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No recuerdo mucho de
lo que sucedió cuando llegamos. Muchas ráfagas de luz
provenientes de los flashes
de las cámaras mientras corríamos por el pasillo de la prensa,
pero apenas presté
atención y sonreía de forma mecánica. Iba abstraída y desesperada por
alejarme de las ondas
de tensión que irradiaba Gideon.
En cuanto entramos en
el edificio, alguien le llamó por su nombre y él se dio la
vuelta. Yo me
escabullí, moviéndome rápidamente entre los demás invitados que se
aglomeraban en la
entrada enmoquetada.
Cuando llegué a la
sala de recepción, arrebaté dos copas de champán a un camarero
que pasaba y busqué a
Cary mientras me trincaba una de ellas. Vi que se encontraba al otro
lado de la habitación
con mi madre y Stanton y me dirigí hacia ellos, dejando la copa vacía
en una mesa según
pasaba.
—¡Eva! —A mi madre se
le iluminó la cara cuando me vio—. ¡Ese vestido te sienta
de maravilla!
Hizo como que me
besaba en ambas mejillas. Estaba guapísima con un
deslumbrante vestido
de corte recto de color azul hielo. Lucía zafiros en las orejas, el cuello
y la muñeca, que le
resaltaban los ojos y la piel clara.
—Gracias. —Tomé un
sorbo de mi segunda copa de champán, acordándome de que
tenía pensado dar las
gracias por el vestido. Aunque seguía agradeciendo el regalo, ya no
estaba muy contenta
con la práctica abertura del muslo.
Cary se me acercó y
me agarró del codo. Sólo con verme la cara, supo que estaba
disgustada. Sacudí la
cabeza, dando a entender que no quería hablar del asunto en aquel
momento.
—¿Más champán,
entonces? —preguntó en voz baja.
—Por favor.
Intuí que Gideon se
aproximaba antes de ver cómo a mi madre se le iluminaba la
cara cual bola de Año
Nuevo en Times Square. También Stanton pareció erguirse y
prepararse.
—Eva. —Gideon me puso
una mano en la piel desnuda de la parte inferior de mi
espalda, y un
estremecimiento me recorrió el cuerpo entero. Cuando me rozaron sus dedos,
me pregunté si él la
sintió también—. Has salido corriendo.
Me puse tensa al
percibir cierto tono de reprobación en su voz. Le lancé una mirada
que expresaba todo lo
que no podía decirle en público.
—Richard, ¿conoces a
Gideon Cross?
—Sí, claro. —Los dos
hombres se estrecharon la mano.
Gideon me acercó aún
más a su lado.
—Ambos tenemos la
fortuna de acompañar a las dos mujeres más hermosas de
74
Nueva York.
Stanton coincidió,
sonriendo a mi madre con ternura.
Me trinqué el champán
que me quedaba y, agradecida, cambié la copa vacía por la
nueva que Cary me
pasó. Empezaba a notar el ligero calorcillo en el estómago que me
producía el alcohol,
y que estaba aflojándome el nudo que tenía ahí formado.
Gideon se inclinó y
me susurró con voz áspera:
—No olvides que estás
aquí conmigo.
¿Estaba loco? ¿Qué
demonios? Agucé los ojos.
—Eso lo dirás tú.
—Aquí no, Eva. —Hizo
un gesto a los demás y me llevó con él—. Ahora no.
—Ni nunca —dije entre
dientes, yendo con él sólo para ahorrarle una escena a mi
madre.
Mientras tomaba mi
champán a sorbos, pasé al modo automático de supervivencia,
algo que no había
tenido que hacer en muchos años. Gideon me presentó a varias personas,
y suponía que me
portaba bien —hablaba en los momentos apropiados y sonreía cuando era
necesario—, pero
realmente no estaba prestando atención. Era demasiado consciente del
muro de hielo que se
había levantado entre nosotros y de mis sentimientos heridos. Si
hubiera necesitado
alguna prueba de que Gideon era inflexible respecto a no socializar con
las mujeres con las
que se acostaba, la tenía.
Cuando se anunció que
la cena estaba lista, entré con él en el comedor y picoteé la
comida. Tomé unas
cuantas copas del vino tinto que servían con la comida y oí a Gideon
hablar con sus
compañeros de mesa, aunque no presté atención a las palabras, sólo a la
cadencia y al tono
profundamente seductor. No intentó que participara en la conversación,
de lo cual me alegré.
