El martes por la mañana tuve que levantarme antes del amanecer. Le
dejé una nota a Cary donde la
viera nada más despertarse y, después, salí a coger un taxi que me
llevara a nuestra casa. Me duché,
hice café y traté de convencerme de que no pasaba nada malo.
Estaba estresada y sufría la falta de
sueño, lo cual siempre conduce a pequeños brotes de depresión.
Me dije a mí misma que no tenía nada que ver con Gideon, pero el
nudo que sentía en el estómago
me indicaba lo contrario.
Miré el reloj y vi que eran las ocho pasadas. Tendría que salir
pronto porque Gideon no me había
llamado ni me había enviado ningún mensaje diciéndome que me
llevaría él. Habían pasado casi
veinticuatro horas desde la última vez que le había visto o tan
siquiera hablado con él de verdad. La
llamada que le hice a las nueve de la noche anterior había sido
menos que breve. Estaba en medio de
algo y apenas nos dijimos hola y adiós.
Yo sabía que él tenía mucho trabajo. Sabía que no debía enfadarme
con él por tener que pagar con
horas extra por el tiempo que estuvimos fuera para poder ponerse
al día. Me había ayudado mucho
para enfrentarme a la situación de Cary, más de lo que cualquiera
hubiese esperado. A mí me tocaba
averiguar cómo me sentía al respecto.
Me terminé el café, enjuagué la taza y, después, cogí el bolso
para salir. Mi calle bordeada de
árboles estaba tranquila, pero el resto de Nueva York se había
despertado con su incesante energía,
emitiendo un zumbido con una fuerza tangible. Mujeres con elegante
ropa de trabajo y hombres con
traje trataban de parar los taxis que pasaban a toda velocidad,
antes de conformarse con autobuses
llenos de gente o con el metro. Había puestos de flores que
explotaban con colores brillantes y ver
aquello siempre conseguía alegrarme por las mañanas, al igual que
la visión y el olor procedente de la
panadería del barrio, que a esas horas estaba en pleno
funcionamiento.
Había bajado un poco por Broadway cuando sonó mi teléfono.
La pequeña emoción que atravesó mi cuerpo al ver el nombre de
Gideon hizo que acelerara el paso.
—Hola, forastero.
—¿Dónde demonios estás? —preguntó bruscamente.
Un escalofrío de desasosiego echó por tierra mi emoción.
—Voy camino del trabajo.
—¿Por qué? —Habló con alguien tapándose el auricular y continuó
después—: ¿Estás en un taxi?
—Voy andando. Dios mío. ¿Te has levantado con el pie izquierdo o
qué?
—Debías haber esperado a que te recogieran.
—No he tenido noticias tuyas y no quería llegar tarde después de
no haber ido ayer a trabajar.
—Me podrías haber llamado en lugar de irte sin más. —Su voz sonaba
grave y enfadada.
Yo también me enfadé.
—La última vez que te llamé estabas demasiado ocupado como para
concederme más de un minuto
de tu tiempo.
—Tengo cosas que atender, Eva. Dame un respiro.
—Claro. ¿Qué tal ahora? —Colgué y dejé caer el teléfono de nuevo
en el bolso.
Empezó a sonar de nuevo inmediatamente y no le hice caso. Me
hervía la sangre. Cuando el Bentley
se detuvo a mi lado unos minutos después, yo seguí caminando. Se
puso en marcha otra vez mientras
se bajaba la ventanilla delantera.
Angus se inclinó hacia ese lado.
—Por favor, señorita Tramell.
Me detuve y lo miré.
—¿Estás solo?
—Sí.
Con un suspiro, entré en el coche. Mi teléfono seguía sonando sin
parar, así que lo cogí y lo puse en
silencio. Una manzana después escuché la voz de Gideon por los
altavoces del coche.
—¿La has recogido?
—Sí, señor —contestó Angus.
La línea se cortó.
—¿Qué narices le pasa? —pregunté mirando a Angus por el espejo
retrovisor.
—Tiene muchas cosas en las que pensar.
Lo que quiera que fuera, estaba claro que no era yo. No podía
creer que estuviese siendo tan
imbécil. La noche anterior también había estado seco, pero no
grosero.
Pocos minutos después de llegar al trabajo, Mark apareció en mi
puesto.
—Siento lo de tu compañero de piso —dijo colocando una taza de
café recién hecho sobre mi
escritorio—. ¿Se pondrá bien?
