13
Dos días después me encuentro algo revuelta.
Me duele el estomago y supongo que me va a venir la regla.
Odio que me duela tanto. ¿Por qué me tiene que pasar a mí esto
cuando tengo amigas que ni se
enteran?
Voy al baño y, ¡zas!, ya me ha bajado. Cuando salgo, me tomo un
calmante. Eso y escuchar mi música
me relajará. Cojo mi iPod, me pongo los casos y escucho.
Me llaman loco
por no ver lo poco que me dicen que me
das.
Me llaman loco
por rogarle a luna detrás del cristal.
Cierro los ojos y la voz de Pablo Alborán me relaja como siempre y
finalmente me duermo.
Suaves y dulces besos me despiertan y, al abrir los ojos, veo que
es Eric. Me quito los cascos y dice:
—Hola, pequeña, ¿cómo estás?
—Jorobada… muy jorobada —susurro.
Rápidamente se alerta y le aclaro al ver su gesto:
—Me ha venido la regla y el dolor me está matando.
Eric asiente. Lo sabe de otros meses y dice:
—Hay un remedio alemán muy bueno para que no te duela.
—¿Cuál? —pregunto esperanzada.
Lo que sea con tal de no tener este dolor tan asqueroso.
—Quédate embarazada y durante casi un año te olvidarás de ella.
Su gracia no me hace gracia.
Él se ríe. Yo no.
Tengo ganas de darle un puñetazo ¿Se lo doy? ¿No se lo doy?
Al final contengo mis impulsos más trogloditas y, dolorida, digo:
—Me parto y me mondo.
—¿No crees que es un buen remedio?
—No.
—Una morenita con tus ojitos… tu naricita… tu boquita…
—Lo llevas claro —gruño.
Eric ríe y, besándome, añade:
—Sería preciosa. Lo sé.
—Tenlo tú… so listo.
—Sí pudiera, lo haría.
Lo miro y me rasco.
—Mira cómo se me está poniendo el cuello. ¿Quieres parar?
Lo oigo reír. Maldito risitas. Cojo un cojín y se lo estampo en la
cabeza con todas mis fuerzas.
Oh… oh… me conozco y, como siga riéndose, soy capaz de
estrangularlo.
Su risa sube de decibelios. Lo miro y, con cara de destroyer
total, siseo:
—¿Serías tan amable de irte y dejarme sola para que el dolor se me
pase?
—Cariño, no te enfades.
Pero mi nivel de tolerancia en ocasiones como ésta es nulo y, sin
mirarlo, digo:
—Pues vete y cierra el pico.
Claudica. Sabe que la regla hay meses que me ennegrece el humor y,
tras darme un beso en la
coronilla, se va. Cierro los ojos, me vuelvo a poner los cascos e
intento relajarme, esta vez con la voz
rota de Alejandro Sanz. Necesito que el dolor se me pase.
El viernes, Juan Alberto, el primo de Dexter, aparece en Múnich.
Cuando lo veo me sorprendo. Nadie me ha advertido de su llegada y
a la primera ocasión le
pregunto:
—¿Cómo se ha quedado mi hermana?
El mexicano sonríe y, tocándose el pelo, responde:
—Tan linda como siempre.
Pero esa contestación no me vale e insisto:
—Quiero saber si se ha quedado bien o mal con tu marcha.
—Bien, mujercita…, bien. Le prometí pasarme por Jerez antes de
regresar a México. Por cierto, me
dio esto para ti.
Saca un sobre cerrado. Lo cojo y me lo guardo en el bolsillo del
pantalón. Diez minutos después y
deseosa de leer lo que mi hermana dice en esa carta, me escabullo
a mi habitación y, sentándome en la
cama, abro el sobre y leo.
Hola, cuchufleta:
Por aquí todo bien. Papá estupendo, Luz
feliz en su colegio y Lucía engordando y creciendo.
Te escribo para decirte que estoy bien a
pesar de que ya imaginarás que la marcha de mi mexicano me
deja espachurrada. Ya me advertiste tú.
Pero yo he querido ser una mujer moderna y, a pesar de lo
mal que me siento ahora, estoy feliz por
haberlo sido.
Por cierto, ¡no me he acostado con él! No
soy tan moderna, aunque entre nosotros ha habido más que
dulces y tiernecitos besos.
Con él, he conocido a un hombre
maravilloso, cariñoso y encantador. Y por fin he conseguido
quitarme el mal sabor de boca que me dejó
el empanado de Jesús. Por tanto, cuando lo veas trátalo
con cariño, que te conozco, y él se lo
merece, ¿entendido?
Te quiero, cuchu, y prometo llamarte un
día de éstos.
Raquel
Lágrimas como puños brotan de mis ojos.
Pobrecita, mi hermana, lo mal que lo debe de estar pasando y el
miedito que tiene a que yo le abra la
cabeza a Juan Alberto. Joder, que tan bruta no soy.
