3. De vuelta en París
Dada la situación, Sacha se portó genial conmigo. Entre él, el
nuevo
trabajo y lo de Maddie, me sentía al borde del precipicio. No conseguía
ordenar mis pensamientos, ni saber cómo actuar. Me dijo de
inmediato que
él se ocuparía de todo, que podía volver a París al día siguiente.
No fui consciente de las llamadas que realizó, ni de que pidió un
taxi y
volvimos al hotel. Me veía superada por la sucesión de
acontecimientos,
por el estrés. ¿Y si Maddie moría? Perdería a la única “madre” que
me
quedaba en el mundo.
Sasha y yo pasamos la noche juntos en su suite, en los brazos del
otro. Me
acarició el pelo durante horas, mientras yo me acurrucaba en el
hueco de su
hombro. Al principio no hablábamos, él se limitaba a susurrarme
palabras
tranquilizadoras: que él se ocuparía de todo, que todo iría
bien... pero mi
angustia aumentaba y las lágrimas volvían a resbalar por mis
mejillas. No
podía soportar la idea de perder a Maddie: ella era mi único
apoyo, mi
única referencia femenina. Era cierto que todavía tenía a mi
padre, pero sus
reservas hacían que nuestra relación fuera bastante complicada y
distante.
Siempre había sido un hombre muy pudoroso, pero antes, por encima
de
todo, teníamos a mi madre entre nosotros. Nunca había sabido cómo
lidiar
con la situación, cómo manejar su pérdida brutal. En su casa, en
su familia,
ese tipo de cosas no ocurrían. Cada uno llevaba su cruz, rezaba,
iba a la
iglesia, se confesaba... pero no se renegaba de la vida. De hecho,
la muerte
de mi madre era todavía, siete años después, un tabú para él.
Jamás hablaba
de ello. Yo nunca había tenido una relación cercana con el resto
de mi
familia, a excepción de Maddie, por supuesto, y esa historia había
terminado por hacerme perder del todo unos lazos que nunca habían
sido
demasiado firmes.
—Llora, llora —me dijo Sacha—, te sentirás mejor si te
desahogas...
Entre sollozos, le susurré:
—No quiero perderla, ¿entiendes?, no puedo perderla... No, a ella
no. Ya
he perdido demasiado con mi madre...
—¿Cuánto tiempo hace de eso?
—¿De qué?
—De la muerte de tu madre.
—Yo tenía quince años .
—Y... ¿Cómo murió? No te sientas obligada a responder, Liz.
—No, no tengo ningún problema en hablar de ello, no me avergüenza
como a mi padre. Se suicidó.
—¿Se suicidó? —repitió lentamente Sacha.
—Entiendo que te parezca perturbador. Y fui yo quien la encontró,
se
había ahorcado en la sala de estar mientras yo hacía los deberes
en el piso
de arriba —añadí, con un tono monótono.
Volví la cabeza hacia él, parecía un poco trastornado.
—Liz, yo... No tengo palabras. Pobrecita mía, es terrible... —Me
cogió
la cara y me besó tiernamente—. Pero... ¿dio alguna explicación?
—No, en realidad no. Ella siempre estaba deprimida, era muy
frágil.
Alternaba períodos en los que parecía que estaba bien con períodos
en los
que se hundía en un profundo abatimiento. Era artista, ya sabes:
pintaba,
esculpía… Era hermosa y muy dulce, pero también se sentía
torturada...
Quiero decir, por dentro.
—¿Se lo reprochas? —preguntó Sasha, pasándome un rizo por detrás
de
la oreja.
—¿Que se suicidara? No. Aunque la echo de menos terriblemente,
cada
día que pasa, no estoy enfadada. Este mundo no fue hecho para
ella, eso es
todo. Tampoco me he sentido nunca culpable. En cambio, mi padre no
puede decir lo mismo.
—Eres muy fuerte, Liz. Debías quererla muchísimo, ¿no?
