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No te escondo nada - Sylvia Day - Cap.19



19
Cary se unió a nosotros en la sala de estar para cenar una excelente comida china,
beber un dulce licor de ciruela y tener una sesión de televisión de lunes por la noche.
Mientras cambiábamos de canal y nos reíamos de los divertidísimos nombres de algunos
programas de telerrealidad, observé cómo los dos hombres más importantes de mi vida
disfrutaban de un rato de distracción y también el uno del otro. Se llevaban bien, tomándose
el pelo e insultándose el uno al otro en broma, tal y como suelen hacer los hombres. Nunca
antes había visto ese aspecto de Gideon y me encantó.
Mientras yo acaparaba todo un lado del sofá, ellos dos estaban sentados en el suelo
con las piernas cruzadas y utilizaban la mesita para apoyar sus platos. Los dos llevaban
pantalón de chándal y camisetas ajustadas y yo disfrutaba con la vista. ¿No era una chica
con mucha suerte?
Haciendo crujir sus nudillos, Cary se dispuso a abrir su galleta de la suerte con gran
dramatismo.
—Veamos. ¿Seré rico? ¿Famoso? ¿Estoy a punto de conocer al señor o la señora
alta, misteriosa y sabrosa? ¿Voy a viajar a lugares remotos? ¿Qué os ha salido a vosotros?
—La mía es muy tonta —dije—. «Al final todo se sabrá». ¡Bah! No necesitaba que
un adivino me dijera eso.
Gideon abrió la suya y la leyó:
—«La prosperidad llamará pronto a tu puerta».
Solté un bufido.
Cary me miró fijamente.
—Ya sé. Le has quitado la galleta a otro, Cross.
—Es mejor no dejarle cerca de la galleta de otro —dije yo secamente.
Extendiendo la mano, Gideon arrancó de mis dedos la mitad de la mía.
—No te preocupes, cielo. La tuya es la única galleta que quiero. —Y se la metió en
la boca guiñando un ojo.
—¡Puaj! —exclamó Cary con una arcada—. ¿Por qué no os vais a vuestra
habitación? —Abrió su galleta con un movimiento ostentoso y, a continuación, frunció el
ceño—. ¿Qué coño...?
Yo me incliné hacia delante.
—¿Qué dice?
—Dijo Confucio: «Hombre con mano en el bolsillo, se lo tiene todo el día muy
creído» —improvisó Gideon
Cary le lanzó la mitad de su galleta a Gideon, que la agarró hábilmente y sonrió.
—Dame eso. —Arranqué la suerte de entre los dedos de Cary y leí. Después, me
reí.
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—Vete a la mierda, Eva.
—¿Y bien? —Quiso saber Gideon.
«Coge otra galleta».
Gideon sonrió.
Machacado por una galleta.
Cary le lanzó la otra mitad de su galleta.
Me acordé de veladas parecidas que había compartido con Cary cuando iba a la
Universidad Estatal de San Diego, lo cual hizo que tratara de imaginarme el aspecto de
Gideon cuando estaba en la universidad. Por los artículos que había leído, sabía que había
asistido, sin licenciarse, a la Universidad de Columbia y que luego lo dejó para centrarse en
sus intereses de expansión empresarial.
¿Se había relacionado con otros estudiantes? ¿Asistió a fiestas de las hermandades,
folló con alguna chica, se había emborrachado muchas veces? ¿Alguna de esas cosas o
todas? Era un hombre con tanto autocontrol que me costó imaginarlo tan despreocupado y,
sin embargo, ahí estaba, comportándose exactamente así conmigo y con Cary.
Entonces, me miró, aún sonriendo, y el corazón se me dio la vuelta en el pecho. Por
una vez, parecía tener su verdadera edad, tan joven, tan guapo y tan normal. En ese
momento, sólo éramos una pareja de veintitantos años relajándose en casa con un
compañero de piso y un mando a distancia. Él era simplemente el novio con el que yo
estaba saliendo. Todo era dulce y fácil. Aquella imagen me pareció conmovedora.
Sonó el portero automático y Cary se puso de pie de un salto y fue a contestar. Me
miró con una sonrisa.
—Puede que sea Trey.
Yo levanté una mano con los dedos cruzados.
Pero cuando Cary abrió la puerta unos minutos después, fue la rubia de piernas
largas de la otra noche la que entró.
—Hola —saludó mientras veía los restos de la cena sobre la mesa. Estudió a Gideon
mientras éste, educadamente, descruzaba las piernas y se levantaba con aquella elegancia
poderosa que tenía. Ella me lanzó una sonrisita y, a continuación, miró a Gideon con otra
deslumbrante sonrisa de supermodelo y le extendió la mano.
—Tatiana Cherlin.
Él le estrechó la mano.
—Soy el novio de Eva.
Me sorprendió aquella forma de presentarse. ¿Estaba protegiendo su identidad? ¿O
su espacio personal? En cualquier caso, me gustó aquella respuesta.
Cary volvió a la sala de estar con una botella de vino y dos copas.
—Vamos —dijo, señalando hacia el pasillo que llevaba a su dormitorio.
Tatiana nos dedicó un pequeño saludo con la mano y salió delante de Cary.
