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POSEÍDA - Lisa Swann VOL. 5 Cap.3

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3. Mis mejores recuerdos de Long Island

Cuando le dije a David que había estado con Margaret y que nos quería ayudar a impedir el matrimonio de Allisson con Sacha, al inicio se mostró intrigado.

– ¿Y por qué este cambio repentino, después de que ha aceptado todo hasta entonces?, preguntó.

¡Maldita sea, David es mi mejor amigo, y no le puedo decir nada!

Bajé la mirada para evitar ser descifrable en mi mentira, que no era sino la mitad de una.

– Ella dice que, con su amnesia, Sacha tiene oportunidad de empezar una nueva vida, la cual no estaría llena de malos recuerdos, y quiere evitar que regrese con Allisson por una buena razón, al parecer, debido a su relación con su marido. ¡Por si eso no fuera suficiente!

– De acuerdo, consintió David. ¿Cuál es su perspectiva de las cosas? ¿Lo han comentado?

– Por supuesto, le contesté. La boda se realizará en una semana, es obvio que hay que poner a Sacha al tanto de todo lo que sabemos acerca del complot antes de ese día. Ella sugirió que la encuentre mañana en su casa de Long Island, en Southampton. Ahí vive él ahora con ella, en espera del matrimonio.

– Bueno, sólo queda reunir nuestras pruebas y hacer que sean fácilmente accesibles para que puedas mostrárselas.

Él pensó por un minuto. Yo no conectaba. Era mucho más fuerte que yo en cuestiones de logística.

– Mi punto de vista sería que pongamos el vídeo de Allisson y la grabación de audio del mecánico en una tableta y que el testimonio de Richard lo consideremos para después. Tú hablarás de él, obviamente, porque es en sí mismo una prueba de fiabilidad y de que es capaz de confirmar verbalmente la implicación de Natalia, pero será elección de Sacha hablar con él o no. Son amigos, no hay que olvidarlo.

No olvidar, recordarlo todo, tomar todo en cuenta, y dejar de lado las emociones y sentimientos a pesar de que Sacha no recordara gran cosa, me sentía como un elefante en una tienda de porcelana...

Alquilé un auto para ir a Southampton. Fue un viaje de más de dos horas y aproveché ese tiempo para pulir perfectamente mi trama; pero fue difícil concentrarme, porque estaba temblando como en la primera cita.

Margaret me había invitado a presentarme a las 17 horas. Encontré fácilmente la casa que fue uno de los pocos edificios antiguos a la orilla del mar, un poco aislados, pero majestuosos y típicos de esta parte de la isla, con sus puentes de madera sobrevolando las dunas para llevar a la gente sobre la playa desierta.

Margaret miró mi coche y salió a mi encuentro, en cuanto me estacioné en la entrada.

– Es una casa hermosa, Margaret.

– Es mi refugio, Liz. Mi marido me lo dio al principio de nuestro matrimonio. Él no quería ser molestado por Sacha quien todavía era bebé en esa época. Una forma de deshacerse de lo que le molestaba desde entonces. Pero he aquí que Sacha y yo compartimos los momentos más bellos y esta casa es nuestra, por eso decidí que era mejor para él que se quedara aquí en esta etapa. Es un lugar propicio para los buenos recuerdos.

Y yo llegué como un pelo en la sopa para refrescar su memoria con malas noticias...

Pero no, también estoy aquí para recordarle cosas bellas... ¡Nuestro amor!

– Los voy a dejar a solas, Liz. Le dije a Sacha que alguien vendría a verlo. Voy a visitar a un vecino y me quedaré ahí un par de horas.

Me tomó por los hombros y me estrujó contra ella. Al principio estaba sorprendida por su abrazo, luego me solté también. Después de todo, yo estaba tensa, también necesitaba alivio.

– Confío en usted, Liz. Sálvalo, sálvanos de esta mascarada...

Entonces ella me dijo dónde estaba Sacha y cómo hallarlo ahí, y la vi desaparecer con paso cauteloso detrás de la entrada.

No estaba particularmente preparada para encontrarme con Sacha. Quería que él recordara a la Liz al natural de quien se había enamorado en París. Jeans, blusa con un delicado estampado de flores y zapatillas de cuero tan bonitas como las de ballet. Cabello suelto y ninguna necesidad de maquillaje, los nervios inflamaban mis mejillas. Margaret me dijo que él estaba en la playa. Desde la terraza, me apropié del puente de madera para pasar las dunas. Al final, sobre una especie de pontón, me detuve.

Sacha estaba a cincuenta metros de ahí, en la playa, caminando tranquilamente apoyado en su bastón.

Sacha, nadie más que tú y yo...

Y como si hubiera escuchado mi llamado silencioso, se detuvo y se volvió hacia mí. Y sonrió. Luego levantó la mano en un gesto incierto, casi sin control.

Con el corazón a punto de salir de mi pecho, las piernas como malvavisco, bajé la escalera hasta la arena y me contuve de correr como una demente hacia el hombre que amaba. Y que me esperaba, siempre sonriente y con la mirada dulce. A pocos metros de él, me dio la mano y yo la estreché con fuerza entre las mías, presa inmediatamente de temblores cercanos a la convulsión.

