle cuando tú estabas en el hospital. En las dos ocasiones habló mal de Gideon y simplemente trato de averiguar de qué va.
—Vamos, Eva. ¿Qué otra cosa puede ser aparte de que Gideon se haya tirado a su mujer?
Como no podía revelar un pasado que no era el mío, no respondí.
—Volveré a casa mañana por la tarde. ¿Seguro que no quieres venir a la juerga de chicas?
—Vale, muy bien, cambia de tema —refunfuñó Cary—. Sí, seguro que no quiero ir. Todavía no estoy preparado para la noche. Se me pone la carne de gallina sólo de pensarlo.
Nathan había atacado a Cary en la puerta de un club, y Cary aún estaba recuperándose. Por alguna razón, se me había olvidado que la mente tarda más tiempo en curarse. Él aparentaba llevarlo bien, pero yo debería haberme dado cuenta de que las cosas no son tan sencillas.
—¿Dentro de dos fines de semana quieres ir a San Diego? ¿A ver a mi padre, a nuestros amigos... quizá incluso al doctor Travis, si nos apetece?
—Muy sutil, Eva —respondió secamente—. Pero sí, suena bien. A lo mejor necesito que me prestes dinero, dado que ahora no estoy trabajando.
—Sin problema. Yo me encargo de los preparativos y ya haremos cuentas.
—Ah, antes de que cuelgues. Ha llamado una amiga tuya... una tal Deanna. Se me olvidó decírtelo cuando hablamos antes. Dice que tiene noticias y que le gustaría que la llamaras.
Eché un vistazo a Gideon. Nuestras miradas se cruzaron, y algo en mi expresión debió de delatarme, porque sus ojos adoptaron aquella conocida dureza. Vino hacia mí con su larga y ágil zancada, con las sobras de la cena metidas en la bolsa original en la que había venido.
—¿Le has dicho algo? —pregunté a Cary en voz baja.
—¿Que si le dicho algo? ¿Como qué?
—Como algo que no le dirías a un periodista, porque eso es lo que es ella.
Gideon adoptó una expresión pétrea. Pasó junto a mí para tirar la basura en el compactador, luego volvió a mi lado.
—¿Eres amiga de una periodista? ¿Se te han cruzado los cables?
—No, no es amiga mía. Ignoro cómo habrá averiguado el número de casa, a menos que haya llamado desde recepción.
—¿Qué demonios quiere?
—Desacreditar a Gideon. Está empezando a cabrearme. No se despega de él.
—Si vuelve a llamar, la mandaré a hacer puñetas.
—No, no lo hagas. —Sostuve la mirada de Gideon—. Simplemente no le des ninguna información de ningún tipo. ¿Dónde le has dicho que estaba?
—Fuera.
—Perfecto. Gracias, Cary. Llámame si me necesitas para algo.
—Que te lo folles bien.
—¡Por Dios, Cary! —Meneé la cabeza y colgué.
—¿Te ha llamado Deanna Johnson? —preguntó Gideon con los brazos cruzados.
—Eso es. Y estoy por devolverle la llamada.
—Ni se te ocurra.
—Calla, cavernícola. No me vengas con la mierda esa de «yo Cross, tú pequeña mujer Cross» —le espeté—. Por si ya lo has olvidado, hemos hecho un trato. Te pertenezco y me perteneces. Protejo lo que es mío.
—Eva, no libres mis batallas por mí. Sé cuidar de mí mismo.
—Me consta. Llevas toda la vida haciéndolo. Ahora me tienes a mí. Yo me encargo de esto.
Algo cambió en su expresión tan rápidamente que no supe ver si estaba mosqueándose.
—No quiero que tengas que ocuparte de mi pasado.
—Tú te ocupaste del mío.
—Eso era diferente.
—Una amenaza es una amenaza, campeón. Estamos en esto juntos. Se ha puesto en contacto conmigo, lo que me convierte en tu mejor baza para averiguar lo que está tramando.
Alzó una mano en un gesto de frustración, y a continuación se la pasó por el pelo. Tuve que esforzarme en no distraerme al ver cómo se le flexionaba el torso con la agitación, cómo se le contraían los abdominales y se le endurecían los bíceps.
