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Atada a Tí - Silvia Day - Capítulo 3

–Cielo.
Olí el café antes de abrir los ojos.
—¿Gideon?
—¿Hmmm?
—Como no sean las siete por lo menos, te la ganas.
La dulzura de su sonrisa me puso cachonda.
—Es pronto, pero tenemos que hablar.
—¿Sí? —Abrí un ojo y luego el otro, para poder apreciar del todo su traje de tres piezas. Me daban tantas ganas de comérmelo que quería quitárselo... con los dientes.
Se sentó en el borde de la cama, símbolo de la tentación.
—Quiero asegurarme de que estamos de acuerdo antes de marcharme.
Me incorporé y me apoyé contra la cabecera, sin molestarme en taparme los pechos porque íbamos a terminar hablando de su exnovia. Jugaba sucio cuando la ocasión lo merecía.
—Voy a necesitar ese café para mantener esta conversación.
Gideon me pasó la taza, luego me acarició un pezón con la yema del pulgar.
—Precioso —murmuró—. Cada centímetro de ti.
—¿Intentas distraerme?
—Tú estás distrayéndome a mí. Y con muy buenos resultados.
¿Estaría él tan encaprichado con mi aspecto y mi cuerpo como lo estaba yo con los suyos? La idea me hizo sonreír.
—Echaba de menos tu sonrisa.
—Conozco la sensación. —Cada vez que le veía y no me dedicaba una sonrisa me laceraba el corazón. Ni siquiera podía pensar en esas ocasiones sin sentir ecos de dolor—. ¿Dónde habías escondido el traje, campeón? Sé que no lo tenías en el bolsillo.
Con un cambio de atuendo, se había transformado en un poderoso hombre de negocios. El traje estaba hecho a medida, y la camisa y la corbata conjuntaban de manera impecable. Incluso los gemelos brillaban con discreta elegancia. Con todo, la cascada de pelo negro que le rozaba el cuello de la chaqueta advertía de que estaba lejos de ser dócil.
—Ésa es una de las cosas de las que tenemos que hablar. —Se enderezó, pero su mirada seguía siendo cálida—. Me he mudado al apartamento de al lado. Tendremos que hacer que nuestra reconciliación parezca correctamente gradual, así que guardaré las apariencias de vivir en el ático de manera habitual, pero pasaré todo el tiempo que pueda como tu nuevo vecino.
—¿Es seguro?
—No soy sospechoso, Eva. Ni siquiera soy persona de interés. Mi coartada no tiene fisuras, y no se me conoce motivo. Simplemente estamos mostrando cierto respeto a la policía no insultando a su inteligencia. Les estamos poniendo fácil que justifiquen su conclusión de que han llegado a un punto muerto.
Tomé un sorbo de café para darme tiempo a pensar en lo que había dicho. El peligro podría no ser inmediato, pero era intrínseco a la culpa. Yo sentía esa presión, por mucho que él se esforzara en tranquilizarme.
Pero estábamos intentando reencontrarnos de nuevo, y yo me daba cuenta de que Gideon necesitaba tener la seguridad de que íbamos a recuperarnos de las tensiones y la separación de las últimas semanas.
Deliberadamente adopté un tono desenfadado.
—Así que mi exnovio estará en la Quinta Avenida, pero tengo un nuevo vecino súper macizo con el que jugar. Esto se pone interesante.
—¿Quieres hacer role-play? —preguntó, enarcando una ceja.
—Quiero tenerte satisfecho —admití con crudeza—. Quiero ser todo lo que nunca has encontrado en las otras mujeres con las que has estado. —Mujeres a las que había llevado a un picadero con juguetes.
Sus ojos eran de un ardiente azul frío, pero la voz sonó cálida y serena.
—No puedo apartar las manos de ti. Eso debería bastar para convencerte de que no necesito nada más.
Le miré fijamente mientras estaba allí de pie. Él me cogió la taza y la dejó en la mesilla, luego agarró el borde de la sábana y la echó a un lado, exponiéndome por completo.
—Recuéstate —ordenó—. Extiende las piernas.
Se me aceleró el pulso al obedecerle, deslizándome hasta quedar boca arriba y abriendo las piernas. Instintivamente quise cubrirme —la sensación de vulnerabilidad bajo aquella penetrante mirada era muy intensa—, pero resistí. Faltaría a la verdad si no reconociera que era de lo más excitante estar completamente desnuda mientras él, irresistible, permanecía vestido con uno de sus trajes endiabladamente sexys. Eso le daba a él una instantánea ventaja de poder que no podía ser más excitante.
