El viernes empezó con
Trey desayunando con Cary y conmigo tras haber pasado la
noche juntos.
Mientras me bebía la primera taza de café del día, le vi interactuar con Cary y
me estremeció
enormemente ver las sonrisas íntimas y las caricias disimuladas que se
hacían el uno al
otro.
Yo había disfrutado
de relaciones fáciles como aquélla y en su momento no las
había sabido
apreciar. Habían sido cómodas y sencillas, pero también superficiales en lo
esencial.
¿Cómo se puede
profundizar en una relación amorosa si no se conocen los secretos
del alma de la
persona a la que amas? Ése era el dilema al que me enfrentaba con Gideon.
Había comenzado el
segundo día sin Gideon. Me descubrí deseando ir a verle y
pedirle disculpas por
haberle dejado. Quería decirle que seguía estando con él, lista para
escuchar o
simplemente ofrecerle un consuelo silencioso. Pero estaba demasiado implicada
emocionalmente. Me
herían con facilidad. Tenía demasiado miedo al rechazo. Y saber que
no me dejaría
acercarme demasiado no hacía más que intensificar ese miedo. Aunque
llegáramos a arreglar
las cosas, terminaría destrozada, tratando de vivir simplemente con
los restos y los
retazos que él decidiera compartir conmigo.
Al menos, en el
trabajo me iba bien. El almuerzo al que la directiva nos había
invitado para
celebrar que se hubiese conseguido la cuenta de Kingsman me puso realmente
contenta. Me sentía
afortunada por trabajar en un ambiente tan positivo. Pero cuando me
enteré de que habían
invitado a Gideon —aunque nadie esperaba que apareciera— regresé
en silencio a mi mesa
y me concentré en el trabajo durante el resto de la tarde.
Fui al gimnasio de
camino a casa, luego compré algunas cosas para preparar unos
fettuccini
alfredo para cenar y crème brûlée para el postre. Estaba segura de
que una buena
comida casera me
dejaría en un coma de carbohidratos. Esperaba que el sueño diera un
respiro a los
infinitos «¿y si...?» a los que daba vueltas mi cerebro, con suerte hasta bien
entrada la mañana del
sábado.
Cary y yo cenamos en
la sala de estar con palillos chinos. Ésa era su idea de
alegrarme. Dijo que
la cena estaba estupenda, pero yo no estaba tan segura. Levanté el
ánimo cuando vi que
él también se quedaba en silencio y me di cuenta de que no estaba
siendo una amiga
ejemplar.
—¿Cuándo sale el
anuncio de Grey Isles? —le pregunté.
—No estoy seguro,
pero... —Sonrió—. Ya sabes lo que pasa con los modelos
masculinos. Se nos
zarandea de un lado a otro como a los condones en plena orgía. Es
difícil sobresalir
entre la multitud a menos que estés saliendo con alguien famoso, lo cual se
dice que estoy
haciendo de repente, desde que salieron en todos sitios esas fotos de nosotros
dos juntos. Soy el
otro en tu relación con Gideon Cross. Has sido una gran ayuda al
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convertirme en un
personaje popular.
Me reí.
—No necesitabas mi
ayuda para eso.
—Bueno, lo que está
claro es que no me ha hecho ningún mal. De todos modos, me
han llamado para un
par de sesiones más. Creo que es posible que me utilicen para algo
más de cinco minutos.
—Tendremos que
celebrarlo —bromeé.
—Por supuesto. Cuando
quieras.
Terminamos pasando el
rato juntos y viendo la primera versión de Tron. Su teléfono
sonó cuando
llevábamos veinte minutos de película y escuché que hablaba con su agente.
—Claro. Estoy ahí en
quince minutos como mucho. Te llamo en cuanto llegue.
—¿Te han dado un
trabajo? —le pregunté cuando colgó.
—Sí. El modelo para
una sesión nocturna ha llegado tan borracho que no les sirve.
—Se me quedó
mirando—. ¿Quieres venir?
Estiré las piernas
sobre el sofá.
—No. Estoy bien aquí.
—¿Seguro que estás
bien?
—Lo único que
necesito es entretenerme sin pensar en nada. La simple idea de
volver a vestirme me
agota. —Me sentiría feliz con mis pantalones de pijama de franela y
mi agujereada
camiseta de tirantes durante todo el fin de semana. Por muy dolida que me
sintiera por dentro,
la comodidad exterior me parecía imprescindible—. No te preocupes
por mí. Sé que
últimamente he sido un desastre, pero me pondré bien. Ve y pásatelo bien.
Después de que Cary
se fuera, paré la película y fui a la cocina a por una copa de
vino. Me detuve junto
a la barra y deslicé los dedos por las rosas que Gideon me había
enviado el fin de
semana anterior. Los pétalos caían sobre la barra como si fuesen lágrimas.
Pensé en cortar los
tallos y utilizar el envase en el que venía el ramo, pero no tenía sentido
aferrarse a aquello.