—Sí —respondí con un suspiro, y las lágrimas aumentaron—. Y...
y...
¿tú?
—¿Yo?
—Sí, tú. Dijiste que no habías tenido una infancia dorada. Ya que
estamos en un momento de confidencias...
—Me temo, Liz, que no tengo, a diferencia de ti, la capacidad para
abrirme así. Mi infancia no tiene ningún interés, de hecho. Lo que
importa
es que estoy aquí ahora, no dónde estuve antes ni qué viví con los
desgraciados que han marcado mi vida, ¿no?
Me volví y puse mi cabeza sobre su pecho. Los dos estábamos
todavía
vestidos con nuestros elegantes trajes de gala, lo cual aportaba a
la escena
un toque cómico.
—Sí, sí que tiene interés. Me permitiría entender mejor lo que
está
ocurriendo. —Le daba golpecitos con el dedo en el pecho.
—No hay mucho que decir, Liz, de verdad —me dijo en una voz muy
baja, dubitativa. Sentí que estaba a punto de lanzarse, de
liberarse por fin.
¿Qué escondía que fuera tan horrible…? De repente, pareció cambiar
de
opinión—. Es solo una historia sórdida, de una mujer abandonada,
embarazada, que se casa con un miserable que nunca podrá soportar
la
visión de ese niño que no es suyo y que se lo hará pagar caro, muy
caro...
—¿Ese niño eras tú?
—Sí.
—Pero, entonces, Jesse Goodman, el financiero… ¡No es tu verdadero
padre! Pensé que habías logrado montar tu despacho gracias a él.
—¡Pues bien, te habías equivocado! Aunque hubiera querido su
ayuda,
me la habría negado. Estaba demasiado ocupado forjando una fortuna
para
su hijo legítimo.
Su tono se había vuelto más duro, obviamente la mención de su
padrastro le ponía en un estado de furia que no podía contener. Él
respiró
hondo:
—En fin, todo eso ya no importa. Hoy ya no puede hacer nada contra
mí. Si se atreve a intentarlo, le devolveré uno por uno todos sus
golpes…
—¿Quieres decir que te pegaba? ¿Cuando eras niño? —Me parecía
terrible que todavía existieran esas prácticas, además en la alta
sociedad—.
No sabía que tenías un hermano.
—Un hermanastro —me corrigió inmediatamente—. Y si realmente
quieres saberlo todo, me pegaba, ¡sí! Si es que esa palabra es lo
suficientemente fuerte para describir todo lo que ese desgraciado
me hizo
soportar… Si hubiera podido borrarme del mapa, lo habría hecho.
Pero no
lo consiguió. ¡Y aquí estoy! Basta Liz, yo no quería hablar de
eso...
—Lo entiendo, Sasha. También entiendo por qué reaccionaste así
antes,
cuando pensé que me ibas a dar una bofetada... Lo siento mucho.
—No lo sientas, Liz. No puedo soportar la pena, ¿vale? Ya no soy
un
niño que no podía defenderse, no soportaría ver eso en tus ojos...
—Y... ¿Y tu padre? Quiero decir, ¿tu verdadero padre?
—Ja, ja. —Su risa me heló la sangre—. ¡No es mejor que el otro!
Abandonó a mi madre embarazada el día en que iban a casarse. ¿Y a
que no
adivinas por quién? ¡Por la hermana de mi madre! Sí, mi tía. Ya
ves qué
familia, ¿no? No nos cubrimos de gloria precisamente, ¿eh?
Qué coraza había tenido que construirse para negar hasta ese punto
que
sus heridas aún estaban abiertas... Pero no añadí nada, no quise
compartir
con él mis dudas acerca de su capacidad para gestionar su dolor;
estaba
claro que ya le había resultado un enorme esfuerzo confesarme una
parte
de su pasado. Él quería ser siempre el más fuerte, pero yo me
preguntaba
si, en el fondo, era realmente tan fuerte como aparentaba.