Me recorrió la vulva con un dedo, deteniéndose juguetonamente en el botón.
—Este precioso coño me pertenece.
El tono ronco de su voz me provocó un cosquilleo en el vientre.
Abarcando todo mi sexo con la palma de su mano, me miró a los ojos.
—Soy un hombre muy posesivo, Eva, como ya habrás notado.
Me estremecí cuando, con la punta de un dedo, rodeó la apretada abertura.
—Sí.
Role-play, ataduras, medios de transporte y localizaciones varias... Estoy deseando explorar todas esas cosas contigo. —Centelleándole los ojos, me introdujo un dedo ¡ay-muy-despacio! Emitió un tenue ronroneo y se mordió el labio inferior, una expresión de puro erotismo que me hizo pensar que había notado su semen dentro de mí.
El que me penetrara y me diera placer de aquella forma tan delicada me dejó sin habla.
—¿A que te gusta? —dijo suavemente.
—Humm.
Internó el dedo aún más.
—Ni de coña dejaré que te corras con plásticos, vidrios, metales o cueros. El amigo a pilas y compañía tendrán que buscarse otros entretenimientos.
El calor se adueñaba de mi cuerpo como la fiebre. Él lo entendió.
Inclinándose sobre mí, Gideon apoyó una mano en el colchón y acercó su boca a la mía. Con el pulgar me apretó el clítoris y frotó hábilmente, masajeándome dentro y fuera. El placer que me producían sus caricias se extendió, tensándome el estómago y endureciéndome los pezones. Me llevé las manos a mis pechos desnudos, apretando a medida que se hinchaban. Su tacto y su deseo eran mágicos. ¿Cómo había podido vivir sin
él?
—Me muero por ti —dijo con voz ronca—. Te deseo constantemente. Sólo tienes que chasquear los dedos, y se me pone dura. —Me pasó la lengua por el labio inferior, aspirando mi aliento entrecortado—. Cuando me corro, me corro para ti. Por ti y tu boca, tus manos y tu insaciable coñito. Y, al revés, será igual para ti. Mi lengua, mis dedos, mi lefa dentro de ti. Sólo tú y yo, Eva. Íntimos y desnudos.
No me cabía duda de que, cuando me tocaba, yo era el centro de su mundo, lo único que él veía y en lo que pensaba. Pero no podíamos tener ese contacto físico todo el tiempo. De alguna manera, tenía yo que aprender a creer en lo que no podía ver entre nosotros.
Sin ningún pudor, cabalgué estremecida sobre aquel dedo que se me clavaba. Introdujo otro dedo y yo puse aún más empeño, arqueándome hacia arriba para recibir sus acometidas.
—¡Por favor!
—Cuando los ojos se te vuelvan tiernos y ensoñadores, seré yo quien te ponga esa expresión, no un juguete. —Me mordisqueó la barbilla, luego se desplazó hacia mi pecho, apartando mis manos con los labios. Se apoderó de uno de mis pezones con un dulce mordisco, rodeando con la boca la tierna cumbre y succionando suavemente. El dolor que me producía era como el pinchazo de una aguja, avivada mi sed por la sensación de que seguía habiendo una brecha entre nosotros, algo que aún estaba por decir y resolver.
—Más —pedí entre jadeos, necesitando su placer tanto como el mío.
—Siempre —murmuró él, curvando los labios en una pícara sonrisa contra mi piel.
Gruñí con frustración.
—Te quiero dentro de mí.
—Como debe ser. —Enroscó la lengua en el otro pezón, moviéndola juguetonamente a su alrededor hasta hacerme implorar que lo succionara—. Debes suspirar por , cielo, no por un orgasmo. Por mi cuerpo, mis manos. Con el tiempo, serás incapaz de correrte sin el roce de mi piel.
Asentí enérgicamente, con la boca demasiado seca para hablar. El deseo se me retorcía en lo más íntimo como un muelle, tensándose con cada círculo que dibujaba Gideon en mi clítoris con el pulgar y con cada embestida de sus dedos. Pensé en mi fiel amigo a pilas, y supe que, si Gideon dejara de tocarme en aquel momento, nada me llevaría al clímax. Mi pasión era por él, mi deseo lo encendía su deseo de mí.
Mis muslos se estremecieron.
