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Pídeme lo que quiera o dejame - Cap.7 y 8


7
Las despedidas nunca me han gustado y menos si son de mi padre, mi hermana y mis sobrinas. Alejarme
de ellos de nuevo me parte el corazón, pero ahí está mi Eric para hacerme sonreír y prometerme que los
veremos siempre que yo quiera.
En el aeropuerto de Jerez nos espera el jet. Mi sobrina se empeña en subir. Quiere chocolatinas y la
azafata se las da encantada. Pero el reloj avanza y tenemos que irnos, por lo que finalmente no queda más
remedio que despedirnos.
—Escucha, morenita —dice mi padre mientras me abraza—, eres muy feliz. Lo veo. Eric siempre me
gustó, desde el minuto uno, lo sabes, ¿verdad? —Yo asiento—. Pues entonces sonríe y disfruta de la vida
y yo disfrutaré también.
Hago lo que mi padre dice, pero respondo:
—Papá, es que os echo tanto de menos. Y esto de no saber cuándo os voy a volver a ver me mata y…
Mi padre sonríe, me pone un dedo en los labios y dice:
—Le he prometido a Eric que las próximas Navidades las pasaremos todos juntos en Alemania. Ese
muchacho te quiere y no ha parado de pedírmelo hasta que me ha convencido.
—¿En serio?
Mi sonrisa se ensancha y vuelvo a abrazar a mi padre. Mientras estoy entre sus brazos, miro a Eric,
que en ese momento se despide de mi hermana y sonríe. Nunca imaginé que un hombre como él se
preocuparía tanto por mi bienestar. Pero ahí está, ese alemán algo cuadriculado que me enamoró,
consiguiendo que yo vuelva a sonreír.
Una vez me separo de mi padre, es mi hermana la que se acerca a mí y, con cara de patito tristón,
murmura:
—Todavía no te has ido y ya te echo de menos.
Sonrío, la abrazo y soy yo la que dice:
—Ay, mi cuchufletaaaaaaaaaaaa, ¡cuánto te quiero!
Ambas nos reímos e insisto:
—Pórtate bien con el mexicano. Y, aunque quieras ser moderna, piensa las cosas antes de hacerlas,
que tú de moderna tienes muy poco, ¿vale?
Mi loca hermana sonríe y, acercándose más a mi oído, cuchichea:
—Me ha pedido que lo acompañe a Madrid.
—¿En serio? —Raquel asiente y yo pregunto—: ¿Cuándo?
—Dentro de tres semanas. Mañana se irá para Barcelona y cuando regrese le he prometido
acompañarlo. Oye, en el fondo me viene bien ir, así me traigo cosas que necesito de Luz y, tranquila, soy
moderna, pero no me acostaré con él. ¡No estoy tan desesperada! —Al ver mi cara de guasa, añade—:
Anoche le comenté a papá el viaje y le pareció bien. Es más, me dijo que el mexicano le gusta. Que es un
hombre que se viste por los pies.
Eso me hace reír. Mi padre y sus hombres que se visten por los pies.
Es lo mismo que me dijo a mí de Eric cuando lo conoció. Debe de ser que los hombres tienen un
código especial que no conocemos las mujeres y en Juan Alberto ve la seriedad que vio en Eric para sus
alocadas hijas.
—Escucha, Raquel, ¿estás segura de lo que vas a hacer?
Ella sonríe. Mira hacia donde está Juan Alberto y el resto del grupo y dice:
—No, cuchu. Pero necesito hacer algo loco. Nunca he sido espontánea y me apetece vivir algo
diferente con este hombre. Lo nuestro durará el tiempo que él esté en España, pero…
—Raquel, vas a sufrir cuando él se marche. ¡Te conozco!
Mi hermana asiente y, con una serenidad que últimamente me deja alucinada, responde:
—Lo sé, cuchu…, pero el tiempo que esté aquí, quiero disfrutarlo. Soy consciente de mi situación y
de que tengo dos niñas, creo que pocas emociones locas le puedo pedir a la vida. Por ello, ¡a disfrutar,
que son dos días!
