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No te escondo nada - Sylvia Day - Cap. 21

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—Perdonadme. —Me retiré de la mesa y busqué a Gideon. Lo vi en la barra y fui
hacia él.
Justo en ese momento, él se alejaba del camarero con dos copas en las manos
cuando lo intercepté. Cogí mi copa y me la bebí de un trago. Lo dientes me dolieron cuando
los cubitos de hielo chocaron contra ellos.
—Eva... —Había en su voz un suave toque de reprensión.
—Me voy —dije de plano, rodeándolo para dejar la copa sobre la barra—. A esto
no lo considero salir huyendo porque te lo estoy diciendo por adelantado y te estoy dando la
opción de que te vengas conmigo.
Dejó escapar un fuerte suspiro y pude ver que entendía mi mal humor. Sabía que yo
lo sabía.
—No puedo irme.
Me di la vuelta.
Él me agarró del brazo.
—Sabes que no puedo quedarme si te vas. Estás enfadada por nada, Eva.
¿Nada? —Me quedé mirando cómo su mano me agarraba—. Te advertí que me
puedo enfadar y que soy celosa. Esta vez me has dado un buen motivo.
—¿El hecho de que me hayas avisado es excusa para que actúes de una forma tan
ridícula? —Tenía el rostro relajado y hablaba en voz baja y tranquila. Nadie que mirara
desde cierta distancia distinguiría la tensión que había entre los dos, pero sí que se veía en
sus ojos. Un deseo ardiente y una ira gélida. Se le daba muy bien combinar las dos cosas.
—¿Quién está siendo ridícula? ¿Qué me dices de Daniel, el entrenador? ¿O de
Martin, un miembro de mi familia? —Me acerqué y le susurré—: Nunca he follado con
ninguno de los dos, y mucho menos tenía pensado casarme con ellos. ¡Y desde luego, no
hablo con ellos cada maldito día!
De repente, me agarró de la cintura y tiró de mí con fuerza apretándome contra él.
—Necesitas que te folle ahora —me susurró al oído pegando sus dientes al lóbulo
de mi oreja—. No debería haberte hecho esperar.
—Quizá lo tenías planeado —le espeté—. Reservándote por si acaso brotaba en tu
vida una antigua llama y preferías follártela a ella en lugar de a mí.
Gideon dejó su copa, me sujetó a su lado por la cintura con brazo férreo y me
condujo hacia la puerta a través de la multitud. Sacó del bolsillo su teléfono móvil y pidió
que le trajeran la limusina. Cuando llegamos a la calle, el largo y elegante coche ya estaba
allí. Gideon me empujó para que entrara por la puerta que Angus mantenía abierta.
—Da vueltas a la manzana hasta que te diga —le dijo.
A continuación, él entró justo después que yo, tan cerca que pude sentir su
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respiración sobre mi espalda desnuda. Yo me moví hacia el asiento de enfrente, decidida a
apartarme de él...
—Quieta —dijo con brusquedad.
Hundí mis rodillas sobre el suelo enmoquetado respirando con dificultad. Podría
correr hasta los confines de la tierra y, aun así, no podría escapar del hecho de que Corinne
Giroux tenía que ser mejor para Gideon de lo que yo era. Era calmada y simpática, una
presencia balsámica incluso para mí, la persona que se asustaba ante la inoportuna realidad
de su simple existencia. Mi peor pesadilla.
Su mano se retorció entre mi pelo, dominándome. Sus piernas extendidas rodearon
las mías y apretó la mano de forma que mi cabeza estaba inclinada ligeramente hacia atrás
y tocaba su hombro.
—Voy a darte lo que los dos necesitamos, Eva. Vamos a follar todo el tiempo que
haga falta para enfriarnos lo suficiente para ir a cenar. Y no te vas a tener que preocupar por
Corinne, porque mientras ella está en el salón de baile, yo voy a estar dentro de ti.
—Sí —susurré lamiéndome los labios secos.
—Olvidas quién se somete, Eva —dijo con aspereza—. Te he dejado el control a ti.
Me he doblegado y me he ajustado a ti. Haré lo que sea por tenerte a mi lado y hacerte feliz.
Pero no seré manso ni me dejaré dominar. No confundas indulgencia con debilidad.