Aunque me moría de ganas de saber más, de conocer los detalles, de
excavar más en su vida, me contuve. Sentí que se exasperaría si le
pedía
más fragmentos de su historia. Además, ya había pasado a otra
cosa, y
estaba recordándome que tenía mi vuelo a París a última hora de la
mañana
y que podía quedarme todo el tiempo que hiciera falta en Francia.
Como ocurre a veces, las desgracias unen y permiten correr un
tupido
velo sobre los problemas. Ese fue el caso con Sacha. No volvimos a
hablar
de nuestra acalorada discusión, aunque tanto el uno como el otro
sabíamos
que no habíamos terminado de “ajustar las cuentas”... Yo sabía un
poco
más acerca de él, pero seguía habiendo muchas sombras. ¿Por qué
parecía
tan despechado con su hermano, es decir, su hermanastro? ¿Qué
papel
había tenido su madre en todo ello? Seguía siendo un hombre muy
evasivo,
muy misterioso. Y tampoco tenía seguro qué lugar ocupaba yo para
él. No
me pidas más de lo que puedo dar, habían sido sus palabras; en absoluto
tranquilizadoras. Al mismo tiempo, ¿podía reprocharle que no me
diera
más? Solo nos conocíamos desde hacía unas pocas semanas. Yo ni
siquiera
le había confesado nunca mis sentimientos. ¿Mis sentimientos?
Pero, ¿qué
sentimientos? Realmente, nunca había reflexionado sobre la
cuestión, para
ser sincera. Todo iba tan rápido... Y tenía miedo, la verdad.
Miedo a
perderme, miedo a perderle, miedo a sufrir...
Nos dormimos completamente vestidos y a la mañana siguiente,
después de una ducha exprés, hicimos el amor. No fue sexo sin más:
fue
diferente, con la sensación, al menos por mi parte, de que se
había creado
una unión personal de la que había nacido algo nuevo.
Sacha me acompañó al aeropuerto y subí al avión con un nudo en la
boca del estómago. Me horrorizaba la idea de que mi vida pudiera
volver a
tambalearse hacia el lado equivocado, que Maddie pudiera
abandonarme,
que Sacha pudiera desaparecer de mi vida.
En cuanto llegué a París, me fui directamente a urgencias, sin
pasar
siquiera por el apartamento a dejar mi equipaje. Las últimas
noticias, que
recibí al bajar del avión, parecían prometer cierta mejoría.
Maddie había
tenido un derrame cerebral y estaba en coma, pero los signos
clínicos
tendían a mostrar que podía despertarse en las próximas horas. Por
nada
del mundo quería que se despertara sola en una habitación de
hospital.
Me quedé todo el día y la noche siguiente al costado de su cama.
Ya no
estaba en cuidados intensivos, por lo que me podía quedar a su
lado todo el
tiempo que quisiera. Le leí en voz alta, le hablé, le canté... A
ratos, también
dormía un poco. Fue al abrir los ojos tras una breve siesta cuando
me di
cuenta de que me estaba mirando, sonriendo.
—Lisa, cariño, cómo me alegro de verte...
Su voz era muy distinta, con un tono marcado por una gran fatiga,
pero
era Maddie, mi Maddie. Había temido tanto las secuelas, durante
esa
interminable espera, que el mero hecho de que me hablara y me
reconociera me procuró un inmenso alivio.
—Maddie, tenía tanto miedo...
—La vida sería menos divertida sin sorpresas, ¿no? —dijo,
sonriendo—.
¿Qué me ha pasado?
—¡Te pusiste enferma en la ópera! Te trajeron inmediatamente aquí
y
entraste en coma. Los médicos me hablaron de un derrame cerebral.
—Ah, sí, ya recuerdo... La diva cantaba fatal, ¡debe ser por eso
por lo
que acabé aquí!
No pude contenerme y me reí a carcajadas. Maddie, incluso acostada
en
una cama de hospital, ¡era la misma de siempre!
