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POSEÍDA - Lisa Swann VOL. 4 Cap.2


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2. Cenicienta en el Waldorf Astoria
A la salida de la cena, David me llamó un taxi.
– Cuídate mucho, Liz, me dijo abrazándome fuerte contra él.
Yo seguía desencajada.
¡Qué pesada puedo ser...!
– Sabes, siempre pasa que nos equivoquemos con alguien, agregó. Con
todo lo que acabas de vivir, tu tía, todos esos cambios de horario entre
París, Nueva York y Hong Kong, ¡tienes derecho a equivocarte y Sacha
tiene tal vez derecho a una segunda oportunidad! Después de todo, no han
podido hablar. Tal vez no sea más que un malentendido.
– Creo que necesito descansar. Tienes razón David. Una noche de sueño
me hará bien. Y si es necesario hablar mañana con Sacha, ¡lo afrontaré!
Su sonrisa fue un verdadero alivio. Me dirigió un signo con la mano
cuando el taxi se alejaba. Aproveché el trayecto para encender mi teléfono
celular y consultar mis mensajes.
Los mensajes de texto primero. Eran tan numerosos que mi teléfono se
puso a vibrar y a sonar de tal forma que se me escapó de las manos. Todos
eran de Sacha.
El primero fue:
[No.]
De hecho fueron varias veces, con intervalos de algunos minutos.
Después vinieron los:
[¡!!!!]
Una vez más, y repetidos. Para terminar:
[Tenemos que hablar Liz, no puedes reaccionar así.]
Después fue el turno de la mensajería vocal. Varias llamadas sin
mensaje, después varios mensajes sin una sola palabra, al final uno con su
voz...
Su voz, no...
[Liz]
Un silencio, después un suspiro antes de agregar:
«Por favor.»
¡Pero yo también estoy sufriendo!
Se escuchaba realmente desdichado. Eso no me hacía olvidar lo que
había ocurrido hace un rato en la oficina. El enfrentamiento con Natalia,
Allisson Green paseándose como una reina en los pasillos de Goodman &
Brown.
Llegada a mi hotel, atravesé el vestíbulo, la cabeza baja, evitando
encontrarme con miradas. No quería mostrar mis ojos de conejo. Me dirigí
directamente al elevador, la nariz hundida en el suelo, y en la cabina, fingía
buscar algo en mi bolso para no tener que levantar la cabeza. El pasillo, la
puerta de mi habitación, ¡ya casi llegaba! Iba a esconderme y bajar las
cortinas sobre este día.
– Al fin llegas...
La silueta de Sacha sentado en el sillón se desdibujaba como una sombra
china contra el visillo. Las piernas cruzadas, el saco de su traje puesto
sobre el respaldo del sillón, su camisa blanca desabotonada del cuello,
pareciera salido de una publicidad para un perfume de lujo. En serio, sólo
faltaba que me dijera una frase del tipo:
«Liz, no esperes a que sea lo que tu esperas de mí. Tómame como soy...
Por favor...»
Me dirigió una mirada abatida, que parecía realmente sincera.
¿Lo hace a propósito o qué?
Parada en la entrada de mi cuarto, tocaba nerviosamente la bandolera de
mi bolso. Tenía unas ganas furiosas de utilizarla como honda para eliminar
al objetivo inmóvil delante de la ventana. Y también tenía muchas ganas de
lanzarme a sus brazos. La cabeza inclinada de lado, su mecha de cabellos
más largos rozándole la mirada, él no protestaba.
– Liz, ¿dónde estabas?
Él era tan misterioso en esta penumbra. Accioné violentamente el
interruptor. Estaba confundida por su presencia, tal vez la luz me ayudaría
a ver más claro.
– ¿Qué haces aquí, Sacha?
No puedo derrumbarme. Aunque esté lista para perdonar todo y
recuperarlo. ¡NO PUEDO DERRUMBARME!
Sacha se enderezó sobre el sillón, descruzó las piernas y apoyó los codos
sobre sus rodillas, el pecho lanzado hacia mí. Avancé algunos pasos hacia
él y me planté bien erguida sobre mis tacones. Pero a una distancia segura.
Ya sentía las vibraciones animales de su presencia. Esbozó una sonrisa.
