CAPITULO 43
Llegué
a mi casa y tiré todas mis cosas al suelo. Tomé la carta de mi madre y me senté
en el sillón
para
volver a leerla. Me había olvidado completamente de su letra. Una letra fina y
bien clara. Me
levanté
y fui hasta mi habitación. Comencé a revolver los cajones de mi mueble, hasta
que
encontré
lo que estaba buscando. La tomé con cuidado y la miré detenidamente. Ella era
tan
hermosa…
y debe serlo aun.
Sentí
un nudo de impotencia que no me dejaba respirar tranquilo. Ella era una mujer
increíble y
nunca
tuvo que haber pasado por todo lo que mi padre la hizo pasar. Maldito cobarde,
infeliz… será
mi
padre pero lo único que siento hacia él es desprecio.
Me
puse de pie, necesitaba salir y despejarme, dejar de pensar en todo. Me cambie
la molesta ropa
de
la Universidad y tomé mis llaves y mi teléfono para salir de casa. No iba a ir
en moto.
Necesitaba
caminar.
Caminé
sin rumbo alguno por las calles de la cuidad, sin prestar mucha atención a
donde estaba
yendo.
Hasta que mis pasos se detuvieron frente a un viejo bar. Miré a mí alrededor y
decidí entrar.
Un
lugar con luces bajas, todo estaba relativamente oscuro. Me acerqué a la barra
y me senté en la
silla.
Un hombre de unos 70 años se acercó a mí y me miró fijo.
—¿Qué
se te ofrece muchacho? —me preguntó.
—Dame
una botella de ron —le pedí. Él asintió. Se alejó de mí y se agacho para buscar
lo que le
estaba
pidiendo.
‘—¿No
vas a hacer ninguna tontería, cierto?’
Su
pregunta y preocupación llegó a mi cabeza. Me la había vuelto a preguntar
después de que la
había
ido a besar. El hombre se acercó de nuevo a mí y apoyó la botella frente a mis
ojos, colocó
un
vaso al lado. Lo miré y le agradecí con la cabeza. Se alejó de nuevo.
Lo
siento cariño, pero no puedo cumplirte. Necesito que mi mente este en otro
lugar, necesito
olvidar
y embriagarme. Abrí la botella y me serví un poco de ron. Miré mi vaso y dude
un poco en
hacerlo…
Vanessa estaba en mi cabeza.
Pero
no, tenía que hacerlo. Llevé el vaso a mi boca y tomé de golpe. Apoyé el vaso
con un poco de
fuerza
sobre la barra, ya que el ron me había quemado hasta el cerebro. Volví a
llenarlo y volví a
tomar.
‘—Tu
madre es una cualquiera, ¿entiendes eso? Ella te dejó, decidió irse con otro…
¿y sabes
porque?
Porque eres un error… nunca te quiso. Cuando se enteró de que estaba embarazada
de
ti…
quiso abortarte pero yo no la dejé, y cuando naciste no te quiso ver. La
tuvieron que obligar a
que
te diera de amamantar… ¿Cuándo vas a entenderlo? Ella nunca quiso que nacieras…
‘
—¡Mentira!
—dije sin darme cuenta.
La
gente que estaba a mí alrededor se giró a verme. Volví a tomar el ron que
estaba en mi vaso.
Sus
malditas palabras llenaron mi cabeza.
¿Por
qué me hacía esto? ¿Por qué mi propio padre quería destruirme? ¿Por qué quería
acabar
conmigo?
¿Qué le había hecho yo a él?
Seguí
tomando y tomando. Mi cabeza ya daba vueltas. Pero aun así no había logrado
despejar mi
mente
de aquellos recuerdos horribles y aquellas palabras hirientes. No sé cuanto
tiempo pasó,
pero
mi botella ya estaba casi vacía.
Miré
a mí alrededor y luego miré a la hora del reloj de pared del bar. Ya era tarde,
debía irme. Me
puse
de pie y ante el repentino mareo me agarre de la mesada. Saqué un poco de
dinero y sin
mirar
cuanto era lo dejé encima de la mesa. Salí del bar y las gotas de lluvia
mojaron mi rostro.