Me quedé tranquila por el despertar de Maddie y los últimos
resultados de
las pruebas, y los médicos me recomendaron que fuera a descansar
un
poco. Volví en metro al apartamento de Maddie, mi apartamento
parisino
antes del inicio de esa aventura.
¡Dios mío! ¿Cuánto tiempo hace que no cojo
el metro? Mi vida ha
cambiado tan drásticamente en tan solo unas
semanas... Esa chica
desaliñada que iba a la universidad en
bici, ¿era realmente yo?
Últimamente, me movía en un coche con chófer, o peor aún, ¡en
taxi!
Mi vida de estudiante en París me parecía del siglo pasado, por lo
menos...
Y, sin embargo, era la misma en apariencia, salvo algunos detalles
de la
ropa. Pero en el fondo, sentía que había cambiado profundamente, y
no
solo porque Sacha me había hecho descubrir un mundo de lujo y
resplandor. También me daba la sensación de que había envejecido
diez
años, pero no en el sentido negativo de la palabra, sino que había
madurado, sí, madurado, sin duda. Me sentía más mujer, más segura
de mí
misma. Y eso, lo sabía, era gracias a mi relación con Sasha, a
pesar de que
me desconcertara, de que no supiera qué camino seguir, de que
siempre
estuviera al borde del abismo con él.
Al entrar en el apartamento, comprobé ese bienestar especial que
solo se
siente cuando se regresa a casa. Aquel lugar era mi hogar. Solo
quería
sentarme en un sillón del salón, servirme una copa de vino y poner
El
cascanueces , como tan a menudo hacía con Maddie. Pero, sobre todo,
necesitaba una buena ducha. Mis planes no llegaron a
materializarse
porque cuando salí de la ducha, me sentía tan cansada que me fui
directamente a la cama, sin beber una copa de vino ni escuchar El
cascanueces.
Al día siguiente, me desperté descansada y me fui corriendo al
hospital.
¡Maddie estaba en plena forma! Le había pedido una radio y un
periódico a
las enfermeras, creyéndose tal vez en un hotel, y había criticado
duramente
el desayuno, que le había parecido de mala calidad... ¡Sin duda,
Maddie
estaba mucho mejor!
—El servicio en este hospital es horrible, querida —me saludó,
dándome un beso—. ¡Espero poder salir pronto!
—Maddie, por favor —le dije con una mirada severa—, no empieces,
¿eh? Vas a hacer caso a los médicos y a esperar tranquila a que te
den el
alta. Lo que te ha pasado no es ninguna tontería, debes estar
agotada...
—¡Y no soy la única! Estás muy pálida, cariño, y me parece que has
perdido peso, ¿verdad? ¿Todo bien en Nueva York?
—Oh, sí... sí... Pero, en realidad, no estaba en Nueva York sino
en Hong
Kong cuando me enteré de tu accidente. ¡El jet lag es la causa de
estas
ojeras!
—Sí, claro que sí, cariño. ¿No te hará trabajar demasiado tu
abogado, al
menos, espero?
—No te preocupes, todo está bien.
—¡Tienes que cuidarte, Lisa! ¿Eh? ¡Y no estoy hablando solo de
trabajo!
Pasé todo el día con Maddie. Los médicos eran optimistas y
preveían su
alta para el fin de semana. Quedaban tres días. Decidí que
regresaría a
Nueva York cuando Maddie volviera a casa. Mientras tanto, cuidaría
de
ella y aprovecharía mi estancia en París para ver a mis amigos.
Había
hablado varias veces con Sasha por teléfono y nos había escrito
algunos emails,
sobre todo profesionales. Bueno, ¡tampoco me esperaba que me
enviara mensajes cargados de amor!
Expulsé a Sacha de mi mente y decidí llamar a Jess. Había estado
en
contacto con ella desde mi llegada a París y nos habíamos
prometido
vernos, por supuesto. Quedé con ella esa misma tarde en el Barrio
Latino.
