15
Me despierto a las siete de la mañana. Hoy es domingo y compito en
motocross. Salto de la cama y me
voy derechita a la ducha. Cuando salgo, me pongo unos vaqueros y
bajo a desayunar. Al entrar en la
cocina, sólo está Dexter.
—Buenos días, mi reina.
Sonrío. Cojo una taza, me sirvo un café y me siento a la mesa con
él. Dexter me acerca una
magdalena, yo la cojo y le doy un mordisco. Durante varios
minutos, devoro todo lo que hay ante mi
vista, hasta que le oigo decir:
—Eric está nervioso. Que participes en esa carrera apenas le dejó
dormir.
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Porque a las cuatro de la madrugada, cuando vine a tomar un vaso de
agua fresca, estaba sentado
en la mismita silla donde ahorita estás tú.
Eso me sorprende. ¿Por qué Eric se preocupa tanto? Pero sin querer
darle más vueltas, pregunto:
—¿Y tú qué hacías despierto a las cuatro de la mañana?
Dexter sonríe.
—No podía dormir. Demasiados quebraderos de cabeza.
Bebo un sorbo de café y pregunto:
—¿Esos quebraderos de cabeza empiezan por Gra y terminan por Ciela?
El mexicano sonríe y, echándose hacia atrás en su silla, responde:
—Estoy confuso. No creo que sea justo lo que estoy haciendo con
ella.
—Por lo que sé, ella está encantada, Dexter.
Asiente, pero con semblante serio, apunta:
—Cuando ocurrió mi accidente, mi vida dio un giro de ciento
ochenta grados. Pasé de ser un hombre
deseado al que el celular siempre le sonaba, a un hombre que
deseaba y cuyo celular no sonaba. Hubo un
tiempo en que sufrí para aceptar lo que me había ocurrido y
conseguí superarlo cuando dejé de tener
sentimientos románticos hacia las mujeres. Todo estaba controlado,
pero Graciela…
—Graciela te gusta, ¿verdad?
—Sí. Y mucho, además.
—Y te ha sorprendido en especial por lo que tú y yo sabemos, ¿no
es así?
Dexter asiente y, mirándome a los ojos, dice:
—Temo hacerle daño y que ella me lo haga a mí. Soy consciente de
mis limitaciones y…
—Eso ella lo sabe y me consta que no le importa —lo corto—. Quizá
si fuerais la típica pareja sería
importante y preocupante para ti, pero precisamente no lo sois y
creo que los dos camináis en la misma
dirección sexual. Por lo tanto, no has de preocuparte.
—¿Y el tema hijos? ¿Eso tampoco me debe preocupar? Ella es una
mujer y tarde o temprano querrá
tener un bebecito y yo eso no se lo puedo dar.
Uf… hablar de hijos no es lo que más me gusta, pero pregunto:
—¿Cómo que no?
Dexter me mira con cara de alucine. Debe de pensar que me he
vuelto loca y aclaro:
—Hay muchos niños en el mundo en busca de una familia. No creo que
haga falta que un bebé nazca
de ti para quererlo, cuidarlo y protegerlo. Estoy segura de que,
llegado el momento, Graciela y tú podréis
tener vuestro propio hijo si ambos lo deseáis. Sólo tenéis que
hablarlo. Ya lo verás. Pero ahora, disfruta,
Dexter, disfruta de Graciela y deja que ella disfrute de ti. Ahora
es vuestro momento de quereros, de
pasarlo bien, de conoceros y de no permitir que nada ni nadie os
amargue.
Él sonríe, toma un sorbo de su café y contesta:
—Cada día entiendo más al pobre de mi compadre. Eres una relinda
mujercita, no sólo por fuera,
sino también por dentro. Que Dios te guarde muchos años, mi
querida Judith.
—Gracias, relindo —le contesto.
En ese momento, se abre la puerta de la cocina y oigo que Eric
dice divertido:
—Maldito mexicano chingón, ¿ligando con mi mujer a escondidas?
—Güey, desde que sé que los morenos le gustan, ¡no
pierdo las esperanzas!
Los tres nos reímos. Nadie entendería nuestra particular amistad.
Pero nosotros sí y eso es lo único
que nos importa.
Cuando terminamos de desayunar, llega la hora de marcharse. Veo a
Simona y me acerco a ella. Estos
días, con tanta gente en casa y actividad, apenas hablamos y le
pregunto:
—¿Todo bien, Simona?
Ella asiente. Pero yo sé que no está bien y, aprovechando este
momento entre las dos, le digo:
—Sé que pasa algo con Laila. —Y, cuando ella me mira sorprendida,
añado—: Cuando regrese esta
tarde tenemos que hablar, ¿entendido?