—¿Qué haces? —le pregunté a Cary moviendo los labios en silencio mientras ella
estaba de espaldas
Él me guiñó un ojo y susurró.
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—Coger otra galleta.
Gideon y yo dimos por terminada la velada poco después y nos dirigimos a mi
dormitorio. Mientras nos preparábamos para meternos en la cama, le pregunté algo en lo
que había estado pensando antes:
—¿Tenías algún picadero cuando estabas en la universidad?
Se quitó la camiseta por la cabeza.
—¿Cómo?
—Ya sabes, como la habitación del hotel. Eres un hombre muy caliente.
Simplemente me preguntaba si entonces también tenías alguna especie de pequeño
apartamento.
Él negó con la cabeza mientras yo me comía con los ojos su torso maravillosamente
perfecto y su delgada cintura.
—He tenido más sexo desde que te he conocido que en los dos últimos años.
—Venga ya.
—Trabajo mucho y hago muchísimo ejercicio, y ambas cosas me tienen felizmente
agotado la mayor parte del tiempo. Puede que de vez en cuando haya recibido alguna oferta
que no he rechazado, pero, aparte de eso, hasta que te he conocido, si tenía sexo, bien, y si
no, también.
—Tonterías. —Aquello me resultaba imposible de creer.
Me fulminó con la mirada antes de dirigirse al baño con una bolsa de aseo de piel
negra.
—Sigue dudando de mí, Eva. Y atente a las consecuencias.
—¿Qué? —Fui detrás de él disfrutando de la visión de su delicioso culo—. ¿Vas a
demostrar que puedes dejar el sexo cuando quieras follándome otra vez?
—Para eso hacen falta dos personas. —Abrió su bolsa y sacó un cepillo de dientes
nuevo al que liberó de su embalaje y lo dejó caer en mi vaso del cepillo de dientes—. Tú
has iniciado el sexo entre nosotros tanto como yo. Necesitas esa conexión igual que yo.
—Tienes razón. Sólo que...
—¿Sólo que qué? —Abrió un cajón, frunció el ceño al ver que estaba lleno y se
movió para abrir otro.
—En el otro lavabo —dije sonriendo ante su suposición de que iba a tener cajones
en mi sitio y su mala cara al ver que no los encontraba—. Son todos para ti.
Gideon se acercó al segundo lavabo y empezó a sacar las cosas de su bolsa para
meterlas en los cajones.
—¿Sólo que qué? —repitió, mientras llevaba el champú y el gel a mi ducha.
Con la cadera apoyada en el lavabo y los brazos cruzados, lo observé mientras iba
tomando posesión de todo mi baño. No había duda de lo que estaba haciendo, así como
tampoco la había de que cualquiera que entrara en la habitación sabría enseguida que había
un hombre en mi vida.
De repente, sentí que yo también había tomado posesión de su espacio privado. Las
cosas de su casa tenían que saber que su jefe se había comprometido ahora en una relación.
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Pensar aquello me emocionó un poco.
—Antes he estado imaginándote en la universidad —continué—, cuando estábamos
cenando, pensando cómo sería poder verte por el campus. Yo habría estado obsesionada
contigo. Me habría desviado de mi camino sólo por verte por ahí y disfrutar de la vista.
Habría tratado de matricularme en las mismas asignaturas que tú, para poder soñar
despierta durante las clases imaginando que metía mano en tus pantalones.
—Una maníaca sexual. —Me dio un beso en la punta de la nariz al pasar por mi
lado y fue a lavarse los dientes—. Los dos sabemos lo que habría ocurrido en cuanto yo te
hubiese visto.
Me cepillé el pelo y los dientes y, después, me lavé la cara.
—Entonces... ¿tenías un picadero para las raras ocasiones en que alguna puta
afortunada consiguiera llevarte a la cama?
A través del espejo, miró mi rostro enjabonado.
—Siempre he utilizado la habitación del hotel.
—¿Ése es el único sitio en el que has tenido relaciones sexuales antes de mí?
—El único sitio en el que he tenido sexo consentido antes de ti —me corrigió en
voz baja.
—Ah. —Se me partió el corazón.
Me acerqué a él y lo abracé por detrás. Acaricié mi mejilla contra su espalda.
Fuimos a la cama y nos abrazamos. Enterré la cara en su cuello y respiré su olor,
acurrucándome. Su cuerpo era duro, pero maravillosamente cómodo cuando lo apretaba
contra el mío. Era tan cálido y fuerte, tan poderosamente masculino, que sólo tenía que
pensar en él para desearle.
Deslicé mis piernas por encima de su cintura y me puse encima de él, extendiendo
las manos sobre los lomos de su abdomen. Estaba oscuro. No podía verlo, pero no lo
necesitaba. Por mucho que me encantara su cara —esa de la que a veces él se quejaba—,
era su forma de acariciarme y el modo en que me susurraba lo que de verdad me llegaba de
él. Como si para él no hubiese nadie más en el mundo, nada que deseara más.
—Gideon. —No necesité decir nada más.
Sentándose, me envolvió con sus brazos y me besó apasionadamente. Entonces, me
dio la vuelta, me colocó debajo de él y me hizo el amor con una tierna actitud posesiva que
me llegó hasta el alma.