Aparentemente sorprendido de verme tan valiente.
Afortunadamente no vio el estado en el que estaba hace unos momentos,
llorosa y con el rímel corrido...
– Hablé con Natalia, continuó.
– ¿Ah si? Yo también. Y la discusión no fue muy agradable, te lo
aseguro.
– Creí entender, pero te lo aseguro, la que tuve con ella tampoco lo fue.
– Lo siento mucho pero, al menos, no escuchaste revelaciones
incómodas sobre mi persona.
Sacudió la cabeza y elevó hacia mí una mirada casi suplicante, pero una
súplica discreta. No perdía nunca la compostura.
– ¿Qué quieres saber de mí? Estoy lista para responderte, Liz.
– Sacha, ya tuve suficientes confidencias y revelaciones desagradables
para un día. Entonces, si no te importa, ya quiero que todo se acabe y
podamos pasar a otra cosa. Más claro, quiero dormir, y te agradecería que
por una vez respetaras mis deseos.
No tuve el tiempo de reaccionar. Se levantó y, en tres pasos, ya se
encontraba delante de mí. Puso suavemente sus manos sobre mis brazos
que tuve el tiempo de retirar, no para protegerme, sino para evitar que me
abrazara.
Me atrajo hacia él a pesar de todo. No luché, no quería hacerme daño,
pero tampoco me había hecho bien durante el transcurso de las últimas
horas. Aunque moría de ganas ( sus brazos, su aroma, su respiración, sólo
el calor de su piel... ), me contuve y aguanté la respiración, temiendo que
al primer aliento suyo caería en sus brazos. Acercó su boca a mi cuello,
bajo mi cabello.
Bueno, no se había equivocado en ese punto, pero sin embargo...
– Natalia tuvo miedo por mí.
Me separé de él bruscamente.
¿Hablamos de la misma persona?
– ¡Natalia es una zorra!
Retrocedió un paso. Estaba fuera de mí.
– ¡Natalia es una zorra y además una falsa! ¡Ella manipula, lastima, hace
daño y, lo peor de todo, es que es una aprovechada!
– Natalia tiene miedo, Liz. Como tú y como yo, tiene miedo de lo que no
conoce, sin saber qué es lo que le corresponde. Ella valora mucho nuestra
amistad, quiso evitarme lo peor.
No vimos la misma película los dos...
Me alejé definitivamente y me puse a dar vueltas dentro del cuarto,
sacudiendo la cabeza y las manos como una especie de autómata
enloquecido. Con aire divertido, me observó agitarme.
– Te equivocas, Sacha, créeme. Si tiene miedo de algo, es de ya no tener
derecho a sus encuentros de piernas en el aire.
Imposible dejarme embaucar de nuevo. Podía contarme cualquier cosa,
¡fue a mí a quien dijeron ciertas cosas y yo quien vi a ciertas personas!
– Y además no es todo, ¡tuve que encontrarme con tu ex! Natalia que me
contó sus aventuras y entonces que veo a tu antigua prometida pasarme
bajo las narices mientras tú no te dignaste a dirigirme la palabra en toda la
mañana. Pero ¿qué es entonces Goodman & Brown? ¿Un hotel de paso?
Una risita ahogada se le escapó. Me inmovilicé para mirarlo fijamente,
con aire estupefacto.
– Bueno, voy a ser rápido y explícito Liz, no voy a pasar toda la noche
escuchándote gruñir. Si, tuve una relación con Natalia. No fue historia de
una noche, sino de varias. Y todo eso no era nada romántico, realmente.
Nada que ver con una historia de amor, sólo que hace ya varios años que
nos conocemos y que tratamos de ver si podíamos ir un poco más lejos que
sólo la amistad. No fue una buena idea. Primero porque somos socios de
negocio, pero sobretodo porque nos parecemos demasiado. Dos personas
que quieren controlar todo, ¿imaginas lo que puede ser estar juntos?
– Si hay una cosa que no quiero en este momento es imaginar nada,
¡figúrate!
– Pues no funcionó. Nos conocíamos demasiado, desde hace demasiado
tiempo, y los dos nos dimos cuenta que no podría funcionar. Esto no
cambió en nada nuestra relación.
– En tu lugar no estaría tan segura. Debiste haberla escuchado hace rato.