—Sí. Cary es fuerte. Se recuperará. —Dejé mis cosas en el cajón de
abajo de mi escritorio y cogí
agradecida la taza humeante—. Gracias. Y gracias también por lo de
ayer.
Sus ojos oscuros me miraron con preocupación y calidez.
—Me sorprende verte hoy aquí.
—Necesito trabajar. —Conseguí poner una sonrisa a pesar de que en
mi interior sentía que todo
estaba del revés y dolorido. Nada iba bien en mi vida cuando las
cosas entre Gideon y yo tampoco iban
bien—. Ponme al día con lo que me he perdido.
La mañana pasó rápidamente. Tenía una lista de cosas que revisar
desde la semana anterior y Mark
tenía hasta las once y media para darle la vuelta a una licitación
de un fabricante de productos de
promoción. Cuando hubimos enviado la licitación, volví a la rutina
dispuesta a olvidar el mal humor
de Gideon de esa mañana. Me pregunté si habría tenido otra
pesadilla y no había dormido bien. Decidí
llamarle cuando llegara la hora del almuerzo, por si acaso.
Y entonces, miré en mi bandeja de entrada.
La alerta de Google que había establecido con el nombre de Gideon
me estaba esperando. Abrí el
correo electrónico esperando hacerme una idea de en qué estaría
trabajando. Las palabras «antigua
prometida» en algunos de los titulares aparecieron ante mí. El
nudo que había sentido en el estómago
esa misma mañana regresó, con más fuerza que antes.
Entré en el primer enlace, que me llevó a un blog de cotilleos
donde había fotografías de Gideon y
Corinne cenando en Tableau One. Estaban sentados muy juntos en la
ventana de la fachada y la mano
de ella descansaba íntimamente sobre el antebrazo de él. Gideon
tenía puesto el traje que el día
anterior había llevado en el hospital, pero, de todos modos,
comprobé la fecha, esperando
desesperadamente que las fotos fueran antiguas. No lo eran.
Las palmas de las manos me empezaron a sudar. Me torturé entrando
en todos los enlaces y
estudiando cada fotografía que encontraba. Él sonreía en algunas
de ellas y parecía especialmente
contento para tratarse de un hombre cuya novia estaba en un
hospital con su mejor amigo apaleado
casi hasta morir. Sentí ganas de vomitar. O de gritar. O de
irrumpir en el despacho de Gideon y
preguntarle qué demonios pasaba.
Él me había ninguneado cuando yo lo llamé la noche anterior...
para ir a cenar con su ex.
Di un brinco cuando sonó mi teléfono. Lo cogí recitando con voz
inexpresiva: «Despacho de Mark
Garrity, le habla Eva Tramell».
—Eva —Era Megumi, de recepción, y sonaba tan alegre como siempre—.
Hay alguien que pregunta
por ti abajo. Brett Kline.
Me quedé en silencio un momento largo, dejando que aquello
penetrara en mi febril cerebro.
Reenvié el resumen de la alerta al correo electrónico de Gideon
para que él supiera que yo lo sabía.
—Ahora mismo bajo —contesté.
Vi a Brett en el vestíbulo nada más pasar por los torniquetes de
seguridad. Llevaba unos vaqueros
negros y una camiseta de los Six-Ninths. Unas gafas de sol
ocultaban sus ojos, pero el pelo de punta
con las puntas teñidas llamaba la atención, al igual que su
cuerpo. Brett era alto y musculoso, más que
Gideon, que era fuerte sin ser una mole.
Brett se sacó las manos de los bolsillos al ver que me acercaba y
enderezó su postura.
—Hola. Qué guapa estás.
Bajé la mirada a mi vestido de manga japonesa con su favorecedor
plisado y me di cuenta de que él
nunca me había visto vestida con ropa elegante.
—Me sorprende que sigas en la ciudad.
Más me sorprendía que me fuera a buscar, pero no lo dije. Me
alegraba de que lo hiciera porque
había estado preocupada por él.
—Vendimos todas las entradas del teatro Jones Beach durante el fin
de semana, y luego tocamos en
el Meadowlands anoche. Me he escaqueado de los chicos porque
quería verte antes de que nos
fuéramos para el sur. Te he buscado por internet, he visto dónde
trabajas y he venido.
«¡Caray con Google!», pensé con tristeza.
