Pasé a toda prisa las puertas de torniquete del Crossfire y sonreí
en cuanto vi a Cary esperándome en
el vestíbulo.
—¡Hola, chico! —le saludé, impresionada por cómo se las arreglaba
para que unos vaqueros
gastados y una camiseta con cuello de pico parecieran caros.
—¡Hola, desconocida! —Nos cogimos de la mano y salimos del
edificio por la puerta lateral—. Se
te ve contenta.
El calor del mediodía me dio de golpe, como si me hubiera chocado
contra una barrera.
—¡Uf! Hace un calor infernal. Vamos a picar algo por aquí cerca.
¿Qué tal unos tacos?
—De puta madre.
Le llevé al pequeño restaurante mexicano que había conocido yo
gracias a Megumi, y traté de que
no se diera cuenta de lo culpable que me había hecho sentir su
saludo. Llevaba unos días sin ir a casa y
Gideon estaba preparando un viaje para el fin de semana, lo cual
significaba otros cuantos días sin
estar con Cary. Fue un alivio que aceptara quedar conmigo para
comer. No quería que pasara mucho
tiempo sin estar en contacto con él y asegurarme de que se
encontraba perfectamente.
—¿Algún plan para esta noche? —le pegunté, después de pedir la
comida para los dos.
—Uno de los fotógrafos con los que he trabajado da una fiesta de
cumpleaños. Creo que voy a
pasarme por allí a ver cómo está la cosa. —Se balanceaba sobre los
tacones mientras esperábamos los
tacos y unos margaritas sin alcohol—. ¿Sigues pensando en ir con
la hermana de tu jefe? ¿Realmente
queréis ir con ella?
—Cuñada —le corregí—, y tiene entradas para un concierto. Me dijo
que yo era su último recurso,
pero, aunque no fuera así, creo que lo pasaremos bien. Nunca he
oído hablar del grupo, así que sólo
espero que no sea una mierda.
—¿Qué grupo es?
—Los Six-Ninths. ¿Los conoces?
Abrió los ojos como platos.
—¿Los Six-Ninths? ¿En serio? Son muy buenos. Te van a gustar.
Cogí las bebidas de la barra y dejé la bandeja con los platos para
que la llevara él.
—Tú los conoces y Shawna es muy fan de ellos. ¿Dónde habré estado
yo?
—Debajo de Cross y su paquete. ¿Va a ir contigo?
—Sí. —Me apresuré a coger una mesa cuando vi que dos hombres de
negocios se levantaban para
salir. No le dije a Cary nada de la oposición de Gideon a que
fuera sin él. Sabía que no le gustaría, y
me sorprendía a mí misma lo fácilmente que yo había cedido.
Normalmente Cary y yo coincidíamos
en cosas como ésa.
—No me imagino a Cross disfrutando del rock alternativo. —Cary se
sentó enfrente de mí—. ¿Sabe
lo mucho que te gusta a ti? ¿Y especialmente los músicos
que lo tocan?
Le saqué la lengua.
—No puedo creer que salgas ahora con eso. Es agua pasada.
—¿Y qué? Brett estaba buenísimo. ¿No piensas nunca en él?
—Con vergüenza. —Cogí un taco de carne asada—. Así que procuro no
hacerlo.
—Era un buen tipo —dijo Cary antes de darle un enorme sorbetón a
un aguachirle con sabor a
margarita.
—No digo que no lo fuera, pero no era adecuado para mí. —Sólo de
pensar en aquella etapa de mi
vida quería que me tragase la tierra. Brett Kline estaba buenísimo
y tenía una voz que me ponía
húmeda cuando la oía, pero también fue uno de los principales
errores de mi sórdida vida amorosa
anterior—. Cambiando de tema... ¿Has hablado con Trey últimamente?
La sonrisa de Cary se desvaneció.
—Esta mañana.
Esperé pacientemente. Por fin, dio un suspiro.
—Le echo de menos. Echo de menos hablar con él. Es condenadamente
inteligente, ¿sabes? Igual
que tú. Vendrá conmigo a la fiesta de esta noche.
—¿Cómo amigo o como pareja?
—Qué buenos están estos tacos. —Le dio un mordisco a uno de ellos
antes de contestar—. Se
supone que vamos como amigos, pero tú bien sabes que probablemente
lo fastidiaré todo y me lo
tiraré. Le pedí que nos reuniéramos allí y después volver a casa
desde allí para que no estemos tan
solos, pero siempre podemos follar en el cuarto de baño o en un
puñetero armario de mantenimiento.
Yo no tengo fuerza de voluntad y él no sabe decirme que no.
Su tono de abatimiento me dolió en el alma.
—Sé cómo son esas cosas —le recordé delicadamente. Así había sido
yo una vez. Estaba tan
desesperada por sentirme ligada a alguien... —. ¿Por qué no... ya
sabes... haces algo al respecto antes?
Tal vez sirva de algo.
En su atractiva cara se dibujó una sonrisa lenta e irónica.
—¿Me lo puedes grabar en el contestador automático?