Cuando nos vimos, corrimos a abrazarnos. No coincidíamos desde mi
penosa escapada a casa de su tía en Nueva York, teníamos un millón
de
cosas que contarnos. Nos tomamos una copa, luego dos, y después
nos
fuimos a cenar a un pequeño restaurante de la zona. Jess estaba
radiante,
acababa de conseguir un trabajo en el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos y preparaba su mudanza a Estrasburgo. Para dos novatas en
nuestro oficio, ¡no se podía decir que no nos hubiera ido bien!
Nos
despedimos prometiéndonos que nos volveríamos a ver muy pronto,
aunque las dos sabíamos que eso sería un poco complicado.
Cogí un taxi para volver a casa y, al llegar, me dejé caer sobre
la cama.
Miré el móvil: era la una de la madrugada, había perdido
completamente la
noción del tiempo. Y, ¡mierda, tenía cinco llamadas perdidas de
Sacha! Mi
teléfono debía haberse quedado sin cobertura en el restaurante.
También
tenía un mensaje. Lo escuché un poco preocupada... ¡Efectivamente,
estaba
enfadado! Que si por qué no respondía al móvil, que si yo sabía
que él
quería poder contactar conmigo en todo momento, que si dónde
estaba a
esas horas…¿Desde
cuándo tenía que rendirle cuentas?.
En definitiva, un
interrogatorio en toda regla. Casi podría haberme alegrado de sus
celos si
no fuera porque, en los últimos segundos del mensaje, reconocí una
voz…
¡La de Natalia, preguntándole por qué se enfadaba con un
contestador
automático!
Me quedé helada. No iba a llamarle a esas horas, además, no estaba
segura de poder controlar mis emociones por teléfono. Abrí mi
cuenta de
e-mail y le escribí.
De: Élisabeth Lanvin
A: Sacha Goodman
Querido Sacha:
Acabo de volver a casa. Tendrás que disculparme por no estar a tu
disposición, estaba cenando con un amigo de la facultad. Un amigo
muy
querido, ya me entiendes. ¿Qué tal está Natalia?
Élisabeth
Hice clic en “Enviar” y esperé la respuesta de Sasha temblando. Me
estaba aventurando en un terreno muy resbaladizo, lo sabía.
La respuesta no se hizo esperar.
De: Sacha Goodman
A: Élisabeth Lanvin
Élisabeth Lanvin:
Natalia está trabajando conmigo... y con otros dos colaboradores.
¿Sabes
lo que significa la diferencia horaria?
S.
La diferencia horaria... ¡Menuda idiota! Los celos me había
cegado, ¡allí
no era de noche!
De: Élisabeth Lanvin
A: Sacha Goodman
Perdona que me fíe de las apariencias pero, teniendo en cuenta el
comportamiento que adoptas, hay motivos para perder la confianza.
De: Sacha Goodman
A: Élisabeth Lanvin
¿De qué comportamiento hablas? ¿El de alguien que besa a un alemán
en el medio de una pista de baile o el de alguien que aprovecha la
primera oportunidad para ir a cenar con un antiguo amante?
De: Élisabeth Lanvin
A: Sacha Goodman
De acuerdo, las apariencias están en mi contra, pero nunca he
besado a
Ludwig. Fue él quien se aprovechó cuando giré la cabeza... Te
ruego que
me creas, fue un accidente. Y esta noche en realidad cené con
Jess, pero
te mentí porque estaba molesta por haber escuchado a Natalia en el
mensaje...
Desde cualquier punto de vista, estaba siendo patética. Esperé
diez
minutos ante la pantalla, sin respuesta. Bueno, lo había
conseguido todo y
quizás había perdido a Sacha por culpa de mis estúpidos celos, de
esa falta
de confianza que me paralizaba por completo, del miedo permanente
a ser
abandonada. Cerré el ordenador decepcionada y apenas pegué ojo en
toda
la noche.
Al día siguiente, fui a hacer la compra después de ir al hospital
y volví a
casa con la firme intención de tratar de poner las cosas en claro
por
teléfono. Había estado reflexionando sobre ello todo el día y
había
decidido que no iba a dejar que nuestra historia se estropeara
así.