Levanté
mi cabeza y miré el cielo. Estaba oscuro y había refrescado bastante.
Coloqué
sobre mi cabeza la capucha de mi buzo. Tenía que ir a algún lado, tenía que
dejar de
pensar
un poco. Mis pies comenzaron a caminar sin rumbo alguno, la lluvia fría había
logrado
traspasar
un poco mi ropa. No sabía a donde ir, mis pasos caminaban sin dirección.
Hasta
que me detuve frente a un edificio. Lo miré bien y supe que ese era el edificio
de Vanessa.
Me
acerqué a la puerta y para mi buena suerte, estaba abierta. Me quedé un segundo
quieto,
esperando
a que todo volviera a ser visible, ya que lo estaba viendo borroso. Reí por lo
bajo y me
acerqué
al ascensor.
Entré
y sin dudar marque el piso 6. Llegué al piso más rápido de lo que pensé. Me
acerqué a la
puerta
y di tres golpes firmes y lentos. Necesitaba que me abriera, necesitaba verla,
necesitaba
abrazarla.
Que ella me abrazara y que me contuviera. Tragué ante el pensamiento.
—Ya
voy —escuché su dulce voz desde adentro. La puerta se abrió y ella me miró sin
poder creerlo
—Zac…
—Lo
siento, no sabía a que otro lugar ir —dije y me tambaleé un poco. Ella se
acercó a mí y tomó
de
la cintura. Su rostro quedó cerca del mío —Cor ha salido de casa y Jar esta en un
caos familiar
—disculpé
con esas excusas mi presencia en su casa. Me ayudó a entrar y me hizo sentarme
en el
sillón.
—¡Menos
mal que te dije que no hicieras tonterías! —me empezó a regañar. Mi cabeza daba
muchas
vueltas. Solo vi como se acercaba a la cocina —¿Por qué haces esto? ¿Qué
necesidad
tenías
de tomar así? A kilómetros se te huele el alcohol —siguió hablando. Sonreí por
lo bajo y vi
como
ella servia algo en una taza —¡Creo que ya estas un poquito grande como para
estar
emborrachándote
por ahí y poniendo tu vida en peligro!
—Ya,
ya no me retes —le pedí. Ella se acercó y se arrodillo frente a mí. Me quitó la
capucha.
—¡Tienes
los ojos rojos por el alcohol! ¿No te da vergüenza? Encima me lo prometiste, me
prometiste
que no ibas a hacer tonterías…
—Perdón,
perdón —me disculpé.
Levantó
su mano y secó mi rostro con la toalla que había traído. Luego me ayudó a
quitarme el
buzo,
ya que estaba empapado.
Colocó
la toalla alrededor de mis hombros. Giró y tomó la taza para dármela. Miré el
líquido verde
claro
y la miré a ella.
—Es
un té chino, quita la borrachera más rápido que el café y no provoca efectos de
adicción,
como
el café —me dijo.
Volví
a mirar el té y con duda lo acerqué a mi boca. Apenas un sorbo de aquello tocó
mi lengua lo
alejé
de mí.
—Esto
es un asco —dije mientras dejaba que esa horrible cosa pasara por mi garganta.
—Lo
siento querido, pero el que quiere celeste que le cueste —dijo y me hizo tomar
de nuevo.
Juro
que era lo más asqueroso que había probado en mi vida.
—No,
no quiero más —alejé la taza de mí, pero ella volvió a acercarla.
—No,
claro que no —llevó la taza a mi boca —Vas a tomarte todo, quieras o no.
Sonreí
por lo bajo y tomé obedientemente.
—Estoy
seguro de que así debe sonar mi madre —dije algo divertido. Sus ojos se
clavaron en los
míos,
y acomodó un poco mi cabello.
—¿Sabes?
La noche de la fiesta en la que nos encontramos, ¿recuerdas? —me dijo. Asentí
con la
cabeza
mientras volvía a tomar un poco de té. Ya no sabía tan horrible —Estábamos
jugando a las
veinte
preguntas… no lo terminamos. Me tocaba a mí…
—Fueron
cinco, no veinte... bueno seis —le dije al recordarlo con claridad. Sonrió por
lo bajo y
luego
soltó un leve suspiró mientras se arrodillaba mejor frente a mí.
