Eché la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y la espalda
apoyada sobre el pecho de Gideon,
escuchando el sonido del agua mientras deslizaba lentamente las
manos por mi cuerpo en la bañera
con patas.
Me había lavado el pelo y, después, el cuerpo, acicalándome con
mimo. Sabía que estaba
compensándome por la noche anterior y el modo en que hizo que me
enfrentara a la verdad. Una
verdad que él conocía de sobra, pero que necesitaba que yo también
viera.
¿Cómo es que me conocía tan bien... mejor de lo que me conocía yo
misma?
—Háblame de él —murmuró pasando los brazos alrededor de mi
cintura.
Respiré hondo. Había estado esperando que me preguntara por Brett.
Yo también conocía bien a
Gideon.
—Primero dime si está bien.
Hubo una pausa antes de que contestara.
—No tiene ningún daño irreparable. ¿Te importaría que lo tuviera?
—Claro que sí. —Oí cómo rechinaban sus dientes.
—Quiero que me hables de vosotros dos —me pidió con tono serio.
—No.
—Eva...
—No utilices ese tono conmigo, Gideon. Estoy cansada de ser un
libro abierto para ti mientras tú te
guardas todos tus secretos. —Eché la cabeza a un lado para apretar
mi mejilla contra la suya mojada
—. Si lo único que consigo tener de ti es tu cuerpo, lo aceptaré.
Pero no puedo darte nada más a
cambio.
—Quieres decir que no quieres. Seamos...
—No puedo. —Me separé de él, girándome para poder mirarlo a la cara—. ¡Mira
lo que esto está
haciendo conmigo! Anoche te hice daño. A propósito. Sin tan siquiera
darme cuenta de ello, porque el
rencor me corroe aun cuando me convenzo de que puedo vivir con
todo lo que no me cuentas.
Se incorporó y abrió los brazos.
—¡Estoy completamente abierto para ti, Eva! Haces que suene como
si no me conocieras... como si
lo único que tuviéramos fuera sexo... cuando tú me conoces mejor
que ninguna otra persona.
—Hablemos de las cosas que no conozco. ¿Por qué eres
propietario de un porcentaje tan grande de
Vidal Records? ¿Por qué odias la casa de tu familia? ¿Por qué
estás enemistado con tus padres? ¿Qué
hay entre tú y el doctor Terrence Lucas? ¿Adónde fuiste la otra
noche cuando tuve aquella pesadilla?
¿Qué hay detrás de las tuyas? ¿Por qué...?
—¡Basta! —exclamó bruscamente pasándose las manos por el pelo
mojado.
Yo me calmé, observando y esperando mientras él claramente luchaba
consigo mismo.
—Ya deberías saber que puedes contármelo todo —le dije en voz
baja.
—¿De verdad? —me miró fijamente—. ¿No has tenido ya que pasar por
alto suficientes cosas?
¿Cuánta mierda tengo que echarte encima hasta que salgas
corriendo?
Coloqué los brazos sobre el borde de la bañera, eché la cabeza
hacia atrás y cerré los ojos.
—Muy bien. Entonces, sólo tendremos un rollo sexual y nos
quejaremos ante un terapeuta una vez
por semana. Me alegra saberlo.
—Me la follé —soltó de pronto—. Ahí lo tienes. ¿Te sientes mejor?
Me levanté tan rápido que el agua se derramó por el filo de la
bañera. Sentí un calambre en el
estómago.
—¿Te follaste a Corinne?
—No, maldita sea. —Tenía el rostro encendido—. A la mujer de
Lucas.
—Ah... —Recordé la foto de ella que había visto cuando busqué en
Google.
—Es pelirroja —dije sin convicción.
—Mi atracción por Anne estaba completamente basada en su relación
con Lucas.
Fruncí el ceño confundida.
—Entonces, ¿las cosas entre tú y Lucas iban mal antes de que te acostaras con su mujer? ¿O fue ése
el motivo?
Gideon apoyó el codo en el borde de la bañera y se frotó la cara.
—Él me alejó de mi familia. Yo le devolví el favor.
—¿Destrozaste su matrimonio?
—La destrocé a
ella —dijo con un fuerte suspiro—.
Se acercó a mí en una gala benéfica para
recaudar fondos. Yo la ignoré hasta que supe quién era. Sabía que
haría polvo a Lucas si se enteraba de
que me la había tirado. Se presentó la oportunidad, así que la
aproveché. Se suponía que sólo iba a ser
una vez, pero Anne se puso en contacto conmigo al día siguiente.
