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Pídeme lo que quieras, ahora y siempre Cap.43 y 44

Diez días después hay una convención de Müller en Múnich a la que tengo que asistir. Intento escaquearme, pero Gerardo y Miguel no me lo permiten, e intuyo que el señor Zimmerman tiene algo que ver en ello. Cuando mi avión llega aquí los recuerdos me avasallan. De nuevo estoy en esta majestuosa ciudad. Acompañada por Miguel y varios jefazos más de todas las delegaciones de España llegamos hasta el lugar donde se organiza la convención a las once de la mañana. Una vez allí me siento junto a Miguel y la convención empieza. Busco a Eric entre la multitud de asistentes y lo localizo. Está en la primera fila, y el corazón se me encoge cuando lo veo junto a Amanda. ¡Bruja!
Como siempre parecen muy compenetrados y, cuando Eric sube al estrado para hablar delante de más de tres mil personas llegadas de todas las delegaciones, lo miro con orgullo. Escucho todo lo que dice y soy consciente de lo guapo, guapísimo que está con aquel traje gris oscuro. Cuando su discurso acaba y Amanda sube al estrado junto a él, me tenso. Eric la ha cogido por la cintura, y ella, encantada, saluda con gesto de triunfo.
Miguel me mira. Yo trago con dificultad, pero intento sonreír. Tras el acto, unos camareros comienzan a pasar copas de champán y canapés. Parapetada entre mis compañeros españoles, estoy al tanto de todo. Eric se acerca, junto Amanda. Ambos saludan a todos los asistentes y deseo salir corriendo cuando lo veo llegar hasta mi grupo. Con una encantadora, pero fría, sonrisa, nos mira a todos. No me presta ninguna atención especial, y cuando me saluda ni siquiera posa sus ojos en los míos. Me da la mano como a uno más y después se marcha para seguir saludando al resto de los comensales. Amanda cruza una mirada conmigo y veo la guasa en sus ojos. ¡Será perra!
Mientras saludan a otros, observo cómo Eric vuelve a coger a Amanda por la cintura y se hace fotos. En ningún momento hace ademán de mirarme. Nada, absolutamente nada. Es como si nunca nos hubiéramos conocido. Sin pestañear observo cómo se hace fotos con otras mujeres, y la carne se me pone de gallina cuando veo que Eric dice algo a una mirándole los labios. Lo conozco. Sé lo que significa esa mirada y a lo que conllevará. Me pica el cuello. ¡Los ronchones! ¡Oh, no! Los celos pueden conmigo, ¡no puedo soportarlo!
Cuando ya no aguanto más, busco una salida. Tengo que salir de allí como sea. Cuando llego hasta una de las puertas, alguien me toma la mano. Me doy la vuelta con el corazón acelerado y veo que es Miguel. Por un instante, he pensado que sería Eric.
—¿Dónde vas?
—Necesito un poco de aire. Hace mucho calor ahí dentro.
—Te acompaño —dice Miguel.
Cuando encontramos por fin una salida, Miguel saca una cajetilla de tabaco y le
pido uno. Necesito fumar. Tras las primeras caladas mi cuerpo se comienza a tranquilizar. La frialdad de Eric, unida a Amanda y a cómo ha mirado a otras mujeres, ha sido demasiado para mí.
—¿Estás bien, Judith? —pregunta Miguel.
Asiento. Sonrío. Intento ser la chispeante chica de siempre.
—Sí, es sólo que hacía mucho calor.
Miguel asiente. Sé que imaginará cosas, pero no quiero hablarlo con él. Tras el cigarrillo, soy yo la que propongo entrar de nuevo. Debo ser fuerte y se lo tengo que demostrar a él, a Amanda, a Miguel y a todo el mundo.
Con paso seguro, regreso hasta el grupo de España e intento integrarme en las conversaciones, pero no puedo. Cada vez que me doy la vuelta, Eric está cerca, halagando a alguna mujer. Todas quieren fotos con él; todas, menos yo.