—Me hace mucha ilusión que todo te esté yendo bien. ¿Tienes tiempo
para comer algo?
—Sí.
Pronunció su respuesta de forma rápida y ferviente, lo que hizo
que saltara cierta alarma en mí.
Estaba enfadada, muy dolida y deseando poder vengarme de Gideon,
pero no quería engañar a Brett.
Aun así, no pude resistir llevarlo al restaurante donde una vez
nos habían fotografiado juntos a Cary y
a mí, con la esperanza de que los paparazzi volvieran a descubrirme. Así vería Gideon lo que se
sentía.
En el taxi, Brett me preguntó por Cary y no se sorprendió al saber
que mi mejor amigo se había
venido a este lado del país conmigo.
—Los dos erais siempre inseparables —dijo—. Excepto cuando se iba
a dormir. Salúdalo de mi
parte.
—Claro. —No mencioné que Cary estaba en el hospital porque me
parecía que era algo demasiado
íntimo como para decirlo.
Hasta que estuvimos sentados en el restaurante, Brett no se quitó
las gafas, y fue entonces la
primera vez que pude ver el moratón que abarcaba desde la ceja
hasta la mejilla.
—¡Dios mío! —susurré con una mueca de dolor—. Lo siento mucho.
Él se encogió de hombros.
—Con el maquillaje no se me ve en el escenario. Y tú me has visto
en peores condiciones. Además,
yo también di un par de golpes buenos, ¿no?
Recordé las magulladuras en la mandíbula y en la espalda de Gideon
y asentí.
—Es verdad.
—Así que... —Hizo una pausa cuando llegó el camarero para dejar
dos vasos y una botella de agua
fría—. Estás saliendo con Gideon Cross.
Me pregunté por qué siempre parecía surgir esa pregunta cuando yo
no estaba segura de si la
relación iba a continuar.
—Hemos estado saliendo.
—¿Vais en serio?
—A veces parece que sí —contesté con sinceridad—. ¿Tú estás
saliendo con alguien?
—Ahora no.
Nos dimos un tiempo para leer el menú y pedir. El restaurante
estaba concurrido y había mucho
ruido. Apenas podía escucharse la música de fondo por encima del
zumbido de las conversaciones y el
repiqueteo de los platos procedente de la cocina, que estaba al
lado. Nos miramos a través de la mesa,
evaluándonos. Sentí las vibraciones de la atracción que había
entre los dos. Cuando él se mojó los
labios con la punta de la lengua, supe que él también lo había
notado.
—¿Por qué escribiste «Rubia»? —pregunté de repente, incapaz de
contener la curiosidad un minuto
más. Tanto con Gideon como con Cary había simulado que no
significaba nada, pero me estaba
volviendo loca.
Brett se apoyó en el respaldo de la silla.
—Porque pienso mucho en ti. La verdad es que no puedo dejar de
hacerlo.
—No entiendo por qué.
—Estuvimos juntos seis meses, Eva. Es lo máximo que he estado con
nadie.
—Pero no estábamos juntos —argüí. Bajé la voz—. Aparte de sexualmente.
Apretó los labios.
—Sé lo que yo era para ti, pero eso no quiere decir que no me
doliera.
Me quedé mirándolo un largo rato y el corazón me empezó a latir
con fuerza en el pecho.
—Debo estar borracha o algo parecido. Tal y como yo lo recuerdo,
nos enrollábamos después de los
conciertos y luego tú te ibas por tu cuenta. Y si yo no estaba por
allí, te ibas con otra.
Él se inclinó hacia delante.
—Tonterías. Yo quería que saliéramos. Siempre te pedía que te
quedaras.
Respiré profunda y rápidamente un par de veces para
tranquilizarme. Apenas podía creer que ahora,
casi cuatro años después, Brett Kline estuviera hablándome como
entonces había deseado que lo
hiciera. Estábamos juntos en un lugar público, almorzando, casi
como en una cita. Me estaba haciendo
un lío, y ya me sentía bastante confusa y atolondrada por Gideon.
—Yo estaba muy enamorada de ti, Brett. Escribía tu nombre con
corazoncitos alrededor, como una
adolescente loca de amor. Deseaba con todas mis fuerzas ser tu
novia.
—¿Estás de broma? —Extendió la mano y agarró la mía—. Entonces,
¿qué coño pasó?
Bajé la mirada hacia donde él daba vueltas distraídamente al
anillo que Gideon me había regalado.
