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POSEÍDA - Lisa Swann VOL. 2 - Cap.2


2. Malentendidos y errores
Al día siguiente me desperté sin saber dónde estaba. La luz del díaentraba a través de unos grandes ventanales corridos rectangularesdispuestos a lo largo de las paredes, haciéndome cosquillas en la nariz.Abrí un ojo y luego el otro, cegada por el sol. Me incorporé sobre loscodos. El olor de Sacha impregnaba la habitación. Sin embargo, el espacioal otro lado de la cama estaba vacío, aunque las sábanas revueltasindicaban su presencia reciente. Me estiré al máximo, con calma, dejandoque todos los detalles de la noche anterior me volvieran a la cabeza. Mehabía quedado dormida casi inmediatamente después de que Sacha mehiciera el amor de aquella manera tan brutal. Ay, aún tenía el interior de los
muslos un poco doloridos. Me levanté y admiré la decoración de lahabitación: el cabecero de la cama estaba forrado de cuero, el parqué era deroble, los muebles de madera exótica. Era acogedora y moderna a la vez.Tenía su propio cuarto de baño, así que me lavé los dientes y me puse unode los albornoces que estaban colgados. No tenía la más mínima noción deltiempo. El silencio del lugar era absoluto.Abrí la puerta de la habitación con suavidad. Salí a un amplio pasillo alque daban varias puertas, todas cerradas. Avancé tímidamente y llegué a uninmenso salón, completamente inundado de luz natural. Guau. ¡Menudo
apartamento! Solo aquella habitación ya era igual de grande que el piso deMaddie. Tendría 120 metros cuadrados, 150 quizás. Todo elsuelo era de parqué y en el centro había una increíble chimenea dehormigón visto, presidiendo el salón. Los muebles eran escasos peroimpresionantes y se adaptaban a la perfección a ese espacio XXL. Mepareció distinguir una cocina que se perfilaba detrás de la chimenea. Aligual que en el dormitorio, la mezcla entre lo antiguo y lo contemporáneoera perfecta. También había enormes ventanales, pero en ese salón seextendían de suelo a techo y cubrían por completo la pared frontal. Meacerqué a uno de ellos y me dio la impresión de tener la ciudad a mis pies,de poder tocar con los dedos la copa de los árboles que desde allí sedivisaban. Ningún otro edificio bloqueaba las vistas ni estropeaba tanimpresionante panorama. Resultaba increíble algo así en una ciudad comoNueva York.Dos fuertes brazos me rodearon con ternura y me sacaron de mi letargocontemplativo. Sacha me abrazaba por detrás, desprendiendo un olordivino.—¿Has dormido bien? —me preguntó, depositando un beso sobre minuca.Me estremecí con un escalofrío.—Sí. Esto es fabuloso. ¿Dónde estamos?—En Greenwich Village. Lo que se ve en la distancia es el río Hudson.Tal vez te lleve a dar una vuelta en barco, si te portas bien... ¡Y te haré elamor sobre la cubierta!Arqueé una ceja. Su mano ya había desatado el cinturón de mi albornozy había encontrado el camino hacia mi pecho, mientras su otro brazo metenía cogida por los hombros, impidiéndome realizar ningún movimiento.Su rostro seguía hundido en mi cuello. Susurró:—O… también podríamos hacerlo aquí.Aflojó su abrazo y me di la vuelta. Él también iba en albornoz. Le miréfijamente a los ojos, deshice el nudo de su cinturón y me encontré con susexo, duro y erguido. Mi único deseo era lamerlo, tragármelo entero, peroSacha me llevó la cabeza hacia atrás y empezó a mordisquear los lóbulosde mis orejas. Los albornoces cayeron al suelo. Allí estábamos,completamente desnudos frente al enorme ventanal panorámico, bañadospor la clara luz del día. Normalmente, solía sentirme incómoda con ladesnudez en general y sobre todo con la de mi cuerpo, pero en esemomento olvidé todas mis inseguridades, gracias a mi excepcional amante.Sacha