—Vo... voy a correrme.
Cubrió mi boca con la suya, con sus labios dulces y seductores. Fue el amor de aquel beso lo que me hizo estallar. Grité y temblé con un rápido e intenso orgasmo. Mi gemido fue largo y entrecortado, mi cuerpo se agitaba violentamente. Metí las manos por debajo de su chaqueta para aferrarme a su espalda, para acercarle a mí, reclamándole con la boca hasta que amainó aquel placer desgarrador.
—Dime en qué estás pensando —dijo, lamiéndose de los dedos el gusto a mí.
Procuré conscientemente ralentizar el latido de mi corazón.
—No estoy pensando en nada. Sólo quiero mirarte.
—No siempre. A veces cierras los ojos.
—Porque eres muy hablador en la cama y tu voz es muy sexy. —Tragué saliva con revivido dolor—. Te quiero, Gideon. Necesito saber que te hago sentir tan bien como tú a mí.
—Cómemela ahora —susurró—. Haz que me corra para ti.
Me deslicé de la cama en un suspiro, lanzándome a su bragueta con entusiasmo. La tenía gorda y dura, con una tensa erección. Le levanté el faldón de la camisa, le bajé los gayumbos y se la liberé. Notaba en mis manos el peso de su miembro, que ya brillaba en la punta. Lamí la prueba de su excitación, adorando aquel control, la forma en que refrenaba su propia sed para satisfacer la mía.
Tenía los ojos puestos en él cuando me metí en la boca el suave capullo. Observé cómo separaba los labios al tomar una imperiosa bocanada de aire y le pesaban los párpados, como si el placer le embriagara.
—Eva. —Había fuego en aquellos ojos caídos que me miraban fijamente—. Ah... Sí, así. ¡Cuánto adoro esa boca!
Aquel elogio me sirvió de acicate, y avancé hasta donde me fue posible. Me encantaba hacérselo, me encantaban su olor y su sabor masculinos, tan especiales. Recorrí con los labios toda la largura de su pene, chupando con suavidad. Con veneración. Y no me sentí mal por adorar su virilidad... Me la merecía.
—Esto te encanta —dijo con voz ronca, hundiendo los dedos en mi pelo para rodearme la cabeza— tanto como a mí.
—Más. Me gustaría hacértelo durante horas. Hacer que te corras una y otra vez.
En su pecho resonó un gruñido.
—Lo haría. Nunca me sacio.
Con la punta de la lengua recorrí hasta el capullo una vena palpitante, y luego volví a meterme aquel magnífico pene en la boca, arqueando el cuello hacia atrás mientras me agachaba para sentarme en los talones, con las manos en las rodillas, ofreciéndome a él.
Gideon me miró con unos ojos que centelleaban de lujuria y ternura.
—No te detengas. —Adoptó una postura más abierta. Empujó la polla hasta el fondo de mi garganta y volvió a sacarla, dejándome en la lengua una estela de cremosa espuma. Tragué, paladeando su intenso sabor. Gideon gimió, con las manos en mis mejillas—. No pares, cielo. No me dejes ni una gota.
Ahuequé los carrillos cuando encontramos el ritmo, nuestro ritmo, la sincronización de nuestros corazones, de nuestra respiración y de nuestra pulsión para el placer. Podíamos paralizarnos pensando en algún problema, pero nuestros cuerpos nunca se equivocaban. Cuando teníamos las manos encima del otro, los dos sabíamos que estábamos donde queríamos estar y con la persona con la que queríamos estar.
—¡Joder, qué bien! —Le rechinaron los dientes de manera audible—. Ah, Dios, vas a conseguir que me corra.
Su polla crecía en mi boca. Me agarró del pelo, tiró de él, y su cuerpo se estremeció cuando se corrió con fuerza.
Gideon emitió una exclamación al tiempo que yo tragaba. Se derramó por completo, en ráfagas calientes y espesas, inundándome la boca como si no se hubiera corrido en toda la noche. Para cuando él terminó, yo estaba jadeante y temblorosa. Me ayudó a levantarme, y, a trompicones, fuimos a parar a la cama, donde se recostó conmigo a su lado. Respiraba con dificultad, pero no dejaba de apretarme contra él con manos bruscas.
—No era esto lo que tenía en mente cuando te traje el café. —Me estampó un rápido beso en la frente—. Tampoco es que me queje.
Me acurruqué junto a él, más que agradecida de tenerle de nuevo en mis brazos.
