20
Gideon llegó justo
cuando sacaba la cena del horno. Traía una bolsa de ropa en una
mano y una funda de
ordenador portátil en la otra. Me preocupaba que se fuera solo a casa
tras su sesión con el
doctor Petersen y sentí alivio cuando me llamó para decirme que venía
de camino. Aun así,
cuando abrí la puerta y le vi allí, un escalofrío de inquietud me recorrió
el cuerpo.
—Hola —me saludó en
voz baja, siguiéndome después a la cocina—. Huele de
maravilla aquí
dentro.
—Espero que tengas
hambre. Hay mucha comida y me sorprendería que Cary
apareciera para
ayudarnos a comérnosla.
Gideon dejó sus cosas
sobre el mostrador y se acercó a mí con recelo, buscando mis
ojos con los suyos a
medida que se acercaba.
—Me he traído unas
cuantas cosas para pasar la noche, pero me puedo ir a casa si
quieres. Cuando sea.
Simplemente dímelo.
Dejé escapar el aire
de mi pecho con fuerza, decidida a no dejar que el miedo
dictara mis acciones.
—Quiero que te
quedes.
—Y yo quiero
quedarme. —Se detuvo delante de mí—. ¿Puedo abrazarte?
Me giré hacia él y lo
apreté con fuerza.
—Por favor.
Presionó su mejilla
contra la mía y me abrazó. Aquel abrazo no fue tan natural y
relajado como los que
solíamos darnos. Había entre nosotros un nuevo recelo diferente a
todo lo que habíamos
sentido antes.
—¿Qué tal estás? —murmuró.
—Mejor, ahora que
estás aquí.
—Pero aún nerviosa.
—Apretó sus labios contra mi frente—. Yo también. No sé
cómo vamos a poder
quedarnos dormidos de nuevo el uno junto al otro.
Apartándome un poco,
lo miré. Eso es también lo que yo temía, y mi anterior
conversación con Cary
no había ayudado en nada. Es una bomba de relojería en marcha...
—Lo superaremos
—dijo.
Se quedó callado un
largo rato.
—¿Alguna vez se ha
puesto Nathan en contacto contigo?
—No. —Aunque tenía
auténtico pánico a encontrármelo de nuevo algún día, ya
fuera por casualidad
o deliberadamente. Estaba en algún lugar, ahí afuera, respirando el
mismo aire—. ¿Por
qué?
—Porque hay mucho
bagaje que se interpone entre nosotros dos.
—¿Crees que es
demasiado?
220
Gideon negó con la
cabeza.
—No pienso eso.
Yo no supe qué hacer
o decir. ¿Qué garantías darle, si ni siquiera estaba segura de
mi amor y de si el
hecho de necesitarle sería suficiente para que nuestra relación
funcionara?
—¿En qué estás
pensando? —preguntó.
—En la comida. Estoy
hambrienta. ¿Por qué no vas a ver si Cary quiere comer?
Luego podemos
ponernos a cenar.
Gideon encontró a
Cary durmiendo, así que cenamos él y yo a la luz de las velas en
la mesa del comedor,
una especie de comida formal vestidos con las camisetas y pantalones
de pijama que nos
habíamos puesto tras nuestras respectivas duchas. Yo estaba preocupada
por Cary, pero tener
un respiro tranquilo a solas con Gideon me pareció que era justo lo que
necesitábamos.
—Ayer comí con
Magdalene en mi despacho —dijo después de que disfrutáramos
de los primeros
bocados.
—¿Ajá? —¿Mientras yo
había ido a comprar el anillo, Magdalene había disfrutado
de un tiempo a solas
con mi hombre?
—No uses ese tono —me
reprendió—. Estuvo comiendo en un despacho rodeada de
tus flores mientras
me lanzabas besos desde mi escritorio. Tú estabas tan presente como
ella.
—Perdona. Ha sido un
acto reflejo.
Levantó mi mano hacia
su boca y le dio un beso rápido y fuerte.
—Me alivia ver que
aún puedes sentir celos por mí.
Solté un suspiro. Mis
emociones llevaban todo el día desperdigadas, no podía saber
cuáles eran mis
sentimientos con respecto a nada.
—¿Le has dicho algo
sobre Christopher?
—Ése era el motivo de
la comida. Le enseñé el vídeo.
—¿Qué? —Fruncí el
ceño, recordando que mi teléfono se había quedado sin batería
en su coche—. ¿Cómo
lo has hecho?
—Subí tu teléfono a
mi despacho y saqué el vídeo con un USB. ¿No te diste cuenta
de que lo traje
anoche con toda la batería?
—No. —Dejé el
cubierto sobre la mesa. Con dominación o no, Gideon y yo íbamos
a tener que hablar
sobre qué límites cruzar para que yo no perdiera los papeles—. No
puedes piratear mi
teléfono sin más, Gideon.