Y él estalló en risas.

– Creo que me provocas el mismo efecto que yo parezco tener en ti, Liz, dijo sonriendo. Y yo no sé por qué, pero creo que me hace sentir bien.

Y para mí, Sacha, si supieras cuánto ese simple contacto me hace sentir bien...

– Sacha, ¿cómo estás?, pregunté con voz afectuosa sin soltarlo.

No parecía sorprendido de verme, sino feliz.

– Bueno, estoy bien. El bastón es para la comodidad, ya sabes. No tengo dolor, es más bien para afianzarme, la amnesia me da la impresión de tener un vértigo constante.

Quería tomar su rostro entre mis manos tiernamente y besarlo... una y otra vez.

– Quizá te parezca extraño, Liz, pero cuando mi madre me dijo que alguien iba a visitarme, esperaba que fueras tú. No sé por qué, quería que vinieras a verme.

Le apreté la mano con más fuerza y le dirigí una sonrisa que quería que fuera lo más elocuente posible.

Mírame, te amo, Sacha...

Levantó la mano hacia mi rostro para empujar un mechón de pelo detrás de la oreja y yo cerré los ojos, contuve la respiración. Al observar mi reacción Sacha detuvo su mano, inclinó el rostro.

– Liz, desde el otro día en la oficina, escucho tu voz en mi cabeza de forma continua, te lo aseguro, no es la única que tengo en la cabeza, pero es la más dulce, en todo caso.

¡Dios, y pensar que yo debía romper este momento idílico con todos esos horrores!

– Sacha, yo...

– No, espera Liz, no quiero que malinterpretes, siento que puedo ser honesto contigo, decírtelo todo. Me siento seguro para dejar resurgir emociones que me traen recuerdos. Tú sabes, por ejemplo, me parece que aquí, mi madre está bien y es otra voz suya la que escucho a veces, otra voz que me asusta, ella llora, grita. En cuanto a ti, es como si tú me susurraras dulcemente al oído desde el otro día.

Levanté hacia él mis ojos llenos de lágrimas, tenía siempre su mano en la mía.

– ¡Dios mío, Liz!, ¿qué está pasando?

Y de pronto ya no sabía qué hacer, sentí su impulso hacia mí, las ganas de tomarme entre sus brazos, y luego su confusión por este impulso, la violencia que contenía, entonces, sin resistirlo más, me atrajo contra él, abrazándome con fuerza, como si quisiera fundir mi cuerpo en el suyo.

– Pero, ¿qué he hecho, Liz?, ¿te he hecho algo? ¿Qué tipo de hombre soy entonces? No lo sé. No me siento culpable por sentirme atraído por ti, por querer tenerte estrechada contra mí, a pesar de que me voy a casar con una mujer que amo.

Lo rechacé, no de golpe, pero lo suficiente como para levantar la mirada hacia él y hundirme en sus ojos.

– Sacha, ¿realmente amas a Allisson? le pregunté.

Parecía pensar antes de responder. Sus ojos huían de los míos. Entonces se lanzó de golpe.

– No lo sé, Liz, mierda, no lo sé. ¡Me pareció que este matrimonio era una obviedad cuando desperté y todo el mundo parecía tan feliz por esta circunstancia! Cuando estoy con Allisson ella es atenta y afectuosa, pero sólo escucho gritos en mi cabeza... y no he deseado estrecharla contra mí como me pasa contigo, añadió antes de abrazarme de nuevo.

Era el momento, tenía que lanzarme.

Me desprendí suavemente y puse mis manos sobre el pecho de Sacha.

– Hay una explicación para ello, Sacha.

Parecía disfrutar el toque de mis manos en su pecho.

¡Vamos, Liz!

Pero no tuve tiempo de decir una palabra, cuando ya me besaba apasionadamente, con sus dedos en mi cabello; luego se apartó de repente, se tomó la cabeza con las dos manos y se dejó caer en la arena, abatido.

– Pero, ¿qué clase de hombre soy yo para hacer una cosa así, Liz? Dime, qué hombre soy, si es que lo sabes, ¡te lo suplico!

Verlo sufrir así, era insoportable, me puse en cuclillas a su lado y me acurruqué sobre su cuerpo para protegerlo.

– Sacha, te diré quién eres, te lo juro, nunca te voy a mentir, pero tienes que asegurarme primero que confías en mí, dímelo y te diré todo eso que te hace mal, pero que te hará bien también, y todo será verdad, lo juro.

Con la cabeza todavía gacha, sus dos manos me atraparon para abrazarme aún más fuerte contra él.

– Confío en ti, Liz, dímelo todo, lo necesito, estoy completamente perdido.

– Llévame a un lugar donde te sientas seguro, donde sientas que no le temes a nada, le susurré. Es el momento de la verdad.

Salimos de la playa de la mano, suavemente, no había que romper ese vínculo tan precioso que acababa de renovarse. En un momento dado, me entró el pánico ante la idea de la prueba decisiva que nos esperaba, y se me hizo un nudo en la garganta. Se detuvo para susurrarme.