—¿Por qué no hacemos novillos y recuperamos el tiempo perdido?
Su risa era ronca debido al orgasmo. Me tuvo abrazada durante un rato, pasándome los dedos por el pelo y deslizándolos dulcemente por mi brazo.
—Me destrozaba —dijo con voz queda— ver lo dolida y enfadada que parecías estar. Saber que te hacía daño y que estabas alejándote de mí... Fue un infierno para los dos, pero no podía arriesgarme a que te consideraran sospechosa.
Me puse tensa. No había pensado en esa posibilidad. Podría argüirse que yo era el motivo que Gideon tenía para matar. Y podría suponerse que yo estaba al tanto del crimen. Mi completa y absoluta ignorancia no había sido mi única protección; se había asegurado de que yo también tuviera una coartada. Siempre protegiéndome..., a cualquier precio.
Se echó hacia atrás.
—Te he dejado un teléfono de prepago en el bolso. Está programado con un número que te pondrá en contacto con Angus. Si me necesitas para cualquier cosa, puedes dar conmigo a través de él.
Apreté los puños. Tenía que comunicarme con mi novio a través de su chófer.
—Qué poco me gusta eso.
—Tampoco a mí. Despejar el camino que me lleve a ti es mi principal prioridad.
—¿No es peligroso meter a Angus en esto?
—Fue miembro del MI6. Las llamadas clandestinas son un juego de niños para él. —Hizo una pausa y continuó—: Visibilidad total, Eva: puedo averiguar dónde estás a través del teléfono, y lo haré.
—¿Qué?—Salí de la cama y me puse de pie. Mis pensamientos rebotaban entre el MI6 (¡el servicio secreto británico!) y la localización de mi teléfono móvil por GPS, sin saber qué abordar primero—. De ninguna manera.
Él también se levantó.
—Si no puedo estar contigo ni hablar contigo, al menos tengo que saber dónde te encuentras.
—No lo hagas, Gideon.
Su expresión era de serenidad.
—No tenía por qué decírtelo.
—¿En serio? —Me fui hacia el armario a coger una bata—. Y tú dijiste que advertir a alguien de un comportamiento ridículo no es una excusa para ello.
—No me machaques tanto.
Fulminándole con la mirada, me puse una bata de seda roja y me até el cinturón con un nudo.
—No. Creo que eres un maniático del control al que le gusta que me sigan.
Cruzó los brazos.
—Me gusta que sigas viva.
Me quedé helada. Enseguida pasé revista mentalmente a los acontecimientos de las últimas semanas, con el añadido de Nathan en la foto. De repente todo tenía sentido: el que se pusiera como se puso Gideon la mañana en que quise ir andando a trabajar, el que Angus me hubiera seguido como una sombra por la ciudad todos los días, la furia de Gideon cuando confiscó el ascensor en el que iba yo...
Todas las veces en que casi le odié por comportarse como un gilipollas, él sólo pensaba en protegerme de Nathan.
Me fallaron las piernas y me caí al suelo de manera poco elegante.
—Eva.
—Dame un momento. —Había comprendido muchas cosas durante el tiempo que habíamos estado separados. Me había dado cuenta de que Gideon nunca dejaría que Nathan entrara en su despacho con unas fotos en las que se veía cómo me violaban y abusaban de
mí y saliera después tan campante. Brett Kline sólo me había besado y Gideon le había dado una paliza. Nathan me había violado repetidamente durante años y lo había documentado con fotos y vídeos. La reacción de Gideon al verse cara a cara con Nathan la primera vez tuvo que ser violenta.
Nathan debió de ir al edificio Crossfire el día en que me encontré a Gideon recién duchado con una mancha encarnada en el puño de la camisa. Lo que en un principio sospeché que era carmín era la sangre de Nathan. El sofá y los cojines de la oficina de Gideon estaban revueltos a consecuencia de una pelea, no de un casquete de mediodía con Corinne.
Frunciendo el ceño duramente, se agachó frente a mí.
—Vamos a ver, ¿tú crees que yo quiero supervisarte constantemente? Se han dado circunstancias atenuantes. Créeme que he tratado de mantener un equilibrio entre tu independencia y tu seguridad.
¡Vaya! La retrospección no sólo me dejó las cosas muy claras; también me propinó un buen coscorrón y me proporcionó un poco de sentido común.
—Lo entiendo.