Me desperté con un susto. Me estaba aplastando un gran peso y una voz áspera me
escupía al oído palabras feas y desagradables. El pánico se adueñó de mí y me dejó sin
respiración.
Otra vez no... Por favor, no...
La mano de mi hermanastro me cubrió la boca mientras me separaba las piernas.
Sentí esa cosa dura entre sus piernas hurgando a ciegas, tratando de introducirse en mi
cuerpo. Mi grito quedó ahogado por la palma de su mano apretada contra mis labios y me
encogí, con el corazón golpeándome tan fuerte que pensé que iba a explotar. Nathan pesaba
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mucho. Pesaba mucho y era muy fuerte. No podía quitármelo de encima, no podía
empujarlo para que se apartara.
¡Para! Déjame. No me toques. Dios mío... Por favor, no me hagas eso... otra vez
no...
¿Dónde estaba mamá?
¡Mamá!
Grité, pero la mano de Nathan me tapaba la boca. La apretaba contra mí y me
aplastaba la cara sobre la almohada. Cuanto más me resistía, más se excitaba él. Jadeando
como un perro, me embestía una y otra vez... tratando de penetrarme...
—Vas a saber lo que se siente.
Me quedé inmóvil. Conocía aquella voz. Supe que no era la de Nathan.
No era un sueño. Seguía viviendo la pesadilla.
No, Dios mío. Parpadeando como loca en la oscuridad, traté de ver. La sangre me
retumbaba en los oídos. No podía oír nada.
Pero conocía el olor de su piel. Conocía su tacto, incluso cuando era cruel. Conocía
la sensación de su cuerpo sobre el mío, incluso mientras trataba de invadirme
La erección de Gideon se golpeaba contra el pliegue de mi muslo. Aterrada, empujé
hacia arriba con todas las fuerzas. Su mano sobre mi cara.
Entrando aire en mis pulmones, grité.
—No eres tan pulcra cuando te están follando. —Su pecho se levantaba mientras
gruñía.
—Crossfire —dije con voz entrecortada.
Un rayo de luz del pasillo me cegó, seguido por la bendita retirada del asfixiante
peso de Gideon. Me di la vuelta hacia mi lado sollozando, me caían tantos ríos de lágrimas
de mis ojos que apenas vi la imagen borrosa de Cary empujando a Gideon hasta el otro
extremo de la habitación y contra la pared, haciendo una marca en el tabique.
—¡Eva! ¿Estás bien? —Cary encendió la luz de la mesa de noche y maldijo cuando
me vio acurrucada en posición fetal, dando fuertes sacudidas.
Cuando Gideon se enderezó, Cary se volvió contra él.
—¡Mueve un jodido músculo antes de que llegue la policía y te hago papilla!
Tragando saliva por mi abrasadora garganta, me incorporé para sentarme. Miré
fijamente a Gideon y vi que el embotamiento del sueño había desaparecido de sus ojos y
que había sido sustituido por un naciente horror.
—Un sueño —balbuceé agarrando el brazo de Cary mientras éste cogía el
teléfono—. G-Gideon estaba s-soñando.
Cary miró al suelo, donde Gideon estaba agachado como un animal salvaje. Cary
dejó caer el brazo.
—Dios —suspiró—. Pensaba que era yo quien estaba jodido.
Me deslicé para salir de la cama y me puse de pie con piernas temblorosas, mareada
por el miedo persistente. Mis piernas cedieron y Cary me agarró, me bajó al suelo y me
sujetó mientras yo lloraba.
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—Voy a dormir en el sofá. —Cary se pasó una mano por el pelo revuelto por el
sueño y se apoyó en la pared del pasillo. La puerta de mi dormitorio estaba abierta detrás de
mí y Gideon estaba dentro, pálido y angustiado—. Voy a sacar también mantas y
almohadas para él. No creo que deba volver a casa solo. Está hecho polvo.
—Gracias, Cary. —Apreté los brazos con los que me abrazaba el pecho—. ¿Tatiana
sigue aquí?
—Madre mía, no. No es lo que crees. Sólo follamos.
—¿Y Trey? —le pregunté en voz baja, con la mente pensando aún en Gideon.
—Yo quiero a Trey. Creo que es la mejor persona que he conocido nunca aparte de
ti. —Se inclinó hacia delante y me besó en la frente—. Y ojos que no ven, corazón que no
siente. Deja de preocuparte por mí y cuídate tú.
Levanté la mirada hacia él con los ojos bañados en lágrimas.
—No sé qué hacer.
Cary dejó escapar un suspiro y me miró con sus ojos verdes, oscuros y serios.
—Creo que tienes que decidir si esta situación te está superando, pequeña. Hay
personas que no pueden estar juntas. Mírame a mí. Tengo un tío estupendo y me estoy
follando a una chica a la que no soporto.
—Cary... —Alargué la mano y le acaricié el hombro.
Él me agarró la mano y la apretó.
—Estoy aquí para lo que necesites.
