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POSEÍDA - Lisa Swann VOL. 2 - Cap.3

3. Proposición (in)decente
Se tardaba menos de veinte minutos en llegar desde mi hotel aBrooklyn, el barrio donde vivía la tía de Jess. Las calles de Nueva Yorkestaban casi desiertas aquella mañana de domingo.En el camino, no pude evitar empezar a dudar —nuevamente— de miplan. Aunque Jess me había prácticamente ordenado que me refugiara allíen caso de tener problemas, de repente me sentía un poco incómodadesembarcando en casa de esa mujer sin previo aviso. Pero tenía tantanecesidad de recibir un poco de apoyo… No conseguía comprender ni vernada en claro de la historia con Sacha. Cogí el teléfono y le escribí unmensaje a Jess para decirle que iba a casa de su tía.Me quedé con el teléfono en la mano, observando las calles que ibandesfilando ante mí. ¡Dios, cómo me dolía! Yo, que hasta entonces solohabía vivido algunos amoríos agradables, me estaba graduando conhonores en desengaños amorosos.Sacha Goodman era el ser más despreciable que jamás había pisado latierra pensé, mientras ahogaba mis sollozos.
Mi teléfono sonó: el nombre de Jess parpadeaba en la pantalla. ¿Mellamaba desde París? Descolgué, me costaba oírla. Su voz, tan familiar,hizo que me sintiera muchísimo mejor.—Sabía que ibas a terminar mal con ese abogado... No te preocupes,cariño, ¡estoy aquí! Y cuando digo aquí, ¡me refiero a que estoy en NuevaYork! —su voz se mezclaba con anuncios de megafonía y un gran alborotode fondo.—¿Cómo? ¿En Nueva York? ¿Qué dices? No te oigo bien.—Te lo explico todo en una hora como mucho, el tiempo que nos lleveir del aeropuerto a casa de mi tía. Estoy con ella, ha venido a buscarme.Espéranos delante del portal.Colgué el teléfono. Me sentía mareada. ¡Ni siquiera podía reflexionar,tomar conciencia del tiempo! ¿Cuánto llevaba en Nueva York? ¿Tres ocuatro días?Llegué al edificio, me dirigí al Starbucks de la esquina donde pedí uncafé para llevar y me senté en la escalinata de entrada para esperarpacientemente a Jess y su tía.En cuanto aparecieron, Jess y yo nos abalanzamos de inmediato la una alos brazos de la otra. También abracé a la tía de mi amiga, a la que podríahaber reconocido perfectamente si me la hubiera cruzado por la calle porsu gran parecido. Tenían la misma clase, el mismo rubio natural, la mismasonrisa traviesa. Antes de explicarles qué había pasado, quería saber quémotivo había traído a Jess de vuelta a su país natal, ya que no me habíacomentada nada respecto a ningún viaje a los Estados Unidos cuando noshabíamos despedido. Además, Jess era de Chicago, no de Nueva York.Chicago... Natalia... No podía evitarlo: todo me recordaba a esa malditamorena.Jess me explicó que su tía abuela acababa de morir y que había cogidoel primer vuelo que había encontrado para asistir al funeral, que secelebraría el martes en Chicago. Ambas debían volar a Chicago el martespor la mañana, pero me aseguró que podía quedarme en su casa todo eltiempo que necesitara. Me sentí ridícula, de golpe, con mis penas de amor.Viendo mi cara compungida, Jess me aseguró que estaba bien, que su tíaabuela era anciana y estaba enferma y que ya no tendría que seguirsufriendo.Jess y su tía me cogieron cada una por un brazo y me condujeron al piso.Cada vez me sentía mejor.—Vamos a hacer que recobres esa sonrisa —dijo Jess, visiblementealiviada por cambiar de tema—. ¡Soy especialista en reparar corazonesrotos!El apartamento de Mary, la tía de Jess, era un ejemplo típico dearquitectura neoyorquina de principios de siglo. La espaciosa casa ocupabael primer piso y daba a una preciosa terraza con árboles. En el interior, elladrillo y la madera —los materiales predominantes— daban una grancalidez al ambiente. Nada más llegar, me sentí realmente cómoda. No teníanada que ver con el moderno loft de Sacha, que resultaba un poco frío, laverdad.Mary se fue a preparar el té mientras Jess y