Llegué a mi mesa y me dejé caer
en la silla. Tenía las palmas de las manos húmedas sólo de pensar en hablar con
Brett, y me armé de valor para la pequeña emoción que me produciría hablar con
él y el sentimiento de culpa que la seguiría. No se trataba de que quisiera
recuperarle ni de que quisiera estar con él. Sencillamente hubo algo entre
nosotros y una cierta atracción sexual que fue puramente hormonal. No podía
evitarlo, pero tampoco iba a hacer nada al respecto.
Dejé mi bolso y la bolsa en la
que llevaba unos zapatos planos en un cajón de la mesa, paseando la mirada por
el collage enmarcado de fotos de Gideon y de mí juntos. Me lo había
regalado para que no dejara de pensar en él en ningún momento..., como si eso
fuera posible. Si hasta soñaba con él.
Sonó mi teléfono. La llamada
redirigida desde recepción. Brett no se había dado por vencido. Estaba decidida
a considerarla como una llamada profesional, con el fin de recordarle que me
encontraba en el trabajo y que las conversaciones personales estaban fuera de
lugar.
—Oficina de Mark Garrity. Eva
Tramell al habla —respondí.
—Eva. ¿Qué tal? Soy Brett.
Cerré los ojos mientras
asimilaba aquella voz del tipo que sonaba a S-E-X-O cubierto de chocolate.
Sonaba incluso más decadente y sexual que cuando cantaba, lo cual había
contribuido a lanzar a su banda, los Six-Ninths, al borde del estrellato. Había
firmado un contrato con Vidal Records, la compañía discográfica que dirigía el
padrastro de Gideon, Christopher Vidal sénior, una compañía de la que
inexplicablemente Gideon era accionista mayoritario.
Hablando de que el mundo es un
pañuelo.
—Hola —le saludé—. ¿Cómo va la
gira?
—Increíble. Todavía ando un
poco perdido, la verdad.
—Llevabas mucho tiempo
queriéndolo y te lo mereces. Disfruta de ello.
—Gracias. —Se quedó callado
unos instantes, y en ese espacio de tiempo, me lo imaginé. La última vez que le
vi tenía un aspecto imponente, con el pelo a lo punk y las puntas teñidas de
platino, y los ojos oscuros y enrojecidos de lo que me deseaba. Era alto y
musculoso sin ser corpulento, con el cuerpo trabajado por la actividad constante
y las exigencias de ser una estrella del rock. Tenía la piel morena cubierta de
tatuajes, y piercings en los pezones, que aprendí a chupar cuando quería
sentir su polla dura dentro de mí...
Pero no le llegaba a Gideon ni
a la suela de los zapatos. Brett podía gustarme como a cualquier otra mujer con
sangre en las venas, pero Gideon era un mundo aparte.
—Oye —dijo Brett—, ya sé que
estás trabajando, así que no quiero entretenerte. Vuelvo a Nueva York y me
gustaría verte.
Crucé los tobillos.
—No creo que sea buena idea.
—Vamos a estrenar el vídeo
musical de «Rubia» en Times Square —siguió—. Me gustaría que estuvieras allí
conmigo.
—Allí con... ¡Vaya! —Me froté
la frente. Momentáneamente desconcertada por su
petición,
decidí pensar en lo mucho que me daba la lata mi madre por frotarme la cara,
pues aseguraba que era la mejor forma de que te salieran arrugas—. Me halaga
mucho que me lo pidas, pero me gustaría saber... si te mola que seamos sólo
amigos.
—¡Joder, no! —Se rio—. Chica,
estás soltera. La pérdida de Cross es mi ganancia.
¡Mierda! Hacía ya casi tres semanas que habían aparecido en los
blogs de cotilleos las primeras imágenes de la escenificada reconciliación de
Gideon y Corinne. Al parecer, todo el mundo había decidido que ya era hora de
que me enrollara con otro tío.