—¿Te acuerdas de cuando fuimos a la sala de billar?
—Sí, ¿cómo iba a olvidarlo? —Se mordió el labio de abajo,
claramente recordando el polvo que le
había echado en el asiento de atrás de su coche, decidida a que
fuera el mejor que hubiese echado
nunca para que dejara de fijarse en otras chicas—. Creía que había
llegado el momento en que íbamos
a empezar a vernos fuera del bar, pero me plantaste en el momento
en que entramos.
—Fui al baño —contesté en voz baja, recordando el dolor y la
vergüenza, como si aquello acabara
de ocurrir—, y cuando salí, tú y Darrin estabais cambiando monedas
para las mesas de billar. Me
estabas dando la espalda, así que no me viste. Os oí hablar... y
reíros.
Respiré hondo y retiré la mano.
En su favor, debo decir que la expresión de Brett era de clara
vergüenza.
—No recuerdo exactamente lo que dijimos, pero.... Joder, Eva.
Tenía veintiún años. El grupo
empezaba a hacerse famoso. Había chicas por todas partes.
—Lo sé —contesté con frialdad—. Yo era una de ellas.
—Para entonces, ya había estado contigo varias veces. Al llevarte
conmigo a la sala de billar estaba
dejando claro a los demás que las cosas entre nosotros estaban
avanzando. —Se frotó la ceja en un
gesto muy típico de él—. No tuve huevos de admitir lo que sentía
por ti. Hice que girara en torno al
sexo, pero no era verdad.
Levanté mi vaso y bebí, haciendo que se deshiciera el nudo que
sentía en la garganta. Él dejó caer la
mano sobre el brazo del sillón.
—Así que la fastidié por bocazas. Por eso me dejaste tirado esa
noche. Por eso no volviste a ir
conmigo a ningún otro sitio.
—Estaba desesperada, Brett —admití—, pero no quería que se me
notara.
El camarero nos trajo la comida. Me pregunté por qué había pedido
nada. Estaba demasiado
nerviosa como para comer.
Brett empezó a cortar su filete atacándolo de verdad. De repente,
dejó en la mesa el cuchillo y el
tenedor.
—Metí la pata entonces, pero ahora todos saben lo que tengo en la
cabeza. «Rubia» es nuestra
canción más conocida. Es lo que nos ha permitido firmar con Vidal.
Ver cómo se cerraba el círculo me hizo sonreír.
—Es una canción preciosa y tu voz suena impresionante cuando la
cantas. Me alegra de verdad que
hayas venido a verme antes de irte. Significa mucho para mí que
hayamos hablado de esto.
—¿Y si no quiero irme? —Respiró hondo y soltó el aire de pronto—.
Has sido mi musa durante los
últimos años, Eva. Gracias a ti he escrito las mejores canciones
que ha tenido nunca el grupo.
—Eso es muy halagador... —empecé a decir.
—Saltaban chispas cuando estábamos juntos. Todavía ocurre. Sé que
lo sientes así. Por el modo en
que me besaste la otra noche...
—Aquello fue un error. —Entrelacé las manos por debajo de la mesa.
No podía soportar más
dramatismos. No podía pasar otra noche como la del viernes—. Y tú
debes pensar en el hecho de que
Gideon tiene el control de tu discográfica. No querrás tener
problemas ahí.
—Que le den. ¿Qué va a hacer? —Golpeteaba con los dedos sobre la
mesa—. Quiero volver a
intentarlo contigo.
Negué con la cabeza y cogí mi bolso.
—Eso es imposible. Aunque no tuviera novio, no soy la chica más
adecuada para tu estilo de vida,
Brett. Soy difícil de complacer.
—Lo recuerdo —dijo toscamente—. Dios, cómo lo recuerdo.
Me ruboricé.
—No me refería a eso.
—Y no es eso lo único que quiero. Puedo estar a tu lado. Mírame
ahora. El grupo está en la
carretera pero tú y yo estamos juntos. Puedo dedicarte tiempo.
Quiero hacerlo.
—No es tan fácil. —Saqué dinero de mi cartera y lo dejé sobre la
mesa—. No me conoces. No
tienes ni idea de lo que implicaría tener una relación conmigo,
del esfuerzo que requiere.
—Ponme a prueba —me retó.
—Soy exigente, dependiente y muy celosa. Te volvería loco en una
semana.
