14
Apenas dormí en toda la noche. Di vueltas, me sacudí, dormitando
de manera intermitente. Las
frecuentes visitas de la enfermera para ver a Cary también me
despertaron. Su escáner cerebral y los
informes del laboratorio eran buenos y no había nada importante
por lo que preocuparse, pero yo no
había estado a su lado cuando lo agredieron. Sentía que tenía que
estar ahí ahora, durmiera o no.
Justo antes de las seis, me rendí y me levanté de la cama.
Cogí mi tableta y el teclado inalámbrico y me dirigí a la
cafetería a por un café. Retiré una silla de
una de las mesas y me dispuse a escribirle una carta a Gideon. En
el poco tiempo que había
conseguido estar con él durante el último par de días no había
sido capaz de comunicarle lo que
pensaba. Tendría que hacerlo a través de la escritura. Manteniendo
una comunicación regular y abierta
era la única forma en que podríamos sobrevivir como pareja.
Le di un sorbo al café y empecé a escribir, dándole las gracias
por el precioso fin de semana que
habíamos pasado fuera y por lo mucho que había significado para
mí. Le dije que pensaba que nuestra
relación había dado un paso importante hacia delante durante ese
viaje, lo que hacía que la recaída
durante esta semana fuera más difícil de soportar...
—Eva. ¡Qué agradable sorpresa!
Giré la cabeza y vi al doctor Terrence Lucas de pie detrás de mí,
sosteniendo una taza de café
desechable como la que yo me había servido. Iba vestido para
trabajar, con pantalones informales,
corbata y una bata blanca.
—Hola —lo saludé, esperando ocultar mi recelo.
—¿Te importa si me siento contigo? —preguntó dando la vuelta.
—En absoluto.
Vi cómo tomaba el asiento que había a mi lado y volví a recordar
el momento de su aparición.
Tenía el pelo completamente blanco, sin una brizna de gris, pero
su atractivo rostro no tenía arruga
alguna. Sus ojos eran de un tono verdoso poco usual y reflejaban
inteligencia. Su sonrisa era tan
confiada como encantadora. Supuse que sería popular entre sus
pacientes... y entre sus madres.
—Debe haber algún motivo especial —empezó a decir— para que te
encuentres en el hospital
mucho antes de las horas de visita.
—Mi compañero de piso está aquí. —No le ofrecí más información,
pero él lo adivinó.
—Así que Gideon Cross ha hecho uso de su dinero y ha conseguido un
buen arreglo para ti. —Negó
con la cabeza y dio un sorbo a su café—. Y tú le estás agradecida.
Pero ¿qué coste tendrá para ti?
Me apoyé en el respaldo de mi silla, ofendida en nombre de Gideon
por el hecho de que su
generosidad quedara reducida a tener una motivación posterior.
—¿Por qué os tenéis tanta aversión?
Sus ojos perdieron toda dulzura.
—Le hizo daño a una persona muy cercana a mí.
—A tu esposa. Me lo ha contado. —Estoy segura de que aquello le
sorprendió—. Pero ése no fue el
comienzo, ¿verdad? Sino la consecuencia.
—¿Sabes lo que hizo y aun así sigues con él? —Lucas apoyó los codos
sobre la mesa—. Está
haciendo lo mismo contigo. Pareces agotada y deprimida. Eso forma
parte del juego para él, ¿sabes?
Es un experto a la hora de adorar a una mujer como si la
necesitara para respirar. Y luego, de repente,
no puede soportar verla.
Aquella declaración fue una descripción dolorosamente exacta de mi
actual situación con Gideon.
El pulso se me aceleró.
Su mirada bajó por mi cuello y, después, de nuevo a mi cara. Su
boca se curvó en una sonrisa
burlona y cómplice.
—Has sufrido esto de lo que te estoy hablando. Va a seguir jugando
contigo hasta que dependas de
su estado de ánimo para medir el tuyo. Entonces, se aburrirá y te
dejará.
—¿Qué ocurrió entre vosotros? —Volví a preguntarle sabiendo que
ésa era la clave.
