–Cielo.
Olí el café antes de abrir los
ojos.
—¿Gideon?
—¿Hmmm?
—Como no sean las siete por lo
menos, te la ganas.
La dulzura de su sonrisa me
puso cachonda.
—Es pronto, pero tenemos que
hablar.
—¿Sí? —Abrí un ojo y luego el
otro, para poder apreciar del todo su traje de tres piezas. Me daban tantas
ganas de comérmelo que quería quitárselo... con los dientes.
Se sentó en el borde de la
cama, símbolo de la tentación.
—Quiero asegurarme de que
estamos de acuerdo antes de marcharme.
Me incorporé y me apoyé contra
la cabecera, sin molestarme en taparme los pechos porque íbamos a terminar
hablando de su exnovia. Jugaba sucio cuando la ocasión lo merecía.
—Voy a necesitar ese café para
mantener esta conversación.
Gideon me pasó la taza, luego
me acarició un pezón con la yema del pulgar.
—Precioso —murmuró—. Cada
centímetro de ti.
—¿Intentas distraerme?
—Tú estás distrayéndome a mí. Y
con muy buenos resultados.
¿Estaría él tan encaprichado
con mi aspecto y mi cuerpo como lo estaba yo con los suyos? La idea me hizo
sonreír.
—Echaba de menos tu sonrisa.
—Conozco la sensación. —Cada
vez que le veía y no me dedicaba una sonrisa me laceraba el corazón. Ni
siquiera podía pensar en esas ocasiones sin sentir ecos de dolor—. ¿Dónde
habías escondido el traje, campeón? Sé que no lo tenías en el bolsillo.
Con un cambio de atuendo, se
había transformado en un poderoso hombre de negocios. El traje estaba hecho a
medida, y la camisa y la corbata conjuntaban de manera impecable. Incluso los
gemelos brillaban con discreta elegancia. Con todo, la cascada de pelo negro
que le rozaba el cuello de la chaqueta advertía de que estaba lejos de ser
dócil.
—Ésa es una de las cosas de las
que tenemos que hablar. —Se enderezó, pero su mirada seguía siendo cálida—. Me
he mudado al apartamento de al lado. Tendremos que hacer que nuestra
reconciliación parezca correctamente gradual, así que guardaré las apariencias
de vivir en el ático de manera habitual, pero pasaré todo el tiempo que pueda
como tu nuevo vecino.
—¿Es seguro?
—No soy sospechoso, Eva. Ni
siquiera soy persona de interés. Mi coartada no tiene fisuras, y no se me
conoce motivo. Simplemente estamos mostrando cierto respeto a la policía no
insultando a su inteligencia. Les estamos poniendo fácil que justifiquen su
conclusión de que han llegado a un punto muerto.
Tomé un sorbo de café para
darme tiempo a pensar en lo que había dicho. El peligro podría no ser
inmediato, pero era intrínseco a la culpa. Yo sentía esa presión, por mucho que
él se esforzara en tranquilizarme.
Pero
estábamos intentando reencontrarnos de nuevo, y yo me daba cuenta de que Gideon
necesitaba tener la seguridad de que íbamos a recuperarnos de las tensiones y
la separación de las últimas semanas.
Deliberadamente adopté un tono
desenfadado.
—Así que mi exnovio estará en
la Quinta Avenida, pero tengo un nuevo vecino súper macizo con el que jugar.
Esto se pone interesante.
—¿Quieres hacer role-play? —preguntó,
enarcando una ceja.
—Quiero tenerte satisfecho
—admití con crudeza—. Quiero ser todo lo que nunca has encontrado en las otras
mujeres con las que has estado. —Mujeres a las que había llevado a un picadero
con juguetes.
Sus ojos eran de un ardiente
azul frío, pero la voz sonó cálida y serena.
—No puedo apartar las manos de
ti. Eso debería bastar para convencerte de que no necesito nada más.
Le miré fijamente mientras
estaba allí de pie. Él me cogió la taza y la dejó en la mesilla, luego agarró
el borde de la sábana y la echó a un lado, exponiéndome por completo.