– Ella es sólo una amiga. Y un socio, por supuesto.
¿Qué otra cosa agregar? Parecía estar tan seguro de lo que decía.
– En cuanto a Allisson, prosiguió, si, estaba allí, incluso almorcé con
ella si quieres saberlo todo. ¡Almorcé! ¡No me acosté! Ella tiene acciones
en nuestro negocio, que sin su padre no hubiera podido lanzarme en el
negocio y que pronto tendremos un consejo de administración. Entonces sí,
ella estaba allí y no fue fácil discutir sobre ese consejo después de haber
recibido tu mensaje, Liz...
– Sacha, ¿acaso te importo?
Era estúpido y era como un cabello en la sopa pero, como parecía soltar
todo de golpe, podría tal vez abrirse un poco. Avanzó rápidamente hacia mí
y me tomó en sus brazos, hundió sus manos en mi cabellera a ambos lados
de mi rostro, sus ojos y los míos separados por apenas unos centímetros, su
aliento sobre mis labios.
– Aquí estoy, Liz.
– Dilo, Sacha.
Me besó primero rozándome la boca, después su hambre se hizo más
apremiante y plantó de lleno sus labios sobre los míos.
¡Considero eso una respuesta!
Respondí a su beso. Mis manos recorrieron su espalda y subieron hasta
su rostro que acariciaba. Me abandoné a su aroma, su calor, el ardor de su
presencia. Nos separamos un segundo, a la distancia de un suspiro.
– Aquí estoy Liz, contigo, en ninguna otra parte.
Con eso me basta. Íbamos a poder reencontrarnos, pasar la noche juntos
y reconciliarnos. En fin, era lo que yo creía. Tomó mi mano y me llevó
hacia la cama sobre la que estaban dispuestas varias cajas lujosas. Frente a
mi semblante perdido, él las abrió una tras otra: zapatos de tacón altísimo
grises perla cuya hebilla debía enrollarse como una serpiente sobre mis
tobillos, un vestido en seda nacarada fluido al punto de parecer un charco
de mercurio en su caja, lencería combinada con una fina redecilla con...
¿Un liguero y medias? ¡No me he puesto nunca ese tipo de aparejos!
– Te llevo a un lugar de leyenda, me susurra. Un lugar de leyenda para
una mujer extraordinaria.
El lujo tiene eso de bueno, que puede transformarnos en una fracción de
segundo. Bueno, tal vez no una fracción de segundo pero me tomó apenas
más de una media hora para prepararme y alcanzar a Sacha que me
esperaba en el lounge bar del hotel. Me tomó por la cintura con su brazo
poderoso y se hundió en mi cuello.
– Estás sublime, Liz. No podría ni siquiera soñar con más maravillosa
acompañante. Habrá muchos celosos esta noche.
– ¡Y celosas! Respondí, devolviendo el cumplido para esconder mi
turbación.
Lo seguí hacia la entrada del hotel frente a la cual nos esperaba una
limusina.
– Vamos al Waldorf Astoria para una cena a favor de una obra caritativa
que defiende los derechos de los niños maltratados, me anunció una vez
instalados en el auto del señor.
Lástima por la cena a la luz de las velas que había imaginado
preparándome en mi cuarto...
– Todas las grandes familias neoyorkinas estarán presentes, agregó
mirándome fijamente como para asegurarse de que no iba a desmayarme.
Una velada bajo el signo de la fortuna y de las eminencias... No estaba
demasiado preparada para esa clase de velada – preparada
psicológicamente quiero decir. Lo mío eran más bien las noches entre
amigos pero en brazos de Sacha nada podría pasarme. ¡Cualquier cosa!
Después de todo, era una especie de oficialización de nuestra relación.
Un segundo, me sentía insegura a pesar de todo pensando en la pequeña
audacia que me había permitido, convencida de pasar la noche a solas con
Sacha. Llevaba puesto el vestido y los zapatos, el liguero y las medias
irisadas, pero había hecho trampa con las bragas...
Cuando quieres jugar como niña grande, Liz, hay que estar segura de lo
que se hace...