Como a él le haría más daño saber
que no había tenido suficiente, dejé que continuara. Cuando estuvo
dispuesta a dejarlo por mí, la envié
de vuelta con su marido.
Me quedé mirándolo, notando su desafiante bochorno. Lo volvería a
hacer, pero sentía vergüenza
por lo que había hecho.
—¡Di algo! —exclamó.
—¿Creía ella que la amabas?
—No. Joder. Soy un gilipollas por haberme enrollado con la mujer
de otro, pero no le prometí nada.
Estaba jodiendo a Lucas a través de ella. No esperaba que se
convirtiera en un daño colateral. De
haberlo sabido, no habría permitido que llegáramos tan lejos.
—Gideon —suspiré negando con la cabeza.
—¿Qué? —Casi tenía los nervios de punta y se mostraba inquieto y
ansioso—. ¿Por qué has
pronunciado mi nombre de esa forma?
—Porque, para ser un hombre tan inteligente, te comportaste de
forma ridícula y torpe. ¿Te
acostabas con ella habitualmente y no esperabas que se enamorara
de ti?
—Dios mío. —Dejó caer la cabeza hacia atrás con un gruñido—. Otra
vez no.
Entonces, se incorporó de repente.
—Mira, ¿sabes una cosa? Sigue pensando que soy un regalo de Dios
para las mujeres, cielo. Es
mejor para mí que creas que soy lo mejor que puedes conseguir.
Le salpiqué agua. La facilidad con que rechazaba su atractivo era
otra cosa en la que me veía
reflejada en él. Conocíamos nuestras cualidades y jugábamos
nuestras mejores bazas. Pero no
sabíamos ver lo que nos hacía lo suficientemente únicos como para
que alguien nos quisiera de
verdad.
Gideon se movió hacia delante y me agarró de las manos.
—Ahora cuéntame qué cojones tuviste con Brett Kline.
—Tú no me has contado qué hizo el doctor Lucas para cabrearte.
—Sí que lo he hecho.
—No con detalle —alegué.
—Te toca a ti desembuchar. Adelante.
Tardé un largo rato en conseguir que me salieran las palabras.
Ningún hombre quería a una antigua
puta como novia. Pero Gideon esperó pacientemente. Obstinadamente.
Yo sabía que no iba a permitir
que me saliera de la bañera hasta que le hablara de Brett.
—Yo no era más que un polvo cómodo para Brett —confesé sin más,
deseando acabar con aquello
—. Y lo permití... Hice todo lo posible porque fuera así... porque
en esa época de mi vida el sexo era la
única forma que conocía de sentirme querida.
—Ha escrito una canción de amor sobre ti, Eva.
Aparté la mirada.
—La realidad no habría servido para ninguna balada, ¿no crees?
—¿Tú le querías?
—Yo... no. —Miré a Gideon cuando soltó un fuerte suspiro, como si
hubiese estado conteniendo la
respiración—. Me volvían loca él y su forma de cantar, pero era
algo absolutamente superficial.
Nunca llegué a conocerlo de verdad.
Vi que todo su cuerpo se relajó.
—Fue parte de una... fase. ¿Es eso?
Asentí y traté de soltar mis manos de las suyas, deseando
deshacerme de mi sensación de
vergüenza. No culpaba a Brett ni a ninguno de los tíos que habían
pasado por mi vida en aquella
época. No podía culpar a nadie más que a mí misma.
—Ven aquí. —Gideon me agarró por la cintura y me acercó a él,
apoyándome otra vez sobre su
pecho. Su abrazo era la sensación más maravillosa del mundo.
Acariciaba con sus manos toda mi
espalda, tranquilizándome—. No voy a mentirte. Quiero moler a
palos a cualquier hombre que te haya
tenido. Más vale que los mantengas alejados de mí. Pero nada de lo
que haya en tu pasado puede
cambiar lo que siento por ti. Y Dios sabe que no soy ningún santo.
—Ojalá pudiera hacer que todo eso desapareciera —susurré—. No me
gusta recordar la chica que
era entonces.
Apoyó el mentón en lo alto de mi cabeza.
—Te entiendo. Por mucho que me duchara después de haber estado con
Anne, nunca era suficiente
para sentirme limpio.
Apreté los brazos alrededor de su cintura, mostrándole consuelo y
aprobación. Y, a cambio,
aceptando agradecida lo que éramos los dos.