—No es tan fácil. No estoy
lista para otra relación, Brett.
—Te estoy pidiendo una cita, no
un compromiso para toda la vida.
—Brett, en serio...
—Tienes que ir, Eva —insistió
con aquel susurro seductor con el que siempre conseguía que me bajara las
bragas—. Es tu canción. No aceptaré un no por respuesta.
—No te quedará más remedio.
—Me dolería mucho que no fueras
—dijo con voz queda—. Y no es broma. Iremos en plan de amigos, si hace falta,
pero tienes que ir.
Dejé escapar un hondo suspiro,
echando la cabeza hacia atrás.
—No quiero que te hagas
ilusiones. —Ni cabrear a Gideon...
—Te prometo que me lo tomaré
como un favor entre amigos.
Ya, y una mierda. No respondí.
No se dio por vencido. Nunca lo
haría.
—¿Vale? —machacó.
Alguien me puso una taza de
café en la mesa y, al levantar la vista, me encontré con Mark a mis espaldas.
—Vale —cedí, más que nada
porque tenía que trabajar.
—Sííí. —Había un tono triunfal
en su voz, que sonó como acompañado por un gesto de victoria con el puño—.
Podría ser tanto el jueves como el viernes por la noche; aún no estoy seguro.
Dame tu número de móvil y te mandaré un mensaje de texto cuando lo sepa a
ciencia cierta.
Se lo recité de un tirón.
—¿Lo has cogido? Tengo que
colgar.
—Que tengas un día estupendo en
el curro —dijo, haciéndome sentir mal por meterle prisa y ser antipática. Era
un chico majo y podría haber sido un buen amigo, pero esa posibilidad se fue al
garete en el día en que le besé.
—Gracias. Me alegro mucho por
ti, Brett. Adiós. —Puse el auricular en su soporte y sonreí a Mark—. Buenos
días.
—¿Va todo bien? —preguntó, con
un ceño ligeramente fruncido que le ensombrecía los ojos. Vestía un traje azul
marino con una corbata de color morado oscuro que hacía resaltar su tez morena.
—Sí. Gracias por el café.
—De nada. ¿Lista para trabajar?
—Por supuesto —respondí con una
sonrisa.
No tardé mucho tiempo en darme
cuenta de que a Mark le pasaba algo. Se le veía distraído y malhumorado, lo que
no era muy propio de él. Estábamos trabajando en la campaña de un software para
el aprendizaje de lenguas extranjeras, pero no ponía mucho interés. Le propuse
que habláramos un poco sobre la campaña en la que se animaba a
consumir
productos autóctonos, pero no sirvió de nada.
—¿Te pasa algo? —pregunté
finalmente, metiéndome, incómoda, en el terreno de la amistad, donde ambos
procurábamos no entrar en horas de trabajo.
Dejábamos el trabajo a un lado
cada dos semanas, cuando me invitaba a almorzar con su pareja, Steven, pero con
la prudencia de no salirnos de nuestros papeles de jefe y subordinada. Yo lo
agradecía muchísimo, dado que Mark sabía que mi padrastro era rico. No quería
que nadie me tuviera unas consideraciones que no me había ganado.
—¿Qué? —Levantó la mirada hacia
mí y luego se pasó una mano por el pelo, cortado al rape—. Perdona.
Dejé la tableta en las piernas.
—Pareces preocupado por algo.
Él se encogió de hombros,
haciendo rodar hacia atrás y hacia delante su silla Aeron.
—El domingo es mi séptimo
aniversario con Steven.
—Eso es estupendo —exclamé,
sonriendo. De todas las parejas que había conocido en mi vida, Mark y Steven
era la más estable y cariñosa—. Felicidades.
—Gracias —respondió,
esforzándose por esbozar una sonrisa.
—¿Vais a salir? ¿Has hecho
alguna reserva o quieres que me encargue yo de ello?