—No lo pirateé. Aún
no le has puesto una contraseña.
—¡Ésa no es la
cuestión! Se trata de una grave invasión de mi puñetera privacidad.
Dios mío... —¿Por qué
en mi vida nadie comprendía que yo tenía unas fronteras?—. ¿Te
gustaría que yo
hurgara en tus cosas?
—No tengo nada que
ocultar. —Sacó su teléfono del bolsillo de sus pantalones y lo
sostuvo en el aire
ante mí—. Y tú tampoco lo tendrás.
221
No quería discutir en
ese momento. Las cosas estaban demasiado frágiles tal y como
estaban, pero ya
había permitido lo suficiente que aquello siguiera adelante.
—No importa si yo
tengo algo que no quiero que veas. Tengo derecho a un espacio
y a una privacidad y
tú debes preguntar antes de acceder por tu cuenta a mi información y
mis pertenencias.
Tienes que dejar de coger todo lo que quieres sin pedir permiso.
—¿Qué tenía eso de
privado? —me preguntó frunciendo el ceño—. Tú misma me lo
enseñaste.
—¡No seas como mi
madre, Gideon! —grité—. Sólo puedo aguantar cierto grado de
locura.
Dio un respingo hacia
atrás ante mi vehemencia, claramente sorprendido al ver lo
enfadada que estaba.
—De acuerdo. Lo
siento.
Me bebí el vino de un
trago tratando de refrenar mi genio y desasosiego.
—¿Sientes que me haya
enfadado o sientes lo que has hecho?
Tras un silencio que
duró varios latidos del corazón, Gideon respondió:
—Siento que te hayas
enfadado.
Vi que no lo había
entendido.
—¿Por qué no ves lo
raro que es todo esto?
Dejó escapar un
suspiro y se pasó la mano por el pelo.
—Eva, paso una cuarta
parte de cada día dentro de ti. Cuando estableces límites
fuera, no puedo
evitar verlos como algo arbitrario.
—Pues no lo son. Son
importantes para mí. Si hay algo que quieras saber, tendrás
que preguntármelo.
—De acuerdo.
—No lo hagas más —le
advertí—. No estoy bromeando, Gideon.
Apretó la mandíbula.
—Vale, ya lo he
entendido.
Entonces, como
realmente no quería discutir, seguí con la conversación.
—¿Qué dijo ella al verlo?
Él se relajó
visiblemente.
—Le resultó difícil,
desde luego. Aún más al saber que yo lo había visto.
—Ella nos vio en la
biblioteca.
—No hablamos de eso
directamente, pero de todos modos, ¿qué iba a decirle? No
pienso disculparme
por hacerle el amor a mi novia en una habitación cerrada. —Apoyó la
espalda en su silla y
exhaló con fuerza—. Ver la cara de Christopher en el vídeo, ver lo que
realmente piensa de
ella, le ha dolido. Es duro ver cómo te utilizan así. Sobre todo, si lo
hace alguien que se
supone que te quiere.
Para ocultar mi
reacción, me ocupé de rellenar las dos copas. Él hablaba como si se
tratara de una
experiencia propia. ¿Qué era exactamente lo que le habían hecho?
Tras un rápido sorbo
de vino, le pregunté:
—¿Y cómo lo llevas tú?
222
—¿Qué puedo hacer?
Con el paso de los años he hecho todo lo posible por hablar
con Christopher. Lo
he intentado dándole dinero. Lo he intentado amenazándolo. Nunca se
ha mostrado dispuesto
a cambiar. Hace tiempo me di cuenta de que lo único que puedo
hacer es poner paños
fríos. Y mantenerte todo lo lejos de él que me sea posible.
—Ahora que yo ya lo
sé, te ayudaré con ello.
—Bien. —Dio un trago
y me miró por encima del borde de la copa—. No me has
preguntado por mi
cita con el doctor Petersen.
—No es de mi
incumbencia. A menos que quieras hablarme de ello. —Lo miré a los
ojos, deseando que lo
hiciera—. Estaré dispuesta a escucharte siempre que lo necesites,
pero no voy a
fisgonear. Cuando estés listo para dejarme entrar, házmelo saber. Dicho lo
cual, me encantaría
saber si te ha gustado.
Respondió sonriendo.
—Hasta ahora sí. Me
habla con rodeos. No mucha gente sabe hacer eso.
—Sí. Te habla
haciéndote volver a un asunto para que lo enfoques desde otra
perspectiva diferente
a la que estás pensando, en plan «¿Cómo es que no lo había visto
así?»
Gideon subía y bajaba
los dedos por el pie de su copa.
—Me ha recetado que
tome una cosa por la noche antes de acostarme. Lo he
comprado antes de
venir.
—¿Qué piensas sobre
el hecho de tomar medicación?
Me lanzó una mirada
oscura y angustiada.
