Leer libros online, de manera gratuita!!

Estimados lectores nos hemos renovado a un nuevo blog, con más libros!!, puede visitarlo aquí: eroticanovelas.blogspot.com

Últimos libros agregados

Últimos libros agregados:

¡Ver más libros!

POSEÍDA - Lisa Swann VOL. 3 Cap.2


2. Discusión en el último piso
Me desperté en la suite del hotel, bañada por la luz del día, y me estiré
lentamente. Aún sentía en la piel el calor de los besos de mi amante.
Sentada en la cama, podía ver el ballet de los barcos a través de la bahía y
la inmensidad de los edificios en la otra orilla. ¡Qué ciudad! Después de
Nueva York y Hong Kong, ¿a qué nueva megalópolis me llevaría Sasha?
Me di cuenta de que no estaba, se había ido, al parecer... Recorrí la
habitación con los ojos todavía entrecerrados por el sueño. ¡Vaya, se había
marchado, sin duda! Salí con esfuerzo de la cama, me puse el kimono de
seda que estaba colocado sobre el sillón y me acerqué al enorme ventanal
para disfrutar mejor de la vista. ¿Qué hora sería? ¿Las ocho, quizás más
tarde? No lo sabía. No llevaba reloj, así que me dirigí a mi mochila,
apoyada sobre una cómoda en la entrada, para recuperar mi móvil. ¡Sin
batería! Genial... Busqué con la mirada un enchufe y vi un pedazo de papel
escrito sobre la cómoda, con una letra muy rectilínea. ¡Sasha! Habría
reconocido su letra en un millón. ¡Era tan perfecta como él!
Liz:
Te he reservado la habitación en frente de la suite, tus cosas te esperan
allí. Está abierta, encontrarás la llave en la entrada. Acomódate.
Tengo una reunión privada esta mañana, pero te espero a las diez y
media en punto en la sala 108 del centro de congresos, a dos calles del
hotel.
Lleva tus notas del caso N. Ruppert.
Sobre todo, no llegues tarde.
S.
Me quedé con el papel en las manos, inmóvil, durante algunos segundos.
La cabeza me daba vueltas. Podía escuchar los latidos desbocados de mi
corazón en el pecho.
Bueno, en resumen:
1- Me echaba de la suite. Bueno, vale. Tenía una habitación enfrente, me
convenía tener cierta independencia... pero bueno, de todos modos, me
había echado. Habría preferido ser YO MISMA quien le hubiera dicho que
prefería una habitación para mí (pero no lo hubiera hecho, para ser
sincera).
2- Quería mis notas sobre el caso Ruppert... ¿Para qué? Era verdad que
había trabajado en ese caso durante los días antes de mi llegada a Hong
Kong, pero estaba muy, muy lejos aún de dominar todos su entresijos.
¿Qué era lo que quería de mí exactamente? Tenía muy presente que Sasha,
además de ser el hombre más extraordinario en la cama que jamás hubiera
conocido, ¡también se había convertido en mi jefe! No podía presentarme
sin el dossier... ¡Madre mía, qué estrés! Además, el caso en cuestión no era
moco de pavo precisamente: Nicolas Ruppert, un tejano que había hecho
fortuna con la agricultura, quería diversificar sus actividades y estaba muy
interesado en el mercado chino, sobre todo desde su matrimonio con una
chica de una familia de nuevos ricos de Hong Kong —veinticinco años
menor que él, por cierto. Ruppert había encargado a Goodman & Brown
que le encontraran algo en lo que invertir unos cuantos millones de dólares.
Si Goodman & Brown conseguía un buen negocio para Ruppert, tenían
asegurado que otros multimillonarios recurrirían al bufete de abogados de
Nueva York. La empresa apostaba fuerte con ese caso. Yo lo había
estudiado un poco, pero no pensaba que Sasha quisiera trabajar en él
durante ese viaje... No solo Goodman & Brown se jugaba mucho, yo
también. Mis notas, ¿dónde estaban mis notas? Tenía que actuar con
rapidez antes de la reunión...