Meneó la cabeza.
—No hay nada decidido. No sé
qué sería mejor.
—¿Por qué no pensamos en algo?
Yo no he tenido muchos aniversarios, me apena reconocer; pero a mi madre se le
dan de muerte, y tengo alguna idea.
Tras haber sido el florero de
tres maridos ricos, Monica Tramell Barker Mitchell Stanton podría haberse
dedicado a organizar eventos si, en algún momento, hubiera tenido que ganarse
la vida.
—¿Prefieres algo íntimo? —le
sugerí—, ¿sólo para vosotros dos? ¿O una fiesta con los amigos y la familia?
¿Acostumbráis a haceros regalos?
—¡Quiero casarme! —soltó de
repente.
—Ah. Vale. —Me eché hacia atrás
en la silla—. En romanticismo me ganas por goleada.
Mark se rio sin ganas y a
continuación me miró con tristeza.
—Debería ser romántico. Dios
sabe que cuando Steven me lo pidió hace unos años, todo fueron corazones y
flores. Ya sabes lo melodramático que es. Fue a por todas.
Le miré con un parpadeo de
perplejidad.
—¿Le dijiste que no?
—Le dije que aún no. Estaba
empezando a irme bien aquí, en la agencia, a él estaban empezando a llegarle
algunos encargos francamente lucrativos, y los dos estábamos recuperándonos de
una dolorosa ruptura. No parecía el momento más apropiado y no terminaba de
entender sus razones para querer casarse.
—Eso nadie lo sabe nunca con
seguridad —dije en voz baja, más para mí misma que para él.
—Pero yo no quería que pensara
que dudaba de nosotros —continuó Mark, como si no me hubiera oído—, así que me
escudé en la institución del matrimonio, como un gilipollas.
Contuve una sonrisa.
—Tú no eres un gilipollas.
—En los últimos años no ha
dejado de repetir lo acertado que estuve al decir que no.
—Pero
no te negaste en redondo. Lo que le dijiste fue que no era el momento, ¿verdad?
—No lo sé. Ya no sé lo que le
dije. —Se inclinó hacia delante, apoyando los codos en la mesa y tapándose la
cara con las manos. La voz se le oía queda y apagada—. Me dio miedo. Tenía
veinticuatro años. Tal vez haya personas que se sientan preparadas para esa
clase de compromiso a esa edad, pero yo..., yo no lo estaba.
—¿Y ahora que tienes veintiocho
sí lo estás? —La misma edad que Gideon. Y pensar en ello me estremeció, en
parte porque yo tenía la misma edad que Mark cuando respondió que aún no era el
momento, y podía comprenderlo.
—Sí. —Mark levantó la cabeza y
me miró—. Estoy más que preparado. Es como si hubiera empezado la cuenta atrás
y yo estuviera cada vez más impaciente. Pero me temo que va a decir que no.
Quizá su momento fue cuatro años atrás y ahora ya ha pasado completamente.
—Ya sé que parecerá una
perogrullada, pero no lo sabrás mientras no se lo preguntes —y esbocé una
tranquilizadora sonrisa—. Él te quiere. Y mucho. Creo que las probabilidades
que tienes de oír un sí son muy altas.
Él sonrió, dejando entrever
unos dientes torcidos encantadores.
—Ya me dirás si quieres que me
encargue de la reserva.
—Te lo agradezco. —Se le serenó
la expresión—. Siento mucho sacar este tema cuando tú estás pasando por una
ruptura complicada.
—No te preocupes por mí. Estoy
bien.
Mark se me quedó mirando unos
instantes, y asintió.
—¿Almorzamos juntos?
Levanté la vista hacia el
rostro serio de Will Granger. Will era el último ayudante que había llegado a
Waters Field & Leaman y le había estado ayudando a aclimatarse. Lucía
patillas y unas gafas oscuras de montura cuadrada que le daban un aire
ligeramente beatnik retro que le favorecía.