Simona contesta que sí. La abrazo y, dándole un beso, murmuro
antes de alejarme:
—Luego nos vemos.
—¡Suerte! —responde con una sonrisa.
A las diez y media, llegamos a la dirección que Jurgen me dio.
Dexter, Graciela, Laila, Norbert y
Flyn nos acompañan y yo estoy inquieta y deseosa de trotar en mi
moto. Eric está atacado. Allí nos
esperan Marta y Arthur. Sonia al final no ha podido venir.
Llevo sin saltar en moto desde días antes de mi boda y, aunque en
la luna de miel conduje varias
motos de agua, no es lo mismo y no veo el momento de montarme en
mi Ducati.
Tras aparcar el coche, voy a apuntarme junto a Norbert, mientras
Eric baja la moto del remolque.
Cuando me dan el dorsal, sonrío. Me acerco a Eric y,
enseñándoselo, digo divertida:
—Dorsal sesenta y nueve, ¿a que es sexy?
Mi loco amor sonríe.
Pero su sonrisa no es amplia. Sé que está tenso, pero se tiene que
relajar y eso sólo lo puede
conseguir él. Cuando aparece Jurgen nos abrazamos. Está tan
emocionado como yo por la competición.
Me entrega un mapa del circuito y, como hace mi padre en Jerez, me
explica un poco cómo son los saltos
y en qué curvas he de tener cuidado para no caerme.
Eric nos escucha. Memoriza todo lo que Jurgen dice y cuando éste
se marcha junto a Laila, dice,
señalándome el papel:
—Recuerda, ten cuidado en la curva diez e intenta tomar la quince
abierta.
—Vale, jefe —asiento divertida y él sonríe.
Flyn está nervioso y alucinado con tanta moto alrededor.
Marta y él me acompañan hasta los vestuarios y se encargan de
ayudarme a ponerme el mono. Cuando
por fin estoy equipada con mi traje de motocross, el crío me mira
y murmura con gesto de flipe total:
—Cómo molaaaaaaaaaa.
Sonrío. Marta coge de la mano a su sobrino, me guiña un ojo y
dice:
—Jud es nuestra súper heroína particular.
Juntos regresamos hasta donde el grupo nos espera y Laila dice al
verme:
—Estás increíble.
—Gracias. —Sonrío.
Graciela, con gesto de susto, murmura, sentada sobre las piernas
de Dexter:
—Judith, ¿estás segura de hacerlo?
Con mi casco bajo el brazo, asiento.
—Segurísima.
Eric me mira. Yo lo miro.
Le sonrío, pero él no me devuelve la sonrisa.
Tiene miedo. Yo no.
Las carreras están divididas por sexos. Hombres y mujeres. Lo
acepto, pero me gustan más cuando
son mixtas. Me informan de que salgo en la tercera manga. Cuando
comienzan las anteriores, observo
concentrada, mientras en mi iPod escucho a los Guns N’ Roses.
La música heavy siempre me sube la adrenalina. Y para competir y
ganar la preciso revolucionada.
Nunca he corrido en este circuito y necesito ver cómo actúan mis
contrincantes para saber gestionar mi
carrera.
Eric, a mi lado, observa y no dice nada. Deja que me concentre,
pero su cara cada vez que ve una
caída me hace saber lo que piensa. ¡Está horrorizado!
Cuando avisan por megafonía que se preparen los de la tercera
manga, le doy un rápido beso y,
poniéndome el casco, digo sin demorar la despedida:
—En seguida vuelvo. ¡Espérame!
Arranco y me voy.
Sé que lo he dejado hecho polvo, pero no puedo ponerme a
despedirme como si me fuera a la guerra.
Sólo voy a correr una carrera que dura apenas siete minutos.
Cuando me coloco en la parrilla de salida, junto a las otras
corredoras, busco a mi chico con la
mirada y rápidamente lo veo junto a Flyn y Marta. Me ajusto el
casco y me pongo las gafas de protección.
El ruido de los motores alimenta mi adrenalina y acelero mi moto.
¡Guauuu, cómo suena!
Me concentro en la pista. Visualizo el circuito que he repasado
con Jurgen y pienso en llegar
arrimada a la derecha para tomar la primera curva, que es a la
izquierda.
Aceleramos los motores. Los nervios están a tope cuando se oye un
ruido y los enganches que frenan
las motos en el suelo se bajan y salgo como una bala.
Acelero y sonrío al ver que puedo coger la primera curva por donde
yo quiero. Cuando dejo atrás la
curva, derrapo y salto con la moto, pero al tocar el suelo noto
que mi muñeca se resiente y me quejo. Pero
no pienso dejar la carrera por ese tonto dolor.