—Bueno,
entonces comenzaré —me dijo. Asentí —¿Por qué haces las cosas que haces?
—No
lo se, es algo que… no lo se —le respondí.
—Está
pregunta siempre quise hacértela —dijo algo divertida —¿Qué le viste a Amanda?
Su
pregunta me hizo reír por lo bajo. La miré a los ojos y arqueé una ceja.
—¿Celosa?
—pregunté.
—La
que hace las preguntas aquí soy yo —me dijo seria.
—Está
bien, está bien —le dije y suspiré —Amanda es una más del montón, nada
significó para mí
y
jamás va a significarlo.
—¿Yo
soy una más del montón?
—No,
jamás —contesté rápidamente.
—¿Playa
o montaña? —me dijo.
—Montaña,
así podría ir con alguien a quien le parece que lo mejor de tener frío es poder
entrar en
calor
—le dije. Rió levemente y clavó sus ojos en los míos.
—¿Cómo
se llama tu madre? —preguntó.
Detuve
el recorrido que estaba haciendo la taza a mi boca. Sentí como un nuevo nudo se
formaba
en
mi garganta. Aquel mareo horrible que tenía cuando llegué ya casi ni estaba.
—Starla
—dije por lo bajo.
—¿Dónde
esta ella? —dijo.
—No
lo se —dije y fijé mi mirada en la nada —Hace diez años que no se nada de ella.
Mi padre…
mi
padre la golpeaba. Ella un día se cansó y me agarró y nos fuimos de casa con
Ben.
—¿Quién
es Ben? – la miré a los ojos y sentí como los míos se llenaban de lágrimas.
—Ben
era el hombre por quien mamá iba dejar a David. Siempre lo quise mucho, era un
hombre
increíble
—contesté su pregunta —Nos… fuimos de casa, pero papá fue por mí con un juez y
se
quedó
conmigo. Desde entonces… no supe más nada de ella. No sabía si estaba viva, si
estaba
muerta
—mi voz se quebró al final de la oración —Mi padre me ha amenazado toda su vida
con que
si
yo no hacía lo que él quería iba a mandar a matar a mi madre —la mire de nuevo
a los ojos y sus
marrones
ojos estaban llenos de lágrimas también —Yo no pude hacer nada, ¿entiendes? ¡El
maldito
me tiene agarrado de las pelotas!
—Otra
pregunta —dijo con un hilo de voz. La miré extrañado —¿Puedo besarte?
No
dije nada. Ella se inclinó hacia delante y chocó suavemente sus labios con los
míos. Mis ojos se
cerraron
instantáneamente. Sus labios se cerraron suaves sobre los míos, que con temor
respondían
a su gesto.
No
había ganas en ese beso, no era una insinuación sexual. Ese beso era
preocupado, angustiado,
quería
consolarme. Esto no podía ser así, no debía ser así. Algo asustado me alejé de
ella. Me miró
algo
sorprendida.
—¿Qué
sucede? —me preguntó.
—No…
no hagas eso. Yo no quiero tu lastima… no me gusta la lastima —le dije.
Tomó
mi rostro con sus manos e hizo que la mirara fijo a los ojos. Me sonrió
dulcemente,
provocando
que un escalofrió bajara por mi espalda. Volvió acercarse a mi boca.
—No,
no es lastima —susurró sobre mis labios —Solo quiero cuidarte. Tú viniste hasta
aquí, no
porque
Cor o Jar no estaban. Viniste hasta aquí, porque necesitas que te cuide,
necesitas que te
abrace,
que te bese. Me necesitas…
Se
acercó más a mí y se sentó sobre mi regazo. Me encontré colocando torpemente
mis brazos
alrededor
de su cintura, mientras sus labios eran una suave caricia sobre los míos.
Sus
manos acariciaban mis cabellos, hacia atrás. Y luego las yemas de sus dedos,
acariciaban mis
mejillas.
Y su boca, ¡dios santo su boca! Su boca se estaba convirtiendo en una obsesión.
Una
peligrosa obsesión.