No pensaba que pudiera decir nada agradable.
No me impliqué hasta
que él se levantó con una ronda de aplausos y se dirigió al
estrado. Entonces me
giré en el asiento y le observé cruzar hacia el atril, sin poder evitar
admirar su elegancia
felina y su despampanante presencia. Reclamaba atención y respeto
con cada paso que
daba, lo que era una hazaña, considerando su tranquila y pausada
zancada.
No mostraba ni la más
mínima señal de agotamiento pese al polvo que habíamos
dejado a medias en su
limusina. En realidad, parecía una persona totalmente diferente. Una
vez más volvía a ser
el hombre al que conocí en el vestíbulo del Crossfire, sumamente
contenido y
calladamente poderoso.
—En Estados Unidos
—empezó a decir—, una de cada cuatro mujeres y uno de
cada seis hombres han
sufrido abusos sexuales en la infancia. Miren a su alrededor. En cada
una de las mesas hay
una persona que ha sido víctima o conoce a alguien que lo es. Eso es
inaceptable.
Estaba fascinada.
Gideon era un orador consumado, y su voz de barítono,
hipnotizadora. Pero
era el tema, que me tocaba muy de cerca, y su apasionada y a veces
sobrecogedora forma
de presentarlo, lo que me conmovió. Empecé a derretirme, y el daño
en la confianza en mí
misma, la perplejidad y la furia que se habían apoderado de mí
75
comenzaron a amortiguarse
por el asombro. Cambió la visión que tenía de él,
transformándose al
tiempo en que me convertía en una persona más de aquel embelesado
público. Aquél no era
el hombre que poco antes había herido mis sentimientos, sino un
experto orador que
hablaba sobre un tema sumamente importante para mí.
Cuando terminó, me
levanté y aplaudí, pillándole a él y a mí misma por sorpresa.
Pero los demás
enseguida se me unieron en una ovación en pie y oí murmullos de
conversaciones a mi
alrededor, halagos expresados en voz baja que eran muy merecidos.
—Eres una joven muy
afortunada.
Me giré y vi a la
mujer que acababa de hablar, una encantadora pelirroja que
aparentaba unos
cuarenta años.
—Sólo somos...
amigos.
De alguna manera su
serena sonrisa consiguió contradecirme.
La gente empezó a
dejar las mesas. Yo estaba a punto de coger mi cartera de mano
para marcharme a casa
cuando se me acercó un chico joven. Su rebelde pelo castaño
despertaba envidia al
instante, y sus ojos, de un tono verde grisáceo, eran dulces y
cordiales. Guapo y
con aquel aire juvenil, consiguió sacarme la primera sonrisa sincera
desde el trayecto en
la limusina.
—Hola —dijo.
Parecía saber quién
era yo, lo cual me puso en la situación embarazosa de tener que
fingir que él no me
era del todo desconocido.
—Hola.
El chico se rio, y el
sonido de su risa era suave y agradable.
—Soy Christopher
Vidal, el hermano de Gideon.
—Ah, claro. —Noté que
se me acaloraba la cara. No podía creer que, con lo
enfrascada que había
estado regodeándome en mis penas, no los hubiera relacionado
inmediatamente.
—Te estás poniendo
colorada.
—Lo siento —me
disculpé, esbozando una tímida sonrisa—. No sé muy bien cómo
decir que he leído un
artículo sobre ti sin parecer una torpe.
Él se echó a reír.
—Me halaga que te
acuerdes. Pero no me digas que ha sido en Page Six.
Esa revista era muy
conocida por publicar la vida y milagros de las celebridades y
personas importantes
de Nueva York.
—No —dije
rápidamente—. ¿En Rolling Stone, quizá?
—¡Uff, menos mal!
—Alargó un brazo hacia mí—. ¿Quieres bailar?
Lancé una mirada
hacia donde estaba Gideon al pie de las escaleras que conducían
al estrado. Se
encontraba rodeado de gente deseosa de hablar con él, mujeres, la mayoría.
—Como puedes ver,
tardará un poco —dijo Christopher, en tono risueño.
—Sí. —Iba a dejar de
mirarle cuando reconocí a la mujer que estaba al lado de
Gideon: Magdalene
Perez.
Cogí mi cartera de
mano e hice el esfuerzo de sonreír a Christopher.
76
—Me encantaría
bailar.