3- ¿Puntualidad en la reunión? Pero, ¿qué hora era? Encendí el móvil,
que acababa de poner a cargar. Las nueve y media... ¡Uf! Y el centro de
congresos estaba a dos calles. ¿Dos calles? ¡Nunca antes había estado en
Hong Kong! Era una trampa, estaba segura. Lo hacía adrede para ponerme
a prueba, para asustarme, para llevarme al límite, como siempre, en todos
los niveles... No podía dejarme llevar por el pánico.
Abrí mi ordenador portátil y en dos o tres clics encontré el centro de
congresos en cuestión. Un vistazo al teléfono: las diez menos cuarto.
Agarré mi mochila, la llave y el móvil, me anudé fuerte el kimono, apoyé
el ordenador sobre una cadera y atravesé el pasillo como una loca. No tuve
tiempo de fijarme en cómo era “mi” habitación, mi maleta estaba allí,
esperándome. Cogí un traje de pantalón, una blusa y mis cosas, y me fui
pitando a la ducha.
En menos de lo que se tarda en decirlo, ¡ya estaba lista! Bueno, no es
que tuviera un aspecto espectacular, pero, después de todo, lo importante
era parecer profesional, ¿no? Me até la melena roja en un moño discreto.
Debía aparentar, al menos, mi edad (algo más tampoco me habría ido mal),
si quería que me tomaran en serio.
Cogí mi dossier del caso, mi ordenador y mi bolso y me dirigí hacia la
salida del lujoso hotel. Dos calles... En el mapa parecía cerca, así que pensé
que no había necesidad de complicarse la vida con un taxi que quizás no
comprendiera la dirección o mi acento francés, o peor aún, que me llevara
al lugar equivocado.
Segura de mí misma, en la medida de lo posible, dadas las
circunstancias, crucé la gran puerta de cristal que me abrió un portero y me
encontré en una calle bulliciosa y repleta de gente.
El interior del hotel estaba climatizado, por lo que no me había dado
cuenta de hasta qué punto hacía calor. Mi traje de chaqueta me pareció de
golpe absolutamente inapropiado. Lástima, ya no tenía tiempo para
cambiarme. Giré a la derecha, luego otra vez y la calle seguía, con su
recorrido serpenteante de asfalto, los coches tocando el claxon, los
peatones deambulando de un lado a otro... ¡Me había perdido! ¿No era la
segunda a la derecha? ¿Estaba tan lejos, al final? ¿Cuánto tiempo llevo
caminando? Saqué el móvil de mi bolso y miré la hora: ¡Las diez y cuarto!
¡Mierda! Diez y cuarto, diez y cuarto... ¿Pero dónde narices está ese
centro de congresos?
Le pregunté torpemente y tartamudeando a un viandante, pude entender
que me había equivocado de calle y el pánico casi me hizo desfallecer.
Estaba a punto de abandonar la búsqueda cuando, al girar la cabeza, lo vi:
un letrero que decía Congress se extendía con letras mayúsculas en una
fachada. ¡Menos mal que habían tenido la genial idea de ponerlo en inglés!
Entré como una bala en el vestíbulo, corriendo en todas las direcciones y
me encontré, no sé por qué infinita suerte del destino, frente a una puerta
con el número correcto: 108. Llamé y oí la voz seria de Sacha pidiéndome
que entrara. Empujé la puerta. Estaba solo, en lo que parecía una sala de
juntas muy lujosa, con una mesa ovalada de caoba que ocupaba una buena
parte de la habitación, rodeada de asientos de cuero verde. En la mesa,
había tazas y vasos sobre una bandeja de plata, además de muchos termos
que suponía que contendrían té y café. Recordé de pronto que no había
desayunado, lo que explicaba, en parte, el nudo que tenía en el estómago.
