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Peligrosa Obsesión - Capítulo 43 y 44



CAPITULO 43
Llegué a mi casa y tiré todas mis cosas al suelo. Tomé la carta de mi madre y me senté en el sillón
para volver a leerla. Me había olvidado completamente de su letra. Una letra fina y bien clara. Me
levanté y fui hasta mi habitación. Comencé a revolver los cajones de mi mueble, hasta que
encontré lo que estaba buscando. La tomé con cuidado y la miré detenidamente. Ella era tan
hermosa… y debe serlo aun.
Sentí un nudo de impotencia que no me dejaba respirar tranquilo. Ella era una mujer increíble y
nunca tuvo que haber pasado por todo lo que mi padre la hizo pasar. Maldito cobarde, infeliz… será
mi padre pero lo único que siento hacia él es desprecio.
Me puse de pie, necesitaba salir y despejarme, dejar de pensar en todo. Me cambie la molesta ropa
de la Universidad y tomé mis llaves y mi teléfono para salir de casa. No iba a ir en moto.
Necesitaba caminar.
Caminé sin rumbo alguno por las calles de la cuidad, sin prestar mucha atención a donde estaba
yendo. Hasta que mis pasos se detuvieron frente a un viejo bar. Miré a mí alrededor y decidí entrar.
Un lugar con luces bajas, todo estaba relativamente oscuro. Me acerqué a la barra y me senté en la
silla. Un hombre de unos 70 años se acercó a mí y me miró fijo.
—¿Qué se te ofrece muchacho? —me preguntó.
—Dame una botella de ron —le pedí. Él asintió. Se alejó de mí y se agacho para buscar lo que le
estaba pidiendo.
‘—¿No vas a hacer ninguna tontería, cierto?’
Su pregunta y preocupación llegó a mi cabeza. Me la había vuelto a preguntar después de que la
había ido a besar. El hombre se acercó de nuevo a mí y apoyó la botella frente a mis ojos, colocó
un vaso al lado. Lo miré y le agradecí con la cabeza. Se alejó de nuevo.
Lo siento cariño, pero no puedo cumplirte. Necesito que mi mente este en otro lugar, necesito
olvidar y embriagarme. Abrí la botella y me serví un poco de ron. Miré mi vaso y dude un poco en
hacerlo… Vanessa estaba en mi cabeza.
Pero no, tenía que hacerlo. Llevé el vaso a mi boca y tomé de golpe. Apoyé el vaso con un poco de
fuerza sobre la barra, ya que el ron me había quemado hasta el cerebro. Volví a llenarlo y volví a
tomar.
‘—Tu madre es una cualquiera, ¿entiendes eso? Ella te dejó, decidió irse con otro… ¿y sabes
porque? Porque eres un error… nunca te quiso. Cuando se enteró de que estaba embarazada de
ti… quiso abortarte pero yo no la dejé, y cuando naciste no te quiso ver. La tuvieron que obligar a
que te diera de amamantar… ¿Cuándo vas a entenderlo? Ella nunca quiso que nacieras… ‘
—¡Mentira! —dije sin darme cuenta.
La gente que estaba a mí alrededor se giró a verme. Volví a tomar el ron que estaba en mi vaso.
Sus malditas palabras llenaron mi cabeza.
¿Por qué me hacía esto? ¿Por qué mi propio padre quería destruirme? ¿Por qué quería acabar
conmigo? ¿Qué le había hecho yo a él?
Seguí tomando y tomando. Mi cabeza ya daba vueltas. Pero aun así no había logrado despejar mi
mente de aquellos recuerdos horribles y aquellas palabras hirientes. No sé cuanto tiempo pasó,
pero mi botella ya estaba casi vacía.
Miré a mí alrededor y luego miré a la hora del reloj de pared del bar. Ya era tarde, debía irme. Me
puse de pie y ante el repentino mareo me agarre de la mesada. Saqué un poco de dinero y sin
mirar cuanto era lo dejé encima de la mesa. Salí del bar y las gotas de lluvia mojaron mi rostro.