Agarrados del brazo
nos dirigimos a la sala de baile y salimos a la pista. La orquesta
empezó a tocar un
vals y nos dejamos llevar con naturalidad por la música. El joven era un
consumado bailarín,
ágil y seguro tomando la iniciativa.
—¿Y de qué conoces a Gideon?
—No le conozco.
—Saludé a Cary con un gesto cuando pasó a nuestro lado con una
escultural belleza
rubia—. Trabajo en el Crossfire y nos hemos encontrado algunas veces.
—¿Trabajas para él?
—No. De ayudante en
Waters Field and Leaman.
—Ah. —Sonrió—. Una
agencia de publicidad.
—Sí.
—Debes de caerle muy
bien a Gideon para pasar de haberos visto un par de veces a
traerte a un evento
como éste.
Maldije para mis
adentros. Sabía que la gente sacaría sus conclusiones, pero sobre
todo yo quería evitar
más humillaciones.
—Gideon conoce a mi
madre y ella ya lo había dispuesto todo para que yo asistiera
a este acto, así que
sólo se trata de dos personas que vienen al mismo evento en un coche en
lugar de en dos.
—¿Eso quiere decir
que estás soltera y sin compromiso?
Inspiré
profundamente, sintiéndome incómoda pese a la fluidez con que nos
movíamos.
—Bueno, no estoy
enamorada.
Christopher esbozó su
atractiva sonrisa juvenil.
—La noche acaba de
dar un giro a mejor para mí.
El resto del baile lo
dedicó a contar divertidas anécdotas sobre la industria musical
que me hicieron reír
y olvidarme de Gideon.
Cuando finalizó el
baile, Cary me pidió el siguiente. Hacíamos muy buena pareja
bailando porque
habíamos tomado clases juntos. Me sentía relajada con él, agradecida de
tener su apoyo moral.
—¿Lo estás pasando
bien? —le pregunté.
—Tuve que pellizcarme
durante la cena cuando me di cuenta de que estaba sentado
junto a la
coordinadora general de la Fashion Week. ¡Y me tiró los tejos! —Sonrió, pero
había preocupación en
su mirada—. Siempre que me encuentro en sitios como éste...
vestido de esta
manera... me cuesta creerlo. Me salvaste la vida, Eva, y me la cambiaste
para siempre.
—Tú me mantienes
cuerda constantemente. Créeme, estamos empatados.
Me apretó la mano y
me miró con intensidad.
—Se te ve triste.
¿Qué ha hecho para fastidiarlo?
—Creo que he sido yo.
Ya hablaremos luego.
—Tienes miedo de que
le patee delante de todo el mundo.
Suspiré.
77
—Preferiría que no lo
hicieras, por el bien de mi madre.
Cary me dio un beso
en la frente.
—Se lo he advertido.
Ya sabe lo que le espera.
—Oh, Cary. —Le quería
tanto que se me puso un nudo en la garganta, aun cuando
en mis labios se
dibujó una sonrisa reacia. Tendría que haber sabido que Cary le lanzaría
alguna clase de
amenaza en plan hermano mayor. Era muy propio de él.
Gideon apareció a
nuestro lado.
—Ahora me toca a mí.
No era una petición.
Cary se detuvo y me
miró. Yo hice un gesto afirmativo con la cabeza. Él se retiró
con una reverencia,
lanzando una furibunda mirada a Gideon.
Gideon me acercó a él
y tomó el control del baile como hacía con todo: con una
seguridad en sí mismo
arrolladora. Era una experiencia muy diferente bailar con él que con
mis anteriores
compañeros. Gideon poseía tanto la destreza de su hermano como la
familiaridad de Cary
con el movimiento de mi cuerpo, pero Gideon tenía un estilo
descarado y agresivo
que era intrínsecamente sexual.
Tampoco ayudaba el
hecho de que estar tan cerca de un hombre con el que había
tenido relaciones
íntimas poco antes me quitaba el sentido, a pesar de mi tristeza. Olía que
era una delicia, con
matices a sexo, y su forma de llevarme por los enérgicos y amplios
pasos del baile hacía
que notara aquel escozor en mi interior que me recordaba que él había
estado ahí dentro
poco antes.
—No haces más que
desaparecer —masculló, mirándome con el ceño fruncido.
—Cualquiera diría que
a Magdalene le faltó tiempo para ocupar el sitio.
Arqueó las cejas y me
atrajo hacia él aún más.