pasó de mis orejas a mis pezones. Dejé escapar unos gemidos. Él melevantó en brazos y me llevó hasta el sofá. Mi postura no podía ser máslasciva: estaba a cuatro patas, con los ojos entrecerrados y las piernasligeramente separadas. Sacha se tomó su tiempo, observó mi desnudeztranquilamente, sin prisa, con un aire impasible. ¿Le parecía hermosa? Mesonrojé un poco. Nunca antes un hombre me había mirado (escrutado, dehecho) de ese modo. Como si hubiera leído mi mente y quisiera acabar conmis dudas, me dijo:—Voy a devorarte, a saborear todos tus rincones, voy a entrar tanprofundamente en ti que te va a doler, voy a hacer que cada ínfima parte detu exquisito cuerpo goce como nunca...Quería gritar ¡sí, tómame, devórame, lámeme, soy tuya!. Pero no dije
nada, me limité a pasarme la lengua por el labio inferior y a sentir como lacreciente excitación que sus palabras despertaban en mí humedecía aúnmás mi sexo. Él se colocó sobre mí, puso ambas manos a cada lado de micara y se dispuso a recorrer con su lengua toda mi piel, que se estremecíade deseo. El físico de Sacha no era descomunal, pero ya desde nuestroprimer encuentro me había encantado su espalda de nadador. Admiré susabultados músculos y su pecho varonil, sus fuertes brazos y el perfil de susvenas, que palpitaban a lo largo de su cuello. Era aún más bello cuandopracticaba el sexo y se volvía una bestia, un animal salvaje.Su cabeza desapareció entre mi entrepierna y yo me liberé de toda presión,abandonándome como una muñeca de trapo. Estimuló mi clítoris con lapunta de su lengua con tal maestría que me invadió un orgasmo antes deque me penetrara. Cuando su sexo erecto entró en mí, todas las fibras demis músculos, hasta las más íntimas, explotaron en oleadas de placer.—Me encantas… Tu sexo es estrecho y lubricado, como tiene que ser…—gimió—.—Lo hago lo mejor que puedo —respondí entre dos espasmos.Me hizo callar besándome con una suavidad sorprendente, quecontrastaba enormemente con sus embestidas. Una vez más, la unión denuestros cuerpos era perfecta, estábamos en sintonía y nuestros placeresevolucionaban al mismo ritmo. Sentí cómo su eyaculación llenaba misentrañas al mismo tiempo que un segundo orgasmo me dejaba sin energía.Se desplomó sobre mí, pero sin aplastarme ni pesarme, solo unos segundospara recuperar el aliento y le acaricié el pelo. Me dio por pensar en lointensa que era la historia que estaba viviendo. Sacha se puso en pie yrecogió los dos albornoces del suelo.—Venga, prepárate rápido que salimos para la oficina en veinteminutos. Haré café y tostadas mientras te duchas.¡Había vuelto a pasar la noche con Sacha! Tenía ganas de cantar, debailar, de lanzar todas mis dudas por la ventana. Sacha. Mi Sacha. Mihombre. Me despertó de la ensoñación con una buena palmada en eltrasero. Me miraba con severidad.—Oye, no te hagas películas, ¿eh? No es momento para soñar despierta.Corre a ducharte. Encontrarás ropa sobre la cama.Sacha desapareció en lo que debía ser la cocina y divisé una escaleraaérea de aluminio y cristal. ¡Ese inmenso apartamento tenía un segundopiso!Al igual que el día anterior, pasamos la mayor parte de la jornadaencerrados en la sala de reuniones de la planta ejecutiva de Goodman& Brown. El plan de acción para la inminente fusión requería muchotrabajo a nivel preliminar. Yo me esforzaba al máximo: tomaba notas,preparaba los expedientes solicitados por el señor Dufresne y redactabainformes sobre los casos que habíamos llevado en Francia y en Europa. Elmercado asiático, que tanto había estudiado durante los últimos dos añosen París, también era un tema frecuente en los debates.Sacha se comportó de forma muy profesional durante todo el día, sindejar que nada en él desvelara la