Se
alejó un poco y yo quedé colgando en el aire. Abrí mis ojos, para enfrentar los
suyos. Despacio
acarició
mi nariz con la suya y luego se puso de pie. Caminó hasta la cocina y se puso a
revolver
algo.
—¿Te
quedas a comer? —me dijo. Me puse de pie y caminé hasta donde estaba ella.
—Creo
que va a ser mejor que me vaya —le dije. Me miró a los ojos.
—Está
lloviendo y ya es tarde, ¿Por qué no te quedas, Zac? —preguntó.
—No…
no lo se Vanessa —dije con duda.
Puso
su mejor cara de perro mojado y me miró fijo sacando un poco de puchero.
¡Maldita sea! No
puedo
creer que tenga esa facilidad de hacerme ceder así.
—¿Si?
—preguntó sin dejar de mirarme y hacerme ojitos. Respiré profundamente.
—Está
bien —dije mientras soltaba el aire que tenía en mi cuerpo.
Sonrió
y se estaba por acercar a mí, pero se detuvo y me miró.
—No,
no. No lo tengo que hacer. No lo voy a hacer, quédate tranquilo. Mantendré
distancia entre
nosotros
—dijo. La miré divertido.
Me
acerqué a la mesa y me senté frente a ella mientras observaba como cocinaba.
—¿Qué
estas haciendo? —le pregunté.
—¿Recuerdas
aquel día en la oficina de mi madre que me desmayé y me dijeron que estaba
anémica?
Bueno, fui al medico el otro día y confirmó aquello. Me dijo que debo comer
carne. Así
que
estoy haciendo algo con un poco de carne —dijo. La miré divertido.
—Aquí
tienes carne para comer, cariño —dije refiriéndome a mí. Me miró divertida.
—No,
esa carne tiene miedo de mí. Así que mejor no la como, y trato de no mirarla,
para que no
salga
corriendo —me dijo sin dejar de sonreír.
Volvió
su vista a la comida. Y una pregunta se trabó en mi garganta. Mi mirada estaba
clavada en
ella,
pero ella parecía no notarlo.
El
imborrable recuerdo de su cuerpo contra el mío, llegó a mi cabeza para
agitarme. Tenía que
preguntárselo,
tenía que hacerlo…
—¿Me
pasas ese plato? —me dijo, haciendo que saliera de mis pensamientos. Asentí y
le alcancé lo
que
me pedía —Tengo helado de postre, ¿Te gusta el helado?
—Algo
frío para entrar en calor, si —le dije.
Ella
rió divertida y vi como sus mejillas tomaban un poco de color. Como me
encantaba que sus
mejillas
tomaran color. Se veía tan inocente así.
—¿Vas
a quedarte, verdad? —me preguntó mientras me alcanzaba un plato con comida.
CAPITULO 44
—Por
ahora no tengo ninguna intención de irme —le contesté. Ella suspiró levemente.
Se
sirvió comida para ella y se sentó frente a mí.
Vi
como miraba con cierto asco la carne frente a su plato. Con el tenedor, corrió
un pedazo y se
dedico
a pinchar la verdura. Reí por lo bajo y me miró.
—¿Qué
pasa? —preguntó.
Pinché
un pedazo de carne y estiré mi mano para acercarlo a su boca. Arrugó la nariz y
me miró
implorando
que no lo hiciera.
—Debes
comerlo, o me veo en la obligación de que comas otro tipo de carne.
—Dispuesta
estaría a hacerlo… —susurró, y clavó sus ojos en los míos —No me hagas comer
eso,
voy
a ensuciar todo mi organismo. Hasta tal vez me agarre una patada al hígado por
comer esto,
después
de tanto tiempo.
—¿Qué
te dijo el medico? —le recordé.
—Puedo
sustituir eso por alimentos con fibra —dijo sin dejar de mirar asqueada la
carne en mi
tenedor
—No me hagas comer eso.
—Vanessa,
los humanos estamos para comer carne.
—¿Si
como un pedacito, ya no me harás comer más? —preguntó como una niña pequeña
poniendo
condiciones
para comer sus verduras, en este caso… carne.
—Lo
prometo —le afirmé.
