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POSEÍDA - Lisa Swann VOL. 3 Cap.1

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1. Grandeza y decadencia
¿Hong Kong? ¿Hong Kong? Esas dos palabras me daban vueltas y más
vueltas en la cabeza. ¡Se había ido! Sin previo aviso, sin una palabra, sin
una señal... Me hice un ovillo en el cómodo sillón de la suite. Toda esa
historia me tenía agotada, al borde del ataque de nervios.
Mecánicamente, observé la lujosa habitación que servía de telón de
fondo a mi despecho. ¡Me había reservado una suite! Como de costumbre,
todo era extremadamente cómodo y lujoso: una televisión gigantesca
ocupaba la mitad de una pared, había una pequeña sala de estar con un
enorme ventanal que daba a Central Park y, un poco más lejos, estaba el
dormitorio, finamente decorado y presidido por la cama. Sobre una mesa,
una cesta cargada de frutas exóticas hacía la función de regalo de
bienvenida. Puede metérsela por donde le quepa, esta suite, me decía a mí
misma, ardiendo de rabia por dentro.
Ya no entendía nada.
Unas horas antes estaba en sus brazos, había llevado todas mis cosas de
vuelta a su casa y me había propuesto un puesto de trabajo que no podía
rechazar, visto que mis planes de trabajar en Courcelles Inversiones se
habían ido a pique... Estaba en una nube, lo tenía todo: trabajo, el hombre
más guapo del mundo y… puf, había desaparecido. Sin más. Me había
enviado a su chófer para que me llevara a la suite que me había alquilado
en un hotel súper elegante. Cero explicaciones. Nada. Rien de rien.
Lancé mis bailarinas a la otra punta de la habitación. Jamás un hombre
me había alterado tanto. Tampoco me había entregado tanto a ninguno, ¿y
qué era lo que obtenía? ¡Una nueva humillación! Pero, ¿qué era lo que
realmente quería él? ¿Por qué había venido a recogerme a casa de la tía de
Jess si iba a pasar de mí otra vez? ¿Cuándo iba a dejar de jugar con mis
nervios? ¿O tal vez tenía una buena excusa? No, imposible. Si había tenido
tiempo para reservar la suite y enviar a Steven, también habría tenido
tiempo de sobra para llamarme. Miré de nuevo la pantalla de mi teléfono
móvil... Ninguna llamada.
Me puse a dar vueltas por la habitación frenéticamente, como un león
enjaulado. Ya no sabía ni qué hacer. ¿Esperar en silencio a que diera
señales de vida? ¿No hacer preguntas? ¿Sufrir? No, eso era más de lo que
podía soportar.
Pero, ¿por qué se comporta así? ¿Para castigarme por haber huido?
¿Para demostrarme que es él quien lleva las riendas? ¿O es que,
simplemente, le importo tan poco que es normal para él irse así...?
Cuando se me acabaron los argumentos, decidí ir a darme una ducha en
el suntuoso baño. No tendría las cosas claras en la cabeza, pero al menos
me sentiría limpia y relajada físicamente. Me enjaboné repasando las
mismas partes de mi anatomía que Sasha había explorado anteriormente,
ese mismo día. Me estremecí ante los recuerdos, aunque en parte me
resultaran dolorosos. ¿Cómo era posible que, tan solo unas horas antes, la
unión de nuestros cuerpos nos hubiera llevado a los dos a un éxtasis sin
precedentes? ¿Sería él capaz de dejarse llevar así sin un mínimo de
sentimientos hacia mí? Cuántas preguntas y ninguna respuesta... ¿Y si me
fuera? ¿Y si volviera a París inmediatamente? No. Ya no podía
marcharme. No así. Aún no. No sin una explicación.
Decidí darme tiempo, al menos hasta el día siguiente, para tomar una
decisión. Estaba cansada y angustiada, no era capaz de pensar con claridad.
Después de todo, tal vez haya tenido una buena razón para irse sin
avisarme. Quizás él también esté sufriendo, solo en su habitación de
hotel… ¿Y si le llamara? Um... No. Mala idea. No vaya a pensar que me
tiene comiendo de su mano...
Me sequé rápidamente y decidí que me iría a trabajar. Después de todo,
tenía un nuevo empleo (en principio) y estaba en juego un gran paso para
mi carrera. No quería echarlo todo a perder por una historia sentimental,
por muy intensa y complicada que fuera.