—Claro. ¿Qué te apetece?
—Pasta y pan. Y tarta. Y a lo
mejor una patata asada.
Enarqué las cejas.
—Vale. Pero si luego acabo
amodorrada y babeando encima de la mesa, espero que me saques del atolladero
ante Mark.
—Eres una santa, Eva. Natalie
está siguiendo una dieta baja en carbohidratos y no puedo pasar un día más sin
almidón y sin azúcar. Mírame, me estoy quedando escuchimizado.
Por lo que él contaba, Will y
su novia del instituto, Natalie, parecían llevarse muy bien. Nunca he dudado de
que él bebía los vientos por ella —y daba la impresión de que ella hacía otro
tanto—, aunque se quejara cariñosamente de su preocupación por pequeñeces.
—Eso está hecho —dije,
sintiéndome un poco triste de repente. Estar separada de Gideon era una tortura,
sobre todo cuando me encontraba rodeaba de amigos que tenían sus propias
relaciones.
Era casi mediodía, y mientras
esperaba a Will envié un rápido mensaje de texto a Shawna —la casi cuñada de
Mark—para preguntarle si se apuntaba a una juerga de chicas el sábado por la
noche. Acababa de pulsar la tecla de enviar cuando sonó el teléfono de mi
mesa.
—Oficina de Mark Garrity
—respondí enérgicamente.
—Eva.
Me dio un escalofrío al oír la
voz ronca y grave de Gideon.
—Hola, campeón.
—Dime que estamos bien.
Me mordí el labio inferior, con
el corazón hecho un gurruño. El que no pudiéramos estar juntos debía de estar
causándole el mismo desasosiego que a mí.
—Claro que lo estamos. ¿Acaso
no te lo parece? ¿Ocurre algo?
—No. —Hizo una pausa—. Tenía
que oírtelo otra vez.
—¿No quedó claro ayer? —Cuando
te clavaba las uñas en la espalda...—. ¿O esta mañana? —Cuando me postré
ante ti.
—Quería oírtelo decir cuando no
estás mirándome. —La voz de Gideon me acariciaba los sentidos? Me excité tanto
que me dio vergüenza.
—Lo siento —susurré,
sintiéndome incómoda—. Sé que te molesta que las mujeres te cosifiquen. No
deberías aguantármelo.
—Nunca me quejaría de ser lo
que tú quieras que sea, Eva. Por Dios —dijo con brusquedad en la voz—. Me encanta
que te guste lo que ves, porque bien sabe Dios lo que a mí me gusta mirarte.
Cerré los ojos ante la oleada
de anhelo que me invadía. Saber lo que ahora sabía —que yo era fundamental para
él— me hacía mucho más difícil no estar con él.
—Te echo mucho de menos. Y
resulta extraño porque todo el mundo cree que hemos roto y que tengo que seguir
adelante...
—¡No! —Esa única palabra sonó
como una explosión, con tanta fuerza que di un respingo—. Maldita sea.
Espérame, Eva. Yo te he esperado toda la vida.
Tragué saliva y, al abrir los
ojos, vi que Will venía hacia mí. Bajé la voz.
—Te esperaré siempre, mientras
seas mío.
—No será para siempre. Estoy
haciendo todo lo que puedo. Confía en mí.
—Confío en ti.
De fondo se oyó el pitido de
otro teléfono que reclamaba su atención.
—Te veré a las ocho en punto
—dijo Gideon bruscamente.
—Sí.
Se cortó la conexión, y me
sentí sola al instante.
—¿Lista para papear? —preguntó
Will, frotándose las manos, disfrutando de la comida antes de tiempo. Megumi
había ido a almorzar con su fóbico-al-compromiso. Así que éramos Will, yo y
toda la pasta que pudiera comer en una hora.