—¿Celosa?
—¿En serio? —Desvié
la mirada.
Emitió un sonido de
disgusto.
—No te acerques a mi
hermano, Eva.
—¿Por qué?
—Porque lo digo yo.
Me encendí, lo cual
me sentó de maravilla después de los sentimientos de
culpabilidad y las
dudas en los que me debatía desde que habíamos follado como conejos
salvajes. Decidí ver
qué ocurriría en el mundo de Gideon si se volvieran las tornas.
—No te acerques a
Magdalene, Gideon.
Apretó la mandíbula.
—Es una amiga, nada
más.
—¿Significa eso que
no te has acostado con ella...? Todavía.
—No, maldita sea. Y
no quiero hacerlo. Oye... —La música disminuía y él se movía
más despacio—. Tengo
que irme. Has venido conmigo y preferiría ser yo quien te llevara a
casa, pero no quiero
arrastrarte si te estás divirtiendo. ¿Prefieres quedarte un rato y volver a
casa con Stanton y tu
madre?
78
¿Divirtiéndome?
¿Estaba de broma o es que era tonto? O peor aún. Quizá me había
dado por perdida
completamente y no me prestaba atención.
Le di un empujón y me
aparté de él; necesitaba espacio.
—No me pasará nada.
Olvídame.
—Eva. —Alargó un
brazo hacia mí y yo retrocedí inmediatamente.
Un brazo me rodeó por
la espalda y Cary habló.
—Yo me encargo,
Cross.
—No te entrometas,
Taylor —avisó Gideon.
Cary resopló.
—Me da la impresión
de que eso ya lo estás haciendo de maravilla tú solito.
Tragué el nudo que
tenía en la garganta.
—Has dado un
magnífico discurso, Gideon. Para mí ha sido el momento más
destacado de la
tarde.
Aspiró aire con
fuerza ante el insulto implícito y se pasó la mano por el pelo.
Maldijo con
brusquedad y comprendí por qué cuando sacó su vibrante teléfono del bolsillo
y echó un vistazo a
la pantalla.
—Tengo que irme. —Su
mirada se cruzó con la mía y la sostuvo. Me acarició la
mejilla con los
dedos—. Te llamaré.
Y se marchó.
—¿Quieres quedarte?
—me preguntó Cary en voz baja.
—No.
—Te llevo a casa,
entonces.
—No, no te preocupes.
—Quería estar sola un rato. Darme un buen baño caliente,
con una botella de
vino frío y quitarme aquella profunda tristeza de encima—. Tú deberías
quedarte. Te vendría
bien para tu carrera. Ya hablaremos cuando llegues a casa. O mañana.
Tengo intención de
pasarme el día tirada en el sofá.
Me miró fijamente,
escrutándome.
—¿Estás segura?
Afirmé con la cabeza.
—De acuerdo. —Pero no
parecía muy convencido.
—¿Te importaría salir
y pedir a alguien del servicio de aparcamiento que traiga la
limusina de Stanton
mientras yo voy al lavabo rápidamente?
—Vale. —Cary me pasó
una mano por el brazo—. Voy a por tu chal al guardarropa
y te veo en la
puerta.
Tardé más de lo
debido en llegar a los servicios. Primero porque un sorprendente
número de personas me
paró para charlar, debían de pensar que yo era la pareja de Gideon.
Y segundo, porque
evité los servicios más cercanos, en los que se veía un constante flujo de
mujeres entrando y
saliendo de ellos, y encontré otros un poco más alejados. Me encerré en
una cabina y me quedé
allí más tiempo del absolutamente necesario. No había nadie más en
el lugar, salvo la
encargada, así que no tenía que darme prisa.
Estaba tan dolida con
Gideon que me costaba respirar, y me sentía confundida con
79
sus cambios de humor.
¿Por qué me había acariciado la mejilla de aquella manera? ¿Por
qué se enfadó cuando
le dejé solo? ¿Y por qué demonios había amenazado a Cary? Gideon
otorgaba un nuevo
significado a la vieja expresión de «ser un veleta».
Cerré los ojos y me
serené. ¡Dios! Yo no quería nada de aquello.
Había desnudado mis
sentimientos en la limusina y aún me sentía muy vulnerable,
un estado de ánimo
que había aprendido a dominar con muchas horas de terapia. Lo único
que quería era
esconderme en casa, libre de la presión de tener que comportarme con
entereza cuando no
tenía ni asomo de ella.
