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Me puse de pie de
inmediato.
—No —me advirtió con
un oscuro susurro—. Todavía no vas a salir corriendo. No
hemos terminado.
—No sabes de lo que
hablas. —Estar dominada por alguien... ¡Perder mi derecho a
decir
no! Eso no iba a volver a ocurrir—. Sabes por lo que he pasado.
Necesito el control
tanto como tú.
—Siéntate, Eva.
Me quedé de pie, sólo
por demostrar que tenía razón.
Su sonrisa se amplió
y yo me derretí por dentro.
—¿Tienes idea de lo
loco que estoy por ti? —murmuró.
—Sí que estás loco,
si crees que voy a aceptar que me estén dando órdenes, sobre
todo en el sexo.
—Vamos, Eva. Sabes
que no quiero golpearte, castigarte, hacerte daño, degradarte
ni darte órdenes como
si fueras un perro. Eso no son cosas que ninguno de los dos
necesitamos. —Gideon
se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre el escritorio—. Tú
eres lo más
importante que hay en mi vida. Quiero protegerte y hacer que te sientas segura.
Por eso estamos
hablando de esto.
Dios
mío. ¿Cómo podía ser tan maravilloso y, a la vez, estar tan loco?
—¡Yo no necesito que
me dominen!
—Lo que necesitas es
alguien en quien confiar. No. Cierra la boca, Eva. Vas a
esperar hasta que yo
haya terminado.
Seguí protestando
mientras balbuceaba hasta quedar en silencio.
—Me has pedido que
vuelva a familiarizar tu cuerpo con actos que anteriormente
habían utilizado para
hacerte daño y aterrorizarte. No sabes cuánto significa para mí tu
confianza y lo que me
pasaría si yo traicionara esa confianza. No puedo arriesgarme, Eva.
Tenemos que hacerlo
bien.
Me crucé de brazos.
—Supongo que estoy
tonta perdida. Creía que nuestra vida sexual era alucinante.
Dejando la copa sobre
el escritorio, Gideon continuó hablando como si yo no
hubiese dicho nada.
—Me has pedido que
satisfaga una necesidad tuya y yo he aceptado. Ahora tenemos
que...
—Si no soy lo que
quieres, ¿por qué no lo dices de una vez? —Dejé el marco de
fotos y la copa antes
de hacer con ellos algo de lo que me pudiese arrepentir—. No trates de
arreglarlo con...
Rodeó el escritorio y
se acercó a mí antes de que yo pudiese dar dos pasos atrás. Su
184
boca selló la mía y
sus brazos me aprisionaron. Tal y como había hecho antes, me llevó
hasta una pared y me
contuvo contra ella, agarrándome las muñecas con las manos y
subiéndolas por
encima de mi cabeza.
Atrapada, no pude
hacer nada mientras doblaba sus piernas y me golpeaba la vagina
con su larga y rígida
erección. Una vez, dos. La seda provocaba un sonido áspero sobre mi
clítoris hinchado. El
mordisco de sus dientes sobre mi pezón cubierto hizo que sintiera un
escalofrío. Ahogando
un grito, me hundí en su abrazo.
—¿Ves lo fácil que te
entregas cuando yo tomo el control? —Sus labios recorrieron
el arco de mi
frente—. Y te gusta, ¿verdad? Te hace sentir bien.
—Esto no es justo —dije
mirándole fijamente. ¿Cómo podía esperar que
reaccionara de otro
modo? Por muy preocupada y confundida que estuviera, sentía una
atracción desesperada
por él.
—Por supuesto que lo
es. Y también es verdad.
Pasé la mirada por
aquella espléndida melena de cabello negro y las líneas
cinceladas de su
rostro incomparable. El deseo que yo sentía era tan intenso que dolía. El
daño que se ocultaba
en su interior hacía que no pudiera hacer otra cosa más que amarle
más. Había veces en
las que creía que en él había encontrado mi otra mitad.
—No puedo evitar que
me excites —murmuré—. Se supone que fisiológicamente
mi cuerpo debe
ablandarse y relajarse para que puedas meter tu polla grande dentro de mí.