Sin más, cojo el teléfono y marco el número de Jerez. Quiero
hablar con ella.
Un timbrazo…
Dos timbrazos…
Y al tercero oigo su voz.
—¿Estás bien, Raquel?
Al reconocerme, la oigo que suelta uno de sus suspiritos
lastimosos y murmura:
—Sí. Estoy bien a pesar de los pesares.
—Te lo dije, Raquel, te dije que él regresaría a México.
—Lo sé, cuchu… Lo sé.
Tras un silencio más que significativo, dice, dejándome totalmente
sorprendida:
—¿Sabes?, lo volvería a hacer. Ha merecido la pena disfrutar el
tiempo con él. Juan Alberto no tiene
nada que ver con Jesús y, aunque ahora lloriqueo por las esquinas,
reconozco que me ha subido mi
autoestima como mujer y ahora me valoro más. ¿Él está bien?
—Sí, lo acabo de ver. Está en el salón con Eric y Dexter y…
—Dale un beso de mi parte, ¿vale?
—Vale.
Hablamos unos minutos más y al final nos despedimos cuando Lucía
se pone a llorar. Mi hermana
tiene que atenderla.
Cuando regreso al salón, veo sólo a Graciela, leyendo una revista.
—Los hombres están en el despacho —me informa.
Asiento y voy a la cocina.
Tengo sed. Hablar con mi hermana me deja triste, pero saber de su
propia boca que se valora más
como mujer me hace feliz. Al final, no hay mal que por bien no
venga.
Abro el frigorífico, cojo una Coca-Cola y, cuando me la estoy
bebiendo apoyada en la encimera, oigo
la voz de Simona, que cuchichea en el lavadero:
—¿Por qué tiene que venir aquí?
—Laila viene a Alemania por temas laborales.
—¿Acaso no sabe que su presencia nos incomoda?
—Mujer, escucha —le oigo decir a Norbert—. Lo que ocurrió pasado
está. Es mi sobrina.
—Exacto, tu sobrina. Una estúpida que…
—Simona…
—¿Cuándo te ha dicho que llega?
—Mañana.
—¡Maldita sea!
—Simona, ¡esa lengua por favor! —la regaña Norbert.
Sonrío sin poderlo remediar, cuando oigo la voz terriblemente
enfadada de mi Simona:
—Y, claro, como tu sobrina es una señorita muy fina, llama antes
al señor Zimmerman que a ti y se
queda a dormir en esta casa en vez de en la nuestra, ¿verdad?
¿Acaso no recuerdas lo que podría haber
pasado de no ser por Björn?
—Lo recuerdo y, tranquila, no volverá a suceder.
Oigo entonces que la puerta del lavadero se abre y, por el
ventanal de la cocina, veo a Simona
caminar muy enfadada hacia su casa y a Norbert detrás.
¿Qué ocurre?
Sorprendida, los sigo con la mirada. Es la primera vez que veo que
esa cándida pareja no está de
acuerdo en algo y me preocupa. Pero más me preocupa saber quién es
Laila, por qué llama a Eric en vez
de a su tío y qué pasó esa última vez.
Debo hablar con Simona en cuanto pueda.
Esa noche, cuando Eric y yo estamos en nuestra habitación, digo,
enseñándole mi móvil:
—¿A que no sabes qué tono de llamada me he puesto para cuando me
llames?
Él me mira. Coge su móvil, llama al mío y sonríe al reconocer la
música de la ranchera Si nos dejan.
Enamorados, nos abrazamos y sonreímos. Cinco minutos después, tras
varios besos, cuando Eric me
suelta, digo:
—¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro, cariño. Puedes preguntarme lo que quieras.
—¿Tú me darías trabajo?
Eric me mira. Sonríe y, abrazándome, dice, acercándose a mi boca:
—Te dije hace mucho que tu contrato está renovado de por vida,
pequeña.
Me río. Recuerdo que me dijo eso el día que le mandé las flores al
despacho e insisto:
—Me refiero a trabajar en las oficinas de Müller.
—¿Trabajar? —Y, soltándome, añade—: ¿Por qué?
—Porque cuando se vayan Dexter y Graciela me aburriré. Estoy
acostumbrada a trabajar y la vida
ociosa no me va nada.
—Cariño, ya trabajo yo por los dos.
—Pero yo quiero cooperar. Ya sé que tienes mucho dinero y…
—Tenemos, pequeña —me corta—. Tenemos. Y antes de que continúes,
no necesitas trabajar porque
yo te puedo mantener con holgura. No estoy dispuesto a que mi mujer
esté sujeta a unos horarios que no
son los míos y a privarme de ti porque tengas obligaciones que
cumplir. Por tanto, tema zanjado.
—Y una leche, tema zanjado.
Mi tono de voz no le ha gustado.