Sonrío, pero me apena que piense así. Es demasiado joven para creer que su vida ya no será
emocionante y, cuando le voy a decir algo, Eric se acerca y, agarrándome de la cintura, dice:
—Chicas, siento interrumpir este momento vuestro, pero el piloto dice que tenemos que marcharnos.
En ese momento se acerca hasta nosotros el tan mencionado mexicano y, mientras mi hermana y Eric
se despiden, lo miro, pero antes de que yo pueda decir nada, él afirma:
—Lo sé. No te preocupes. Yo me ocuparé que ella y de que todos estén bien. Por cierto, a Eric ya se
lo he dicho, pero gracias a ti también por dejarme Villa Morenita.
No puedo decir nada.
No puedo reprocharle nada.
Y, sonriendo, le doy con el puño en el pecho.
—Ya sabes, güey, cómo me las gasto si algo no me gusta. ¿Entendido? —le advierto.
El rollito salvaje de Raquel sonríe y me da dos besos. Cuando me separo de él, vuelvo a abrazar a mi
padre, a mi hermana, beso a mi Luz, que lloriquea porque se va Flyn, ¡pa matarla!, y cuando beso a mi
pequeña Lucía y le vuelvo a hablar en balleno, mi padre dice:
—Recuerda, morenita, quiero más nietos y si es un chicote, ¡mejor!
—Yo prefiero otra morenita —balbucea mi marido.
No respondo.
Mi cara lo dice todo.
Ambos sonríen y yo pongo los ojos en blanco mientras me rasco el cuello.
¡Hombres!
8
La llegada al aeropuerto Franz Josef Strauss Internacional de Múnich se hace en el tiempo previsto y sin
complicaciones. Cuando bajamos del avión, Eric se entretiene hablando con el piloto y veo a Norbert con
el coche. Flyn corre hacia él al verle y se tira a sus brazos. Me encanta ver cómo el hombre sonríe de
felicidad al ver al muchachito.
Una vez que el pequeño se mete en el coche con Graciela y Dexter, yo miro a Norbert con
complicidad y le doy un abrazo. Como siempre, se queda más tieso que un palo, pero no me importa, yo
lo abrazo igualmente y lo oigo decir emocionado:
—Qué alegría tenerla de nuevo en casa, señora.
Sonrío. He pasado de ser la señorita Judith a ¡la señora!
—Norbert, ¿no quedamos en que me llamarías por mi nombre?
El hombre asiente con la cabeza y, tras saludar a Eric con un apretón de manos, añade:
—Eso es cosa de mi mujer, señora. Que, por cierto, está como loca por tenerla de nuevo en casa.
Cuando tenemos ya el equipaje, Norbert lo mete en el maletero del coche mientras Eric me agarra de
la cintura con actitud posesiva, me da un beso y murmura:
—De nuevo estás en mi terreno, pequeña.
Su gesto es divertido y, pellizcándole la cintura, aclaro:
—Perdona, bonito, pero éste es mi terreno ahora también.
Divertidos, nos subimos al coche para dirigirnos a nuestra casa. Nuestro hogar. En el camino,
Graciela mira por la ventanilla con curiosidad y, mientras los hombres bromean con el pequeño Flyn, yo
le explico por dónde pasamos.
Eric sonríe satisfecho al ver que sé manejarme tan bien por Múnich y yo le guiño un ojo.
Al llegar a la casa, Norbert le da al mando a distancia del coche y la verja color acero se abre. Una
vez cruzamos el bonito jardín, veo en la puerta principal a Simona, junto a Susto y Calamar.
La mujer sonríe radiante y corre hacia el coche junto con los perros.