—Creo que es
necesario. Tengo que estar contigo y debo hacer que sea seguro para
ti, cueste lo que
cueste. El doctor Petersen dice que esta medicación combinada con la
terapia ha sido un
éxito en otros pacientes que sufren «parasomnia sexual atípica». Tengo
que creer que es
cierto.
Extendí la mano para
agarrar la suya. Tomar la medicación era un gran paso, sobre
todo para alguien que
había evitado enfrentarse a sus problemas durante mucho tiempo.
—Gracias.
Gideon me apretó la
mano.
—Al parecer, hay
bastante gente con este problema a la que han estudiado. Me ha
hablado de un caso
documentado en el que un hombre estuvo atacando sexualmente a su
mujer en sueños
durante doce años antes de buscar ayuda.
—¿Doce años? Dios
mío.
—Parece que, en
parte, esperaron tanto porque el hombre era mejor en la cama
cuando estaba dormido
—dijo fríamente—. Y si eso no constituye un golpe mortal para el
ego, no sé qué otra
cosa puede serlo.
Me quedé mirándolo.
—Vaya mierda.
—Lo sé, ¿vale? —Su
sonrisa irónica se desvaneció—. Pero no quiero que te sientas
obligada a compartir
la cama conmigo, Eva. No existe ninguna pócima mágica. Puedo
dormir en el sofá o
irme a casa, aunque de las dos opciones preferiría el sofá. Mis días son
223
mejores si me preparo
contigo para ir a trabajar.
—Para mí también.
Extendiendo la mano,
Gideon cogió la mía y se la llevó a los labios.
—Nunca imaginé que
podría tener esto... Alguien en mi vida que sepa lo que tú
sabes sobre mí.
Alguien con quien poder hablar de mis cagadas durante la cena porque me
acepta tal cual
soy... Te estoy muy agradecido, Eva.
Mi corazón se
retorció al sentir un dulce dolor en el pecho. Sabía decir cosas
hermosas, cosas
perfectas.
—Yo siento lo mismo
por ti. —Puede que más, porque yo le quería. Pero no lo dije
en voz alta. Algún
día le llegaría el momento. No iba a rendirme hasta que fuera absoluta e
irrevocablemente mío.
* * *
Con los pies desnudos
sobre la mesa del café y el ordenador en su regazo, Gideon
parecía tan cómodo y
relajado, que estuvo todo el tiempo distrayéndome de mis programas
de la televisión.
¿Cómo
hemos llegado hasta aquí?, me pregunté. ¿Este hombre tan
desmesuradamente
atractivo y yo?
—Me estás mirando
—murmuró, con los ojos puestos en la pantalla de su portátil.
Le saqué la lengua.
—¿Es eso una
provocación sexual, señorita Tramell?
—¿Cómo puedes verme
si estás mirando lo que sea eso en lo que estás trabajando?
Levantó en ese
momento la vista y me miró fijamente. Sus ojos azules
resplandecían de
energía y calor.
—Siempre te veo, cielo.
Desde el momento en que me encontraste, no he visto otra
cosa más que a ti.
El miércoles empezó
con la polla de Gideon tratando de penetrarme por detrás, mi
nueva forma preferida
de despertarme.
—Vaya —dije con voz
ronca, quitándome el sueño de los ojos mientras pasaba el
brazo por mi cintura
y me acercaba a su cálido y fuerte pecho—. Esta mañana estás
juguetón.
—Estás preciosa y
sexy por las mañanas —susurró, acariciándome el hombro con la
nariz—. Me encanta
despertar contigo.
Celebramos una noche
de sueño ininterrumpido con unos cuantos orgasmos entre
los dos.
Horas después,
almorcé con Mark y Steven en un encantador restaurante mexicano
escondido bajo el
nivel de la calle. Bajamos unas escaleras de cemento y entramos en un
224
restaurante sorprendentemente
espacioso con camareros vestidos con chaleco negro y
mucha luz.
—Tienes que volver
aquí con tu chico para que te invite a un margarita de granada
—dijo Steven.
—¿Están buenos?
—pregunté.
—Desde luego.
Cuando vino la
camarera a por la comanda, flirteó descaradamente con Mark
agitando unas
pestañas envidiablemente largas. Mark también flirteó con ella. A medida
que avanzó la comida,
la exuberante pelirroja, en cuya solapa lucía el nombre de Shawna,
se volvió más
atrevida, y tocaba el hombro y la nuca de Mark cada vez que se acercaba. A
cambio, las bromas de
Mark se hicieron más sugerentes hasta que me fijé en que Steven se
ponía nervioso, con
la cara enrojecida y el ceño cada vez más fruncido. Me revolvía
incómoda y conté los
minutos hasta que terminó aquella comida cargada de tensión.
—Veámonos esta noche
—le dijo Shawna a Mark cuando trajo la cuenta—. Una
noche conmigo y te
curaré.