La zona bacheada me hace polvo la muñeca, grito y doy gas para
salir cuanto antes de allí, pero al
llegar a la siguiente curva casi me la como. No puedo ir tan
rápido o terminaré cayéndome.
Como puedo, me mantengo en los primeros puestos y, cuando la
carrera termina y entro la tercera,
sonrío y respiro feliz. Estoy clasificada para otra ronda.
Cuando salgo de la pista y me encamino hacia donde me espera mi
gente, todos aplauden encantados
y Flyn da saltos de contento.
Al quitarme las gafas y el casco, sonrío y, guiñándole un ojo a mi
guapo Zimmerman, digo alto y
claro:—
Ya estoy aquí, cariño.
Él me abraza y me besa sin importarle el polvo y la suciedad.
Gustosa, yo también lo abrazo y beso.
Las dos siguientes carreras se me hacen cuesta arriba por el
puñetero dolor de la muñeca, pero me
niego a darme por vencida y consigo clasificarme para la ronda
final.
Me duele horrores, pero mejor me callo o mi maridín me sacará de
aquí. Aguanto como puedo y,
cuando quedan diez minutos para correr la final femenina, miro a
Graciela y digo:
—Necesito que me cambies la venda y me la pongas lo más tensa que
puedas.
—Pero eso no es bueno, Judith. Te cortará la circulación.
—No importa. Hazlo.
Ella me mira. Intuye que me duele más de lo que digo y murmura:
—Judith…, si te duele no deberías…
—Hazlo. Lo necesito.
Sin decir nada, lo hace y, cuando me pongo el guante, tengo la
mano casi rígida. Eso me evita el
dolor, pero también me limita los movimientos y es muy incómodo.
Eric se acerca a mí y, sonriendo, digo:
—Alegra esa cara, cariño. Es la última carrera. —Él asiente y,
divertida, añado—: Ya puedes ir
comprando una estantería bien grande para mis premios. Me pienso
llevar el primero de aquí.
Sonríe. Mi seguridad lo relaja y, dándome un beso, murmura:
—Vamos, campeona. Sal y demuéstrales quién es mi mujer.
Su positividad me motiva. ¡Bien, Zimmerman!
De nuevo vuelvo a estar en la parrilla.
Es la última carrera de chicas y de ella saldrán las tres
ganadoras. Jurgen, junto a Marta, Eric y todo
mi grupo gritan y me animan. Sonrío. Miro a mi alrededor. Las
otras corredoras son muy buenas, pero
quiero ganar. Lo deseo.
La carrera comienza y, como siempre, mi adrenalina sube hasta el
infinito y más allá.
Corro, acelero, salto, derrapo y vuelvo a acelerar. Disfruto.
¡Esto es el motocross!
Con el rabillo del ojo, veo que una de las chicas me adelanta. La
tía es buena, muy buena, pero yo
confío en mí y quiero ser mejor. Al llegar a la curva quince, la
tomo abierta, pero eso me hace perder
tiempo y otra corredora me adelanta. Eso me encoleriza. No me
gusta perder ni al parchís. Quedan dos
vueltas, todavía tengo tiempo para adelantar. Lo consigo. Remonto.
Me pongo primera. ¡Toma ya! Pero
en la zona bacheada mi mano se resiente, pierdo fuerza y me
vuelven a adelantar.
¡Mierda! Voy la cuarta.
Queda sólo una vuelta para finalizar y decido arriesgar y olvidar
el dolor de mi mano. Cuando voy a
llegar de nuevo a la curva quince, intuyo que si la tomo por
dentro en vez de por fuera ganaré unos
segundos. El problema puede ser que al salir de ella la muñeca me
falle y no controle la moto. Pero
oye…, cosas más difíciles he hecho en mi vida y decido intentarlo.
Aprieto los dientes y me acerco a la curva. Las chicas se abren,
yo reduzco y me la juego. Tomo la
curva como he planeado y… ¡bien! La muñeca ha respondido y puedo
controlar la moto. Acelero. Tres
curvas más y me llevo un premio para casa. Sí… sí…
De pronto, una de las moteras salta y, al hacerlo, veo cómo la
rueda trasera le rebota, pierde el
control y su moto toca mi rueda delantera. Sin poder evitarlo,
salgo disparada hacia delante por encima
de mi moto.
Todo se oscurece.
16
Oigo un sonido constante e incómodo.
¡Maldito despertador!
Intento moverme para apagarlo, pero no puedo. ¡Qué cansada estoy!
Ruido. Oigo voces. Qué jaleo.