Sacha apenas alzó la mirada, pero aun así me saludó con una sonrisa —
como habría hecho con cualquier colaboradora, por otra parte. Creí
entender que tenía que sentarme a su lado. Así lo hice, y coloqué mis
dossiers y mi ordenador portátil sobre la mesa. Había sudado muchísimo,
ni siquiera me atrevía a pensar en el estado de mi moño ni en el rastro que
el sudor debía haber dejado en mi blusa.
Traté de adoptar la postura más profesional posible. Iba a preguntarle
qué información quería exactamente cuando me dijo, sin levantar siquiera
la vista de sus papeles:
—Tenemos una oportunidad... inesperada en el caso Ruppert, Liz. A
primera hora de la tarde nos reuniremos con un industrial, el Sr. Ong, que
vende una fábrica que pronto dejará de estar en funcionamiento, a dos
kilómetros de aquí. —Levantó la cabeza y me miró directamente a los ojos
—. Fui a ver el sitio en cuestión ayer y es una oportunidad de oro para
Ruppert. Por ahora, estamos en la fase inicial pero, si no reaccionamos con
celeridad, podríamos perder el negocio. Sé que también hay un inversor
inglés potencialmente interesado, así que tenemos que actuar con rapidez y
acierto. Hablé con Ruppert por teléfono esta mañana: nos da carta blanca
para negociar. Nuestro dossier debe ser sólido si queremos conseguir la
adjudicación.
Tomé notas a toda velocidad, para no omitir ningún detalle del caso. Me
iba de perlas porque precisamente había trabajado en un plan de
financiación para un proyecto similar, que podría servir de punto de
partida.
—¿Liz?
—¿Sí? —Alcé la cabeza.
—¿Dominas el tema, entonces? —me preguntó, con una expresión
medio en serio, medio en broma.
—Sí, sí. Ya había trabajado en un plan de financiación ficticio que
podría ser un buen punto de partida. Necesito que me des las cifras reales
de la planta industrial para...
—Hm... Sabía que serías una asistente excepcional —me interrumpió—.
Definitivamente, tienes muchos... um... talentos diferentes... ¡Dominas
muchos temas! —añadió, subrayando cada palabra con un tono rebosante
de insinuaciones.
Se levantó y se acercó a mí, colocándose a mi espalda para leer mis
notas. Estaba tan cerca que podía oler su perfume embriagador. Carraspeé
y seguí tomando notas, haciendo como si nada. Él se acercó un poco más.
Tuve que esforzarme para mantener la compostura y la concentración. Su
presencia siempre ejercía un efecto devastador en mí, así que no pude
evitar el ligero temblor que sacudió mi bolígrafo. Obviamente, él se dio
cuenta y, sin duda satisfecho y complacido, volvió a su asiento, se sentó y
descolgó el teléfono que tenía enfrente.
—Voy a pedirte un zumo de naranja bien frío, ¡tienes pinta de haber
pasado mucho calor!
Las siguientes horas transcurrieron a una velocidad increíble.
Elaboramos un dossier muy completo y preciso. Llamé varias veces al
asistente personal de Ruppert para obtener nueva información y Sacha, por
su parte, tomó la iniciativa y contactó con las autoridades de Hong Kong
para averiguar todas las formalidades administrativas que necesitaríamos
cumplir para poder transformar aquella planta industrial en un complejo
inmobiliario. No dejamos nada al azar. Estaba totalmente inmersa en el
proyecto, emocionada y muy orgullosa de participar en un reto de tal
envergadura. Incluso aunque el negocio no llegara a buen puerto, una cosa
era segura: en unas horas, había multiplicado mi confianza en mi
capacidad profesional de una manera increíble. No cabía duda, el
extraordinario encuentro con Sacha Goodman había dado un giro radical a
mi vida... y tan solo en cuestión de semanas.