La bata de seda blanca que encontré colgada en el armario era
preciosa. Estaba revestida con un
magnífico tejido de felpa y tenía bordados de hilo de plata en los
puños. Me encantaba, lo cual era
bueno puesto que, al parecer, se trataba de la única prenda de
ropa que había para mí en toda la casa.
Vi que Gideon se ponía unos pantalones de pijama de seda negra y
se ataba el cordón.
—¿Por qué tú tienes ropa y yo una bata?
Levantó los ojos hacia mí a través de un mechón de pelo negro que
le caía por encima de la frente.
—¿Porque he sido yo quien lo ha organizado todo?
—Malo.
—Simplemente me hace más fácil estar a la altura de tu insaciable
apetito sexual.
—¿Mi insaciable apetito? —Fui al baño para quitarme la toalla de
la cabeza—. Recuerdo
claramente que anoche te supliqué que me dejaras tranquila. ¿O ha
sido esta mañana, después de pasar
toda la noche sin dormir?
Vino hasta la puerta detrás de mí.
—Esta noche vas a tener que suplicármelo otra vez. Voy a preparar
café.
En el espejo, vi que se giraba y advertí el cardenal oscuro que
tenía en un costado. Estaba en la parte
inferior de su espalda, donde no había tenido oportunidad de verle
antes.
Me di la vuelta.
—¡Gideon! Estás herido. Deja que lo vea.
—Estoy bien. —Ya había bajado la mitad de las escaleras antes de
que pudiera detenerle—. No
tardes mucho.
Me invadió un sentimiento de culpa y sentí un espantoso deseo de
llorar. La mano me temblaba
mientras me pasaba un cepillo por la cabeza. Habían equipado el
baño con mis habituales artículos de
tocador, demostrando una vez más lo considerado y atento que era
Gideon, lo que no hacía más que
subrayar mis carencias. Estaba convirtiendo su vida en un
infierno. Después de todo lo que él había
sufrido, lo último que necesitaba era tener que ocuparse de mis
problemas.
Bajé las escaleras hasta la primera planta y me sentí incapaz de
ir con Gideon a la cocina.
Necesitaba un minuto para calmarme y poner una cara sonriente. No
quería echarle a perder también
el fin de semana.
Salí por la puerta de cristal que conducía a la terraza. Sentí de
inmediato el fragor del oleaje y el
agua salada pulverizando mi cuerpo. El dobladillo de mi bata se
ondulaba suavemente con la brisa del
mar, refrescándome de una forma que me pareció estimulante.
Respiré hondo, me agarré a la barandilla y cerré los ojos,
tratando de encontrar la paz que
necesitaba para evitar que Gideon se preocupara. Mi problema era
yo misma y no quería molestarlo
con algo que él no podía cambiar. Sólo yo podía hacer de mí una
persona más fuerte y tenía que
hacerlo si quería hacerle feliz y ofrecerle la seguridad que tan
desesperadamente buscaba en mí.
La puerta se abrió detrás de mí y respiré hondo antes de girarme
con una sonrisa. Gideon salió con
dos tazas humeantes cogidas en una mano; una de ellas con café
solo y la otra con leche
semidesnatada. Sabía que estaría completamente a mi gusto y
delicioso porque Gideon sabía
exactamente lo que me gustaba. No porque yo se lo hubiese dicho,
sino porque prestaba atención a
todo lo que me concernía.
—No sigas machacándote —ordenó con tono severo mientras colocaba
las tazas sobre la barandilla.
Dejé escapar un suspiro. Por supuesto, no podía ocultarle mi
estado de ánimo con una simple
sonrisa. Veía a través de mí.
Agarró mi cara entre sus manos y me miró.
—Ya ha pasado. Olvídalo.
Extendí los brazos y pasé los dedos por donde había visto la
magulladura.
—Tenía que ocurrir —dijo con sequedad—. No. Calla y escúchame.
Creía entender lo que sentías
con respecto a Corinne y, francamente, pensaba que simplemente no
lo llevabas bien. Pero no tenía ni
idea. He sido un idiota egoísta.
—No lo llevo bien. La odio con toda mi alma. No puedo pensar en ella
sin ponerme de mal humor.
—Lo entiendo ahora. Antes no. —Retorció la boca con expresión de
arrepentimiento—. A veces,
hace falta que ocurra algo drástico para hacerme despertar. Por
suerte, siempre se te ha dado muy bien
llamar mi atención.