Pensando que una buena modorra
inducida por ingesta de carbohidratos era lo que a lo mejor necesitaba, me
levanté y dije:
—¡Qué demonios, sí!
Cuando volvíamos de almorzar,
me compré una bebida energética sin carbohidratos en una tienda. Poco antes de
las cinco de la tarde, ya sabía que iba a ir a darle a la cinta de correr en
cuanto saliera de trabajar.
Era socia de Equinox, pero
realmente quería ir a un gimnasio CrossTrainer. Me afectaba mucho el que Gideon
y yo tuviéramos que estar separados, y pasar un rato en un lugar que me traía
tan buenos recuerdos me ayudaría a sobrellevarlo. Además, era una
cuestión
de lealtad. Gideon era mi pareja. Iba a hacer todo lo posible por pasar el
resto de mi vida con él. Para mí eso suponía apoyarle en todo lo que hiciera.
Volví andando a casa, a riesgo
de marchitarme por el camino; pero no importaba, ya que, de todas formas, iba a
sudar la gota gorda en el gimnasio. Cuando salí del ascensor en la planta de mi
apartamento, se me fueron los ojos hacia la puerta de al lado. Jugueteé con la
llave que Gideon me había dado. Se me pasó por la cabeza la idea de entrar a
echar un vistazo a su apartamento. ¿Sería parecido al de la Quinta Avenida? ¿O
muy diferente?
El ático de Gideon era
impresionante, con arquitectura de preguerra y todo el encanto del viejo mundo.
Era un espacio que destilaba abundancia, sin dejar por ello de ser cálido y
acogedor. Me resultaba igual de fácil imaginar a niños correteando por allí que
a dignatarios extranjeros.
¿Cómo sería aquel alojamiento
temporal? ¿Con escasos muebles, nada de arte y una exigua cocina? ¿Habría
llegado a instalarse?
Me detuve ante la puerta de mi
apartamento y, después de debatirme en la duda, resistí la tentación. Quería
que él me invitase a pasar.
Al entrar en el salón de mi
casa, oí una risa femenina. No me sorprendió encontrarme con una rubia de
piernas largas acurrucada al lado de Cary en mi sofá blanco, con la mano en su
regazo, acariciándole a través de los pantalones de deporte. Mi compañero de
piso seguía sin camisa, rodeando con los brazos a Tatiana Cherlin,
acariciándole lánguidamente los bíceps.
—Hola, nena —me saludó con una
sonrisa—. ¿Qué tal el curro?
—Como siempre. Hola, Tatiana.
Ésta me respondió con un gesto
de la barbilla. Era una mujer despampanante, lo cual era de esperar, dado que
era modelo. Dejando a un lado su aspecto, al principio no me cayó muy bien y
seguía sin hacerlo. Pero viendo a Cary, tenía que reconocer que a lo mejor ella
le venía bien de momento.
Ya le habían desaparecido los
moratones; pero aún estaba recuperándose de una brutal paliza, una emboscada de
Nathan que había desencadenado todos los acontecimientos que ahora me separaban
de Gideon.
—Voy a cambiarme para irme al
gimnasio —dije, dirigiéndome hacia el pasillo.
—Espera un momento, que tengo
que hablar con mi niña —oí que Cary le decía a Tatiana.
Entré en mi habitación y tiré
el bolso encima de la cama. Estaba hurgando en mi armario cuando Cary apareció
en la entrada.
—¿Qué tal estás? —le pregunté.
—Mejor. —Sus ojos tenían un
brillo de picardía—. ¿Y tú?
—Mejor.
Cruzó los brazos sobre su pecho
desnudo.
—¿Es eso gracias a quienquiera
que estuviera tricotando contigo anoche?
Cerré el cajón empujando con la
cadera.
—¿Lo dices en serio?
—repliqué—. Yo no te oigo a ti cuando estás en tu habitación. ¿Cómo es que me
oyes tú a mí en la mía?
Se dio unos golpecitos en la
sien.