Respiró
profundamente y abrió apenas su boca para acercar la carne. Cuando estuvo
dentro se
quitó
el tenedor. Dio un pequeño mordisco y frunciendo aun más el ceño quito la carne
de su boca.
La
mire bien.
—No
puedo, no puedo —dijo apunto de chillar como si de verdad tuviera 5 años —Esta
viscoso y…
diaj
que asco. El solo hecho de pensar que un pobre animalito fue asesinado
brutalmente para
terminar
en mi plato me repugna. No sabes lo mal que me sentí cuando tuve que cortar la
carne en
pequeños
pedacitos…
Reí
divertido y me miró entrecerrando los ojos.
—Oh
eres increíble —dije sin dejar de reír.
—Lo
siento señor ‘como carne porque soy un humano’ pero no puedo hacerlo.
Simplemente no
puedo.
—Está
bien, está bien. Por lo menos come tus verduras.
—Sonaste
como mi padre —dijo algo asustada.
Volví
a reír. Ella era divertida y tan única. Tan espontánea y natural. Tal vez yo podría
estar
pasando
el peor momento de mi vida, pero estoy completamente seguro que ella sería
capaz de
sacarme
una sonrisa.
Comimos
entre risas y unas cuantas intensas miradas. Mirarla era algo tan especial,
juro que me
daba
paz. Terminamos y la ayudé a lavar todo. Se giró a verme.
—¿Seguirá
lloviendo? —dijo.
Hice
un gesto con los hombros. Entonces ella comenzó a caminar hacia un gran
ventanal. Corrió las
cortinas
y vimos como la intensa lluvia caía pesadamente sobre la cuidad.
—Si,
aun llueve —le dije acercándome a mirar un poco. Ella abrió una de las puertas
del balcón.
—Amo
el olor a lluvia —musitó con los ojos cerrados y respirando profundamente.
—Y
yo amo el olor a ti —dije inconscientemente. Se giró a verme y pestañeó
nerviosa.
—¿Vemos
una película? —me preguntó rápidamente.
—¿Por
qué no? —le dije asintiendo.
Volvió
a la cocina y tomó dos pequeños potes de helado del refrigerador. Me entregó
uno y me dio
una
cuchara.
—Ven,
vamos a arriba —me dijo y comenzó a subir las escaleras a su cuarto. Otra vez los
recuerdos
de esa noche volvieron a mi mente. Lentamente subí detrás de ella. Y cuando
llegamos
ambos
nos quedamos quietos —Mmm, ponte cómodo —dijo algo nerviosa.
Asentí
y me quité las zapatillas para sentarme en la gran cama. No podía evitar
recordar aquello, se
me
hacía casi imposible.
—Amelie,
película de origen franco-alemana, me dijeron que es muy buena —dijo ella y se
acercó
hasta
el gran televisor que estaba frente a nosotros para ponerlo.
Puso
el DVD y luego se sentó en la cama. Se acercó más a mí, apoyando un costado
suyo contra
mi
pecho. La miré y en un impulso me acerqué a ella, para besar su mejilla. Vi
como sonreía sin
dejar
de mirar al televisor.
La
película comenzó. Una voz en off comenzó a narrar la historia. Trate de
concentrarme, pero mi
vista
se desviaba hacia el perfil de Vanessa, hacia su forma de comer helado,
mientras
concentradamente
leía la traducción. Luego de un rato apoyó la cabeza en mi pecho. Yo solo me
quedé
así, mirando muy entretenido aquella interesante película y comiendo helado.
Coloqué mi
brazo
alrededor de ella, y mi mano quedó descansando en su espalda.
“Sin
ti, las emociones de hoy no serían más que la piel muerta de las emociones de
ayer”
Esa
frase quedó bastante metida en mi cabeza.
Bostecé
cuando la película terminó y el disco salio solo. Quise moverme, pero Vanessa
no se
levantó.
Estiré un poco mi cabeza para mirarla y estaba dormida.
Sonreí
levemente y con cuidado la solté. Abrí la cama, y la acomodé bien allí para
taparla como a
una
niña. Me acerqué al televisor y lo apagué. Tomé mis zapatillas para irme.
