Gideon se plegó sobre
mí con el pelo cayéndole hacia adelante y haciéndome
cosquillas en el
pecho y con los pulmones agitándose con fuerza.
—Dios, no puedo pasar
un solo día sin esto. Incluso las horas del trabajo se me
hacen demasiado
largas.
Pasé los dedos por
las raíces de su cabello, húmedas por el sudor.
—Yo también te he
echado de menos.
Me acarició los
pechos con la nariz.
—Cuando no estás
conmigo, siento que... No vuelvas a marcharte, Eva. No puedo
soportarlo.
Me levantó para
tenerme delante de él, ocultando su polla dentro de mí hasta que las
suelas de mis tacones
tocaron el suelo de parqué.
—Ven conmigo a casa
ahora.
—No puedo dejar a
Cary.
—Entonces nos lo
llevaremos con nosotros. ¡Shh! Antes de que protestes, lo que sea
que él desee sacar de
esta fiesta puedo conseguírselo yo. Quedándose aquí no va a lograr
nada.
—Quizá se esté
divirtiendo.
—No quiero que estés
aquí. —De repente, parecía distante, con un tono de voz
demasiado controlado.
—¿Sabes cuánto me
duele que digas eso? —protesté en voz baja sintiendo un fuerte
dolor en el pecho—.
¿Qué tengo de malo para que no quieras que me acerque a tu familia?
Me abrazó y sus manos
vagaron por mi espalda con dulces caricias.
—No, cielo. Tú no
tienes nada de malo. Es esta casa. No... no puedo estar aquí.
¿Quieres saber qué es
lo que pasa en mis sueños? Es esta casa.
—Vaya. Lo siento, no
lo sabía. —Sentí en el estómago un nudo de preocupación y
confusión.
Algo en mi voz hizo
que me diera un beso en el entrecejo.
—Hoy he sido brusco
contigo. Perdona. Me pongo tenso y nervioso cuando estoy
aquí, pero eso no es
excusa.
Coloqué las manos en
su rostro y lo miré a los ojos, viendo las tumultuosas
emociones que tan
acostumbrado estaba a ocultar.
—No te disculpes
nunca por mostrarte conmigo tal cual eres. Eso es lo que quiero.
Quiero ser el lugar
donde te sientas seguro, Gideon.
—Lo eres. No sabes
cuánto, pero encontraré el modo de decírtelo. —Apoyó su
frente sobre la mía—.
Vámonos a casa. Te he comprado unas cosas.
—¿Sí? Me encantan los
regalos. —Sobre todo si procedían de mi autoproclamado
172
novio nada romántico.
Con cuidado, empezó a
salirse de mí. Me sorprendió ver lo húmeda que estaba, lo
mucho que se había
corrido. Los últimos centímetros de su polla salieron precipitadamente
y el semen manchó la
parte interna de mis muslos. Un momento después, dos insolentes
gotitas cayeron sobre
el suelo de parqué entre mis piernas extendidas.
—Ay, mierda —gruñó—.
Eso ha sido jodidamente excitante. Se me está poniendo
dura otra vez.
Me quedé mirando la
descarada manifestación de su virilidad y sentí calor.
—No puedes hacerlo
otra vez después de esto.
—¡Cómo que no puedo?
Colocando la palma de
la mano en mi sexo, frotó la humedad por mi cuerpo,
cubriendo los labios
exteriores y masajeando los pliegues. La euforia se extendió por mi
cuerpo como el calor
de un buen licor, una sensación de satisfacción que procedía
únicamente de saber
que Gideon había encontrado el placer en mí y en mi cuerpo.
—Me convierto en un
animal contigo —murmuró—. Quiero marcarte. Quiero
poseerte tan
completamente que no haya separación entre los dos.
Empezó a mover la
cadera en diminutos círculos mientras sus palabras y caricias
volvían a avivar el
deseo que había provocado con los embistes de su polla. Yo quería
correrme otra vez,
sabía que me sentiría una desgraciada si tenía que esperar hasta llegar a
su cama. Con él, yo
era también una criatura sexual con la que tenía tal sintonía física y tan
positiva que nunca me
haría daño físicamente, que me haría sentir... libre.