—No trates de quitarle importancia a esto, Gideon. Podrías haber
terminado gravemente herido por
mi culpa.
Me agarró por la cintura cuando iba a darme la vuelta.
—He terminado gravemente herido por ti al verte en los brazos de
otro, besándolo. —Sus ojos se
volvieron abrasadores y oscuros—. Me destrozó, Eva. Me partió en
dos y me desangró. Le golpeé
como una forma de autodefensa.
—Oh, Dios mío —susurré, devastada por aquella brutal sinceridad—.
Gideon.
—Estoy indignado conmigo mismo por no haber sido más comprensivo
con lo de Corinne. Si un
beso puede hacer que me sienta así... —Me envolvió con fuerza
entre sus brazos, con un brazo
alrededor de mi cintura y con el otro sobre mi espalda para
agarrarme la parte posterior de la cabeza,
apresándome.
—Si alguna vez me engañaras, me moriría —dijo con voz ronca.
Giré la cabeza y apreté los labios contra su cuello.
—Ese estúpido beso no significó nada. Menos que nada.
Me agarró el pelo y echó mi cabeza hacia atrás.
—No entiendes lo que tus besos significan para mí, Eva. Tú
simplemente los das como si fuera una
tontería...
Gideon bajó la cabeza y selló su boca con la mía. Empezó suavemente,
de una forma dulce y
provocadora, acariciando con su lengua mi labio inferior. Abrí la
boca y asomé la lengua para tocar la
suya. Inclinó la cabeza y lamió el interior de mi boca. Con
lametones rápidos y profundos que
despertaron un deseo dormido.
Levanté los brazos y deslicé los dedos por su cabello mojado,
poniéndome de puntillas para besarlo
más dentro. Sus labios se movían contra los míos, y se volvían más
húmedos y calientes. Nos
estábamos comiendo el uno al otro, de un modo cada vez más feroz
hasta que empezamos a follarnos
mutuamente la boca, copulando apasionadamente con labios, lenguas
y pequeños mordiscos. Yo
jadeaba de deseo por él y movía mis labios por encima de los
suyos, mientras de mi garganta salían
sonidos de deseo.
Sus dedos eran regalos. Me besaba con todo su ser, con fuerza,
pasión, deseo y amor. No se
guardaba nada, lo daba todo, lo ponía todo al descubierto.
La tensión se marcó en su poderoso contorno y su dura piel de
satén se fue calentando de una forma
febril. Sumergía la lengua en mi boca enredándola con la mía y su
respiración rápida se mezclaba con
la mía inundándome los pulmones. Mis sentidos se empaparon de él,
de su sabor, de su olor, y la
mente me daba vueltas mientras yo ladeaba la cabeza tratando de
saborearlo aún más. Quería lamerle
más adentro, chuparle con fuerza. Devorarle.
Lo deseaba demasiado.
Sus manos recorrían mi espalda temblorosas e inquietas. Gimió y mi
sexo respondió apretándose.
Tirando del cinturón de mi bata, lo soltó y ésta se abrió. Agarró
mi cintura desnuda. Me mordió el
labio inferior hundiendo los dientes en él mientras lo acariciaba
con la lengua. Yo gimoteé deseando
más, sintiendo que mi boca se hinchaba y se volvía más sensible.
Por muy cerca que estuviésemos, nunca era suficiente.
Gideon me agarró las nalgas y me atrajo con fuerza hacia él, y su
erección era como un acero
caliente que me abrasaba el vientre a través de la fina seda de
sus pantalones. Me soltó el labio y
volvió a entrar en mi boca, llenándome con el sabor de su deseo
mientras su lengua se convertía en un
látigo de terciopelo de un placer atormentador.
Una fuerte sacudida lo hizo estremecerse y soltó un gruñido
mientras movía la cadera en círculo.
Apretó los dedos sobre mi culo y su gemido hizo que mis labios
vibraran. Sentí cómo su polla daba
sacudidas entre los dos y cómo un calor abrasador se extendía por
mi piel. Se corrió con un fuerte
gemido, empapando la seda que había entre los dos.
Yo solté un grito, enternecida y dolorida, completamente excitada
al ver que podía hacer que
perdiera el control de esa forma simplemente con besarlo.
Me soltó y sus pulmones se movían pesadamente.
—Tus besos son míos.
—Sí. Gideon... —Estaba conmocionada, me sentía desnuda y expuesta tras el momento
más erótico
de mi vida.
Él se puso de rodillas y me metió la lengua hasta que estallé en
un orgasmo.