En la limusina, tomé la mano de Sacha y debió sentir mi nerviosismo ya
que para tranquilizarme, puso su mano sobre mi muslo. Un gesto de
consuelo tan simple que se transformó en caricia amorosa sobre la tela
fluida de mi vestido bajo la que siguió las varillas del liguero. Una sonrisa
pícara hizo un par de hoyuelos a cada lado de su boca. Después su mano se
deslizó sobre mi bajo-vientre y, con su tensión repentina, me di cuenta que
había entendido.
¡Capturada en plena premeditación!
– ¿No traes bragas? No tienes miedo de nada. Te llevo al Waldorf a
codearte con los personajes más eminentes de Manhattan y tú eliges
pasearte con las nalgas al aire... Pon atención de que nadie te lleve a algún
rincón obscuro...
Su pequeño comentario lleno de sobrentendidos me inflamó el vientre.
Frente al inmenso edificio del Waldorf Astoria con su frontón Art déco,
aspiré profundamente, la mano puesta sobre el brazo galantemente
ofrecido por Sacha. En lo alto de los escalones que llevan al vestíbulo
dominado por el legendario reloj de péndulo con más de un siglo de vida y
que suena todavía, fuimos recibidos por el fotógrafo oficial de la velada.
Un flash. Me imaginé por un segundo aparecer en Google, en la galería de
las acompañantes de una noche de Sacha... me sacó de mi ensoñación.
– Te prevengo, corremos el riesgo de encontrar a mi familia y algunas
personas desagradables...
Era un escenario de cuento de hadas. Deambulaba entre los mármoles,
los oros y los cristales, los techos históricos y ornamentados, los pisos
aterciopelados y mullidos o lustrados, para terminar por perderme bajo el
cielo del gran salón de baile donde los invitados estaban reunidos. Todo
pasaba en cámara lenta, al ritmo de un conjunto de música clásica.
Sacha estaba a mi lado. Su prestancia inspiraba respeto. Me protegía de
alguna forma y yo estaba menos impresionada de lo que pensaba. No
temblé más que en un momento: cuando vi, a algunos metros de mí, a
Allisson Green. Su cabellera imponente caía en cascada sobre la espalda
desnuda de su vestido rojo sangre. La mirada penetrante que me dirigió al
ver que iba del brazo de Sacha pasaba de cualquier comentario.
Natalia y ella deben de tener al mismo coach...
Apreté un poco más fuerte el brazo de mi caballero.
– Sacha, preséntame a tu encantadora acompañante, declaró una mujer
de aproximadamente sesenta años, de ojos azules translúcidos.
A pesar de su rostro con rasgos duros, se sentía en la mirada que le
dirigía a Sacha que amaba a su hijo, pero que no sabía como expresarlo. No
es, sin duda, la clase de cosas que se muestran en público.
Tampoco es el tipo de lugar en el que saltas al cuello de la gente...
– Mamá, te presento a Élisabeth Lanvin, mi nueva colaboradora
francesa. Liz, Margaret Goodman, mi madre.
La elegante mujer tenía los dedos crispados alrededor de su copa de
champaña. Según su equilibrio incierto puedo afirmar que no era su
primera. Después de todo, entiendo que haya que darse valor para soportar
esta clase de velada mundana. Cuando le tendí la mano para saludarla, ella
la tomó cerrando sus dedos helados alrededor de los míos.
– Encantada de conocerla, Élisabeth. Sacha es, parece, un jefe muy
atento y capaz de reconocer el talento de sus colaboradores. La prueba,
usted lo acompaña aquí esta noche. No debe de ser un azar.
La insinuación de Margaret Goodman parece molestar a Sacha. Él nos
excusó y me llevó enseguida cerca de un gran buffet. Pero fue casi
enseguida atrapado por un grupo de hombres en smoking hablando de
negocios y me abandonó.
No importa, estoy bien, ya no temo a nada, siento que me ama. A su
manera, siento que le importo... ¡Y no, nada que ver con el método Coué!
Me puse a deambular en la sala, mi copa en la mano. Sonrío aquí, tomo
un pequeño bocadillo allá, me detengo un poco para escuchar más
atentamente la música.
Una mano roza de repente mi trasero y esperé por un segundo que fuera
Sacha para mostrarme ese famoso rincón oscuro que tenía que evitar. Me
di la vuelta lentamente, sin mostrar mi sorpresa. Pero no era Sacha.