Yo ahogué un grito.
¿De verdad?
—¿Te viene bien a las
siete? —susurró Mark—. Te voy a destrozar, Shawna. Ya
sabes lo que pasa,
que una vez que se ha catado lo bueno...
El agua me entró por
el otro lado y me atraganté.
Steven se puso en pie
de un brinco, rodeó la mesa y empezó a darme golpes en la
espalda.
—Por Dios, Eva —dijo
riéndose—. Sólo estábamos gastándote una broma. No te
nos mueras.
—¿Qué? —jadeé con los
ojos llenos de lágrimas.
Riéndose, se dio la
vuelta y pasó el brazo por encima de la camarera.
—Eva, ésta es mi
hermana, Shawna. Shawna, Eva es la que hace que la vida de
Mark sea más fácil.
—Eso está bien —respondió
Shawna—, porque seguro que él te la hace más difícil.
Steven me guiñó un
ojo.
—Por eso es por lo
que me tiene cerca.
Al ver a los hermanos
juntos, por fin me di cuenta del parecido que antes se me
había pasado por
alto. Me hundí en mi asiento y miré a Mark con odio.
—Ha sido terrible.
Creía que Steven iba a explotar.
Mark levantó las
manos, mostrando su arrepentimiento.
—Ha sido todo idea
suya. Es la reina de los dramas, ¿recuerdas?
Dándose la vuelta,
Steven sonrió y dijo:
—No, Eva, ya sabes
que en esta relación quien tiene las ideas es Mark.
Shawna sacó una
tarjeta de visita de su bolsillo y me la entregó.
—Mi número está por
el otro lado. Llámame. Tengo información jugosa sobre estos
dos. Puedes vengarte
bien de ellos.
—¡Traidora! —la acusó
Steven.
225
Shawna se encogió de
hombros.
—Oye, las chicas
debemos permanecer unidas.
Después del trabajo,
Gideon y yo fuimos al gimnasio. Angus nos dejó en la calle y
entramos. El lugar
estaba lleno y los vestuarios abarrotados. Me cambié, guardé mis cosas y
luego me encontré con
Gideon en el vestíbulo.
Saludé con la mano a
Daniel, el entrenador que había hablado conmigo la primera
vez que fui a
CrossTrainer, y recibí un azote en el culo.
—Oye —protesté
intentando dar un manotazo sobre la mano castigadora de
Gideon—. ¡No hagas
eso!
Tiró de mi cola de
caballo moviendo suavemente mi cabeza hacia atrás,
inclinándome la boca
hacia arriba, de modo que pudiera marcar su territorio con un beso
profundo y largo.
Su forma de tirarme
del pelo hizo que una oleada de electricidad me recorriera la
piel.
—Si esta es tu idea
de elemento disuasorio, debo decirte que es mucho más un
incentivo —le susurré
ante sus labios.
—Estoy dispuesto a
hacerlo más fuerte. —Me mordió el labio inferior—. Pero te
sugiero que no pongas
a prueba mis límites con estas cosas, Eva.
—No te preocupes,
prefiero hacerlo con otras.
Gideon se dirigió
primero a la cinta de correr, lo cual me permitió tener el placer de
ver cómo su cuerpo
brillaba con el sudor... en público. Por mucho que lo viera así en
privado, nunca dejaba
de volverme loca.
Dios mío, me
encantaba su aspecto con el pelo recogido por detrás. Y la flexión de
sus músculos bajo la
piel ligeramente bronceada. Y la grácil fuerza de sus movimientos.
Ver a un hombre
urbano tan elegante despojarse de sus trajes y mostrar su lado animal
ponía en marcha todos
los resortes de mi excitación.
No podía dejar de
mirarle y me alegraba no tener que hacerlo. Al fin y al cabo, era
mío, un hecho que
provocaba que un cálido placer me recorriera el cuerpo. Además, las
demás mujeres del
gimnasio se habían fijado también en él. Mientras se movía de un
aparato a otro,
docenas de ojos de admiradoras le seguían.
Cuando me sorprendía
comiéndomelo con los ojos, le lanzaba una mirada sugerente
y me pasaba la lengua
por el labio inferior. Su ceja levantada y su sonrisa compungida
hacían que mi cuerpo
se estremeciera. No recordaba la última vez que me había sentido tan
estimulada mientras
hacía ejercicio. La hora y media se pasó volando.
Cuando volvimos al
Bentley y nos dirigíamos al ático, yo me retorcía en el asiento.
Miré repetidamente a
Gideon con una silenciosa provocación.
Él entrelazó sus
dedos con los míos.
—Tendrás que esperar.
Aquella declaración
me sorprendió.
—¿Qué?
226
—Ya me has oído. —Me
besó los dedos y tuvo el valor de dedicarme una sonrisa
maliciosa—. Se llama
demora de la gratificación, cielo.