—Yo creo que no. Esto —dijo, señalándose a sí mismo con impaciencia— no es más que un puñetero caparazón. Eres quien me mueve, Eva. ¿Me comprendes? Eres mi alma y mi corazón. Si algo te sucediera, me moriría. ¡Mantenerte a salvo es una cuestión de pura supervivencia! Toléralo por mí, si no quieres hacerlo por ti misma.
Me abalancé sobre él, haciéndole perder el equilibrio y tirándole de espaldas al suelo. Le besé con todas mis fuerzas, con el corazón martilleándome en el pecho y la sangre latiéndome en los oídos.
—Me fastidia ponerte frenético —musité entre besos desesperados—, pero es que me lo has hecho pasar muy mal.
Gruñendo, me estrechó con fuerza.
—Entonces, ¿todo bien entre nosotros?
Arrugué la nariz.
—Quizá no con lo del teléfono de prepago. El seguimiento por el móvil es de locos. No me mola nada.
—Es temporal.
—Lo sé, pero...
Me puso una mano en la boca.
—Te he dejado instrucciones en el bolso de cómo rastrear mi teléfono.
Aquello me dejó sin palabras.
Gideon esbozó una sonrisa de satisfacción.
—No tan mala idea, por otro lado.
—Calla. —Me aparté de él y le di una palmada en el hombro—. Somos totalmente disfuncionales.
—Yo prefiero el término de «conducta selectivamente desviada», pero que quede entre nosotros.
La chifladura que había sentido momentos antes se evaporó, sustituida por una oleada de pánico al recordar que estábamos ocultando nuestra relación. ¿Cuánto tiempo tardaría en volver a verle? ¿Días? No volver a vivir lo que había vivido las últimas semanas. Sólo de pensar en estar sin él durante cualquier periodo de tiempo me ponía mala.
Tuve que tragarme el nudo que tenía en la garganta para preguntarle:
—¿Cuándo podremos estar juntos otra vez?
—Esta noche, Eva. —Había preocupación en sus ojos—. Me duele esa mirada tuya.
—Sólo quiero que estés conmigo —susurré, notando en los ojos el escozor de las lágrimas otra vez—. Te necesito.
Gideon me acarició la mejilla con las yemas de los dedos.
—Tú estabas conmigo. Constantemente. No dejé de pensar en ti ni un segundo. Soy tuyo, Eva. Esté donde esté, te pertenezco.
Me abandoné a su caricia, empapándome de ella, para que me desaparecieran todos los temores.
—Pero Corinne se acabó. No puedo soportarlo.
—Se acabó —accedió, sobresaltándome—. Ya se lo he dicho. Confiaba en que pudiéramos ser amigos, pero ella quiere lo que en el pasado hubo entre los dos, y yo te quiero a ti.
—La noche en que murió Nathan... ella era tu coartada. —No pude continuar. Me hacía daño pensar en cómo habría pasado todas aquellas horas con ella.
—No, mi coartada fue el incendio de la cocina. Me llevó gran parte de la noche tratar con el Cuerpo de Bomberos, la compañía de seguros y organizar todos los preparativos para el servicio de comidas. Corinne estuvo conmigo durante una parte de todo eso, y, cuando se marchó, había suficiente personal que confirmara mi paradero.
El alivio que sentí debió de notárseme en la cara, porque a Gideon se le suavizó la mirada y se le llenó de la pena que ya le había visto tantas veces.
Se levantó y me tendió una mano para ayudarme a hacer otro tanto.
—A tu nuevo vecino le gustaría invitarte a cenar en su casa esta noche. Digamos que a las ocho. Encontrarás la llave, junto con la de su ático, en tu llavero.
Le agarré la mano e intenté levantar los ánimos respondiendo con una broma.
—Está buenísimo. Me pregunto si estará por la labor la primera noche.
Me dedicó una sonrisa tan pícara que me puso a mil por hora.
—Creo que las posibilidades de que eches un polvo esta noche son muy altas.
Suspiré aparatosamente.
—¡Qué romántico!
—Te voy a dar a ti romance. —Me acercó a él y, como en un baile, me inclinó hacia atrás con suma facilidad.
Apretada contra él desde las caderas a los tobillos y arqueada hacia atrás, dibujando una curva de rendimiento, noté cómo se me abría la bata, dejando mis pechos al descubierto. Él hizo que me inclinara aún más, hasta que mi sexo, dolorido, terminó abrazando su muslo macizo y no pude evitar ser súper consciente de la fuerza de su cuerpo mientras sostenía mi peso además del suyo.