A mí no me ha gustado su contestación y, señalándolo con el dedo,
digo sin muchas ganas de discutir:
—Por hoy dejamos el tema, pero que te quede muy clarito, guapito
de cara, que volveremos a hablar
de ello, ¿entendido?
Eric resopla, asiente y se mete en el cuarto de baño. Cuando sale,
sin darle descanso, digo:
—Necesito preguntarte otra cosa.
Mirándome con gesto incómodo, responde, sentándose en la cama:
—Tú dirás.
Me muevo por la habitación. Deseo preguntarle por Laila, pero no
sé cómo hacerlo. Saber que esa
mujer lo ha llamado por teléfono y él no me ha dicho nada me
molesta y, finalmente, dejando los paños
calientes a un lado, suelto:
—¿Quién es Laila, por qué no me has dicho que te ha llamado y por
qué se va a alojar en nuestra
casa?
Sorprendido al oír ese nombre en mi boca, pregunta:
—¿Cómo sabes tú eso?
Mi cara cambia.
Toc… toc… los celos vienen en tromba.
Achino los ojos y, con ese no sé qué que me entra cuando
desconfío, insisto:
—Aquí la pregunta más bien es, ¿por qué no me has dicho que una
desconocida para mí te ha llamado
y se va a alojar desde mañana en nuestra casa? Y ahora, enfádate,
pero que sepas que más enfadada estoy
yo de no haberme enterado por ti.
—¡¿Llega mañana?! —pregunta sorprendido.
Por su expresión, intuyo que es sincero. No lo recordaba y
respondo:
—Sí. Un poco más y me entero cuando esté sentada a la mesa.
Eric me entiende. Me lo grita su mirada y, acercándose a mí, dice
desde su gran altura:
—Cariño, estoy tan liado últimamente que se me había olvidado
contártelo. Perdóname. —Y al ver
que no respondo, añade—: Es la sobrina de Norbert y Simona y era
la mejor amiga de mi hermana
Hannah. Me llamó y, al saber que venía a Alemania por trabajo, la
invité a alojarse en nuestra casa.
—¿Por qué?
—Hannah le tenía mucho cariño.
—¿Has tenido algo con ella?
Mi pregunta lo sorprende y, dando un paso hacia atrás, responde:
—Por supuesto que no. Laila es una mujer encantadora, pero nunca
hemos tenido nada, Jud. ¿Por qué
lo preguntas?
—¿Y Björn?
Boquiabierto, me mira y dice molesto:
—Que yo sepa, tampoco. Pero vamos, si lo han tenido no me interesa
y creo que a ti tampoco te ha de
interesar. ¿O debo pensar que te preocupa si tuvo un rollo con
Björn?
Al ver por dónde va su pregunta, lo miro ofuscada y murmuro:
—Por Dios, Eric, ¡no digas tonterías!
—Pues no hagas esas preguntas.
Me callo. No quiero comentar lo que le he oído decir a Simona,
pero estoy dispuesta a averiguar a
qué se refería con eso de «¿No recuerdas lo que pasó la última
vez?».
—¿Estás celosa de Laila?
Su pregunta directa me hace dar una respuesta directa:
—En lo referente a ti, sí. Y te perdono el olvido de no
contármelo.
Él sonríe, yo no.
Da un paso hacia mí, pero yo no me muevo.
Me abraza, pero yo no lo abrazo.
Sin tacones y descalza sobre la alfombra me siento pequeña. Me
coge la barbilla y con delicadeza me
hace mirarlo.
—¿Todavía no te has convencido de que la única mujer que necesito,
adoro y quiero en mi cama y en
mi vida eres tú? —pregunta—. Te dije y te repetiré mil veces que
te voy a querer toda la vida.
Ea… ya me ha ganado.
Ha vuelvo a derribar mis defensas con eso de «Te voy a querer toda
la vida».
¡Ya me ha hecho sonreír!
—Sé que me quieres tanto como yo te quiero a ti, porque el ahora y
siempre que llevamos en nuestros
anillos es sincero —digo, enseñándole mi dedo con el anillo—. Pero
me molesta que no me contases lo
de la llamada y más cuando una mujer que no conozco va a dormir en
nuestra casa.
Eric me levanta del suelo y, cuando me tiene delante de su cara,
acerca su boca a la mía. Me lame el
labio superior, después el inferior y, finalmente, me muerde con
cariño y susurra:
—Tontita celosa, dame un beso.
Estoy por hacerle la cobra, pero al final no le doy un beso, le
doy veintiuno y terminamos haciendo el
amor a nuestro modo, contra la pared.
Al día siguiente, cuando me levanto y bajo al salón, Juan Alberto
se ha marchado para Bélgica.
Anoche, antes de dormir, le di el beso que mi hermana me pidió y
él lo recibió con cariño. Menudo
rollito más raro se traen estos dos.
Intento hablar con Simona, pero no está. Se ha ido a comprar.