—¿Por qué vamos a
tener que hacerlo?
—Piensa en lo locos
que vamos a estar el uno por el otro después de la cena.
Me acerqué más de
modo que Angus no me oyera, aunque sabía que era lo
suficientemente
profesional como para no hacernos caso.
—Hay dos opciones:
esperar o no. Yo voto por el no.
Pero no cedió. Al
contrario, nos torturó a los dos, haciendo que nos desvistiéramos
el uno al otro para
darnos una ducha caliente, acariciando y rozando con nuestras manos las
curvas y depresiones
del cuerpo del otro y, después, vistiéndonos para cenar. Él se vistió de
etiqueta pero sin
corbata. Llevaba el cuello de su almidonada camisa blanca sin abotonar,
mostrando un destello
de su piel. El vestido de cóctel que había elegido para mí era un Vera
Wang de seda de color
champán, con un corpiño de bustier sin tirantes, espalda abierta y
una falda de tejidos
superpuestos que terminaba unos cuantos centímetros por encima de la
rodilla.
Sonreí al verlo,
sabiendo que le volvería loco verme con ese vestido toda la noche.
Era precioso y me
encantó, pero se trataba de un estilo más apropiado para modelos altas y
delgadas, no chicas
bajitas y llenas de curvas. En un lamentable intento de aparentar
modestia, dejé que el
pelo me cayera sobre el pecho, pero no sirvió de mucho si debía tener
en cuenta la
expresión de Gideon.
—Dios mío, Eva —dijo
ajustándose los pantalones—. He cambiado de idea con
respecto a ese
vestido. No deberías llevarlo en público.
—No tenemos tiempo
para que cambies de opinión.
—Creía que tenía más
tela.
Me encogí de hombros
sonriendo.
—¿Qué puedo decir yo?
Has sido tú quien lo ha comprado.
—Me lo estoy pensando
mejor. ¿Cuánto tiempo hará falta para quitártelo?
Deslizando mi lengua
por el labio inferior, contesté:
—No lo sé. ¿Por qué
no lo descubres por ti mismo?
Sus ojos se
oscurecieron.
—No vamos a salir
nunca de aquí.
—Yo no me quejaría.
Estaba tremendamente
atractivo y yo lo deseaba con todo mi cuerpo, como siempre.
—¿No habrá alguna
chaqueta u otra cosa que puedas ponerte por encima? ¿Un
anorak, quizá? ¿O un
impermeable?
Riéndome, cogí mi
bolso de mano de la cómoda y pasé mi brazo por el suyo.
—No te preocupes.
Todos estarán muy ocupados observándote a ti como para
siquiera darse cuenta
de que yo estoy allí.
Frunció el ceño
mientras yo lo sacaba a rastras del dormitorio.
—En serio, ¿se te han
puesto las tetas más grandes? Sobresalen por encima de esa
cosa.
227
—Tengo veinticuatro
años, Gideon —contesté con sequedad—. Dejé de
desarrollarme hace
años. Lo que ves es lo que hay.
—Sí, pero se supone
que soy yo el único que lo tiene que ver, porque soy yo el
único al que se le
permite tenerlo.
Entramos en la sala
de estar. En el corto espacio de tiempo que tardamos en
atravesar el
vestíbulo, saboreé la calmada belleza de la casa de Gideon. Me gustaba lo
cálida y acogedora
que era. El encanto del Viejo Mundo en la decoración era muy elegante,
pero también
extraordinariamente agradable. La imponente vista desde las ventanas en arco
se complementaba con
el interior, pero no distraía la atención de él.
La mezcla de maderas
oscuras, piedra envejecida, colores cálidos y vívidos toques
de piedras preciosas
era claramente cara, al igual que las obras de arte que colgaban de las
paredes, pero se
trataba de una exhibición de riqueza de buen gusto. No podía imaginar que
nadie se sintiera
incómodo sin saber qué se podía tocar o dónde sentarse. No se trataba de
ese tipo de espacios.
Tomamos el ascensor
privado y Gideon me miró mientras las puertas se cerraban.
Inmediatamente trató
de subirme el corpiño.
—Si no tienes
cuidado, vas a dejarme al aire la entrepierna —le advertí.
—Maldita sea.
—Podemos divertirnos
con esto. Puedo interpretar el papel de una rubia guapa y
tonta que va detrás
de tu polla y tu dinero y tú puedes hacer de ti mismo: el conquistador
millonario con su
último juguete. Aparenta aburrimiento e indulgencia mientras yo me
cuelgo de ti y hago
gorgoritos diciendo lo brillante que eres.
—Eso no tiene gracia.
—Y entonces, se le iluminó la cara—. ¿Y un pañuelo?