Dos horas después, cuando estoy en uno de los baños, oigo cómo una de esas mujeres dice que el jefazo Eric Zimmerman le ha dicho que es muy mona. ¡Será boba la tía! Sin poder evitarlo, la miro. Es un pibón tremendo. Una italiana de enormes pechos, curvas sinuosas y pelo cobrizo. Se muestra nerviosa y lo entiendo. Que Eric te diga algo así mirándote es para ponerte nerviosa.
Cuando salgo del baño me cruzo con Amanda. Me mira. La muy arpía me mira y me guiña un ojo con diversión. Siento unas irrefrenables ganas de agarrarla de su rubio pelo y arrastrarla por el suelo, pero no. No debo. Estoy en una convención; tengo que ser profesional y, sobre todo, le prometí a mi padre que no me volvería a comportar como una camorrista.
Al llegar a mi grupo me sorprendo cuando veo que Eric habla con ellos. Junto a él hay una monada morena de la delegación de Sevilla que babea mientras habla. Eric, consciente del magnetismo que provoca entre las mujeres, bromea con ella, y ésta, como una tonta, se toca el pelo y se mueve nerviosa. Cierro los ojos. No quiero verlos. Pero al abrirlos me encuentro con la mirada de Eric, que dice:
—La señorita Flores los llevará hasta donde he organizado la fiesta. Ella conoce Múnich. —Yo levanto el mentón, y Eric añade, entregándome una tarjeta—. Los espero a todos allí.
Dicho esto, se marcha. Yo pestañeo.
Todos me miran y comienzan a preguntarme cómo llegar hasta el sitio que el jefazo ha dicho. Miro la tarjeta, y tras recordar dónde está esa sala de fiestas, nos dirigimos hacia el autobús que nos llevará al hotel, hasta que llegue la noche y sea el evento.
Cuando el autobús nos deja en el hotel, aprovecho para darme una ducha. Estoy muy tensa. No quiero ir a esa fiesta, pero he de hacerlo. No me puedo escaquear. Eric ya se ha encargado de que no me escaquee. Tras secarme el pelo, oigo unos golpes y unos jadeos. Escucho con atención y al final sonrío. La habitación de al lado es la de Miguel, y por lo que oigo, lo está pasando muy bien.
Doy unos golpes en la pared y los jadeos paran. ¡No quiero escucharlos!
Me cambio el traje gris claro y me pongo un vestido negro con strass en la cintura. Me calzo unos tacones que sé que me sientan muy bien, y el pelo me lo recojo en un moño alto. Cuando me miro al espejo, sonrío. Sé que estoy sexy. Con seguridad, Eric no me mirará, pero mi apariencia hará que otros hombres me observen.
Al menos que me suban la moral, ¿no?
A las nueve, tras cenar en el hotel, nos reunimos todos en el hall. Como es de esperar todos buscan en mí a la persona que les llevará hasta donde el jefazo ha dicho. Tras
hablar con el conductor del autobús, nos sumergimos en el tráfico de Múnich, y sonrío al pasar junto al Jardín Inglés. Con cariño miro los lugares por donde paseé con Eric y fui feliz durante una bonita época de mi vida, pero el buen rollo se me acaba cuando el autobús llega a destino y nos tenemos que bajar.
Entramos en el local. Es enorme, y como era de esperar, el señor Zimmerman ha preparado una colosal fiesta. Todos aplauden. Miguel me mira y, divertida, murmuro:
—Oye, he estado a punto de sacar un pañuelito blanco y gritarte «torero».
Él se ríe y señala a una joven.
—¡Dios, nena!, ni te cuento cómo es el huracán Patricia.
Ambos nos reímos y, en ese momento, escucho a mi lado:
—Buenas noches.
Al levantar la mirada me encuentro con Eric. Está guapísimo con su esmoquin negro y su pajarita. ¡Oh, Dios!, siempre he querido hacerle el amor sólo vestido con la pajarita. ¡Qué morbo! Rápidamente me quito esa idea de la cabeza. ¿Qué hago pensando en eso? Nuestros ojos se encuentran, y su frialdad es extrema. El corazón me aletea. El estómago se me contrae hasta que veo que quien va a su lado es la pelirroja italiana del baño. ¡Vaya por Dios!