Nos duchamos y pasamos durmiendo toda la mañana. Me sentía de
maravilla al dormir con él de
nuevo, con la cabeza apoyada en su pecho, el brazo envolviendo su
vientre duro como una piedra y las
piernas enredadas entre las suyas.
Cuando nos despertamos poco después de la una de la tarde, yo
estaba hambrienta. Bajamos a la
cocina juntos y descubrí que me gustaba aquel espacio de
apariencia tan moderna y austera. Las
puertas de los armarios de cristal aguado hacían buena pareja con
el granito y el suelo de madera
oscura. Y lo que era aún mejor, la despensa estaba totalmente
equipada. No había necesidad de salir de
la casa para nada.
Fuimos a lo fácil y preparamos bocadillos, nos los llevamos a la
sala de estar y nos los comimos
con las piernas entrelazadas sobre el sofá, uno frente a otro.
Llevaba la mitad cuando sorprendí a Gideon mirándome con una
sonrisa.
—¿Qué? —pregunté mientras daba un mordisco.
—Arnoldo tiene razón. Es gracioso verte comer.
—Cállate.
Su sonrisa se volvió más amplia. Parecía tan despreocupado y feliz
que sentí una punzada en el
corazón.
—¿Cómo has encontrado este lugar? —le pregunté—. ¿O fue Scott
quien lo encontró?
—Fui yo. —Se metió una patata frita en la boca y se lamió la sal
de los labios, lo que me pareció de
lo más erótico—. Quería llevarte a alguna isla donde nadie pudiera
molestarnos. Esto se le parece
mucho, sin tener que perder tiempo en el viaje. En principio,
había pensado que viniéramos en avión.
Seguí comiendo pensativa, recordando el largo viaje hasta allí.
Pese a que podría haber sido una
locura, había algo excitante en la idea de que hubiera tenido que
reorganizar nuestro programa
simplemente para follarme hasta la extenuación durante horas,
utilizando la necesidad que yo tenía de
él para enfrentarme a una verdad que había bloqueado. Imaginé toda
la frustración y la rabia que
debían haber impulsado sus planes... con el pensamiento centrado
en liberar toda aquella furiosa
pasión sobre mi indefenso y voluntarioso cuerpo...
—Estás poniendo esa mirada de fóllame —observó—. Y me llamas a mí
obseso sexual.
—Perdona.
—No es que me queje.
Rebobiné mis pensamientos hasta un momento anterior de la noche.
—Ya no le gusto a Arnoldo.
Me miró arqueando una de sus oscuras cejas.
—¿Estás poniendo esa cara de fóllame mientras piensas en Arnoldo?
¿También a él voy a tener que
darle una paliza?
—No, hombre. Lo he dicho para que no pensáramos en el sexo y
porque necesitaba decírtelo.
Se encogió de hombros.
—Hablaré con él.
—Creo que debería ser yo quien lo hiciera, por si
sirve de algo.
Gideon me estudió con sus ojos increíblemente azules.
—¿Qué le vas a decir?
—Que tiene razón. Que no te merezco y que la he jodido. Pero que
estoy locamente enamorada de ti
y que me gustaría tener la oportunidad de demostraros a los dos
que puedo ser lo que necesitas.
—Cielo, si te necesitara más, no podría vivir. —Se llevó mi mano a
los labios para besarme en las
yemas de los dedos—. Y no me importa lo que piensen los demás.
Tenemos nuestro propio ritmo y
para nosotros funciona.
—¿Para ti funciona? —Cogí mi botella de té helado de la mesita y
di un trago—. Sé que te agota.
¿Piensas alguna vez que es demasiado difícil o doloroso?
—Eres consciente de lo sugerente que suena eso, ¿verdad?
—Ay, Dios mío —me reí—. Eres terrible.
Sus ojos brillaron divertidos.
—Eso no es lo que sueles decir.
Negué con la cabeza y continué comiendo.
—Cielo, prefiero discutir contigo que reírme con nadie más.
¡Dios mío! Tardé un minuto en poder tragarme el último bocado que había en mi
boca.
—Sabes... que te amo con locura.
Sonrió.
—Sí, lo sé.
Tras recoger lo que habíamos ensuciado con el almuerzo, lancé el
estropajo al fregadero.
—Tengo que hacer la llamada de los sábados a mi padre.
Gideon negó con la cabeza.
—Imposible. Tendrás que esperar al lunes.
—¿Qué? ¿Por qué?