Le tiré mi servilleta, toda arrugada. Él la recogió, riéndose.
—Mira que puedes ser mojigata algunas veces. Me encanta.
—A mí me encantas tú, y quiero que seas feliz.
Se llevó mi mano a los labios y la besó en el dorso.
—En ello estoy, nena.
—Aquí me tienes si me necesitas, aunque no pare en casa.
—Ya lo sé. Me dio un apretón en la mano antes de soltarla.
—La semana que viene voy a andar mucho por allí. Tengo que
preparar las cosas para la visita de
mi padre. —Mordí un taco y organicé un pequeño zapateado,
entusiasmada con lo delicioso que estaba
—. Quería pedirte que el viernes, como yo tengo que trabajar, si
tú estás en casa, que te ocupes de él.
Haré una abundante provisión de la comida que le gusta y le dejaré
algunos planos de la ciudad, pero...
—Tranquila —Cary guiñó el ojo a una rubia muy mona que pasó—,
estará en buenas manos.
—¿Quieres venir con nosotros a algún espectáculo cuando él esté
aquí?
—Eva, cariño, yo siempre me apunto a salir contigo. Sólo tienes
que decirme dónde y cuándo para
estar lo más libre posible.
—¡Ah! —mastiqué y tragué rápidamente—, me ha dicho mamá que el
otro día vio esa jeta tuya tan
bonita en el lateral de un autobús.
Cary sonrió.
—Lo sé. Me mandó una foto que había hecho con el teléfono.
Increíble, ¿verdad?
—Mucho. Tenemos que celebrarlo —dije, robándole la frase que le
caracterizaba.
—¡Venga!
—¡Hala! —Shawna se detuvo en la acera del complejo de apartamentos
donde vivía, en Brooklyn,
mirando boquiabierta la limusina que esperaba al ralentí en la
calle—. Habéis tirado la casa por la
ventana.
—Yo no —repliqué discretamente mientras examinaba la ropa que
Shawna llevaba puesta:
ajustados shorts
de color rojo y camiseta con
estratégicos cortes y el nombre Six-Ninths impreso en
ella. Iba con su brillante melena alta y cardada y tenía los
labios pintados a juego con los shorts.
Estaba guapísima y lista para ir de marcha, y yo me sentí justificada
en la elección de ropa que había
hecho: falda plisada supercorta de cuero negro, camiseta blanca
elástica, sin mangas, y unas Doc
Martens de dieciséis agujeros de color cereza.
Gideon, que estaba de espaldas a nosotros hablando con Angus, se
dio la vuelta, y yo me quedé tan
estupefacta como cuando le vi después de ducharse y cambiarse.
Llevaba vaqueros negros holgados,
una sencilla camiseta negra y fuertes botas negras; no sé cómo,
pero aquella combinación tan austera e
informal le hacía muy sexy, y me daban ganas de tirármelo. Con
traje se le veía Oscuro y Peligroso,
pero más todavía cuando se preparaba para un concierto de rock.
Parecía más joven, y tan apuesto que
se te ponían los dientes largos.
—¡Joder!, dime que es para mí —me susurró Shawna, sujetándome la
muñeca como unas tenazas.
—Oye, que tú tienes el tuyo. Éste es mío —y decirlo me produjo una
gran excitación. Mío para
exigir, para tocar, para besar. Y, luego, para follar hasta el
agotamiento. Oh, sí...
Ella se echó a reír cuando me vio balancearme de puntillas ante
aquella perspectiva.
—Bueno, me calmaré para hacer las presentaciones.
Hice los honores y esperé a que ella entrase antes en la limusina.
Estaba a punto de subir tras ella
cuando sentí la mano de Gideon debajo de la falda apretándome el
trasero. Se pegó a mi espalda y me
dijo al oído:
—Oye, cielo, asegúrate de que estoy yo detrás de ti cuando te
inclines hacia delante o tendré que
darte unos azotes en ese culo tan bonito que tienes.
Volví la cabeza y apoyé la mejilla contra la suya.
—Ya no tengo la regla.
Él lanzó un gruñido a la vez que me pellizcaba las caderas con las
yemas de los dedos.
—¿Por qué no me lo has dicho antes?
—Demora de la gratificación, campeón —le contesté, usando una
frase con la que él me había
atormentado una vez. Cuando me dejé caer en el asiento al lado de
Shawna, seguía riéndome de la
palabrota que había soltado Gideon.
Angus se sentó al volante, nos pusimos en marcha y abrimos una
botella de Armand de Brignac por
el camino. Cuando llegamos a Tableau One, un nuevo restaurante de
fusión con una serie de platos de
comida saludable y del que salía hasta la calle una música muy
potente, la combinación del champaña
y la ardiente mirada de Gideon a la longitud casi indecente de la
falta hacía que me sintiera mareada.
Shawna se inclinó hacia delante en el asiento y miraba con los
ojos muy abiertos a través de las
ventanillas tintadas.