—Recuéstate —ordenó—. Extiende
las piernas.
Se me aceleró el pulso al
obedecerle, deslizándome hasta quedar boca arriba y abriendo las piernas.
Instintivamente quise cubrirme —la sensación de vulnerabilidad bajo aquella
penetrante mirada era muy intensa—, pero resistí. Faltaría a la verdad si no
reconociera que era de lo más excitante estar completamente desnuda mientras
él, irresistible, permanecía vestido con uno de sus trajes endiabladamente
sexys. Eso le daba a él una instantánea ventaja de poder que no podía ser más
excitante.
Me recorrió la vulva con un
dedo, deteniéndose juguetonamente en el botón.
—Este precioso coño me
pertenece.
El tono ronco de su voz me
provocó un cosquilleo en el vientre.
Abarcando todo mi sexo con la
palma de su mano, me miró a los ojos.
—Soy un hombre muy posesivo,
Eva, como ya habrás notado.
Me estremecí cuando, con la
punta de un dedo, rodeó la apretada abertura.
—Sí.
—Role-play, ataduras,
medios de transporte y localizaciones varias... Estoy deseando explorar todas
esas cosas contigo. —Centelleándole los ojos, me introdujo un dedo
¡ay-muy-despacio! Emitió un tenue ronroneo y se mordió el labio inferior, una
expresión de puro erotismo que me hizo pensar que había notado su semen dentro
de mí.
El que me penetrara y me diera
placer de aquella forma tan delicada me dejó sin habla.
—¿A que te gusta? —dijo
suavemente.
—Humm.
Internó el dedo aún más.
—Ni de coña dejaré que te
corras con plásticos, vidrios, metales o cueros. El amigo a pilas y compañía
tendrán que buscarse otros entretenimientos.
El calor se adueñaba de mi
cuerpo como la fiebre. Él lo entendió.
Inclinándose sobre mí, Gideon
apoyó una mano en el colchón y acercó su boca a la mía. Con el pulgar me apretó
el clítoris y frotó hábilmente, masajeándome dentro y fuera. El placer que me
producían sus caricias se extendió, tensándome el estómago y endureciéndome los
pezones. Me llevé las manos a mis pechos desnudos, apretando a medida que se
hinchaban. Su tacto y su deseo eran mágicos. ¿Cómo había podido vivir sin
él?
—Me muero por ti —dijo con voz
ronca—. Te deseo constantemente. Sólo tienes que chasquear los dedos, y se me
pone dura. —Me pasó la lengua por el labio inferior, aspirando mi aliento
entrecortado—. Cuando me corro, me corro para ti. Por ti y tu boca, tus manos y
tu insaciable coñito. Y, al revés, será igual para ti. Mi lengua, mis dedos, mi
lefa dentro de ti. Sólo tú y yo, Eva. Íntimos y desnudos.
No me cabía duda de que, cuando
me tocaba, yo era el centro de su mundo, lo único que él veía y en lo que
pensaba. Pero no podíamos tener ese contacto físico todo el tiempo. De alguna
manera, tenía yo que aprender a creer en lo que no podía ver entre
nosotros.
Sin ningún pudor, cabalgué
estremecida sobre aquel dedo que se me clavaba. Introdujo otro dedo y yo puse
aún más empeño, arqueándome hacia arriba para recibir sus acometidas.
—¡Por favor!
—Cuando los ojos se te vuelvan
tiernos y ensoñadores, seré yo quien te ponga esa expresión, no un
juguete. —Me mordisqueó la barbilla, luego se desplazó hacia mi pecho,
apartando mis manos con los labios. Se apoderó de uno de mis pezones con un
dulce mordisco, rodeando con la boca la tierna cumbre y succionando suavemente.
El dolor que me producía era como el pinchazo de una aguja, avivada mi sed por
la sensación de que seguía habiendo una brecha entre nosotros, algo que aún
estaba por decir y resolver.