Me atrapó contra el mostrador agarrándose al filo conmigo en
medio.
—No hay teléfonos.
—¿En serio? ¿Y tu teléfono móvil? —Yo me había dejado el mío en
casa antes de que fuéramos al
concierto, sabiendo que no tenía sitio para guardarlo y que no
tenía intención de utilizarlo de todos
modos.
—Va en la limusina camino de Nueva York. Tampoco hay internet.
Mandé que se llevaran el
módem y los teléfonos antes de que llegáramos.
Me quedé sin habla. Con todas las responsabilidades y compromisos
que tenía, quedarse
incomunicado durante el fin de semana era.... increíble.
—Vaya. ¿Cuándo fue la última vez que desapareciste así de la faz
de la tierra?
—Pues... nunca.
—Debe haber al menos media docena de personas aterradas por no
poder consultarte nada.
Levantó los hombros con despreocupación.
—Se las apañarán.
El placer me invadió.
—Te tengo todo para mí.
—Absolutamente. —Su boca adoptó una sonrisa maliciosa—. ¿Qué vas a
hacer conmigo, cielo?
Le devolví la sonrisa, extasiada de felicidad.
—Seguro que se me ocurre algo.
Fuimos a dar un paseo por la playa.
Me remangué unos pantalones de pijama de Gideon y me puse mi
camiseta blanca sin mangas, que
quedaba indecente porque mi sujetador iba camino de Nueva York
junto con el teléfono móvil de
Gideon.
—Me he muerto y estoy en el cielo —dijo, mirándome el pecho
mientras caminábamos por la orilla
—, donde se hacen realidad todos los sueños y fantasías eróticas
de mi adolescencia, y todo es para
mí. Golpeé su hombro con el mío.
—¿Cómo puedes pasar de ser irresistiblemente romántico a grosero
en el espacio de una hora?
—Es otro de mis muchos talentos. —Su mirada volvió a aterrizar en
las puntas prominentes de mis
pezones, que estaban duros por la exposición a la brisa del mar.
Me apretó la mano y soltó un
exagerado suspiro de felicidad—. En el cielo con mi cielo. No se
puede estar mejor.
Tuve que asentir. La playa era preciosa, temperamental y agreste,
y me recordaba mucho al hombre
cuya mano agarraba. El sonido del oleaje y los graznidos de las
gaviotas me invadían con una
auténtica sensación de felicidad. El agua estaba fría bajo mis
pies mojados y el viento me azotaba el
pelo sobre la cara. Había pasado mucho tiempo desde que no me
sentía tan bien y le estaba agradecida
a Gideon por habernos regalado ese tiempo apartados para disfrutar
el uno del otro. Éramos perfectos
cuando estábamos juntos y solos.
—Te gusta esto —apuntó.
—Siempre me ha encantado estar cerca del agua. El segundo marido
de mi madre tenía una casa en
un lago. Recuerdo pasear por la orilla con ella como ahora y
pensar que algún día me compraría algo
cerca del agua.
Me soltó la mano y, en su lugar, me pasó el brazo por los hombros.
–Pues hagámoslo. ¿Qué hay de este sitio? ¿Te gusta?
Lo miré, amando los ojos que el viento dejaba entrever a través de
su pelo.
—¿Está en venta?
Tiró hacia la playa que teníamos frente a nosotros.
—Todo está en venta por un precio adecuado.
—¿A ti te gusta?
—El interior es un poco frío con tanto blanco, aunque el
dormitorio principal me encanta como
está. Podríamos cambiar el resto. Hacerlo más nuestro.
—Nuestro —repetí, preguntándome qué sería eso. Me encantaba su
apartamento con esa elegancia
del Viejo Mundo. Y creo que se sentía cómodo en mi casa, que era
más moderna. Combinando las
dos...—. Un paso muy grande eso de comprar una casa juntos.
—Un paso inevitable —me corrigió—. Dijiste que la separación del
doctor Petersen no es una
opción.
—Sí, es verdad. —Caminamos un poco más en silencio. Traté de saber
qué sentía ante el hecho de
que Gideon quisiera que hubiese un nexo más tangible entre los
dos. También me pregunté por qué
había elegido una propiedad conjunta como el modo de conseguirlo—.
Entonces, supongo que a ti
también te gusta esto.
—Me gusta la playa. —Se apartó el pelo de la cara—. Tengo una
fotografía con mi padre
construyendo un castillo de arena en una playa.