Tú
te lo has buscado, me recordé a mí misma. Apechuga con las consecuencias.
Tomé aire, salí y me
resigné a encontrarme con Magdalene Perez apoyada en el
tocador con los
brazos cruzados. Era evidente que me esperaba, que estaba al acecho en un
momento en el que
andaba yo con las defensas muy debilitadas. Di un traspiés; luego
recobré la calma y me
dirigí al lavabo a lavarme las manos.
Ella se giró hacia el
espejo, observándome. Yo también la observaba a ella. Era aún
más guapa en persona
que en las fotos. Alta y delgada, con unos enormes ojos oscuros y
una cascada de pelo
liso castaño. Tenía los labios rojos y sensuales, los pómulos altos y
esculturales. Llevaba
un vestido pudorosamente sexy, recto, de raso color crema que
contrastaba con su
piel morena. Parecía una puñetera supermodelo y destilaba un exótico
sex-appeal.
Cogí la toalla que me
tendió la encargada del baño, y Magdalene habló a la mujer
en español,
pidiéndole que nos dejara solas. Yo rematé la petición añadiendo por favor y
gracias.
Con eso conseguí que Magdalene arrugara el ceño y me escudriñara aún más, a lo
que yo respondí con
igual frialdad.
—¡Vaya! —murmuró
cuando la encargada ya no podía oírnos. Hizo ese chasquido
con la lengua que me
daba tanta dentera como raspar una pizarra con las uñas—. Ya has
follado con él.
—Y tú no.
Eso pareció
sorprenderla.
—Tienes razón, yo no.
¿Y sabes por qué?
Saqué un billete de
cinco dólares de la cartera y lo dejé en la bandeja plateada de las
propinas.
—Porque él no quiere.
—Y yo tampoco, porque
es incapaz de comprometerse. Es joven, guapo y rico, y
disfruta de ello.
—Sí —asentí—. Ya lo
creo que lo hizo.
Aguzó la mirada y se
deterioró ligeramente su agradable expresión.
—No respeta a las
mujeres que se tira. En el momento en que te metió la polla, se
acabó todo. Igual que
con las demás mujeres. Pero yo sigo aquí, porque es a mí a quien
quiere tener cerca a
largo plazo.
Mantuve la calma a
pesar de que el golpe iba dirigido a donde más dolía.
—Eso es patético.
80
Salí y no paré hasta
llegar a la limusina de Stanton. Le apreté las manos a Cary al
subirme, y conseguí
esperar hasta que el coche se puso en marcha para echarme a llorar.
—Hola, nena —dijo
Cary cuando entré arrastrándome en el cuarto de estar a la
mañana siguiente.
Vestido sólo con unos viejos pantalones de chándal, estaba arrellanado
en el sofá con los
pies cruzados y apoyados en la mesa de centro. Se le veía
encantadoramente
desaliñado y conforme consigo mismo—. ¿Qué tal has dormido?
Le mostré los
pulgares hacia arriba y me dirigí a la cocina a por café. Me detuve
junto a la encimera
del desayuno, sorprendidísima ante el enorme ramo de rosas que había
en el mostrador.
Tenían una fragancia maravillosa, y la inhalé respirando profundamente.
—¿Qué es esto?
—Han llegado para ti
hace una hora, más o menos. Reparto dominical. Bastante
carito.
Saqué la tarjeta de
la funda de plástico transparente y la abrí.
NO DEJO DE PENSAR EN
TI.
GIDEON
—¿De Cross? —preguntó
Cary.
—Sí. —Pasé el pulgar
por lo que suponía que era la letra de Gideon. Era enérgica,
masculina, sexy. Un
detalle romántico, viniendo de un tipo para quien no existía el
romanticismo. Dejé la
tarjeta en el mostrador como si me quemara y me serví una buena
taza de café, con la
esperanza de que la cafeína me diera fuerzas y me devolviera el sentido
común.
—No pareces
impresionada. —Bajó el volumen del partido de béisbol que estaba
viendo.
—Es un ave de mal
agüero para mí, como un enorme detonador. Sencillamente
tengo que mantenerme
lejos de él. —Cary había hecho terapia conmigo, y sabía de qué
hablaba. No me miraba
extrañado cuando le explicaba las cosas con la jerga de los
terapeutas, y él no
tenía ningún problema en responderme de la misma manera.