Rodeé su muñeca con
los dedos y dirigí suavemente su mano alrededor de mi
cadera para que me
agarrara desde atrás. Mordiéndole el mentón reuní el valor que él me
inspiraba y susurré:
—Tócame aquí con los
dedos. Márcame ahí.
Se quedó inmóvil, con
el pecho elevándose y descendiendo rápidamente.
Levantó la voz.
—Yo no... No practico
sexo anal, Eva.
Mirándole a los ojos,
vi algo oscuro e imprevisible. Algo muy doloroso.
De
todo lo que tenemos en común...
La pasión salvaje de
nuestra lujuria se suavizó convirtiéndose en la cálida
familiaridad del
amor. Con el corazón casi destrozado, confesé:
—Yo tampoco. Al
menos, no voluntariamente.
—Entonces... ¿por
qué? —La confusión de su voz me conmovió profundamente.
Le abracé, apretando
la mejilla contra su hombro y escuchando los ligeramente
aterrados latidos de
su corazón.
—Porque creo que tus
caricias pueden borrar las de Nathan.
Apretó su mejilla
contra la parte superior de mi cabeza.
—Ay, Eva.
Me acurruqué más entre
su cuerpo.
—Haces que me sienta
segura.
173
Estuvimos agarrados
el uno al otro durante un largo rato. Escuché cómo sus latidos
se volvían más lentos
y su respiración se apaciguaba. Tomé aire con fuerza, saboreando la
mezcla de su aroma
personal mezclada con el olor de la fuerte pasión y el sexo aún más
fuerte.
Cuando la punta de su
dedo corazón se deslizó sutil y suavemente por encima de mi
ano, me sorprendí y
me retiré hacia atrás para mirarle.
—¿Gideon?
—¿Por qué yo? —me
preguntó suavemente, con sus preciosos ojos, oscuros y
atormentados—. Sabes
que estoy jodido, Eva. Ya has visto lo que yo... la noche que me
despertaste... Lo has
visto, joder. ¿Cómo puedes confiarme tu cuerpo de esta forma?
—Me fío de mi corazón
y de lo que me dice. —Acaricié la profunda línea que se
había formado entre
sus cejas—. Puedes hacer que recupere mi cuerpo, Gideon. Creo que
eres el único que
puede hacerlo.
Cerró los ojos y su
frente húmeda tocó la mía.
—¿Tienes alguna
palabra de seguridad, Eva?
Sorprendida, volví a
echarme hacia atrás para estudiar su cara. Unos cuantos
miembros de mi
terapia de grupo habían hablado de relaciones de dominación y sumisión.
Algunos necesitaban
un control total para sentirse seguros durante el sexo. Otros caían en el
extremo opuesto de la
línea y descubrían que el bondage y la humillación satisfacían su
profunda necesidad de
sentir dolor para experimentar el placer. Para quienes practicaban
ese estilo de vida,
la palabra de seguridad era un modo inequívoco de decir «Basta». Pero
no entendí qué tenía
eso que ver con Gideon y conmigo.
—¿Y tú?
—No la necesito.
—Entre mis piernas, la suave caricia de su dedo se volvió menos
tentadora. Repitió la
pregunta:
—¿Tienes alguna
palabra de seguridad?
—No. Nunca la he
necesitado. La postura del misionero, la del perro, el vibrador...
hasta ahí llegan mis
locas habilidades en la cama.
Eso produjo cierto
tinte de diversión en su antes severo rostro.
—Gracias a Dios. De
lo contrario, no saldría con vida estando contigo.
Y la punta de su dedo
siguió masajeándome, incitando un oscuro anhelo. Gideon
podía provocarme eso,
hacer que me olvidara de todo lo que había ocurrido antes. No había
detonantes sexuales
negativos con él. Ninguna vacilación ni miedo. Él me había dado eso.
A cambio, yo quería
regalarle el cuerpo que él había liberado de mi pasado.
El reloj de pie que
había al lado de la puerta empezó a dar la hora.
—Gideon, llevamos
desaparecidos mucho rato. Van a venir a buscarnos.