Fue un milagro que no me tambaleara. Gideon daba muy poca
información de forma voluntaria
sobre su pasado y, cuando lo hacía, casi se trataba de un hecho
trascendental.
—Me gustaría verla.
—La tiene mi madre. —Dimos unos cuantos pasos más antes de que
dijera—: Se la pediré para que
la veas.
—Iré contigo. —Aún no me había dicho por qué, pero sí me había
contado una vez que la casa de
los Vidal suponía para él una pesadilla. Sospeché que cualquiera
que fuese el origen de su parasomnia
habría tenido lugar allí.
El pecho de Gideon se hinchó al respirar hondo.
—Puedo pedir que me la envíen por correo.
—De acuerdo. —Giré la cabeza para besar sus magullados nudillos,
que descansaban en mi hombro
—. Pero mi oferta sigue en pie.
—¿Qué te pareció mi madre? —preguntó de repente.
—Es muy guapa. Muy elegante. Refinada. —Lo observé y vi el cabello
negro de Elizabeth Vidal y
sus impresionantes ojos azules—. También parece quererte mucho. Lo
vi en sus ojos cuando te
miraba.
Él continuó con la vista al frente.
—No me quiso lo suficiente.
De inmediato, me quedé sin respiración. Como no sabía qué era lo
que le provocaba unas pesadillas
tan tormentosas, me había estado preguntando si quizá ella lo
habría querido demasiado. Fue un alivio
saber que no era el caso. Ya era bastante espantoso saber que su
padre se había suicidado. Que su
madre lo hubiese traicionado también podría ser más de lo que él
pudiera superar nunca.
—¿Cuánto es suficiente, Gideon?
Apretó la mandíbula. Su pecho se ensanchó al res pirar.
—No me creyó.
Me paré en seco y me di la vuelta para mirarlo.
—¿Le contaste lo que te había pasado? ¿Se lo contaste y no te
creyó?
Miró por encima de mi cabeza.
—Ya no importa. Hace mucho tiempo.
—Y una mierda. Sí que importa. Importa mucho. —Me sentía furiosa
por él. Furiosa porque una
madre no hubiese cumplido con su deber de estar del lado de su
hijo. Furiosa porque ese niño había
sido Gideon—. Apuesto a que, además, duele muchísimo.
Bajó sus ojos hasta mi cara.
—Mírate, enfadada y molesta. No debería haber dicho nada.
—Deberías haberlo dicho antes.
La tensión de sus hombros se relajó y su boca se curvó con
arrepentimiento.
—No te he contado nada.
—Gideon...
—Y por supuesto que me crees, cielo. Has dormido en una cama
conmigo.
Cogí su cara entre mis manos y le miré fijamente a los ojos.
—Te. Creo.
Su rostro se contrajo de dolor durante una fracción de segundo,
antes de cogerme y darme un tierno
abrazo.
—Eva.
Me agarré con las piernas a su cintura y le abracé.
—Te creo.
Cuando regresamos a la casa, Gideon entró en la cocina para abrir
una botella de vino mientras yo
examinaba con detenimiento las estanterías de la sala de estar,
sonriendo al encontrarme el primer
libro de la serie de la que le había hablado, de la que había
adoptado su apodo, campeón.
Nos tumbamos en el sofá y me puse a leerle mientras él jugaba
distraídamente con mi pelo. Estaba
pensativo tras nuestro paseo y, al parecer, su mente se encontraba
lejos de mí. No me molestó. Nos
habíamos dado el uno al otro mucho en lo que pensar durante los
últimos dos días.
Cuando subió la marea, el agua quedó justo por debajo de la casa,
produciendo un sonido alucinante
y una visión aún más asombrosa. Salimos a la terraza y vimos cómo
bajaba y subía, convirtiendo la
casa en una isla entre las olas.
—Vamos a preparar galletas —dije mientras me inclinaba por la
barandilla con Gideon abrazado a
mi espalda—. En esa chimenea exterior que hay ahí.
Enganchó sus dientes al lóbulo de mi oreja.
—Quiero lamer chocolate líquido en tu cuerpo.
Sí, por favor...
Me reí.
—¿No quema eso?
—No, si lo hago bien.
Me giré para mirarle a la cara y él me levantó y me sentó en la
ancha barandilla. Después, se abrió
paso entre mis piernas y me abrazó por la cintura. Había una
maravillosa paz que acompañaba aquel
atardecer y los dos nos hundimos en ella. Le pasé las manos por el
pelo, justo como lo hacía la brisa
de la noche.