—Y el teléfono no ha
dejado de sonar en toda la mañana. No quería que te
molestara, así que
quité el volumen.
Consciente de que aún
me duraba el dolor entre las piernas, me acurruqué en el sofá
y resistí el impulso
de comprobar en el buzón de voz si Gideon había llamado. Quería oír su
voz, y una
explicación que aclarase lo que había sucedido la noche anterior.
—Me parece fenomenal.
Dejémoslo así todo el día.
—¿Qué sucedió?
Soplé un poco el café
y me aventuré a tomar un sorbo.
—Follé con él en su
limusina como una posesa y después se convirtió en un
81
témpano de hielo.
Cary me miró con
aquellos experimentados ojos color esmeralda, que habían visto
mucho más de lo que
nadie debería estar obligado a ver.
—Le hiciste ver las
estrellas, ¿eh?
—Sí, así fue. —Y me
sulfuraba sólo de pensarlo. Habíamos conectado. Lo sabía.
La noche anterior le
había deseado como a nada en el mundo y al día siguiente no quería
volver a saber nada
de él nunca más—. Fue muy intenso. La mejor experiencia sexual de
mi vida, y allí
estaba él, conmigo. Sabía que lo estaba. Era la primera vez que lo hacía en
un coche, y al
principio se resistió un poco, pero le excité tanto que no pudo negarse.
—¿En serio? ¿Nunca?
—Se pasó una mano por su barba sin afeitar—. En el
instituto la mayoría
de los chicos tenían los coches en su lista de picaderos. De hecho, no
recuerdo a nadie que
no los tuviera, excepto los pazguatos y los feorros, y él no es ni una
cosa ni la otra.
Me encogí de hombros.
—Supongo que follar
en un coche me convierte en un zorrón.
Cary se quedó
inmóvil.
—¿Es eso lo que dijo?
—No. No dijo nada de
eso. Fue su «amiga» Magdalene. Ya sabes, la chica de la
mayoría de las fotos
que te imprimiste de Internet. Decidió afilarse las garras con una
pequeña y venenosa
charla de chicas en el baño.
—Está celosa, la
zorra de ella.
—Frustrada
sexualmente. No puede follar con él, porque al aparecer las chicas con
quienes folla van
derechas al montón de desechables.
—¿Eso lo ha dicho él?
—De nuevo, la pregunta estaba teñida de furia.
—No en tantas
palabras. Dijo que no se acostaba con sus amigas. Le crean
problemas las mujeres
que quieren algo más que un buen revolcón, así que ya se encarga él
de mantener a las
mujeres con las que folla y a las mujeres cuyo trato frecuenta en grupos
separados. —Tomé otro
sorbo de café—. Le avisé de que ese tipo de arreglo no funcionaría
conmigo y me contestó
que haría ciertos ajustes, pero supongo que es de esa clase de tíos
que dicen lo que sea
con tal de conseguir lo que quieren.
—O le has asustado.
Le lancé una mirada
furibunda.
—No le disculpes.
Pero, vamos a ver, ¿de qué lado estás tú?
—Del tuyo, nena.
—Alargó una mano y me palmeó la rodilla—. Siempre del tuyo.
Le puse una mano en
su musculoso antebrazo y pasé los dedos suavemente por la
cara inferior en
silenciosa gratitud. No notaba las numerosas y pequeñas cicatrices blancas
de los cortes que le
desfiguraron la piel, pero nunca olvidaba que estaban ahí. Daba gracias
todos los días de que
estuviera vivo y sano, y de que fuera una parte fundamental de mi
vida.
—¿Y a ti cómo te fue
la noche?
—No me puedo quejar.
—En sus ojos apareció un brillo malicioso—. Eché un
82
polvo a la rubia
pechugona en el cuarto de mantenimiento. Las tetas eran de verdad.
—¡Vaya! —Sonreí—.
Seguro que le alegraste la noche.
—Lo intenté. —Cogió
el auricular del teléfono y me hizo un guiño—. ¿Qué te
apetece pedir? ¿Unos
bocatas? ¿Comida china?, ¿india?
—No tengo hambre.
—Siempre tienes
hambre. Si no eliges algo, cocinaré lo que sea y tendrás que
comértelo.
Levanté la mano y me
rendí.
—Vale, vale. Tú
eliges.