Me llaman. Eric me llama.
Intento abrir los ojos. No puedo. Oscuridad.
No sé cuánto tiempo pasa hasta que vuelvo a oír el despertador.
Esta vez puedo abrir los ojos y parpadeo. Muevo el cuello con
cuidado y suspiro. Me duele la
cabeza. ¿Qué he bebido? Abro lentamente los ojos y veo un
televisor apagado anclado en la pared
¿Dónde estoy? Algo me sujeta la mano y, al mirar, veo la cabeza de
Eric apoyada en ella.
¿Qué ocurre?
Como un fogonazo, todo vuelve a mi mente. Carrera. Curva quince.
Caída por encima de la moto.
Suspiro.
Madre mía, qué leñazo me he tenido que dar. Respiro. Me duele el
cuerpo, pero eso no me importa.
Sólo me importa saber que Eric está bien. Lo conozco y sé que
estará deprimido y asustado.
Miro su rubia cabellera. No se mueve, pero al mover yo la mano,
rápidamente levanta la cabeza, me
mira y a mí se me paraliza el corazón mientras murmuro:
—Hola, guapo.
Eric se incorpora y, acercándose a mí, susurra:
—Pequeña, ¿cómo te encuentras?
No puedo hablar. Tiene los ojos enrojecidos, terriblemente
enrojecidos, y pregunto:
—¿Qué te ocurre, cariño?
Y entonces hace algo que me deja totalmente sin habla, cuando su
rostro, su bonito rostro se contrae
y, con un sollozo ahogado, dice:
—No vuelvas a asustarme así, ¿entendido?
Sin entender aún qué ha pasado, quiero abrazarlo. Quiero mimarlo,
consolarlo y, tirando de él, hago
que me abrace. Las lágrimas se me saltan al notar cómo lo hace
desesperado y llora. Iceman, mi serio,
gruñón y testarudo alemán, llora como un niño en mis brazos,
mientras yo lo arrullo y le beso la cabeza.
Así estamos durante varios minutos, hasta que noto que su
respiración se normaliza y, separándose de
mí, murmura avergonzado:
—Lo siento, cariño. Perdóname.
Más enamorada que nunca de este hombre, sonrío, le seco las
lágrimas y respondo emocionada:
—No tengo nada que perdonarte, cielo.
—Estaba muy asustado… Yo…
—Eres humano y los humanos tenemos sentimientos, cariño.
Mueve la cabeza e, intentando sonreír, me da un beso en la punta
de la nariz. Yo pregunto:
—¿Qué ha ocurrido?
Más tranquilo al hablar conmigo, me retira con mimo el pelo de la
cara y explica:
—Ha habido un accidente. Te has caído por encima de la moto, has
perdido el conocimiento y no lo
has recuperado hasta llegar al hospital. Me he asustado mucho,
Jud…
—Cariño…
—Creí que te perdía.
Su desesperación me pone la carne de gallina. No quisiera haber
estado en su lugar. Con lo histérica
que soy, seguro que la habría liado parda. Intentando quitarle
dramatismo al momento, pregunto:
—Pero estoy bien, ¿verdad?
Emocionado, Eric asiente.
—Sí, cariño. Estás bien. Tienes un traumatismo craneal leve.
—Traga el nudo de emociones que
pugnan por salir y añade—: Pero estás bien. Te han examinado y no
hay nada roto. Sólo una fisura en la
muñeca izquierda.
—No habrás llamado a mi padre, ¿verdad?
Eric niega con la cabeza.
—Pensaba hacerlo cuando te despertaras.
—No lo llames. Estoy bien y no quiero asustarlo.
Mi chico me da un beso en la mano y dice:
—Hay que llamarlo, Jud. Si quieres, lo hacemos mañana, cuando te
den el alta.
Protesto.
—¡¿Mañana?! ¿Y por qué no me la dan ya?
—Porque quieren tenerte veinticuatro horas aquí en observación.
—Pero si estoy bien, ¿no lo ves?
Él sonríe por primera vez y responde:
—Tu testarudez me hace saber que en efecto estás bien, y no sabes
cuánto lo celebro. Pero yo también
quiero que te quedes en el hospital. Estaré más tranquilo. —Y al
ver mi gesto, añade—: Yo estaré
contigo. No me moveré de tu lado.
Eso me gusta. Si tengo que estar aquí, la mejor compañía que puedo
tener es él. En ese momento, la
puerta se abre y entra Marta con una angustiada Sonia.
—Hija de mi vida, ¿estás bien?
—Sí, tranquila, Sonia. Estoy bien. Sólo ha sido un golpe.