—¿Has hablado con Ireland? —le pregunté al acordarme de su
hermanastra, que era tan guapa como
su madre. La conocí en la fiesta de Vidal Records y enseguida tuve
claro que estaba deseando hablar
un poco con su hermano mayor o tener noticias de él.
—No.
—¿Qué te parece si la invitamos a cenar cuando venga mi padre a la
ciudad?
Gideon inclinó la cabeza hacia un lado mientras me miraba.
—¿Quieres que invite a una niña de diecisiete años a cenar conmigo
y con tu padre?
—No. Quiero que tu familia conozca a la mía.
—Se va a aburrir.
—¿Cómo lo sabes? —le desafié—. En cualquier caso, creo que tu
hermana te adora como si fueses
un héroe. Estoy segura de que con tal de que le prestes atención,
tendrá suficiente.
—Eva. —Dejó escapar un suspiro de clara exasperación—. Sé
realista. No tengo ni la más remota
idea de cómo entretener a una adolescente.
—Ireland no es una chica cualquiera. Es...
—¡Me da igual lo que sea!
Entonces, se me ocurrió.
—Le tienes miedo.
—Venga ya. —Se mofó.
—Es verdad. Te da miedo. —Y dudé si tendría algo que ver con la
edad de su hermana o con el
hecho de que se tratara de una chica.
—¿A ti qué te pasa? —se quejó—. Te ha dado por Ireland. Déjala en
paz.
—Es la única familia que tienes, Gideon. —Y estaba dispuesta a
mantener lo dicho. Su hermanastro
Christopher era un gilipollas y su madre no se merecía tenerlo en
su vida.
—¡Te tengo a ti!
—Cariño. —Suspiré y le envolví con mis piernas—. Sí, me tienes a
mí. Pero en tu vida hay espacio
para más personas que te quieren.
—Ella no me quiere —murmuró—. No me conoce.
—Creo que en eso te equivocas, pero, de no ser así, te querría si
te conociera.
—Ya basta. Volvamos a la cuestión de las galletas.
Traté de sostenerle la mirada, pero fue imposible. Cuando él
consideraba que un tema estaba
zanjado, no había manera de continuarlo. Así que tendría que dar
un rodeo.
—¿Quieres que hablemos de galletas, campeón? —Me pasé la lengua
por el labio inferior—. ¿De
todo ese chocolate pegajoso en nuestros dedos?
Gideon entrecerró los ojos.
Pasé los dedos por sus hombros y los bajé por el pecho.
—Quizá me deje convencer para que me untes todo el cuerpo con ese
chocolate. También podrías
convencerme para que unte el tuyo.
Arqueó la ceja.
—¿Intentas hacerme chantaje otra vez con el sexo?
—¿He dicho eso? —Parpadeé inocentemente—. Yo creo que no.
—Lo has insinuado. Así que vamos a ser claros. —Hablaba con voz
peligrosamente baja y me
miraba con sus ojos oscuros mientras deslizaba la mano por debajo
de mi camiseta y me agarraba el
pecho desnudo—. Invitaré a Ireland a cenar con tu padre porque te
hace feliz y a mí eso me hace feliz.
—Gracias —dije con la respiración entrecortada, pues había
empezado a tirar de mi pezón de forma
rítmica haciéndome gemir de placer.
—Voy a hacer todo lo que quiera con el chocolate fundido y tu
cuerpo porque eso me dará placer a
mí y te lo dará a ti. Yo diré cuándo y cómo. Repítelo.
—Tú dirás... —Ahogué un grito cuando su boca envolvió mi otro
pezón por encima del algodón
elástico—. Oh, Dios.
Me dio un mordisco.
—Dilo.
Todo mi cuerpo se tensó, respondiendo rápidamente a su tono
autoritario.
—Tú dirás cuándo y cómo.
—Hay cosas con las que puedes regatear, cielo, pero tu cuerpo y tu
sexo no son negociables.
Le agarré del pelo como una reacción instintiva a su forma
incesante y deliciosa de chupar mi
sensible pezón. Ya no quería intentar comprender por qué quería
que fuera él quien tuviese el control.
Simplemente era así.
—¿Con qué más voy a negociar? Lo tienes todo.
—Tu tiempo y atención son dos cosas con las que me puedes influir.
Haré lo que sea por ellas.
Sentí un escalofrío.
—Me pones húmeda —susurré.
Gideon se separó de la barandilla y me llevó con él.
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