Tragué saliva mientras mi sangre ardía por él.
—Gideon...
—Agárrate con las dos manos al asa de la ventanilla. No te sueltes hasta que yo te lo
diga, ¿entendido?
Hice lo que ordenó y metí las manos por la lazada de cuero. Mientras me agarraba
bien, mi cuerpo cobró vida, tomando conciencia de que él tenía razón sobre lo que yo
necesitaba. Este amante mío me conocía demasiado bien.
Metiendo las manos por dentro de mi corpiño, Gideon apretó mis redondos y
ansiosos pechos. Cuando me cogió y me tiró de los pezones, dejé caer la cabeza contra él
mientras la tensión abandonaba mi cuerpo de repente.
—Dios. —Acarició su boca contra mi sien—. Es maravilloso cuando te entregas a
mí de esta forma... De una vez, como si fuera un tremendo alivio.
—Fóllame —supliqué, ansiando aquella conexión—. Por favor.
Me soltó el pelo, metió las manos por debajo de mi vestido y me bajó las medias. Su
chaqueta salió volando por encima de mí hasta el asiento. Después, metió la mano entre mis
piernas desde delante. Gruñó al ver que yo estaba húmeda e hinchada.
—Fuiste creada para mí, Eva. No puedes pasar mucho tiempo sin tenerme dentro.
Me fue preparando pasando sus habilidosos dedos por mi coño, extendiendo la
humedad por encima del clítoris y de los labios de mi sexo. Me metió dos dedos,
abriéndolos, preparándome para la embestida de su larga y gruesa polla.
—¿No me deseas, Gideon? —le pregunté con la voz quebrada, ansiosa por montar
sobre sus vigorosos dedos, pero incómoda por lo mucho que tenía que estirar los brazos
para agarrarme a la correa.
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—Más que respirar. —Movía sus labios por mi cuello y por la parte superior de mi
hombro, el cálido terciopelo de su lengua deslizándose provocadoramente por mi piel—.
Yo tampoco puedo pasar mucho tiempo sin ti, Eva. Eres una adicción... mi obsesión...
Mordió suavemente mi carne, expresando su ansia animal con un ronco sonido de
deseo. Mientras él me follaba con los dedos, su otra mano me masajeaba el clítoris
haciendo que me corriera una y otra vez gracias a aquella estimulación simultánea.
—¡Gideon! —exclamé ahogando un grito cuando mis dedos húmedos empezaron a
resbalarse por el cuero.
Sacó las manos y escuché el erótico sonido de su cremallera bajándose.
—Suéltate y ponte boca arriba con las piernas extendidas.
Me moví hacia el asiento y me tumbé sobre él, ofreciéndole mi cuerpo con
temblorosa expectación. Sus ojos se cruzaron con los míos y su rostro se iluminó
brevemente cuando unos faros pasaron a nuestro lado.
—No tengas miedo. —Se echó sobre mí, colocando su peso sobre mi cuerpo con
enorme cuidado.
—Estoy demasiado caliente como para tener miedo —Me agarré a él y tiré de mi
cuerpo hacia arriba para presionarlo contra la dureza del suyo—. Te deseo.
Su capullo hurgó entre los labios de mi sexo. Con una flexión de su cadera, me
penetró y soltó un bufido al igual que hice yo al sentir aquella conexión abrasadora. Dejé
mi cuerpo relajado sobre el sillón mientras mis dedos apenas se aferraban a su delgada
cintura.
—Te quiero —susurré, observando su cara mientras empezaba a moverse. Cada
centímetro de mi piel ardía como si perteneciera al sol y sentía tanta opresión en el pecho
por el deseo y la emoción que me costaba respirar—. Y te necesito, Gideon.
—Me tienes —susurró mientras deslizaba su polla hacia adentro y hacia fuera—.
Soy todo tuyo.
Me agité y me puse en tensión recibiendo en mis caderas sus implacables y
acompasadas embestidas. Llegué al orgasmo con un grito jadeante, estremeciéndome
mientras el éxtasis tensaba mi sexo, ordeñándole hasta que soltó un resoplido y empezó a
propulsarse dentro de mí.
Eva.