—¿Un golpe? ¡Dirás un golpazo! —salta Marta—. Tienes que ver cómo
ha quedado la moto para
entender el golpe.
Eric deja sitio para que su madre se acerque y me bese, luego le
toca el hombro y murmura:
—Tranquila, mamá, Jud está bien.
Ahora la compungida soy yo y, mirando a Eric, pregunto:
—¿Qué le ha pasado a mi moto?
Al no responderme, los ojos se me llenan de lágrimas, me pica el
cuello y, dejándolos a todos
boquiabiertos, pido:
—Dime que mi moto está bien, por favor.
—Tesoro —dice Sonia—, no te pongas nerviosa.
Eric mira a su hermana para regañarla por el comentario y,
finalmente, dice:
—Escucha, cariño, ahora no te preocupes por la moto. Aquí lo único
importante eres tú.
Pero eso no me convence. Me rasco el cuello.
Adoro mi moto. Me la compró mi padre con muchísimo esfuerzo años
atrás e insisto:
—Dime al menos que se puede arreglar.
Con una candorosa sonrisa, Eric vuelve a ponerse a mi lado y,
soplándome el cuello, contesta:
—Se puede arreglar.
Eso me tranquiliza. Mi moto para mí es importante. Es mi conexión
con mi pasado, con mi familia,
con mi España.
Suena el móvil de Eric, que sale al pasillo para contestar.
—Hija mía —susurra Sonia—, ¡qué susto me he dado cuando me ha
llamado Marta!
Sonrío y la tranquilizo y entonces, mi cuñada dice:
—Para susto el mío. Creí que el que no lo contaba era Eric. Ni os
imagináis lo histérico que se ha
puesto. Casi le he tenido que dar dos guantazos para que te
soltara y los de la ambulancia te pudieran
atender.
—Debe de haber revivido lo de Hannah. Pobrecito mío —musito
horrorizada.
Todas sabemos que es justo eso lo que ha recordado. Él estaba
presente.
Saber que Eric, mi amor, ha pasado ese mal rato, me duele en el
alma.
Sonia dice entonces:
—Tiene ojos de haber llorado. Soy su madre y lo sé.
—Ni se te ocurra mencionarlo, mamá. Ya sabes cómo es.
La puerta se abre y él entra. Se acerca a mí y dice:
—Simona y Norbert te mandan besos. Les he dicho que no hace falta
que vengan, que mañana ya
estarás en casa.
Asiento. Pobrecitos, qué disgusto tendrán.
—¿Tú estás bien, hijo?
Eric mira a su madre. Sabe por qué lo pegunta y, sin importarle
demostrar sus sentimientos, responde:
—Sí, ahora que veo que Jud está bien.
Ese comentario me hace sonreír. Efectivamente, ¡él es Eric el
duro! Pero hoy me ha mostrado otra
faceta que yo no conocía y he visto de nuevo lo mucho que me
quiere y me necesita.
Horas después, la habitación se llena de gente. Dexter, Graciela y
Laila llegan con Flyn, que al verme
me abraza, me coge la mano y no consiente que nadie lo separe de
mí. Después llegan Frida, Andrés y
Björn. Éstos me traen un precioso ramo de lirios naranja y yo se
lo agradezco.
Todos hablan a mi alrededor y Björn, acercándose a mí, murmura con
gesto preocupado:
—Vaya susto nos has dado, cabecita loca.
—Lo sé. No era mi intención.
—¿Estás bien?
Asiento y Eric se acerca a nosotros y pregunta:
—¿Necesitas algo?
Contesto que no y sonrío. Björn pone una mano en el hombro de su
amigo y dice:
—¿Necesitáis que os traiga algo de casa?
Eric lo mira. Después me mira a mí y contesta:
—Nos vendría bien algo de ropa para Jud. Aquí sólo tenemos el mono
de carrera y no creo que
mañana pueda salir con eso del hospital.
—Luego pasaré por vuestra casa. Simona la preparará y esta noche
os la traigo —dice Björn.
Mi lindo amor sonríe y, dándome un beso en la frente, responde:
—No hace falta que vengas esta noche, Björn. Con tenerla por la
mañana ya está bien.
—Puedo traerla yo —interviene Laila—. No hace falta que Björn pase
por vuestra casa.
—Para mí no es ninguna molestia —insiste nuestro amigo.
Eric, que no se percata de nada, los mira y propone:
—¿Qué tal si Björn te recoge y venís juntos?
La joven, con su habitual gesto espabilado, mira a nuestro amigo y
responde:
—Ah, no… no puedo. Justo mañana por la mañana tengo una reunión.
Björn asiente, me mira y yo sonrío. Tema solucionado.
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