yo nos acomodamos en elacogedor sofá del salón. Jess no necesitó hacerme muchas preguntas,porque eran tantas las emociones y las dudas que me embargaban y queestaban a punto de desbordarme. Le solté toda la historia, de sopetón, sinapenas pararme a coger aire entre frase y frase, resoplando de furia cadavez que mencionaba su nombre. Sacha “el monstruo”, Sacha “elsinvergüenza”, Sacha “el manipulador”… Se había creído que podía salirsesiempre con la suya porque tenía dinero y era guapísimo, y que yo era unaboba que no sabía nada de la vida. El señor solo se estaba divirtiendo un
poco. Se estaba divirtiendo un poco… ¡Bueno, pues a partir de entonces lo
haría sin mí!Jess me dejó desahogarme y descargar todo mi dolor y mi rabia. En esemomento, hubiera dado lo que fuera por poder acurrucarme en los brazosde mi madre. Ella era la única que podía curarme las heridas, aliviar losdolores de la vida. Pero ya no estaba conmigo.Al final, Jess me miró directamente a los ojos y dijo:—Y tú, ¿qué quieres? ¿Quieres demostrarle quién es Lisa Lanvin deverdad? Entonces, ve a verle y dile cuatro verdades a la cara. No dejes queesta historia te haga daño, la vida es demasiado corta... Pero tampoco teescondas en una esquina a lamentarte. Coge el toro por los cuernos, Lisa,cariño.Los consejos de Jess debían estar influidos por el duelo que estabaviviendo. Yo esperaba que me dijera que pasara de él, que ese tipo no valíala pena… en fin, cosas así. Pero sus palabras me hicieron dudar, ya que nome había planteado las cosas desde ese punto de vista. ¿Plantarle cara? Laverdad, lo que más me apetecía era evitarle al máximo hasta el regreso delos Dufresne. Después, ya solo quedarían unos días antes de volver aFrancia.—No creo que pudiera, Jess... Y de todos modos, eso sería demostrarleque me importa. Y no quiero. No, el peor de los desprecios es laindiferencia, ¿no te parece?—Ya sé que esa es tu manera habitual de protegerte, Lisa, con todo loque has vivido. Lo entiendo, pero no sirve de nada esconderse. A veces, eldolor es aún peor después.—Tal vez... —cedí, aunque lejos de estar convencida.Jess no insistió. Sabía que yo necesitaba verlo todo con un poco más declaridad. Además, estaba agotada. No era el mejor momento para decidirnada.Al día siguiente, mi amiga decidió que teníamos que despejarnos ydistraernos con otras cosas. Llamé al señor Dufresne para decirle que nopodía ir a trabajar porque estaba enferma. Mi jefe parecía muy ocupado enChicago y no me hizo ninguna pregunta. Mi mentira no era para estarorgullosa, lo sabía, pero no me sentía con fuerzas para ir a Goodman& Brown. En cuanto a arriesgarme a encontrarme cara a cara conSacha Goodman... mejor ni pensarlo.Jess me llevó al MOMA. Me dejé arrastrar casi por completo por labelleza de ciertas obras expuestas en el museo, uno de los centros de artecontemporáneo más importantes del mundo. Sin embargo, a pesar de quehice todo lo posible por expulsar su mirada de jade de mi cabeza, todo merecordaba a Sacha. Él ocupaba cada mínima parte de mi cerebro, aunquetenía la impresión de estar funcionando como una autómata. Al salir delMOMA, había llegado a la conclusión de que le echaba de menos. Habríaquerido sentir su mano sobre la mía, que me susurrara algunas palabras aloído, que su suave voz me envolviera con su aura.Yo quería... Yo solo quería que me amara. Aún así, no eran tan tontacomo para creer en las grandes historias de amor después de unas cuantasnoches, por muy apasionadas que fueran. En el mundo real, los príncipesazules no caían del cielo para casarse con Cenicienta. Pero yo quería queme amara, al menos un poco. Porque yo ya estaba enganchada. ¿Cómo eraposible? Apenas le conocía, él se había aprovechado de mí y había abusadode mi ingenuidad.¿Estaba loca o qué? ¿Dónde había dejado mi dignidad? ¿Por quépisoteaba mi propio orgullo? ¿Por un hombre que no me respetaba?Volvía a dolerme la cabeza, pensando en todas estas cosas.