noche que compartimos. La morena noestaba, lo cual representaba un auténtico alivio para mí y hacía radiante undía que ya me parecía perfecto en todo, o casi. Rara vez había estado tansegura de mí misma. De hecho, rebosaba confianza y me sentíaespecialmente cómoda con todos los participantes. Además, la noche queacababa de pasar con el hombre que dominaba la reunión no me restaba niun ápice de seguridad.Pero, gradualmente, a medida que avanzaba el día, no pude evitar queme embargaran algunas dudas que, insidiosamente, se inmiscuían en lomás profundo de mis pensamientos... Lo que había tomado porprofesionalidad durante la mañana, empecé a verlo como una actitud muydiferente por la tarde, entre el desdén y la indiferencia, algo por el estilo.Sacha y Richard Brown desayunaron solos con el señor Dufresne y Arnaud,mientras yo me quedé con los demás empleados. No es que me esperaraque me extendieran la alfombra roja y, desde luego, me habría molestadomuchísimo que Sacha hubiera hecho comentarios o gestos fuera de lugar,sobre todo después de lo que me había dicho Arnaud la noche antes. Peroaún así, esperaba alguna mirada, una sonrisa… ¡Eso no podía costarletanto! Sin embargo, nada. Era como si yo no existiera. ¿Se avergonzaba de
mí? Me había dicho que le encantaba, sí, claro… pero que no se enteraranadie, ¿no?Cuando regresé al hotel después del trabajo, ya no tenía para nada elmismo estado de ánimo que por la mañana. Mi optimismo ciego habíadado paso a un vago dolor. Sentía que me había dejado engañar por SachaGoodman, el astuto seductor, que después había pasado de míolímpicamente. A la salida, tras cruzarme con él para llegar al ascensor nisiquiera se había molestado en levantar la cabeza. ¡Me sentía como unaimbécil!Alguien llamó a la puerta de mi habitación, que yo acababa de cerrardetrás de mí. Era Arnaud, más pedante que nunca.—¡Elisabeth! Mi padre y yo nos vamos a Chicago hoy y volvemos elmartes. Natalia —ya sabes, la morenaza que estaba ayer en la cena— nosirá a recoger al aeropuerto, es ella quien dirige la sucursal de Goodman &Brown allí. Así que, te lo advierto, pórtate como Dios manda durantenuestra ausencia, ¿OK? ¡Ni se te ocurra dar la lata! Limítate a trabajar enlos expedientes en curso sin molestar a la gente de la empresa. Tendrás unamesa de trabajo a tu disposición. Eres la becaria, te lo recuerdo. Y el fin desemana ándate con cuidado, ¿eh?Me soltó el discurso con un desprecio y una arrogancia que me dieronganas de vomitar allí mismo. Se marchó enseguida y no tuve ni la ocasiónde contestarle. Menudo idiota estaba hecho. Ese hijo de papá cada vez me
daba más asco. Así que resultaba que la morena era la famosa NataliaAzarov, de la que todo el mundo me había hablado tanto…. Yo no la habíarelacionado. ¡Qué boba! Por eso estaba en la reunión. ¡Normal! Erainteligente y hermosa, eso saltaba a la vista. Lo tenía todo. Seguro queArnaud ya había urdido toda una estrategia para seducirla, a pesar de que elmuy cerdo estaba a punto de casarse en París.Volví a entrar en la habitación con el único propósito de darme unabuena ducha, con agua bien caliente. Después, pensaba irme directamente ala cama sin cenar. No tenía ganas de nada. Ojalá echen en la tele algún
programa entretenido para no pensar en lo triste que es mi situación, me
dije.Pero, justo en ese momento, descubrí el vestido sobre la cama. No mehacía falta leer la tarjeta que lo acompañaba: ya sabía quién me enviabaaquella prenda de color turquesa, toda de seda. Cogí el vestido y comprobéque era de una suavidad increíble. Me lo puse por encima para ver cómome quedaba delante del espejo. El color era perfecto: iluminaba mi tezclara y resaltaba el tono rojizo de mi melena. ¿Qué debo hacer?