Emocionada, antes de que el coche pare, abro la puerta y me bajo como una loca. Susto y Calamar se
abalanzan sobre mí y yo los besuqueo mientras ellos saltan y ladran de felicidad. Segundos después, mi
mirada se cruza con la de Simona, ¡mi Simona!, y me fundo en un caluroso abrazo con ella.
Pero de pronto, noto que alguien me coge por el brazo y tira de mí. Al mirar, me encuentro con el
gesto ofuscado de Eric. ¿Qué le pasa?
—¿Te has vuelto loca?
Sorprendida por su seriedad y, en especial, por el tono de su voz, pregunto:
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
Flyn, que se tira en tromba para abrazar a Simona, dice desde sus brazos:
—Tía Jud, no puedes abrir la puerta con el coche en marcha. Eso es peligroso.
En ese momento soy consciente de que lo que dicen es verdad. Mi impulsividad me ha vuelto a jugar
una mala pasada. Horrorizada, parpadeo. Eric ni se mueve. Qué mal ejemplo soy para Flyn y, mirando a
mi enfadado alemán, murmuro mientras Susto le pide que lo salude:
—Lo siento, Eric. No me he dado cuenta. He visto a Simona y…
El gesto de mi chico se relaja y, pasándome la mano por la cara, susurra:
—Lo sé, cariño. Pero por favor, ten más cuidado, ¿vale?
Sonrío y, abrazándome a él, suspiro.
—Te lo prometo, pero ahora, sonríe, por favor.
No duda en hacerlo. Su expresión vuelve a ser risueña y, dándome un beso en los labios, murmura:
—Te lo haré pagar en cuanto estemos a solas.
Con gesto pícaro, lo miro y cuchicheo antes de que Graciela llegue a nuestra altura:
—Guauuu… esto se pone interesante.
Después de soltar una carcajada, Eric saluda a unos enloquecidos Susto y Calamar.
¡Qué emocionados están mis perretes de vernos de nuevo!
Cuando Eric, junto con Flyn, se agacha y los abraza, mi corazoncito late desbordado. Si les llegan a
decir eso hace un año, ninguno de estos dos duros alemanes se lo hubieran creído. Pero ahí están, tío y
sobrino prodigando mil cariños a nuestras dos mascotas.
Cuando Flyn corre hacia un lateral del jardín, los perros se van tras él y, mientras Norbert saca las
maletas, Eric hace lo mismo con la silla de ruedas de Dexter y, una vez abierta, el mexicano se sienta en
ella.
—Judith, ¡qué contenta estoy de verte!
—Y yo de verte a ti, Simona. Lo creas o no, te he echado de menos.
La mujer sonríe y, al ver que Graciela está a nuestro lado, se la presento:
—Simona, te presento a Graciela.
—Encantada, señorita Graciela.
—Por favor, Simona —dice la joven en alemán—, me sentiría más cómoda si me tutearas, como a
Judith.
La historia se repite.
Está visto que a las chicas criadas en familias de clase media, eso de «señorita» nos incomoda y,
mirando con complicidad a Simona, digo:
—Ya sabes, el señorita lo podemos obviar.
—Ahorita mismo evítalo, ¿vale, Simona? —insiste Graciela.
La mujer sonríe y, de pronto, exclama sorprendida:
—¡Hablas como la protagonista de Locura Esmeralda!
Al oír ese nombre, Graciela nos mira.
—¿Veis Locura Esmeralda en Alemania?
Simona y yo asentimos y ella insiste:
—¿En serio?
—Totalmente en serio, Graciela —respondo.
Me río por no llorar.
Todavía no entiendo cómo me he podido enganchar a un culebrón así y añado:
—No veas el enganche que tenemos con Esmeralda Mendoza y Luis Alfredo Quiñones. Qué disgusto
cuando le disparan en el último capítulo. No morirá, ¿verdad?
Graciela niega con la cabeza y Simona y yo suspiramos agradecidas. ¡Menos mal!
—Es la telenovela más exitosa de México. Allí ya finalizó la segunda temporada.
—Aquí anuncian que el 23 de septiembre comienza de nuevo.