Levanté mi cabeza y miré el cielo. Estaba oscuro y había refrescado bastante.
Coloqué sobre mi cabeza la capucha de mi buzo. Tenía que ir a algún lado, tenía que dejar de
pensar un poco. Mis pies comenzaron a caminar sin rumbo alguno, la lluvia fría había logrado
traspasar un poco mi ropa. No sabía a donde ir, mis pasos caminaban sin dirección.
Hasta que me detuve frente a un edificio. Lo miré bien y supe que ese era el edificio de Vanessa.
Me acerqué a la puerta y para mi buena suerte, estaba abierta. Me quedé un segundo quieto,
esperando a que todo volviera a ser visible, ya que lo estaba viendo borroso. Reí por lo bajo y me
acerqué al ascensor.
Entré y sin dudar marque el piso 6. Llegué al piso más rápido de lo que pensé. Me acerqué a la
puerta y di tres golpes firmes y lentos. Necesitaba que me abriera, necesitaba verla, necesitaba
abrazarla. Que ella me abrazara y que me contuviera. Tragué ante el pensamiento.
—Ya voy —escuché su dulce voz desde adentro. La puerta se abrió y ella me miró sin poder creerlo
—Zac…
—Lo siento, no sabía a que otro lugar ir —dije y me tambaleé un poco. Ella se acercó a mí y tomó
de la cintura. Su rostro quedó cerca del mío —Cor ha salido de casa y Jar esta en un caos familiar
—disculpé con esas excusas mi presencia en su casa. Me ayudó a entrar y me hizo sentarme en el
sillón.
—¡Menos mal que te dije que no hicieras tonterías! —me empezó a regañar. Mi cabeza daba
muchas vueltas. Solo vi como se acercaba a la cocina —¿Por qué haces esto? ¿Qué necesidad
tenías de tomar así? A kilómetros se te huele el alcohol —siguió hablando. Sonreí por lo bajo y vi
como ella servia algo en una taza —¡Creo que ya estas un poquito grande como para estar
emborrachándote por ahí y poniendo tu vida en peligro!
—Ya, ya no me retes —le pedí. Ella se acercó y se arrodillo frente a mí. Me quitó la capucha.
—¡Tienes los ojos rojos por el alcohol! ¿No te da vergüenza? Encima me lo prometiste, me
prometiste que no ibas a hacer tonterías…
—Perdón, perdón —me disculpé.
Levantó su mano y secó mi rostro con la toalla que había traído. Luego me ayudó a quitarme el
buzo, ya que estaba empapado.
Colocó la toalla alrededor de mis hombros. Giró y tomó la taza para dármela. Miré el líquido verde
claro y la miré a ella.
—Es un té chino, quita la borrachera más rápido que el café y no provoca efectos de adicción,
como el café —me dijo.
Volví a mirar el té y con duda lo acerqué a mi boca. Apenas un sorbo de aquello tocó mi lengua lo
alejé de mí.
—Esto es un asco —dije mientras dejaba que esa horrible cosa pasara por mi garganta.
—Lo siento querido, pero el que quiere celeste que le cueste —dijo y me hizo tomar de nuevo.
Juro que era lo más asqueroso que había probado en mi vida.
—No, no quiero más —alejé la taza de mí, pero ella volvió a acercarla.
—No, claro que no —llevó la taza a mi boca —Vas a tomarte todo, quieras o no.
Sonreí por lo bajo y tomé obedientemente.
—Estoy seguro de que así debe sonar mi madre —dije algo divertido. Sus ojos se clavaron en los
míos, y acomodó un poco mi cabello.
—¿Sabes? La noche de la fiesta en la que nos encontramos, ¿recuerdas? —me dijo. Asentí con la
cabeza mientras volvía a tomar un poco de té. Ya no sabía tan horrible —Estábamos jugando a las
veinte preguntas… no lo terminamos. Me tocaba a mí…
—Fueron cinco, no veinte... bueno seis —le dije al recordarlo con claridad. Sonrió por lo bajo y
luego soltó un leve suspiró mientras se arrodillaba mejor frente a mí.