Yo
tenía que irme de allí, salir e irme para dejar de pensar un poco en todo lo
que ella me produce
cuando
estamos juntos. Caminé hasta la escalera, pero mis pasos se detuvieron. Giré
para mirarla y
su
pequeña figura sobresalía en aquella inmensa cama.
—Mierrda…
—susurré y solté las zapatillas para acercarme de nuevo a la cama.
Abrí
con cuidado las sabanas y frazadas, para con más cuidado acostarme a su lado.
Cuando lo
hice,
giró sobre el colchón y apoyó su cabeza sobre mi pecho. Apoyándose dulcemente
cerca de mí,
colocando
sus piernas debajo de las mías y haciendo que su perfume entrara impávidamente
por
mi
nariz. La miré algo sorprendido.
—Sabía
que no ibas a irte —me habló en voz baja.
—¿Estabas
despierta? —pregunté.
—Si
—musitó y se abrazó más a mí —Y me alegro de que no te hayas ido.
—Vanessa…
—Abrázame,
no seas tonto… Hace frió —se quejó.
Entonces
con cuidado la abracé.
—Vanessa
—la llamé.
—¿Si?
—¿Puedo
hacerte una pregunta?
—Claro.
—¿Estas
arrepentida de lo que pasó aquella noche? —le pregunté.
No
dijo nada, pensé que no iba a responderme.
—No
—dijo apenas audible, pero la escuche —No estoy arrepentida —levantó un poco su
cabeza y
besó
el borde de mi mentón —Ahora duerme, ¿si?
—Vanessa
—la volví a llamar.
—¿Qué?
—dijo ya frustrada de mí. Reí levemente.
—Déjame
besarte —pedí.
—¿Por
qué quieres besarme? —me preguntó.
—Porque
lo necesito —dije algo agitado.
—¿Y
por que? —volvió a preguntar.
—No
lo se, maldita sea —solté exasperado —Solo se que lo necesito, te necesito
desesperadamente.
Entonces,
levantó su cabeza de mi pecho y me besó de esa manera suave que ella siempre
utilizaba.
Moví mi boca a ese ritmo tan especial y delicado. Sentí como una de sus manos
se
apoyaba
suavemente en mi mejilla. La rodeé firmemente con mis dos brazos, mientras la
acercaba
implacablemente
hacia mí.
Se
subió a horcajadas sobre mi abdomen, jadeé levemente al sentir el tibio
contacto de sus manos
debajo
de mi remera. Se alejó apenas de mi boca y me miró agitada.
—Déjame
demostrarte que puedes llevar más cosas, además de las ganas, a la cama. Déjame
demostrarte
que no solo puede haber placer en esto —dijo mientras besaba mi rostro. Tragué
sonoramente
—En la cama puede haber muchas cosas Zac. Consuelo, culpa, alivio…
—Vanessa…
—dije agitado. Me besó callando mis palabras.
—Puedes
sentir miedo, alegría. Puedes sentir coraje… —se alejó de mi para clavar sus
ojos en los
míos
—Zac… puedes sentir amor, eso que tanto temes y de lo que huyes despavorido,
como si
fuera
lo más horrible del mundo. En una cama, las cosas son mucho mejor y más
placenteras
cuando
hay sentimientos de por medio.
—Vanessa,
yo…
—¿Tú
que? —susurró —Déjame hacerte el amor.
La
miré fijo a los ojos y recordé las palabras de Corbin.
‘—Cuando
hagas el amor con alguna, te vas a dar cuenta. No es cosa de una sola noche.
Vas a
querer
hacerlo todas las noches que sigan…’
—Soy
todo tuyo cariño —le dije y ella sonrió para luego inclinarse hacia delante y
tomar mis labios
en
un apasionado beso.
Metí
mis manos debajo de la remera de pijama, la suave piel de su espalda estaba
fría, mientras
que
mis manos estaban calientes.
Sentí
como todo su cuerpo de erizaba ante el contacto caliente de mi mano, sobre su
piel. Su
lengua
se mezcló con la mía y sentí el sabor dulce y frío del helado.
Con
un simple movimiento giré sobre el colchón y la atrapé debajo de mí. Me alejé
de su boca para
mirarla
a los ojos. Ella me sonrió dulcemente y acarició mi rostro.