Dexter y Eric van a pasar la mañana fuera, solucionando temas
empresariales, y Graciela y yo nos
vamos de compras. La semana siguiente regresan a México y quiere
llevarse muchos recuerdos.
Por la tarde, cuando llegamos, entro en la cocina y veo a Simona,
que me sonríe. Me acerco a ella y
la abrazo. Necesito ese contacto cuando Eric no está. Ella lo sabe
y me abraza también.
Cuando me siento a la mesita de la cocina, la mujer sigue con sus
tareas y comento:
—Estás muy seria. ¿Qué te ocurre?
—Nada.
—¿Seguro, Simona?
—Sí, Judith.
Asiento. Durante unos minutos permanecemos calladas y, cuando voy
a decir algo, de pronto me mira
y me apremia:
—Vamos, es la hora. Comienza Locura Esmeralda.
Doy un salto y corro junto a ella. Entramos en el salón donde
Graciela está leyendo y, tras saludarla,
nos acomodamos en el sofá y encendemos el televisor.
—Comienza Locura Esmeralda —cuchicheo emocionada, mirando a Graciela.
Ella sonríe y no dice nada.
Mejor… ya sé que me estoy volviendo una hortera.
Cuando comienza a sonar la melodía de la serie, Simona y yo nos
miramos y, rápidamente,
canturreamos:
Ámame, en nuestro loco amanecer.
Bésame, en nuestra cama en la aurora.
Cuídame, porque soy tuya y no de otro.
Mímame, soy tu Locura Esmeralda.
Graciela suelta una carcajada y Simona y yo también.
La madre que nos parió, la pinta que tenemos que tener las dos
cantando la cancioncita de marras en
alemán. Me estoy volviendo una friki. ¡Qué vergüenza!
Con el corazón en un puño, volvemos a ver cómo a nuestro amado
Luis Alfredo le disparan.
Esmeralda Mendoza corre a auxiliarlo y de la nada sale un hombre
que está de muy buen ver y los ayuda.
Termina el primer capítulo con Esmeralda llorando en el hospital.
Teme por la vida de su amado Luis
Alfredo. Lo malo no es que ella llore, sino que lloramos, ella,
Simona, Graciela y yo.
¡Vaya tres patas para un banco!
Cuando se termina la serie, nos miramos con gesto compungido y
terminamos riendo. Divertidas, nos
vamos a la cocina; necesitamos beber algo para reponer las
lágrimas que hemos perdido.
En ese instante, se abre la puerta, entra Norbert y, tras él, una
mujer bastante mona, de pelo claro, que
dice de pronto:
—Hola, tía Simona.
Sin parpadear, observo cómo la desconocida se echa a los brazos de
mi querida Simona y ésta, por
no querer dejarla en evidencia, sonríe.
—Laila, qué alegría.
Norbert, que está detrás de ellas, se da media vuelta y se marcha.
Anda que no es listo. Se quita de en
medio.
Una vez la joven se separa de Simona, ésta, mirándome, dice:
—Laila, te presento a la señora Zimmerman.
La joven me mira con una grata sonrisa y yo, tendiéndole la mano,
digo:
—Puedes llamarme Judith.
—Encantada, Judith.
Entonces me acerco a Graciela y añado:
—Ella es Graciela, una buena amiga.
—Encantada, Graciela.
—Lo mismo digo, Laila.
Hechas las presentaciones, Simona me mira y pregunta:
—¿Dónde quieres que se aloje, Judith?
—Donde tú quieras, Simona.
Laila nos observa alucinada y, mirando a su tía, exclama:
—Llamas a tu señora por su nombre.
Y antes de que yo pueda responder, Simona dice:
—Sí. Y ahora, sígueme.
Simona, que espera con la pesada maleta en la mano, echa a andar
cuando la joven Laila le dice en un
tono que a mí particularmente no me gusta mucho:
—Tía, lleva la maleta a donde corresponda y luego me dices en qué
habitación me alojo. Ya conozco
la casa. —Y luego, mirándome con una enorme sonrisa, añade—:
Muchas gracias por permitir que me
quede en tu nuevo hogar.
Punto uno, tendría que ser ella quien llevara la maleta a la
habitación y no Simona.
Punto dos, eso de «me conozco la casa», me ha tocado la moral.
Punto tres, se acaba de pasar de lista.
Estoy a punto de decirle algo, cuando Eric entra en la cocina y la
recién llegada exclama al verlo.
—¡Eric!
—Hola, Laila.
—Enhorabuena por tu boda. Los tíos me acaban de presentar a tu
mujer y es encantadora.
Él le da dos besos y, mirándome, dice:
—Gracias por la felicitación. Se puede decir que estoy en el mejor
momento de mi vida.
Todos sonreímos. Dexter entra y los dos hombres se marchan al
despacho. La chica me guiña un ojo y
dice:—
Espero que seas muy feliz, Judith.