Cogí una cola light de la nevera (No tengo que pagarla yo, pensé) y me
instalé en la pequeña sala de estar con el portátil sobre las rodillas. Empecé
mirando los últimos estudios sobre la salud económica del mercado
asiático y los sectores más prometedores... pero enseguida escribí, casi de
manera inconsciente, el nombre de Sasha en el motor de búsqueda.
Su trayectoria, sus obras de caridad, su empresa... Encontré muchos más
documentos que le mencionaban de lo que hubiera imaginado. Luego hice
clic en “Imágenes”.
No debería haberlo hecho.
No había ni una sola foto en la que apareciera él solo. Su vida era la
comidilla diaria de la prensa rosa a raíz de sus múltiples conquistas. Salía
siempre acompañado: rubias, morenas, castañas… ¡No era un hombre nada
difícil, al parecer! No obstante, no vi a ninguna pelirroja, ¡podía presumir
de ser la primera! Sus acompañantes eran a cada cual más bella que la
anterior. Había salido con todas estas chicas, se había dejado fotografiar
con ellas. Me subió un nudo a la garganta. ¿Las habría dejado plantadas en
una suite de lujo?, me pregunté. Se me llenaron los ojos de lágrimas sin
querer. Bajé la página. Natalia salía en varias imágenes. No pude evitar
hacer una mueca de disgusto. Una rubia despampanante aparecía también a
menudo. Hice clic en una imagen para saber algo más: era la hija de un
magnate del petróleo riquísimo de Texas. ¿Habrá encontrado Sasha
Goodman finalmente el amor? preguntaba una revista, insistiendo en que
los dos tortolitos parecían muy enamorados. Volví a la página de imágenes
e hice clic sobre una nueva foto de Sasha con la rubia. Ella estaba bellísima
y él irradiaba luz. No era para nada el Sasha que a veces me parecía
hermético y gélido. En ese caso, el artículo no hablaba específicamente de
ellos, solo había un pie de foto. La imagen había sido tomada en una gala
benéfica: Sacha Goodman y su prometida, Allisson Green, hija de Bob
Green. ¿Su prometida? ¿Qué historia era esa? ¿Estaba prometido, casado
quizás? ¿El loft era una especie de apartamento de soltero, un picadero?
Sin hacerme más preguntas ni tratar de entender mejor la situación,
cerré de golpe el portátil.
Suficiente. Ya había tenido bastante. No le iba a permitir que siguiera
haciéndome sufrir.
En ese mismo momento, mi móvil vibró y empezó a sonar. El nombre
de Sacha se iluminó en la pantalla.
Presa de una rabia loca, cogí el teléfono y lo lancé contra la pared. Se
hizo pedazos y cayó al suelo, mudo. Ya no sonaba.
Caí rendida en la cama llorando y seguí sollozando desconsoladamente
hasta que me quedé dormida, agotada por tantas emociones.
Me despertó una melodía estridente. Abrí un ojo. Era de día. Descolgué
el teléfono de la mesita de noche por reflejo, aún dormida, y susurré un
“hola” al auricular.
—¡Liz, joder! ¿Por qué no contestas el teléfono móvil? ¡Sale el buzón
de voz, te he llamado decenas de veces! ¡Quiero poder contactar contigo en
todo momento!
Era Sasha, obviamente; muy cabreado. Me senté de golpe en la cama. Su
voz, llena de ira, me hizo el efecto de una ducha fría.
—¿Pero estás de broma o qué? —le grité al teléfono—. ¿Por qué sale el
buzón de voz? ¿Y por qué te has ido sin avisar? ¿Eh?
—Ajá, así que es eso... —parecía regodearse al otro extremo de la línea
—. ¿Estás enfadada? ¿Lo entiendes ahora?
—¿Qué si lo entiendo? No, no entiendo nada de nada...
—Pues deberías. Te acabo de demostrar lo que puede suponer para la
otra persona cuando te comportas como una niña pequeña, señorita
Lanvin... Y a diferencia de ti, yo te llamé ayer por la noche... ¡pero no
contestaste!
—No necesito que me des lecciones, Sacha. Ya me disculpé por lo de la
otra vez, ¿qué más quieres? Ni que estuviéramos en el colegio…
—¡Es verdad! Lo asumo por completo, pero necesitas recibir algunas
lecciones de comportamiento, señorita... y tengo la intención de darte
algunas clases particulares... um... MUY particulares... ¡Quiero domar tu
lado salvaje!