Lo tiraría a la basura al día siguiente, el último recuerdo de una relación
igual de condenada.
Había llegado más
lejos en mi relación con Gideon en una semana de lo que había
llegado con cualquier
otra relación que me hubiese durado dos años. Le querría siempre por
ello. Quizá le
querría siempre y punto.
Y quizá un día no me
dolería tanto.
—Arriba, dormilona
—canturreó Cary mientras me quitaba el edredón.
—¡Uf! ¡Vete!
—Tienes cinco minutos
para levantar tu culo de ahí y meterte en la ducha o la ducha
vendrá hasta ti.
Abrí un ojo y le di
un besito. No llevaba camiseta y vestía unos pantalones anchos
que le caían de la
cintura. En lo referente a los despertares, era el mejor.
—¿Por qué tengo que
levantarme?
—Porque estás tumbada
y no estás de pie.
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—Vaya, me has
convencido, Cary Taylor.
Se cruzó de brazos y
me lanzó una mirada maliciosa.
—Tenemos que ir de
compras.
Yo enterré la cara en
la almohada.
—No.
—Sí. Recuerdo que en
una misma frase hablaste de una fiesta al aire libre el
domingo y una reunión
de estrellas de rock. ¿Qué demonios voy a ponerme para algo así?
—Ah, vale. Una buena
razón.
—¿Que vas a ponerte
tú?
—Yo... No sé. Me
había decantado por el look de merienda inglesa con sombrero,
pero ya no estoy tan
segura.
—Eso es —asintió con
energía—. Vamos a quemar las tiendas y buscarte algo
sensual, elegante y
guay.
Protesté entre
gruñidos, salí de la cama dándome la vuelta y caminé hasta el baño.
Era imposible
ducharse sin pensar en Gideon, sin imaginar su cuerpo perfecto y recordar
los ruidos de desesperación
que hizo cuando se corrió en mi boca. Allá donde mirara,
estaba Gideon.
Incluso empecé a ver coches Bentley negros por toda la ciudad. Creía ver
uno cerca
adondequiera que fuera.
Cary y yo almorzamos
y, después, dimos brincos por toda la ciudad, llegando a las
mejores tiendas de
segunda mano del Upper East Side y a las boutiques de Madison
Avenue antes de tomar
un taxi hacia el SoHo. Por el camino, Cary se topó con dos chicas
adolescentes que le
pidieron un autógrafo y que creo que me hicieron más gracia a mí que a
él.
—Te lo dije —se
pavoneó.
—¿Que me dijiste?
—Me han reconocido
por un blog de noticias de entretenimiento. Una de las
entradas era sobre
Cross y tú.
Solté un bufido.
—Me alegro de que mi
vida amorosa sirva de algo a alguien.
Él tenía que ir a
otro trabajo a eso de las tres y yo le acompañé, y pasamos unas
cuantas horas en el
estudio de un presuntuoso fotógrafo que hablaba a voces. Al recordar
que era sábado, me
deslicé a un rincón apartado e hice mi llamada semanal a mi padre.
—¿Sigues siendo feliz
en Nueva York? —me preguntó por encima del ruido de
fondo que procedía de
los mensajes de la radio de su coche de policía.
—Hasta ahora sí. —Era
mentira, pero la verdad no iba a beneficiar a nadie.
Su compañero dijo
algo que no entendí. Mi padre resopló y dijo:
—Oye, Chris insiste
en que te vio el otro día en la televisión. En un canal de pago,
algún programa de
cotilleos. Los chicos no paran de decírmelo.
Suspiré.
—Diles que ver esos
programas es malo para las neuronas.
—¿Entonces no estás
saliendo con uno de los hombres más ricos de Estados
160
Unidos?
—No. ¿Y qué tal tu
vida amorosa? —le pregunté cambiando rápidamente de
tema—. ¿Estás
saliendo con alguien?
—Nada serio. Espera
—respondió a una llamada de la radio y, a continuación,
dijo—: Lo siento,
cariño. Tengo que irme. Te quiero. Te echo muchísimo de menos.
—Yo también te echo
de menos, papá. Cuídate.
—Siempre. Adiós.
Corté la llamada y
volví a mi sitio anterior para esperar que Cary recogiera sus
cosas. En aquel
paréntesis, mi mente empezó a torturarme. ¿Dónde estaba Gideon en ese
momento? ¿Qué estaba
haciendo?
¿Recibiría el lunes
un correo lleno de fotografías de él con otra mujer?
El domingo por la
tarde le pedí a Stanton que me prestara a Clancy y una de sus
limusinas para que me
llevara a la casa de los Vidal en el condado de Dutchess. Apoyada
en el respaldo del
asiento, miré por la ventanilla, admirando distraída la vista serena de las
praderas ondulantes y
los bosques verdes que se extendían hacia el lejano horizonte. Me di
cuenta de que estaba
viviendo el cuarto día sin Gideon. El dolor que había sentido los
primeros días se
había convertido en una vibración sorda que se parecía casi a una gripe.