—Eva, seamos
sinceros. Tú quieres que yo tenga todo el control. Para ti es
importante que puedas
confiar en que yo voy a cuidar de ti. No hay nada malo en ello. Para
mí es importante lo
contrario. Necesito que confíes en mí lo suficiente como para dejarme
ese control.
Yo no podía pensar
cuando él se apretaba contra mí, cuando mi cuerpo era
ansiosamente
consciente de cada centímetro de su piel.
—No soy
sumisa.
—Estás conmigo. Si
echas la vista atrás te darás cuenta de que has estado
rindiéndote ante mí
todo el tiempo.
—¡Eres bueno en la
cama! Y tienes más experiencia. Claro que voy a dejar que me
hagas lo que quieras.
—Me mordí el labio inferior para impedir que siguiera temblando.
—Gilipolleces, Eva.
Sabes cuánto disfruto haciéndote el amor. Si pudiera hacer lo
que me diera la gana,
no podría hacer otra cosa. No estamos hablando de juegos que me
den morbo.
—Entonces, ¿estamos
hablando de lo que me da morbo a mí? ¿Es eso?
—Sí, eso creo.
—Frunció el ceño—. Estás enfadada. No he pretendido... Mierda.
Creía que hablarlo
nos ayudaría.
Sentí un escozor en
los ojos y, a continuación, se inundaron de lágrimas. Él parecía
tan herido y confuso
como yo.
—Gideon, me estás
partiendo el corazón.
Soltándome las
muñecas, dio un paso atrás y me tomó en brazos, sacándome de su
despacho y
recorriendo el largo pasillo hasta una puerta cerrada.
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—Ábrela —dijo en voz
baja.
Entramos en una
habitación iluminada por velas que seguía oliendo ligeramente a
recién pintada.
Durante unos segundos, me sentí desorientada, incapaz de entender cómo
habíamos salido del
apartamento de Gideon y entrado en mi dormitorio.
—No lo entiendo. —Al
decir aquello me quedaba corta, pero mi cerebro seguía
tratando de superar
la sensación de haber sido teletransportada de una casa a la otra—. Tú...
¿me he mudado a vivir
contigo?
—No del todo. —Me
dejó en el suelo, pero mantuvo un brazo alrededor de mí—.
He recreado tu
habitación basándome en la fotografía que te hice mientras dormías.
—¿Por qué?
¿Qué demonios? ¿Quién
era capaz de hacer algo así? ¿Todo aquello era para evitar
que yo presenciara
sus pesadillas?
Aquella idea me
destrozó aún más el corazón. Sentí como si Gideon y yo nos
estuviéramos
separando cada vez más por momentos.
Pasó sus manos por mi
pelo húmedo, lo cual no hizo más que acrecentar mi
inquietud. Me dieron
ganas de apartarle la mano y alejarme de él, al menos, lo que medía la
habitación. O quizá
dos habitaciones.
—Si sientes la
necesidad de salir corriendo —dijo con voz suave—, puedes venirte
aquí y cerrar la
puerta. Prometo no molestarte hasta que estés lista. Así tendrás tu lugar
seguro y sabré que no
me has dejado.
Por mi mente pasaron
un millón de preguntas y conjeturas, pero la que más
resaltaba era:
—¿Vamos a seguir
compartiendo la cama para dormir?
Los labios de Gideon
me acariciaron la frente.
—Cada noche. ¿Cómo
puedes pensar lo contrario? Háblame, Eva. ¿Qué está
pasando por esa
preciosa cabecita tuya?
—¿Que qué está
pasando por mi cabeza? —pregunté con brusquedad—. ¿Qué
cojones pasa por la
tuya? ¿Qué te ha pasado en los cuatro días en que rompimos?
Apretó la mandíbula.
—Nunca hemos roto,
Eva.
El teléfono sonó en
la otra habitación. Maldije entre dientes. Yo quería que
habláramos y quería
que se fuera, las dos cosas a la vez.
Me apretó los hombros
y, a continuación, me soltó.
—Es nuestra cena.