Su voz había adquirido un tono muy distinto... tremendamente cálido y
sensual. Voilà, ¡ya me había ganado! Abandoné todas mis ganas de pelear,
de enfrentarme a él, de hacérselas pagar... Simplemente, me dejé llevar por
el alivio que me produjo su llamada, de que nuestra historia no se hubiera
terminado aún. No necesitaba nada más por el momento. La certeza de que
iba a poder acurrucarme en sus brazos de un momento a otro era suficiente
para hacerme bajar la guardia. Me había equivocado, sin duda.
—No necesito lecciones —le dije en un tono repleto de insinuaciones—.
Además, yo también podría darte alguna, ten cuidado...
—Um... Creo que eso me podría gustar... Tú dominándome... ¡Pero
luego! Por ahora, date prisa en hacer las maletas, ¡tu avión a Hong Kong
despega en dos horas!
—¿Qué? Eh, quiero decir, ¿perdona? ¿Hong Kong? ¿Dos horas? Pero no
es posible, ni siquiera me he levantado...
—¡Si hubieras contestado el teléfono ayer, habrías podido organizarte
con tiempo!
Increíble: se las había arreglado una vez más para dejarme sin palabras.
—Pero, eh, espera... No... No puedo...
—Vamos, date prisa —susurró—, te esperamos en Hong Kong, vamos a
reunirnos con clientes potenciales. No querrás recibir ya una bronca nada
más asumir tus nuevas funciones, ¿no?
—¿Mis nuevas funciones? Pero yo no he dicho todavía que haya
aceptado...
—¿Rechazas el trabajo? —me cortó bruscamente.
—No, no, por supuesto que no…
Genial, yo que quería haberle dado un poco de suspense y teatralidad…
Había vuelto a fallar.
—Pues entonces tienes que coger un vuelo de aquí a dos horas.
Y colgó. Casi a la vez, alguien llamó a la puerta. ¡Dios mío, cuántas
novedades! En mi cabeza, en mi vida, en esa suite... Todo, absolutamente
todo, eran sorpresas, cambios y preguntas. Sentía vértigo, parecía que
nunca tenía tiempo de ordenar mis ideas.
Era Steven, que me preguntó si ya estaba lista: teníamos que partir sin
demora hacia el aeropuerto.
¿Lista? ¡No, por supuesto! ¡Todavía estaba en pijama! No tuve tiempo
ni para darme una ducha, agarré lo primero que vi y metí lo que pude en la
maleta, que afortunadamente no había deshecho el día anterior...
Corrí al cuarto baño, me lavé los dientes rápidamente y recogí mis
cosas. Salí y me apresuré para seguir el ritmo de Steven. No podía perder
ese avión.
El aeropuerto, el vuelo, el aterrizaje... Todo pasó en un instante. Mejor
así. Dormí durante todo el trayecto, lo que me impidió volver a hacerme
una y otra vez las mismas preguntas acerca de Sasha: ¿Por qué no soltaba
prenda sobre su vida? ¿Quién era esa rubia? ¿Qué relación tenía
exactamente con Natalia? ¿Estaba casado, acaso? No, por favor... Pero,
sobre todo, ¿qué lugar ocupaba yo en toda esa historia? Sabía de sobra que
no podía competir con todas esas mujeres (¡y no pocas, al parecer!) que
habían pasado por su vida. Eso era lo que más me hacía sufrir. Cada vez
que lo pensaba, el dolor era como una puñalada. ¿Sería solo una amante
para él? Una muchachita pizpireta a la que tenía que esconder... No
esperaba que formalizara nuestra “relación” —si es que podíamos hablar
de relación—, no era eso lo que yo quería o necesitaba, pero la idea de ser
una más de su lista me resultaba atrozmente dolorosa. No podría soportar
ser un plato de segunda mesa o una historia pasajera. No.
Cuando llegué a Hong Kong, ni siquiera me tomé la molestia de pasar
por el baño a arreglarme antes de salir del aeropuerto. Di por hecho que
habría enviado a uno de sus empleados para “darme la bienvenida”, así que
me dije que no había por qué preocuparse, que ya tendría un montón de
tiempo para asearme y cambiarme en el hotel...