Para el almuerzo, Sacha pidió unos sándwiches. A primera hora de la
tarde, teníamos un dossier que ofrecerle al Sr. Ong muy bien elaborado,
argumentado y, sobre todo, detallado con un montón de cifras.
Durante la reunión con el cliente, Sacha me presentó como su asistente
personal —lo cual me hizo sentirme halagada, aunque yo no había pedido
ese puesto— y me pidió que interviniera para aclarar algunas cifras en dos
o tres ocasiones . Dirigió las negociaciones con un talento que le hizo a mis
ojos más admirable incluso. Yo ya estaba completamente bajo el hechizo
de su físico y su personalidad, pero en ese momento estaba también
obnubilada por su faceta de abogado de negocios. ¿Había algo en la vida
que no hiciera bien, que no dominara?, me preguntaba.
El Sr. Ong salió de la reunión con una expresión impasible. No podría
decir si le habían convencido nuestros argumentos o no —yo, en su lugar,
le habría dicho inmediatamente que sí a Sacha— pero, independientemente
del resultado, no había nada que reprocharnos, al menos desde mi punto de
vista. Sacha también parecía muy satisfecho. Yo me sentía como si
estuviera flotando en una especie de estado cercano a la euforia,
probablemente causado también por la fatiga.
—Bueno, señorita asistente —dijo Sacha, con una mirada perversa
mientras se giraba hacia mí, una vez el Sr. Ong se hubo despedido—, creo
que hemos hecho suficiente por hoy. No es muy reglamentario beber con
una subordinada; aunque tampoco lo es acostarse con ella, dicho sea de
paso… Pero vamos a relajarnos con una copita de champán. Recoge tus
cosas, volvemos al hotel.
Eché un vistazo al teléfono y comprobé que solo eran las cinco,
¡demasiado temprano para beber champán! Pero me guardé mucho de decir
ni una palabra, Sasha parecía de un humor particularmente alegre y no
tenía la más mínima intención de contrariarle.
Tomamos un taxi para dirigirnos al hotel. Estaba tan solo a dos calles
pero, claro, ¡uno de los abogados más importantes de Nueva York no iba a
volver a pie!
Una vez instalados en el confortable y acogedor bar del hotel, tomé
conciencia del nivel de mi agotamiento: me sentía desfallecida, estaba
exhausta. Sasha pidió dos copas de champán bien frío y deshizo el nudo de
su corbata, sin apartar sus pupilas de color jade de mí. Las bebidas llegaron
enseguida, con sus finas burbujas revoloteando en la copa de cristal. Me
desnudó concienzudamente con la mirada, sin reparos, deteniéndose en
cada detalle de mi anatomía. Después, alzó su copa en mi dirección.
—Si Ruppert firma con Ong, darling, voy a hacerte gozar hasta que
pierdas el sentido…
Me atraganté con un sorbo de champán. ¿Me había llamado darling, o
sea, cariño? Tosí para recuperar el aliento.
—No hay manera, me he quedado sin aliento —le dije, dándome
golpecitos en el pecho—. ¡Pero no te enfades si al final no firman!
Se echó a reír. Su risa era clara y directa. Pocas veces le había sentido
tan cerca, tan accesible...
—Has hecho un muy buen trabajo con este caso, Liz. Afirmaría incluso
que me has impresionado. Y eso no es algo que diga a menudo…
Me sonrojé, los cumplidos siempre me hacían sentir muy incómoda. Le
veía tan cercano que pensé que quizás era un buen momento para abordar
temas más serios. Sobre todo el que más me hacía sufrir y llorar cuando
estaba sola: su relación con las mujeres.
—Yo... eh... eh... tú... tú...
—¿Sí, Liz? ¿Yo? ¿Tú?
No: me eché atrás. Al diablo con Natalia, Allisson y todas las demás.
¡No iba a estropear ese momento!
—¡Estoy encantada de trabajar contigo! —le solté de golpe, para
disimular mi incomodidad, y me acabé la copa de un trago.