Me dolía cada parte
del cuerpo, como si estuviera sufriendo algún retraimiento físico, y la
garganta me quemaba
por las lágrimas que no había derramado.
—¿Nerviosa? —me
preguntó Cary.
Le miré.
—La verdad es que no.
Gideon no va a estar.
—¿Estás segura?
—No iría si creyera
lo contrario. Tengo algo de orgullo, ¿sabes? —Vi que
golpeteaba los dedos
contra el brazo que había entre los dos asientos. En todo el rato que
habíamos estado de
compras el día anterior, él sólo había comprado una cosa: una corbata
de piel negra. Yo me
burlé de él sin piedad por ello. Él, con su perfecto sentido de la moda,
llevando una cosa
así.
Me sorprendió
mirándola.
—¿Qué? ¿Sigue sin
gustarte mi corbata? Creo que va muy bien con mis vaqueros de
estilo emo y
mi chaqueta lounge de calle.
—Cary —dije arqueando
los labios—, tú puedes ponerte cualquier cosa.
Era cierto. Cary
podía atreverse con cualquier estilo, gracias a su cuerpo esculpido,
alto y delgado y una
cara que podría hacer llorar a los ángeles.
Coloqué la mano sobre
sus inquietos dedos.
—¿Y tú? ¿Estás
nervioso?
—Trey no me llamó
anoche —murmuró—. Me dijo que lo haría.
Le apreté la mano
para tranquilizarlo.
—Sólo es una llamada,
Cary. Estoy segura de que no implica nada serio.
—Podría haberme
llamado esta mañana —continuó—. Trey no es raro, como los
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otros con los que he
salido. No se le pasaría llamarme, lo cual quiere decir que no ha
querido hacerlo.
—Esa rata asquerosa.
Me aseguraré de hacerte muchas fotos pasándolo en grande
con un aspecto sexy,
elegante y estupendo para torturarle con ellas el lunes.
Hizo una mueca con la
boca.
—Ah, lo enrevesada que
es la mente femenina. Es una pena que Cross no te vea
hoy. Creo que casi me
he empalmado cuando te he visto salir de tu habitación con ese
vestido.
—¡Puaj! —Le di un
manotazo en el hombro y lo miré con fingido enfado cuando se
rio.
El vestido nos había
parecido perfecto a los dos. Tenía un corte clásico, típico de
fiestas al aire
libre, con un corpiño ajustado y una falda a la altura de la rodilla con vuelo
desde la cintura. Era
liso con flores blancas. Pero ahí es donde terminaba el estilo de té y
bollos.
Lo atrevido estaba en
el escote, las capas de color negro y carmesí que se alternaban
y le daban volumen y
las flores de piel negra que parecían siniestros molinos. Cary había
sacado de mi armario
las sandalias rojas de Jimmy Choo y los pendientes de rubí para darle
el toque final.
Habíamos decidido que llevaría el pelo suelto sobre los hombros, en caso de
que llegáramos y nos
dijeran que era obligado llevar sombrero. En general, me sentía guapa
y segura.
Clancy nos condujo a
través de unas imponentes puertas de entrada con unas
iniciales incrustadas
y entramos a un camino circular siguiendo las indicaciones de un
mayordomo. Cary y yo
nos bajamos en la entrada y él me agarró del brazo, pues mis
tacones se hundieron
en la gravilla azul grisácea del camino que conducía a la casa.
Al entrar en la
enorme mansión de estilo Tudor de los Vidal, la familia de Gideon,
colocada en fila, nos
saludó afectuosamente. Su madre, su padrastro, Christopher y su
hermana.
Capté aquella visión
y pensé que la familia Vidal sólo podía tener un aspecto más
perfecto si Gideon
estuviera en la fila con ellos. Su madre y su hermana tenían su mismo
tono y presumían las
dos del mismo pelo de obsidiana lustrosa y ojos azules de abundantes
pestañas. Las dos
tenían una belleza como si hubieran sido finamente cinceladas.
—¡Eva! —La madre de
Gideon me atrajo hacia sí y, a continuación, me besó en
ambas mejillas sin
rozarme—. Estoy muy contenta de conocerte por fin. ¡Qué chica tan
preciosa eres! Y tu
vestido. Me encanta.
—Gracias.
Sus manos me
acariciaron el pelo y se ahuecaron alrededor de mi cara y, después, se
deslizaron por mis
brazos. Me resultó difícil aguantar aquello porque, a veces, las caricias
constituían para mí
un desencadenante de ansiedad si me las hacía una persona
desconocida.
—¿Tu cabello es rubio
natural?
—Sí —contesté,
sorprendida y confundida por la pregunta. ¿Quién le hacía a una
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extraña una pregunta
como aquélla?
—¡Fascinante! En fin,
bienvenida. Espero que lo pases de maravilla. Estamos muy
contentos de que hayas
podido venir.
En medio de una
extraña inquietud, me sentí aliviada cuando se fijó en Cary y
dirigió su atención
hacia él.