No le seguí cuando
salió. Estaba demasiado nerviosa como para comer. En lugar de
eso, me arrastré
hasta la cama, que era exactamente como la mía, y me acurruqué alrededor
de una almohada
cerrando los ojos. No oí a Gideon volver, pero lo sentí cuando se detuvo
al borde de la cama.
—Por favor, no me
hagas comer solo —dijo tras mi espalda tensa.
—¿Y por qué no
simplemente me ordenas que coma contigo?
Suspiró y, después,
se tumbó sobre la cama abrazándome por detrás. Agradecí su
186
calor, que ahuyentó
el frío que me había puesto la piel de gallina. Él no dijo nada durante
un buen rato. O quizá
fuera que se sentía a gusto conmigo.
Sus dedos acariciaron
mi brazo cubierto de seda.
—Eva, no puedo
soportar que seas infeliz. Háblame.
—No sé qué decir.
Creía que por fin estábamos llegando a un punto en que las cosas
entre nosotros se
suavizarían. —Me abracé con más fuerza a la almohada.
—No te pongas tensa,
Eva. Me duele ver que te apartas de mí.
Yo sentía que era él
quien me apartaba.
Dándome la vuelta, lo
empujé para que se pusiera de espaldas; después, me subí
encima de él y la
bata se me abrió cuando monté a horcajadas sobre él. Pasé la palma de
mis manos por su
fuerte pecho y arañé su piel bronceada con las uñas. Ondulé las caderas
por encima de él
mientras acariciaba mi coño desnudo sobre su polla. A través de la fina
seda de sus
pantalones pude sentir cada bulto y cada vena gruesa. Por el modo en que se
oscurecieron sus ojos
y su boca esculpida se abrió con una respiración acelerada, supe que
él también podía
notar el contorno y el calor húmedo de mi coño.
—¿Te resulta tan
desagradable esto? —pregunté moviendo mi cadera—. ¿Estás ahí
tumbado pensando que
no me estás dando lo que quiero porque soy yo la que tiene el
control?
Gideon puso las manos
sobre mis muslos. Incluso aquella caricia inconsciente me
pareció dominante.
La irritabilidad y la
mirada afilada que detecté en él no mucho tiempo atrás de
repente tuvo sentido.
Ya no refrenaba su fuerza de voluntad.
La tremenda energía
que se enroscaba dentro de él la dirigía ahora hacia mí como
una oleada de calor.
—Ya te lo he dicho
—dijo con voz ronca—. Te aceptaré del modo que sea.
—Sí, vale. No creas
que no me estoy dando cuenta de que estás controlándome
desde abajo.
Sonrió divertido y
sin mostrar remordimiento.
Me deslicé hacia
abajo y jugueteé con el disco liso de su pezón con la punta de mi
lengua. Lo cubrí como
había hecho él anteriormente, extendiendo mi cuerpo sobre su
cadera y sus piernas
y acariciando con mis manos su precioso culo para apretar la carne
dura y atraerlo hacia
mí. Su polla era una columna gruesa bajo mi vientre, renovando mi
feroz apetito de él.
—¿Vas a castigarme
dándome placer? —me preguntó en voz baja—. Porque puedes
hacerlo. Puedes
ponerme de rodillas, Eva.
Dejé caer la frente
sobre su pecho y expulsé el aire de mis pulmones con un fuerte
suspiro.
—Ojalá.
—Por favor, no te
preocupes tanto. Superaremos esto junto a todo lo demás.
Entrecerré los ojos.
—Estás demasiado
seguro de llevar la razón. Intentas demostrar que la tienes.
187
—Y tú podrías
demostrar que la tienes tú. —Gideon se lamió el labio inferior y mi
sexo se apretó con un
deseo silencioso.
Había en sus ojos una
profunda y brillante emoción. Ocurriera lo que ocurriera
después en nuestra
relación, no había duda de que estábamos enredados el uno en el otro.
Y yo estaba a punto
de demostrarlo en vivo.
El cuello de Gideon
se arqueó cuando moví mi boca por su torso.
—Ah, Eva.
—Tu mundo está a
punto de sufrir una sacudida, señor Cross.
Así fue. Me aseguré
de ello.