—Tengo un radar para el sexo.
—¿Qué quieres decir con eso?
¿Que no tengo uno yo también?
—Más bien que Cross te provocó
un cortocircuito durante uno de sus sexatones. Aún no te has recuperado del
vigor de ese hombre. Ojalá se inclinara de mi lado y me
agotara
a mí.
Le arrojé mi sujetador
deportivo.
Lo cogió con destreza,
riéndose.
—Bueno, ¿quién era?
Me mordí el labio, no queriendo
mentir a la única persona que siempre me había dicho la verdad aunque doliera.
Pero no me quedaba más remedio.
—Un tipo que trabaja en el
Crossfire.
Desvaneciéndosele la sonrisa,
Cary entró en la habitación y cerró la puerta a sus espaldas.
—¿Y sencillamente te levantaste
y decidiste traértelo a casa y pasarte la noche follando con él? Yo creía que
habías ido a clase de Krav Maga.
—Y así fue. Vive por aquí cerca
y me lo encontré después de clase. Una cosa llevó a la otra...
—¿Debería preocuparme? —me
preguntó en voz baja, escrutándome cuando me devolvía el sujetador—. Tú no te
habías tirado a nadie así, por las buenas, desde hacía mucho tiempo.
—No se trata de eso,
exactamente. —Me obligué a sostener la mirada a Cary, sabiendo que, de no
hacerlo, nunca me creería—. Estoy... saliendo con él. Esta noche vamos a cenar
juntos.
—¿Voy a conocerle?
—Claro, pero no hoy. Voy a ir a
su casa.
Frunció los labios.
—Hay algo que no me estás
contando. Suéltalo.
Eludí la pregunta.
—Esta mañana te vi besando a
Trey en la cocina.
—Vale.
—¿Va todo bien entre vosotros?
—No puedo quejarme.
¡Caray! Cuando Cary se olía
algo, no había manera de engañarle. Salí por donde pude.
—Hoy he hablado con Brett —dije
todo lo despreocupadamente que fui capaz, procurando no darle demasiada
importancia—. Me llamó al trabajo. Y no, no era el tipo de anoche.
—¿Qué quería? —preguntó,
alzando las cejas.
Me quité los zapatos y me
dirigí al baño a lavarme la cara.
—Viene a Nueva York para
estrenar el vídeo musical de «Rubia». Me ha pedido que vaya con él.
—Eva... —empezó a decir, en ese
tono de advertencia que los padres reservan para los niños mimados.
—Me gustaría que vinieras
conmigo.
Eso le frenó un poco.
—¿De carabina? ¿No te fías de
ti misma?
Miré su reflejo en el espejo.
—No voy a volver con él, Cary.
Para empezar, tampoco es que hayamos estado nunca juntos realmente, así que
deja de preocuparte por eso. Quiero que vayas porque creo que te lo pasarás
bien y porque no quiero que Brett se haga ilusiones. Él ha accedido a que
vayamos como amigos, pero creo que habrá que repetirle la idea unas cuantas
veces para
que
se le meta en la cabeza. Y para ser justos.
—Tendrías que haberte negado.
—Lo intenté.
—Nena, un no es un no. No es
tan difícil.
—¡Cállate! —Me froté un ojo con
un algodón desmaquillador—. Bastante malo es ya que me sienta culpable por ir.
Tú pensaste que me divertiría yendo a aquel concierto sin saber a quién me
encontraría allí. Así que deja de darme la barrila.
Que ya lo hará Gideon.
Cary frunció el ceño.
—¿Y de qué demonios tienes que
sentirte culpable?
—¡A Brett le zurraron por mi
culpa!
—De eso, nada. Le zurraron por
besar a una chica guapa sin pensar en las consecuencias. Tendría que haberse
imaginado que estabas con alguien. ¿Y se puede saber qué mosca te ha picado?