Gideon estaba cerrando la cremallera de su bolso de viaje cuando volví a la
habitación. Me miró y sentí miedo en las tripas. No por mí, sino por él. Nunca había visto a
nadie tan desolado, tan completamente destrozado. El desconsuelo de sus preciosos ojos me
asustó. No había vida en él. Estaba tan gris como un muerto, con profundas sombras en
todos los ángulos y planos de su imponente rostro.
—¿Qué haces? —susurré.
Él dio un paso atrás, como si quisiera estar lo más lejos posible de mí.
—No puedo quedarme.
Me preocupó sentir un repentino alivio ante la idea de quedarme sola.
—Habíamos acordado... no salir huyendo.
—Eso fue antes de que yo te atacara —dijo bruscamente, mostrando el primer
síntoma de vida en más de una hora.
—No eras consciente.
—No vas a volver a ser una víctima nunca más. Dios mío... lo que he estado a punto
de hacerte... —Se giró dándome la espalda y sus hombros se encorvaron de un modo que
me asustó tanto como lo había hecho el ataque.
—Si te vas, nosotros salimos perdiendo y nuestro pasado es el que gana. —Vi que
mis palabras llegaban a él como un golpe. Estaban encendidas todas las luces de mi
habitación, como si la electricidad sola pudiera hacer desaparecer todas las sombras que
había en nuestro interior—. Si te rindes ahora, me temo que va a ser más fácil que tú te
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alejes y que yo te deje hacerlo. Habremos terminado, Gideon.
—¿Cómo voy a quedarme? ¿Por qué ibas a querer que lo haga? —Se dio la vuelta y
me miró con tanto deseo que hizo que de nuevo aparecieran las lágrimas en mis ojos—. Me
mataría antes de hacerte daño.
Ése era uno de mis temores. Lo había pasado mal imaginándome al Gideon que yo
conocía —el dominante, el poderoso y obstinado— quitándose la vida, pero el Gideon que
estaba de pie ante mí era una persona completamente distinta. Y era el hijo de un padre que
se había suicidado.
Tiré del dobladillo de la camiseta con los dedos.
—Nunca me harías daño.
—Tienes miedo de mí —dijo con voz áspera—. Puedo verlo en tu cara. Yo mismo
me tengo miedo. Miedo de dormir contigo y hacerte algo que nos destruya a los dos.
Tenía razón. Le tenía miedo. El terror me helaba el vientre.
Ahora conocía la violencia que había en él. La furia enconada. Y sentíamos una
gran pasión el uno por el otro. Yo le había dado una bofetada en la cara en la fiesta del
jardín, emprendiéndola a golpes cuando yo jamás hacía eso.
Estaba en la naturaleza de nuestra relación ser vigorosos e impulsivos, groseros y
salvajes. La confianza que nos había mantenido juntos también se nos abría a los dos de un
modo que nos volvía vulnerables y peligrosos. Y sería cada vez peor.
Se pasó una mano por el cabello.
—Eva, yo...
—Te quiero, Gideon.
—Dios mío. —Me miró con algo que se parecía a la repugnancia. Si iba dirigido a
mí o a sí mismo, eso no lo supe—. ¿Cómo puedes decir eso?
—Porque es la verdad.
—Sólo ves esto. —Se señaló a sí mismo con un movimiento de la mano—. No ves
al jodido y destrozado desastre que hay dentro de mí.
Tomé aire.
—¿Me dices eso sabiendo que yo también estoy jodida y destrozada?
—Quizá estés mal porque siempre vas a por tipos que son terribles para ti —dijo
con amargura.
—Basta. Sé que estás sufriendo, pero atacándome sólo vas a conseguir sentirte peor.
—Miré el reloj y vi que eran las cuatro de la mañana. Me acerqué a él. Necesitaba superar
mi miedo de tocarle y de que él me tocara.
Él levantó una mano como para mantenerme apartada.
—Me voy a casa, Eva.
—Duerme en el sofá de aquí. No te pelees conmigo por esto, Gideon. Por favor. Me
voy a preocupar mucho si te vas.
—Lo estarás más si me quedo. —Me miró fijamente y parecía perdido, furioso y
lleno de un terrible anhelo. Sus ojos me suplicaban perdón, pero él no lo aceptaría si yo
trataba de dárselo.
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Fui hasta él y le agarré de la mano, conteniendo la oleada de aprensión que sentí al
tocarnos. Seguía teniendo los nervios de punta y la garganta y la boca aún me dolían,
mientras el recuerdo de sus intentos de penetrarme —tan parecido a como lo hacía
Nathan— seguía estando muy fresco.
—S-superaremos esto —le prometí odiando el temblor en mi voz—. Irás a ver al
doctor Petersen y luego ya veremos.
Levantó la mano como para acariciarme la cara.
—Si Cary no llega a estar aquí...
—Estaba. Y yo me pondré bien. Te quiero. Superaremos esto. —Me acerqué a él y
lo abracé, pasando las manos por debajo de su camisa para tocar su piel desnuda—. No
vamos a dejar que el pasado se interponga en lo que tenemos.
No estaba segura a cuál de los dos trataba de convencer.
—Eva. —Con su abrazo me dejó sin aire—. Lo siento. Esto me está destrozando.
Por favor, perdóname... No puedo perderte.