—Doug intentó reservar aquí antes de marcharse, pero la lista de
espera es de dos meses. Puedes
presentarte sin más, pero a veces hay que esperar varias horas y
no hay garantía de que llegues a
sentarte.
La puerta de la limusina se abrió y Angus la ayudó a salir primero
a ella y luego a mí. Gideon se
unió a nosotras y me cogió del brazo como si fuéramos vestidos de
gala y no para asistir a un
concierto de rock. En cuanto entramos tuvimos escolta; el gerente
era tan cordial y tan efusivo, que yo
miré a Gideon y le pregunté sólo moviendo los labios: ¿Uno de los tuyos?
—Sí, soy socio.
Di un suspiro, resignada a lo inevitable.
—¿Tu amigo va a reunirse con nosotros para cenar?
Gideon asintió con un gesto de la cabeza.
—Ya está aquí.
Le seguí la mirada hasta un hombre bien parecido con vaqueros
azules y camiseta de los Six-Ninths.
Estaban fotografiándole con dos mujeres muy guapas a cada lado, y él
le brindaba una amplia sonrisa
a la persona que sostenía una cámara de un smartphone. Saludó a Gideon con la mano y se excusó.
—¡Oh, Dios mío! —Shawna se puso a dar brincos—. ¡Es Arnoldo Ricci!
Este restaurante es suyo ¡y
tiene un programa en la Food Network!
Gideon me soltó para darse un apretón de manos con Arnoldo y
efectuar el ritual de las palmaditas
en la espalda típico entre hombres que son buenos amigos.
—Arnoldo, te presento a mi novia, Eva Tramell.
Le tendí la mano, Arnoldo la cogió, me acercó más a él y me besó
directamente en la boca.
—Atrás —le espetó Gideon, poniéndome detrás de él.
Arnoldo sonrió, y en sus ojos oscuros podía verse un destello de
humor.
—¿Y quién es esta fantástica criatura? —preguntó, volviéndose
hacia Shawna y llevándose su mano
a los labios.
—Shawna, él será tu acompañante, Arnoldo Ricci, s i consigue
sobrevivir a la cena. —Gideon le
dirigió a su amigo una mirada de advertencia—. Arnoldo, Shawna
Ellison.
Ella irradiaba entusiasmo.
—Mi novio es una gran admirador tuyo; y yo también. Un día preparó
lasaña con tu receta y estaba
PARA-MO-RIR-SE.
—Gideon me ha dicho que ahora está en Sicilia —la voz de Arnoldo
tenía un acento encantador—.
Espero que puedas ir a hacerle una visita.
Miré fijamente a Gideon, con la certeza de que yo no le había dado
tanta información sobre el novio
de Shawna. Él me devolvió la mirada con una expresión de fingida
inocencia y una sonrisita burlona
casi imperceptible.
Meneé la cabeza, exasperada, pero no podía negar que aquélla iba a
ser una noche que Shawna
nunca olvidaría.
La hora siguiente pasó volando en una nebulosa de excelente comida
y vino selecto. Yo estaba
zampándome un extraordinario zabaione con
frambuesas cuando pillé a Arnoldo observándome con
una sonrisa de oreja a oreja.
—Bellissima —dijo, galante—. Siempre es un gozo ver a una mujer con buen
apetito.
Me sonrojé, con un poco de vergüenza. No podía evitarlo; me
encantaba la comida.
Gideon extendió un brazo por el respaldo de mi silla y se puso a
juguetear con el pelo de mi nuca.
Con la otra mano se llevó un vaso de vino tinto a la boca y,
cuando se pasó la lengua por los labios,
supe que él en realidad quería saborearme a mí. El aire que había entre
nosotros estaba impregnándose
de su deseo. Yo había sentido su influjo durante toda la cena.
Metí la mano debajo de la mesa, le sujeté la polla por encima de
los pantalones y apreté. Pasó de
semidura a pétrea en un instante, pero él no dio ninguna señal
visi
ble de su excitación.
No pude evitar tomarlo como un desafío.
Comencé a acariciársela con los dedos en toda su extensión y
rigidez, procurando que los
movimientos fueran lentos y cuidadosos para que los demás no los
notaran. Con gran regodeo por mi
parte, Gideon continuó la conversación sin ningún problema y sin
cambiar de expresión. Su
autocontrol me provocaba, me hacía más atrevida. Busqué los
botones de la bragueta, estimulada por
la idea de liberar aquel miembro y tocarlo piel con piel.
Gideon tomó otro sorbo pausadamente y luego dejó el vaso en la
mesa.
—Sólo tú, Arnoldo —respondió secamente a algo que su amigo había
dicho.
Me agarró por la muñeca justo cuando iba a desabrochar el primer
botón y se llevó mi mano a los
labios, haciendo que su gesto pareciese una espontánea
demostración de afecto. El súbito mordisco
que me dio en un dedo me pilló por sorpresa y me hizo jadear.
Arnoldo sonrió; era esa sonrisa de complicidad y un poco burlona
que un soltero le dirige a otro al
que le ha pescado una mujer. Dijo algo en italiano, y Gideon le
contestó, con una pronunciación fluida
y sexy y un tono irónico. Arnoldo echó hacia atrás su morena
cabeza y soltó una carcajada.