—Siempre me has vuelto loco. Eso me gusta. —Su sonrisa
desapareció—. No sigas huyendo, Eva.
Dame una oportunidad.
Lo miré a los ojos y le sostuve la mirada.
—Estoy enamorada de Gideon.
Me miró sorprendido. Pese a estar destrozado, su cara era
imponente.
—No te creo.
—Lo siento. Tengo que irme. —Me puse de pie dispuesta a marcharme.
Me agarró del codo.
—Eva...
—Por favor, no montes una escena —susurré, arrepintiéndome de mi
impetuosa decisión de ir a
comer a un lugar tan concurrido.
—No has comido.
—No puedo. Tengo que irme.
—Bien. Pero no me voy a rendir. —Me soltó—. Cometo errores, pero
aprendo de ellos.
Me incliné sobre él y le hablé con firmeza.
—No tienes ninguna posibilidad. Ninguna.
Brett clavó el tenedor en su filete.
—Demuéstramelo.
El Bentley me estaba esperando en la calle cuando salí del
restaurante. Angus salió y me abrió la
puerta de atrás.
—¿Cómo sabías dónde estaba? —le pregunté, inquieta ante su
inesperada aparición.
Su respuesta fue una sonrisa amable y un toque en la visera de su
gorra de chófer.
—Es espeluznante, Angus —me quejé mientras subía al asiento de
atrás.
—Estoy de acuerdo con usted, señorita Tramell. Simplemente hago mi
trabajo.
Le envié un mensaje a Cary en el camino de vuelta al Crossfire:
«He comido con Brett. Quiere otra
oportunidad conmigo».
Cary contestó: «Las desgracias nunca vienen solas...».
«Todo el día = Mierda», escribí. «Quiero que empiece de nuevo».
El teléfono sonó. Era Cary.
—Nena —dijo arrastrando las palabras—. Quiero ser comprensivo, de
verdad, pero este triángulo
de amor es muy excitante. La estrella de rock empeñada y el
millonario posesivo. ¡Guau!
—Ay, Dios. Tengo que colgar.
—¿Te veo esta noche?
—Sí. Por favor, no hagas que me arrepienta. —Colgué mientras le
escuchaba reírse, encantada en el
fondo de oírle tan feliz. La visita de Trey había hecho
maravillas.
Angus me dejó en la acera frente al edificio Crossfire y yo fui
corriendo para huir del calor hacia el
fresco vestíbulo. Conseguí entrar en un ascensor antes de que se
cerraran las puertas. Había media
docena de personas conmigo en la cabina divididas en dos grupos
que charlaban entre sí. Yo me quedé
en el rincón de delante y traté de sacar de mi mente mi vida
privada. No podía pensar en ella en el
trabajo.
—Vaya, nos hemos pasado de planta —dijo la chica que había a mi
lado.
Miré el indicador que había encima de la puerta.
El tipo que estaba junto al panel de los botones pulsó
repetidamente todos los botones, pero ninguno
de ellos se encendía... a excepción del de la planta superior.
—Los botones no funcionan.
El pulso se me aceleró.
—Utiliza el teléfono de emergencia —propuso una de las otras
chicas.
El ascensor seguía subiendo rápidamente y las mariposas de mi
estómago aumentaban conforme iba
pasando cada planta. Por fin, el ascensor se detuvo en el piso
superior y se abrieron las puertas.
Gideon estaba en el umbral y su rostro era una máscara hermosa e
impasible. Sus ojos eran de un
azul brillante... y fríos como el hielo. Al verlo, me quedé sin
respiración.
En el ascensor, nadie dijo nada. Yo no me moví, rogando que las
puertas se cerraran rápidamente.
Gideon metió el brazo, me agarró del codo y me sacó. Yo me
resistí, demasiado furiosa como para
querer nada que tuviera que ver con él. Las puertas se cerraron
detrás de mí y él me soltó.
—Tu comportamiento de hoy ha sido vergonzoso —gruñó.
—¿Mi comportamiento? ¿Y qué me dices del tuyo?
Me di la vuelta para pulsar el botón y bajar. No se encendió.
—Te estoy hablando, Eva.
Miré las puertas de seguridad de Cross Industries y sentí alivio
al ver que el recepcionista pelirrojo
no estaba en su puesto.
—¿Ah, sí? —Lo miré y me odié por seguir encontrándolo tan
irresistiblemente atractivo cuando se
estaba portando tan mal—. Es curioso que eso no haga que me entere
de nada, como por ejemplo, que
saliste anoche con Corinne.