—Gideon Cross es un sociópata narcisista —continuó como si yo no
hubiese dicho nada—. Estoy
convencido de que es un misógino. Utiliza su dinero para seducir a
las mujeres y, a continuación, las
desprecia por ser lo suficientemente superficiales como para
sentirse atraídas por su riqueza. Utiliza el
sexo para controlar y nunca se sabe en qué estado de ánimo te lo
vas a encontrar. Eso forma parte de
su ataque. Cuando siempre te preparas para lo peor, te mentalizas
para sentir una oleada de alivio
cuando está de buenas.
—No lo conoces —dije con tono suave, negándome a morder el
anzuelo—. Ni tampoco tu mujer.
—Ni tú. —Se apoyó en el respaldo y se bebió el café, aparentando
tanta serenidad como yo trataba
de tener—. Nadie lo conoce. Es un experto manipulador y un
mentiroso. No lo subestimes. Es un
hombre retorcido y peligroso, capaz de todo.
—El hecho de que no quieras contar de dónde viene su rencor hacia
ti me hace pensar que el
culpable eres tú.
—No deberías hacer tantas suposiciones. Hay cuestiones sobre las
que no tengo libertad para hablar.
—Qué bien te viene eso.
Soltó un suspiro.
—No soy tu adversario, Eva. Y Cross no necesita que nadie pelee
sus batallas. No tienes por qué
creerme. Francamente, estoy tan resentido que ni siquiera yo me
creería si estuviese en tu lugar. Pero
tú eres una joven guapa e inteligente.
Últimamente no lo había sido, pero arreglar eso o marcharme, era
cosa mía.
—Si te retiras un poco —continuó— y ves lo que te está haciendo,
lo que piensas de ti misma desde
que estás con él, si de verdad te satisface vuestra relación,
sacarás tus propias conclusiones.
Se oyó un zumbido y se sacó el teléfono del bolsillo de la bata.
—Ah, mi último paciente acaba de llegar al mundo.
Se puso de pie y me miró, colocando la mano sobre mi hombro.
—Serás tú la que lo deje. Eso me alegra.
Vi cómo salía con paso alegre de la cafetería y caí sobre el
respaldo de mi silla en el momento en
que desapareció de mi vista, desinflándome por el agotamiento y la
confusión. Miré la pantalla
oscurecida de mi tableta. No tenía fuerzas para acabar la carta.
Recogí y me fui para prepararme para la llegada de Angus.
—¿Te apetece comida china?
Levanté la vista del diseño para el anuncio de café con sabor a
arándanos que había sobre mi
escritorio y vi los cálidos ojos marrones de mi jefe. Me di cuenta
de que era miércoles, nuestro día
habitual para salir a comer con Steven.
Por un segundo, consideré la posibilidad de excusarme y comer en
mi escritorio para contentar a
Gideon. Pero con la misma rapidez supe que me arrepentiría si lo
hacía. Aún estaba tratando de
hacerme una vida en Nueva York, lo cual incluía hacer amigos y
tener planes aparte de la vida que
compartiera con él.
—Nunca digo que no a la comida china —contesté. Mi primera comida
con Mark y Steven había
sido de un chino para llevar y la tomamos en la oficina, una noche
en la que estuvimos trabajando
hasta bien pasada la hora de salida y Steven se pasó para darnos
de comer.
Mark y yo salimos a mediodía y yo me negué a sentirme culpable por
algo que me gustaba tanto.
Steven nos estaba esperando en el restaurante, sentado en una mesa
redonda con una bandeja giratoria
lacada en el centro.
—Hola —me saludó con un gran abrazo y, a continuación, apartó una
silla para mí. Me observó
mientras los dos nos sentábamos—. Pareces cansada.
Supuse que debía de tener un aspecto realmente malo, puesto que
todo el mundo me lo decía.
—Está siendo una semana difícil.
La camarera se acercó y Steven pidió un aperitivo de dim sum y los mismos platos que habíamos
compartido en aquella primera cena tardía: pollo kung pao y ternera con brócoli.