—Más —pedí entre jadeos,
necesitando su placer tanto como el mío.
—Siempre —murmuró él, curvando
los labios en una pícara sonrisa contra mi piel.
Gruñí con frustración.
—Te quiero dentro de mí.
—Como debe ser. —Enroscó la
lengua en el otro pezón, moviéndola juguetonamente a su alrededor hasta hacerme
implorar que lo succionara—. Debes suspirar por mí, cielo, no por un
orgasmo. Por mi cuerpo, mis manos. Con el tiempo, serás incapaz
de correrte sin el roce de mi piel.
Asentí enérgicamente, con la
boca demasiado seca para hablar. El deseo se me retorcía en lo más íntimo como
un muelle, tensándose con cada círculo que dibujaba Gideon en mi clítoris con
el pulgar y con cada embestida de sus dedos. Pensé en mi fiel amigo a pilas, y
supe que, si Gideon dejara de tocarme en aquel momento, nada me llevaría al
clímax. Mi pasión era por él, mi deseo lo encendía su deseo de mí.
Mis muslos se estremecieron.
—Vo... voy a correrme.
Cubrió mi boca con la suya, con
sus labios dulces y seductores. Fue el amor de aquel beso lo que me hizo
estallar. Grité y temblé con un rápido e intenso orgasmo. Mi gemido fue largo y
entrecortado, mi cuerpo se agitaba violentamente. Metí las manos por debajo de
su chaqueta para aferrarme a su espalda, para acercarle a mí, reclamándole con
la boca hasta que amainó aquel placer desgarrador.
—Dime en qué estás pensando
—dijo, lamiéndose de los dedos el gusto a mí.
Procuré conscientemente
ralentizar el latido de mi corazón.
—No estoy pensando en nada.
Sólo quiero mirarte.
—No siempre. A veces cierras
los ojos.
—Porque eres muy hablador en la
cama y tu voz es muy sexy. —Tragué saliva con revivido dolor—. Te quiero,
Gideon. Necesito saber que te hago sentir tan bien como tú a mí.
—Cómemela ahora —susurró—. Haz
que me corra para ti.
Me
deslicé de la cama en un suspiro, lanzándome a su bragueta con entusiasmo. La
tenía gorda y dura, con una tensa erección. Le levanté el faldón de la camisa,
le bajé los gayumbos y se la liberé. Notaba en mis manos el peso de su miembro,
que ya brillaba en la punta. Lamí la prueba de su excitación, adorando aquel
control, la forma en que refrenaba su propia sed para satisfacer la mía.
Tenía los ojos puestos en él
cuando me metí en la boca el suave capullo. Observé cómo separaba los labios al
tomar una imperiosa bocanada de aire y le pesaban los párpados, como si el
placer le embriagara.
—Eva. —Había fuego en aquellos
ojos caídos que me miraban fijamente—. Ah... Sí, así. ¡Cuánto adoro esa boca!
Aquel elogio me sirvió de
acicate, y avancé hasta donde me fue posible. Me encantaba hacérselo, me
encantaban su olor y su sabor masculinos, tan especiales. Recorrí con los
labios toda la largura de su pene, chupando con suavidad. Con veneración. Y no
me sentí mal por adorar su virilidad... Me la merecía.
—Esto te encanta —dijo con voz
ronca, hundiendo los dedos en mi pelo para rodearme la cabeza— tanto como a mí.
—Más. Me gustaría hacértelo
durante horas. Hacer que te corras una y otra vez.
En su pecho resonó un gruñido.
—Lo haría. Nunca me sacio.
Con la punta de la lengua
recorrí hasta el capullo una vena palpitante, y luego volví a meterme aquel
magnífico pene en la boca, arqueando el cuello hacia atrás mientras me agachaba
para sentarme en los talones, con las manos en las rodillas, ofreciéndome a él.
Gideon me miró con unos ojos
que centelleaban de lujuria y ternura.