Me balanceé contra sus feroces embestidas y le insté a que continuara. Él me apretó,
montándome con más fuerza y velocidad. Mi cabeza se volvió loca y empecé a gemir sin
pudor, encantada de tenerlo dentro, aquella decadente sensación de ser poseída y recibir
placer sin piedad alguna.
Éramos salvajes el uno con el otro, follábamos como bestias salvajes y yo estaba tan
excitada por aquella lujuria primitiva que pensé que me iba a morir con el orgasmo que
estaba formándose en mi interior.
—Se te da muy bien esto, Gideon. Muy bien...
Él me agarró de las nalgas y tiró de mí hacia arriba para recibir su siguiente
estocada, llegando hasta el último extremo de mi interior, obligándome a jadear de placer y
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dolor. Volví a correrme, apretándome contra él con fuerza.
—Ah, Dios, Eva. —Con un gemido, estalló con fuerza y me inundó con su calor.
Balanceando mis caderas, se oprimió contra mi cuerpo y se vació en lo más profundo de mí
que pudo llegar.
Cuando terminó, respiró hondo y me cogió el pelo entre las manos, besando el
lateral de mi húmedo cuello.
—Ojalá supieras lo que me haces. Ojalá pudiera explicártelo.
Le sostuve con fuerza.
—No puedo evitar ser una estúpida contigo. Es demasiado, Gideon. Es...
—... incontrolable. —Volvió a empezar, embistiendo cadenciosamente.
Pausadamente. Como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. Volviéndose más grueso y
largo con cada empuje y retirada.
—Y tú necesitas control. —Me quedé sin aliento tras una estocada especialmente
imperiosa.
—Te necesito a ti, Eva. —Me miraba intensamente a la cara mientras se movía
dentro de mí—. Te necesito.
Gideon no se apartó de mi lado ni permitió que yo me fuera del suyo durante el
resto de la noche. Mantuvo su mano derecha entrelazada a mi izquierda durante toda la
cena, decidiendo de nuevo comer con una mano antes que soltarme.
Corinne, que se había sentado al otro lado de él en nuestra mesa, lo miró con
curiosidad.
—Creo recordar que eras diestro.
—Y lo sigo siendo —contestó, levantando nuestras manos unidas de debajo de la
mesa y besándome los dedos. Yo me sentí tonta e insegura cuando hizo aquello, consciente
del escrutinio de Corinne.
Por desgracia, aquel gesto romántico no le impidió hablar con Corinne durante toda
la comida en lugar de conmigo, lo cual hizo que me sintiera inquieta y desgraciada. Vi más
la parte posterior de la cabeza de Gideon que su rostro.
—Al menos, no es pollo.
Giré la cabeza hacia el hombre que estaba sentado a mi lado. Había estado tan
concentrada en tratar de escuchar a hurtadillas la conversación de Gideon que no había
prestado ninguna atención a nuestros compañeros de mesa.
—A mí me gusta el pollo —dije. Y me había gustado el pescado que habían servido
para la cena. Había dejado mi plato vacío.
—No estaba engomado, la verdad. —Sonrió y, de repente, pareció mucho más
joven de lo que indicaba su cabello completamente canoso—. Ah, ya veo que sonríe —
murmuró—. Y es una sonrisa bonita.
—Gracias —contesté antes de presentarme.
—Doctor Terrence Lucas —dijo—. Pero prefiero que me llamen Terry.
—Encantada de conocerle, doctor Terry.
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Volvió a sonreír.
—Sólo Terry, Eva.
Durante los siguientes minutos que estuvimos hablando, llegué a creer que el doctor
Lucas no era mucho mayor que yo, sólo prematuramente canoso. Aparte de eso, su rostro
era atractivo y sin arrugas y sus ojos verdes, inteligentes y amables. Cambié el cálculo
aproximado de su edad a la de la treintena mediada.
—Pareces tan aburrida como yo —dijo—. Estos eventos recaudan una considerable
cantidad de dinero para el centro de acogida, pero pueden ser muy sosos. ¿Te gustaría
acompañarme a la barra? Te invito a una copa.
Por debajo de la mesa, puse a prueba el apretón de Gideon flexionando mi mano. La
suya se tensó.
—¿Qué haces? —murmuró.
Miré hacia atrás y vi que me estaba observando. Luego vi que levantaba los ojos
hacia el doctor Lucas, que estaba detrás. Los ojos de Gideon se enfriaron sensiblemente.