—Pero ¿qué me dices? —exclamo emocionada.
Simona asiente feliz y Graciela añade:
—En México la han repetido un par de veces. Esmeralda Mendoza se ganó el corazoncito de todas
las mexicanas por su carácter combativo.
Simona y yo asentimos. Ese mismo efecto está ocasionando en las alemanas.
—Simona, ¿cómo estás, bella mujer? —pregunta Dexter.
Encantada por nuestro regreso, la mujer lo mira y responde:
—Estupendamente bien, señor Ramírez. ¡Bienvenido! —Y, señalando a Graciela, añade—: Déjeme
decirle que su prometida, o su mujer, es preciosa.
Juas… y rejuás, ¡lo que ha dicho Simona!
Al oír eso, Dexter se paraliza. Graciela se pone roja como un tomate y yo, como soy una bruja, no
desmiento nada cuando Simona, guiñándole con complicidad un ojo a Dexter, afirma convencida:
—Ha sabido usted elegir muy bien, señor.
Eric sonríe ante mi silencio. Cómo me conoce mi alemán. Pero Dexter, dispuesto a aclarar lo que yo
no he querido aclarar, dice:
—Gracias, pero tengo que decirle que Graciela sólo es mi asistente personal.
Simona lo mira, después mira a la muchacha y, al ver su cara de apuro, junta las manos y ruega
perdón.
—Disculpe, señor, mi indiscreción.
—No pasa nada, Simona —sonríe Dexter.
Todos entramos en la casa y, cuando llegamos al salón, oigo que Simona le pregunta a Graciela:
—¿Estás soltera?
—Sí.
La mujer la mira. Luego me guiña un ojo y dice:
—Te aseguro que en Alemania te saldrán mil pretendientes. Las morenas gustáis mucho por estos
lugares.
La cara de Dexter al oír eso es todo un poema y yo, sin poderlo remediar, miro hacia otro lado para
que no me vea reír. Está claro que se va a tener que aclarar con esa chilena de una vez por todas.
Por la tarde aparecen Sonia, la madre de Eric, y Marta, su hermana, con su novio Arthur. Al verlos,
Flyn corre hacia ellos y los abraza. Observo la cara de Sonia, que disfruta de ese contacto tan cercano
con su nieto, mientras Marta, divertida, lo coge en brazos y da vueltas con él. Nunca han estado tanto
tiempo separadas del niño y su reencuentro las emociona.
Como es de suponer, al ver a Graciela las dos piensan lo mismo que ha pensado Simona y Dexter
vuelve a aclarar que la joven no es ni su prometida, ni su mujer.
Le pregunto a Sonia por Trevor y ella, acercándose a mí, murmura:
—Hemos roto. —Y antes de que yo diga nada, añade—: Yo no quiero ataduras a mi edad. ¡Será por
hombres!
Asiento y me río. Mi suegra nunca para de sorprenderme. ¡Es la bomba!
Durante horas, todos hablamos con familiaridad alrededor de la mesa, mientras tomamos algo y Eric
y yo enseñamos nuestras fotos de la luna de miel.
Bueno, todas no. Hay unas que nos reservamos sólo para él y para mí. Son demasiado íntimas.
Al saber que Graciela está soltera, Marta rápidamente la invita a salir una noche de juerga y yo me
apunto. Estoy deseando ir al Guantanamera para ver a mis amigos, bailar salsa y gritar «¡Azúcar!».
Eric me mira y en sus ojos veo que eso no le hace ninguna gracia, pero no pienso dejar de salir con
los amigos por el simple hecho de ser la señora Zimmerman. ¡Ni de coña!
Regresar de nuevo a la rutina significa volver a aclararlo todo. Una cosa ha sido toda la vorágine de
la boda y la luna de miel y otra muy diferente el día a día. Y aunque adoro a mi marido y él me adora a
mí, sé que vamos a chocar. Y lo sé ya sólo con esa simple miradita.



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