Hizo una pequeña
presión sobre mi sensible rosetón, sin apenas apretar.
—¿De verdad te
importa eso?
Arqueé la cadera al
sentir su tacto. Aquella expectativa hizo que volviera a ponerme
caliente.
—No hay nada que me
importe cuando me estás tocando.
174
Elevó la mano que
tenía libre hasta mi pelo y la colocó sobre el cuero cabelludo,
inmovilizándome la
cabeza.
—¿Alguna vez has
disfrutado con el sexo anal, fuera o no deliberadamente?
—No.
—Y aun así, confías
en mí lo suficiente como para pedírmelo. —Me besó en la
frente mientras
arrastraba la humedad de su semen hacia mi trasero.
Me agarré a su
cintura.
—No tienes por qué
hacerlo...
—Sí que tengo que
hacerlo. —Utilizó un tono malicioso al decir aquello—. Si
ansías algo, seré yo
quien te lo dé. Tengo que ser yo quien satisfaga todas tus necesidades,
Eva. Cueste lo que
cueste.
—Gracias, Gideon.
—Moví nerviosamente mis caderas mientras él seguía
lubricándome con
suavidad—. Yo también quiero ser lo que tú necesites.
—Ya te he dicho lo
que necesito, Eva... control —Movió sus labios abiertos de un
lado a otro sobre los
míos—. Me estás pidiendo que te lleve de nuevo por lugares
dolorosos, y lo haré,
si eso es lo que necesitas. Pero debemos ir con muchísimo cuidado.
—Lo sé.
—La confianza es
importante para los dos. Si la rompemos, podríamos perderlo
todo. Piensa en una
palabra que relaciones con el poder. Tu palabra de seguridad, cielo.
Elige una.
La presión de ese
único dedo se volvió más insistente. Gemí.
—Crossfire.
—Mmmm... Me gusta.
Muy adecuada. —Metió la lengua en mi boca, tocando
apenas la mía antes
de retirarla. Su dedo acariciaba mi ano una y otra vez, metiendo su
semen por el arrugado
agujero, escapándose de sus labios un suave gruñido al doblarlo con
una súplica
silenciosa por llegar a más.
La siguiente vez que
presionó sobre el anillo, yo empujé hacia afuera y él deslizó la
yema del dedo dentro
de mí. La sensación de la penetración fue increíblemente intensa.
Al igual que antes,
la rendición se apoderó de mi cuerpo, dejándome lánguida.
—¿Estás bien?
—preguntó Gideon con voz áspera mientras yo me combaba hacia
él—. ¿Quieres que
pare?
—No... No pares.
Lo metió un poco más
y yo lo rodeé con mi cuerpo, una reacción desesperada ante
la sensación de que
algo se deslizaba entre mis delicados tejidos.
—Estás caliente,
ardiendo. —murmuró—. Y muy suave. ¿Te duele?
—No. Más, por favor.
Gideon retiró su dedo
y, a continuación, lo introdujo hasta el nudillo, despacio y
suavemente. Yo me
estremecí del gusto, sorprendida de la sensación que daba, esa pequeña
y provocadora
sensación de plenitud en mi trasero.
—¿Qué se siente?
—preguntó con voz ronca.
—Bien. Todo lo que me
haces me gusta.
175
Volvió a sacarlo y lo
metió de nuevo hasta el fondo. Inclinándome hacia delante,
eché la cadera hacia
atrás para que pudiera acceder más fácilmente y presioné mis pechos
contra el suyo.
Apretó su puño sobre mi pelo y me echó la cabeza hacia atrás para poder
darle a mi boca un
beso apasionado y húmedo. Nuestras bocas abiertas se deslizaban una
sobre la otra, de
forma más frenética a medida que aumentaba mi excitación. La sensación
del dedo de Gideon
dentro de aquel lugar tan sexual y oscuro, moviéndose con aquel suave
ritmo, me hizo
balancearme hacia atrás para recibir sus estocadas dentro de mí.
—Eres tan hermosa
—murmuró con una voz infinitamente suave—. Me encanta
darte placer. Me
encanta ver cómo el orgasmo recorre todo tu cuerpo.