Me removí en mi asiento. Me encantaba ver así a Gideon, relajado y
divirtiéndose.
Él miró mi plato de postre vacío y después a mí.
—¿Lista para marcharnos?
—Sí, sí. —Estaba deseando ver cómo discurría el resto de la noche
y cuántas facetas más de Gideon
descubriría. Porque yo amaba al hombre que era en aquel momento
tanto como al poderoso
empresario con traje, al amante dominante en la cama, al niño
destrozado que no podía esconder las
lágrimas y al tierno compañero que me abrazaba cuando lloraba yo.
Gideon era muy complejo, todavía un gran misterio para mí; apenas
había escarbado en la
superficie de su personalidad. Pero nada me detenía para seguir
profundizando.
—¡Son buenos estos chicos! —gritó Shawna cuando el grupo telonero
se lanzaba a la quinta canción.
Nosotros nos habíamos levantado de los asientos después de la
tercera, abriéndonos paso entre la
agitada masa de espectadores hasta la barrera que separaba la zona
de butacas de la zona más cercana
al escenario. Gideon me rodeó con sus brazos, resguardándome así
por ambos lados, y puso las manos
en la barrera. El público hacía presión a nuestro alrededor,
empujando todo el mundo hacia delante,
pero yo estaba protegida por su cuerpo, igual que Shawna, junto a
nosotros, lo estaba por el de
Arnoldo.
Tenía la seguridad de que Gideon podría haber conseguido unos
asientos muchísimo mejores, pero
yo no tuve que decirle nada de cómo había conseguido las entradas
sólo para las fans, y el hecho de
q u e nos hubiera invitado ella significaba que no teníamos
alternativa. Me encantó que lo
comprendiera y que se dejase llevar por la corriente.
Giré la cabeza para mirarle.
—¿Este grupo tiene también contrato con Vidal?
—No, pero me gustan.
Que Gideon estuviera disfrutando del concierto me animaba mucho.
Levanté los brazos y di gritos,
impulsada por la energía de la multitud y el ritmo de la música, y
bailé dentro del contorno de sus
brazos, empapada de sudor y con la sangre circulando
impetuosamente.
Cuando el grupo telonero terminó, los tramoyistas se pusieron
manos a la obra inmediatamente
desmontando el equipo de los primeros y montando el de los
Six-Ninths. Agradecida por aquella
noche, por la alegría, por el gustazo de desmadrarme con el hombre
que amaba, me volví y eché los
brazos al cuello de Gideon, apretando mis labios contra los suyos.
Él me levantó en vilo y me hizo poner las piernas alrededor de su
cintura, besándome
violentamente. Estaba empalmado y me estrechaba incitándome a
frotarme contra él. La gente que nos
rodeaba silbaba y abucheaba, diciéndonos cosas como «buscaos una
habitación» o «fóllatela, tío»,
pero a mí me traía sin cuidado y lo mismo a Gideon, que parecía
dejarse llevar tanto como yo por
aquel arrebato sensual. Con una mano en mi trasero me restregaba
contra su erección mientras que con
la otra me agarraba del pelo, sujetándome dónde le convenía, a la
vez que me besaba como si no
pudiese parar, como si se muriera por mi sabor.
Nuestras bocas abiertas se recorrían con urgencia la una a la
otra. Introducía la lengua en
movimientos rápidos y profundos, follándome la boca, haciéndole el
amor. Yo le bebía, le lamía y le
paladeaba, gimiendo ante su insaciable avidez. Él me succionaba la
lengua, deslizando el círculo de
sus labios a lo largo de ella. Aquello era demasiado. Yo estaba
toda húmeda y ansiosa por su polla,
casi desesperada por la necesidad de sentirla llenándome.
—Vas a hacer que me corra —murmuró, y estiró mi labio inferior con
sus dientes.
Yo estaba tan fundida con él y su fogosidad que apenas me di
cuenta de que los Six-Ninths habían
empezado. Fue en el momento en que entró el vocalista cuando volví
a la realidad.
Me puse rígida, y mi mente trató de abrirse camino entre la
nebulosa de la pasión para procesar lo
que estaba oyendo. Yo conocía aquella canción. Abrí los ojos
cuando Gideon se echó hacia atrás. Por
encima de sus hombros vi carteles escritos a mano que la gente
sostenía en el aire.
¡BRETT KLINE ES MÍO!, ¡FÓLLAME, BRETT!, y mi favorito: ¡¡¡BRETT, ME LO MONTARÍA CONTIGO
COMO UNA LOCA!!!
Joder. No podía ser.
Seguro que Cary lo sabía. Lo sabía y no me había advertido.
Probablemente pensó que me parecería
gracioso si me enteraba por casualidad en vez de a través de él.