¿Sucumbir? ¿Obedecer y que le baste una miradita para tenerme rendida asus pies? ¿Arriesgarme a sufrir el resto del tiempo por su actitudextremadamente fría? El vestido era tan hermoso… Todo lo que le rodeaba
era de un gusto exquisito y delicado. Además, el calor de sus besos era tanintenso y el sueño que me hacía vivir tan increíble (casi siempre, almenos), que habría sido absurdo renunciar a esa aventura, ¿no?Leí la tarjeta.Coge algunas cosas y ponte el vestido, esta noche no duermes en elhotel. Una limusina te esperará a la entrada a las 19 h en punto.S.¡Ni una sola palabra cariñosa!Muy bien, voy a prepararme, señor Goodman... ¡Pero no espere poderdisfrutar de mi cuerpo sexy esta noche!A las 19 horas en punto estaba abriendo la puerta de la limusina.Sacha me esperaba en su interior, sentado en el asiento de cuero blanco dela parte de atrás. Apenas me atrevía a mirarle, pero vi que llevaba unesmoquin. Era tan elegante…¿Cómo conseguía una y otra vez que todas mis dudas se disiparan? Unasonrisa suya era suficiente para borrarlas de un plumazo. Era un juegodemasiado fácil para él. Tenía que resistirme. Se acercó y me acarició lospechos a través de la fina tela de seda.—Este vestido es justo lo que necesitabas. Estás guapísima —dijo,recorriendo mi escote con la punta de sus dedos.Colocó su otra mano en mi nuca y se acercó más, peligrosamente. Aspirésu sutil perfume y sentí que me flojeaban las fuerzas. Me puse en tensión,tan rígida como pude.—Um... —añadió— llevo todo el día queriendo besar esos labios.Era demasiado y exploté.—¿En serio? ¡Pues la impresión que has dado es que ni siquiera tehabías percatado de mi presencia! ¡Menuda manera de demostrarle aalguien que te mueres por besarla! Solo sirvo para abrirme de piernas aescondidas, eso es todo, ¿no? ¡Lo único que te importa es que nadie seentere!Él se apartó y me miró. Reconocí un destello de ira en sus ojos.—Pero… ¿qué mosca te ha picado? ¡No iba a besarte en el despacho,por mucho que lo estuviera deseando! Estoy al frente de una de las firmasde abogados más importantes del país, Elizabeth, no soy un aficionado. Esoquiere decir que cuando estoy en la oficina, estoy al 200 %. No seastan ingenua, por favor. Si quieres llegar lejos en tu carrera, deberíasaprender que hay que tener un mínimo de profesionalidad.De golpe, me sentí terriblemente ridícula. Era verdad, había sido muyingenua. Él era un profesional y yo… una idiota insegura. Me habíacomportado como una niñata, montándole una escenita. Me arrepentíenseguida de mi actitud, que no estaba a su altura. Él debía encontrarmetan infantil…—Yo... yo... ya sé todo eso. Perdóname, es que a veces pareces tan frío,tan distante… Yo... yo... me pregunto... es que ni siquiera entiendo qué vesen mí...—¿Que qué veo en ti? —Sacha se acercó de nuevo. Había suavizado eltono. Me tomó la barbilla entre las manos y me giró dulcemente la cabeza,para obligarme a mirarle—. ¡Me gusta todo de ti! Tu frescura, tunaturalidad, tu energía... Siento que eres diferente. No he podido dejar depensar en ti desde la primera vez que te vi. Señorita Lanvin, aunque no tearranque la ropa en medio de la sala de reuniones para hacerte el amor allímismo, te encuentro extraordinariamente excitante. Podría pasarme el díaentero empalmado solo con pensar en lamer ese culito...A medida que hablaba, aumentaba la temperatura. En sus ojos, la irahabía dejado paso a una manifiesta lujuria.Yo sentía que me humedecía como una loca, pero no me había quedadocompletamente tranquila. Él siempre lo llevaba todo al sexo. Y yo queríamás. La limusina se detuvo.—Creo que tendrás que esperar a lamerme nada... —respondí, aúnaturdida por lo que acababa de ocurrir. Pero él ya estaba fuera de lalimusina y me tendía una mano para ayudarme a salir.