—Le echas de menos, ¿verdad? —Jess estaba frente a mí, con unasonrisa llena de empatía. Siempre se le había dado muy bien leerme elpensamiento.—Sí, creo... —susurré, sonrojándome—. Pero, ¿por qué me he tenidoque enamorar de semejante miserable?—Tienes que aclarar las cosas, Lisa. Ve a su casa, llámale...—¡No, nunca!Las horas fueron pasando. Jess me invitó a un bar y una copa llevó a laotra… ¡Hasta que al final del día acabamos bien borrachas! Decidí ahogarmis penas en cócteles de colores: uno, luego dos, luego unos cuantos más,hasta probar casi toda la carta, incluido el famoso Cosmopolitan, que tantogustaba a las heroínas de las series de televisión. Sentía náuseas, la cabezame daba vueltas, las palabras se me atascaban en los labios... pero me reíacomo una loca. Me olvidé por completo de Sacha y del trabajo. Madre mía,¡qué bien me estaba sentando aquello!Cogimos un taxi para volver a casa, canturreando y tronchándonos derisa. El coche estaba llegando al portal de su tía cuando, de repente, Jess sequedó seria, como si hubiera recuperado la sobriedad de golpe.—¡Mierda! —exclamó—. Ese debe ser él, ¡le había olvidado porcompleto!Eché un vistazo como si nada por la ventanilla y le vi, sentado en losescalones de la entrada. Llevaba unos vaqueros y un polo. ¡Joder, quéguapo era! Parecía muy preocupado.Tragué saliva, tratando de recomponer las piezas del rompecabezas,pero los efluvios del alcohol me nublaban demasiado el entendimiento.—¿Qué está haciendo aquí, Jess?—Le llamé por la tarde... No es difícil encontrar el número de Goodman& Brown —respondió, a la vez que pagaba al taxista—. Tuve que ser muypersuasiva para sortear todas las barreras burocráticas—añadió, con airesatisfecho—. No me mires con esos ojos como platos. ¡Te estoy echandouna mano! El único problema es que no pensaba que íbamos a acabar el díatan achispadas...—¿Achispadas? ¡Completamente borrachas! Jess, ¿qué le voy a decir?l taxi e iba al encuentro de Sacha. Oh, my God! Menuda papeleta... Traté
de mirarme en el retrovisor para ver qué pinta tenía (aunque ya meimaginaba que no sería la mejor del mundo), pero lo único que encontré enel espejo fue la mirada inquisitiva del conductor. Claro, quería irse,normal. Murmuré una excusa y salí como pude del vehículo. Jess estabaentrando en casa de su tía. Él avanzó hacia mí, dirigiendo su mirada haciamis pies, que iban dando tumbos, con aire inquisitivo.Llegué hasta él, lo más estirada que pude.—¡Pues sí, no me he puesto tapones! —exclamé.Me miró estupefacto.—¿Tapones?—TaCOnes —le dije.—¡Por Dios, Liz, estás completamente borracha!Me agarró por los hombros.—¡Para nada! Solo he bebido una copa o dos —le contesté, soltándome.Trataba de hablar lo más despacio posible, para articular bien.Afortunadamente, su presencia había conseguido que me despejara algo—.¿Qué quieres? ¿Aún te quedan ganas de “divertirte un poco”? (gracias aDios, al menos esa frase había conseguido pronunciarla sin chapurrear).—Liz, entiendo que estés enfadada, aunque es de muy mala educaciónleer los e-mails de otros...¿Se estaba quedando conmigo o qué?—Pero no es lo que piensas... —continuó.—Blablablá, blablablá —farfullé, como una niña pequeña.—Joder, Liz, he pasado dos días horribles, preguntándome dónde coñoestarías —su tono era cada vez más intenso—. Envié a Steven a recorrertodos los hoteles. Estaba preocupadísimo.—¡A buenas horas! —ya estaba totalmente despejada, y furiosa—.Enviaste a tu chófer a buscarme, ¡menuda cosa! No necesito que me hagasde padre, ¿vale? Ya tengo uno. Pero, si quieres reemplazar a mi madre, elpuesto está vacante —le grité mientras corría hacia la escalinata del portal.Obviamente, tropecé con el primer escalón. Ya perdía fácilmente elequilibrio cuando no había bebido, así que con un par de copas de más...Sacha corrió a ayudarme. Su cálida mano envolvió la mía y tiró de mífirmemente hacia arriba, para que pudiera ponerme en pie.