Sin cambiar el gesto, saludo, y él prosigue su camino con ella. No quiero que vea que su presencia me perjudica, pero la verdad es que me deja totalmente noqueada. Está claro que Eric ya ha retomado su vida y lo tengo que aceptar.
Del brazo de Miguel, me dirijo a la barra y pedimos algo de beber. Estoy sedienta. Durante una hora, Miguel está a mi lado. Reímos y comentamos cosas, hasta que la música comienza. Han contratado a una banda de música swing. ¡Me encanta! La gente comienza a bailar, y Miguel decide sacar al huracán Patricia.
Me quedo sola, y mientras bebo de mi copa, escaneo el local. No he vuelto a ver a Eric, pero pronto lo encuentro bailando con la italiana. Eso me inquieta. Canción tras canción, soy testigo de cómo todas las mujeres quieren bailar con él, y él, encantado, acepta.
¿Desde cuándo es tan bailón?
Se supone que la loca bailona soy yo y, aquí estoy, sujetando la barra. ¡Mierda! Pero cuando lo veo bailar con Amanda me altero. Soy así de imbécil. No puedo soportar la mirada de ella y cómo lo agarra con posesión por el cuello mientras mueve un dedo y le acaricia el pelo.
Me doy la vuelta. No puedo seguir mirando. Voy al baño, me refresco y regreso a la fiesta.
Al salir, me encuentro con Xavi Dumas, el de la delegación de Barcelona, y me invita a bailar. Accedo. Después, me invitan varios hombres más, y mi autoestima vuelve a estar donde yo necesitaba. De pronto, Eric está a mi lado y le pide a mi acompañante permiso para bailar conmigo. Mi acompañante accede, encantado. Yo, no tanto. Cuando él pone su mano en mi cintura y yo pongo mis brazos en su cuello, la orquesta toca Blue moon. Trago saliva y bailo. Desde su altura, me mira y, finalmente, dice:
—¿Lo está pasando bien, señorita Flores?
—Sí, señor —asiento escuetamente.
Sus manos en mi espalda me queman. Mi cuerpo reacciona ante su contacto, su cercanía y su olor.
—¿Qué tal le va la vida? —vuelve a preguntar en tono impersonal.
—Bien —consigo decir—, con mucho trabajo. ¿Y a usted?
Eric sonríe, pero su sonrisa me asusta cuando acerca su boca a mi oído y murmura:
—Muy bien. He retomado mis juegos y debo reconocer que son mucho mejores de lo que los recordaba. Por cierto, Dexter me dio recuerdos el otro día para usted, para su diosa caliente.
¡Será capullo!
Intento desasirme de su abrazo, pero no me deja. Me aprieta contra él.
—Termine de bailar conmigo esta pieza, señorita Flores. Después, puede usted hacer lo que le dé la gana. Sea profesional.
Me pica todo, pero no me rasco.
Aguanto el tirón ante su adusta mirada, y cuando la canción acaba, me da un frío y galante beso en la mano. Y antes de marcharse, murmura.
—Como siempre, ha sido un placer volver a verla. Espero que le vaya bien.
Su cercanía, sus palabras y su frialdad me han llegado al alma.
Voy a la barra y pido un cubata. Lo necesito. Tras ése me bebo otro e intento ser profesional y fría como él. He tenido el mejor maestro. Ningún Eric Zimmerman va a poder conmigo.
Lo observo, furiosa, mientras él lo pasa bien con las mujeres. Todas caen rendidas a sus pies y soy consciente de con quién se va a ir esa noche. No es con la italiana. Es con Amanda. Sus miradas me lo dicen.
¡Los odio!
A la una de la madrugada decido dar por terminada la fiesta. ¡No puedo más! Miguel se ha ido con su propio huracán sexual y algún que otro tío ya se está poniendo pesadito conmigo.
Cuando salgo a la calle, respiro. Me siento libre. Veo aparecer un taxi y lo paro. Le doy la dirección y, en silencio, regreso a mi hotel. Subo a mi habitación y me quito los zapatos. Estoy rabiosa. Eric me ha sacado de mis casillas. ¿Qué raro? Escucho jadeos en la habitación de al lado. Miguel y su huracán.