Sintiéndome
tontorrona tras mi triunfo femenino, me senté en la mesa del comedor
de Gideon y lo
recordé tal y como había estado poco antes: mojado por el sudor y jadeante,
maldiciendo mientras
yo me tomaba mi tiempo para saborear su delicioso cuerpo.
Dio un bocado a su
filete, que se había mantenido caldeado gracias a un calienta
platos, y dijo con
voz calmada:
—Eres insaciable.
—Obvio. Eres guapo,
sexy y estás muy bien dotado.
—Me alegra que te
guste. También soy tremendamente rico.
Moví una mano con
aire despreocupado por todo lo que debía ser un apartamento de
cincuenta millones de
dólares.
—¿A quién le importa
eso?
—Bueno, la verdad es
que a mí sí.
Clavé el tenedor en
una patata frita pensando que la comida del restaurante de Peter
Luger era casi tan
buena como el sexo. Casi.
—Sólo me interesa tu
dinero si eso implica que puedes dejar de trabajar para andar
por ahí desnudo como
mi esclavo sexual.
—Podría permitírmelo
económicamente, sí. Pero te aburrirías y me dejarías y,
entonces, ¿qué haría
yo? —Me miró con ojos cálidos y divertidos—. Crees que has
demostrado tener
razón, ¿no?
Mastiqué y, después,
dije:
—¿Quieres que vuelva
a demostrártelo?
—El hecho de que
sigas estando bastante caliente como para querer hacerlo
demuestra que soy yo
quien tiene razón.
Me terminé el vino.
—Mmm. ¿Estás
planeando algo?
Me lanzó una mirada
y, con indiferencia, dio otro bocado al más tierno de los filetes
que yo había comido
nunca.
Impaciente y
preocupada, respiré hondo y pregunté:
—Si nuestra vida
sexual no te satisficiera, ¿me lo dirías?
—No seas ridícula,
Eva.
¿Qué otra cosa podría
haber provocado que él sacara aquella conversación tras
188
nuestra ruptura de
cuatro días?
—Estoy segura de que
no ayuda el hecho de que no soy el tipo de chica con el que
sueles estar. Y no
hemos utilizado ninguno de esos juguetes que tenías en el hotel...
—Deja de hablar.
—¿Perdona?
Gideon dejó los
cubiertos sobre la mesa.
—No voy a escuchar
cómo haces trizas tu autoestima.
—¿Qué? Eres tú él
único que consigue hablar siempre.
—Puedes buscar pelea
conmigo, Eva, pero aun así, no vas a joderte.
—¿Quién ha dicho...?
—Cerré la boca mientras él me fulminaba con la mirada.
Tenía razón. Seguía
deseándolo. Quería tenerlo encima de mí, con una lujuria explosiva,
tomando el control
absoluto tanto de mi placer como del suyo.
Levantándose de la
mesa, dijo con sequedad:
—Espera aquí.
Cuando volvió un
momento después, colocó una cajita de piel negra junto a mi
plato y volvió a
sentarse. Aquella visión me sacudió como si de un golpe físico se tratase.
Al principio, sentí
miedo, me quedé helada. A lo que rápidamente le siguió un deseo
candente.
Las manos me
temblaban en el regazo. Junté los dedos y me di cuenta de que todo
el cuerpo me
temblaba. Sin saber qué hacer, levanté la mirada hacia el rostro de Gideon.
Sentir sus dedos
acariciándome la mejilla calmó gran parte de la palpitante
inquietud que sentía
en mi interior y dejó atrás la horrible ansiedad.
—No se trata de ese
anillo —murmuró suavemente—. Todavía no. No estás
preparada.
Algo en mi interior
se marchitó. Después, el alivio me invadió. Era demasiado
pronto. Ninguno de los
dos estaba preparado. Pero si alguna vez me había preguntado si
estaba profundamente
enamorada de Gideon, entonces lo supe.
Asentí.
—Ábrelo —dijo.
Con dedos cautelosos,
me acerqué la caja y abrí la tapa.
—Vaya.
Entre la piel negra y
el terciopelo había un anillo como no había visto otro. Dos tiras
de oro que imitaban
una cuerda se entrelazaban y estaban adornadas con diamantes en
forma de equis.