—No te detengas. —Adoptó una
postura más abierta. Empujó la polla hasta el fondo de mi garganta y volvió a
sacarla, dejándome en la lengua una estela de cremosa espuma. Tragué,
paladeando su intenso sabor. Gideon gimió, con las manos en mis mejillas—. No pares,
cielo. No me dejes ni una gota.
Ahuequé los carrillos cuando
encontramos el ritmo, nuestro ritmo, la sincronización de nuestros
corazones, de nuestra respiración y de nuestra pulsión para el placer. Podíamos
paralizarnos pensando en algún problema, pero nuestros cuerpos nunca se
equivocaban. Cuando teníamos las manos encima del otro, los dos sabíamos que
estábamos donde queríamos estar y con la persona con la que queríamos estar.
—¡Joder, qué bien! —Le
rechinaron los dientes de manera audible—. Ah, Dios, vas a conseguir que me
corra.
Su polla crecía en mi boca. Me
agarró del pelo, tiró de él, y su cuerpo se estremeció cuando se corrió con
fuerza.
Gideon emitió una exclamación
al tiempo que yo tragaba. Se derramó por completo, en ráfagas calientes y
espesas, inundándome la boca como si no se hubiera corrido en toda la noche.
Para cuando él terminó, yo estaba jadeante y temblorosa. Me ayudó a levantarme,
y, a trompicones, fuimos a parar a la cama, donde se recostó conmigo a su lado.
Respiraba con dificultad, pero no dejaba de apretarme contra él con manos
bruscas.
—No era esto lo que tenía en
mente cuando te traje el café. —Me estampó un rápido beso en la frente—.
Tampoco es que me queje.
Me acurruqué junto a él, más
que agradecida de tenerle de nuevo en mis brazos.
—¿Por qué no hacemos novillos y
recuperamos el tiempo perdido?
Su risa era ronca debido al
orgasmo. Me tuvo abrazada durante un rato, pasándome los dedos por el pelo y
deslizándolos dulcemente por mi brazo.
—Me
destrozaba —dijo con voz queda— ver lo dolida y enfadada que parecías estar.
Saber que te hacía daño y que estabas alejándote de mí... Fue un infierno para
los dos, pero no podía arriesgarme a que te consideraran sospechosa.
Me puse tensa. No había pensado
en esa posibilidad. Podría argüirse que yo era el motivo que Gideon tenía para
matar. Y podría suponerse que yo estaba al tanto del crimen. Mi completa y
absoluta ignorancia no había sido mi única protección; se había asegurado de
que yo también tuviera una coartada. Siempre protegiéndome..., a cualquier
precio.
Se echó hacia atrás.
—Te he dejado un teléfono de
prepago en el bolso. Está programado con un número que te pondrá en contacto
con Angus. Si me necesitas para cualquier cosa, puedes dar conmigo a través de
él.
Apreté los puños. Tenía que
comunicarme con mi novio a través de su chófer.
—Qué poco me gusta eso.
—Tampoco a mí. Despejar el
camino que me lleve a ti es mi principal prioridad.
—¿No es peligroso meter a Angus
en esto?
—Fue miembro del MI6. Las
llamadas clandestinas son un juego de niños para él. —Hizo una pausa y
continuó—: Visibilidad total, Eva: puedo averiguar dónde estás a través del
teléfono, y lo haré.
—¿Qué?—Salí de la cama y me puse de pie. Mis pensamientos
rebotaban entre el MI6 (¡el servicio secreto británico!) y la localización de
mi teléfono móvil por GPS, sin saber qué abordar primero—. De ninguna manera.
Él también se levantó.
—Si no puedo estar contigo ni
hablar contigo, al menos tengo que saber dónde te encuentras.
—No lo hagas, Gideon.
Su expresión era de serenidad.
—No tenía por qué decírtelo.
—¿En serio? —Me fui hacia el
armario a coger una bata—. Y tú dijiste que advertir a alguien de un
comportamiento ridículo no es una excusa para ello.
—No me machaques tanto.