—No deberías fisgonear en internet cosas sobre mí —espetó—.
Intentas buscar de forma deliberada
algo por lo que enfadarte.
—Así que tu comportamiento no es el problema —respondí sintiendo
la presión de las lágrimas en
mi garganta—. Pero el hecho de que yo me entere de él sí.
Cruzó los brazos.
—Tienes que confiar en mí, Eva.
—¡Haces que eso sea imposible! ¿Por qué no me dijiste que ibas a
salir a cenar con Corinne?
—Porque sabía que no te gustaría.
—Y aun así lo hiciste. —Y eso me dolió. Después de todo lo que
habíamos hablado durante el fin
de semana... después de que él dijera que comprendía lo que se
sentía.
—Y tú has salido con Brett Kline sabiendo que a mí no me gustaría.
—¿Qué te dije? Eres tú quien sienta los precedentes con respecto a
cómo me relaciono con mis
antiguos amantes.
—¿Ojo por ojo? ¡Menuda demostración de madurez!
Me aparté de él con un traspiés. No había nada del Gideon que yo
conocía en el tipo que tenía
delante. Era como si el hombre al que yo quería hubiese
desaparecido y el que tenía delante fuera un
completo extraño en el cuerpo de Gideon.
—Estás consiguiendo que te odie —susurré—. Déjalo ya.
Algo cruzó brevemente por la cara de Gideon, pero desapareció
antes de que me diera tiempo a
saber qué era. Dejé que su lenguaje corporal se expresara por él.
Estaba lejos de mí, con los hombros
rígidos y la mandíbula apretada.
Sentí lástima y bajé los ojos.
—No puedo estar a tu lado ahora mismo. Deja que me vaya.
Gideon se acercó a los otros ascensores y pulsó el botón de
llamada. Dándome la espalda y mirando
el indicador, dijo:
—Angus te recogerá todas las mañanas. Espérale. Y prefiero que
almuerces en tu mesa. Será mejor
que no andes dando vueltas por ahí ahora mismo.
—¿Por qué no?
—Estoy muy ocupado en este momento...
—¿Cenando con Corinne?
—... y no puedo estar preocupándome por ti —continuó, ignorando mi
interrupción—. Creo que no
estoy pidiéndote demasiado.
Algo no iba bien.
—Gideon, ¿por qué no hablas conmigo? —Extendí la mano y le
acaricié el hombro, pero él se
apartó como si le hubiese quemado. Más que cualquier otra cosa, el
modo en que rechazó mi caricia
me hirió profundamente—. Dime qué está pasando. Si hay algún
problema...
—¡El problema es que no sé dónde demonios estás la mitad del
tiempo! —exclamó, girándose para
reprenderme cuando las puertas del ascensor se abrieron—. Tu
compañero de piso está en el hospital.
Tu padre viene de visita. Simplemente... concéntrate en eso.
Entré en el ascensor con los ojos ardiendo. Aparte de para sacarme
del ascensor cuando llegué,
Gideon no me había tocado. No me había pasado los dedos por la
mejilla ni había hecho ningún
intento de besarme. Y no hizo mención a que quisiera verme
después, pasando por encima del resto
del día para decirme que Angus me estaría esperando por la mañana.
Nunca había estado tan confundida. No podía imaginar qué estaba
pasando, por qué de repente había
aquel enorme abismo entre nosotros, por qué Gideon estaba tan
tenso y enfadado, por qué no parecía
importarle que
hubiese estado almorzando con Brett.
Por qué no parecía importarle nada.
Las puertas empezaron a cerrarse. Confía en mí, Eva.
¿Había susurrado esas palabras un segundo antes de que las puertas
se cerraran? ¿O simplemente yo
deseaba que lo hubiese hecho?
En cuanto entré en la habitación de Cary, supo que yo iba falta de
energías. Había aguantado una
sesión de Krav Maga con Parker, luego me pasé por el apartamento
sólo el rato suficiente para
ducharme y comer unos insípidos fideos chinos. La descarga de la
sal y los carbonos en mi cuerpo tras
un día sin comer fue más que suficiente para agotarme más allá del
punto de no retorno.
—Tienes un aspecto horrible —dijo tras silenciar la televisión.
—Mira quién fue a hablar —respondí, demasiado sensible como para
soportar ninguna crítica.