Murmuré:
—Cadenas unidas por
cruces.
Gideon Cross.
—No exactamente. Para
mí las cuerdas representan los muchos hilos que hay en ti,
no implica nada de
esclavitud. Pero sí, las equis son mi forma de aferrarme a ti. Como si
fuese a través de mis
uñas. —Se terminó la copa de vino y volvió a llenar las dos.
Yo me quedé sentada e
inmóvil, sorprendida, tratando de asimilar todo aquello.
189
Todo lo que había
hecho mientras estábamos separados: las fotos, el anillo, el doctor
Petersen, la réplica
del dormitorio y quienquiera que hubiese estado siguiéndome. Todo ello
me decía que nunca me
había alejado de su mente, si es que alguna vez me había salido de
ella.
—Me devolviste las
llaves —susurré, recordando aún aquel dolor.
Estiró la mano y
cubrió con ella la mía.
—Hay muchas razones
por las que lo hice. Te fuiste sin llevar nada puesto más que
una bata, Eva, y sin
tus llaves. No puedo soportar pensar qué habría ocurrido si Cary no
hubiese estado en
casa para dejarte entrar en ese momento.
Levantando su mano
hasta mi boca, la besé y luego la solté y cerré la tapa de la caja.
—Es precioso, Gideon.
Gracias. Significa mucho para mí.
—Pero no te lo pones.
—No era una pregunta.
—Después de la
conversación que hemos tenido esta noche, me parece más como
un collar de perro.
Unos segundos
después, asintió.
—No te equivocas del
todo.
Me dolía el cerebro y
el corazón. Cuatro noches durmiendo inquieta no ayudaban.
No podía comprender
por qué pensaba que yo era tan necesaria aun cuando yo sentía lo
mismo por él. Había
miles de mujeres sólo en Nueva York que podrían ocupar mi puesto en
su vida, pero
solamente había un Gideon Cross.
—Siento como si te
estuviera decepcionando, Gideon. Después de todo lo que
hemos hablado esta
noche... Creo que éste es el principio del fin.
Apartando su silla,
se inclinó sobre mí y me acarició la mejilla.
—No lo es.
—¿Cuándo vamos a ver
al doctor Petersen?
—Los martes iré yo
solo. Después de que tú hables con él para la terapia de parejas,
podemos ir juntos los
jueves.
—Dos horas a la
semana, todas las semanas. Sin incluir el camino de ida y el de
vuelta. Eso es
comprometerse mucho. —Levanté la mano y le aparté el pelo de la mejilla—
. Gracias.
Gideon me cogió la
mano y me besó en la palma.
—No es ningún
sacrificio, Eva.
Entró en su despacho
para trabajar un poco antes de irse a la cama y me llevé la caja
del anillo al baño
del dormitorio principal. Lo examiné con más atención mientras me
cepillaba los dientes
y el pelo.
Había cierta
sensación de necesidad por debajo de mi piel, un persistente grado de
excitación que no
tenía lógica considerando la cantidad de orgasmos que ya había tenido a
lo largo de ese día.
Se trataba de una necesidad emocional de conectar con Gideon, de
asegurarme de que
estábamos bien.
Agarrando la caja en
la mano, me dirigí a mi lado de la cama de Gideon y la dejé
sobre la mesa de
noche. Quería que estuviera donde pudiera verla nada más despertar, tras
190
haber dormido toda la
noche.
Con un suspiro, dejé
mi preciosa bata nueva sobre los pies de la cama y me metí en
ella.
Me desperté en mitad
de la noche al notar un pulso acelerado y una respiración
rápida y superficial.
Desorientada, me quedé quieta un momento, mientras volvía en mí y
recordaba dónde
estaba. Me puse tensa cuando desperté del todo y agucé el oído para
escuchar si Gideon
estaba teniendo otra pesadilla. Cuando vi que estaba tumbado
tranquilamente a mi
lado respirando profundamente y con normalidad, me relajé con un
suspiro.
¿A qué hora había
vuelto por fin a la cama? Tras los días que habíamos pasado
separados, me
preocupó que quizá tuviera la necesidad de estar solo.