Resoplo. Menuda nochecita que me van a dar.
Me siento en la cama, me tapo los ojos y me pueden las ganas de llorar. ¿Qué narices hago yo aquí? Los jadeos en la habitación de al lado suben de tono. ¡Menudo escándalo! Al final, mosqueada, doy dos golpes en la pared. Los jadeos paran, y yo cabeceo.
Instantes después llaman a mi puerta y me tapo los ojos. ¡Qué cortarrollos soy!
Será Miguel para pedirme perdón. Sonrío y, cuando abro, me encuentro con el gesto ceñudo de Eric. Mi expresión cambia.
—Vaya..., veo que no soy quien esperaba, señorita Flores.
Sin pedir permiso entra en la habitación y yo cierro la puerta. No me muevo. No sé qué hace aquí. Eric se da una vuelta por la estancia y, tras comprobar que estoy sola, me mira y yo pregunto:
—¿Qué quiere, señor?
Iceman me mira, me mira, me mira, y responde con indiferencia:
—No la vi marcharse de la fiesta y quería saber que estaba bien.
Sin acercarme a él, muevo la cabeza; sigo enfadada por lo que me ha dicho en la fiesta.
—Si ha venido usted para ver con quién voy a jugar en el hotel, siento decepcionarlo, pero yo no juego con gente de la empresa ni cuando la gente de la empresa está cerca. Soy discreta. Y en cuanto a estar o no estar bien, no se preocupe, señor, me sé
cuidar muy bien yo solita. Por lo tanto, ya se puede marchar.
El que yo haya afirmado que juego en otros momentos lo atiza. Lo veo en su rostro y, antes de que diga nada que me pueda enfadar aún más, siseo:
—Salga de mi habitación ahora mismo, señor Zimmerman.
No se mueve.
—Usted no es nadie para entrar aquí sin ser invitado. Con seguridad lo esperarán en otras habitaciones. Corra, no pierda el tiempo; seguro que Amanda o cualquier otra de sus mujeres desea ser su centro de atención. No pierda el tiempo aquí conmigo y márchese a jugar.
Tensión. Mucha tensión.
Nos miramos como auténticos rivales, y cuando él se acerca a mí, yo me muevo con rapidez. No estoy dispuesta a caer en su juego por mucho que mi cuerpo lo necesite, lo grite.
Le oigo maldecir y luego, sin mirarme, se dirige hacia la puerta, la abre y se va. Se marcha furioso.
Me quedo sola en la habitación. Mis pulsaciones están a mil. No sé qué quiere Eric. Lo que yo sí sé es que cuando estoy a solas con él no soy la dueña de mi cuerpo.
La noche que regreso de la convención en Múnich decido que debo retomar mi vida. Debo olvidarme de Eric y buscarme otro trabajo. Necesito volver a ser yo o, como siga así, no sé qué va a ser de mí.
Al día siguiente, cuando llego a la oficina, hablo con Miguel. Éste no entiende que me quiera marchar. Intenta convencerme, pero intuye que lo que había entre el jefazo y yo no está zanjado. Me acompaña hasta el despacho de Gerardo y, una vez allí, gestiono mi despido.
Tras una mañana de locos en la que Gerardo no sabe qué hacer conmigo, al final lo consigo. Causo baja definitivamente en Müller.
Por la tarde, cuando salgo de la oficina, sonrío. Ése es el primer día de mi vida.
44
A las siete de la mañana, cuando todavía estoy en la cama, suena mi móvil. Miro la pantalla y no reconozco el número. Lo cojo y escucho:
—¿Qué has hecho?
—¿Cómo? —pregunto adormilada, sin entender nada.
—¿Por qué te has despedido, Judith?
¡Eric!
Gerardo ya le ha debido de informar de lo que he hecho y, airado, grita:
—¡Por el amor de Dios, pequeña, necesitas el trabajo! ¿Qué pretendes hacer? ¿En qué pretendes trabajar? ¿Quieres ser camarera otra vez?
Alucinada por esas preguntas y, en especial, porque me llame «pequeña», siseo:
—No soy tu pequeña y no vuelvas a llamarme en tu vida.
—Jud...