Aflojé las piernas en las caderas de Gideon y él me dejó en el
suelo, protegiéndome de los
frenéticos fans con el escudo de su cuerpo. Volví la cara hacia el
escenario y sentí un tremendo
hormigueo en el estómago. No me cabía duda, Brett Kline estaba al
micrófono, derramando aquella
voz profunda, poderosa, endemoniadamente sexy, sobre los miles de
personas que habían ido a verle
en acción. Llevaba el pelo corto, de punta y teñido de platino en
los extremos. Había vestido su esbelto
cuerpo con pantalones cargo color aceituna y una camiseta negra
sin mangas. Era imposible verle
desde donde yo me encontraba, pero yo sabía que tenía los ojos de
un brillante verde esmeralda y un
atractivo rostro de facciones marcadas, y que su impactante
sonrisa dejaba ver un hoyuelo que volvía
locas a las mujeres.
Hice un esfuerzo por apartar los ojos de él y miré a los otros
miembros del grupo. Los reconocí a
todos. Tiempo atrás, en San Diego, no se llamaban Six-Ninths, sino
Captive Soul y yo me peguntaba
qué les habría llevado a cambiarse de nombre.
—Son muy buenos, ¿verdad? —me dijo Gideon con la boca en mi oreja
para que pudiera oírle.
Tenía una mano apoyada en la barrera y la otra alrededor de mi
cintura, manteniéndome bien pegada a
él mientras se movía al ritmo de la música. La combinación de su
cuerpo con la voz de Brett producía
un efecto perturbador en mi ya soliviantado apetito sexual.
Cerré los ojos, concentrándome en el hombre que tenía detrás y en
la especial sensación que
siempre había experimentado al oír cantar a Brett. La música
vibraba en mis venas y me traía
recuerdos, unos buenos y otros malos. Me agitaba entre los brazos
de Gideon, invadida por la
excitación. Era plenamente consciente de su deseo, que emanaba de
él como oleadas de calor que se
infiltraban en mí y me hacían desearle hasta tal punto que la distancia
física entre nosotros me
resultaba dolorosa.
Le cogí la mano que había dejado a la altura de mi estómago y la
llevé más abajo.
—Eva... —la pasión le ponía la voz ronca. Yo había estado
provocándole toda la noche, desde que le
dije que mi menstruación había terminado, pasando por el «trabajo
manual» bajo la mesa del
restaurante, hasta el ardiente beso del intermedio.
Él me tocó un muslo y apretó.
—Preparada.
Apoyé el pie izquierdo en la parte de abajo de la barrera, dejé
reposar la cabeza en su hombro y un
instante después ya había metido él la mano debajo de la falda y,
con la respiración agitada, me lamía
el contorno de la oreja. Le oí, y le sentí, dar un gemido al
descubrir lo húmeda que estaba.
Una canción se mezclaba con la otra. Gideon me frotaba en la
entrepierna, encima de los culottes,
primero con movimientos circulares y luego verticales. Mis caderas
se movían al ritmo de sus
caricias, mis entrañas se contraían, le presionaba con el culo la
protuberancia de su erección. Iba a
correrme allí mismo, al lado de un montón de personas, porque eso
conseguía Gideon. Así de
locamente me excitaba. Nada importaba cuando ponía las manos en mi
carne y toda su atención se
concentraba en mí.
—Eso es, cielo. —Separó las bragas con los dedos y me penetró con
dos de ellos—. Voy a follarte
este coño maravilloso durante días y días.
Con todos aquellos cuerpos apretujándonos, la música retumbando, y
la intimidad garantizada
solamente por la distracción de la gente, Gideon hundió más los
dedos en mi más que húmedo sexo y
los dejó allí. Aquella penetración constante y estática me puso
desenfrenada. Empecé a mover las
caderas en torno a su mano, esforzándome por conseguir el orgasmo
que tanto necesitaba.
La canción acabó y las luces se apagaron. Sumida en la oscuridad,
la multitud gritaba. Los
espectadores iban cargándose de densa expectación hasta que el
rasgueo de las guitarras la contuvo.
Estallaron los gritos, y las luces de los encendedores empezaron a
parpadear, convirtiendo aquel mar
de personas en miles de luciérnagas.
Un foco iluminó el escenario, mostrando a Brett sentado en un
taburete, sin camiseta y brillante de
sudor. Tenía el torso firme y bien definido y los abdominales
marcando cada músculo. Ajustó la altura
del soporte del micrófono, bajándola un poco, y los piercings de sus pezones refulgieron con los
movimientos. Las mujeres del público chillaron, incluida Shawna,
que se puso a saltar y dio un silbido
ensordecedor.
Le veía del todo. Sentado, con los pies apoyados en los travesaños
del taburete y sus musculosos
brazos cubiertos de tatuajes negros y grises, Brett estaba
tremendamente sexy y daban ganas de
tirárselo. Durante seis meses, casi cuatro años atrás, yo me había
humillado para tenerle desnudo
siempre que podía, así de encaprichada y desesperada me encontraba
yo por sentirme querida y
aceptaba cualquier migaja que me arrojara.
Gideon comenzó a deslizar los dedos hacia dentro y hacia fuera.