Fulminándole con la mirada, me
puse una bata de seda roja y me até el cinturón con un nudo.
—No. Creo que eres un maniático
del control al que le gusta que me sigan.
Cruzó los brazos.
—Me gusta que sigas viva.
Me quedé helada. Enseguida pasé
revista mentalmente a los acontecimientos de las últimas semanas, con el
añadido de Nathan en la foto. De repente todo tenía sentido: el que se pusiera
como se puso Gideon la mañana en que quise ir andando a trabajar, el que Angus
me hubiera seguido como una sombra por la ciudad todos los días, la furia de
Gideon cuando confiscó el ascensor en el que iba yo...
Todas las veces en que casi le
odié por comportarse como un gilipollas, él sólo pensaba en protegerme de
Nathan.
Me fallaron las piernas y me
caí al suelo de manera poco elegante.
—Eva.
—Dame un momento. —Había
comprendido muchas cosas durante el tiempo que habíamos estado separados. Me
había dado cuenta de que Gideon nunca dejaría que Nathan entrara en su despacho
con unas fotos en las que se veía cómo me violaban y abusaban de
mí
y saliera después tan campante. Brett Kline sólo me había besado y
Gideon le había dado una paliza. Nathan me había violado repetidamente
durante años y lo había documentado con fotos y vídeos. La reacción de Gideon
al verse cara a cara con Nathan la primera vez tuvo que ser violenta.
Nathan debió de ir al edificio
Crossfire el día en que me encontré a Gideon recién duchado con una mancha
encarnada en el puño de la camisa. Lo que en un principio sospeché que era
carmín era la sangre de Nathan. El sofá y los cojines de la oficina de Gideon
estaban revueltos a consecuencia de una pelea, no de un casquete de mediodía
con Corinne.
Frunciendo el ceño duramente,
se agachó frente a mí.
—Vamos a ver, ¿tú crees que yo quiero
supervisarte constantemente? Se han dado circunstancias atenuantes. Créeme
que he tratado de mantener un equilibrio entre tu independencia y tu seguridad.
¡Vaya! La retrospección no sólo
me dejó las cosas muy claras; también me propinó un buen coscorrón y me
proporcionó un poco de sentido común.
—Lo entiendo.
—Yo creo que no. Esto —dijo,
señalándose a sí mismo con impaciencia— no es más que un puñetero caparazón.
Eres tú quien me mueve, Eva. ¿Me comprendes? Eres mi alma y mi corazón.
Si algo te sucediera, me moriría. ¡Mantenerte a salvo es una cuestión de pura
supervivencia! Toléralo por mí, si no quieres hacerlo por ti misma.
Me abalancé sobre él,
haciéndole perder el equilibrio y tirándole de espaldas al suelo. Le besé con todas
mis fuerzas, con el corazón martilleándome en el pecho y la sangre latiéndome
en los oídos.
—Me fastidia ponerte frenético
—musité entre besos desesperados—, pero es que me lo has hecho pasar muy mal.
Gruñendo, me estrechó con
fuerza.
—Entonces, ¿todo bien entre
nosotros?
Arrugué la nariz.
—Quizá no con lo del teléfono
de prepago. El seguimiento por el móvil es de locos. No me mola nada.
—Es temporal.
—Lo sé, pero...
Me puso una mano en la boca.
—Te he dejado instrucciones en
el bolso de cómo rastrear mi teléfono.
Aquello me dejó sin palabras.
Gideon esbozó una sonrisa de
satisfacción.
—No tan mala idea, por otro
lado.
—Calla. —Me aparté de él y le
di una palmada en el hombro—. Somos totalmente disfuncionales.
—Yo prefiero el término de
«conducta selectivamente desviada», pero que quede entre nosotros.
La chifladura que había sentido
momentos antes se evaporó, sustituida por una oleada de pánico al recordar que
estábamos ocultando nuestra relación. ¿Cuánto tiempo tardaría en volver a
verle? ¿Días? No volver a vivir lo que había vivido las últimas semanas. Sólo
de pensar en estar sin él durante cualquier periodo de tiempo me ponía mala.