—Va a paliar el aburrimiento de ser ignorada, Cross, pasando un rato con alguien
que estará más que feliz de prestarle atención a una mujer tan guapa —dijo Terry
colocando las manos en el respaldo de mi silla.
Me sentí incómoda de inmediato, consciente de la crepitante animosidad que había
entre los dos hombres.
—Vete por ahí, Terry.
—Has estado tan ocupado con la señora Giroux que ni siquiera te has dado cuenta
de que me he sentado en la mesa. —La sonrisa de Terry se volvió algo nerviosa—. Eva,
¿nos vamos?
—No te muevas, Eva.
Yo me estremecí ante el tono gélido de la voz de Gideon pero estaba lo
suficientemente indignada como para decir:
—No es culpa suya que tenga razón.
La mano de Gideon me apretó hasta dolerme.
—Ahora no.
Los ojos de Terry se movieron hacia mi cara.
—No tienes por qué tolerar que te hable de ese modo. Ni todo el dinero del mundo
da derecho a que nadie te esté dando órdenes.
Furiosa y terriblemente avergonzada, miré a Gideon.
—Crossfire.
No estaba segura de poder utilizar la palabra de seguridad fuera del dormitorio, pero
él me soltó como si le quemara la mano. Aparté la silla y lancé la servilleta sobre el plato.
—Disculpadme. Los dos.
Con el bolso en la mano, me alejé de la mesa, con paso tranquilo y regular. Fui
directa a los servicios con la intención de retocarme el maquillaje y recomponerme, pero
entonces vi el letrero luminoso de la salida y sentí el impulso de irme.
Saqué el móvil cuando salí a la acera y le envié un mensaje a Gideon: «No estoy
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huyendo. Simplemente me voy».
Conseguí parar un taxi que pasaba y me dirigí a casa para ocuparme de mi rabia.
Estaba deseando darme un baño y abrir una botella de vino cuando llegué a mi
apartamento. Introduje la llave en la cerradura, la giré y entré en un vídeo porno.
Durante los pocos segundos de estupefacción que mi cerebro tardó en registrar lo
que estaba viendo, me quedé fascinada en la puerta, inundando el pasillo que había detrás
de mí de atronadora música pop. Había tantas partes del cuerpo participando que tuve
tiempo de cerrar de golpe y precipitadamente la puerta detrás de mí antes de que se
juntaran. Había una mujer con los brazos y piernas en cruz en el suelo. La cara de otra
mujer estaba en su entrepierna. Cary se la estaba tirando como loco mientras otro hombre le
penetraba a él por el culo.
Eché la cabeza hacia atrás y grité furiosa, absolutamente harta de toda la gente que
había en mi vida. Y como competía con el equipo de música, me saqué uno de mis zapatos
y lo lancé en su dirección. El CD saltó, lo que hizo que el ménage à quatre que se estaba
desarrollando en mi sala de estar tomara conciencia de mi presencia. Me acerqué cojeando,
bajé el volumen y, a continuación, me giré hacia el grupo.
—Salid cagando leches de mi casa —solté con brusquedad—. Ahora mismo.
—¿Quién coño es ésta? —preguntó la pelirroja que estaba debajo de todos—. ¿Tu
mujer?
Hubo un breve destello de vergüenza y culpa en el rostro de Cary y, a continuación,
me lanzó una mirada y una sonrisa de gallito.
—Mi compañera de piso. Hay espacio para más, nena.
—Cary Taylor, no me provoques —le advertí—. No está siendo una noche nada,
nada buena.
El hombre de pelo moreno que estaba encima se salió de Cary, se puso de pie y se
acercó despacio a mí. A medida que lo hacía vi que sus ojos marrones estaban
anormalmente dilatados y que el pulso de su cuello latía ferozmente.
—Yo puedo hacer que mejore —se ofreció con una mirada lasciva.
—No te acerques, joder. —Corregí mi postura preparándome para enfrentarme a él
físicamente si era necesario.
—Déjala en paz, Ian —le ordenó Cary poniéndose de pie.
—Vamos, nena —dijo Ian con voz persuasiva, mientras yo sentía asco de que
utilizara el apodo con el que Cary me llamaba—. Necesitas pasar un buen rato. Deja que yo
me encargue.