Con gesto incómodo, Simona se marcha y Laila se sienta conmigo y
Graciela a la mesa de la cocina,
donde yo la someto a un tercer grado.
Joder… cada día me parezco más a mi hermana Raquel.
Cuando Flyn vuelve del colegio, Laila se levanta para abrazarlo.
El niño se alegra al verla. En sus
recuerdos está grabado que era amiga de su mamá.
Esa noche, una hora más tarde de lo normal, todos cenamos en el
salón. Invito a Simona y Norbert a
que se unan a nosotros, pero Simona se niega. No insisto. Veo con
claridad lo mucho que la incomoda
Laila y decido hablar con ella mañana sábado por la mañana.
Cuando me despierto, como siempre, estoy sola en la cama.
Me desperezo y de pronto me doy cuenta de algo tremendamente
importante: ¡es el cumpleaños de
Eric! Encantada de la vida, corro al baño, me lavo los dientes, me
doy una ducha rápida y me visto. A toda
prisa, cojo el regalo que tengo para él y bajo los escalones de
cuatro en cuatro para felicitarlo.
Oigo voces en el salón y, al entrar, veo a Eric sentado allí con
Dexter. Dispuesta a sorprenderlo,
corro como una loca hacia el sillón y me tiro por encima del
respaldo para caer en sus brazos. Pero la
mala suerte hace que coja demasiado impulso y termine
despanzurrada en un lateral del salón y el regalo
ruede por los suelos.
Menudo golpazo me he dado. Creo que me he abierto la muñeca.
Eric se levanta rápidamente y me auxilia, seguido por Dexter. Los
dos me miran sorprendidos, sin
saber aún qué ha pasado y yo no sé si estoy más dolorida física o
moralmente.
¡Qué bochorno!
Eric me lleva en brazos hasta el sillón y, tras dejarme allí,
pregunta, mirándome:
—¿Dónde te has hecho daño, cariño?
Le enseño la mano izquierda y, al moverla, suelto un quejido.
—Ay, qué dolor… qué dolor. Creo que me he abierto la muñeca.
Eric se paraliza, se queda blanco. No entiende qué es abrirse la
muñeca y, al darme cuenta, aclaro
para que me entienda:
—Cariño, me he torcido la mano. —Y, moviéndola ante él, añado—: No
te preocupes, con una venda
se soluciona.
Respira y el color vuelve a su cara. En ese momento aparecen
Graciela y Laila, que al vernos
preguntan:
—¿Qué ha ocurrido?
Dexter mira a su chica y responde:
—Amorcito, no lo sé. Sólo sé que he visto a Judith volar por
encima del sillón y darse un fuerte golpe
contra el suelo.
Graciela, que es enfermera, rápidamente se acerca a nosotros y,
mirándola, digo:
—Estoy bien, pero me duele la muñeca.
Eric, levantándose, dice rápidamente:
—Vamos, te llevaré al hospital para que te hagan unas placas.
Lo miro, me río y respondo:
—No digas tonterías. Esto me lo arregla Graciela con una venda,
¿verdad?
Ella, tras revisar mi mano y moverla, asiente.
—No hay rotura. Tranquilo, Eric.
Pero claro, ¡Eric es Eric! e insiste:
—Me quedaré más tranquilo si le hacen una radiografía.
—Estoy de acuerdo contigo —afirma Laila—. Lo mejor es asegurarse
de que todo está bien.
Sonrío. Miro a mi rubio preferido y, levantándome, razono:
—Escucha, cariño, mi mano está bien. Sólo le hace falta una venda
y tema solucionado.
—¿Segura?
—Segurísima.
—Iré a la cocina a buscar el botiquín —dice Laila.
Graciela va tras ella y Dexter la sigue. Cuando nos quedamos
solos, miro a mi amor y, sonriendo,
susurro:
—Feliz cumpleaños, señor Zimmerman.
Eric sonríe. ¡Por fin sonríe!
—Gracias, cariño.
Nos besamos con ternura y, cuando se separa de mí, digo:
—Hoy hace un año que cené gratis con mi amigo Nacho en el Moroccio
haciéndome pasar por tu
mujer y luego tú viniste a mi casa con cara de malas pulgas y me
dijiste con tu vozarrón de enfado:
«¡¿Señora Zimmerman?!».
Él suelta una carcajada al recordarlo y yo pregunto:
—¿Lo recuerdas?
—Sí…, osito panda —responde.
Ay, ¡qué mono!
Suelto una carcajada. Me hace gracia que recuerde mi ojo aquel
día. Madre mía, sucedió hace un año.
¡Cómo pasa el tiempo!
Encantada de recordar esos momentos tan bonitos, miro a mi
alrededor en busca del regalo y lo
localizo bajo la mesa. Voy hacia allá, me agacho y lo recojo.