Entró el batería. Brett se puso a
cantar una canción que yo no había oído nunca, con un tono bajo y
conmovedor, y la letra clara como
el cristal. Tenía la voz de un ángel caído. Fascinante. Seductora.
Y una cara y un cuerpo apropiados
para reforzar la tentación.
Chica rubia. Ahí estás tú.
Yo canto a la multitud, la música suena
fuerte.
Estoy viviendo mi sueño, en la cresta de la
ola,
pero te veo ahí, con la luz del sol en el
pelo,
estoy dispuesto a marchar, desesperado por
volar.
Chica rubia. Ahí estás tú.
Bailando para la multitud, la música suena
fuerte.
Te quiero tanto que no puedo mirar a otro
lado.
Luego, te pondrás de rodillas. Me
suplicarás. Por favor.
Y luego te irás, sólo conozco tu cuerpo.
Chica rubia, ¿adónde te has ido?
Ya no estás ahí, con la luz del sol en el
pelo.
Yo podía tenerte en el bar o en mi coche,
en el asiento de atrás,
pero nunca tuve tu corazón. Estoy deshecho.
Me pondré de rodillas y te suplicaré. Por
favor.
Por favor, no te vayas. Hay tantas cosas
que quiero saber de ti.
Eva, por favor. Estoy arrodillado.
Chica rubia, ¿adónde te has ido?
Yo canto a la multitud, la música suena
fuerte.
Y tú no estás ahí, con la luz del sol en el
pelo.
Eva, por favor. Estoy arrodillado.
El foco se apagó. Todavía pasó un buen rato hasta que la música se
desvaneció. Volvieron a
encenderse las luces y resonó batería. Las llamas dejaron de
parpadear y la gente se volvió loca.
Pero yo estaba perdida entre el estruendo que llegaba a mis oídos,
la opresión en el pecho y la
confusión que me hacía tambalearme.
—Esa canción —murmuró Gideon junto a mi oreja, mientras seguía
follándome con los dedos
enérgicamente—, me hace pensar en ti.
Puso la palma de la mano en el clítoris y masajeó: tuve un orgasmo
clamoroso. Caían lágrimas de
mis ojos. Lloré con vehemencia, temblando entre sus brazos, Me
agarré a la barrera que tenía delante
y dejé que me desbordara aquel placer imparable.
Cuando terminó el espectáculo, lo único en que podía pensar era en
conseguir un teléfono y llamar a
Cary. Mientras esperábamos a que la gente fuera saliendo, me apoyé
pesadamente en Gideon,
buscando ayuda en la fuerza de sus brazos, que seguían rodeándome.
—¿Estás bien? —me preguntó, acariciándome la espalda de arriba
abajo.
—Sí, muy bien —mentí. La verdad era que no sabía cómo me sentía.
No debería importarme que
Brett hubiera escrito una canción en la que diera a entender una
versión diferente del rollo que
tuvimos. Yo estaba enamorada de otra persona.
—Yo también quiero irme —murmuró—. Me muero por estar dentro de
ti, cielo. Casi no puedo
pensar con claridad.
Metí las manos en los bolsillos traseros de sus pantalones.
—Pues vámonos.
—Yo tengo acceso a los bastidores. —Me besó la punta de la nariz
cuando levanté la cabeza para
mirarle—. No tenemos que decírselo a ellos, si prefieres salir de
aquí.
Me quedé pensándolo durante un rato. Al fin y al cabo, la noche
había sido, y seguía siendo,
estupenda gracias a Gideon. Pero sabía que luego iba a
arrepentirme si le negaba a Shawna y Arnoldo,
que era fan también de Six-Ninths, algo que recordarían el resto
de su vida. Y yo mentiría si dijera que
no me apetecía echarle un ojo de cerca a Brett. No quería que él
me viera a mí, pero yo quería verle a
él.
—No. Que vengan ellos también.
Gideon me cogió de la mano y habló con nuestros amigos, cuyo
entusiasmo me proporcionó el
pretexto de decirles que lo hacía sólo por ellos. Nos dirigimos
hacia el escenario y nos desviamos
hacia un lateral, donde Gideon conversó con un tipo enorme
encargado de la seguridad. Mientras el
hombre hablaba por el micrófono de sus auriculares, Gideon sacó el
teléfono móvil y le dijo a Angus
que llevara la limusina a la parte de atrás. Durante ese tiempo,
se cruzaron nuestras miradas. La
intensidad de la suya y la promesa de placer que sugería me
dejaron sin aliento.
—Tu chico es el no va más —dijo Shawna, dirigiendo a Gideon una
mirada cercana a la veneración.
No era una mirada depredadora, simplemente admirativa—; esta noche
es increíble. Estoy en deuda
contigo.
Y me dio un fuerte abrazo.
—Gracias.
Yo también la abracé a ella.
—Gracias por invitarme.
Un hombre alto, larguirucho, con mechones azules en el pelo y unas
gafas muy elegantes de
montura negra, se acercó a nosotros.