—No sabía que tu compañero de piso fuera homosexual. ¿Nos lo
habías contado? —dijo Steven
cuando volvimos a quedarnos solos.
—En realidad, es bisexual. —Me di cuenta de que Steven, o alguien
a quien él conocía, debía haber
visto la misma publicación que Cary me había enseñado—. No creo
que haya surgido el tema.
—¿Qué tal está? —preguntó Mark con auténtica preocupación.
—Mejor. Puede que vuelva hoy a casa. —Lo cual era algo a lo que le
había estado dando vueltas
toda la mañana, puesto que Gideon no me había llamado para decirme
definitivamente si era así.
—Dinos si necesitas ayuda —se ofreció Steven, abandonando el
anterior tono de frivolidad—.
Estamos a tu disposición.
—Gracias. No se trató de un delito por discriminación —aclaré—. No
sé de dónde ha sacado eso el
periodista. Yo respetaba antes a los periodistas. Ahora, sólo unos
pocos hacen sus deberes y aún
menos saben escribir con objetividad.
—Estoy seguro de que debe ser duro vivir bajo los focos de los
medios de comunicación. —Steven
me apretó la mano por encima de la mesa. Era un tipo sociable y
bromista, pero bajo esa capa de
diversión había un hombre formal y de buen corazón—. Pero es algo
que debes esperarte cuando haces
juegos malabares con estrellas del rock y millonarios.
—Steven —lo reprendió Mark con el ceño fruncido.
—¡Uf! —exclamé arrugando la nariz—. Shawna os lo ha contado.
—Por supuesto que sí —contestó Steven—. Es lo menos que podía
hacer después de no haberme
invitado a ir con ella al concierto. Pero no te preocupes. No es
chismosa. No se lo va a contar a nadie
más.
Asentí, sin sentir preocupación alguna al respecto. Shawna era
buena gente. Pero aun así, me daba
vergüenza que mi jefe supiera que había besado a un hombre
mientras estaba saliendo con otro.
—No está mal que Cross pruebe su propia medicina —murmuró Steven.
Yo lo miré confundida. Después, vi la mirada compasiva de Mark.
Me di cuenta de que la revista gay no era lo único que habían
leído. Debían haber visto también las
fotos de Gideon y Corinne. Sentí que la cara se me enrojecía de la
humillación.
—La saboreará si tengo que hacérsela tragar —murmuré.
Steven me miró sorprendido y, después, soltó una carcajada dándome
golpes en la mano.
—Hazlo, chica.
Acababa de llegar a mi mesa cuando sonó el teléfono.
—Despacho de Mark Garrity. Le habla Eva...
—¿Por qué te resulta tan jodidamente difícil seguir órdenes?
—preguntó Gideon con tono severo.
Yo me quedé inmóvil, mirando el collage de fotos que él me había
regalado, fotografías en las que
parecíamos conectados y enamorados.
—¿Eva?
—¿Qué quieres de mí, Gideon? —pregunté en voz baja.
Hubo un momento de silencio y, después, él suspiró.
—Cary vuelve esta tarde a vuestro apartamento bajo la supervisión
de su médico y de una
enfermera privada. Estará allí cuando vuelvas a casa.
—Gracias. —Hubo otro momento de silencio en la línea, pero no
colgó. Por fin, yo pregunté—:
¿Hemos terminado?
Aquella pregunta tenía un doble significado. Me pregunté si él lo
habría entendido o si, al menos, le
importaba.
—Angus te llevará a casa.
Apreté la mano que sostenía el teléfono.
—Adiós, Gideon.
Colgué y volví al trabajo.
Comprobé el estado de Cary nada más llegar a casa. Habían apartado
su cama a un lado apoyándola
en vertical sobre la pared para dejar espacio para una cama de
hospital que él pudiera ajustar a su
gusto. Estaba dormido cuando entré. Su enfermera estaba sentada en
un nuevo sillón abatible leyendo
su libro electrónico. Era la misma enfermera que había visto la
primera noche en el hospital, aquélla
tan guapa y de aspecto exótico que no podía apartar los ojos de
Gideon.