Entonces, lo sentí.
Estaba excitada. Desesperadamente.
Tenía los pechos
apretados y pesados y los pezones duros. Estaba ansiosa y tenía el
sexo húmedo. Tumbada
allí en la oscuridad iluminada por la luna, me di cuenta de que
había sido mi propio
cuerpo quien me había despertado con sus exigencias. ¿Había tenido
algún sueño erótico?
¿O era suficiente con que Gideon estuviera tumbado a mi lado?
Apoyándome en los
codos, lo miré. La sábana y el edredón se le habían bajado
hasta la cintura y
dejaban desnudos su esculpido pecho y sus bíceps. Tenía el brazo derecho
extendido por encima
de la cabeza, enmarcando la caída de su pelo oscuro alrededor de su
rostro. Su brazo
izquierdo yacía entre los dos sobre las mantas y la mano se cerraba en un
puño que liberaba la
red de gruesas venas que recorrían sus antebrazos. Incuso en reposo
parecía feroz y
poderoso.
Fui más consciente de
la tensión que había en mi interior, la sensación de que me
atraía hacia él el
esfuerzo silencioso de su imponente voluntad. No era posible que
estuviera exigiendo
mi rendición mientras dormía y, sin embargo, yo lo sentía así, sentía
cómo esa cuerda
invisible que existía entre los dos tiraba de mí hacia él.
Las punzadas entre
mis piernas se volvieron insoportables y apreté una mano contra
aquella fuerte
vibración, esperando aliviar el ansia. Pero la presión lo empeoró.
No podía quedarme
quieta. Retirando la colcha, deslicé las piernas por fuera del
colchón y pensé en
probar a tomarme un vaso de leche caliente con el brandy que Gideon
me había ofrecido
antes. De repente, me detuve, fascinada por el reflejo de la piel de la caja
del anillo que estaba
en la mesilla. Pensé en la joya que había en su interior y el deseo
aumentó. En ese
momento, la idea de que Gideon me pusiera un collar de perro me llenó de
una acalorada ansia.
Simplemente
estás cachonda, me reprendí.
Una de las chicas del
grupo había hablado de cómo su «amo» utilizaba el cuerpo de
ella en el momento y
del modo que él quería, buscando solamente su propio placer. No vi
en ello nada que me
pareciera erótico... hasta que introduje a Gideon en aquella imagen. Me
encantaba darle
morbo. Me encantaba hacer que se corriera. Simplemente porque sí.
Acaricié con los
dedos la tapa de la diminuta caja. Con un suspiro tembloroso, la
191
cogí y la abrí. Un
momento después, me estaba deslizando el frío anillo por el dedo anular
de la mano derecha.
—¿Te gusta, Eva?
Un escalofrío me
recorrió el cuerpo al escuchar la voz de Gideon, más profunda y
dura de lo que la
había oído nunca. Estaba despierto, observándome.
¿Cuánto tiempo
llevaba consciente? ¿Estaba sintonizado con mi sueño como yo
parecía estarlo con
el suyo?
—Me encanta.
«Te quiero».
Dejando la caja, giré
la cabeza y vi que estaba sentado. Sus ojos brillaban de un
modo que me excitó
tremendamente, pero también me asustaban. Se trataba de una mirada
desprotegida, como la
que literalmente me había hecho caer de culo cuando nos conocimos.
Abrasadora y
posesiva, llena de oscuras amenazas de éxtasis. Su maravilloso rostro
desprendía dureza
entre las sombras y tensó la mandíbula mientras se llevaba mi mano
derecha hasta la boca
y besaba el anillo que me había regalado.
Me moví para ponerme
de rodillas en la cama y le pasé los brazos alrededor del
cuello.
—Tómame. Hazme lo que
quieras.
Colocó las manos
sobre mi culo y apretó.
—¿Qué se siente al
decir eso?
—Casi tan bien como
los orgasmos que vas a darme.
—Vaya, un desafío
—Pasó la punta de la lengua por mis labios, provocándome con
la promesa de un beso
que deliberadamente se reservaba.
—¡Gideon!