Cuando entramos en la
cena de gala para recaudar fondos para un centro de acogida
para mujeres y niños,
tuvimos que aguantar el acoso de la prensa, lo que provocó mi miedo
a la exposición. Me
concentré en Gideon, pues nada distraía tanto mi atención como él. Y
al fijarme en él,
pude observar el cambio del hombre que era en privado con respecto al
personaje público.
La máscara se fue
colocando en su sitio poco a poco. El iris de sus ojos pasó a un
gélido color azul y
su boca sensual perdió cualquier atisbo de curvatura. Casi pude sentir
cómo su fuerza de
voluntad nos cercaba. Había una pantalla protectora entre los dos y el
resto del mundo,
simplemente porque así lo deseaba él. De pie a su lado, supe que nadie se
acercaría ni me
hablaría hasta que él les diera alguna señal de que podían hacerlo.
Aun así, aquella
sensación de no tocar no se extendió a la de no mirar. Gideon hacía
que las cabezas se
giraran a medida que nos adentrábamos en la sala de baile y los ojos le
seguían. A mí me dio
un tic nervioso al ver toda la atención que él cosechaba, pero él
parecía ajeno y
completamente sereno.
Si yo estaba empeñada
en hacerle gorgoritos y aferrarme a él, tendría que hacer
cola. En el momento
en que nos detuvimos lo empezaron a asediar. Yo me aparté para dejar
paso a quienes
competían por captar su atención y fui a por una copa de champán. Waters
228
Field & Leman
habían hecho la publicidad gratis para la gala y vi a algunas personas que
conocía.
Había conseguido
enganchar una copa de la bandeja de un camarero que pasaba
cuando escuché que
alguien decía mi nombre. Me giré y vi al sobrino de Stanton
acercándose con una
amplia sonrisa. De pelo oscuro y ojos verdes, tenía más o menos mi
edad. Yo lo conocía
de las veces que había ido a visitar a mi madre en vacaciones y me
alegré de verle.
Lo saludé con los
brazos abiertos y agradecida.
—¡Martin! ¿Cómo
estás? Tienes un aspecto estupendo.
—Yo estaba a punto de
decir lo mismo. —Miró mi vestido con admiración—. Me
he enterado de que te
has mudado a Nueva York y quería ir a visitarte. ¿Cuánto tiempo
llevas en la ciudad?
—No mucho. Unas
cuantas semanas.
—Tómate el champán y
vamos a bailar —me dijo.
Aún sentía el
agradable burbujeo del alcohol en mi cuerpo cuando entramos en la
pista de baile al
ritmo de Billie Holiday cantando «Summertime».
—Y bien, ¿estás
trabajando? —preguntó.
Mientras bailábamos,
le hablé de mi trabajo y le pregunté en qué andaba él. No me
sorprendió saber que
trabajaba para la compañía de inversiones de Stanton y que le iba muy
bien.
—Me gustaría ir por
tu barrio y llevarte a comer algún día —propuso.
—Eso sería estupendo.
—Me aparté cuando terminó la música y choqué contra
alguien detrás de mí.
Llevó las manos a mi cintura para sujetarme y miré hacia atrás para
descubrir que era
Gideon.
—Hola —susurró, con
su mirada gélida sobre Martin—. Preséntanos.
—Gideon, éste es
Martin Stanton. Nos conocemos desde hace unos años. Es sobrino
de mi padrastro.
—Respiré hondo y seguí adelante—. Martin, éste es el hombre más
importante de mi
vida, Gideon Cross.
Martin sonrió
abiertamente y extendió la mano.
—Cross. Sé quién
eres, por supuesto. Un placer conocerte. Si todo marcha bien,
quizá te vea en algún
encuentro familiar.
El brazo de Gideon se
deslizó por encima de mis hombros.
—Cuenta con ello.
A Martin lo llamó un
conocido suyo y se acercó para besarme en la mejilla.
—Te llamaré para ir a
comer. ¿Quizá la semana que viene?
—Genial. —Yo era muy
consciente de la energía que desprendía Gideon a mi lado,
pero cuando lo miré,
su rostro parecía tranquilo e impasible.
Me sacó a bailar
mientras Louis Armstrong cantaba «What a wonderful world».
—No estoy seguro de
que me guste —murmuró.
—Martin es un chico
muy simpático.
—Siempre que tenga
claro que eres mía. —Presionó su mejilla contra mi sien y
229
colocó la mano dentro
del corte de la espalda de mi vestido, piel contra piel. No había lugar
a dudas de que yo le
pertenecía mientras me agarraba así.
Saboreé la
oportunidad de estar tan cerca de su delicioso cuerpo en público.
Respirándolo, me dejé
llevar por sus expertos brazos.
—Me gusta esto.
Acariciándome con su
nariz, murmuró:
—Ésa es la idea.
Felicidad absoluta.
Duró lo que dio de sí el baile.