—¡Tanto mejor! —respondió, un poco desconcertado—. ¡Y eso no es
todo! Tenemos una cena de gala esta noche. Todas las principales firmas
de abogados del mundo se reúnen en este tipo de eventos sociales. Quiero
que estés perfecta. Encontrarás un vestido adecuado en tu habitación. Por
cierto, ¿te gusta tu habitación? —me preguntó, mirándome por encima de
su copa.
—Sí, mucho. Gracias por reservarme una habitación, me encanta poder
estar a solas —le dije, lanzando el anzuelo para ver su reacción, con una
actitud seria.
—¡Perfecto, entonces! —Fui incapaz de adivinar si estaba decepcionado
o no con mi reacción. Misterio—. No hace falta que diga que estás
bienvenida a mi suite siempre que lo desees...
Se había acercado a mí por debajo de la pequeña mesa y su boca casi
rozaba la mía.
Pasé el dedo por todo el borde de la copa, después me humedeció los
labios y añadí:
—Tú también, por supuesto. Pero prefiero que se me avise antes de
recibir visitas de cortesía...
Mis sienes palpitaban, ese juego se estaba poniendo interesante, pero de
repente él se apartó, miró el reloj y me dijo que me diera prisa, ¡que
teníamos que irnos a la gala en media hora!
La gala se celebraba en una magnífica sala, en el último piso de uno de
los edificios más altos de Hong Kong. Llegué del brazo de Sacha, con un
sublime vestido ceñido de color azul medianoche, cubierto de pliegues y
bordados con pedrería transparente. Mi melena pelirroja caía en una
cascada ondulada sobre los hombros. Me había maquillado un poco más de
lo habitual. Por primera vez, me veía espectacularmente hermosa. Sasha
llevaba un esmoquin, estaba divino. En el coche que nos había conducido
hasta la gala, la tensión sexual era palpable. Le faltó poco, me pareció, para
saltarme encima en el asiento trasero. Después de nuestra tarde juntos, la
noche parecía venir cargada de placeres carnales.
La velada reunía, en efecto, a la flor y nata del mundo de los negocios.
Los despachos más importantes del planeta trababan amistades en una
especie de tregua por las circunstancias, ya que la mayoría de ellos se
enfrentaban ferozmente a diario para hacerse con el mayor pedazo del
pastel de los negocios y las finanzas mundiales.
Unos minutos después de nuestra llegada, Sacha fue abordado por unos
magnates financieros y yo me dirigí desenvuelta al buffet, donde reconocí
a dos empleados de Goodman & Brown con los que había trabajado en
Nueva York: Helen, una guapa rubia, y David, un chico bajito con ojos
risueños. Ya habíamos tenido tratos en la sede del despacho, así que me
sentí aliviada y feliz de que estuvieran allí.
—Ah, Elizabeth, ¡qué placer verte aquí —dijo Helen, dándome un
abrazo—. Felicidades, nos hemos enterado de tu incorporación a Goodman
& Brown. Te lo mereces. ¡Les deslumbraste en Francia!
David me dio un beso y exclamó un alegre: ¡Opino exactamente lo
mismo que Helen! Tomamos una copa y brindamos por mi nuevo trabajo.
Helen me preguntó sobre Sacha, quería saber acerca de mi estado de ánimo
y mi relación con el jefe. Tenía la reputación de ser exigente e implacable
con sus asistentes. Permanecí evasiva, no era cuestión de revelar la
verdadera naturaleza de mi relación con Sacha. Al cabo de dos copas,
estaba totalmente relajada y nos reíamos de todo y de nada. Un hombre
alto y rubio se unió a nosotros y Helen me lo presentó: se trataba de
Ludwig, un abogado de Berlín al que ya había conocido “bien” en un
seminario anterior. Ludwig se puso a ligar conmigo sin prestar atención a
los demás, con un piropo tras otro e indirectas con doble sentido. Era muy
lanzado, pero yo mantenía las distancias. Entonces, la orquesta empezó a
tocar para inaugurar el baile. Ludwig quería llevarme a la pista, pero
decliné su invitación educadamente. Debían haber pasado unos veinte
minutos o media hora y no había vuelto a ver a Sacha. Le busqué con la
mirada a mi alrededor y de pronto le vi, riéndose a carcajadas, con un
brazo rodeando la cintura de una escultural morena: ¡Natalia! No pude
evitar exclamar su nombre en voz alta, de lo cual Helen se dio cuenta de
inmediato.