—¿Sacha? —le llamé con un hilo de voz. Se giró hacia mí—. Te pidodisculpas, me he comportado de una manera ridícula.Su respuesta fue apretarme fuerte la mano que aún me tenía cogida yconducirme a la enorme escalinata de la entrada. Estábamos en la ópera.Sacha despertaba en mí ciertas reacciones físicas más que obvias, perola voz de la soprano que interpretaba el aria de aquella ópera era algoespecial. Cada nota me llegaba al corazón. ¡Qué delicadeza, qué precisión,qué emoción! Ya había ido antes a la ópera con Maddie, aunque mi tíasolía preferir el ballet. No era, por tanto, una novata, y siempre habíadisfrutado de los grandes clásicos. Pero aquella tarde era mucho másintenso. Todo lo era junto a Sacha. Me dejé llevar por la magia del lugar,del ambiente y de mi acompañante. Ya no tenía ganas de pelear ni deseguir haciéndome preguntas.Después de la ópera, volvimos a subir a la limusina y nos dirigimos alas afueras de la ciudad. Ambos íbamos en silencio, todavía ensimismadospor el aura de la ópera. Por fin llegamos a nuestro destino: un helipuerto.No podía creer lo que veía. Un helicóptero nos esperaba. Me quedé sinaliento. Una vez a bordo, me dijo:—Te prometí el séptimo cielo. Disfruta.—¡Me siento como una niña con un juguete nuevo! Esto es genial.Gracias, Sacha. Pero no tienes por qué hacer todo eso, ¿sabes? —lerespondí un poco abruptamente como siempre, a la defensiva.—Me limito a hacer lo que me apetece, Liz. Nadie me ha impuestonunca nada y jamás me he sentido obligado a nada, ni tan solo con unamujer.No pude escuchar lo que añadió después porque estábamos despegandoy el ruido era ensordecedor. Sacha se apoyó contra mí mientrasadmirábamos el espectáculo de la ciudad a nuestros pies. Nueva Yorkdesde arriba era como un hormiguero iluminado. Nuestras manos estabanentrelazadas. Le sentía tan cercano... Era la primera vez que teníamos estaproximidad sin sexo.De vuelta en el loft de Sacha, estaba tan agotada que solo deseabaacurrucarme con él y dormir a su lado. Steven había llevado las pocascosas que había cogido en el hotel, mi neceser y una muda de ropa. Sachaestaba encerrado en el despacho que tenía en casa y me había dicho que leesperara. Me cepillé los dientes y decidí tumbarme cinco minutos,mientras llegaba. Pero me quedé dormida.En medio de la noche me despertó una agradable sensación entre losmuslos. Abrí los ojos, una tenue luz iluminaba parcialmente la habitación.La mano de Sacha siembre sabía encontrar el camino a mi placer. Todavíano me había despertado del todo cuando su mano dio paso a su lengua, conla que siguió acariciándome. Aparté un poco las piernas para facilitarle laentrada. Con un dedo recorría los rincones más ocultos de mi anatomía,hasta que llegó a una parte sin duda muy sensible... pero él sabíaexactamente qué hacer. Con delicadeza, después haber relajado la zona,introdujo un dedo en mi ano, sin dejar de hurgar con la lengua en lospliegues de mi intimidad. Yo me moría de gusto, por delante y por detrás.Era un doblete, por así decirlo, que nunca había experimentado hastaentonces y que consiguió que mi excitación alcanzara límitesinsospechados. Sacha iba y venía con la lengua, con el dedo... Todo micuerpo y mis sentidos eran una explosión de sensaciones. Le agarré lacabeza y apreté los puños. No iba a poder contenerme mucho más, sentíacómo mi vagina se contraía, lista para derramar su placer. Él había hechoque cada centímetro de mi sexo estuviera extremadamente sensible, a florde piel. Yo me retorcía, susurraba, gemía y gritaba de puro goce.—Sí, así me gusta, Liz, córrete para mí. Eso es lo que quiero. Eres mía,solo mía... Voy a hacer que te corras una y otra vez para mí.Se tumbó sobre la espalda. También él parecía a punto de estallar, nuncahabía visto su polla más dura ni más grande. Poco a poco acerqué la boca yse la chupé con avidez, hasta que me ordenó parar. Entonces, le cabalguécomo si fuera una amazona. La sensación de controlar su placer eradeliciosa. Me agarró las caderas con firmeza e inmediatamente eyaculó enmi interior, justo cuando yo estaba en la cima del orgasmo. Después, losdos rodamos a un lado, jadeando.—Para no tener mucha experiencia en el sexo, ¡eres increíble! Dime laverdad, ¿has tenido tan pocos amantes como me contaste?