Tuve que tragarme el nudo que
tenía en la garganta para preguntarle:
—¿Cuándo podremos estar juntos
otra vez?
—Esta
noche, Eva. —Había preocupación en sus ojos—. Me duele esa mirada tuya.
—Sólo quiero que estés conmigo
—susurré, notando en los ojos el escozor de las lágrimas otra vez—. Te
necesito.
Gideon me acarició la mejilla
con las yemas de los dedos.
—Tú estabas conmigo.
Constantemente. No dejé de pensar en ti ni un segundo. Soy tuyo, Eva. Esté
donde esté, te pertenezco.
Me abandoné a su caricia,
empapándome de ella, para que me desaparecieran todos los temores.
—Pero Corinne se acabó. No
puedo soportarlo.
—Se acabó —accedió,
sobresaltándome—. Ya se lo he dicho. Confiaba en que pudiéramos ser amigos,
pero ella quiere lo que en el pasado hubo entre los dos, y yo te quiero a ti.
—La noche en que murió
Nathan... ella era tu coartada. —No pude continuar. Me hacía daño pensar en
cómo habría pasado todas aquellas horas con ella.
—No, mi coartada fue el
incendio de la cocina. Me llevó gran parte de la noche tratar con el Cuerpo de
Bomberos, la compañía de seguros y organizar todos los preparativos para el
servicio de comidas. Corinne estuvo conmigo durante una parte de todo eso, y,
cuando se marchó, había suficiente personal que confirmara mi paradero.
El alivio que sentí debió de
notárseme en la cara, porque a Gideon se le suavizó la mirada y se le llenó de
la pena que ya le había visto tantas veces.
Se levantó y me tendió una mano
para ayudarme a hacer otro tanto.
—A tu nuevo vecino le gustaría
invitarte a cenar en su casa esta noche. Digamos que a las ocho. Encontrarás la
llave, junto con la de su ático, en tu llavero.
Le agarré la mano e intenté
levantar los ánimos respondiendo con una broma.
—Está buenísimo. Me pregunto si
estará por la labor la primera noche.
Me dedicó una sonrisa tan
pícara que me puso a mil por hora.
—Creo que las posibilidades de
que eches un polvo esta noche son muy altas.
Suspiré aparatosamente.
—¡Qué romántico!
—Te voy a dar a ti romance. —Me
acercó a él y, como en un baile, me inclinó hacia atrás con suma facilidad.
Apretada contra él desde las
caderas a los tobillos y arqueada hacia atrás, dibujando una curva de
rendimiento, noté cómo se me abría la bata, dejando mis pechos al descubierto.
Él hizo que me inclinara aún más, hasta que mi sexo, dolorido, terminó
abrazando su muslo macizo y no pude evitar ser súper consciente de la fuerza de
su cuerpo mientras sostenía mi peso además del suyo.
Y así de deprisa, me sedujo. A
pesar de las horas de placer y de un reciente orgasmo, estaba lista para él en
aquel momento, excitada por su destreza y su vigor, por la seguridad en sí
mismo, el control que tenía de sí y de mí misma.
Me deslicé por su pierna
lentamente, lamiéndome los labios. Él gruñó y me cubrió el pezón con la
ardiente humedad de su boca, acosándome la endurecida punta con la lengua. Sin
esfuerzo me sostuvo, me excitó, me poseyó.
Cerré los ojos y, con un
gemido, me rendí.
Debido al calor y a la humedad,
decidí ponerme un vestido tubo de lino y recogerme el pelo en una cola de
caballo. Completé el atuendo con unos pendientes de aro y me
maquillé
muy ligeramente.
Todo había cambiado. Gideon y
yo volvíamos a estar juntos. Ahora vivía en un mundo en el que ya no estaba
Nathan Barker. Nunca más doblaría una esquina y me encontraría con él. Nunca
más aparecería en la puerta de mi casa como salido de la nada. Ya no tendría
que preocuparme de que Gideon averiguara cosas de mi pasado que abrieran una
brecha entre nosotros. No había nada que no supiera y me quería de todas
formas.