Regreso hacia Eric y, poniéndole mi carita
de niña buena, le digo:
—Espero que te guste y, sobre todo, que funcione tras el golpazo
que se ha metido.
Abre el paquete y, al ver el reloj, me mira y, sacándolo de la
caja, se lo pone y pregunta:
—¿Cómo sabías que me gustaba este reloj?
—Tengo ojos en la cara, cariño, y he visto cómo lo mirabas en esa
revista tan cara que recibes
mensualmente de cierta joyería. Por cierto, que sepas que los
dueños me han abierto cuenta, aunque yo les
dije que no.
—Normal, cariño, eres mi mujer. Cuando quieras algo bonito y
original, Sven, el joyero, te lo puede
hacer.
Sonrío. Yo soy más de bisutería y mercadillo. En ese momento entra
Graciela sentada sobre las
piernas de Dexter y, enseñándome las vendas, dice:
—Vamos, Judith, ven, que te vendo la muñeca.
De pronto soy consciente de que no he visto a alguien y pregunto:
—¿Dónde está Flyn?
Eric responde cuando Laila entra en el salón:
—Marta ha pasado a buscarlo hace un rato. Luego lo veremos en la
cena.
—¿No cenáis aquí? —pregunta Laila.
—No. Hoy los invito a cenar por mi cumpleaños —responde Eric,
mientras observa lo que hace
Graciela.
—Oh… entonces cenaré sola —murmura.
La miro. Veo su expresión triste y, como siempre, me da pena.
Mis ojos se encuentran con los de Eric. Nos comunicamos en
silencio y, cuando él asiente, miro a
Laila y pregunto:
—¿Quieres venir con nosotros? —La joven parpadea y, sonriendo,
responde:
—Me encantaría.
Cuando todos se tranquilizan después de mi tremendo testarazo,
busco a Norbert. Está en el garaje
con mi Ducati. Al verla, tengo un subidón de adrenalina y sonrío.
Me acerco hasta él y pregunto:
—¿Necesitas ayuda?
El hombre sonríe.
—No, señora. No se preocupe. La moto está perfecta y el domingo de
la competición funcionará de
maravilla, ya lo verá. ¿Quiere probarla?
Sin dudarlo, asiento.
¿Cómo resistirse a una vueltecita en mi Ducati?
Me monto, la arranco y grito al escuchar su bronco sonido.
Norbert sonríe y salgo del garaje con ella.
Sin protecciones ni casco, me doy una vueltecita por la parcela. Susto y Calamar corren detrás. La
moto funciona como siempre, ¡genial! Pedazo de maquina me compró
mi padre.
Al pasar frente a uno de los ventanales del salón, veo que Eric me
observa. Con chulería, hago un
caballito y, al ver su gesto tenso, me río y dejo de hacerlo. Al
bajar, la muñeca se me resiente.
Diez minutos más tarde, regreso al garaje, donde Norbert me
espera, y le dejo la moto.
—¿Qué le parece, señora? ¿La encuentra bien?
Asiento y me toco la muñeca. Me duele, pero no me preocupo. Estoy
segura de que en una semana
estará mejor.
Eric nos lleva a cenar a un maravilloso restaurante. Allí ha
quedado con su madre, su primo Jurgen,
Marta, el novio de ésta y Flyn. Cuando nosotros llegamos con
Dexter, Graciela y Laila, ya nos esperan.
Flyn, al vernos, corre a abrazarnos y cuando Eric llega junto a su
madre, ésta, con un afecto que me pone
la carne de gallina, lo besa y dice:
—Felicidades, cariño mío.
Entre risas y buen rollo esperamos a los que faltan. Jurgen se
sienta entre Laila y yo y hablamos sobre
la carrera. Estoy emocionada. No veo el momento de dar saltos con
mi moto y disfrutarlos. Eric nos
escucha. No dice nada, sólo nos escucha y cuando apunto en un
papel el lugar donde se celebra el evento,
sonríe.
Aparecen Frida, Andrés y Björn, que viene sin acompañante. Me fijo
en su cara cuando ve a Laila y
le veo una cierta incomodidad, pero cuando se acerca a nosotros la
saluda como a una más. Eso sí, se
sienta lo más lejos que puede de ella. Eso me da que pensar. Laila
es una joven muy mona y es raro que
Björn, el gran depredador, se aleje de ella. Algo pasa y tengo que
descubrirlo.
Uno a uno, le van dando a Eric sus regalos y él sonríe agradecido.
Qué feliz que está mi chico en su
treinta y tres cumpleaños.
Cuando pongo unas velas en la tarta que el camarero trae y le hago
soplar, ¡sé que me quiere matar!
Yo me río y le canto el cumpleaños feliz. Finalmente, sonríe…
sonríe y sonríe.
—Creo que tienes algo que contarme, ¿verdad? —murmura Frida,
acercándose a mí.