—Gideon. —Yo estaba
perdida, ahogándome en el poderoso regocijo de estar
agarrada a él, de ser
querida por él. Aquellos cuatro días sola me habían enseñado lo
desgraciada que me
sentiría si no arreglábamos las cosas, lo aburrido y gris que sería mi
mundo si Gideon no
formaba parte de él—. Te necesito.
—Lo sé. —Me lamió los
labios haciendo que la cabeza me diera vueltas—. Estoy
aquí. El coño se te
estremece y se te está poniendo tenso. Vas a correrte para mí otra vez.
Puse mis manos
temblorosas entre los dos para cogerle la polla y vi que estaba dura.
Me levanté la ropa
para que él pudiera introducir su sexo empapado. Metió unos
centímetros, al estar
de pie la penetración no podía ser más profunda, pero la conexión fue
suficiente. Pasé mis
brazos por encima de sus hombros y enterré la cara en su cuello
mientras las piernas
me flaqueaban. Con su mano izquierda en mi pelo y su brazo
agarrándome la
espalda, me acercó aún más.
Aceleró el ritmo de
sus embestidas.
—Eva, ¿tienes idea de
lo que estás haciendo conmigo?
Golpeaba su cadera
contra la mía y con la ancha cresta de su polla me masajeaba
suavemente en un
punto sensible.
—Me estás ordeñando
la polla con esos pequeños estrujones hambrientos. Vas a
hacer que me corra.
Cuando explotes yo lo haré contigo.
Yo era vagamente
consciente de los ruidos de impotencia que salían de mi garganta.
Mis sentidos estaban
sobrecargados por el olor de Gideon y el calor de su cuerpo duro, la
sensación de su polla
frotándose con el interior de mi cuerpo y su dedo moviéndose en mi
culo. Estaba rodeada
por él, llena de él, felizmente poseída en todos los aspectos. El
orgasmo estaba
llegando, palpitando por todo mi cuerpo, acumulándose en lo más profundo
de mí. No sólo por el
placer físico, sino por saber que él estaba dispuesto a correr el riesgo.
Una vez más. Por mí.
Dejó el dedo quieto y
yo protesté con un gemido.
—Calla. —susurró—.
Viene alguien.
—¡Ay, Dios! Magdalene
ha entrado antes y nos ha visto. ¿Y si se lo ha dicho a...?
—No te muevas.
—Gideon no me soltó. Se quedó tal y como estaba, llenándome
por delante y por
detrás, acariciando con la mano mi espalda y alisándome la ropa—. Tu
falda lo esconde
todo.
Dando la espalda a la
puerta de la habitación, presioné mi cara encendida contra su
176
camisa.
La puerta se abrió.
Hubo una pausa y, después:
—¿Va todo bien?
Christopher.
Me sentí incómoda al no poder darme la vuelta.
Gideon contestó con
tranquilidad, controlando la situación con serenidad
—Claro que sí. ¿Qué
quieres?
Para mi sorpresa, él
retomó el movimiento de su dedo hacia adentro y hacia afuera.
No con las profundas
caricias de antes, sino con movimientos lentos y superficiales que con
la falda no se
notaban. Excitada hasta el extremo y casi a punto del orgasmo, le hinqué las
uñas en el cuello. La
tensión de mi cuerpo por el hecho de que Christopher estuviera en la
habitación no hizo
más que aumentar la sensación erótica.
—¿Eva? —preguntó
Christopher.
Tragué saliva.
—¿Sí?
—¿Estás bien?
Gideon corrigió su
postura y eso hizo que su polla se moviera dentro de mí
golpeando mi
palpitante clítoris con su pene.
—S-sí. Sólo
estamos... hablando. Sobre... la cena. —Cerré los ojos mientras el dedo
de Gideon rozaba el
delgado muro que lo separaba de su pene. Si volvía a darme en el
clítoris, me
correría. Estaba demasiado cerca como para detenerlo.
El pecho de Gideon
vibró bajo mi mejilla al hablar.
—Terminaremos antes
si te vas, así que dime qué necesitas.
—Mamá te está
buscando.
—¿Para qué? —Gideon
volvió a moverse, rozando mi clítoris a la vez que hincaba
rápida y
profundamente su dedo en mi culo.