—No lo harás. —Cerré los ojos y me concentré en sentirlo. Su olor. Recordar que
antes no tenía miedo cuando estaba con él.
—Lo siento mucho. —Sus manos temblorosas me acariciaban la curva de la
espalda—. Haré lo que sea...
—Shh. Te quiero. Vamos a estar bien.
Giró la cabeza y me besó suavemente.
—Perdóname, Eva. Te necesito. Tengo miedo de lo que será de mí si te pierdo...
—No me voy a ir a ningún sitio. —Sentí un cosquilleo en la piel bajo el agitado
deslizamiento de sus manos sobre mi espalda—. Estoy aquí. No voy a salir huyendo nunca
más.
Se detuvo, respirando con fuerza sobre mis labios. Entonces, inclinó la cabeza y
selló mi boca con la suya. Mi cuerpo reaccionó ante el suave mimo de su beso. Me eché
sobre él sin ser consciente de mis movimientos, acercándomelo más.
Colocó la palma de sus manos sobre mis pechos y los masajeó, dando vueltas con la
yema de sus pulgares alrededor de mis pezones hasta que se pusieron de punta y me
dolieron. Gemí con una mezcla de miedo y ansia y él se estremeció al oírlo.
—¿Eva?
—Yo... No puedo. —El recuerdo de cómo me había despertado estaba demasiado
fresco en mi mente. Me dolió rechazarlo, sabiendo que él necesitaba lo mismo de mí que yo
de él cuando le hablé de Nathan, demostrándole que el deseo seguía estado ahí, que por
muy feas que fueran las cicatrices de nuestros pasados, no afectaban a lo que éramos ahora
el uno para el otro.
Pero no podía darle aquello. Todavía no. Me sentía demasiado abierta y vulnerable.
—Abrázame, Gideon. Por favor.
Él asintió y me envolvió con sus brazos.
Hice que se tumbara en el suelo conmigo, esperando que se durmiera. Yo me
acurruqué a su lado, colocando la pierna sobre la suya y mi brazo sobre su duro vientre. Él
212
 
me apretó con suavidad, presionando sus labios sobre mi frente, susurrando una y otra vez
lo mucho que lo sentía.
—No me dejes —susurré—. Quédate.
Gideon no respondió ni hizo ninguna promesa, pero tampoco me dejó marchar.
Me desperté un rato después, oyendo los uniformes latidos del corazón de Gideon
debajo de mi oído. Seguían encendidas todas las luces y el suelo enmoquetado me parecía
duro e incómodo.
Gideon estaba tumbado boca arriba, con su hermoso rostro juvenil de cuando
dormía y la camisa levantada lo suficiente como para dejar ver su ombligo y sus
abdominales marcados.
Ése era el hombre al que yo amaba. Ése era el hombre cuyo cuerpo me daba tanto
placer, cuyas atenciones me conmovían una y otra vez. Seguía estando ahí. Y a juzgar por
el ceño fruncido que afeaba su frente, seguía sufriendo.
Deslicé la mano por el interior de sus pantalones del chándal. Por primera vez desde
que estábamos juntos, no estaba caliente como el acero al contacto de mi mano, pero
rápidamente creció y se hinchó mientras yo le acariciaba con cautela desde abajo hasta la
punta. El miedo persistía por debajo de mi excitación, pero tenía más miedo de perderle que
de vivir con los demonios que había en su interior.
Se revolvió y tensó el brazo alrededor de mi espalda.
—¿Eva...?
Esta vez le respondí del modo que no había podido hacer antes.
—Vamos a olvidarlo —le susurré al oído—. Vamos a hacer que lo olvidemos.
Eva.
Enrolló su cuerpo con el mío, quitándome la camiseta con movimientos cautelosos.
Yo tuve el mismo cuidado a la hora de desvestirle. Nos acercamos el uno al otro como si
pudiéramos rompernos. El lazo que nos unía era frágil en ese momento y a los dos nos
preocupaba el futuro y las heridas que podríamos infligirnos con todos nuestros filos
dentados.
Sus labios envolvieron mi pezón y sus mejillas se fueron ahuecando despacio,
conteniendo su seducción. Su suave forma de mamar me gustaba tanto que ahogué un grito
y me arqueé sobre su mano. Él me acarició el costado, desde el pecho hasta la cintura y
hacia arriba otra vez, una y otra vez, tranquilizándome mientras el corazón se me
desbocaba.
Me fue besando de un pecho al otro, murmurando palabras de disculpa y de deseo
con una voz rota por el arrepentimiento y la tristeza.
Su lengua me lamió en el punto más endurecido, jugueteando con él antes de
envolverlo de calor húmedo y succionarlo.
—Gideon. —Sus suaves y hábiles tirones conseguían que de mi mente asustadiza
saliera el deseo. Mi cuerpo estaba ya rendido ante él, buscando ávidamente el placer y la
belleza que él tenía.
213
 
—No tengas miedo de mí —susurró—. No te apartes.
Me besó el ombligo y, después, fue más abajo, acariciando con el pelo mi vientre
mientras se colocaba entre mis piernas. Me abrió con manos temblorosas y me acarició el
clítoris con la nariz. Sus lametones ligeros y provocadores a través de mi vagina y los
palpitantes descensos al interior de mi sexo vibrante me llevaron al borde de la locura.