—Olvída que existo.
Corto la llamada.
Eric vuelve a insistir. Corto la llamada.
Al final apago el móvil y, antes de que llame al número de mi casa, desenchufo el teléfono. Enfadada me doy la vuelta y continúo durmiendo. Quiero dormir y olvidarme del mundo.
Pero no puedo dormir y me levanto. Me visto y salgo. No quiero estar en casa. Llamo a Nacho y me voy con él a su taller. Durante horas, observo los tatuajes que hace mientras hablamos. A la hora de cerrar, llamamos a los amigos y nos vamos de jarana. Necesito celebrar que no trabajo para Müller.
Cuando llego a casa son las tres de la madrugada. Voy directamente a la cama. Tengo un pedo colosal.
Sobre las diez de la mañana llaman a mi puerta. Con gesto pesaroso me levanto para abrir. Me quedo de piedra cuando veo que es un mensajero con un precioso ramo de rosas rojas de tallo largo. Intento que se las lleve. Sé de quién son, pero el mensajero se resiste. Al final me las quedo y van derechas a la basura. Pero la cotilla que hay en mí busca la tarjetita y el corazón se me acelera cuando leo:
Como te dije hace tiempo, te llevo en mi mente desesperadamente.
Te quiero, pequeña.
Eric Zimmerman
Boquiabierta, releo de nuevo la nota.
Cierro los ojos. No, no, no. Otra vez, ¡no!
A partir de ese momento no puedo encender el móvil sin recibir una llamada de Eric. Agobiada decido desaparecer. Lo conozco y en horas lo tengo en la puerta de mi casa. Por Internet alquilo una casita rural. Cojo mi Leoncito, y esta vez me voy para Asturias, concretamente a Llanes.
Llamo a mi padre y no le digo dónde estoy. No me fío de que no se lo cuente a Eric. Se llevan demasiado bien. Le aseguro que estoy bien, y mi padre asiente. Sólo me exige que lo llame todos los días para saber que estoy en condiciones y que lo avise cuando llegue a Madrid. Según él, tenemos que hablar muy seriamente. Accedo.
Durante una semana paseo por esa bonita localidad, duermo y pienso. Tengo que decidir qué voy a hacer conmigo después de Eric. Pero soy incapaz de pensar con claridad. Eric está tan metido en mi mente, en mi corazón y en mi vida que apenas puedo razonar.
Eric insiste.
Me llena el buzón de mensajes y, cuando ve que no le hago caso, comienza a mandarme e-mails que leo por las noches en la habitación de la preciosa casa que he alquilado.
De: Eric Zimmerman
Fecha: 25 de mayo de 2013 09.17
Para: Judith Flores
Asunto: Perdóname
Estoy preocupado, cariño.
Lo hice mal. Te acusé de ocultarme cosas cuando yo sabía lo de tu hermana y no te lo dije. Soy un idiota. Me estoy volviendo loco. Por favor, llámame.
Te quiero.
Eric
De: Eric Zimmerman
Fecha: 25 de mayo de 2013 22.32
Para: Judith Flores
Asunto: Jud..., por favor
Sólo dime que estás bien. Por favor..., pequeña
Te quiero.
Eric
Leer sus e-mails me emociona. Sé que me quiere. Lo sé. Pero lo nuestro no puede ser. Somos fuego y hielo. ¿Por qué volver a intentarlo otra vez?
De: Eric Zimmerman
Fecha: 26 de mayo de 2013 07.02
Para: Judith Flores
Asunto: Mensaje recibido
Sé que estás muy enfadada conmigo. Me lo merezco. He sido un idiota (además de un gilipollas). Me he portado fatal y me siento mal. Contaba los días para verte en la convención de Múnich y, cuando te tuve delante, en vez de decirte lo mucho que te quiero me porté como un animal furioso. Lo siento cariño. Lo siento, lo siento, lo siento.
Te quiero.
Eric
Saber que deseaba verme en la convención me alegra. Ahora entiendo por qué se comportó de esa manera. Utilizó su frialdad como mecanismo de defensa y le jugó una mala pasada. Intentó encelarme y lo consiguió. No midió los resultados, y ahora estoy muy enfada con él.