—Bueno, entonces comenzaré —me dijo. Asentí —¿Por qué haces las cosas que haces?
—No lo se, es algo que… no lo se —le respondí.
—Está pregunta siempre quise hacértela —dijo algo divertida —¿Qué le viste a Amanda?
Su pregunta me hizo reír por lo bajo. La miré a los ojos y arqueé una ceja.
—¿Celosa? —pregunté.
—La que hace las preguntas aquí soy yo —me dijo seria.
—Está bien, está bien —le dije y suspiré —Amanda es una más del montón, nada significó para mí
y jamás va a significarlo.
—¿Yo soy una más del montón?
—No, jamás —contesté rápidamente.
—¿Playa o montaña? —me dijo.
—Montaña, así podría ir con alguien a quien le parece que lo mejor de tener frío es poder entrar en
calor —le dije. Rió levemente y clavó sus ojos en los míos.
—¿Cómo se llama tu madre? —preguntó.
Detuve el recorrido que estaba haciendo la taza a mi boca. Sentí como un nuevo nudo se formaba
en mi garganta. Aquel mareo horrible que tenía cuando llegué ya casi ni estaba.
—Starla —dije por lo bajo.
—¿Dónde esta ella? —dijo.
—No lo se —dije y fijé mi mirada en la nada —Hace diez años que no se nada de ella. Mi padre…
mi padre la golpeaba. Ella un día se cansó y me agarró y nos fuimos de casa con Ben.
—¿Quién es Ben? – la miré a los ojos y sentí como los míos se llenaban de lágrimas.
—Ben era el hombre por quien mamá iba dejar a David. Siempre lo quise mucho, era un hombre
increíble —contesté su pregunta —Nos… fuimos de casa, pero papá fue por mí con un juez y se
quedó conmigo. Desde entonces… no supe más nada de ella. No sabía si estaba viva, si estaba
muerta —mi voz se quebró al final de la oración —Mi padre me ha amenazado toda su vida con que
si yo no hacía lo que él quería iba a mandar a matar a mi madre —la mire de nuevo a los ojos y sus
marrones ojos estaban llenos de lágrimas también —Yo no pude hacer nada, ¿entiendes? ¡El
maldito me tiene agarrado de las pelotas!
—Otra pregunta —dijo con un hilo de voz. La miré extrañado —¿Puedo besarte?
No dije nada. Ella se inclinó hacia delante y chocó suavemente sus labios con los míos. Mis ojos se
cerraron instantáneamente. Sus labios se cerraron suaves sobre los míos, que con temor
respondían a su gesto.
No había ganas en ese beso, no era una insinuación sexual. Ese beso era preocupado, angustiado,
quería consolarme. Esto no podía ser así, no debía ser así. Algo asustado me alejé de ella. Me miró
algo sorprendida.
—¿Qué sucede? —me preguntó.
—No… no hagas eso. Yo no quiero tu lastima… no me gusta la lastima —le dije.
Tomó mi rostro con sus manos e hizo que la mirara fijo a los ojos. Me sonrió dulcemente,
provocando que un escalofrió bajara por mi espalda. Volvió acercarse a mi boca.
—No, no es lastima —susurró sobre mis labios —Solo quiero cuidarte. Tú viniste hasta aquí, no
porque Cor o Jar no estaban. Viniste hasta aquí, porque necesitas que te cuide, necesitas que te
abrace, que te bese. Me necesitas…
Se acercó más a mí y se sentó sobre mi regazo. Me encontré colocando torpemente mis brazos
alrededor de su cintura, mientras sus labios eran una suave caricia sobre los míos.
Sus manos acariciaban mis cabellos, hacia atrás. Y luego las yemas de sus dedos, acariciaban mis
mejillas. Y su boca, ¡dios santo su boca! Su boca se estaba convirtiendo en una obsesión.
Una peligrosa obsesión.