Llegué al orgasmo.
Temiendo el gemido de placer que deseaba sacar de mí, hundí
los dientes en el
fuerte pectoral de Gideon. Él emitió un suave gruñido y empezó a correrse,
sacudiendo su polla
mientras bombeaba densos chorros de semen dentro de mí.
El resto de la
conversación se perdió bajo el fragor de mi sangre. Christopher dijo
algo, Gideon contestó
y, a continuación, la puerta se volvió a cerrar. Gideon me levantó
para apoyarme sobre
el brazo del sofá y empezó a dar embestidas entre mis piernas
abiertas, usando mi
cuerpo para terminar con el resto de su orgasmo mientras gruñía en el
interior de mi boca,
terminando así el encuentro sexual más salvaje y exhibicionista de mi
vida.
Después de aquello,
Gideon me llevó de la mano al baño donde enjabonó
ligeramente una
toallita y me limpió entre las piernas antes de prestar la misma atención a
su polla. El modo en
que me cuidó fue dulce e íntimo, y demostró una vez más que por
muy primario que
fuera su deseo de mí, me quería.
—No quiero que
volvamos a pelearnos —dije en voz baja desde mi posición en la
barra.
177
Lanzó la toalla por
una rampa oculta para la ropa sucia y se subió la cremallera.
Entonces, se acercó a
mí y me pasó sus dedos fríos por la mejilla.
—No nos peleamos,
cielo. Simplemente tenemos que aprender a no espantarnos el
uno al otro.
—Haces que parezca
muy fácil —refunfuñé. Considerar que alguno de los dos fuera
virgen sería
ridículo, pero emocionalmente es eso lo que éramos. Andando a tientas en la
oscuridad y demasiado
ansiosos, sin entender nada en absoluto y cohibidos, tratando de
impresionar y sin
hacer caso a los sutiles matices.
—Si es fácil o
difícil, no importa. Superaremos esto porque tiene que ser así. —
Hundió los dedos
entre mi pelo, volviendo a peinármelo—. Lo hablaremos cuando
lleguemos a casa.
Creo que he descubierto el meollo de nuestro problema.
Su convicción y
determinación calmó la agitación que había estado sintiendo los
últimos días. Cerré
los ojos, me tranquilicé y disfruté del placer táctil de que estuviera
jugando con mi pelo.
—Parece que tu madre
se ha sorprendido al ver que soy rubia.
—¿Sí?
—Mi madre también lo
estaba. No porque yo sea rubia —aclaré—, sino porque
tuvieras interés en
alguna.
—¿De verdad?
—¡Gideon!
—¿Ajá? —Me dio un
beso en la punta de la nariz y bajó las manos por mis brazos.
—No soy el tipo de
chica que normalmente buscas, ¿no?
Me miró sorprendido.
—Tengo un solo tipo:
Eva Lauren Tramell. Ésa es.
Volví los ojos hacia
atrás.
—Vale, como quieras.
—¿Qué pasa? Tú eres
la mujer con la que estoy.
—No importa.
Simplemente siento curiosidad. Normalmente la gente no se sale de
sus preferencias.
Dando un paso
adelante entre mis piernas, colocó los brazos alrededor de mis
caderas.
—Por suerte para mí,
yo sí soy tu tipo.
—Gideon, tú no te
adecuas a ningún tipo —dije alargando las palabras—. Tú
formas parte de una
clase en la que sólo entras tú.
Hubo una chispa en
sus ojos.
—Te gusta lo que ves,
¿verdad?
—Sabes que sí, y ése
es el motivo por el que deberíamos salir de aquí antes de que
empecemos a follar
como locos otra vez.
Juntando su mejilla
con la mía, murmuró:
—Sólo tú podías hacer
que me maravillara en un lugar que siempre me ha dado
asco. Gracias por ser
exactamente lo que quiero y necesito.
178
Le envolví con los
brazos y las piernas, acercándolo a mí todo lo que pude.
—Gideon, has venido
aquí por mí, ¿verdad? Para sacarme de este lugar que tanto
odias.