Y así de deprisa, me sedujo. A pesar de las horas de placer y de un reciente orgasmo, estaba lista para él en aquel momento, excitada por su destreza y su vigor, por la seguridad en sí mismo, el control que tenía de sí y de mí misma.
Me deslicé por su pierna lentamente, lamiéndome los labios. Él gruñó y me cubrió el pezón con la ardiente humedad de su boca, acosándome la endurecida punta con la lengua. Sin esfuerzo me sostuvo, me excitó, me poseyó.
Cerré los ojos y, con un gemido, me rendí.
Debido al calor y a la humedad, decidí ponerme un vestido tubo de lino y recogerme el pelo en una cola de caballo. Completé el atuendo con unos pendientes de aro y me
maquillé muy ligeramente.
Todo había cambiado. Gideon y yo volvíamos a estar juntos. Ahora vivía en un mundo en el que ya no estaba Nathan Barker. Nunca más doblaría una esquina y me encontraría con él. Nunca más aparecería en la puerta de mi casa como salido de la nada. Ya no tendría que preocuparme de que Gideon averiguara cosas de mi pasado que abrieran una brecha entre nosotros. No había nada que no supiera y me quería de todas formas.
Pero la paz en ciernes que surgió con esa nueva realidad venía acompañada del temor por Gideon: necesitaba tener la certeza de que se libraría de ser encausado. ¿Cómo podría demostrarse su inocencia en un crimen que realmente había cometido? ¿Íbamos a tener que vivir con el miedo permanente a que lo que hizo nos persiguiera de por vida? ¿Y cómo nos había cambiado ese acto? Porque de ninguna manera podríamos volver a ser quienes habíamos sido, y menos después de algo de semejante calibre.
Salí de la habitación y me dispuse a ir a trabajar, alegrándome de las horas de distracción que me esperaban en Waters Field & Leaman, una de las agencias de publicidad más importantes del país. Cuando fui a coger el bolso del mostrador de desayuno, me encontré a Cary en la cocina. Saltaba a la vista que había estado tan Ocupado, con mayúscula, como yo.
Estaba apoyado en la encimera, agarrado al borde, mientras su amigo, Trey, le rodeaba la cara con las manos y le besaba con pasión. Trey estaba completamente vestido con un vaquero y una camisa, mientras que Cary sólo llevaba unos pantalones deportivos muy sexys que le quedaban a la altura de las caderas. Ambos tenían los ojos cerrados y se les veía muy ensimismados el uno en el otro para darse cuenta de que no estaban solos.
Era una grosería mirar, pero no pude evitarlo. Primero porque siempre me había parecido fascinante ver a dos hombres atractivos montándoselo. Y segundo porque la postura de Cary me resultaba muy reveladora. Tenía una expresión de vulnerabilidad en el rostro, pero el hecho de que estuviera agarrando la encimera, en lugar de al hombre al que amaba, delataba una distancia que no terminaba de desaparecer.
Cogí el bolso y, procurando no hacer ruido, salí de puntillas del apartamento.
Como no quería llegar completamente derretida al trabajo, tomé un taxi en lugar de ir caminando. Desde el asiento de atrás, vi aparecer el edificio Crossfire de Gideon. Las brillantes e inconfundibles espirales azul zafiro albergaban tanto a Cross Industries como a Waters Field & Leaman.
Mi trabajo como ayudante del subdirector de cuentas Mark Garrity era un sueño hecho realidad. Mientras que había quien —concretamente mi padrastro, el magnate Richard Stanton— no entendía por qué había aceptado un empleo de principiante, teniendo en cuenta las buenas relaciones y los recursos con que contaba, yo me sentía muy orgullosa de estar labrándome mi propio camino. Mark era un jefe estupendo, para formar y para delegar, lo que significaba que estaba aprendiendo mucho tanto de sus enseñanzas como de hacer cosas por mí misma.
El taxi dobló una esquina y se detuvo detrás de un Bentley monovolumen negro que yo conocía muy bien. Al verlo, el corazón me dio un vuelco, pues imaginé que Gideon no andaría lejos.
Pagué al taxista y salí del frescor interior al húmedo y caluroso aire de primera hora de la mañana. Clavé los ojos en el Bentley con la esperanza de vislumbrar a Gideon. Era alucinante lo mucho que me excitaba la idea, sobre todo después de una noche revolcándome con él en toda su gloriosa desnudez.