Pero la paz en ciernes que
surgió con esa nueva realidad venía acompañada del temor por Gideon: necesitaba
tener la certeza de que se libraría de ser encausado. ¿Cómo podría demostrarse
su inocencia en un crimen que realmente había cometido? ¿Íbamos a tener
que vivir con el miedo permanente a que lo que hizo nos persiguiera de por
vida? ¿Y cómo nos había cambiado ese acto? Porque de ninguna manera
podríamos volver a ser quienes habíamos sido, y menos después de algo de
semejante calibre.
Salí de la habitación y me
dispuse a ir a trabajar, alegrándome de las horas de distracción que me
esperaban en Waters Field & Leaman, una de las agencias de publicidad más
importantes del país. Cuando fui a coger el bolso del mostrador de desayuno, me
encontré a Cary en la cocina. Saltaba a la vista que había estado tan Ocupado,
con mayúscula, como yo.
Estaba apoyado en la encimera,
agarrado al borde, mientras su amigo, Trey, le rodeaba la cara con las manos y
le besaba con pasión. Trey estaba completamente vestido con un vaquero y una
camisa, mientras que Cary sólo llevaba unos pantalones deportivos muy sexys que
le quedaban a la altura de las caderas. Ambos tenían los ojos cerrados y se les
veía muy ensimismados el uno en el otro para darse cuenta de que no estaban
solos.
Era una grosería mirar, pero no
pude evitarlo. Primero porque siempre me había parecido fascinante ver a dos
hombres atractivos montándoselo. Y segundo porque la postura de Cary me
resultaba muy reveladora. Tenía una expresión de vulnerabilidad en el rostro,
pero el hecho de que estuviera agarrando la encimera, en lugar de al hombre al
que amaba, delataba una distancia que no terminaba de desaparecer.
Cogí el bolso y, procurando no
hacer ruido, salí de puntillas del apartamento.
Como no quería llegar
completamente derretida al trabajo, tomé un taxi en lugar de ir caminando.
Desde el asiento de atrás, vi aparecer el edificio Crossfire de Gideon. Las
brillantes e inconfundibles espirales azul zafiro albergaban tanto a Cross
Industries como a Waters Field & Leaman.
Mi trabajo como ayudante del
subdirector de cuentas Mark Garrity era un sueño hecho realidad. Mientras que
había quien —concretamente mi padrastro, el magnate Richard Stanton— no
entendía por qué había aceptado un empleo de principiante, teniendo en cuenta
las buenas relaciones y los recursos con que contaba, yo me sentía muy
orgullosa de estar labrándome mi propio camino. Mark era un jefe estupendo,
para formar y para delegar, lo que significaba que estaba aprendiendo mucho
tanto de sus enseñanzas como de hacer cosas por mí misma.
El taxi dobló una esquina y se
detuvo detrás de un Bentley monovolumen negro que yo conocía muy bien. Al
verlo, el corazón me dio un vuelco, pues imaginé que Gideon no andaría lejos.
Pagué al taxista y salí del
frescor interior al húmedo y caluroso aire de primera hora de la mañana. Clavé
los ojos en el Bentley con la esperanza de vislumbrar a Gideon. Era alucinante
lo mucho que me excitaba la idea, sobre todo después de una noche revolcándome
con él en toda su gloriosa desnudez.
Con una sonrisa burlona, me
dirigí hacia las puertas giratorias de marco dorado y
entré
al gran vestíbulo. Si un edificio podía encarnar a un hombre, el Crossfire lo
hacía con Gideon. Los suelos y las paredes de mármol irradiaban poder y
riqueza, mientras que el exterior de cristal azul cobalto era tan llamativo
como los trajes de Gideon. En general, el Crossfire era elegante y sexy, oscuro
y peligroso... como el hombre que lo había creado. Me encantaba trabajar allí.