—No necesito ninguna monserga
sobre Brett, ¿vale? —Lo que necesitaba era que Cary supiera de mi relación con
Gideon y las preocupaciones que tenía, pero no podía pedir ayuda a mi mejor
amigo. Eso hacía que todo lo que iba mal en mi vida fuera aún más
desasosegante. Me sentía completamente sola y a la deriva—. Ya te he dicho que
no pienso pasar por ahí otra vez.
—Me alegra oírlo.
Le conté parte de la verdad
porque sabía que él no me juzgaría.
—Sigo enamorada de Gideon.
—Ya lo sé —respondió, sin más—.
Por si sirve de algo, estoy seguro de que vuestra ruptura le está reconcomiendo
a él también.
Le abracé.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por ser tú.
Soltó un bufido.
—No estoy diciendo que debas
esperarle. No importa tras lo que se ande Cross... Allá él si se duerme en los
laureles. Pero no creo que estés preparada para meterte en la cama de otro. Tú
no puedes andar por ahí acostándote con cualquiera, Eva. El sexo significa algo
para ti; por eso lo pasas tan mal cuando lo vas regalando.
—Es cierto, nunca funciona
—coincidí, mientras terminaba de lavarme la cara—. ¿Vendrás conmigo al estreno
del vídeo?
—Claro que iré.
—¿Quieres llevar a Trey o a
Tatiana?
Negando con la cabeza, se
volvió hacia el espejo y se arregló el pelo con varias expertas pasadas de la
mano.
—Entonces sería como una cita
doble. Mejor si yo soy la tercera rueda. Más impactante.
Observé su reflejo, esbozando
una cariñosa sonrisa.
—Te quiero.
Él me tiró un beso.
—Cuídate, nena. Es lo único que
te pido.
El
regalo que más me gustaba hacer cuando alguien inauguraba casa era unas copas
de martini Waterford. Para mí eran la combinación perfecta de elegancia,
alegría y utilidad. Había regalado un juego a una amiga de la universidad que
no tenía ni idea de lo que era el cristal de Waterford pero a la que encantaban
los appletinis, martinis con aguardiente de manzana; y otro a mi madre,
que no tomaba martinis pero le encantaba el cristal Waterford. Era un regalo
que tampoco dudaría en hacer a Gideon Cross, un hombre con más dinero de lo
podía imaginarse.
Pero no era cristal lo que
sostenía en las manos cuando llamé a su puerta.
Nerviosa, cambiaba el peso del
cuerpo de un pie a otro y me pasaba la mano caderas abajo para estirarme el
vestido. Me había emperifollado después de volver del gimnasio, empleándome a
fondo en el peinado y la sombra de ojos color ceniza, correspondientes a la
Nueva Eva. El lápiz de labios rosa pálido era a prueba de besos, y llevaba un
pequeño vestido negro de escote caído y con la espalda muy baja.
El corto vestido enseñaba mucha
pierna, que yo realcé con unos Jimmy Choo sin puntera. Llevaba los aros de
diamantes que me había puesto en nuestra primera cita y el anillo que él me
había regalado, una impresionante joya que tenía unos cordones de oro entrelazados
con equis engarzadas en los diamantes, que representaban a Gideon aferrándose a
los distintos cabos de mi persona.
La puerta se abrió y yo me
tambaleé un poco, asombrada ante el hombre guapísimo y endiabladamente sexy que
me recibió. Gideon debía de sentirse un poco nostálgico también, pues lucía el
mismo jersey negro que se había puesto para ir al club donde en realidad empezó
nuestra relación. Le quedaba de maravilla: la combinación perfecta entre
atractivo informal y elegante. Conjuntado con unos pantalones gris grafito y
descalzo, el efecto que produjo en mí fue de puro y candente deseo.
—¡Dios santo! —exclamó—. Estás
increíble. La próxima vez avísame antes de que abra la puerta.
Yo sonreí.
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