Con una sonrisa burlona, me dirigí hacia las puertas giratorias de marco dorado y
entré al gran vestíbulo. Si un edificio podía encarnar a un hombre, el Crossfire lo hacía con Gideon. Los suelos y las paredes de mármol irradiaban poder y riqueza, mientras que el exterior de cristal azul cobalto era tan llamativo como los trajes de Gideon. En general, el Crossfire era elegante y sexy, oscuro y peligroso... como el hombre que lo había creado. Me encantaba trabajar allí.
Pasé por los torniquetes de seguridad y tomé el ascensor hasta el vigésimo piso. Cuando salí de la cabina, divisé a Megumi, la recepcionista. Presionó el botón para abrirme las puertas de seguridad y se levantó cuando me acercaba.
—Hola —me saludó, tan elegante ella con sus pantalones negros y una blusa de seda dorada sin mangas. Sus oscuros ojos endrinos le centelleaban de entusiasmo y llevaba sus bonitos labios pintados de un atrevido color rojo—. Quería preguntarte qué vas a hacer el sábado por la noche.
—Oh... —Quería pasarlo con Gideon, pero nada garantizaba que eso fuera a suceder—. No sé. No tengo planes todavía. ¿Por qué?
—Uno de los amigos de Michael se va a casar y tienen una despedida de soltero el sábado. Si me quedo en casa, me vuelvo loca.
—¿Michael es el de la cita a ciegas? —le pregunté, sabiendo que salía con un chico con quien su compañera de piso le había apañado una cita.
—Sí. —Por un momento a Megumi se le iluminó la cara—. Realmente me gusta y creo que yo también le gusto a él, pero...
—Sigue —la animé.
Alzó un hombro en un gesto de resignación y desvió la mirada.
—Tiene fobia al compromiso. Sé que está loco por mí, pero no deja de decir que la cosa no va en serio y que sencillamente lo estamos pasando bien. Pero pasamos mucho tiempo juntos —arguyó—. Ha reorganizado su vida para estar conmigo más a menudo. Y no sólo físicamente.
Torcí el gesto con cierta pena, pues conocía a ese tipo de hombre. No era fácil salir de esa clase de relaciones. Las señales contradictorias mantenían altas la emoción y la adrenalina, y era difícil renunciar a la posibilidad de que el chico aceptara el riesgo. ¿Qué chica no quería alcanzar lo inalcanzable?
—Me apunto para salir este sábado —respondí, haciéndole ver que podía contar conmigo—. ¿Qué se te ha ocurrido?
—Beber, bailar, desmadrarnos... —Megumi recuperó la sonrisa—. A lo mejor hasta encontramos a algún tío bueno que te consuele.
—Ehh... —¡Ahí va! ¡Menuda complicación!—. La verdad es que estoy muy bien así.
Me miró con el ceño fruncido.
—Pareces cansada.
Me he pasado la noche entera copulando con Gideon Cross...
—Ayer tuve una clase de Krav Maga muy dura.
—¿Qué? Da igual. En cualquier caso, tampoco te hará daño ver cómo está el panorama, ¿no?
Me moví la cinta del bolso en el hombro.
—Nada de sustitutos —insistí.
—¡Oye! —Se puso las manos en las caderas—. Sólo te estoy sugiriendo que te abras a la posibilidad de conocer a alguien. Sé que Gideon Cross ha debido de poner muy alto el listón, pero, hazme caso, no hay mejor venganza que seguir adelante.
Eso me hizo sonreír.
—No me cerraré a nada —respondí para salir del atolladero.
Sonó el teléfono de su mesa y me despedí con un gesto de la mano al tiempo que me dirigía por el pasillo hacia mi cubículo. Necesitaba un poco de tiempo para pensar en cómo desempeñar el papel de mujer sin pareja estando tan enganchada como estaba. Si Gideon me pertenecía, él me poseía a mí. No me imaginaba con nadie más.
Estaba pensando en cómo mencionar a Gideon el asunto del sábado por la noche cuando oí que Megumi me llamaba por detrás. Me di la vuelta.
—Tengo una llamada en espera para ti —dijo—. Y confío en que sea personal, porque tiene una voz endiabladamente sexy. Suena a S-E-X-O bañado en chocolate y cubierto de nata.
Se me erizó el vello de la nuca.
—¿Te ha dicho cómo se llama?

—Sí. Brett Kline.

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