Y seguí empujando mi carrito portaequipaje hacia la salida. Me dieron
ganas de morirme (y de paso caer sobre dicho carrito) cuando divisé su alta
figura, que se distinguía de la multitud que había ido a recibir a los
pasajeros.
Oh, Dios mío... ¡Parecía una pordiosera! Ni siquiera había tenido tiempo
de ducharme antes de salir… Empecé a sudar y a sonrojarme al mismo
tiempo, tratando desesperadamente de hacerme diminuta. Lancé una
mirada a derecha y a izquierda, evitando cuidadosamente su dirección, por
supuesto. Llegué a convencerme de que, quizás, si lo deseaba con todas
mis fuerzas, lograría desaparecer por completo bajo el carrito…
¡Tierra, trágame!
Me dio un ataque de nervios y decidí dar la vuelta, como si me hubiera
olvidado algo, cualquier excusa para volver al baño...
—¿Liz? ¿Liz? ¡Hey! ¿Estás ciega o qué? ¿Algún problema?
La estatura de Sasha resultaba imponente. Fijó sus ojos de jade en mi
rostro enrojecido y arqueó una ceja, lo cual intensificó su expresión
interrogante, de curiosidad.
—Ah, no, eh... Lo siento... Es que pensé... Bueno, no pensé que vendrías
en persona... Me habría... No sé... Refrescado, sí, eso, refrescado... Si
hubiera sabido que... ibas a estar aquí...
Su carcajada atravesó el vestíbulo del aeropuerto como un cohete y yo
me sobresalté.
—Liz, de verdad que eres... Eh, cómo decirlo... divertidísima, eso,
divertidísima... —dijo burlonamente, agarrándome por los hombros.
Me sonrojé aún más, sintiéndome horrorosamente ridícula, aparte de
verme horrorosa y punto.
Me besó en la frente, con muchísimo pudor. Estaba visto que, para las
grandes efusiones, tendría que esperar… Sacha dio un paso atrás, agarró mi
carrito y exclamó alegremente:
—¡En marcha, nos vamos al hotel, creo que necesitas un buen baño!
Cruzamos una parte de la ciudad en taxi. Hacía bochorno, yo mantenía
mi distancia en el asiento de atrás, empapada en sudor, y Sacha tampoco
buscó el contacto: estaba ocupado hablando por teléfono con un cliente.
Con los ojos abiertos como platos, devoré cada minuto del espectáculo
urbano nocturno. La ciudad estaba repleta de hombres y mujeres que
deambulaban de un lado a otro como hormigas en busca de azúcar y
carteles luminosos colgados por todos los rincones en paredes y fachadas, a
modo de guirnalda de fuego o serpiente deslumbrante, que no permitía a la
ciudad conocer realmente la oscuridad de la noche. Estaba asombrada,
abrumada por el espectáculo que se ofrecía ante mis ojos. Hong Kong no se
parecía nada a Nueva York. Hong Kong era único.
El taxi se detuvo y tuve que salir del asiento trasero casi a
regañadientes. Sacha se despidió de su cliente por teléfono. Estaba muerta
de cansancio, entre el viaje, el jet lag y todo lo demás, pero no quería
perderme ni un detalle de aquella nueva aventura.
Un portero nos abrió la puerta y entramos a un vestíbulo enorme todo
decorado de mármol y vidrieras, sin duda uno de los establecimientos más
lujosos de la ciudad. Sasha me condujo hasta el ascensor; en todo momento
nos acompañaba el portero, que llevaba mi equipaje. En la cabina, aunque
parecía imperturbable, Sacha deslizó una mano debajo de mi camiseta.
Recibí una descarga eléctrica al contacto con la palma de su mano. No
pude evitar que mis pechos se pusieran erectos, de lo que Sacha se dio
cuenta de inmediato, por supuesto. ¿Sacha, un ascensor y yo? ¡Estaba claro
que aquella situación siempre me producía un efecto verdaderamente
explosivo!
Como preveía, la suite era muy elegante, de estilo moderno y con un
lujo nada ostentoso. Una maravilla. Me sentí como en casa de inmediato y
me dirigí en silencio al enorme ventanal con vistas al mar. Era noche
cerrada y parecía que el mar respirara, irradiando los reflejos de la ciudad.

La noche se anunciaba llena de promesas.

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