—Y tú debes de ser
Cary —canturreó—. Estaba segura de que mis dos hijos eran
los más atractivos
del mundo. Ahora veo que me equivocaba. Eres simplemente divino,
jovencito.
Cary mostró su
sonrisa más luminosa.
—Vaya, creo que me he
enamorado, señora Vidal.
Ella se rio con un
deleite gutural.
—Por favor, llámame
Elisabeth. O Lizzie, si eres lo suficientemente valiente.
Aparté la mirada y me
encontré con que Christopher Vidal, padre, me agarraba la
mano. En muchos
aspectos me recordó a su hijo, con sus ojos verdes pizarra y su sonrisa
juvenil. En otros,
supuso una agradable sorpresa. Vestido con pantalón caqui, mocasines y
una chaqueta de punto
de cachemira, parecía más un profesor universitario que el ejecutivo
de una discográfica.
—Eva. ¿Puedo
tutearte?
—Desde luego.
—Llámame Chris. Hace
que resulte un poco más fácil para diferenciarnos a
Christopher y a mí.
—Inclinó la cabeza a un lado mientras me contemplaba a través de unas
extravagantes gafas
doradas—. Ya entiendo por qué le gustas tanto a Gideon. Tus ojos son
de un gris borrascoso
y, sin embargo, muy claros y directos. Creo que son los ojos más
bonitos que he visto
nunca, aparte de los de mi esposa.
Me ruboricé.
—Gracias.
—¿Va a venir Gideon?
—No, que yo sepa.
—¿Por qué no sabían sus padres la respuesta a esa pregunta?—.
Siempre esperamos que
venga. —Hizo una señal a un criado—. Por favor, pasad al jardín.
Estáis en vuestra
casa.
Christopher me saludó
con un abrazo y un beso en la mejilla, mientras que la
hermana de Gideon,
Ireland, me examinó con un mohín que sólo una adolescente podría
adoptar.
—Eres rubia —dijo.
Pues
sí. ¿La preferencia de Gideon por las mujeres de cabello oscuro era
una
maldita norma o algo
así?
—Y tú una morena
preciosa.
Cary me ofreció su
brazo y yo lo acepté agradecida.
Mientras nos
alejábamos, me preguntó en voz baja:
—¿Son como te los
esperabas?
—Puede que su madre
sí. Su padrastro, no. —Miré hacia atrás para ver el elegante
163
vestido de tubo color
crema que le llegaba hasta los pies y que se ajustaba a la esbelta
figura de Elizabeth
Vidal. Pensé en lo poco que sabía yo de la familia de Gideon—. ¿Cómo
puede un niño llegar
a ser un empresario que toma el control del negocio familiar de su
padrastro?
—¿Cross tiene
acciones de Vidal Records?
—Participación
mayoritaria.
—Pues... Quizá esté
ayudándolo —sugirió—, echando una mano durante una época
difícil para la
industria musical.
—¿Por qué no le da el
dinero? —me pregunté.
—¿Porque es un astuto
hombre de negocios?
Con una fuerte
exhalación, descarté aquel pensamiento con un movimiento de la
mano para borrarlo de
mi mente. Asistía a esa fiesta por Cary, no por Gideon, y esa idea iba
a ser la primera y
más importante en mi cabeza.
Cuando salimos, nos
encontramos en una carpa grande y muy bien decorada
levantada en el
jardín de atrás. Aunque el día era lo bastante bonito como para estar al sol,
encontré un asiento
en una mesa circular cubierta con un mantel blanco adamascado.
Cary me dio una
palmada en el hombro.
—Tú relájate. Yo voy
a hacer contactos.
—Ve a por ellos.
Se fue con el
propósito de cumplir con su orden del día.
Yo di unos sorbos de
champán y charlé con todo el que se detenía a mi lado para
entablar una
conversación. Había muchos artistas de la discográfica en la fiesta cuya
música yo había
escuchado y a quienes observé en secreto, igual que a la cantidad infinita
de criados. La
atmósfera en general era informal y relajada.
Empezaba a pasarlo
bien cuando salió de la casa al jardín alguien a quien no
esperaba ver:
Magdalene Perez, con un aspecto fenomenal con su vestido de gasa de tonos
rosa que flotaba
alrededor de sus piernas.
Alguien me colocó una
mano en el hombro y lo apretó haciendo que el corazón se
me disparara, pues me
recordó a la noche en que Cary y yo habíamos ido al local de
Gideon. Pero esta
vez, quien me dio la vuelta era Christopher.
—Hola, Eva. —Se sentó
en la silla que había al lado de la mía y apoyó los codos en
sus rodillas
inclinándose hacia mí—. ¿Te lo estás pasando bien? No estás alternando mucho
con la gente.
—Lo estoy pasando en
grande. —Al menos, así había sido—. Gracias por
invitarme.
—Gracias a ti por
venir. Mis padres están encantados de que estés aquí. Y yo
también, claro. —Su
amplia sonrisa provocó la mía, al igual que su corbata, que estaba
entera cubierta de
viñetas de discos de vinilo—. ¿Tienes hambre? Los pasteles de cangrejo
están estupendos.
Coge uno cuando se acerque la bandeja.
—Lo haré.
—Dime si necesitas
cualquier cosa. Y resérvame un baile. —Me guiñó un ojo y, a
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continuación, se
levantó de un brinco y se marchó.
Ireland ocupó su
asiento, arreglándose el vestido con la maña de una graduada en un
colegio femenino. El
pelo le caía hasta la cintura y me gustaban sus preciosos ojos, que
miraban con
franqueza. Tenía un aspecto más sofisticado que las chicas de diecisiete años,
edad que supuse que
tendría según los recortes de prensa que Cary había recopilado.
—Hola.
—Hola.
—¿Dónde está Gideon?
Me encogí de hombros
ante aquella pregunta tan directa.
—No estoy segura.
Ella asintió
sabiamente.
—Le gusta estar solo.
—¿Siempre ha sido
así?
—Supongo que sí. Se
fue de casa cuando yo era pequeña. ¿Le quieres?
La respiración se me
cortó durante un segundo. La solté rápidamente y simplemente
contesté:
—Sí.
—Eso pensé cuando vi
el vídeo de vosotros dos en Bryant Park. —Se mordió su
exuberante labio
inferior—. ¿Es divertido? Ya sabes... para salir con él y eso.
—Ah, bueno... —Dios
mío. ¿Había alguien que conociera a Gideon?—. Yo no diría
que es divertido,
pero nunca es aburrido.
La banda de música
empezó a tocar «Come fly with me» y Cary apareció a mi lado
como por arte de
magia
—Es hora de dejarme
en buen lugar, Ginger.
—Haré lo que pueda,
Fred.
Miré a Ireland con
una sonrisa.
—Discúlpame un
momento.
—Tres minutos y
diecinueve segundos. —me corrigió, mostrando parte de los
conocimientos de su
familia sobre música.
Cary me llevó a la
pista de baile vacía y me puso a bailar un rápido foxtrot. Tardé
un poco en seguir el
paso porque durante días la tristeza me había entumecido y me había
puesto tensa.
Entonces, la sinergia de dos amigos de toda la vida entró en juego y nos
deslizamos por la
pista con amplios pasos.
Cuando la voz del
cantante se desvaneció con la música, nos paramos, sin aliento.
Tuvimos la grata
sorpresa de recibir unos aplausos. Cary hizo un saludo elegante y yo me
agarré a su mano para
mantener el equilibrio mientras hacía una reverencia.
Cuando levanté la
cabeza y me incorporé, vi a Gideon delante de mí. Sobresaltada,
di un traspiés. Iba
vestido de una forma nada apropiada, con vaqueros y una camisa blanca
por fuera del
pantalón abierta por el cuello y con las mangas subidas. Pero era tan guapo
que aun así hacía que
los demás casi dieran pena.
La tremenda ansia que
sentí al verle me abrumó. Vagamente me di cuenta de que el
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cantante de la banda
se llevaba a Cary, pero yo no podía apartar la mirada de Gideon, cuyos
ojos completamente
azules atravesaban los míos.
—¿Qué haces aquí?
—soltó frunciendo el ceño.
Yo retrocedí ante su
brusquedad.
—¿Cómo dices?
—No deberías estar
aquí. —Me agarró por el brazo y empezó a arrastrarme hacia la
casa—. No te quiero
aquí.
Si me hubiese
escupido en la cara no me habría destrozado más. Tiré del brazo para
soltarme de él y
caminé con paso enérgico hacia la casa con la cabeza en alto, rezando por
poder llegar a la
intimidad de la limusina y la vigilancia protectora de Clancy antes de que
empezaran a caer las
lágrimas.
Por detrás de mí,
escuché que una voz femenina llamaba a Gideon por su nombre y
rogué porque esa
mujer lo entretuviera lo suficiente como para que yo pudiera salir sin más
enfrentamientos.
Creí que estaba a
punto de conseguirlo cuando pasé al fresco interior de la casa.
—Eva, espera.
Mis hombros se
encorvaron al escuchar la voz de Gideon y me negué a mirarle.
—Déjame. Conozco el
camino de salida.
—No he terminado...
—¡Yo sí! —Me di la
vuelta para mirarle—. No te atrevas a hablarme así. ¿Quién te
crees que eres?
¿Crees que he venido por ti? ¿Que esperaba verte para que me lanzaras un
maldito hueso o un
trozo de comida... algún patético reconocimiento de mi existencia?
¿Que quizá podría
acosarte para echar un polvo rápido y sucio en cualquier rincón en un
penoso esfuerzo por
recuperarte?
—Cállate, Eva. —Su
mirada era abrasadora y tenía la mandíbula tensa y apretada—
. Escúchame...
—Sólo he venido
porque me dijeron que tú no estarías aquí. He venido por Cary y
por su carrera. Así
que, ya puedes volver a la fiesta y olvidarte de mí de nuevo. Te aseguro
que cuando salga por
la puerta yo haré lo mismo contigo.
—Cierra la maldita
boca. —Me agarró por los codos y me zarandeó tan fuerte que
apreté los dientes—.
Cállate y déjame hablar.
Le di una bofetada lo
suficientemente fuerte para girarle la cara.
—¡No me toques!
Con un gruñido,
Gideon me atrajo hacia él y me besó con fuerza, haciéndome daño
en los labios. Tenía
la mano en mi pelo y lo agarraba con brusquedad, sujetándome de
forma que no podía
apartar la cara. Mordí la lengua que tan agresivamente metía en mi
boca y, a continuación,
su labio inferior, probando el sabor de su sangre, pero no se detuvo.
Tiré de mis hombros
con toda mi fuerza, pero no pude apartarlo.
¡Maldito
Stanton! Si no hubiese sido por él y por la loca de mi madre, habría podido
tener en mi haber
unas cuantas clases de Krav Maga.
Gideon me besaba como
si estuviera hambriento por mi sabor y mi resistencia
166
empezó a ablandarse.
Me gustaba su olor, tan familiar para mí. Su cuerpo se amoldaba
perfectamente
al mío. Los pezones me traicionaron, endureciéndose hasta
convertirse en
puntas afiladas, y un
hilo de excitación caliente empezó a acumularse lentamente en mi
interior. El corazón
me latía con fuerza en el pecho.
¡Dios, cómo lo
deseaba! Las ansias no habían desaparecido ni siquiera por un
momento.
Me levantó del suelo.
Atrapada entre sus fuertes garras, me costaba respirar y la
cabeza empezó a darme
vueltas. Cuando me hizo atravesar la puerta y la cerró con una
patada detrás de él,
sólo pude lanzar un débil grito de protesta.
Me vi presionada
contra una pesada puerta de cristal al otro lado de una biblioteca
mientras el cuerpo
duro y fuerte de Gideon dominaba el mío. El brazo que tenía sobre mi
cintura se deslizó
hacia abajo y su mano hurgó entre mi falda en busca de las curvas de mi
culo expuesto bajo
mis bragas de encaje. Atrajo mi cadera con fuerza hacia la suya,
haciéndome sentir lo
duro y excitado que estaba. Mi sexo se estremeció de deseo,
dolorosamente vacío.
Abandoné cualquier
tipo de resistencia. Dejé caer los brazos a ambos lados y apreté
las palmas de las
manos contra el cristal. Sentí la frágil tensión que se escapaba de su
cuerpo a medida que
yo me rendía suavemente y cómo la presión de su boca se relajaba
mientras sus besos se
convertían en mimos apasionados.
Susurró con
brusquedad:
—Eva. No te enfades
conmigo. No puedo soportarlo.
Cerré los ojos.
—Deja que me vaya,
Gideon.
Acarició su mejilla
contra la mía respirando fuerte y rápido sobre mi oreja.
—No puedo. Sé que
estás enfadada por lo que viste la otra noche... lo que me estaba
haciendo a mí mismo...
—¡Gideon, no! —Dios
mío, ¿cree que lo dejé por eso?—. No es eso por lo que...
—Me estoy volviendo
loco sin ti. —Deslizaba los labios por mi cuello y su lengua
chocaba contra mi
pulso acelerado. Me chupó la piel y el placer me recorrió todo el
cuerpo—. No puedo
pensar. No puedo trabajar ni dormir. El cuerpo me duele sin ti. Puedo
hacer que me desees
de nuevo. Déjame intentarlo.
Las lágrimas se
liberaron y corrieron por mi rostro. Salpicaban la parte superior de
mis pechos y él las
lamió hasta secarlas.
¿Cómo iba a
recuperarme nunca si me volvía a hacer el amor? ¿Cómo iba a
sobrevivir si no lo
hacía?
—Nunca he dejado de
desearte —susurré—. No puedo hacerlo. Pero me has hecho
daño, Gideon. Tienes
el poder de hacerme más daño que ninguna otra persona.
Me miró a la cara
completamente confundido.
—¿Que te he hecho
daño? ¿Cómo?
—Me has mentido. Me
has excluido. —Coloqué las manos sobre su rostro porque
necesitaba que
entendiera esto claramente—. Tu pasado no puede apartarme de ti. Sólo tú
167
puedes hacerlo. Y lo
has hecho.
—No sabía qué hacer
—dijo con tono áspero—. Nunca he querido verme así...
—Ése es el problema,
Gideon. Quiero saber quién eres, lo bueno y lo malo que hay
en ti, y hay cosas de
ti que quieres mantener ocultas. Si no te abres vamos a terminar
perdiéndonos el uno
al otro y yo no voy a poder soportarlo. Ahora apenas estoy
sobreviviendo.
Durante los últimos cuatro días me he estado arrastrando. Otra semana, un
mes... Me destrozaría
tener que dejarte.
—Puedo dejarte
entrar, Eva. Lo estoy intentando. Pero tu primera reacción cuando
lo fastidié fue salir
huyendo. Lo haces siempre y no puedo soportar sentir que en cualquier
momento voy a hacer o
decir algo malo y tú vas a salir disparada.
Volvía a hablar con
ternura mientras rozaba sus labios con los míos hacia uno y otro
lado. No discutí con
él. ¿Cómo iba a hacerlo si tenía razón?
—Esperaba que
volvieses por tu cuenta —murmuró—, pero no puedo seguir
estando lejos de ti,
te sacaré de aquí si es necesario. Lo que haga falta con tal de volver a
estar los dos en la
misma habitación y hablar de todo esto.
—¿Esperabas que yo
volviera? —balbuceé—. Yo creía... Me devolviste mis llaves.
Pensé que habíamos
terminado.
Dio un paso atrás,
con los rasgos del rostro intensamente marcados.
—Lo nuestro nunca terminará,
Eva.
Le miré y el corazón
me dolió como una herida abierta al ver lo hermoso que era, lo
destrozado que estaba
por el dolor, un dolor que, en cierto modo, había provocado yo.
De puntillas, le besé
la enrojecida huella de la mano que le había dejado en la
mejilla, agarrando su
espeso y sedoso cabello con mis manos.
Gideon dobló las
rodillas para que nuestros cuerpos se alinearan y su respiración era
fuerte e irregular.
—Haré lo que quieras,
lo que necesites. Lo que sea. Pero vuelve conmigo.
Quizá debía temer la
intensidad de su ansia, pero yo sentía la misma locura
apasionada por él.
Deslizando las manos
por su pecho mientras trataba de aliviar su temblor, le dije la
cruel verdad:
—Parece que no vamos
a poder dejar de hacernos infelices el uno al otro, no puedo
seguir haciéndote
esto y tú no puedes seguir sufriendo esta locura de altibajos. Necesitamos
ayuda, Gideon. Somos
una pareja gravemente disfuncional.
—Fui a ver al doctor
Petersen el viernes. Voy a ser su paciente y, si estás de
acuerdo, puede
tratarnos a los dos como pareja. Supuse que si tú puedes confiar en él, yo
también podré.
—¿El doctor Petersen?
—Recordé la breve sacudida que sentí al ver un todoterreno
Bentley de color
negro cuando Clancy me recogió en la consulta del médico. En ese
momento, me dije a mí
misma que se trataba de una ilusión. Al fin y al cabo, había
montones de
todoterrenos negros en Nueva York—. Has hecho que me sigan.
Su pecho se hinchó
respirando hondo. No lo negó.
168
Me mordí la lengua.
No podía imaginar lo terrible que debía ser para él tener tanta
dependencia de algo
—o de alguien— y no poder controlarlo. Lo que más importaba en ese
momento era su
voluntad para intentarlo y el hecho de que no se tratara sólo de palabras.
Había dado pasos
reales.
—Va a costar mucho
esfuerzo, Gideon —le advertí.
—No me da miedo el
esfuerzo. —Me acariciaba nerviosamente, deslizando sus
manos por mis muslos
y mis nalgas como si acariciar mi piel desnuda fuera para él tan
necesario como
respirar—. Lo único que me da miedo es perderte.
Apreté mi mejilla
contra la suya. Nos completábamos el uno al otro. Incluso
entonces, mientras
sus manos recorrían mi cuerpo con afán de posesión, sentí que algo se
derretía en mi alma,
el desesperado alivio de estar en los brazos, por fin, del hombre que
comprendía y
satisfacía mis deseos más profundos e íntimos.
—Te necesito.
—Deslizaba su boca por mi mejilla y mi cuello—. Necesito estar
dentro de ti...
—No. Dios mío.
Aquí no. —Pero mi protesta sonó muy débil incluso para mis
propios oídos. Lo
deseaba en todas partes, en todo momento, de todas las formas...
—Tiene que ser aquí
—murmuró poniéndose de rodillas—. Tiene que ser ahora.
Rozó mi piel rasgando
la puntilla de mis medias. Luego hurgó en mi falda hasta la
cintura y me lamió el
coño, abriéndose paso con la lengua entre mis pliegues para acariciar
mi palpitante
clítoris.
Ahogué un grito y
traté de retroceder, pero no podía ir a ningún lado. No con esa
puerta a mi espalda y
un Gideon denodadamente decidido delante de mí, que me agarraba
con una mano mientras
con la otra levantaba mi pierna izquierda sobre su hombro y me
abría ante su
ardiente boca.
Golpeé la cabeza
contra el cristal y el calor se extendió por mi sangre desde el punto
donde su lengua me
estaba volviendo loca. Doblé las piernas sobre su espalda, obligándole
a que se acercara
más, y apoyé mis manos sobre su cabeza para que no se moviera mientras
yo me balanceaba
contra él. Sentir el satén duro de su pelo contra la sensible parte interior
de mis muslos era su
provocación y hacía que yo fuera más consciente de todo lo que me
rodeaba.
Estábamos en la casa
de los padres de Gideon, en mitad de una fiesta a la que
habían asistido
docenas de personas famosas y él estaba de rodillas, saciando su hambre
entre gruñidos
mientras lamía y chupaba mi resbaladiza y ansiosa vagina. Sabía bien cómo
conseguirme, sabía lo
que me gustaba y lo que necesitaba. Conocía mi naturaleza de tal
forma que iba más
allá de sus aptitudes orales. Aquella combinación era devastadora y
adictiva.
Mi cuerpo se sacudía,
mis párpados se cerraban con aquel placer ilícito.
—Gideon... Vas a
hacer que me corra.
Frotaba su lengua una
y otra vez por aquella apretada entrada de mi cuerpo,
provocándome,
haciendo que me clavara sin pudor aquella boca en funcionamiento. Sus
manos se agarraban a
mi culo desnudo, amasándolo, impulsándome hacia su lengua
169
mientras él la
empujaba dentro de mí. Había cierta veneración en la golosa forma en que
disfrutaba de mí, la
inequívoca sensación de que adoraba mi cuerpo, de que dándole placer
y obteniéndolo
también era tan esencial para él como la sangre de sus venas.
—Sí —dije entre
dientes, sintiendo cómo llegaba el orgasmo. El champán me había
achispado y el olor
caliente de la piel de Gideon se mezclaba con mi propia excitación. Mis
pechos se tensaron
dentro de mi cada vez más apretado sujetador sin tirantes y mi cuerpo se
estremecía, a punto
de llegar a un orgasmo desesperadamente necesitado—. Estoy a punto.
Vislumbré un
movimiento en el otro extremo de la habitación y me quedé inmóvil
mientras mis ojos se
cruzaban con los de Magdalene. Estaba al otro lado de la puerta,
detenida a mitad de
camino, mirando con los ojos y la boca muy abiertos cómo se movía la
cabeza de Gideon.
Pero él no se dio
cuenta o estaba demasiado apasionado como para que le importara.
Sus labios daban
vueltas alrededor de mi clítoris con las mejillas hundidas. Chupando con
ritmo cadencioso,
masajeando aquella zona hipersensible con la punta de la lengua.
Todo mi cuerpo se
puso ferozmente tenso y, después, se liberó con un ardiente
estallido de placer.
El orgasmo salió de
mí con una ola abrasadora. Grité, bombeando mi cadera de una
forma mecánica contra
su boca, perdida entre aquella conexión primaria entre los dos.
Gideon me agarró
mientras mis piernas flaqueaban, lamiendo mi carne estremecida hasta
que pasó el último
temblor.
Cuando volví a abrir
los ojos, nuestro único miembro del público había
desaparecido.
Poniéndose de pie
rápidamente, Gideon me cogió y me llevó hasta el sofá. Me dejó
caer a lo largo sobre
los cojines y luego me levantó la cadera para apoyarla sobre el brazo,
haciendo que mi
espalda se arqueara.
Lo vi subir por mi
torso. ¿Por qué no doblarme y follarme por detrás?
Entonces, se abrió la
cremallera y sacó su gran y hermoso pene y no me importó
cómo me tomara,
siempre que lo hiciera. Solté un gemido cuando entró en mí y mi cuerpo
se esforzó por alojar
aquella maravillosa plenitud que tanto ansiaba. Tirando de mis caderas
para que recibieran
sus potentes estocadas, Gideon aporreó mi tierno sexo con aquella
columna de carne
rígida tan brutalmente gruesa, mirándome con sus ojos oscuros y
posesivos y dejando
escapar resoplidos primitivos cada vez que golpeaba el extremo de mi
interior.
De mí salió un gemido
tembloroso y la fricción de sus embistes estimulaba mi
nunca saciada
necesidad de perder el sentido mientras era follada por él. Sólo por él.
Unas cuantas caricias
y su cabeza cayó hacia atrás mientras pronunciaba mi nombre
entre jadeos,
curvando su cadera para llevarme al delirio.
—Apriétame, Eva.
Apriétame la polla.
Cuando le obedecí, el
sonido irregular que salió de él me excitó tanto que mi sexo
se estremeció al
oírlo.
—Sí, cielo... así.
170
Me apreté contra él
mientras maldecía. Me miró a los ojos y su impresionante color
azul se nubló por la
euforia sexual. Un estremecimiento convulsivo sacudió de su poderoso
cuerpo, seguido de un
sonido de éxtasis agonizante. Su polla se corrió dentro de mí, una,
dos veces, y después
siguió corriéndose larga y dura, descargándose a chorros y
acaloradamente en las
ansiosas profundidades de mi cuerpo.
No me dio tiempo de
volver a llegar al orgasmo, pero no me importó. Lo miré con
sobrecogimiento y
auténtico triunfo femenino. Yo podía hacerle eso a él.
En los momentos del
orgasmo, yo lo poseía de una forma tan absoluta como él me
poseía a mí.Volver a capítulos
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