—Túmbate, cielo, y
agárrate a la almohada con las dos manos. —Sonrió
maliciosamente—. No
te sueltes bajo ningún concepto, ¿entendido?
Tragué saliva e hice
lo que me dijo, tan excitada que creí que me correría
simplemente por los
agitados espasmos de mi impaciente sexo.
Con una patada, lanzó
el edredón a los pies de la cama.
—Extiende las piernas
y levanta las rodillas.
Empecé a respirar con
fuerza mientras los pezones se me ponían más duros,
provocándome una
profunda ansia en mi pecho. Dios, Gideon estaba buenísimo así. Yo
jadeaba por la
excitación y la cabeza me daba vueltas, llena de posibilidades. La carne entre
mis piernas se
estremecía de deseo.
Me habló con voz
suave mientras recorría con el dedo índice mi resbaladizo coño:
—Ah, Eva. Estás muy
deseosa de mí. Tener satisfecho este dulce coñito requiere
dedicación completa.
Ese único dedo rígido
se introdujo en mí, separando mis hinchados tejidos. Apreté
mi cuerpo alrededor
del suyo, tan a punto de correrme que casi podía saborearlo. Él se
retiró y se llevó la
mano a la boca, lamiendo mi sabor, que había quedado impregnado en su
piel. Arqueé las
caderas involuntariamente para acercar mi cuerpo al suyo.
192
—Tú eres el culpable
de que esté tan caliente —dije jadeando—. Has descuidado
tus obligaciones
durante varios días.
—Entonces, más vale
que recupere el tiempo perdido. —Poniéndose boca abajo,
colocó los hombros
debajo de mis piernas y lamió la temblorosa entrada de mi cuerpo con
la punta de la
lengua. Dando una vuelta tras otra a su alrededor, sin tocarme el clítoris y
absteniéndose de
follarme aun cuando yo se lo suplicaba.
—Por favor, Gideon.
—Calla. Primero tengo
que prepararte.
—Lo estoy. Estaba
lista para ti antes de que te despertaras.
—Entonces, deberías
haberme despertado antes. Siempre cuidaré de ti, Eva. No
vivo para otra cosa.
Con un quejido de
angustia, levanté las caderas hacia esa lengua provocadora.
Cuando estuve
empapada por mi propia excitación, humedeciéndome desesperadamente,
deseando que me
introdujera cualquier parte de su cuerpo, se arrastró por encima de mí y se
colocó entre mis
piernas extendidas, apoyando los antebrazos sobre la cama.
Me miró fijamente. Su
polla, tremendamente caliente y dura como una piedra, yacía
sobre los labios de
mi sexo. Deseé que estuviera dentro de mí más de lo que deseaba
respirar.
—Ya —dije entre
jadeos—. Ahora.
Con un experto
movimiento de su cintura, se clavó dentro de mí, empujándome
hacia la parte
superior de la cama.
—¡Oh, Dios! —exclamé
ahogando un grito, sacudiéndome eufórica alrededor de la
gruesa columna de
carne que me poseía. Eso era lo que yo necesitaba desde que habíamos
hablado en su
despacho de la casa, lo que ansiaba mientras me movía arriba y abajo
montada sobre su
férrea erección antes de la cena, lo que había necesitado cuando llegué al
orgasmo rodeada por
su fuerte cuerpo.
—No te corras —murmuró
en mi oído, colocándome la palma de las manos sobre
los pechos y frotando
mis pezones con sus dedos pulgar e índice.
—¿Qué? —Estaba
segura de que simplemente con que él respirara hondo, yo me
correría.
—Y no sueltes la
almohada.
Gideon empezó a
moverse con un ritmo lento y perezoso.
—Vas a querer hacerlo
—susurró, rozando con la nariz el punto sensible que había
bajo mi oreja—. Te
encanta agarrarme el pelo y clavarme las uñas en la espalda. Y cuando
estás a punto de
correrte te gusta apretarme el culo para hacer que entre más profundo. Me
pone muchísimo cuando
te pones así de salvaje, cuando me demuestras lo mucho que te
gusta sentirme dentro
de ti.
—No es justo —me
quejé, sabiendo que me estaba provocando deliberadamente. La
cadencia de su voz
áspera se acompasaba a la perfección con el incesante movimiento de su
cadera—. Me estás
torturando.