—Ya
dejemos las vueltas, Zac —me dijo.
—¿Estás
dispuesta a admitir que te mueres por mí? —le pregunté divertido. Mordió su
labio inferior
y
me miró de manera caliente.
—Ya
no puedo decirte que no —dijo y alzó la cabeza para rozar mi boca —Estoy loca
por ti.
Sentí
un cosquilleó en mi estomagó. Eran las estúpidas mariposas que Rose me había
dicho que se
sienten
cuando uno está… está enamorado.
—Yo
también estoy loco por ti Vanessa, completa y perdidamente loco —admití y
terminé de
besarla.
Sus
manos bajaron hasta el borde de mi remera y soltando apenas mis labios me la
quitó por la
cabeza.
Arrojó la prenda hacia un costado, mientras sobre sus labios se curvaba una
sonrisa. De
una
manera que me sorprendió hizo que giráramos y quedó sobre mí. Su suave mano
acarició mi
pecho
y bajó por mi abdomen.
Casi
desesperado me senté y la besé posesivamente, provocando que un pequeño gemido
escapara
de su boca. Le quité la molesta remera, que no me dejaba acariciarla con
ansias. Volví a
besar
sus labios, para luego bajar a su cuello. Sus manos acariciaban mi espalda y
nuca.
Subiendo
una de mis manos por su pequeña espalda, me llevé el broche de su sostén. Se
alejó un
poco
de mí para mirarme a los ojos.
Levante
mi mano y la apoyé sobre su hombro. Sin quitar mi mirada de la suya, retiré con
cuidado
el
bretel. Sus labios se apoyaron despacio sobre los míos, mientras mis manos
terminaban de quitar
el
sostén de ella.
Sus
brazos se elevaron y rodearon mi cuello. Acercándola más a mí rodeé su cintura
con mis
brazos,
mientras nuestras bocas se conocían un poco más.
De
una u otra forma, nos fuimos deshaciendo de cada prenda que nos cubría. Juro
que no solo
estaba
totalmente excitado y desesperado por entrar en ella, también estaba asustado y
una parte
de
mí me decía que me alejara.
Pero,
¿Cómo podía hacer algo así? ¿Cómo podía hacerlo si simplemente se que la
necesito más que
a
nada?
Sus
manos eran tan suaves y calidas y me acariciaban tan dulcemente, que puedo
jurar que su
toque
me quemaba por dentro. Me encendía de una forma, que nunca había sentido.
Esto
no era simplemente algo sexual, y me daba tanto placer. Más placer de lo que
jamás pensé
sentir.
Con
cuidado me recosté con ella y volví a girar para que quedara bajo mi cuerpo.
Bajé mis besos
por
su cuello, y su pecho. Sus piernas me rodearon las caderas, encendiendo una
hoguera en mi
interior.
—Sabes
tan bien cariño —le murmuré cerca del oído.
Gimió
levemente, cuando con mis manos la acomodé mejor debajo de mí, tomándola de
ambas
piernas
y haciendo que mi sexo se presionara levemente contra el suyo.
—Te
necesito dentro Zac… por favor —me rogó.
Su
suplica me hizo estremecer. Y entonces alcé la cabeza para mirarla fijamente a
la cara. Sus ojos
marrones
estaban nublados por el placer, sus mejillas levemente enrojecidas. Ella era
tan
hermosa…
y yo ya no podía hacer nada para negar lo que sentía. Entonces despacio empecé
a
entrar
en ella. Sus manos apretaron mis hombros, cuando la llené completamente. Bajé
la cabeza y
la
besé con ternura, mientras empezaba a envestirla suavemente, con cuidado y
hasta el fondo. Me
abrazó
dulcemente mientras nuestras bocas se fundían en un delicado beso.
¡Demonios,
la tonta sensación de su cuerpo abrazando al mío no tiene descripción!
La
sensación de su pecho latiendo contra el mío. La sensación de su corazón
latiendo bajo el mío.
Su
ritmo era hiperactivo y escandalizador, hizo que todo mi cuerpo temblara e hizo
que me diera
cuenta
de que mi corazón latía al mismo ritmo. O peor aun, mucho más.
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