De: Eric Zimmerman
Fecha: 27 de mayo de 2013 02.45
Para: Judith Flores
Asunto: Te extraño
Escucho nuestras canciones.
Pienso en ti.
¿Me perdonarás alguna vez?
Te quiero.
Eric
Nuestras canciones también las escucho yo con el corazón encogido. Hoy mientras comía en una terracita en Llanes ha sonado You are the sunshine of my life de Stevie Wonder, y he recordado cuando me ordenó salir del coche para bailar con él en medio de una calle en Múnich. Eso lo humaniza. Detalles como ése me hacen saber lo mucho que Eric ha cambiado por mí. Le quiero, pero tengo miedo. Tengo miedo a no parar de sufrir.
De: Eric Zimmerman
Fecha: 27 de mayo de 2013 20.55
Para: Judith Flores
Asunto: Eres increíble
Flyn acaba de contarme lo de la coca-cola y tu caída en la nieve. ¿Por qué no me lo dijiste?
Si antes te quería, ahora te quiero más.
Eric
Saber que Flyn se ha sincerado con su tío me emociona. Eso me hace saber que comienza a sentirse más seguro de sí mismo. Me gusta saberlo. ¡Olé mi niño!
A Eric... lo quiero todavía más. ¿Por qué me pasa esto?
¿Acaso el efecto Zimmerman me ha abducido de tal manera que no lo puedo olvidar? Definitivamente sí.
De: Eric Zimmerman
Fecha: 28 de mayo de 2013 09.35
Para: Judith Flores
Asunto: Hola, cariño
Estoy en la oficina y no me concentro.
No puedo parar de pensar en ti. Quiero que sepas que no he jugado en todo este tiempo. Te mentí, pequeña. Como te dije, mi ÚNICA fantasía eres tú.
Te quiero ahora y siempre.
Eric
Ahora y siempre. Qué bonitas palabras cuando me las decía mirándome a los ojos. Mi fantasía eres tú, cabezón. ¿Qué tengo que hacer para olvidarte y que te olvides de mí?
De: Eric Zimmerman
Fecha: 28 de mayo de 2013 16.19
Para: Judith Flores
Asunto: Te lo ordeno
¡Maldita sea, Jud!, te exijo que me digas dónde estás.
Coge el maldito teléfono y llámame ahora mismo, o escríbeme un e-mail. ¡Hazlo!
Eric
¡Vaya, regresó Iceman! Su enfado me hace reír. ¡Anda y que le den!
De: Eric Zimmerman
Fecha: 29 de mayo de 2013 23.11
Para: Judith Flores
Asunto: Buenas noches, pequeña
Perdona mi último e-mail. La desesperación por tu ausencia me puede.
Hoy ha sido un gran día para Flyn. Laura le ha invitado a su cumpleaños y desea contártelo.
¿Tampoco lo vas a llamar a él?
Te echo de menos y te quiero.
Eric
Mi desesperación también me puede. ¡Oh, Dios!, ¿qué voy a hacer sin ti?
Lloro de alegría al saber que Flyn está feliz por esa invitación. Mi pequeño gruñón comienza a vivir. Yo también te quiero, Eric, y te echo de menos.
De: Eric Zimmerman
Fecha: 30 de mayo de 2013 15.30
Para: Judith Flores
Asunto: No sé qué hacer
¿Qué tengo que hacer para que respondas a mis mensajes?
Sé que los recibes. Lo sé, cariño.
Sé por tu padre que estás bien. ¿Por qué no me llamas a mí?
Mi paciencia se está resquebrajando día a día. Ya me conoces. Soy un alemán cabezón. Pero por ti estoy dispuesto a hacer lo que sea.
Te quiero, pequeña.
Eric (el gilipollas)
Cuando cierro el ordenador, resoplo. Ya imaginaba que mi padre lo tendría al día.

Las tornas han cambiado. Ahora es él quien escribe y yo quien no contesta. Ahora entiendo lo que él sintió en su momento. Trato de olvidarlo como él trató de olvidarme, y soy consciente de que no me deja hacerlo, como yo no lo dejé a él.

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