Doblé la espalda. De mis labios salieron roncas súplicas. La tensión se extendió por
todo mi cuerpo, que se puso rígido hasta sentir que podía romperme con tanta presión. Y
entonces, él me llevó al orgasmo con el más suave roce de la punta de su lengua.
Grité, y un ardiente alivio me recorrió el cuerpo mientras me retorcía.
—No puedo dejar que te vayas, Eva. —Gideon se levantó por encima de mí
mientras yo me estremecía de placer—. No puedo.
Limpiándome las lágrimas que quedaban en mi rostro, le miré a sus ojos
enrojecidos. Presenciar su tormento me causaba dolor y hacía que el corazón me doliera.
—No te dejaría aunque quisieses.
Se puso encima de mí y me metió la polla despacio, con cuidado. Presioné la cabeza
con fuerza contra el suelo mientras él se hundía más adentro y tomaba posesión de mi
cuerpo centímetro a centímetro cada vez que lo hacía.
Cuando todo él estuvo dentro de mí, empezó a moverse con embestidas moderadas
y pausadas. Cerré los ojos y me concentré en la conexión que había entre los dos. Entonces,
se echó sobre mí, apretando su vientre contra el mío, y el pulso se me disparó aterrado.
Sintiendo un miedo repentino, vacilé.
—Mírame, Eva. —Su voz era tan ronca que no la reconocía.
Lo hice y vi su angustia.
—Hazme el amor —me suplicó con un susurró jadeante—. Haz el amor conmigo.
Tócame. Pon las manos sobre mí.
—Sí. —Apreté las palmas de la mano en su espalda y, después, pasé las manos por
los trémulos músculos hasta llegar al culo. Apretando la carne dura y flexionada, le insté a
que se moviera más rápido y se metiera más adentro.
Los golpes rítmicos de su pesada polla a través de las profundidades cerradas de mi
sexo me llevaron al éxtasis en oleadas de calor. Me gustaba. Mis piernas rodeaban su
cintura y mi respiración se iba acelerando a medida que el frío nudo que había dentro de mí
empezaba a derretirse. Nos miramos fijamente.
Por mis sienes corrían las lágrimas.
—Te quiero, Gideon.
—Por favor... —Cerró los ojos, apretándolos.
—Te quiero.
Me acercaba al orgasmo con los hábiles movimientos de su cintura removiendo su
polla dentro de mí. Comprimí mi sexo con fuerza, tratando de mantenerle dentro, tratando
de hacer que se quedara en lo más profundo de mí.
—Córrete, Eva —jadeó contra mi cuello.
Me esforcé por hacerlo, me esforcé por superar la persistente aprensión que sentía
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por tenerlo encima de mí. La ansiedad se mezclaba con el deseo manteniéndome en el filo.
Emitió un ronco sonido de dolor y arrepentimiento.
—Necesito que te corras, Eva... Necesito sentirte... Por favor...
Agarrándome de las nalgas, me movió las caderas y golpeó una y otra vez ese punto
sensible de mi interior. Era infatigable, implacable, follándome hasta el fondo y con fuerza
hasta que mi mente perdió el control de mi cuerpo y me corrí con fuerza. Le mordí en el
hombro para contener mis gritos mientras me sacudía por debajo de él y los diminutos
músculos de mi interior se agitaban con oleadas de éxtasis. Él gruñó en mi pecho, un sonido
dentellado de placer atormentado.
—Más —me ordenó, clavando sus embestidas más hondo para proporcionarme esa
deliciosa sensación de dolor. El hecho de que él volviera a confiar lo suficiente en los dos
como para introducir ese pequeño toque de dolor ahuyentó la última de mis reservas. Así
como confiábamos el uno en el otro, estábamos aprendiendo a confiar también en nuestros
instintos.
Volví a correrme, con ferocidad, apretando los dedos de los pies hasta que sentí un
calambre. Sentí la familiar tensión en Gideon y apreté las manos sobre sus caderas,
espoleándolo para que siguiera, desesperada por sentir cómo se salía a chorros dentro de
mí.
—No. —Se apartó y cayó sobre su espalda lanzando un brazo por encima de sus
ojos. Castigándose mientras le negaba a su cuerpo el consuelo y el placer del mío.
Su pecho se movía y brillaba del sudor. Su polla yacía pesadamente sobre su
vientre, con un aspecto brutal, con su ancha cabeza púrpura y sus gruesas venas.
Me lancé sobre ella con manos y boca, ignorando su despiadada maldición. Sujeté
su torso con mi antebrazo y la agarré con fuerza con mi otro puño, chupando vorazmente su
sensible corona. Los muslos le temblaban y pateaba las piernas incansablemente.
—Joder, Eva. Mierda. —Se puso rígido y jadeó, empujando las manos entre mi
pelo, moviendo sus caderas—. Oh, mierda... Oh, Dios... Estalló en un torrente poderoso que
casi me ahogaba, duro, inundándome la boca. Lo tomé todo, mientras mi puño ordeñaba,
impulso tras impulso, por todo lo largo de su polla, tragándomelo hasta que se estremeció
con la excesiva sensación suplicándome que parara.