—¡Claro que sí! Pero contigo me desinhibo por completo.—¡Hm! Eres una auténtica máquina de dar placer, estás hecha para elsexo, y me encanta.—¿Y eso es lo único que te gusta de mí?Se apoyó sobre un codo a mi lado, me acarició suavemente la curva delas caderas, subió hasta llegar a mis pechos y me pellizcó un pezón.—¡Ay!—Tienes una enorme falta de confianza en ti misma, Liz. Pero esotambién me gusta.—No me has contestado...Su mano volvió a repasar los contornos de mi cuerpo.—No se me dan bien las grandes declaraciones, Liz. Y para ser sincero,tampoco me apetece intentar hacerte una, porque sería mejor que no teesperaras nada por el estilo de mí. Pero voy a hacer una excepción, soloesta noche, para esta naricita bonita —me tiró de la punta de la nariz y meapartó los rizos rojos de delante de los ojos—. Me encanta que tengas unlado débil y otro fuerte a la vez. Siento que eres muy fuerte en el fondo yque eres una persona completamente íntegra, además... ¡Y no esperes quete diga nada más!—Bueno, con eso me contentaré por ahora.Me dormí como un bebé, mecida por la certeza de que estaba viviendoun cuento de hadas. Me di cuenta de que estaba volviéndome totalmenteadicta a ese hombre. No importaba que sus palabras fueran descarnadas,duras a veces, ni que apenas me hubiera dicho nada tierno... Me encantabaque fuera tan reservado. Siempre había desconfiado de los chicos que tecubrían de halagos para luego poder traicionarte mejor. Sacha no era así.Cuando me desperté por la mañana, él ya había desaparecido de nuevo.Se me ocurrió ir a darle una sorpresa a su despacho, en el piso de arriba.Subí de puntillas la escalera de cristal, avancé y empujé con cuidado lapuerta entreabierta. Al igual que en el piso de abajo, la habitación estabainundada de luz natural gracias a un ventanal corrido a lo largo de casi todala pared frontal. No había nadie. Pasé por detrás de su escritorio paraacercarme a ver la bahía. A esa altura, casi daba vértigo. Al marcharme, vique su Macbook estaba encendido, por lo que imaginé que él no debía estarlejos.Su buzón de correo electrónico estaba abierto. No pude evitar leer eltexto que aparecía en la pantalla.De: Natalia AzarovPara: Sacha GoodmanMi querido Sacha:Todo va bien por Chicago, pero me preocupo por ti. Acabo de pasar unavelada muy “informativa” con tu futuro socio. ¡No te fíes de la pequeñabecaria! Es un lobo con piel de cordero y lo único que busca esconseguir una buena situación, Arnaud Dufresne lo ha sufrido en carnepropia. ¡Ella ha hecho todo lo posible para intentar meterse en su camaporque se muere por un puesto en el bufete! Arnaud está convencido deque ella utiliza artimañas para conseguir lo que quiere y que estáinteresada en tu posición y tu dinero. Cuídate mucho. No quiero vertesufrir más.Natalia.De: Sacha GoodmanPara: Natalia AzarovNo te preocupes por mí, Natalia… Sé lo que hago. Solo me estoydivirtiendo un poco, está todo bajo control.Sacha.¿Solo me estoy divirtiendo un poco? ¿SOLO ME ESTOY DIVIRTIENDOUN POCO? ¿Estaba soñando o qué? Releí la frase varias veces, pero eso no
cambiaba nada: las palabras seguían allí, escritas en negro sobre blanco.Me ardía la garganta, sentía que me ahogaba... Bajé a toda velocidad,agarré mis cosas, con los ojos inundados de lágrimas y cerré de un portazoal cabo de unos minutos.En el taxi que me llevó de vuelta al hotel, rompí a llorardesconsoladamente.¡El muy cabrón, cabrón, cabrón! Solo había sido un
juguete para él. La pequeña becaria. Pero, ¿por qué? ¿Por qué había caídocon tanta facilidad? Entré en la habitación del hotel con los ojosenrojecidos. No sabía qué hacer. ¿Regresar a Francia? Imposible, tenía queesperar a que volvieran los Dufresne. Pero por nada del mundo podíaquedarme en el hotel, como si nada hubiera pasado. Hice las maletas. Memetí en un taxi y le entregué al conductor el papel que me había dado Jessel día que me fui de París. Por lo menos hasta el lunes estaría tranquila.

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