Pasé por los torniquetes de
seguridad y tomé el ascensor hasta el vigésimo piso. Cuando salí de la cabina,
divisé a Megumi, la recepcionista. Presionó el botón para abrirme las puertas
de seguridad y se levantó cuando me acercaba.
—Hola —me saludó, tan elegante
ella con sus pantalones negros y una blusa de seda dorada sin mangas. Sus
oscuros ojos endrinos le centelleaban de entusiasmo y llevaba sus bonitos
labios pintados de un atrevido color rojo—. Quería preguntarte qué vas a hacer
el sábado por la noche.
—Oh... —Quería pasarlo con
Gideon, pero nada garantizaba que eso fuera a suceder—. No sé. No tengo planes
todavía. ¿Por qué?
—Uno de los amigos de Michael
se va a casar y tienen una despedida de soltero el sábado. Si me quedo en casa,
me vuelvo loca.
—¿Michael es el de la cita a
ciegas? —le pregunté, sabiendo que salía con un chico con quien su compañera de
piso le había apañado una cita.
—Sí. —Por un momento a Megumi
se le iluminó la cara—. Realmente me gusta y creo que yo también le gusto a él,
pero...
—Sigue —la animé.
Alzó un hombro en un gesto de
resignación y desvió la mirada.
—Tiene fobia al compromiso. Sé que
está loco por mí, pero no deja de decir que la cosa no va en serio y que
sencillamente lo estamos pasando bien. Pero pasamos mucho tiempo juntos
—arguyó—. Ha reorganizado su vida para estar conmigo más a menudo. Y no sólo
físicamente.
Torcí el gesto con cierta pena,
pues conocía a ese tipo de hombre. No era fácil salir de esa clase de
relaciones. Las señales contradictorias mantenían altas la emoción y la
adrenalina, y era difícil renunciar a la posibilidad de que el chico aceptara
el riesgo. ¿Qué chica no quería alcanzar lo inalcanzable?
—Me apunto para salir este
sábado —respondí, haciéndole ver que podía contar conmigo—. ¿Qué se te ha
ocurrido?
—Beber, bailar, desmadrarnos...
—Megumi recuperó la sonrisa—. A lo mejor hasta encontramos a algún tío bueno
que te consuele.
—Ehh... —¡Ahí va! ¡Menuda
complicación!—. La verdad es que estoy muy bien así.
Me miró con el ceño fruncido.
—Pareces cansada.
Me he pasado la noche entera
copulando con Gideon Cross...
—Ayer tuve una clase de Krav
Maga muy dura.
—¿Qué? Da igual. En cualquier
caso, tampoco te hará daño ver cómo está el panorama, ¿no?
Me moví la cinta del bolso en
el hombro.
—Nada de sustitutos —insistí.
—¡Oye! —Se puso las manos en
las caderas—. Sólo te estoy sugiriendo que te abras a la posibilidad de conocer
a alguien. Sé que Gideon Cross ha debido de poner muy alto el listón, pero,
hazme caso, no hay mejor venganza que seguir adelante.
Eso
me hizo sonreír.
—No me cerraré a nada —respondí
para salir del atolladero.
Sonó el teléfono de su mesa y
me despedí con un gesto de la mano al tiempo que me dirigía por el pasillo
hacia mi cubículo. Necesitaba un poco de tiempo para pensar en cómo desempeñar
el papel de mujer sin pareja estando tan enganchada como estaba. Si Gideon me
pertenecía, él me poseía a mí. No me imaginaba con nadie más.
Estaba pensando en cómo
mencionar a Gideon el asunto del sábado por la noche cuando oí que Megumi me
llamaba por detrás. Me di la vuelta.
—Tengo una llamada en espera
para ti —dijo—. Y confío en que sea personal, porque tiene una voz
endiabladamente sexy. Suena a S-E-X-O bañado en chocolate y cubierto de nata.
Se me erizó el vello de la
nuca.
—¿Te ha dicho cómo se llama?
No hay comentarios:
Publicar un comentario