Me pregunté cuándo habría hablado con ella, si lo había hecho él
mismo u otra persona, y si ella
habría aceptado por el dinero, por Gideon o por las dos cosas.
El que yo estuviera demasiado cansada como para que me importara
si había sido de una forma u
otra decía mucho de mi propia desconexión. Quizá hubiera gente por
ahí cuyo amor podría sobrevivir
a todo, pero el mío era frágil. Tenía que nutrirse para poder
prosperar y crecer.
Me di una ducha larga y caliente y, después, me metí en la cama.
Me puse la tableta electrónica en
el regazo y traté de continuar con mi carta a Gideon. Quería
expresar mis pensamientos y mis reservas
de un modo maduro y convincente. Quería que le resultara fácil
comprender mis reacciones ante
algunas de las cosas que él hacía y decía, para que pudiese verlo
desde mi punto de vista.
Al final, no tuve fuerzas. Pero escribí:
No voy a seguir explicándome, porque si
continúo, voy a suplicar. Y si no me conoces lo
suficientemente bien como para saber que me
estás haciendo daño, una carta no va a solucionar
nuestros problemas.
Estoy desesperada por ti. Estoy triste sin
ti. Pienso en el fin de semana y en las horas que pasamos
juntos y no sé qué podría hacer para volver
a tenerte así. Y sin embargo, tú pasas el tiempo con ELLA
mientras yo paso sola mi cuarta noche sin
ti.
Aun a sabiendas de que has estado con ella,
quiero arrastrarme de rodillas ante ti y suplicarte que
me des las sobras. Una caricia. Un beso.
Una palabra tierna. Has hecho que me vuelva así de débil.
Odio verme así. Odio necesitarte tanto.
Odio estar tan obsesionada contigo.
Odio estar enamorada de ti.
Eva.
Adjunté la carta a un correo electrónico con el asunto «Mis
pensamientos... sin censura», y lo envié.
—No te asustes.
Me desperté al escuchar estas tres palabras en una completa
oscuridad. El colchón se hundió cuando
Gideon se sentó a mi lado, inclinándose sobre mí y abrazando mi
cuerpo y las mantas que nos
separaban. Una crisálida y una barrera que permitió que mi mente
se despertara sin temor. La
deliciosa e inconfundible fragancia de su jabón y de su champú se
mezclaban con el olor de su piel,
tranquilizándome junto con su voz.
—Cielo. —Tomó mi boca llevando sus labios hacia los míos
Yo le acaricié el pecho con los dedos y noté su piel desnuda. Él
gimió y se levantó, inclinándose
sobre mí de modo que su boca permaneciera unida a la mía mientras
apartaba las mantas.
A continuación, se puso encima de mí y noté su cuerpo desnudo y
caliente al acariciarlo. Su boca
ardiente bajó por mi cuello y sus manos subían por mi camiseta
para poder llegar hasta mis pechos.
Sus labios rodearon mis pezones y los chupó y, mientras apoyaba su
peso en el colchón sobre un
brazo, con la otra mano separaba mis piernas.
Cogió mi sexo en la palma de su mano y deslizó un dedo por el
satén hasta el borde de los labios.
Movió la lengua por encima de mi pezón poniéndolo duro y tenso,
hundiendo los dientes ligeramente
dentro de la carne apretada.
—¡Gideon! —Las lágrimas caían como ríos por mis sienes y la
insensibilidad a modo de protección
que había sentido antes desapareció, dejándome expuesta. Me había
estado marchitando sin él, el
mundo que me rodeaba estaba perdiendo su dinamismo y el cuerpo me
dolía por estar separado del
suyo. Tenerlo conmigo... tocándome... era como la lluvia para la
sequía. Mi alma se desplegó para él,
abriéndose para absorberlo.
Lo amaba tanto.