—Señor Cross —saludó a Gideon tendiéndole la mano—, no sabía que
vendría usted esta noche.
Gideon le estrechó la mano.
—No se lo dije —respondió con soltura, y alargó el otro brazo
hasta mí para hacerme avanzar un
poco y presentarme a Robert Phillips, el mánager de los
Six-Ninths. Después, presentó a Shawna y
Arnoldo, y nos llevaron a todos entre bastidores, donde había
mucha actividad y merodeaban los
seguidores.
De pronto yo no quería ni ver a Brett. Resultaba fácil olvidar
cómo habían sido las cosas entre
nosotros mientras le oía cantar. Resultaba fácil querer olvidar después de oír la canción que él había
escrito. Pero aquella etapa de mi pasado era algo de lo que no
estaba orgullosa precisamente.
—Los grupos están aquí dentro —decía Robert señalando una puerta
abierta por donde salían
sonidos musicales y risas estridentes—. Les encantará conocerle.
Me paré de repente y Gideon se detuvo y me miró con el ceño
fruncido.
Me puse de puntillas y le susurré:
—No tengo ningún interés en conocerlos. Si no te importa, voy al
cuarto de baño más cercano y
luego a la limusina.
—¿Puedes esperar unos minutos y me voy contigo?
—No te preocupes, que no va a pasarme nada.
Me tocó la frente.
—¿Te encuentras bien? Pareces sofocada.
—Estoy estupendamente. Ya lo verás en cuanto lleguemos a casa.
Aquello funcionó. Relajó la expresión y esbozó una sonrisa.
—Me daré prisa con esto —Miró a Robert Phillips e hizo un gesto a
Arnoldo y Shawna—. ¿Puede
acompañarlos ahí dentro? Vuelvo en un minuto.
—Gideon, de verdad que no... —protesté.
—Voy contigo.
Yo conocía aquel tono, así que le dejé que anduviera a mi lado los
pocos metros que nos separaban
del baño.
—Puedo ir sola, campeón.
—Te esperaré.
—Entonces nunca vamos a salir de aquí. Vete a tus cosas, que no va
a pasarme nada.
Me miró con expresión paciente.
—Eva, no voy a dejarte sola.
—Yo sé arreglármelas, en serio. Se sale por allí. —Señalé el
corredor que llevaba hasta unas
puertas abiertas, con un rótulo encendido encima donde ponía
«salida». Los técnicos ya estaban
sacando los equipos—. Angus está ahí fuera, ¿no?
Gideon se apoyó contra la pared y cruzó los brazos.
Levanté las manos.
—Vale. Está bien. Lo que tú digas.
—Estás aprendiendo, cielo —dijo con una sonrisa.
Refunfuñando por lo bajo, entré en el baño e hice mis necesidades.
Cuando estaba lavándome las
manos, me miré al espejo y sentí vergüenza. Tenía los ojos como un
mapache de tanto como había
sudado, con las pupilas oscuras y dilatadas.
¿Qué verá ese hombre en ti? Me decía a mí misma con cierta sorna,
pensando en el impresionante
aspecto que conservaba Gideon. Con todo lo excitado y sudoroso que
había estado él también, no tenía
en absoluto mal aspecto, mientras que a mí se me veía empapada y
exhausta. Pero, más que en mi
exterior, pensaba en mis defectos personales. No podía escapar de
ellos, y menos mientras Brett se
encontrara en el mismo edificio que nosotros.
Me froté los ojos con un trozo de papel humedecido para quitarme
las manchas negras y salí otra
vez al pasillo. Gideon esperaba muy cerca, hablando con Robert, o,
más propiamente, escuchándole.
Era evidente que el mánager estaba alterado por algo.
Gideon me vio e hizo un ademán con la mano indicándome que
esperase un poquito, pero no quise
arriesgarme. Yo le señalé a él la salida, me di la vuelta y fui en
aquella dirección antes de que pudiera
detenerme. Pasé de prisa por delante de la habitación verde,
aunque pude echar un vistazo dentro y
distinguí a Shawna riéndose y con una cerveza en la mano. La sala
estaba de bote en bote y había
mucho bullicio. Ella parecía estar pasándoselo en grande.
Me escapé con un suspiro de alivio, sintiéndome diez veces más
ligera que un momento antes.
Divisé a Angus de pie, cerca de la limusina de Gideon, al otro
extremo de la línea de autobuses. Le
hice señas con la mano y enfilé hacia él.
Analizando cómo había ido la noche, me sentía fascinada por lo
desinhibido que se había mostrado
Gideon.
No se parecía en nada al hombre que había usado una jerga de
fusiones y adquisiciones para
conseguir llevarme a la cama.
Estaba deseando tenerle desnudo.
Una llama que se encendió en la oscuridad, a mi derecha, me pilló
de sorpresa. Me detuve de
repente y descubrí a Brett Kline acercando una cerilla al
cigarrillo que sostenía entre los labios. Como
estaba entre las sombras al lado de la salida, la luz temblorosa
del fósforo le acariciaba la cara y me
hizo retroceder en el tiempo durante un rato.