—A mí me han golpeado con un bate de béisbol. ¿Cuál es tu excusa?
Coloqué la almohada y la áspera manta en mi cama y, a
continuación, le conté cómo había sido mi
día de principio a fin.
—Y no he tenido noticias de Gideon desde entonces —terminé con voz
cansada—. Incluso Brett se
ha puesto en contacto conmigo después de comer. Ha dejado un sobre
en el mostrador de seguridad
con su número de teléfono.
También incluía el dinero que dejé en el restaurante.
—¿Vas a llamarle? —preguntó Cary.
—¡No quiero pensar en Brett! —Me tumbé boca arriba en la cama y me
pasé las manos por el pelo
—. Quiero saber qué le pasa a Gideon. ¡Ha sufrido un trasplante
completo de personalidad en las
últimas treinta y seis horas!
—Puede que sea por esto.
Levanté la cabeza de la almohada y vi que apuntaba a algo que
había en su mesa de noche.
Poniéndome de pie, vi lo que era... Una revista homosexual.
—Trey la ha traído hoy —dijo.
La foto de Cary ocupaba la primera página con la noticia de su
asalto e incluía especulaciones sobre
que podría haberse tratado de un delito con agravante de
discriminación. Mencionaban el hecho de que
viviera conmigo y de que yo estuviese viviendo una relación
romántica con Gideon Cross sin ninguna
razón, aparte de dar un toque jugoso a la noticia.
—Está también en la página web —añadió en voz baja—. Supongo que
alguien de la agencia se ha
ido de la lengua y la noticia se ha extendido convirtiéndose en
una gilipollez política para alguien.
Sinceramente me cuesta mucho imaginar que a Cross no le importa...
—¿Tu orientación sexual? No, no le importa. Él no es así.
—Pero su equipo de Relaciones Públicas puede pensar otra cosa.
Puede que sea por eso por lo que
quiere tenerte dentro de su radar. Y si está preocupado porque
alguien pueda ir detrás de ti para llegar
hasta mí, puede que eso explique por qué quiere que estés
escondida y apartada de la calle.
—¿Y por qué no me lo dice? —Dejé la revista en la mesa—. ¿Por qué
está siendo tan estúpido?
Cuando estuvimos fuera todo era maravilloso. Él era
maravilloso. Creía que habíamos dado un paso
adelante. Creía que no era el hombre que había conocido al
principio y ahora resulta que es peor. Se ha
convertido en este... no sé. Ahora se encuentra a un millón de
kilómetros de distancia de mí. No lo
comprendo.
—No soy yo a quien debes preguntar, Eva. —Cary me agarró la mano y
la apretó—. Es él quien
tiene las respuestas.
—Tienes razón. —Fui a por mi bolso y cogí el teléfono—. Vuelvo en
un momento.
Fui al pequeño balcón cerrado que estaba al lado de la sala de
espera de los visitantes y llamé a
Gideon. El teléfono sonó una y otra vez y, al final, conectó con
el buzón de voz. Probé con el número
de su casa. Tras el tercer toque, Gideon respondió.
—¿Sí? —dijo con voz cortante.
—Hola.
Hubo un silencio que duró lo que un latido del corazón y, a
continuación:
—Espera.
Oí que se abría una puerta. El sonido del teléfono cambió. Había
salido de dondequiera que
estuviese.
—¿Va todo bien? —preguntó.
—No. —Me froté mis cansados ojos—. Te echo de menos.
Suspiró.
—Yo... no puedo hablar ahora, Eva.
—¿Por qué no? No entiendo por qué estás siendo tan frío conmigo.
¿He hecho algo malo? —Oí un
murmullo y me di cuenta de que había tapado el auricular para
hablar con otra persona. Una terrible
sensación de traición se aferró en mi pecho haciendo que me
costara respirar—. Gideon, ¿quién está
contigo en tu casa?
—Tengo que colgar.
—¡Dime quién está contigo!
—Angus estará a las siete en el hospital. Duerme un poco, cielo.
La línea se cortó.
Bajé la mano y me quedé mirando el teléfono, como si de algún modo
pudiera revelarme qué coño
acababa de ocurrir.
Regresé a la habitación de Cary, sintiéndome débil y triste cuando
abrí la puerta.
Cary me miró y soltó un suspiro.
—Parece como si acabara de morirse tu cachorrito, nena.
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