Salíamos de la pista
de baile cuando vi a Magdalene a un lado. Tardé un poco en
reconocerla porque se
había cortado el pelo a lo garçon y se lo había alisado. Tenía un
aspecto esbelto y
elegante con su sencillo vestido negro de cóctel, pero la eclipsaba la
llamativa morena con
la que estaba hablando.
El paso de Gideon
vaciló, aminorando mínimamente antes de recuperar el ritmo
habitual. Yo bajé la
mirada pensando que él había esquivado algo del suelo.
—Tengo que
presentarte a alguien —dijo en voz baja.
Fijé mi atención
hacia donde nos dirigíamos. La mujer que estaba con Magdalene
había visto a Gideon y
se giró para saludarle. Sentí cómo su antebrazo se tensaba bajo mis
dedos en el momento
en que sus miradas se cruzaron.
Y vi por qué.
La mujer, quienquiera
que fuese, estaba profundamente enamorada de Gideon. Lo
vi en su rostro y en
sus ojos azules claros y fantasmales.
Era de una belleza
despampanante, tan exquisita como surrealista. Tenía el cabello
negro como la tinta y
le colgaba denso y recto hasta la cintura. Su vestido era del mismo
color gélido que sus
ojos, tenía la piel dorada por el sol y su cuerpo era largo y
perfectamente
curvado.
—Corinne —la saludó
Gideon, y el habitual tono áspero de su voz se pronunció aún
más. Me soltó y la
agarró de las manos—. No me habías dicho que habías vuelto. Habría
ido a recogerte.
—Te dejé unos cuantos
mensajes en el buzón de voz de tu casa —dijo con voz
refinada y suave.
—Ah, no he pasado
mucho tiempo allí últimamente. —Como si eso le hiciera
recordar que yo
estaba a su lado, la soltó y me acercó a su lado—. Corinne, ésta es Eva
Tramell. Eva, Corinne
Giroux. Una vieja amiga.
Extendí la mano hacia
ella para que la estrechara.
—Cualquier amiga de
Gideon es amiga mía —dijo con una agradable sonrisa.
—Espero que eso sirva
también para las novias.
Cuando me miró a los
ojos, lo hizo con un aire de complicidad.
—Sobre todo, las
novias. Si puedes prescindir de él cinco minutos, me gustaría
presentárselo a un
socio mío.
—Por supuesto
—respondí con voz calmada, aunque yo no lo estaba.
Gideon me dio un beso
mecánico en la sien antes de acercarse a Corinne para
230
ofrecerle su brazo,
dejando a una incómoda Magdalene a mi lado.
Lo cierto es que
sentí compasión por ella. Parecía muy abatida.
—Tu nuevo corte de
pelo es muy favorecedor, Magdalene.
Ella me miró con la
boca apretada y, después, la suavizó con un suspiro que parecía
lleno de resignación.
—Gracias. Había
llegado el momento de cambiar. El momento de muchos cambios,
creo. Además, no
había razones para imitar a la que se había ido ahora que ha vuelto.
Yo la miré con el
ceño fruncido y confundida.
—Me he perdido.
Estudió mi cara.
—Hablo de Corinne.
¿No lo sabes? Ella y Gideon estuvieron comprometidos
durante más de un
año. Ella lo dejó, se casó con un acaudalado francés y se mudó a Europa.
Pero se separaron.
Ahora se están divorciando y ella ha vuelto a Nueva York.
Comprometidos.
Sentí que la sangre se escurría de mi cara y miré hacia donde
estaba el hombre al
que yo quería con la mujer que debió amar, moviendo la mano hacia la
espalda de ella para
agarrarla mientras ésta se inclinaba sobre él con una carcajada.
Mientras el estómago
se me retorcía lleno de celos y miedo, pensé que yo había
dado por supuesto que
él nunca había tenido ninguna relación romántica seria antes que yo.
Qué tonta. Con lo
guapo que era, debí habérmelo imaginado.
Magdalene me puso la
mano en el hombro.
—Deberías sentarte,
Eva. Estás muy pálida.
Noté que estaba
respirando muy fuerte y que el pulso se me había acelerado
peligrosamente.
—Tienes razón.
Me acerqué a la silla
vacía más cercana y me senté. Magdalene se sentó a mi lado.
—Estás enamorada de
él —dijo—. No me había dado cuenta. Lo siento. Y siento lo
que te dije la
primera vez que nos vimos.
—Tú también estás
enamorada de él —contesté con voz acartonada y con la mirada
perdida—. Y en aquel
momento yo no lo quería, todavía.
—Eso no me justifica,
¿no?