– Yo también tengo miedo, Liz, pero somos dos. No tememos nada el uno del otro, ¿no es así?

Negué con la cabeza.

Sacha me llevó a la planta alta de la casa. Delante de una puerta, hizo una pausa.

– No estás bromeando, ¿eh?, me dijo con una pequeña sonrisa, sólo para aligerar el ambiente. Este es mi cuarto de adolescente.

Nada muy rebelde en esta sala que hubiera salido de sus carteles de adolescente. Quedaban algunas fotos colgadas, trofeos de varios deportes, un mobiliario un poco más moderno que el resto de la casa.

Se sentó en la cama, me invitó a instalarme a su lado y tomó mi mano de nuevo.

– Te escucho, Liz, cuéntame todo. Todo.

Y yo le dije todo. Desde el principio. Nuestro encuentro en París, la forma autoritaria que tuvo para entrar en mi vida, toda la dicha y la felicidad que me había traído, y que juntos compartimos, mi llegada a Nueva York, nuestro viaje a Japón. Él escuchó sin interrumpirme, riendo al mismo tiempo que yo, sonriendo ante mi faz soñadora, frunciendo el ceño al conocer qué mañas tuvo siempre para evitar el compromiso. Éramos como dos adolescentes aprendiendo a conocernos.

– Sacha es una hermosa historia la nuestra, pero lo demás que he venido a hablar hoy contigo no tiene nada de agradable. Debes saber que tu madre me ha ayudado para tener este encuentro, porque quería que supieras la verdad sobre el accidente y lo que te espera en los días por venir.

Saqué la tableta de mi bolso, la puse en mi regazo y la encendí. Por el rostro de Sacha, sabía que se preparaba para lo peor.

– Sacha, créeme, me enfada ser quien debe hablarte sobre esto.

– Confío en ti, Liz, te creo. Continúa.

Entonces le hablé de nuestro viaje a Saint Martin. Tenía un aire atónito al saber que yo estaba ahí con él. Le conté lo que me había dicho sobre Allisson durante nuestro paseo por la playa, que ella lo había engañado. Lo que yo misma había visto durante nuestra noche en el Waldorf, de su flirteo con Ethan. E incluso la discusión que tuve con Natalia cuando ella me pidió alejarme de Sacha para dar paso al regreso de Allisson. Entonces, le mostré el video, y le hice escuchar el testimonio del mecánico que incriminaba a Allisson en el supuesto accidente de motor fuera de borda.

Cuando terminé la exposición de las pruebas, entre sollozos, pero sin mirar nunca a otro lado, Sacha se cogió nuevamente la cabeza entre las manos y pensé que la había perdido por completo. Las lágrimas fluían con más fuerza.

Sacha se enderezó.

– Liz, no llores, te lo ruego.

– Me enfada realmente hacerte pasar por esta pena. Sin embargo, no tuve otra opción.

– Lo sé, y te creo. Ni por un segundo dudo de lo que acabas de decirme. Así lo percibo.

Me tomó la mano y la puso sobre su corazón. Su deseo de besarme era casi palpable.

Me quedé congelada en el lugar, los latidos de su corazón parecían resonar en

mis dedos, mi palma, y luego volver a bajar a lo largo de mis brazos, y mi corazón se acompasó con el suyo. Nuestros ojos se fijaron en una mirada mutua y luego nada, en un segundo, nada parecía más importante que la unión entre nosotros.

– Liz, mi cuerpo me dice que lo que nos une es obvio. Y los recuerdos quizás no están ahí, pero vives en mí. Todo mi cuerpo reacciona a tu presencia.

Oh, Sacha... qué bueno es oírte decir eso. ¡Por fin te hallé!

Me detenía gradualmente, mi respiración se calmaba y las lágrimas se secaban. Me atreví a sonreír.

– Eres tan hermosa, Liz. Al decírtelo, siento que escucho mi voz retumbar como si te lo hubiera dicho ya muchas veces.

La mano que no sostenía la mía contra su corazón, acarició mi mejilla y cerré los ojos de placer. Me entregué por completo a su descubrimiento. Su pulgar rozó mis labios ligeramente y siguió su contorno, presionando suavemente contra ellos. Y yo también, finalmente me atreví a hacer lo que me moría de ganas de hacer hace tiempo, puse también una mano en su rostro, sobre sus párpados cerrados. Me acerqué un poco a él y me incliné hacia su cara. Sentí su aliento y su olor escapando del cuello de su camisa. Luego lo besé en el cuello, besos furtivos depositados aquí y allá, como para saborearlo y reencontrarme con su esencia.

– Liz, Liz, Liz, lo sé y estoy seguro de que eres tú.

– Sí, Sacha, estoy aquí, soy yo, no te haré ningún daño, sólo quiero amarte.

Y como si la palabra fuera una especie de fórmula mágica que lo liberase de golpe, tomó mi rostro entre sus manos y me besó decididamente, a la búsqueda, sin duda, de aquel amor que le habría hecho falta como el oxígeno tras su accidente.

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