Se alejó un poco y yo quedé colgando en el aire. Abrí mis ojos, para enfrentar los suyos. Despacio
acarició mi nariz con la suya y luego se puso de pie. Caminó hasta la cocina y se puso a revolver
algo.
—¿Te quedas a comer? —me dijo. Me puse de pie y caminé hasta donde estaba ella.
—Creo que va a ser mejor que me vaya —le dije. Me miró a los ojos.
—Está lloviendo y ya es tarde, ¿Por qué no te quedas, Zac? —preguntó.
—No… no lo se Vanessa —dije con duda.
Puso su mejor cara de perro mojado y me miró fijo sacando un poco de puchero. ¡Maldita sea! No
puedo creer que tenga esa facilidad de hacerme ceder así.
—¿Si? —preguntó sin dejar de mirarme y hacerme ojitos. Respiré profundamente.
—Está bien —dije mientras soltaba el aire que tenía en mi cuerpo.
Sonrió y se estaba por acercar a mí, pero se detuvo y me miró.
—No, no. No lo tengo que hacer. No lo voy a hacer, quédate tranquilo. Mantendré distancia entre
nosotros —dijo. La miré divertido.
Me acerqué a la mesa y me senté frente a ella mientras observaba como cocinaba.
—¿Qué estas haciendo? —le pregunté.
—¿Recuerdas aquel día en la oficina de mi madre que me desmayé y me dijeron que estaba
anémica? Bueno, fui al medico el otro día y confirmó aquello. Me dijo que debo comer carne. Así
que estoy haciendo algo con un poco de carne —dijo. La miré divertido.
—Aquí tienes carne para comer, cariño —dije refiriéndome a mí. Me miró divertida.
—No, esa carne tiene miedo de mí. Así que mejor no la como, y trato de no mirarla, para que no
salga corriendo —me dijo sin dejar de sonreír.
Volvió su vista a la comida. Y una pregunta se trabó en mi garganta. Mi mirada estaba clavada en
ella, pero ella parecía no notarlo.
El imborrable recuerdo de su cuerpo contra el mío, llegó a mi cabeza para agitarme. Tenía que
preguntárselo, tenía que hacerlo…
—¿Me pasas ese plato? —me dijo, haciendo que saliera de mis pensamientos. Asentí y le alcancé lo
que me pedía —Tengo helado de postre, ¿Te gusta el helado?
—Algo frío para entrar en calor, si —le dije.
Ella rió divertida y vi como sus mejillas tomaban un poco de color. Como me encantaba que sus
mejillas tomaran color. Se veía tan inocente así.
—¿Vas a quedarte, verdad? —me preguntó mientras me alcanzaba un plato con comida.
CAPITULO 44
—Por ahora no tengo ninguna intención de irme —le contesté. Ella suspiró levemente.
Se sirvió comida para ella y se sentó frente a mí.
Vi como miraba con cierto asco la carne frente a su plato. Con el tenedor, corrió un pedazo y se
dedico a pinchar la verdura. Reí por lo bajo y me miró.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Pinché un pedazo de carne y estiré mi mano para acercarlo a su boca. Arrugó la nariz y me miró
implorando que no lo hiciera.
—Debes comerlo, o me veo en la obligación de que comas otro tipo de carne.
—Dispuesta estaría a hacerlo… —susurró, y clavó sus ojos en los míos —No me hagas comer eso,
voy a ensuciar todo mi organismo. Hasta tal vez me agarre una patada al hígado por comer esto,
después de tanto tiempo.
—¿Qué te dijo el medico? —le recordé.
—Puedo sustituir eso por alimentos con fibra —dijo sin dejar de mirar asqueada la carne en mi
tenedor —No me hagas comer eso.
—Vanessa, los humanos estamos para comer carne.
—¿Si como un pedacito, ya no me harás comer más? —preguntó como una niña pequeña poniendo
condiciones para comer sus verduras, en este caso… carne.
—Lo prometo —le afirmé.