—Sí, Natalia ha venido, figúrate, cómo no, para un congreso tan
importante... Hacen una pareja encantadora, ¿verdad?
—¿Una pareja? —pregunté, patidifusa.
—¡Sí! Bueno, ya no están juntos, creo... Una lástima, porque estaban
hechos el uno para el otro, ¿no te parece?
—Oh... Eh... Sí, sí, sí, tienes razón... —le respondí, pero Helen ya había
dado la vuelta y avanzaba hacia la pista de baile con David.
¿Juntos? ¿Pareja? Y yo preocupándome por aquella prometida... ¡Qué
idiota! La realidad era mucho peor: el lobo estaba en el redil.
No podía quitar los ojos de la “parejita”. La orquesta continuó con una
balada lenta y vi cómo Natalia conducía a Sacha a la pista. Un cuchillo en
la espalda o en el vientre, donde fuera, no me habría dolido tanto.
Una enorme ola de tristeza e ira me invadió. Él le hablaba al oído,
estaban todo lo cerca el uno del otro como era posible, parecía que él
quisiera abalanzarse sobre ella en medio de la pista. Mi orgullo se apoderó
de mí y busqué a Ludwig para proponerle un baile, con mi mejor sonrisa y
una seductora mirada. No me hizo preguntas, simplemente colocó sus dos
manos sobre mi cintura en señal de aceptación. La balada resultó de todo
menos agradable: quería gritar, no dejaba de lanzar miradas a derecha e
izquierda para seguir a Sacha y Natalia, que continuaban pegados el uno al
otro, y Ludwig cada vez tomaba más la iniciativa. Parecía que la canción
no se acababa jamás y yo sufría enormemente por ver a Sacha con otra y
por tener que soportar a Ludwig, cuyas manos estaban casi a la altura de mi
culo. Iba a pedirle que se detuviera cuando mi mirada se cruzó con la de
Sacha. Parecía querer lanzarme rayos con los ojos, que sin duda me habrían
traspasado de haber sido reales. Me asusté, volví la cabeza con rapidez…
¡y Ludwig aprovechó para besarme! Ni siquiera me dio tiempo a
deshacerme de él y Sasha ya estaba a dos centímetros de mí, pidiéndome
que saliera de la sala. Todo el mundo nos miraba y me quedé petrificada,
pero reuní las últimas fuerzas que me quedaban para intentar salir de la
manera más digna posible, con Sacha pegado a mis talones.
Afortunadamente, le salió al paso un hombre que le detuvo, lo que me dio
tiempo a llegar a los ascensores. Me lancé impetuosamente hacia el
interior de uno, pulsé como una loca el botón y recé para que la puerta se
cerrara. Quería escapar. Lejos. No enfrentarme a él. Todo me daba vueltas
y ahogué un sollozo. Me sentía tan vacía, tan poco querida, tan infeliz. Su
actitud. Mi actitud. Lo único que sentía era asco y decepción.
Salí al vestíbulo, que estaba desierto, y me dirigí a la puerta de entrada,
tan solo a unos pasos; pero una mano me cogió con fuerza del brazo y tiró
de mí hacia atrás.
Estaba fuera de sí, su labio inferior temblaba.
—¿A dónde vas? ¿Crees que te puedes escapar tan fácilmente?
—¡Déjame! —le grité— y sigue retozando con Natalia... Con la que
supuestamente solo estuviste una o dos veces, ¿no? Ya, seguro, ¡ja!