—Liz, lo siento…—¿El qué? Estaba a punto de llorar.—Siento lo de tu madre, no lo sabía. Y siento todo lo que ha pasado,todo lo demás. Lo que le escribí a Natalia no significa nada para mí…—¿Te has acostado con ella? —le corté.Pero, ¿por qué tenía que preguntarle eso? En vez de centrar la discusión ennosotros dos, me estaba dejando llevar por unos celos absurdos.—Eh, sí, un par de veces, pero ese no es el tema. Natalia es una muybuena amiga, pero no quiero mezclarla con mis historias.—Claro, cómo no… Te acuestas con todo lo que se mueve, ¿no? Solotienes que chasquear los dedos, una vuelta en helicóptero y ya las tienes atodas en el bote, ¿verdad? ¡Qué fácil para ti!—Sí, Liz, lo tengo muy fácil. Hay un montón de chicas que pagarían pormeterse en mi cama y que no me harían ninguna pregunta por nada que yodijera, que hiciera o que escribiera. Así que si decido complicarme la vidacon una francesita difícil a más no poder… ¡Será que no siempre busco lofácil!Justo en el blanco de la diana. Me había dejado sin palabras. Y ya notenía más ganas de seguir discutiendo. Su mano seguía apretando la mía,sus labios y los míos estaban a dos centímetros de distancia. Cuandonuestras bocas se unieron, un escalofrío me recorrió la espina dorsal, de lacabeza a la punta de los pies. Sacha, Sacha, Sacha... Habría podido repetirsu nombre toda la noche. Me giré y vi que la limusina estaba aparcadaenfrente.—Nos vamos —me dijo Sacha en un suspiro.—Pero tengo que decirle algo a Jess y recoger mis cosas... y ya no tengohotel.—No te preocupes por nada de eso.Volví la cabeza, Jess y Mary venían hacia nosotros para darme unabrazo de despedida y Steven, que ya había recogido mi maleta, la estabametiendo en el capó. ¿El hotel? Decidí no hacer más preguntas, Sacha meestaba dando a entender que me quedaría en su casa hasta mi regreso aParís. Le estreché la mano un poco más fuerte, no quería pensar en volver aParís.No vi nada del camino hasta Greenwich Village, me abandoné en losbrazos de Sacha y a dos calles de la casa de Mary ya estaba dormida porlos efectos del alcohol.Me desperté a la mañana siguiente con un dolor de cabeza horrible.Estaba desnuda en la cama de Sacha. Me levanté y fui directamente a lacocina, sin complejos. En el medio de la encimera de mármol había unvaso con una sustancia ligeramente opaca, con un post-it que ponía: ¡Para
la resaca! Sonreí y me lo bebí de un trago, debía ser algo similar a una
aspirina, pero tenía un gusto asqueroso. El olor del café recién perfumabael ambiente, así que me acerqué a la cafetera para servirme una taza. Sachaapareció entonces en la cocina, gritando:—¡Ah, aquí estás! Y con el traje perfecto, además.Dio un salto y me giré hacia él.—Ay, no grites, tengo un poco de dolor de cabeza...Él sí estaba vestido, llevaba puesto un traje de tres piezas. Hecho amedida, sin ninguna duda, le quedaba perfecto. Mi desnudez me parecióincongruente y me sonrojé.—Eh, voy a buscar un albornoz…—Ni hablar, te quedas así, aún no he acabado contigo. —Miró el reloj—. Tengo que estar en el despacho en tres cuartos de hora, como mucho.Estaría bien que hoy vinieras conmigo… si es que ya te has recuperado detu contagiosa enfermedad de ayer, claro —añadió, mirándome de arribaabajo.—Sí, sí, por supuesto, claro que iré.Él siguió hablando como si no me hubiera escuchado.—Eso me deja el tiempo suficiente para infligirte el castigo que temereces.Abrí los ojos como platos. Se acercó a mí y yo retrocedíinstintivamente. Sentía el mármol en la espalda. ¿Era broma o iba en serio?—Sepa usted, jovencita —me hablaba como si yo tuviera quince años yél cincuenta— que no voy a tolerar este tipo de conductas —dijo,plantándose delante de mí y separándome las piernas con el pie—. No másbromas ni fugas sin dar explicaciones, ¿de acuerdo? —me pellizcó unpezón al terminar la frase. Sus ojos estaban cargados de lujuria, dejandoclaras sus intenciones.