Su pelo me hacía cosquillas en la piel mientras su boca abierta se
deslizaba por mi escote, su pecho
se expandía al respirarme, acariciándome con la nariz y
regodeándose con mi olor. Llegó a la punta de
mi otro pecho con una fuerte y profunda succión. El placer me
recorrió todo el cuerpo, provocando
que mi sexo se apretara contra su dedo provocador.
Bajó por mi torso, lamiéndolo y mordisqueándolo mientras se abría
camino a lo largo de mi vientre,
mientras la anchura de sus hombros me obligaba a abrir las piernas
hasta que su aliento caliente sopló
por encima de mi coño resbaladizo. Apretó la nariz contra el
húmedo satén, acariciándolo. Aspiró con
un gruñido.
—Eva. Estaba hambriento de ti.
Con dedos impacientes, Gideon apartó la entrepierna de mis bragas
y colocó la boca sobre mí. Me
abría con los pulgares y me azotaba el palpitante clítoris con la
lengua. Arqueé la espalda con un grito
y todos mis sentidos se agudizaron sin poder ver. Inclinó la
cabeza y se clavó dentro de aquel temblor
abriéndome el sexo, follándome cadenciosamente, provocándome con
zambullidas superficiales.
—¡Dios mío! —Me retorcí de placer y mi coño se apretaba y se abría
con los primeros zumbidos
del orgasmo.
Me corrí con un violento torrente mientras el sudor me humedecía
la piel y los pulmones me
quemaban y se esforzaban por respirar. Sus labios rodeaban mi
temblorosa abertura, chupando y
hurgando con su lengua. Me estaba comiendo con una intensidad
contra la que yo me sentía indefensa.
La carne que había entre mis piernas estaba inflamada y sensible,
vulnerable a su hambre feroz. Iba a
tener otro orgasmo en pocos momentos e hinqué las uñas en las
sábanas.
Tenía los ojos abiertos y cegados por la oscuridad cuando él me
quitó la ropa interior y se colocó
sobre mí. Sentí cómo el ancho capullo de su polla entraba en los
labios de mi sexo y, entonces,
embistió entrando hasta el fondo de mí con un gemido animal.
Grité, sorprendida por su agresividad y
poniéndome más caliente.
Gideon se apartó mientras mis muslos estaban abiertos sobre los
suyos. Me agarró de la cadera,
elevándola, inclinándome hasta el ángulo que él buscaba. Balanceó
su cadera moviendo la polla dentro
de mí, empujándome contra él hasta que yo ahogué un grito de dolor
por lo profundo que había
entrado. Los labios de mi sexo se aferraron a la misma base de su
pene, abriéndose para abarcar la
gruesa raíz. Me lo metió todo, cada centímetro, y yo me sentía
llena y me encantaba. Llevaba varios
días vacía, tan sola que me dolía.
Él gimió diciendo mi nombre y se corrió lanzando un chorro
caliente y denso y ese calor cremoso se
extendió a lo largo de su polla porque no quedaba espacio dentro
de mí. Se sacudió con violencia y
sobre mi piel cayeron gotas de sudor que me inundaron.
—Por ti, Eva —dijo jadeando—. Cada gota.
Saliéndose de pronto, me dio la vuelta, me puso boca abajo y me
levantó la cadera. Yo me agarré al
cabecero de la cama apretando mi cara húmeda contra la almohada.
Esperé a que él se metiera en mí y
me estremecí cuando sentí su aliento contra mis nalgas. Después,
di una fuerte sacudida al notar que
lamía la costura de mi culo. Me lamió con la punta de la lengua
estimulando la arrugada abertura de
mi ano.
Un sonido entrecortado salió de mi cuerpo. No practico sexo anal, Eva.
El apretado anillo del músculo se flexionó al recordar sus
palabras, reaccionando sin poder
contenerse al delicado revoloteo. En nuestra cama no había nada
más aparte de nosotros. Nada podía
afectarnos cuando nos estábamos tocando.
Gideon apretó mis dos nalgas entre sus manos, inmovilizándome en
ese mismo momento. Yo me
abrí en dos para él en todos los sentidos, completamente expuesta
a su beso exuberante y oscuro.