– ¡Oh, lo siento! Dijo con una pequeña sonrisa que probaba que no me
había rozado por accidente.
El hombre era alto, ancho, me ocultaba toda la luz. Tenía los mismos
ojos azules translúcidos que Margaret Goodman. Un cabello castaño con
reflejos rojizos, un poco largos y ondulados, una boca congelada en una
sonrisa en la comisura, visiblemente orgulloso de él. ¿Una cachetada era lo
adecuado? ¿Eso se practicaba en este bello mundo? En todo caso, no fueron
las ganas de hacerlo lo que faltaba.
– Voy a tratar de creer que se trata de un accidente, dije con frialdad
antes de intentar esquivarme.
– ¡No hay necesidad de montar en tus caballos, hermosa! Se carcajeó
tomándome por el brazo. Podemos presentarnos, ¿no cree? Soy Ethan, el
medio hermano de Sacha. Creo que nos veremos de nuevo.
Olía a alcohol, pero seguramente no necesitaba de eso para ser malvado,
lo entendí enseguida. Al mismo tiempo, era innegable, tenía frente a mí a
un bello espécimen de virilidad y de encanto. Pero un encanto peligroso,
destructivo. Liberé al instante mi brazo.
– Encantada de conocerlo, Ethan, dije.
Hice lo mejor que pude para mantenerme digna y segura de mí aunque
sólo tenía un deseo: ¡huir!
– No tanto como yo, Élisabeth. Y si, conozco el nombre de la nueva
conquista de mi hermano. Y constato que siempre sabe escoger pequeños y
lindos premios.
Alejándome, lo sentí literalmente devorarme con la mirada. Sentí frío en
la espalda.
Se puede decir que Sacha no salió tan mal con una familia de ese tipo...
Encontré a Sacha al momento de tomar el lugar en las mesas de la cena.
La delicadeza del menú y la riqueza del entorno, los invitados interesantes
que compartían nuestra mesa, y sobretodo la presencia de Sacha cerca de
mí, todo contribuyó a hacerme olvidar el molesto episodio con Ethan
Goodman. Estaba en el paraíso, Sacha me cubría con su mirada, me rozaba
regularmente como para asegurarse de que yo estuviera ahí, cerca de él.
Después de la cena, me llevó con un vals embriagante que nos dejó sin
aliento y llenos de deseo.
Antes de abandonar el Waldorf, abandoné a Sacha en el vestíbulo para
pasar brevemente al tocador ( del tamaño del departamento parisino de
Maddie...). Pero al regresar, fui alertada por unos gemidos raros que
provenían de una puerta entreabierta de un pequeño salón. Me aproximé,
inquieta de que alguien se sintiese mal y necesitara ayuda, y empujé
suavemente la puerta a medio cerrar.
En la penumbra de la pieza, una pareja se besaba con pasión, las manos
de ella asidas del cabello ondulado de él, las de él subiendo el vestido rojo
sangre sobre la cintura de su pareja.
¿Un vestido rojo sangre? ¿Cabellos rizados? Dios mío...
Mientras el hombre batallaba para acceder a la lencería de la mujer, ésta
lanzó su cabeza hacia atrás y su cabellera dorada atrapó la luz. Después sus
manos fueron hacia el cinturón del hombre que se apartó un segundo para
dejarla actuar, y vi entonces su rostro: Ethan Goodman.
¡Allisson y Ethan!
¡Ninguna razón para estar de voyerista! Retrocedí lentamente algunos
pasos en la punta de mis pies y después corrí para reunirme con Sacha.
– ¿Estás bien, Liz? Me preguntó. ¡Parece que viste a un fantasma!
– No, no, todo está bien, muchas emociones, es todo.
El gran reloj del vestíbulo sonó los doce golpes de medianoche en el
momento en el que Sacha y yo comenzábamos a bajar la escalera. Era
mágico. La cinta de mis zapatos se desanudó al mismo instante y mi zapato
salió de mi pie sobre los escalones. Sacha se inclinó enseguida para
recogerlo, con una sonrisa encantadora en los labios.
– Las doce campanadas de medianoche, una carroza que te espera, un

príncipe que recoge tu zapatilla de cuero... ¡Qué cuento de hadas, Liz...!

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