Me incorporé y Gideon se sentó envolviendo mi cuerpo con el suyo. Me volvió a
tumbar en el suelo y allí enterró la cara en mi cuello y lloró hasta el amanecer.
El martes fui al trabajo con una blusa de seda negra de manga larga y pantalones,
sintiendo la necesidad de establecer una barrera entre el mundo y yo. En la cocina, Gideon
me cogió la cara entre sus manos y acarició mis labios con los suyos con desgarradora
ternura. Seguía teniendo aquella mirada de angustia.
—¿Comemos juntos? —pregunté, sintiendo que necesitábamos aferrarnos a la
conexión que había entre los dos.
—Tengo una comida de trabajo. —Pasó los dedos por mi pelo suelto—. ¿Quieres
venir? Me aseguraré de que Angus te lleve de vuelta al trabajo a tiempo.
215
 
—Me encantaría ir contigo. —Pensé en el calendario de eventos nocturnos,
reuniones y citas que me había enviado al móvil—. ¿Y mañana por la noche tenemos la
cena de beneficencia en el Waldorf-Astoria?
Su mirada se suavizó. Vestido con la ropa del trabajo, parecía triste pero sereno. Yo
sabía que no lo estaba.
—Es cierto que no vas a renunciar a mí, ¿verdad? —preguntó en voz baja.
Levanté la mano derecha y le enseñé mi anillo.
—Estás conmigo, Gideon. Ve acostumbrándote.
De camino al trabajo, me acurrucó en su regazo y, de nuevo, cuando íbamos a la
comida en Jean Georges. Yo no pronuncié más de una docena de palabras durante el
almuerzo, donde Gideon había pedido por mí y yo disfruté enormemente.
Me quedé sentada en silencio a su lado, con la mano izquierda apoyada en su fuerte
muslo por debajo del mantel, una afirmación sin palabras de mi compromiso con él. Con
nosotros. Una de sus manos descansaba sobre la mía, cálida y fuerte, mientras hablaba de
una nueva propiedad que estaba en construcción en St. Croix. Nos mantuvimos así durante
toda la comida, y cada uno de nosotros decidió comer con una mano para no separarlas.
A medida que pasaban las horas, sentía que el horror de la noche anterior se iba
alejando de los dos. Sería otra cicatriz que añadir a su colección, otro recuerdo amargo que
él siempre tendría, un recuerdo que yo compartiría y temería junto a él, pero que no nos
dominaría. No dejaríamos que eso ocurriera.
Angus estaba esperando para llevarme a casa cuando terminó mi jornada. Gideon
trabajaba hasta tarde y luego iría directamente desde el Crossfire a la consulta del doctor
Petersen. Durante el viaje me fui preparando para la siguiente sesión de entrenamiento con
Parker. Pensé saltármela pero, al final, decidí que era importante continuar con la rutina. En
ese momento, ya había demasiados aspectos de mi vida que se habían descontrolado.
Seguir un calendario era una de las pocas cosas que podía controlar.
Tras hora y media marcajes y preliminares con Parker en su estudio, me sentí
aliviada cuando Clancy me dejó en casa y también orgullosa por haber estado haciendo
ejercicio cuando era lo último que deseaba hacer.
Cuando entré en el vestíbulo, me encontré a Trey en la recepción.
Lo saludé.
—Hola. ¿Subes?
Se giró para mirarme con sus cálidos ojos color avellana y una amplia sonrisa.
Había dulzura en Trey, una especie de sincera ingenuidad que lo diferenciaba del resto de
relaciones que Cary había tenido antes. O quizá debería decir simplemente que Trey era
«normal», lo cual no era muy usual en la vida de Cary ni en la mía.
—Cary no está —dijo—. Han intentado llamarle.
—Puedes subir conmigo y esperar. No voy a volver a salir.
—Si de verdad no te importa. —Empezó a caminar a mi lado. Yo saludé con la
mano a la chica de la recepción y nos dirigimos hacia el ascensor—. Le he traído una cosa.
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—No me importa en absoluto —le aseguré, devolviéndole su dulce sonrisa.
Miró mis pantalones de yoga y mi camiseta sin mangas.
—¿Vienes ahora del gimnasio?
—Sí. Aunque hoy es uno de esos días que habría preferido hacer cualquier otra
cosa.
Se rio mientras entrábamos en el ascensor.
—Conozco esa sensación.
Mientras subíamos, nos quedamos en silencio. Me sentía pesada.
—¿Va todo bien? —le pregunté.
—Bueno... —Trey se ajustó la correa de la mochila—. Parece que Cary ha estado
un poco ausente estos últimos días.
Me mordí el labio inferior.
—Vaya. ¿En qué sentido?
—No sé. Es difícil de explicar. Simplemente tengo la sensación de que le está
pasando algo y no sé qué puede ser.
Pensé en la rubia y me estremecí por dentro.
—Quizá esté estresado por el trabajo de Grey Isles y no quiere preocuparte. Sabe
que estás muy ocupado con tu trabajo y los estudios.
La tensión de sus hombros se alivió.