—¡Ah! —Todo el cuerpo se puso en tensión. Tenía la lengua dentro
de mí, clavándomela. Mi
cuerpo empezó a temblar con aquella sensación, apretando los dedos
de los pies y expandiendo y
contrayendo mis pulmones mientras él me poseía sin pudor ni
reserva—. Ah... Dios.
Me acerqué a su boca y me entregué a él. La afinidad que había
entre los dos era brutal y salvaje,
casi insoportable. Sentí cómo su deseo me abrasaba, la piel se me
volvía febril y el pecho me daba
sacudidas con sollozos que no podía controlar.
Metió la mano por debajo de mí y apretó los dedos contra mi
dolorido clítoris, frotándolo y
masajeándolo. Su lengua me estaba volviendo loca. El orgasmo que
se estaba formando dentro de mí
lo alentó el hecho de saber que él ya no veía barreras en mi
cuerpo. Haría lo que quisiera... poseerlo,
usarlo, disfrutarlo. Enterré la cara en la almohada y grité al
correrme, con un éxtasis tan salvaje que
mis piernas se rindieron y yo caí sobre el colchón.
Gideon se deslizó sobre mi espalda, empujando con su rodilla para
que abriera las piernas y
cubriendo mi cuerpo con el suyo resbaladizo por el sudor. Me montó
metiendo la polla dentro de mí,
entrelazando sus dedos con los míos y clavando mis manos a la
cama. Yo estaba llena de él, que se
mecía sobre mí y se deslizaba hacia dentro y hacia fuera.
—Te necesito desesperadamente —dijo con voz ronca—. Soy un
desgraciado sin ti.
Yo me puse en tensión.
—No te burles de mí.
—Yo te necesito igual. —Acarició mi pelo con su nariz mientras me
follaba despacio y tranquilo—.
Estoy igual de obsesionado. ¿Por qué no confías en mí?
Cerré los ojos con fuerza y unas cálidas lágrimas empezaron a
brotar de ellos.
—No te comprendo. Me estás destrozando.
Giró la cabeza y me clavó los dientes en el hombro. Un gruñido de
dolor retumbó en mi pecho y
sentí que se corría, dando sacudidas con su polla mientras
bombeaba dentro de mí y me llenaba de un
semen abrasador.
Relajó la mandíbula y me soltó. Jadeó y siguió agitando la cadera.
—Tu carta me ha destrozado.
—No quieres hablar conmigo... No quieres escucharme...
—No puedo —se quejó, apretando los brazos alrededor de mi cuerpo
de forma que quedaba
completamente a su merced—. Es que... tiene que ser así.
—Yo no puedo vivir así, Gideon.
—Yo también estoy sufriendo, Eva. A mí también me está matando
esto. ¿No lo ves?
—No —grité, mientras la almohada se iba mojando bajo mi mejilla.
—¡Entonces deja de darle tantas vueltas y siéntelo! ¡Siénteme!
La noche pasó en una nube borrosa. Yo le castigué con manos y
dientes codiciosos, pasando las
uñas por su piel y sus músculos sudorosos hasta que soltó un bufido
de dolor placentero.
Su deseo era frenético e insaciable, con un matiz de desesperación
que me asustaba porque parecía
desesperado. Lo sentí como una despedida.
—Necesito tu amor —susurró contra mi piel—. Te necesito.
Me acariciaba todo el cuerpo. Entraba constantemente en mí con su
polla, sus dedos o su lengua.
Los pezones me ardían, abiertos de tanto chupar. El sexo me latía
con fuerza y lo sentía magullado
por sus salvajes y fuertes embestidas. Tenía la piel irritada por
la barba de tres días que asomaba en su
mandíbula. La mía me dolía de chupar su gruesa polla. Mi último
recuerdo era de él abrazado a mi
espalda, con el brazo sobre mi cintura mientras me llenaba por
detrás, los dos doloridos, agotados e
incapaces de parar.
—No me dejes —supliqué tras jurarle que yo no lo haría.
Cuando me desperté, vi alarmada que se había ido.
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