—Pero, eh… Yo…—¡Sh! No tienes permiso para hablar. Solo tendrás derecho a gozar… site lo ganas.Sus dedos dibujaron círculos alrededor de mis pechos. Estaba tan cercaque podía sentir su erección a través del pantalón. Dio un paso atrás y meordenó, en un tono que no admitía objeción:—¡Cómemela!Me deslicé a lo largo del mueble hasta el suelo y me arrodillé, con lanariz a la altura de su bragueta. La visión de Sacha en traje y yo totalmentedesnuda en el suelo de la cocina resultaba especialmente excitante. Abrí lacremallera, desabroché el cinturón y admiré el tamaño de su erección.Empecé dándole pequeñas lamidas y rápidamente aceleró el ritmo. Mimano iba y venía a lo largo de su pene mientras le chupaba el glande. Conla otra mano, le masajeaba los testículos, primero uno y luego otro.Entonces, me tragué su polla completamente, hasta el fondo, y se la chupéconcienzudamente, tratando de hacerlo lo mejor posible. Enseguida seapartó y me ordenó que me pusiera en pie, apoyando el estómago contra laencimera. Obedecí. El mármol apenas me resultó frío, todo mi cuerpoestaba ardiendo y dilatado. Me agarró las nalgas con las manos y las separócon una fuerza brutal. Dejé escapar un pequeño grito, un poco avergonzadade la postura en que me tenía.—Esta es la vista más hermosa de un culo que jamás he contemplado —dijo con una voz burlona.Se puso encima de mí y me separó un poco más los pies con los suyos,calzados, a diferencia de los míos. Me apoyé en los codos para levantarmeun poco de la encimera y él aprovechó para cogerme los pechos a manosllenas. No podía ver su rostro, pero parecía que estaba como loco deexcitación. Su pene chocaba contra mí mientras amasaba mis pechos.Entonces, de repente, con un dedo, abrió camino a su polla y me penetró,lentamente al principio y luego con una sacudida. Dejé caer toda la partesuperior de mi cuerpo sobre el mármol. Se apartó poco a poco y despuésvolvió a entrar en mí de golpe. Tenía la impresión de que me atravesaba deun lado a otro. Yo estaba sin aliento. Me agarró del pelo y tiró de él haciaatrás, obligándome a arquear exageradamente la espalda. Me sentía comouna marioneta a su merced. Él continuó con sus embestidas con la mismafuria pero sin prisas, arremetiendo contra mí como si quisiera golpearme.Marcaba cada acometida de su sexo diciéndome No más desapariciones,
¿lo has entendido?. Yo murmuraba Sí, lo prometo, con susurros ahogados
entre gemidos. Se corrió en mí gritando con rabia una y otra vez ¿Lo has
entendido? ¿Eh?.
Recuperamos el aliento.—Joder, Liz, de verdad que tienes uno de los mejores culos que he visto.Pero no me vuelvas a hacer eso. No te perdonaré dos veces.Me di la vuelta y puse las manos a ambos lados de su cara. Ya no habíani rastro de ira en sus ojos.—No pensé que te iba a afectar tanto, para ser sincera. Te pido perdónpor haberme portado como una niña pequeña. —Le besé suavemente en lospárpados, en las sienes, en la barbilla, en los labios—. No volveré a irmesin decirte nada, te lo prometo. Tú... te han... antes... o sea, quiero decir…¿Te ha abandonado antes una mujer?Apenas me atrevía a aventurarme en ese terreno resbaladizo. Además,enseguida me arrepentí. Él frunció el ceño.—No quiero hablar de ello —me contestó.Luego, con un tono forzado de falsa alegría, añadió:—¡Vamos, señorita Lanvin, prepárate porque tienes que compensar tusdos días de ausencia!Una vez en la oficina, le envié un SMS a Jess para darle todo mi apoyo ycomprobar que hubiera llegado bien a Chicago. Ella me respondió con unaúnica frase que no tenía nada que ver: Él está enamorado de ti, salta a la
vista. Se me escapó la risa detrás del ordenador que habían puesto a mi
disposición. Ya te vale, Jess ... Los Dufresne tenían que regresar para la