—Quizá sea eso. Tiene sentido. Vale, muchas gracias.
Abrí la puerta del apartamento y le dije que se sintiera como en su casa. Trey se
dirigió a la habitación de Cary para dejar sus cosas, mientras yo me acerqué al teléfono para
escuchar los mensajes de voz.
Un grito desde el otro extremo del pasillo hizo que cogiera el teléfono por un
motivo diferente. El corazón se me disparó al pensar que pudiera haber intrusos o algún
peligro inminente. Hubo más gritos y una de las voces pertenecía claramente a Cary.
De repente, suspiré aliviada. Con el teléfono en la mano, fui a ver qué demonios
estaba pasando. Casi choco con Tatiana al doblar la esquina, aún abotonándose la blusa.
—¡Huy! —exclamó con una sonrisa nada arrepentida—. Hasta luego.
No pude oír cómo cerraba la puerta al salir por los gritos de Trey.
—Vete a la mierda, Cary. ¡Ya habíamos hablado de esto! ¡Lo prometiste!
—Estás exagerando las cosas —protestó Cary—. No es lo que piensas.
Trey salió del dormitorio de Cary hecho una furia y con una prisa tal que me tuve
que pegar a la pared del pasillo para apartarme de su camino. Cary iba detrás con una
sábana sujeta a la cintura. Cuando pasó por mi lado, le miré frunciendo el ceño y él me
respondió levantando un dedo para mandarme a la mierda.
Los dejé solos y huí hacia la ducha, enfadada con Cary porque, una vez más, estaba
echando a perder algo bueno que había en su vida. Era un patrón del que yo esperaba que
saliera, pero parecía incapaz de hacerlo.
Cuando salí a la cocina media hora después, había un completo silencio en el
apartamento. Me concentré en la preparación de la cena, decidiéndome por filetes de cerdo
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asado y patatas con espárragos, una de las cenas preferidas de Cary, por si acaso volvía a
casa para cenar y necesitaba animarse.
Me sorprendí al ver a Trey salir al pasillo mientras yo metía el asado en el horno y,
a continuación, sentí pena. Odié verle salir enrojecido, despeinado y llorando. La pena se
convirtió en enorme decepción cuando Cary vino a la cocina conmigo oliendo a sudor
masculino y a sexo. Me lanzó una mirada de enfado al pasar por mi lado de camino a la
nevera de los vinos.
Yo le miré con los brazos cruzados.
—Follarse a un amante que está destrozado sobre las mismas sábanas en las que te
ha pillado engañándolo no arregla las cosas.
—Cállate, Eva.
—Probablemente se esté odiando ahora mismo por haber cedido.
—He dicho que te calles de una puta vez.
—Muy bien. —Me di la vuelta y me centré en sazonar las patatas para meterlas en
el horno con el asado.
Cary sacó unas copas de vino del armario.
—Noto cómo me estás juzgando. Déjalo ya. No estaría la mitad de jodido si me
hubiese pillado follando con un hombre.
—Es culpa suya, ¿no?
—Para tu información: tu vida amorosa tampoco es perfecta.
—Eso es un golpe bajo, Cary. Esta vez no voy a quedarme callada. La has
fastidiado y, después, lo has hecho aún peor. Es todo culpa tuya.
—Que no se te suban los humos, guapa. Tú te estás acostando con un hombre que
va a violarte cualquier día de estos.
—¡Eso no es verdad!
Soltó un bufido y apoyó la cadera sobre el mostrador, con sus ojos verdes llenos de
dolor y rabia.
—Si vas a poner la excusa de que está dormido mientras te ataca, vas a tener que
usar la misma excusa para los borrachos y drogadictos. Ellos tampoco saben lo que hacen.
La verdad de sus palabras me golpeó con fuerza, al igual que el hecho de que estaba
tratando de hacerme daño deliberadamente.
—Se puede dejar de beber, pero no de dormir.
Se puso derecho, abrió la botella que había cogido y llenó dos copas, deslizando una
por el mostrador para mí.
—Si hay alguien que sabe lo que es estar con quien te hace daño, soy yo. Tú lo
quieres. Quieres salvarle, pero ¿quién va a salvarte a ti, Eva? No voy a estar siempre a tu
lado cuando estés con él y Gideon es una bomba de relojería que se ha puesto en marcha.
—¿Quieres hablar de relaciones que hacen daño, Cary? —le respondí, haciendo que
se desviara de mis dolorosas verdades—. ¿Te has follado a Trey para protegerte? ¿Has
pensado que le has apartado de ti antes de darle la oportunidad de decepcionarte?
Cary adoptó una expresión amarga. Chocó su copa con la mía, que todavía estaba
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sobre el mostrador.
—Brindo por los dos, que estamos realmente jodidos. Al menos, nos tenemos el uno
al otro.
Salió airadamente de la habitación y yo me desinflé. Sabía que esto iba a suceder:
ver cómo se desencadenaban circunstancias demasiado buenas para ser ciertas. La
satisfacción y la felicidad no duraban en mi vida más que unos momentos y lo cierto es que
no eran más que una ilusión.

Siempre había algo oculto, esperando a salir para echarlo todo a perder.

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