El lunes llegué a
trabajar veinte minutos antes, pensando que así evitaría
encontrarme con
Gideon. Cuando llegué a mi mesa sin incidentes, sentí tal alivio que supe
que estaba en un buen
lío en lo que a él se refería. No dejaba de tener altibajos por todas
partes.
Mark llegó muy
animado, flotando aún por los importantes éxitos de la semana
anterior, y nos
metimos de lleno a trabajar. El domingo yo había hecho algunas
comparativas del
mercado del vodka y él tuvo la amabilidad de repasarlas conmigo y
escuchar mis
impresiones. A Mark le habían asignado también la publicidad para un nuevo
fabricante de
lectores de libros electrónicos, así que empezamos el trabajo inicial de eso.
Estuve tan ocupada
que la mañana pasó volando y no tuve tiempo de pensar en mi
vida personal. Daba
gracias por ello. Entonces respondí al teléfono y oí a Gideon al otro
lado de la línea. No
estaba preparada.
—¿Qué tal está siendo
este lunes de momento? —preguntó. Me estremecí al oír su
voz.
—Frenético. —Eché un
vistazo al reloj y me pasmó ver que eran las doce menos
veinte.
—Bien. —Hubo una
pausa—. Intenté llamarte ayer. Te dejé varios mensajes.
Quería oír tu voz.
Cerré los ojos y
respiré profundamente. Había tenido que hacer acopio de toda mi
fuerza de voluntad
para pasar el día sin oír el buzón de voz. E incluso tuve que meter en el
ajo a Cary, pidiéndole
que me frenara por la fuerza si daba la impresión de que podría
sucumbir al impulso.
—Me recluí y trabajé
un poco.
—¿Te llegaron las
flores que te envié?
—Sí. Son preciosas.
Gracias.
—Me recordaban a tu
vestido.
¿Qué demonios estaba
haciendo? Estaba empezando a pensar que tenía trastorno de
personalidad
múltiple.
—Algunas mujeres
dirían que eso es romántico.
—A mí sólo me importa
lo que digas tú. —Su silla crujió como si se él se hubiera
levantado—. Pensé en
acercarme... Me apetecía.
83
Suspiré,
abandonándome a la confusión.
—Me alegro de que no
lo hicieras.
Hubo otra larga
pausa.
—Me lo merecía.
—No lo he dicho para
fastidiar. Es la verdad, sencillamente.
—Ya lo sé. Oye... He
encargado que me traigan el almuerzo a la oficina, para que
no perdamos tiempo en
salir y volver.
Después de su Te
llamaré de despedida, no había dejado de preguntarme si querría
que volviéramos a
vernos tras regresar de dondequiera que hubiera estado. Era una
posibilidad que me
temía desde el sábado por la noche, consciente de que tenía que cortar,
pero sintiendo que el
deseo de estar con él me mantenía enganchada. Deseaba volver a
experimentar aquel
momento de intimidad, puro y perfecto, que habíamos compartido.
Pero ese único
momento no podía justificar todos los demás en los que me había
hecho sentir como una
mierda.
—Gideon, no hay
ninguna razón para que almorcemos juntos. Ya hablamos la
noche del viernes,
y... nos ocupamos de nuestras cosas el sábado. Vamos a dejarlo ahí.
—Eva. —Había
brusquedad en su voz—. Sé que la he jodido. Déjame que te
explique.
—No tienes por qué
hacerlo. No pasa nada.
—Sí que pasa. Tengo
que verte.
—No quiero...
—Podemos hacerlo de
la manera más fácil, Eva. O puedes ponérmelo difícil —dijo
con un tono de
crispación en la voz—. Vas a oírme de todas todas.
Cerré los ojos,
comprendiendo que no iba a tener la suerte de librarme con una
rápida charla
telefónica de despedida.
—De acuerdo. Iré.
—Gracias. —Soltó el
aire de forma audible—. Estoy deseando verte.
Volví a poner el
auricular en su soporte y me quedé mirando las fotos que tenía en
la mesa, intentando
formular lo que necesitaba decir y preparándome para el impacto de ver
a Gideon otra vez. La
furia con la que reaccionaba a él físicamente era incontrolable. De
alguna manera tendría
que superarla e ir directamente al grano. Después pensaría en que no
me quedaría otra que
verle en los días, las semanas y los meses venideros. De momento,
sólo tenía que
concentrarme en cómo sobrevivir al almuerzo.
Me rendí ante lo
inevitable y volví al trabajo de comparar el impacto visual de
varias muestras de
tarjetas insertadas.