hora de la comida. Pronto llegaría el momento de empezar a pensar envolver a París. Dos días, solo me quedaban dos días en Nueva York.Inmediatamente, me obligué a pensar en otra cosa. Tenía mucho trabajoque hacer para ponerme al día, eso me iría bien.No vi a mi jefe llegar, ya que le estaban esperando para una reunión enla oficina de Sacha. Sin embargo, a las dos, el señor Dufresne me pidió quefuera a hablar con él, lo cual era bastante inusual. Después de andarse porlas ramas durante cinco minutos, recordándome lo satisfecho que estabacon mi trabajo y con mi implicación durante los dos últimos años, y queMaddie era una amiga muy querida para él, me dijo que no podía darme unpuesto fijo en su despacho. Después, se empezó a liar, dándome excusaspenosas para intentar justificar que el puesto sería para la novia de Arnaud.No pude articular palabra, me quedé helada. Hacía dos años que luchabapor conseguir ese puesto. Se entendía implícitamente, o casi, que era míopor derecho. Aunque había estudiado un máster, iba a ser complicadoencontrar trabajo en otro bufete. No entendía a qué se debía este cambio.Seguro que Arnaud había influido en la decisión del señor Dufresne. ¡Melas iba a pagar!—Muy pronto encontrará otra cosa —me dijo el señor Dufresne, conuna mirada de complicidad—. Usted tiene talento, es seria y... —añadiócon una sonrisa— arréglese un poco, lamento tener que anunciarle esto enestos momentos, pero Sacha Goodman quiere verla.No entendía qué tenía que ver, pero me dirigí a la oficina de Sacha. ¡Porlo menos, podría contárselo todo y desahogarme con él!Entré y solté de golpe:—¡No me han dado el puesto! ¡El que me correspondía en CourcellesInvestments! Es injusto. Estoy segura de que es culpa de Arnaud.—Lo sé.—¿Qué?—Lo sé, Henri acaba de contármelo.—¿Ah, sí? ¿Habláis de mí entre vosotros? Vaya, otra cosa que no sabía,mira qué bien…—El puesto te lo propongo yo.—¿Perdón?—Me has oído perfectamente.—Quieres decir… eh… ¿Un puesto aquí en Goodman & Brown? ¡No!—¡Sí!—Pero… eh, pero… no sé qué decir… Espera, tengo que reflexionar…¡Es todo tan repentino! Eso me cambiaría totalmente la vida. ¿Y qué haríayo en Nueva York? No tengo dónde vivir. No tengo amigos, no tengo nada.Y después está Maddie, y mi padre. Ay, Dios…—Te propongo 200.000 dólares al año. Quiero que me aconsejessobre el mercado asiático.Me quedé boquiabierta.—Pero... ese sueldo está muy por encima de la media. No puedo aceptar.—Mi despacho está muy por encima de la media. Dominarás el mercadoasiático en cuanto ganes un poco de experiencia, seguro. ¡No se te vaya asubir a la cabeza ahora!—¡Claro que no! Pero no sé, así de repente, debo reflexionar. ¿Puedoresponderte esta tarde?—De acuerdo, pero no más tarde —me sonrió mirándome a los ojos—.Esta entrevista ha terminado, señorita Lanvin, puede volver a su trabajo.Tenía ganas de saltar, de bailar, de cantar. Iba a trabajar para Goodman& Brown —no tenía ningún sentido que lo rechazara, estaba claro—.200.000 dólares, ¡qué pasada! Era mucho más de lo que podría haberganado en París, no se podía ni comparar, de hecho. Y además, estaríajunto a Sacha. No era una mala perspectiva.Me pasé toda la tarde perfeccionando mi respuesta. Pensaba escribirleun mensaje tipo Proposición (in)decente aceptada, pero te lo advierto, no
voy a soltarte guarradas en chino. También quería decirle que tenía las
competencias necesarias, que no aceptaba el trabajo porque noshubiéramos acostado. Que quedara claro que no me había ganado el puestode rodillas. Tenía todas esas cosas dándome vueltas en la cabeza cuandoalguien llamó a la puerta. Levanté la cabeza, era Steven.—Buenas tardes, señorita.—Buenas tardes, Steven.—Me han dado la orden de acompañarla a su nuevo hotel.—¿Perdón?—Su equipaje ya está en el coche.—Pero, eh, Sacha… quiero decir, el señor Goodman, ¿le ha pedido queme lleve a un hotel?—Sí. Un sitio estupendo, no se preocupe.—Pero, el señor Goodman, ¿dónde está?—Se ha ido, señorita.—¿Ido?—Sí, señorita, se ha ido a Hong Kong.
Continuará...
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