—Me importa una mierda lo que esté tramando. Tú sabes la verdad, y eres la única persona que me importa.
—Si crees que voy a quedarme aquí sentada mientras ella te crucifica en la prensa, más vale que revises tus planteamientos.
—A mí no puede hacerme daño a menos que te lo haga a ti, y puede que sea eso lo que realmente quiere.
—Si no hablo con ella, no lo sabremos nunca. —Saqué de mi bolso la tarjeta de Deanna y marqué su número de teléfono, evitando que el mío apareciera en el identificador de llamadas de su aparato.
—Eva, ¡maldita sea!
Activé el altavoz y dejé el teléfono en la encimera.
—Deanna Johnson —contestó rápidamente.
—Deanna, soy Eva Tramell.
—Hola, Eva. —Su tono de voz cambió, dando por descontada una cordialidad que aún no habíamos establecido—. ¿Cómo estás?
—Bien, ¿y tú? —Observé a Gideon, pues quería ver qué efecto le producía oír la voz de Deanna. Él me devolvió la mirada, con cara de estar deliciosamente cabreado. Me había resignado al hecho de que estuviera del humor que estuviese siempre le encontraba irresistible.
—Hay mucha agitación, y en mi trabajo eso es bueno.
—También lo es que compruebes tus datos.
—Que es una de las razones por las que te he llamado. Tengo una fuente que afirma que Gideon interrumpió un lío amoroso entre tu compañero de piso, otro tipo y tú, y se puso hecho una furia. El tipo terminó en el hospital y ahora va a presentar cargos por agresión. ¿Es verdad?
Me quedé helada; me zumbaba tanto la sangre en los oídos que casi no oía. La noche en que conocí a Corinne, al llegar a casa me había encontrado a Cary en una orgía de varios en la que también había un tipo llamado Ian. Cuando éste, desnudo, me propuso unirme a ellos, Gideon declinó la invitación con los puños.
Miré a Gideon y se me puso un nudo en el estómago. Era verdad. Iban a
demandarle. Podía verlo en su cara, carente de toda emoción, ocultos sus pensamientos tras una máscara perfecta.
—No, no es verdad.
—¿Qué parte?
—No tengo nada más que decirte.
—También tengo un testimonio de primera mano sobre un altercado entre Gideon y Brett Kline, supuestamente porque te pillaron dándote un buen achuchón con Kline. ¿Es verdad?
Apretaba con tanta fuerza el borde de la encimera que se me pusieron blancos los nudillos.
—A tu compañero de piso le han atacado recientemente —siguió—. ¿Tuvo Gideon algo que ver con eso?
Oh, Dios mío...
—Te has vuelto loca —dije fríamente.
—En las imágenes de Gideon y de ti discutiendo en Bryant Park se le ve muy agresivo y brusco físicamente contigo. ¿Sufres maltrato en tu relación con Gideon Cross? ¿Es violento y tiene un temperamento incontrolable? ¿Le tienes miedo, Eva?
Gideon se dio media vuelta y se fue, dirigiéndose por el pasillo hasta el despacho que tenía en la casa.
—Que te den, Deanna —proferí—. ¿Vas a destrozar la reputación de un inocente porque no sabes cómo manejar las relaciones sexuales esporádicas? Bonita manera de representar a la mujer moderna y sofisticada.
—Contestó al teléfono —siseó— antes de terminar. Contestó al puto teléfono y se puso a hablar sobre una inspección de una de sus propiedades. Y en mitad de la conversación vio que estaba esperándole allí tendida y me dijo: «Puedes marcharte». Así, sin más. Me trató como a una puta, sólo que no cobré. Ni siquiera me ofreció una bebida.
Cerré los ojos. Dios.
—Lo siento, Deanna. Sinceramente. Yo también he conocido a unos cuantos gilipollas y todo indica que él lo fue contigo. Pero lo que estás haciendo es un error.
—No es un error si es verdad.
—Pero no lo es.
Suspiró.
—Siento mucho que estés en el medio, Eva.

—No, no lo sientes. —Pulsé la tecla de finalizar y me levanté con la cabeza agachada, agarrándome a la encimera mientras todo me daba vueltas.

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