Respiró profundamente y abrió apenas su boca para acercar la carne. Cuando estuvo dentro se
quitó el tenedor. Dio un pequeño mordisco y frunciendo aun más el ceño quito la carne de su boca.
La mire bien.
—No puedo, no puedo —dijo apunto de chillar como si de verdad tuviera 5 años —Esta viscoso y…
diaj que asco. El solo hecho de pensar que un pobre animalito fue asesinado brutalmente para
terminar en mi plato me repugna. No sabes lo mal que me sentí cuando tuve que cortar la carne en
pequeños pedacitos…
Reí divertido y me miró entrecerrando los ojos.
—Oh eres increíble —dije sin dejar de reír.
—Lo siento señor ‘como carne porque soy un humano’ pero no puedo hacerlo. Simplemente no
puedo.
—Está bien, está bien. Por lo menos come tus verduras.
—Sonaste como mi padre —dijo algo asustada.
Volví a reír. Ella era divertida y tan única. Tan espontánea y natural. Tal vez yo podría estar
pasando el peor momento de mi vida, pero estoy completamente seguro que ella sería capaz de
sacarme una sonrisa.
Comimos entre risas y unas cuantas intensas miradas. Mirarla era algo tan especial, juro que me
daba paz. Terminamos y la ayudé a lavar todo. Se giró a verme.
—¿Seguirá lloviendo? —dijo.
Hice un gesto con los hombros. Entonces ella comenzó a caminar hacia un gran ventanal. Corrió las
cortinas y vimos como la intensa lluvia caía pesadamente sobre la cuidad.
—Si, aun llueve —le dije acercándome a mirar un poco. Ella abrió una de las puertas del balcón.
—Amo el olor a lluvia —musitó con los ojos cerrados y respirando profundamente.
—Y yo amo el olor a ti —dije inconscientemente. Se giró a verme y pestañeó nerviosa.
—¿Vemos una película? —me preguntó rápidamente.
—¿Por qué no? —le dije asintiendo.
Volvió a la cocina y tomó dos pequeños potes de helado del refrigerador. Me entregó uno y me dio
una cuchara.
—Ven, vamos a arriba —me dijo y comenzó a subir las escaleras a su cuarto. Otra vez los
recuerdos de esa noche volvieron a mi mente. Lentamente subí detrás de ella. Y cuando llegamos
ambos nos quedamos quietos —Mmm, ponte cómodo —dijo algo nerviosa.
Asentí y me quité las zapatillas para sentarme en la gran cama. No podía evitar recordar aquello, se
me hacía casi imposible.
—Amelie, película de origen franco-alemana, me dijeron que es muy buena —dijo ella y se acercó
hasta el gran televisor que estaba frente a nosotros para ponerlo.
Puso el DVD y luego se sentó en la cama. Se acercó más a mí, apoyando un costado suyo contra
mi pecho. La miré y en un impulso me acerqué a ella, para besar su mejilla. Vi como sonreía sin
dejar de mirar al televisor.
La película comenzó. Una voz en off comenzó a narrar la historia. Trate de concentrarme, pero mi
vista se desviaba hacia el perfil de Vanessa, hacia su forma de comer helado, mientras
concentradamente leía la traducción. Luego de un rato apoyó la cabeza en mi pecho. Yo solo me
quedé así, mirando muy entretenido aquella interesante película y comiendo helado. Coloqué mi
brazo alrededor de ella, y mi mano quedó descansando en su espalda.
“Sin ti, las emociones de hoy no serían más que la piel muerta de las emociones de ayer”
Esa frase quedó bastante metida en mi cabeza.
Bostecé cuando la película terminó y el disco salio solo. Quise moverme, pero Vanessa no se
levantó. Estiré un poco mi cabeza para mirarla y estaba dormida.
Sonreí levemente y con cuidado la solté. Abrí la cama, y la acomodé bien allí para taparla como a
una niña. Me acerqué al televisor y lo apagué. Tomé mis zapatillas para irme.