En un momento estaba a pocos centímetros de mí y al siguiente volaba hacia el sofá
con un grito. Gideon se colocó entre los demás y yo, lleno de furia.
—Llévatelo a tu habitación, Cary —masculló—. O a cualquier otro sitio.
Ian daba gritos en el sofá mientras sangraba por la nariz a pesar de tratar de
contenerla con las dos manos.
Cary cogió sus vaqueros del suelo.
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—Tú no eres mi jodida madre, Eva.
Yo di un paso por delante de Gideon.
—¿Después de cagarla con Trey no has aprendido ninguna puta lección, imbécil?
—¡Esto no tiene nada que ver con Trey!
—¿Quién es Trey? —preguntó la rubia de bote mientras se ponía de pie. Cuando
pudo ver bien a Gideon se atusó visiblemente el pelo y lució lo que claramente era un
cuerpo precioso.
Sus esfuerzos consiguieron una mirada tan desdeñosa, displicente y poco
impresionada que finalmente tuvo la delicadeza de sonrojarse y cubrirse con un ajustado
vestido de lamé dorado que recogió del suelo.
—No lo tomes como algo personal. Prefiere a las morenas —le dije aprovechando
que estaba de mal humor.
La mirada que me lanzó Gideon fue letal. Nunca había visto en él unos ojos tan
furiosos. Literalmente vibraba por la violencia contenida.
Asustada por aquella mirada, di sin querer un paso atrás. Maldijo muy enfadado y se
pasó las dos manos por el pelo.
De repente, agotada y profundamente decepcionada con los hombres que había en
mi vida, me di la vuelta.
—Saca todo este desastre de mi casa, Cary.
Atravesé el pasillo quitándome por el camino el otro zapato de tacón con una
patada. Me había deshecho del vestido antes de llegar a mi cuarto de baño y estaba dentro
de la ducha menos de un minuto después. Me mantuve fuera del chorro hasta que el agua se
calentó y, entonces, me metí debajo. Demasiado cansada para quedarme de pie mucho rato,
me agaché y me senté bajo el chorro con los ojos cerrados y los brazos alrededor de las
rodillas.
—Eva.
Me encogí al oír la voz de Gideon y apreté el cuerpo hasta convertirme en una bola
más compacta.
—¡Maldita sea! —exclamó—. Me estás jodiendo más que ninguna otra persona que
conozco.
Lo miré a través del velo de mi pelo mojado. Estaba entrando en el baño. Había
dejado la chaqueta en algún sitio y llevaba la camisa por fuera del pantalón.
—Vete a casa, Gideon.
Se detuvo y me miró incrédulo.
—No voy a dejarte aquí, joder. ¡A Cary se le ha ido la cabeza! Ese gilipollas estaba
a punto de ponerte las manos encima cuando he llegado.
—Cary no hubiera permitido que eso ocurriera. Pero, de todos modos, no puedo
encargarme de él y de ti a la vez. —Lo cierto era que no quería encargarme de ninguno de
ellos. Simplemente, quería estar sola.
—Entonces, ocúpate sólo de mí.
Me aparté el pelo de la cara con un impaciente golpe de la mano.
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—¿Qué? ¿Se supone que yo debo darte prioridad a ti?
Retrocedió como si le hubiese golpeado.
—Yo creía que cada uno éramos la prioridad del otro.
—Sí, eso creía yo también. Hasta esta noche.
—¡Dios! ¿Vas a dejar ya lo de Corinne? —Abrió los brazos—. Estoy aquí contigo,
¿no? Apenas he podido despedirme de ella porque he salido detrás de ti. Otra vez.
—Vete a la mierda. No me hagas ningún favor.
Gideon se metió en la ducha completamente vestido. Me puso de pie y me besó.
Con fuerza. Su boca devoraba la mía y sus manos me agarraban los brazos para que no me
moviera.
Pero esta vez no me ablandé. No sucumbí. Ni siquiera cuando él trató de
persuadirme con sugerentes lametones.
—¿Por qué? —murmuró, deslizando los labios por mi cuello—. ¿Por qué me estás
volviendo loco?
—No sé qué problema tienes con el doctor Lucas y sinceramente me importa una
mierda. Pero él tenía razón. Corinne estaba recibiendo demasiada atención por tu parte esta
noche. Casi no me has hecho caso durante la cena.