—¡Por supuesto que no te dejo! —Me agarró con más fuerza—. Vas a
tener que explicarte, no tolero este tipo de comportamiento, ¿entiendes? —
No gritaba, pero su voz era tan fuerte que cortaba el aire—. Nadie, óyeme
bien, Elizabeth, nadie me engañará de nuevo, ni tú ni otra...
Tenía el rostro contraído por la ira.
—Ah, claro, el señor no está acostumbrado a que no se cumplan todos
sus deseos, ¿no? —le respondí, arrogante—. Siempre has tenido todo lo
que querías, estás tan habituado a que la gente se arrastre a tus pies... El
muchachito privilegiado, de una familia privilegiada, eh, hay que satisfacer
todos sus caprichos...
—No hables de lo que no conoces, Elizabeth. —Sus ojos soltaban
chispas cada vez más intensas—. Te crees que nadie ha sufrido tanto como
tú, pero no sabes nada de mi vida...
—Bueno, pues sé lo suficiente como para saber que eres.... eres... un...
un... ¡cabrón!
La palabra me salió sola, contra mi voluntad, llevada únicamente por la
rabia sorda e irracional que me permitía hacerle frente. Me arrepentí
inmediatamente. Me soltó y pensé que me iba a dar una bofetada.
—¿Quieres... quieres pegarme? —exclamé casi sin aliento, dando un
paso atrás.
Pareció calmarse de golpe. Dijo, más suavemente:
—Aunque quisiera hacerlo porque te lo mereces, no podría pegarte. Ni a
ti ni a nadie. Y contrariamente a lo que quizá pienses, la vida no siempre
ha sido amable conmigo.
Me puse a llorar amargamente.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que no he tenido una infancia dorada, eso es todo, no
necesitas saber nada más. —Me secó una lágrima que me corría por la
mejilla—. Pero eso no cambia el resto.
—Sí, lo cambia todo —contesté en un grito ahogado—. Si sabes lo que
es sufrir, ¿por qué eres así conmigo, eh? ¿Por qué me mentiste acerca de
Natalia? ¿Por qué no me hablaste de Allisson? ¿Por qué, por qué es todo
tan complicado contigo?
—Lo de Natalia se acabó, ¿qué diferencia hace lo que dijera? Pero es
una amiga, una amiga muy querida. De Allisson no tengo ganas de hablar...
Y no hacía falta que hurgaras para conocer mi pasado.
—¡No me queda otra! No me cuentas nada y tengo que leer entre líneas,
y el código para descifrarte es muy complicado.
Prácticamente, ya no había rastro de ira en sus ojos. Su mirada era casi
tierna, e incluso me dio un pañuelo.
–No hay ningún código, Liz, es solo que mi historia no es muy alegre.
Por decirte algo, es para ponerse a llorar... Así que, ¿para qué remover el
pasado? Tú estás aquí, yo estoy aquí y ya está. Eres tú la que lo complica
todo.
—Es que tú me das, una y otra vez, la impresión de que solo soy una
más —me atreví a responder—. Yo... yo... solo te valgo para el sexo, eso es
todo... —Contuve el aliento, esperando su respuesta, que me sentó como un
jarro de agua fría.
—No, Liz, pero no me pidas más de lo que puedo dar...
En ese momento empezó a sonar mi móvil, en mi bolso.
¿A estas horas? No puede ser algo de trabajo, pensé.
Saqué el teléfono y miré la pantalla, ¡era de París! Descolgué y escuché
a mi interlocutor, incapaz de decir ni una palabra. Solo conseguí
pronunciar un Gracias por avisarme y colgué, aturdida.
—Era del hospital —le dije a Sasha, que me miraba con ojos
interrogantes—. Maddie ha enfermado y está en cuidados intensivos.

Y me dejé caer en sus brazos, temblando por el llanto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ir a todos los Libros