Acepté agradecida
otra copa de champán cuando me la ofrecieron y cogí otra más
para Magdalene antes
de que el camarero se incorporara para marcharse. Chocamos
nuestras copas con
una lamentable muestra de solidaridad de mujeres desdeñadas. Quise
marcharme. Quise
levantarme y salir de allí. Quería que Gideon se diera cuenta de que yo
me había ido y se
viera obligado a salir en mi busca. Quería que sintiera algo del dolor que
yo sentía. Fantasías
estúpidas, inmaduras e hirientes que me hacían sentir pequeña.
Me consoló que
Magdalene se quedara sentada en silencio, compadeciéndose. Sabía
lo que se sentía
cuando se ama a Gideon y se le desea demasiado. El hecho de notar que
ella estaba tan
amargada como yo confirmaba la amenaza que Corinne podría suponer.
¿Había estado él
suspirando por ella durante todo este tiempo? ¿Era ella la razón por
la que se había
cerrado a otras mujeres?
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—Aquí estás.
Levanté la mirada
cuando Gideon llegó a mi lado. Por supuesto, Corinne seguía
enganchada a su brazo
y yo tuve la completa sensación de que parecían una pareja. Estaban
increíblemente guapos
los dos juntos, así de simple.
Corinne se sentó a mi
lado y Gideon me pasó los dedos por la mejilla.
—Tengo que hablar con
una persona —dijo—. ¿Quieres que te traiga algo?
—Vodka con zumo
arándanos. Que sea doble. —Necesitaba algo que me animara.
Muchísimo.
—De acuerdo. —Pero
antes de alejarse me miró extrañado por lo que le había
pedido.
—Me alegro mucho de
conocerte, Eva —dijo Corinne—. Gideon me ha hablado
mucho de ti.
—No puede haber sido
mucho. No habéis estado por ahí tanto rato.
—Hablamos casi todos
los días. —Sonrió, y no había nada de falso ni malicioso en
su expresión—. Somos
amigos desde hace mucho tiempo.
—Más que amigos
—intervino Magdalene con una clara indirecta.
Corinne miró a
Magdalene frunciendo el ceño y me di cuenta de que se suponía que
yo no debía saberlo.
¿Había sido ella, Gideon o los dos quienes habían decidido que lo
mejor era no
contármelo? ¿Por qué ocultar algo si no había nada que ocultar?
—Sí, es cierto
—admitió con clara renuencia—. Aunque de eso hace ya algunos
años.
Me giré en mi asiento
para ponerme enfrente de ella.
—Todavía lo quieres.
—No puedes culparme
por ello. Cualquier mujer que pase un tiempo con Gideon se
enamora de él. Es
guapo e intocable, una combinación irresistible. —Su sonrisa se
atenuó—. Me ha dicho
que le has servido de inspiración para que se abra. Te doy las
gracias por ello.
Estuve a punto de
decir: «No lo he hecho por ti», pero, entonces, una duda insidiosa
me atravesó la mente,
haciendo que un punto sensible dentro de mí se plegara sobre sí
mismo.
¿Lo había estado
haciendo por ella sin saberlo?
Di una vuelta tras
otra a la base de mi copa de champán sobre la mesa.
—Iba a casarse
contigo.
—Y alejarme de él fue
el mayor error de mi vida. —Se llevó la mano al cuello,
moviendo
nerviosamente sus delgados dedos, como si juguetearan con un collar que
normalmente llevara
ahí—. Era joven y, en ciertos aspectos, él me asustaba. Era muy
posesivo. Hasta
después de casarme no me di cuenta de que ese afán de posesión es mucho
mejor que la
indiferencia. Al menos, para mí.
Aparté la mirada,
conteniendo las náuseas que se abrían paso en mi garganta.
—Estás muy callada
—dijo.
—¿Qué voy a decir?
—espetó Magdalene.
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Todas lo amábamos.
Todas estábamos disponibles para él. Al final, él tendría que
decidir entre
nosotras.
Corinne me habló
mirándome con sus ojos claros de aguamarina.
—Eva, debes saber que
me ha dicho lo especial que eres para él. Tardé un tiempo en
reunir el valor para
volver aquí y enfrentarme a vosotros dos juntos. Incluso cancelé un
vuelo que había
reservado para hace un par de fines de semana. Le interrumpí en un evento
benéfico en el que él
daba un discurso, pobrecito, para decirle que venía para acá y para
pedirle que me
ayudara a instalarme.
Me quedé helada,
sintiéndome tan quebradiza como un cristal roto. Ella debía
referirse a la cena
del centro de beneficencia. La noche en que bautizamos la limusina y él
se retrajo de
inmediato, apartándose de mí de repente.
—Cuando me devolvió
la llamada —continuó—, me dijo que había conocido a
alguien. Que quería
que tú y yo nos conociéramos cuando estuviera en la ciudad. Al final,
yo me acobardé. Nunca
antes me había pedido que conociera a ninguna mujer.
Dios
mío. Miré a Magdalene. Gideon me había dejado de repente aquella noche
por
ella.
Por Corinne.
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