Brett levantó los ojos, me miró largamente y se quedó helado. Nos
observamos el uno al otro. Mi
corazón palpitaba como loco, en una mezcla de temor y emoción. De
pronto dijo una palabrota y
sacudió la cerilla, porque se había quemado los dedos.
Eché a andar, esforzándome por llevar un paso tranquilo mientras
iba derechita hacia Angus y la
limusina.
—¡Eh!, espera —me gritó Brett—. Oí sus pasos, que se acercaban al
trote, y empecé a soltar
adrenalina. Un técnico llevaba una carretilla muy cargada y yo
corrí a ponerme detrás de él y
esconderme entre dos autobuses. Apoyé la palma de la mano en el
lateral de uno de ellos, con un
compartimento de carga abierto a cada lado. Me oculté en la
oscuridad, sintiéndome cobarde, pero
sabiendo que no tenía nada que decirle a Brett. Ya no era la chica
que él había conocido.
Le vi pasar a toda prisa. Decidí esperar, darle tiempo para mirar
y darse por vencido. Era consciente
de que el tiempo corría y de que Gideon saldría enseguida a
buscarme.
—Eva...
Me estremecí al oír mi nombre. Volví la cabeza y encontré a Brett
acercándose desde el otro lado.
Mientras yo miraba a la derecha, él apareció por la izquierda.
—Eres tú —dijo ásperamente. Tiró el cigarrillo al suelo y lo aplastó con
la bota.
Me oí a mí misma diciendo algo rutinario.
—Deberías dejarlo.
—¿Así que sigues diciéndome eso? —Se aproximó con prudencia—. ¿Has
estado en el concierto?
Asentí con la cabeza Me aparté del autobús y retrocedí.
—Ha sido magnífico. Tocáis realmente bien. Me alegro por ti.
Él daba un paso adelante por cada uno que yo daba hacia atrás.
—He esperado siempre encontrarte así, en algún concierto. Se me
ocurrían un montón de ideas
sobre qué pasaría si por fin te veía en alguno.
No supe qué contestar. La tensión entre nosotros era tan fuerte
que podía masticarse.
Y la atracción seguía allí.
No era nada como lo que sentía por Gideon. Nada más que una mera
sombra de aquello, pero estaba
allí de todas maneras.
Me replegué hasta el espacio abierto, donde había más movimiento y
pululaba un montón de gente.
—¿Por qué corres? —me preguntó. A la luz de la farola de un
aparcamiento, le vi con toda claridad.
Estaba todavía más guapo que antes.
—Es que no puedo... —tragué saliva—. No hay nada qué decir.
—Tonterías. —La intensidad de su mirada me producía cierta
turbación. —Dejaste de venir. Sin
decir ni una palabra, sencillamente dejaste de aparecer. ¿Por qué?
Me froté el estómago porque sentía un nudo en él. ¿Qué podía
decirle? ¿Por fin maduré un
poco y
decidí que merecía algo mejor que ser una
de las muchas tías que te follabas en el cubículo de algún
baño entre una actuación y otra?
—¿Por qué, Eva? Había algo entre nosotros y desapareciste sin más.
Giré la cabeza en busca de Gideon o Angus. Ninguno de los dos
estaba a la vista. La limusina
esperaba sola. Hacía ya mucho tiempo.
Brett se abalanzó y me agarró por los brazos. Me sorprendió y me
asustó un poco aquel movimiento
súbito y agresivo. Si no hubiéramos estado tan cerca de otras
personas, tal vez me hubiera dado
pánico.
—Me debes una explicación —soltó.
—No es...
Entonces me besó. Tenía los labios suavísimos y los estampó contra
los míos. Cuando me di cuenta
de lo que estaba pasando, ya me había sujetado los brazos con más
fuerza y no podía moverme ni
apartarle.
Y, durante un breve lapso de tiempo, no quería.
Incluso le devolví el beso, porque la atracción seguía todavía
allí, y porque pensar que podía haber
sido algo más que un ligue sexual pasajero aplacaba un malestar
interior que yo tenía. Brett me sabía a
tabaco, olía seductoramente a macho trabajador, y había tomado mi
boca con toda la pasión de un
espíritu creativo. Me resultaba familiar en muchos sentidos muy
íntimos.
Pero, al fin y al cabo, no importaba que él me impresionara
todavía. No importaba que hubiéramos
tenido una historia, por muy dolorosa que me hubiera resultado a
mí. No importaba que me sintiera
halagada y afectada por las letras que había escrito; que después
de seis meses viéndole pasárselo bien
con otras mujeres mientras follaba conmigo en cualquier parte
donde hubiera una puerta que cerrara,
fuera en mí en quien pensara cuando seducía desde el escenario a mujeres que
se lo pedían a gritos.
Nada de eso importaba porque yo estaba locamente enamorada de
Gideon Cross, y él era lo que yo
necesitaba.
Me zafé de Brett de un tirón...
... y vi a Gideon lanzándose a la desesperada embestir contra
Brett, derribándolo.
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