Yo tenía que irme de allí, salir e irme para dejar de pensar un poco en todo lo que ella me produce
cuando estamos juntos. Caminé hasta la escalera, pero mis pasos se detuvieron. Giré para mirarla y
su pequeña figura sobresalía en aquella inmensa cama.
—Mierrda… —susurré y solté las zapatillas para acercarme de nuevo a la cama.
Abrí con cuidado las sabanas y frazadas, para con más cuidado acostarme a su lado. Cuando lo
hice, giró sobre el colchón y apoyó su cabeza sobre mi pecho. Apoyándose dulcemente cerca de mí,
colocando sus piernas debajo de las mías y haciendo que su perfume entrara impávidamente por
mi nariz. La miré algo sorprendido.
—Sabía que no ibas a irte —me habló en voz baja.
—¿Estabas despierta? —pregunté.
—Si —musitó y se abrazó más a mí —Y me alegro de que no te hayas ido.
—Vanessa…
—Abrázame, no seas tonto… Hace frió —se quejó.
Entonces con cuidado la abracé.
—Vanessa —la llamé.
—¿Si?
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro.
—¿Estas arrepentida de lo que pasó aquella noche? —le pregunté.
No dijo nada, pensé que no iba a responderme.
—No —dijo apenas audible, pero la escuche —No estoy arrepentida —levantó un poco su cabeza y
besó el borde de mi mentón —Ahora duerme, ¿si?
—Vanessa —la volví a llamar.
—¿Qué? —dijo ya frustrada de mí. Reí levemente.
—Déjame besarte —pedí.
—¿Por qué quieres besarme? —me preguntó.
—Porque lo necesito —dije algo agitado.
—¿Y por que? —volvió a preguntar.
—No lo se, maldita sea —solté exasperado —Solo se que lo necesito, te necesito
desesperadamente.
Entonces, levantó su cabeza de mi pecho y me besó de esa manera suave que ella siempre
utilizaba. Moví mi boca a ese ritmo tan especial y delicado. Sentí como una de sus manos se
apoyaba suavemente en mi mejilla. La rodeé firmemente con mis dos brazos, mientras la acercaba
implacablemente hacia mí.
Se subió a horcajadas sobre mi abdomen, jadeé levemente al sentir el tibio contacto de sus manos
debajo de mi remera. Se alejó apenas de mi boca y me miró agitada.
—Déjame demostrarte que puedes llevar más cosas, además de las ganas, a la cama. Déjame
demostrarte que no solo puede haber placer en esto —dijo mientras besaba mi rostro. Tragué
sonoramente —En la cama puede haber muchas cosas Zac. Consuelo, culpa, alivio…
—Vanessa… —dije agitado. Me besó callando mis palabras.
—Puedes sentir miedo, alegría. Puedes sentir coraje… —se alejó de mi para clavar sus ojos en los
míos —Zac… puedes sentir amor, eso que tanto temes y de lo que huyes despavorido, como si
fuera lo más horrible del mundo. En una cama, las cosas son mucho mejor y más placenteras
cuando hay sentimientos de por medio.
—Vanessa, yo…
—¿Tú que? —susurró —Déjame hacerte el amor.
La miré fijo a los ojos y recordé las palabras de Corbin.
‘—Cuando hagas el amor con alguna, te vas a dar cuenta. No es cosa de una sola noche. Vas a
querer hacerlo todas las noches que sigan…’
—Soy todo tuyo cariño —le dije y ella sonrió para luego inclinarse hacia delante y tomar mis labios
en un apasionado beso.
Metí mis manos debajo de la remera de pijama, la suave piel de su espalda estaba fría, mientras
que mis manos estaban calientes.
Sentí como todo su cuerpo de erizaba ante el contacto caliente de mi mano, sobre su piel. Su
lengua se mezcló con la mía y sentí el sabor dulce y frío del helado.
Con un simple movimiento giré sobre el colchón y la atrapé debajo de mí. Me alejé de su boca para
mirarla a los ojos. Ella me sonrió dulcemente y acarició mi rostro.