—Es imposible que yo te ignore, Eva. —Tenía una expresión dura—. Si estás en la
misma habitación que yo, no tengo ojos para nadie más.
—Qué curioso. Cada vez que yo te miraba, tú la estabas mirando a ella.
—Eso es una estupidez. —Me soltó y se apartó el pelo mojado de la cara—. Ya
sabes lo que siento por ti.
—¿Sí? Me deseas. Me necesitas. Pero, ¿quieres a Corinne?
—No me jodas. ¡No! —Cerró el grifo y me atrapó contra el cristal con los dos
brazos—. ¿Quieres que te diga que te quiero, Eva? ¿Es eso lo que pasa?
Sentí un calambre en el estómago como si me hubiese golpeado con toda la fuerza
de su puño. Nunca antes había sentido ese tipo de dolor, ni sabía que existía. Los ojos me
abrasaron y me agaché por debajo de su brazo antes de ponerme en evidencia echándome a
llorar.
—Vete a casa, Gideon. Por favor.
Estoy en casa. —Me cogió por detrás y enterró su cara en mi cabello empapado—
. Estoy contigo.
Traté de soltarme, pero estaba demasiado agotada. Físicamente. Emocionalmente.
Las lágrimas salieron en torrente y no pude contenerlas. Y yo odiaba llorar delante de
nadie.
—Vete, por favor.
—Te quiero, Eva. Claro que te quiero.
—Oh, Dios mío. —Empecé a golpearle sin sentido. Cualquier cosa con tal de huir
de la persona que se había convertido en una enorme fuente de dolor y tristeza—. No
quiero tu jodida compasión. Sólo quiero que te vayas.
—No puedo. Sabes que no puedo. Eva, deja de pegarme. Escúchame.
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—Todo lo que dices me causa dolor, Gideon.
—Es que ésa no es la palabra exacta, Eva. —Siguió sujetándome obstinadamente
con sus labios en mi oído—. Por eso no la he pronunciado. No es la palabra exacta para ti
ni para lo que siento por ti.
—Cállate. Si te importo algo, cállate y vete.
—Me han querido antes... Corinne y otras mujeres... Pero ¿qué demonios saben
ellas de mí? ¿De quién coño están enamoradas si no saben lo jodido que estoy? Si eso es
amor, no es nada comparado con lo que siento por ti.
Me quedé inmóvil, temblando, con la mirada fija en el espejo que reflejaba mi
rostro con el rímel corrido y el pelo enmarañado junto a la devastada belleza de Gideon.
Una voluble emoción se había adueñado de sus rasgos mientras me envolvía con fuerza
entre sus brazos. Parecíamos no estar hechos el uno para el otro.
Y sin embargo, sentía la alienación de estar rodeada por otros que no podían verme
realmente o que preferían no hacerlo. Había sentido odio hacia mí misma, provocado por la
sensación de ser un fraude, de interpretar una imagen de lo que deseaba ser pero no era.
Había vivido con el miedo a que la gente que quería pudiera alejarse de mí si alguna vez
llegaba a conocer a la verdadera persona que se ocultaba en mi interior.
—Gideon...
Sus labios rozaron mi sien.
—Creo que te he querido desde el momento en que te vi. Luego, hicimos el amor
aquella primera vez en la limusina y se convirtió en algo más. Algo más.
—Sí, claro. Aquella noche me dejaste y fuiste a ocuparte de Corinne. ¿Cómo
pudiste hacerlo, Gideon?
Me soltó sólo el tiempo suficiente para cogerme en brazos y llevarme hasta donde
colgaba mi albornoz, detrás de la puerta. Me envolvió en sus brazos y, a continuación, me
obligó a sentarme en el filo de la bañera mientras él se acercaba al lavabo y sacaba del
cajón las toallitas desmaquilladoras. Agachándose delante de mí, me pasó el paño por la
mejilla.
—Cuando Corinne me llamó durante la cena de beneficencia, fue el momento
perfecto para que yo hubiera hecho algo estúpido. —Sus ojos tranquilos y cálidos miraban
mi rostro surcado de lágrimas—. Tú y yo acabábamos de hacer el amor y yo no pensaba
con claridad. Le dije que estaba ocupado y que estaba con alguien y cuando noté el dolor de
su voz, supe que tenía que ocuparme de ella para poder seguir adelante contigo.