Giré la llave en la cerradura... ¡La puerta estaba abierta! Entré
poco a
poco, caminando pegada a la pared y cogí un paraguas en la
entrada,
pensando en defenderme si me encontraba con un ladrón. El corazón
me
latía a mil por hora cuando avancé en el salón.
Dejé caer el paraguas al suelo: Sacha estaba sentado en el sillón
favorito
de Maddie.
No me dio tiempo a preguntarle qué estaba haciendo allí, empezó a
soltar de golpe su discurso.
—Antes que nada, vamos a poner las cosas claras: primero, Natalia
es
una amiga muy querida, tenemos vínculos muy fuertes, que ni
siquiera
podrías comprender... Así que sí, forma parte de mi vida, te guste
o no. Y
segundo, mientras mantengas conmigo una relación de carácter
privado, te
comprometes a no ver a ningún otro hombre, ¿queda claro? Si
aceptas esos
dos puntos, podemos seguir adelante y olvidar tu conducta...
¿Aceptar? ¿Mi conducta? Me quedé pasmada por tanta arrogancia.
—¿Puedes explicarme cómo has entrado en mi casa?
Mi pregunta pareció desarmarle.
—Fui al hospital y tu tía me dio las llaves, pero no cambies de
tema, por
favor.
—No, al contrario, ese es precisamente el tema, creo yo. —Me senté
frente a él, las piernas me temblaban tanto que tenía miedo a
derrumbarme
—. Entras en mi casa, me hablas como si fuera una... una puta, sí,
dispuesta
a tirarse al primero que pase; tú dictas todas las reglas y a
mí... solo me
queda aceptar en silencio, ¿no es así? Tal vez haya exagerado con
lo de
Natalia, pero tú me mentiste sobre ello, te lo recuerdo, en uno de
tus
grandes discursos. Y luego están todas las demás, eh, de las que
no quieres
hablar. Pero yo tengo que hacer voto de castidad, abrirme a ti,
contarte lo
de mi madre… ¿Y tú que me has dado, a cambio? No soy un objeto,
Sacha.
Yo... yo... tengo sentimientos. —Estaba desatada, las palabras se
entremezclaban en mi cabeza y había reflexionado tanto la noche
anterior
que me salió todo de golpe—.
—¿Sentimientos? —Se había puesto tan manso como un corderito—.
Liz, también tengo que protegerme, ¿entiendes?
—¡No, no lo entiendo! ¿Protegerte de qué? ¿De mí?
—No, no de ti. Liz, ya te lo había dicho, no había planeado nada
contigo... Me había prometido no volver a vivir algo serio... Todo
esto me
sobrepasa, ¡me vuelves loco! ¡La mera idea de imaginarte con otro
me
vuelve loco!
—Pero no estoy con otro, Sasha. —Me levanté y me senté junto a
él—.
¿Por qué no confías en las mujeres? ¿Se debe a tu madre, a
Natalia? No, ya
sé, es por esa Allisson Green, ¿verdad? ¿Sasha? Acláramelo, por
favor...
—Liz, para... por favor, déjalo ya...
Y, para hacerme callar, me besó con tanta pasión que me caí hacia
atrás
sobre el sofá.
¡Efectivamente, le volvía loco! Estaba loco, loco de deseo. Sus
manos
exploraron bajo mi camiseta, su boca recorrió cada centímetro de
mi cara.
Yo arqueé mi cuerpo para pegarlo al suyo. No más discursos largos,
no
más peleas: sellamos esa última discusión con una tórrida noche.
Al día siguiente, Sacha salió al amanecer. Solo había ido a
Francia para
veinticuatro horas y tenía que pasar el día en Courcelles
Inversiones. Había
que firmar el acuerdo final entre los dos despachos, que los
vincularía
indefinidamente. Nos despedimos con la promesa de volver a vernos
cuando regresara a Nueva York, dos días después.