—Ya dejemos las vueltas, Zac —me dijo.
—¿Estás dispuesta a admitir que te mueres por mí? —le pregunté divertido. Mordió su labio inferior
y me miró de manera caliente.
—Ya no puedo decirte que no —dijo y alzó la cabeza para rozar mi boca —Estoy loca por ti.
Sentí un cosquilleó en mi estomagó. Eran las estúpidas mariposas que Rose me había dicho que se
sienten cuando uno está… está enamorado.
—Yo también estoy loco por ti Vanessa, completa y perdidamente loco —admití y terminé de
besarla.
Sus manos bajaron hasta el borde de mi remera y soltando apenas mis labios me la quitó por la
cabeza. Arrojó la prenda hacia un costado, mientras sobre sus labios se curvaba una sonrisa. De
una manera que me sorprendió hizo que giráramos y quedó sobre mí. Su suave mano acarició mi
pecho y bajó por mi abdomen.
Casi desesperado me senté y la besé posesivamente, provocando que un pequeño gemido
escapara de su boca. Le quité la molesta remera, que no me dejaba acariciarla con ansias. Volví a
besar sus labios, para luego bajar a su cuello. Sus manos acariciaban mi espalda y nuca.
Subiendo una de mis manos por su pequeña espalda, me llevé el broche de su sostén. Se alejó un
poco de mí para mirarme a los ojos.
Levante mi mano y la apoyé sobre su hombro. Sin quitar mi mirada de la suya, retiré con cuidado
el bretel. Sus labios se apoyaron despacio sobre los míos, mientras mis manos terminaban de quitar
el sostén de ella.
Sus brazos se elevaron y rodearon mi cuello. Acercándola más a mí rodeé su cintura con mis
brazos, mientras nuestras bocas se conocían un poco más.
De una u otra forma, nos fuimos deshaciendo de cada prenda que nos cubría. Juro que no solo
estaba totalmente excitado y desesperado por entrar en ella, también estaba asustado y una parte
de mí me decía que me alejara.
Pero, ¿Cómo podía hacer algo así? ¿Cómo podía hacerlo si simplemente se que la necesito más que
a nada?
Sus manos eran tan suaves y calidas y me acariciaban tan dulcemente, que puedo jurar que su
toque me quemaba por dentro. Me encendía de una forma, que nunca había sentido.
Esto no era simplemente algo sexual, y me daba tanto placer. Más placer de lo que jamás pensé
sentir.
Con cuidado me recosté con ella y volví a girar para que quedara bajo mi cuerpo. Bajé mis besos
por su cuello, y su pecho. Sus piernas me rodearon las caderas, encendiendo una hoguera en mi
interior.
—Sabes tan bien cariño —le murmuré cerca del oído.
Gimió levemente, cuando con mis manos la acomodé mejor debajo de mí, tomándola de ambas
piernas y haciendo que mi sexo se presionara levemente contra el suyo.
—Te necesito dentro Zac… por favor —me rogó.
Su suplica me hizo estremecer. Y entonces alcé la cabeza para mirarla fijamente a la cara. Sus ojos
marrones estaban nublados por el placer, sus mejillas levemente enrojecidas. Ella era tan
hermosa… y yo ya no podía hacer nada para negar lo que sentía. Entonces despacio empecé a
entrar en ella. Sus manos apretaron mis hombros, cuando la llené completamente. Bajé la cabeza y
la besé con ternura, mientras empezaba a envestirla suavemente, con cuidado y hasta el fondo. Me
abrazó dulcemente mientras nuestras bocas se fundían en un delicado beso.
¡Demonios, la tonta sensación de su cuerpo abrazando al mío no tiene descripción!
La sensación de su pecho latiendo contra el mío. La sensación de su corazón latiendo bajo el mío.
Su ritmo era hiperactivo y escandalizador, hizo que todo mi cuerpo temblara e hizo que me diera

cuenta de que mi corazón latía al mismo ritmo. O peor aun, mucho más.

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