—No lo comprendo. Me dejaste para irte con ella. ¿Cómo puede eso significar que
seguíamos adelante?
—La cagué con Corinne, Eva. —Me levantó el mentón para limpiarme los ojos de
mapache—. La conocí en mi primer año en la Universidad de Columbia. Me fijé en ella,
claro. Era guapa y dulce y nunca decía una palabra desagradable de nadie. Cuando ella vino
detrás de mí, yo dejé que me cazara y ella se convirtió en mi primera relación sexual
consentida.
—La odio —Aquello hizo que sonriera ligeramente—. No estoy bromeando,
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Gideon. Me estoy muriendo de celos ahora mismo.
—Con ella sólo fue sexo, cielo. Por muy salvajemente que follemos tú y yo, sigue
siendo hacer el amor. Cada vez, desde la primera. Tú eres la única que me ha tenido así.
Expulsé el aire con fuerza.
—Vale. Me siento un poco mejor.
Me besó.
—Supongo que se puede decir que estuvimos saliendo. Teníamos exclusividad
sexualmente y, a menudo, terminábamos yendo a los mismos sitios como pareja. Aun así,
cuando ella me dijo que me quería, me sorprendí. Y me sentí halagado. Yo le tenía cariño.
Disfrutaba pasando el tiempo con ella.
—Al parecer, sigue siendo así —murmuré.
—Escúchame —me reprendió con un golpecito de su dedo sobre la punta de mi
nariz—. Pensé que quizá podría enamorarme de ella también, a mi modo... El único modo
que yo conocía. No quería que estuviera con ningún otro. Así que acepté cuando ella me
pidió matrimonio.
Yo me aparté hacia atrás para mirarlo.
¿Ella te pidió matrimonio?
—No te sorprendas tanto —dijo irónicamente—. Me vas a destrozar el ego.
Una sensación de alivio me inundó de repente y me sentí mareada. Me lancé sobre
él, abrazándolo tan fuerte como pude.
Su abrazo fue igual de violento.
—Oye, ¿estás bien?
—Sí. Sí. Casi lo estoy. —Me aparté y coloqué la mano sobre su barbilla—.
Continúa.
—Dije que sí por los motivos equivocados. Después de dos años saliendo juntos,
nunca habíamos pasado una noche entera juntos. Nunca hablamos de ninguna de las cosas
de las que hablo contigo. Ella no me conocía, no de verdad, y, sin embargo, yo me convencí
de que el hecho de que me quisiera era algo a lo que podía agarrarme. ¿Quién más iba a
arreglar las cosas si no era ella?
Dirigió su atención a mi otro ojo y me limpió las manchas negras.
—Creo que ella esperaba que al estar prometidos alcanzaríamos otro nivel. Quizá
yo me abriera más. Quizá pasaríamos la noche en el hotel, algo que ella consideraba muy
romántico, por cierto. En lugar de eso, terminábamos a primera hora de la noche porque a
la mañana siguiente teníamos clases. No lo sé.
Al oír aquello me pareció que debió sentirse terriblemente solo. Pobre Gideon.
Había estado demasiado tiempo solo. Quizá toda su vida.
—Y cuando ella rompió un año después —continuó—, supongo que esperaba que
eso reactivara las cosas, que yo me esforzara más por mantenerla a mi lado. En lugar de
eso, me sentí aliviado porque había empezado a darme cuenta de que iba a ser imposible
compartir un hogar con ella. ¿Qué excusa se me iba a ocurrir para dormir en habitaciones
separadas y tener mi propio espacio?
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—¿Nunca pensaste en decírselo?
—No. —Se encogió de hombros—. Hasta que llegaste tú no pensé que mi pasado
fuera un problema. Sí, afectaba en cierto sentido a mi modo de hacer las cosas, pero todo
estaba en su sitio y yo no era un desdichado. De hecho, creía que tenía una vida cómoda y
sin complicaciones.
—Ay, chico —dije arrugando la nariz—. Bienvenido, señor Comodón. Yo soy la
señora Complicaciones.
Su sonrisa se iluminó.
—No nos vamos a aburrir nunca.
 

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