Al ver su cara, sé de lo que habla y, divertida, cuchicheo:
—Si te refieres a dónde terminamos la noche del Oktoberfest, sólo
te diré, ¡caliente!
Frida sonríe y asiente.
—Me comentó Björn que lo pasasteis muy bien.
Afirmo con la cabeza y ella añade:
—Diana es tremenda, ¿verdad? —Vuelvo a asentir y Frida dice,
mirando a Graciela—: ¿Y esos dos
cómo van? ¿Habéis jugado ya con ellos?
—A tu primera pregunta, por lo que intuyo van bien. Y en
referencia a tu segunda pregunta, no, no
hemos jugado con ellos.
Media hora después, Sonia recibe una llamada. Su actual novio la
llama. Marta y Arthur se ofrecen a
llevarla y se marchan. Laila habla con Jurgen y, mirando a Frida,
pregunto:
—¿Qué te parece Laila?
—Es muy maja. Era la mejor amiga de Hannah. —Y al ver que frunzo
el cejo, pregunta—: ¿Qué es lo
que realmente te preocupa de ella?
Sin querer desvelar lo que le oí decir a Simona y la percepción
que me da ver que Björn no cruza
palabra con ella, digo:
—¿Ha jugado alguna vez con Eric o con vosotros?
—No, nunca. Creo que nuestro rollo no es el suyo. ¿Por qué lo
preguntas?
Sonrío al ver que Eric no me ha mentido. Eso me tranquiliza y
respondo:
—Simplemente por saberlo.
14
Dos días después, Sonia y Marta nos invitan a su graduación en la
escuela de paracaidismo.
Eric va sin muchas ganas, pero como lo obligo, al final no tiene
escapatoria. Durante la graduación,
intenta mantener el tipo a pesar de lo nervioso que eso lo pone.
Pero cuando su hermana y su madre, junto
a otros alumnos, se suben en la avioneta y ésta se eleva en el
cielo, me mira y dice:
—No puedo mirar.
—¿Cómo que no puedes mirar?
—He dicho que no puedo —sisea y, al ver que asiento, añade—:
Cuando estén en tierra me lo dices,
¿vale?
Resignada, le digo que sí. Hay cosas que no puede remediar.
Me da hasta penita. Pobrecito mío, los esfuerzos que está haciendo
para intentar entendernos a todos.
Flyn, emocionado por la proeza que van a hacer su abuela y su tía,
aplaude emocionado. Y cuando
uno de los monitores me dice que las dos que caen a la derecha son
Sonia y Marta, se lo digo y el
pequeño grita encantado con Arthur, que lo lleva a hombros.
—Cómo molaaaaaaaaa. ¡Caen en picado!
Eric maldice. Ha oído lo que dice su sobrino, pero no se mueve.
Graciela y Dexter, acaramelados, no paran de besarse. No miran la
exhibición ni nada. Ellos, con
darse besitos y prodigarse cariñitos tienen bastante. Eso me hace
reír. Vaya dos empalagosos. Les ha
costado decidirse, pero ahora no se separan en todo el día. No me
quiero imaginar las bacanales de sexo
que deben de organizar en la habitación. Es tal su nivel de
besuqueo, que Flyn los ha bautizado como «los
lapa».
Observo el cielo y veo cómo varios puntitos se acercan
rápidamente, hasta que se les abre el
paracaídas y caen lentamente. Miro a Eric y lo veo blanco como la
cera. Me preocupo.
—Cariño, ¿estás bien?
Sin apartar la mirada del suelo, niega con la cabeza y pregunta:
—¿Han llegado ya?
—No, cielo… están cayendo.
—Dios, Jud, no me digas eso —murmura agobiado.
Intentando entender el esfuerzo que supone para él estar allí,
toco su rubia cabellera para
tranquilizarlo y, cuando Sonia y Marta ponen los pies en tierra,
digo:
—Ya está, cariño, ya han llegado.
La respiración de Eric cambia, mira de nuevo hacia donde todos
miran y aplaude para que lo vean su
madre y su hermana.
¡Vaya pedazo de actor!
Pasan los días y veo que Laila conmigo y con Graciela es
encantadora, pero también observo que,
con Simona, cada vez que se ven, los puñales vuelan. ¿Qué ocurre?
Una de las tardes, cuando estamos en la piscina cubierta, aparece
Eric con Björn. Vienen de la
oficina y están guapísimos con sus trajes.
Dexter, que está en el agua con nosotras, al verlos aparecer,
grita:
—Vamos, güeys, vengan a remojarse.
Eric y Björn sonríen. Desaparecen de la piscina y, diez minutos
más tarde, regresan con sus
bañadores y se tiran al agua.
Rápidamente, mi chico nada hasta mí. Sus brazos me rodean y, tras
besarme con adoración, murmura:
—Hola, preciosa.
Le devuelvo el beso y dos segundos después estamos jugando en el
agua como niños. Simona entra en
el recinto de la piscina y nos deja una bandeja con varias cosas.