—Lo bueno se hace
esperar. —Recorrió con la lengua el exterior de mi oreja y
193
luego la metió dentro
a la vez que tiraba de mis pezones
Me sacudí con su siguiente
empujón y casi me corrí. Gideon conocía bien mi
cuerpo, conocía todos
sus secretos y sus zonas erógenas. Daba embistes perfectos con su
polla dentro de mí,
frotando una y otra vez el tierno lío de nervios que se estremecían de
placer.
Curvando la cintura,
me penetró aún más e hizo estallar otros puntos. Yo solté otro
sonido lastimero
mientras ardía por él, con desesperada obsesión. Mis dedos se retorcían al
agarrar la almohada y
movía la cabeza ante la huracanada necesidad de llegar al orgasmo.
Gideon podía llevarme
a él mientras frotaba mi interior, el único hombre que había sabido
provocarme un intenso
orgasmo vaginal.
—No te corras
—repitió con voz ronca—. Haz que dure.
—No... puedo. Me
gusta mucho. Dios, Gideon... —Empezaron a salirme lágrimas
por el rabillo de los
ojos—. Me... vuelves loca.
Solté un pequeño
grito, temiendo decir demasiado pronto la palabra «amor».
Él frotó su mejilla
contra mi cara húmeda.
—Eva, he debido
desearte tanto y tantas veces que, al final, no podías más que
hacerte realidad.
—Por favor
—supliqué—. Más despacio.
Gideon levantó la
cabeza para mirarme, eligiendo ese momento para apretarme los
pezones sólo con la
fuerza suficiente como para infligirme un ligero dolor. Los músculos
sensibles de mi
interior se tensaron con tanta fuerza que su siguiente empujón me hizo
gemir.
—Por favor —volví a
suplicarle, temblando mientras me esforzaba por evitar el
orgasmo que iba
creciendo en mí—. Voy a correrme si no paras.
Miraba mi rostro con
ojos ardientes y su cintura seguía con sus arremetidas a un
ritmo cuidado que,
poco a poco, iba haciendo que perdiera la cordura.
—¿No quieres
correrte, Eva? —susurró con aquella voz que me llevaba al infierno
con una sutil
sonrisa—. ¿No es eso lo que has querido toda la noche?
Arqueé el cuello mientras
sus labios lo recorrían.
—Sólo cuando digas
que puedo hacerlo —respondí entre jadeos—. Sólo... cuando
tú lo digas.
—Cielo. —Acercó una
mano a mi cara, apartándome los pelos que se me quedaban
pegados a la piel con
el sudor. Me besó profundamente, con veneración, lamiendo el
interior de mi boca.
Sí...
—Córrete para mí —me
ordenó aligerando el ritmo—. Córrete, Eva.
Siguiendo sus
órdenes, el orgasmo me golpeó como una explosión, sacudiendo mi
cuerpo con una
sobrecarga. Una oleada tras otra de ardiente calor me recorrió el cuerpo,
contrayendo mi sexo y
tensando todo mi ser. Grité, primero con un sonido inarticulado de
placer agonizante y,
después, con su nombre. Lo grité una y otra vez mientras él introducía
su preciosa polla
dentro de mí y prolongaba mi clímax antes de llevarme a otro orgasmo.
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—Acaríciame —me
espetó mientras yo caía debajo de él—. Abrázame.
Liberándome de su
orden de agarrarme a la almohada, lo atraje hacia mi cuerpo
resbaladizo y sudado
con brazos y piernas. Él me machacó con fuerza mientras llegaba
enérgicamente a su
orgasmo.
Se corrió con un
gruñido, echando la cabeza hacia atrás mientras se vaciaba dentro
de mí durante un
largo rato. Me agarré a él hasta que nuestros cuerpos se enfriaron y
nuestra respiración
se calmó.
Cuando por fin Gideon
se salió de mí, no fue muy lejos. Me abrazó por la espalda y
me susurró:
—Ahora, a dormir.
No recuerdo si me
quedé despierta el suficiente tiempo para poder contestarle.
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