—Eva.
Di un respingo y me
giré en la silla, atónita de ver a Gideon junto a mi cubículo.
Como siempre, su
presencia me sobresaltó, y el corazón me tableteaba en el pecho. Un
rápido vistazo al
reloj me demostró que había pasado un cuarto de hora en un instante.
—Gid... Señor Cross.
No tenías por qué bajar aquí.
Por la cara parecía
sereno e imperturbable, pero los ojos se le veían tormentosos y
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ávidos.
Abrí el cajón de mi
mesa y saqué mi bolso, aprovechando la oportunidad para
inspirar una profunda
y temblorosa bocanada de aire. Olía fenomenal.
—Señor Cross. —Era la
voz de Mark—. Es un placer verle por aquí. ¿Hay algo
que...?
—He venido por Eva.
Hemos quedado para almorzar.
Me enderecé a tiempo
para ver cómo a Mark se le disparaban las cejas hacia arriba.
Enseguida compuso el
semblante y su expresión volvió a adoptar su encanto habitual.
—Volveré a la una —le
aseguré.
—Hasta luego,
entonces. Que disfrutéis del almuerzo.
Gideon me puso la
mano en la franja dorsal y me condujo a los ascensores, con el
consiguiente
alzamiento de cejas de Megumi al pasar por delante de recepción. Me moví
nerviosa cuando él
apretó el botón de llamada del ascensor, pensando que ojalá hubiera
podido pasar el día
sin ver al hombre cuyo roce ansiaba como una droga.
Él me miraba mientras
esperábamos al ascensor y deslizaba los dedos por la manga
de mi blusa de raso.
—Cada vez que cierro
los ojos, te veo con ese vestido rojo. Oigo los sonidos que
haces cuando estás
cachonda. Te siento deslizándote sobre mi polla, apretándome como un
puño, haciendo que me
corra con tanta fuerza que duele.
—Para. —Aparté la
mirada, incapaz de soportar la intimidad con que me miraba.
—No puedo evitarlo.
La llegada del
ascensor fue un alivio. Me cogió de la mano y me hizo entrar. Tras
poner la llave en el
panel, me acercó más a él.
—Voy a besarte, Eva.
—No...
Me atrajo hacia sí y
selló mi boca con la suya. Me resistí todo lo que pude; luego
me derretí al
contacto de su lengua acariciando lenta y dulcemente la mía. Deseaba su beso
desde que nos
habíamos acostado. Deseaba tener la certeza de que él valoraba lo que
habíamos compartido,
que significaba algo para él como lo significaba para mí.
Pero una vez más me
dejó sin ese consuelo cuando se apartó bruscamente.
—Vamos. —Sacó la
llave al abrirse la puerta.
La pelirroja
recepcionista de Gideon no dijo nada esta vez, aunque me miró de
manera extraña. Por
el contrario, Scott, su secretario, se levantó cuando nos acercamos y
me saludó amablemente
por mi nombre.
—Buenas tardes,
señorita Tramell.
—Hola, Scott.
Gideon le dedicó un
gesto seco.
—No me pases
llamadas.
—Claro, por supuesto.
Entré en la amplia
oficina de Gideon, y la mirada se me fue al sofá donde me tocó
íntimamente por
primera vez.
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El almuerzo estaba
preparado en la barra: dos platos cubiertos en bandejas
metálicas.
—¿Me das el bolso?
—preguntó.
Le miré, vi que se
había quitado la chaqueta y se la había colgado del brazo. Estaba
allí plantado con sus
pantalones sastre y su chaleco, su camisa y corbata, ambas de un
blanco inmaculado, el
pelo negro y abundante alrededor de aquella cara que cortaba la
respiración y los
ojos de un azul intenso y deslumbrante. En pocas palabras, me llenaba de
asombro. No podía
creer que hubiera hecho el amor con un hombre tan guapo.
Pero, claro, no había
significado lo mismo para él.
—¿Eva?
—Eres guapísimo,
Gideon. —Las palabras salieron de mi boca sin proponérmelo.
Enarcó las cejas, y a
continuación sus ojos se llenaron de ternura.
—Me alegro de que te
guste lo que ves.
Le di el bolso y me
alejé, necesitada de espacio. Colgó su chaqueta y mi bolso en el
perchero y se dirigió
a la barra.
Crucé los brazos.
—Acabemos con esto de
una vez. No quiero verte más.
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