Sin demora, Laila va hasta la bandeja,
llena un vaso de zumo de naranja y, acercándose al borde de la
piscina donde estamos mi alemán y yo,
dice:—
Toma, Eric, recién exprimido. Como a ti te gusta.
Encantado, mi chicarrón lo coge, mientras yo, con cara de asombro,
miro a Laila. Ella no me mira,
sólo tiene ojos para Eric y de pronto dice:
—Y esta Coca-Cola fresquita con doble ración de hielo para Judith,
que sé que le encanta.
Eso me llama la atención. ¡Qué observadora! Y contesto:
—Gracias, Laila.
—Gracias a ti por ser siempre tan amable conmigo.
Veinte minutos después, todos estamos sentados en el borde de la
piscina, y Björn, jugando, me
empuja y caigo al agua. Rápidamente, veo que Eric lo empuja a él y
también termina en el agua.
—Te echo una carrera —me reta.
Sin responder, comienzo a nadar con todas mis fuerzas hacia el
otro lado de la piscina y, cuando casi
llego al borde, Björn me coge de los pies y me hundo.
Cuando consigo sacar la cabeza del agua, me coge por la cintura y
me lleva hasta donde hago pie para
que descanse. Una vez llegamos, me suelta y, divertida, le digo:
—Eres un tramposo, ¿lo sabías?
Él sonríe y contesta:
—Soy como tú. No me gusta perder.
Ambos nos reímos y, al ver que el momento es propicio, le pregunto
sin cambiar de expresión:
—¿Qué ocurre entre Laila y tú?
—Nada.
Pero su atigrada mirada ha cambiado y busca saber qué es lo que yo
sé. Nos miramos y,
entendiéndonos perfectamente, susurro:
—Algo ha pasado entre vosotros. Lo sé.
—Eres una listilla.
—Y tú un malísimo actor.
—¡Cállate!
—Uy, ¡qué mal rollito! —Y al ver cómo me mira, añado—: Sólo hay
que ver que apenas hablas con
ella y ni te acercas. Cuando tú eres un depredador de mujeres.
Ella es muy mona y lo lógico sería que le
estuvieras tirando los trastos.
Björn sonríe. Lo acabo de sorprender y responde:
—Sólo te diré que cuando se vaya seré feliz.
—¿Eric sabe que no la soportas?
Él niega con la cabeza.
—No.
—¿Me contarás lo que ha pasado?
—Sí, pero ahora no. Ya habrá ocasión.
Asiento. Estoy convencida de ello y comienzo de nuevo a jugar. Le
hago ahogadillas, él me las hace a
mí y nos divertimos hasta que, al salir y Eric arroparme con una
toalla, oigo que Laila dice:
—Da gusto ver lo bien que os lleváis Björn y tú.
—Es un buen amigo —respondo.
—El mejor —apostilla Eric.
Björn nos mira y sonríe y Laila añade:
—No me negarás que es un hombre muy guapo.
Él la mira, sonríe y, con un gesto de «¡cállate!», masculla:
—Gracias, Laila.
Siguiéndole el juego, yo digo:
—No te lo niego, Laila. Björn es un hombre muy guapo y sexy.
Eric nos mira. Yo sonrío y, tras darle un beso, añado:
—Pero como tú, ¡ninguno!
Todos sonreímos. El buen rollo impera cuando Laila vuelve a la
carga.
—Si no hubieras conocido a Eric, ¿te habrías fijado en Björn?
Su pregunta me hace gracia y, siendo sincera, como siempre lo soy,
respondo:
—Por supuesto que sí. Los morenos siempre me han gustado más que
los rubios.
—¿En serio? —ríe Graciela.
Yo asiento y entonces Eric me agarra por la cintura, me sujeta
encima de él y, mirándome, dice:
—Pues te has casado con un rubio que no te piensa soltar.
—Y yo no quiero que me suelte —respondo, mientras lo beso
encantada.
Levantándose de la hamaca, mi loco amor me echa sobre su hombro en
plan cavernícola y dice:
—Chicos… ahora volvemos.
—Suéltame —río divertida.
—No cariño… voy a cobrarme tus palabras.
—Será pervertido el tío —se mofa Björn.
Y ante la risa que me da al ver la urgencia de mi marido, Dexter
dice:
—Ándale y hazle pagar la osadía de que le gusten los morenos,
compadre.
Eric, sin pararse, llega a nuestra habitación y, tras tirarme en
la cama como a un fardo, dice,
quitándose el bañador:
—Desnúdate.
Con una sonrisa de oreja a oreja, me quito el biquini y cuando
estoy totalmente desnuda, Eric se
tumba sobre mí, pasa las manos por la hendidura de mi sexo y
susurra:
—Me tienes a mil, morenita.
Dicho esto, sacamos nuestro lado salvaje y hacemos el amor como
posesos.
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