Una vez Sacha se fue, regresé al hospital para ver a Maddie, con
el
corazón más ligero que el día anterior aunque, en el fondo, sabía
que todo
iba a seguir siendo muy complicado con Sasha Goodman. Y, sin
embargo,
sentía que ya no podía vivir sin él. Haría lo que fuera necesario
para
conservarle a mi lado, estaba convencida en lo más íntimo de mí.
Las
reacciones que me provocaba la mera mención de los nombres de las
mujeres que habían sido o eran importantes para él eran una clara
señal,
por así decirlo, de que estaba preparada para defender mi
territorio. Sí, mi
territorio, mi Sacha. Sí, no me avergonzaba pensar así. No tenía
ninguna
intención de compartirle con nadie.
Pero tenía que controlar mis emociones. Natalia es una amiga muy
querida, tenemos vínculos muy fuertes, que
ni siquiera podrías
comprender... Así que sí, forma parte de mi
vida , te guste o no , habían sido
sus palabras. ¿Qué les podría vincular hasta tal punto? ¿Cómo
podía luchar
yo? ¡Me sentía insignificante a su lado! ¿Y la otra, Allisson?
¿Por qué se
negaba a hablar de ella? ¿Qué quería decir con que no quería vivir
nada
serio, que me iba a dejar? ¿Qué solo servía para ponerme los pies
en el
aire? —Esa era una idea cuya sola evocación me hacía sufrir
muchísimo.
No, no podía ser que para él todo se resumiera en eso. No podía
estar
equivocada sobre él en ese tema, me había mostrado repetidas veces
que se
preocupaba por mí. ¿Entonces? ¿Y entonces qué? Siempre volvía al
mismo
callejón sin salida.
En cuanto Maddie volvió a casa, tomé el primer avión a Nueva York,
decidida a hacer todo lo que estuviera en mi mano para no dejar
que el
maravilloso Sacha Goodman se fuera de mi vida. Después de todo, no
tenía
gran cosa que perder, aparte de mi orgullo, si las cosas iban mal
y me
acababa dando de lado como si fuera un calcetín usado. Bueno, en
realidad,
no era solo mi orgullo: también mi corazón estaba en juego.
Tenía que desentrañar el misterio de Natalia. Mientras siguiera en
escena, yo seguiría a la defensiva. ¡Si tan solo pudiera
desaparecer de la
circulación, qué bien me vendría…! Por desgracia, eso no era
posible. ¿Y si
trato de solucionar el problema de Natalia
de otra manera? ¿Podría
intentar hacerme su amiga, en vez de su
enemiga? ¡Es una táctica de
guerra muy conocida! Me pasé todo el vuelo madurando planes de ese tipo,
algo que desde luego me hacía mucha falta para convencerme de que
podía
ganar un cierto control sobre la situación.
Sacha no vino a recogerme al aeropuerto. En cambio, Steven estaba
allí.
Dejé mi equipaje en el hotel y después me fui directamente a la
oficina,
tenía mucho trabajo que poner al día. Además, estaba ansiosa por
ver a
Sacha.
¡Qué decepción, un vez más! Cuando entré, estaba hablando por
teléfono en el vestíbulo, me vio pero no dio señales de percatarse
de mi
presencia. Solo me echó un vistazo glacial. Qué frialdad, de
golpe... ¿Qué
mosca le habrá picado? ¿Dónde está el
hombre que vi en París? ¿Qué ha
pasado?, me preguntaba.
Me apresuré a ir a mi despacho y me sumergí en el trabajo para
evitar
pensar en Sacha. Cinco minutos más tarde, Helen asomaba la cabeza
por el
marco de mi puerta.
—Elizabeth, ¡cú
cú! Natalia te espera en el
despacho junto a la
recepción. Me ha pedido que te diga que es importante y… personal
—
remarcó especialmente la palabra “personal”.
¿Natalia? ¿Personal? ¿Qué podía querer de
mí?
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario