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No te escondo nada - Sylvia Day - Cap.16

Gideon se plegó sobre mí con el pelo cayéndole hacia adelante y haciéndome
cosquillas en el pecho y con los pulmones agitándose con fuerza.
—Dios, no puedo pasar un solo día sin esto. Incluso las horas del trabajo se me
hacen demasiado largas.
Pasé los dedos por las raíces de su cabello, húmedas por el sudor.
—Yo también te he echado de menos.
Me acarició los pechos con la nariz.
—Cuando no estás conmigo, siento que... No vuelvas a marcharte, Eva. No puedo
soportarlo.
Me levantó para tenerme delante de él, ocultando su polla dentro de mí hasta que las
suelas de mis tacones tocaron el suelo de parqué.
—Ven conmigo a casa ahora.
—No puedo dejar a Cary.
—Entonces nos lo llevaremos con nosotros. ¡Shh! Antes de que protestes, lo que sea
que él desee sacar de esta fiesta puedo conseguírselo yo. Quedándose aquí no va a lograr
nada.
—Quizá se esté divirtiendo.
—No quiero que estés aquí. —De repente, parecía distante, con un tono de voz
demasiado controlado.
—¿Sabes cuánto me duele que digas eso? —protesté en voz baja sintiendo un fuerte
dolor en el pecho—. ¿Qué tengo de malo para que no quieras que me acerque a tu familia?
Me abrazó y sus manos vagaron por mi espalda con dulces caricias.
—No, cielo. Tú no tienes nada de malo. Es esta casa. No... no puedo estar aquí.
¿Quieres saber qué es lo que pasa en mis sueños? Es esta casa.
—Vaya. Lo siento, no lo sabía. —Sentí en el estómago un nudo de preocupación y
confusión.
Algo en mi voz hizo que me diera un beso en el entrecejo.
—Hoy he sido brusco contigo. Perdona. Me pongo tenso y nervioso cuando estoy
aquí, pero eso no es excusa.
Coloqué las manos en su rostro y lo miré a los ojos, viendo las tumultuosas
emociones que tan acostumbrado estaba a ocultar.
—No te disculpes nunca por mostrarte conmigo tal cual eres. Eso es lo que quiero.
Quiero ser el lugar donde te sientas seguro, Gideon.
—Lo eres. No sabes cuánto, pero encontraré el modo de decírtelo. —Apoyó su
frente sobre la mía—. Vámonos a casa. Te he comprado unas cosas.
—¿Sí? Me encantan los regalos. —Sobre todo si procedían de mi autoproclamado
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novio nada romántico.
Con cuidado, empezó a salirse de mí. Me sorprendió ver lo húmeda que estaba, lo
mucho que se había corrido. Los últimos centímetros de su polla salieron precipitadamente
y el semen manchó la parte interna de mis muslos. Un momento después, dos insolentes
gotitas cayeron sobre el suelo de parqué entre mis piernas extendidas.
—Ay, mierda —gruñó—. Eso ha sido jodidamente excitante. Se me está poniendo
dura otra vez.
Me quedé mirando la descarada manifestación de su virilidad y sentí calor.
—No puedes hacerlo otra vez después de esto.
—¡Cómo que no puedo?
Colocando la palma de la mano en mi sexo, frotó la humedad por mi cuerpo,
cubriendo los labios exteriores y masajeando los pliegues. La euforia se extendió por mi
cuerpo como el calor de un buen licor, una sensación de satisfacción que procedía
únicamente de saber que Gideon había encontrado el placer en mí y en mi cuerpo.
—Me convierto en un animal contigo —murmuró—. Quiero marcarte. Quiero
poseerte tan completamente que no haya separación entre los dos.
Empezó a mover la cadera en diminutos círculos mientras sus palabras y caricias
volvían a avivar el deseo que había provocado con los embistes de su polla. Yo quería
correrme otra vez, sabía que me sentiría una desgraciada si tenía que esperar hasta llegar a
su cama. Con él, yo era también una criatura sexual con la que tenía tal sintonía física y tan
positiva que nunca me haría daño físicamente, que me haría sentir... libre.
Rodeé su muñeca con los dedos y dirigí suavemente su mano alrededor de mi
cadera para que me agarrara desde atrás. Mordiéndole el mentón reuní el valor que él me
inspiraba y susurré:
—Tócame aquí con los dedos. Márcame ahí.
Se quedó inmóvil, con el pecho elevándose y descendiendo rápidamente.
Levantó la voz.
—Yo no... No practico sexo anal, Eva.
Mirándole a los ojos, vi algo oscuro e imprevisible. Algo muy doloroso.
De todo lo que tenemos en común...
La pasión salvaje de nuestra lujuria se suavizó convirtiéndose en la cálida
familiaridad del amor. Con el corazón casi destrozado, confesé:
—Yo tampoco. Al menos, no voluntariamente.
—Entonces... ¿por qué? —La confusión de su voz me conmovió profundamente.
Le abracé, apretando la mejilla contra su hombro y escuchando los ligeramente
aterrados latidos de su corazón.
—Porque creo que tus caricias pueden borrar las de Nathan.
Apretó su mejilla contra la parte superior de mi cabeza.
—Ay, Eva.
Me acurruqué más entre su cuerpo.
—Haces que me sienta segura.
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Estuvimos agarrados el uno al otro durante un largo rato. Escuché cómo sus latidos
se volvían más lentos y su respiración se apaciguaba. Tomé aire con fuerza, saboreando la
mezcla de su aroma personal mezclada con el olor de la fuerte pasión y el sexo aún más
fuerte.
Cuando la punta de su dedo corazón se deslizó sutil y suavemente por encima de mi
ano, me sorprendí y me retiré hacia atrás para mirarle.
—¿Gideon?
—¿Por qué yo? —me preguntó suavemente, con sus preciosos ojos, oscuros y
atormentados—. Sabes que estoy jodido, Eva. Ya has visto lo que yo... la noche que me
despertaste... Lo has visto, joder. ¿Cómo puedes confiarme tu cuerpo de esta forma?
—Me fío de mi corazón y de lo que me dice. —Acaricié la profunda línea que se
había formado entre sus cejas—. Puedes hacer que recupere mi cuerpo, Gideon. Creo que
eres el único que puede hacerlo.
Cerró los ojos y su frente húmeda tocó la mía.
—¿Tienes alguna palabra de seguridad, Eva?
Sorprendida, volví a echarme hacia atrás para estudiar su cara. Unos cuantos
miembros de mi terapia de grupo habían hablado de relaciones de dominación y sumisión.
Algunos necesitaban un control total para sentirse seguros durante el sexo. Otros caían en el
extremo opuesto de la línea y descubrían que el bondage y la humillación satisfacían su
profunda necesidad de sentir dolor para experimentar el placer. Para quienes practicaban
ese estilo de vida, la palabra de seguridad era un modo inequívoco de decir «Basta». Pero
no entendí qué tenía eso que ver con Gideon y conmigo.
—¿Y tú?
—No la necesito. —Entre mis piernas, la suave caricia de su dedo se volvió menos
tentadora. Repitió la pregunta:
—¿Tienes alguna palabra de seguridad?
—No. Nunca la he necesitado. La postura del misionero, la del perro, el vibrador...
hasta ahí llegan mis locas habilidades en la cama.
Eso produjo cierto tinte de diversión en su antes severo rostro.
—Gracias a Dios. De lo contrario, no saldría con vida estando contigo.
Y la punta de su dedo siguió masajeándome, incitando un oscuro anhelo. Gideon
podía provocarme eso, hacer que me olvidara de todo lo que había ocurrido antes. No había
detonantes sexuales negativos con él. Ninguna vacilación ni miedo. Él me había dado eso.
A cambio, yo quería regalarle el cuerpo que él había liberado de mi pasado.
El reloj de pie que había al lado de la puerta empezó a dar la hora.
—Gideon, llevamos desaparecidos mucho rato. Van a venir a buscarnos.
Hizo una pequeña presión sobre mi sensible rosetón, sin apenas apretar.
—¿De verdad te importa eso?
Arqueé la cadera al sentir su tacto. Aquella expectativa hizo que volviera a ponerme
caliente.
—No hay nada que me importe cuando me estás tocando.
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Elevó la mano que tenía libre hasta mi pelo y la colocó sobre el cuero cabelludo,
inmovilizándome la cabeza.
—¿Alguna vez has disfrutado con el sexo anal, fuera o no deliberadamente?
—No.
—Y aun así, confías en mí lo suficiente como para pedírmelo. —Me besó en la
frente mientras arrastraba la humedad de su semen hacia mi trasero.
Me agarré a su cintura.
—No tienes por qué hacerlo...
—Sí que tengo que hacerlo. —Utilizó un tono malicioso al decir aquello—. Si
ansías algo, seré yo quien te lo dé. Tengo que ser yo quien satisfaga todas tus necesidades,
Eva. Cueste lo que cueste.
—Gracias, Gideon. —Moví nerviosamente mis caderas mientras él seguía
lubricándome con suavidad—. Yo también quiero ser lo que tú necesites.
—Ya te he dicho lo que necesito, Eva... control —Movió sus labios abiertos de un
lado a otro sobre los míos—. Me estás pidiendo que te lleve de nuevo por lugares
dolorosos, y lo haré, si eso es lo que necesitas. Pero debemos ir con muchísimo cuidado.
—Lo sé.
—La confianza es importante para los dos. Si la rompemos, podríamos perderlo
todo. Piensa en una palabra que relaciones con el poder. Tu palabra de seguridad, cielo.
Elige una.
La presión de ese único dedo se volvió más insistente. Gemí.
—Crossfire.
—Mmmm... Me gusta. Muy adecuada. —Metió la lengua en mi boca, tocando
apenas la mía antes de retirarla. Su dedo acariciaba mi ano una y otra vez, metiendo su
semen por el arrugado agujero, escapándose de sus labios un suave gruñido al doblarlo con
una súplica silenciosa por llegar a más.
La siguiente vez que presionó sobre el anillo, yo empujé hacia afuera y él deslizó la
yema del dedo dentro de mí. La sensación de la penetración fue increíblemente intensa.
Al igual que antes, la rendición se apoderó de mi cuerpo, dejándome lánguida.
—¿Estás bien? —preguntó Gideon con voz áspera mientras yo me combaba hacia
él—. ¿Quieres que pare?
—No... No pares.
Lo metió un poco más y yo lo rodeé con mi cuerpo, una reacción desesperada ante
la sensación de que algo se deslizaba entre mis delicados tejidos.
—Estás caliente, ardiendo. —murmuró—. Y muy suave. ¿Te duele?
—No. Más, por favor.
Gideon retiró su dedo y, a continuación, lo introdujo hasta el nudillo, despacio y
suavemente. Yo me estremecí del gusto, sorprendida de la sensación que daba, esa pequeña
y provocadora sensación de plenitud en mi trasero.
—¿Qué se siente? —preguntó con voz ronca.
—Bien. Todo lo que me haces me gusta.
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Volvió a sacarlo y lo metió de nuevo hasta el fondo. Inclinándome hacia delante,
eché la cadera hacia atrás para que pudiera acceder más fácilmente y presioné mis pechos
contra el suyo. Apretó su puño sobre mi pelo y me echó la cabeza hacia atrás para poder
darle a mi boca un beso apasionado y húmedo. Nuestras bocas abiertas se deslizaban una
sobre la otra, de forma más frenética a medida que aumentaba mi excitación. La sensación
del dedo de Gideon dentro de aquel lugar tan sexual y oscuro, moviéndose con aquel suave
ritmo, me hizo balancearme hacia atrás para recibir sus estocadas dentro de mí.
—Eres tan hermosa —murmuró con una voz infinitamente suave—. Me encanta
darte placer. Me encanta ver cómo el orgasmo recorre todo tu cuerpo.
—Gideon. —Yo estaba perdida, ahogándome en el poderoso regocijo de estar
agarrada a él, de ser querida por él. Aquellos cuatro días sola me habían enseñado lo
desgraciada que me sentiría si no arreglábamos las cosas, lo aburrido y gris que sería mi
mundo si Gideon no formaba parte de él—. Te necesito.
—Lo sé. —Me lamió los labios haciendo que la cabeza me diera vueltas—. Estoy
aquí. El coño se te estremece y se te está poniendo tenso. Vas a correrte para mí otra vez.
Puse mis manos temblorosas entre los dos para cogerle la polla y vi que estaba dura.
Me levanté la ropa para que él pudiera introducir su sexo empapado. Metió unos
centímetros, al estar de pie la penetración no podía ser más profunda, pero la conexión fue
suficiente. Pasé mis brazos por encima de sus hombros y enterré la cara en su cuello
mientras las piernas me flaqueaban. Con su mano izquierda en mi pelo y su brazo
agarrándome la espalda, me acercó aún más.
Aceleró el ritmo de sus embestidas.
—Eva, ¿tienes idea de lo que estás haciendo conmigo?
Golpeaba su cadera contra la mía y con la ancha cresta de su polla me masajeaba
suavemente en un punto sensible.
—Me estás ordeñando la polla con esos pequeños estrujones hambrientos. Vas a
hacer que me corra. Cuando explotes yo lo haré contigo.
Yo era vagamente consciente de los ruidos de impotencia que salían de mi garganta.
Mis sentidos estaban sobrecargados por el olor de Gideon y el calor de su cuerpo duro, la
sensación de su polla frotándose con el interior de mi cuerpo y su dedo moviéndose en mi
culo. Estaba rodeada por él, llena de él, felizmente poseída en todos los aspectos. El
orgasmo estaba llegando, palpitando por todo mi cuerpo, acumulándose en lo más profundo
de mí. No sólo por el placer físico, sino por saber que él estaba dispuesto a correr el riesgo.
Una vez más. Por mí.
Dejó el dedo quieto y yo protesté con un gemido.
—Calla. —susurró—. Viene alguien.
—¡Ay, Dios! Magdalene ha entrado antes y nos ha visto. ¿Y si se lo ha dicho a...?
—No te muevas. —Gideon no me soltó. Se quedó tal y como estaba, llenándome
por delante y por detrás, acariciando con la mano mi espalda y alisándome la ropa—. Tu
falda lo esconde todo.
Dando la espalda a la puerta de la habitación, presioné mi cara encendida contra su
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camisa.
La puerta se abrió. Hubo una pausa y, después:
—¿Va todo bien?
Christopher. Me sentí incómoda al no poder darme la vuelta.
Gideon contestó con tranquilidad, controlando la situación con serenidad
—Claro que sí. ¿Qué quieres?
Para mi sorpresa, él retomó el movimiento de su dedo hacia adentro y hacia afuera.
No con las profundas caricias de antes, sino con movimientos lentos y superficiales que con
la falda no se notaban. Excitada hasta el extremo y casi a punto del orgasmo, le hinqué las
uñas en el cuello. La tensión de mi cuerpo por el hecho de que Christopher estuviera en la
habitación no hizo más que aumentar la sensación erótica.
—¿Eva? —preguntó Christopher.
Tragué saliva.
—¿Sí?
—¿Estás bien?
Gideon corrigió su postura y eso hizo que su polla se moviera dentro de mí
golpeando mi palpitante clítoris con su pene.
—S-sí. Sólo estamos... hablando. Sobre... la cena. —Cerré los ojos mientras el dedo
de Gideon rozaba el delgado muro que lo separaba de su pene. Si volvía a darme en el
clítoris, me correría. Estaba demasiado cerca como para detenerlo.
El pecho de Gideon vibró bajo mi mejilla al hablar.
—Terminaremos antes si te vas, así que dime qué necesitas.
—Mamá te está buscando.
—¿Para qué? —Gideon volvió a moverse, rozando mi clítoris a la vez que hincaba
rápida y profundamente su dedo en mi culo.
Llegué al orgasmo. Temiendo el gemido de placer que deseaba sacar de mí, hundí
los dientes en el fuerte pectoral de Gideon. Él emitió un suave gruñido y empezó a correrse,
sacudiendo su polla mientras bombeaba densos chorros de semen dentro de mí.
El resto de la conversación se perdió bajo el fragor de mi sangre. Christopher dijo
algo, Gideon contestó y, a continuación, la puerta se volvió a cerrar. Gideon me levantó
para apoyarme sobre el brazo del sofá y empezó a dar embestidas entre mis piernas
abiertas, usando mi cuerpo para terminar con el resto de su orgasmo mientras gruñía en el
interior de mi boca, terminando así el encuentro sexual más salvaje y exhibicionista de mi
vida.
Después de aquello, Gideon me llevó de la mano al baño donde enjabonó
ligeramente una toallita y me limpió entre las piernas antes de prestar la misma atención a
su polla. El modo en que me cuidó fue dulce e íntimo, y demostró una vez más que por
muy primario que fuera su deseo de mí, me quería.
—No quiero que volvamos a pelearnos —dije en voz baja desde mi posición en la
barra.
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Lanzó la toalla por una rampa oculta para la ropa sucia y se subió la cremallera.
Entonces, se acercó a mí y me pasó sus dedos fríos por la mejilla.
—No nos peleamos, cielo. Simplemente tenemos que aprender a no espantarnos el
uno al otro.
—Haces que parezca muy fácil —refunfuñé. Considerar que alguno de los dos fuera
virgen sería ridículo, pero emocionalmente es eso lo que éramos. Andando a tientas en la
oscuridad y demasiado ansiosos, sin entender nada en absoluto y cohibidos, tratando de
impresionar y sin hacer caso a los sutiles matices.
—Si es fácil o difícil, no importa. Superaremos esto porque tiene que ser así. —
Hundió los dedos entre mi pelo, volviendo a peinármelo—. Lo hablaremos cuando
lleguemos a casa. Creo que he descubierto el meollo de nuestro problema.
Su convicción y determinación calmó la agitación que había estado sintiendo los
últimos días. Cerré los ojos, me tranquilicé y disfruté del placer táctil de que estuviera
jugando con mi pelo.
—Parece que tu madre se ha sorprendido al ver que soy rubia.
—¿Sí?
—Mi madre también lo estaba. No porque yo sea rubia —aclaré—, sino porque
tuvieras interés en alguna.
—¿De verdad?
—¡Gideon!
—¿Ajá? —Me dio un beso en la punta de la nariz y bajó las manos por mis brazos.
—No soy el tipo de chica que normalmente buscas, ¿no?
Me miró sorprendido.
—Tengo un solo tipo: Eva Lauren Tramell. Ésa es.
Volví los ojos hacia atrás.
—Vale, como quieras.
—¿Qué pasa? Tú eres la mujer con la que estoy.
—No importa. Simplemente siento curiosidad. Normalmente la gente no se sale de
sus preferencias.
Dando un paso adelante entre mis piernas, colocó los brazos alrededor de mis
caderas.
—Por suerte para mí, yo sí soy tu tipo.
—Gideon, tú no te adecuas a ningún tipo —dije alargando las palabras—. Tú
formas parte de una clase en la que sólo entras tú.
Hubo una chispa en sus ojos.
—Te gusta lo que ves, ¿verdad?
—Sabes que sí, y ése es el motivo por el que deberíamos salir de aquí antes de que
empecemos a follar como locos otra vez.
Juntando su mejilla con la mía, murmuró:
—Sólo tú podías hacer que me maravillara en un lugar que siempre me ha dado
asco. Gracias por ser exactamente lo que quiero y necesito.
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Le envolví con los brazos y las piernas, acercándolo a mí todo lo que pude.
—Gideon, has venido aquí por mí, ¿verdad? Para sacarme de este lugar que tanto
odias.
—Iría al infierno contigo, Eva. Y esto se acerca bastante a eso. —Suspiró con
fuerza—. Estaba a punto de ir a tu apartamento para llevarte conmigo cuando supe que ibas
a venir aquí. Tienes que mantenerte lejos de Christopher.
—¿Por qué dices eso siempre? A mí me parece muy simpático.
Gideon se apartó, mirando mi pelo entre sus dedos. Sus ojos se clavaron con fuerza
en los míos.
—Él siempre lleva la rivalidad entre hermanos hasta el extremo y es lo
suficientemente inestable como para convertirse en alguien peligroso. Se está acercando a ti
porque sabe que a través de ti puede hacerme daño. Tienes que fiarte de mí en esto.
¿Por qué Gideon se mostraba tan receloso respecto a las motivaciones de su
hermanastro? Debía tener una buena razón. De nuevo, aquello era otra de las cosas que no
compartía del todo conmigo.
—Me fío de ti. Claro que sí. Mantendré las distancias.
—Gracias. —Agarrándome por la cintura, me levantó en el aire y me puso de pie—.
Vamos a por Cary y salgamos de aquí cagando leches.
Volvimos a salir con mi mano en la suya. Me incomodaba saber que habíamos
estado desaparecidos mucho rato. El sol estaba poniéndose. Y no tenía las medias puestas.
Mi bragas destrozadas se hacían notar en el bolsillo frontal de los vaqueros de Gideon.
Él me miró mientras salíamos a la carpa.
—Debí habértelo dicho antes. Estás preciosa, Eva. Ese vestido te queda de
maravilla, igual que esos tacones rojos tan eróticos.
—Bueno, está claro que surten efecto. —Golpeé mi hombro contra el suyo—.
Gracias.
—¿Por el cumplido o por el polvo?
—Calla —le reprendí ruborizada.
Su risa maliciosa hizo que todas las mujeres giraran la cabeza al oírlo desde lejos, y
también algunos hombres. Colocando nuestras manos entrelazadas en mi espalda, me
acercó hacia él y me plantó un beso en la boca.
Su madre vino corriendo hacia nosotros con un brillo en los ojos y una amplia
sonrisa en su encantador rostro.
—¡Gideon! Cómo me alegra que estés aquí.
Parecía que iba a darle un abrazo, pero él cambió el gesto sutilmente, cargando el
aire que le rodeaba con un campo de fuerza invisible que también me incluía a mí.
Elizabeth se detuvo en seco.
—Mamá —dijo saludándola con la calidez de una tormenta glacial—. Puedes dar
las gracias a Eva de que yo haya venido. He venido para llevármela.
—Pero si se lo está pasando muy bien, ¿no es así, Eva? Deberías quedarte por ella
—Elizabeth me miró con ojos suplicantes.
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Flexioné los dedos alrededor de la mano de Gideon. Lo primero era él, de eso no
había duda, pero no pude más que desear conocer la historia que se escondía detrás de su
frialdad hacia una madre que parecía quererlo. Su mirada de adoración se deslizaba por un
rostro que tenía elementos del suyo propio, empapando ávidamente cada rasgo. ¿Cuánto
tiempo había pasado desde la última vez que ella lo había visto en persona?
Entonces me pregunté si podía ser que ella lo hubiese querido demasiado...
La repugnancia hizo que se me tensara la espalda.
—No pongas a Eva en un aprieto —dijo Gideon frotando sus nudillos contra mi
rígida espalda—. Ya has conseguido lo que querías. La has conocido.
—Quizá podríais venir a cenar esta semana.
Su única respuesta fue una ceja arqueada. Después levantó la mirada llamando mi
atención para que la siguiera. Vi a Cary salir de lo que parecía ser un laberinto de setos con
una princesa del pop muy conocida agarrada a su brazo. Gideon le hizo una señal para que
se acercara.
—¡Ay, no! ¡También Cary! —protestó Elizabeth—. Él es el alma de la fiesta.
—Sabía que te gustaría. —Gideon mostró sus dientes con algo que me pareció
demasiado severo como para ser una sonrisa—. Pero recuerda que es el amigo de Eva,
mamá. Eso hace que también sea amigo mío.
Me sentí enormemente aliviada cuando Cary se unió a nosotros y rompió la tensión
con su despreocupación.
—Te he estado buscando —me dijo—. Esperaba que estuvieras lista para
marcharnos. He recibido esa llamada que estaba esperando.
Mirando sus ojos chispeantes, supe que Trey se había puesto en contacto con él.
—Sí. Estamos listos.
Cary y yo dimos una vuelta para despedirnos y dar las gracias. Gideon permaneció a
mi lado como una sombra posesiva, mostrándose calmado pero claramente distante.
Nos dirigíamos todos hacia la casa cuando vi a Ireland mirando a Gideon. Me
detuve y me giré hacia él.
—Ve a por tu hermana para que podamos despedirnos.
—¿Qué?
—Está a tu izquierda. —Yo miré a la derecha para ocultar mi insistencia ante la
chica, quien supuse que sentía adoración por su hermano mayor.
Él hizo una señal a su hermana para que se acercara con un movimiento brusco de la
mano. Ella se tomó su tiempo, caminando sin prisa, su preciosa cara con una expresión de
aburrimiento militante. Miré a Cary con un movimiento de la cabeza, recordando muy bien
aquella época.
Apreté la muñeca de Gideon.
—Escucha. Dile que sientes que no hayáis podido poneros al día mientras has
estado aquí y que te llame alguna vez si quiere.
Gideon me lanzó una mirada maliciosa.
—¿Ponernos al día sobre qué?
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Acariciando su bíceps, contesté:
—Ella sería la que hablaría si le dieras la oportunidad.
Él frunció el ceño.
—Es una adolescente. ¿Por qué iba a darle la oportunidad de que me hable hasta por
los codos?
Me puse de puntillas y le susurré al oído:
—Porque así te deberé una.
Me miró con recelo un momento y, a continuación, me dio un fuerte beso en los
labios con un gruñido.
—Estás tramando algo. Dejémoslo en que me debes más de una. Ya decidiremos la
cantidad.
Asentí. Cary se meció sobre sus talones y giró un dedo índice sobre el otro dando a
entender que lo tenía a su merced.
Es justo, pensé, puesto que me tenía atrapado el corazón.
Me sorprendí cuando Gideon cogió las llaves del todoterreno Bentley que le daba
uno de los mayordomos.
—¿Has conducido tú? ¿Dónde está Angus?
—Tiene el día libre. —Acarició su nariz contra mi sien—. Te echaba de menos,
Eva.
Me introduje en el asiento delantero y él me cerró la puerta. Mientras me colocaba
el cinturón de seguridad, vi que se detenía junto al capó y miraba a dos hombres vestidos de
negro que esperaban junto a un lustroso coche negro al final del camino. Lo saludaron con
la cabeza y se metieron en el Mercedes Benz. Cuando Gideon salió del camino de entrada
de la familia Vidal, ellos nos siguieron justo detrás.
—¿Guardaespaldas? —pregunté.
—Sí. Salí rápidamente cuando me dijeron que estabas aquí y me perdieron la pista
un rato.
Cary se fue a casa con Clancy, así que Gideon y yo nos fuimos directamente al
ático. Me sorprendí excitándome al ver a Gideon conducir. Llevaba aquel vehículo de lujo
como todo lo demás: con seguridad, agresividad y un hábil control. Conducía rápido pero
no imprudentemente, serpenteando con facilidad en las curvas y en las rectas del pintoresco
camino de vuelta a la ciudad. Apenas hubo tráfico hasta que entramos en el atasco de
Manhattan.
Cuando llegamos a su apartamento, los dos fuimos directamente al baño principal y
nos desvestimos para darnos una ducha. Como si no pudiera dejar de tocarme, Gideon me
lavó de la cabeza a los pies. Luego me secó con una toalla y me envolvió en una bata nueva
de seda azulada con bordados y mangas de kimono. Terminó sacando de un cajón unos
pantalones de seda del mismo tono y con un cordón en la cintura para ponérselos él.
—¿No me das unas medias? —pregunté pensando en mi cajón de ropa interior sexy.
—No. Hay un teléfono que cuelga de la pared de la cocina. Pulsa el marcado rápido
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número uno y dile al que conteste que quiero doble ración de mi pedido habitual para la
cena del restaurante de Peter Luger.
—De acuerdo. —Salí de la sala de estar e hice la llamada; después, tuve que buscar
a Gideon. Lo encontré en su despacho, una habitación en la que yo no había estado antes.
Al principio, no pude ver bien aquel espacio porque la única luz procedía de la
lámpara de un cuadro de la pared y otra lámpara de mesa que había sobre su escritorio de
lustrosa madera. Además, mis ojos estaban más interesados en centrarse en él. Tenía un
aspecto absolutamente sensual e irresistible sobre su gran asiento de cuero negro. Sostenía
una copa de licor que calentaba entre sus manos y la belleza de su bíceps flexionado hizo
que sintiera un hormigueo por todo el cuerpo, al igual que el fuerte entrelazado de los
músculos de su abdomen.
Tenía la mirada puesta en la pared iluminada por la lámpara del cuadro, que
también atrajo mi atención. Me quedé sorprendida al ver la pieza: un enorme collage de
fotografías ampliadas de nosotros dos; la fotografía de nuestro beso en la calle en la puerta
del gimnasio... una instantánea de los dos tomada por la prensa en la cena de beneficencia...
una foto espontánea del tierno momento posterior a nuestra pelea en Bryant Park...
El foco de atención era la imagen que estaba en el centro y que me había hecho
mientras dormía en mi cama, iluminada tan sólo por la vela que había dejado encendida
para él. Era una foto íntima de voyeur, una imagen que decía más del fotógrafo que del
sujeto del retrato.
Me sentí profundamente conmovida ante aquella prueba de que estaba enamorado
de mí.
Gideon señaló la copa que había servido para mí previamente y que estaba en el
borde de su escritorio.
—Siéntate.
Yo obedecí curiosa. Había algo en él que era nuevo, una especie de motivación y
determinación tranquila unidas con la precisión de un láser.
¿Qué le había puesto así? ¿Y qué significaba aquello para el resto de nuestra
velada?
Luego vi el pequeño marco con un collage de fotos que había sobre su ordenador al
lado de mi copa y mi preocupación se desvaneció. Aquel portarretratos era muy parecido al
que ya tenía en mi escritorio, pero éste tenía tres fotografías de Gideon y yo juntos.
—Quiero que te lleves esto al trabajo —dijo en voz baja.
—Gracias.
Por primera vez en varios días, estaba feliz. Abracé el marco sobre mi pecho con
una mano y con la otra cogí la copa.
Sus ojos brillaron al verme tomar asiento.
—Todo el día me mandas besos desde tu foto de mi escritorio. Creo que es justo
que tú también te acuerdes de mí. De nosotros.
Me quedé sin respiración y el corazón me empezó a latir de forma irregular.
—Nunca me olvido de ti ni de nosotros.
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—Yo no te dejaría que lo hicieras. —Gideon dio un largo sorbo a su copa y la
garganta se le movió al tragar—. Creo que ya sé dónde dimos nuestro primer traspiés, el
que nos ha conducido a todos los tropezones que hemos tenido desde entonces.
—¿Sí?
—Dale un trago a tu Armagnac, cielo. Creo que lo vas a necesitar.
Di un cauteloso sorbo a la copa y, al instante, sentí el calor, seguido del
reconocimiento de que me gustaba aquel sabor. Di un trago más largo.
Dándole la vuelta a la copa entre las manos, Gideon dio otro sorbo y me miró
pensativo.
—Dime qué fue más excitante, Eva: ¿el sexo en la limusina cuando tú tenías el
control o el sexo en el hotel cuando lo tenía yo?
Me moví inquieta, dudando de adónde nos llevaría esa conversación.
—Yo pensaba que habías disfrutado con lo que pasó en la limusina. Me refiero a
mientras ocurría. No después, claro.
—Me encantó —dijo con calmada convicción—. La imagen de ti con ese vestido
rojo, gimiendo y diciéndome lo que te gustaba sentir mi polla dentro de ti permanecerá
conmigo mientras viva. Si te apetece volver a ser la que tiene el control en el futuro, me
apunto sin dudarlo.
Sentí nervios en el estómago. En los músculos de mis hombros empezaron a
formarse nudos.
—Gideon, estoy empezando a asustarme. Todo eso de palabras de seguridad y
control... parece como si esta conversación llevara a algún sitio al que yo no puedo ir.
—Estás pensando en bondage y dolor. Yo hablo de intercambio de poder
consensuado. —Gideon me estudiaba con atención—. ¿Quieres más brandy? Estás muy
pálida.
—¿Tú crees? —Coloqué la copa sobre la mesa—. Esto suena a que me estás
diciendo que eres dominante.
Curvó la boca formando una suave y sensual sonrisa.

—Cielo, eso ya lo sabías. De lo que te estoy hablando es de que tú eres sumisa.

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