—Iría al infierno
contigo, Eva. Y esto se acerca bastante a eso. —Suspiró con
fuerza—. Estaba a
punto de ir a tu apartamento para llevarte conmigo cuando supe que ibas
a venir aquí. Tienes
que mantenerte lejos de Christopher.
—¿Por qué dices eso
siempre? A mí me parece muy simpático.
Gideon se apartó,
mirando mi pelo entre sus dedos. Sus ojos se clavaron con fuerza
en los míos.
—Él siempre lleva la
rivalidad entre hermanos hasta el extremo y es lo
suficientemente
inestable como para convertirse en alguien peligroso. Se está acercando a ti
porque sabe que a
través de ti puede hacerme daño. Tienes que fiarte de mí en esto.
¿Por qué Gideon se
mostraba tan receloso respecto a las motivaciones de su
hermanastro? Debía
tener una buena razón. De nuevo, aquello era otra de las cosas que no
compartía del todo
conmigo.
—Me fío de ti. Claro
que sí. Mantendré las distancias.
—Gracias. —Agarrándome
por la cintura, me levantó en el aire y me puso de pie—.
Vamos a por Cary y
salgamos de aquí cagando leches.
Volvimos a salir con
mi mano en la suya. Me incomodaba saber que habíamos
estado desaparecidos
mucho rato. El sol estaba poniéndose. Y no tenía las medias puestas.
Mi bragas destrozadas
se hacían notar en el bolsillo frontal de los vaqueros de Gideon.
Él me miró mientras
salíamos a la carpa.
—Debí habértelo dicho
antes. Estás preciosa, Eva. Ese vestido te queda de
maravilla, igual que
esos tacones rojos tan eróticos.
—Bueno, está claro
que surten efecto. —Golpeé mi hombro contra el suyo—.
Gracias.
—¿Por el cumplido o
por el polvo?
—Calla —le reprendí
ruborizada.
Su risa maliciosa
hizo que todas las mujeres giraran la cabeza al oírlo desde lejos, y
también algunos
hombres. Colocando nuestras manos entrelazadas en mi espalda, me
acercó hacia él y me
plantó un beso en la boca.
Su madre vino
corriendo hacia nosotros con un brillo en los ojos y una amplia
sonrisa en su
encantador rostro.
—¡Gideon! Cómo me
alegra que estés aquí.
Parecía que iba a
darle un abrazo, pero él cambió el gesto sutilmente, cargando el
aire que le rodeaba
con un campo de fuerza invisible que también me incluía a mí.
Elizabeth se detuvo
en seco.
—Mamá —dijo
saludándola con la calidez de una tormenta glacial—. Puedes dar
las gracias a Eva de
que yo haya venido. He venido para llevármela.
—Pero si se lo está
pasando muy bien, ¿no es así, Eva? Deberías quedarte por ella
—Elizabeth me miró
con ojos suplicantes.
179
Flexioné los dedos
alrededor de la mano de Gideon. Lo primero era él, de eso no
había duda, pero no
pude más que desear conocer la historia que se escondía detrás de su
frialdad hacia una
madre que parecía quererlo. Su mirada de adoración se deslizaba por un
rostro que tenía
elementos del suyo propio, empapando ávidamente cada rasgo. ¿Cuánto
tiempo había pasado
desde la última vez que ella lo había visto en persona?
Entonces me pregunté
si podía ser que ella lo hubiese querido demasiado...
La repugnancia hizo
que se me tensara la espalda.
—No pongas a Eva en
un aprieto —dijo Gideon frotando sus nudillos contra mi
rígida espalda—. Ya
has conseguido lo que querías. La has conocido.
—Quizá podríais venir
a cenar esta semana.
Su única respuesta
fue una ceja arqueada. Después levantó la mirada llamando mi
atención para que la
siguiera. Vi a Cary salir de lo que parecía ser un laberinto de setos con
una princesa del pop
muy conocida agarrada a su brazo. Gideon le hizo una señal para que
se acercara.
—¡Ay, no! ¡También
Cary! —protestó Elizabeth—. Él es el alma de la fiesta.
—Sabía que te
gustaría. —Gideon mostró sus dientes con algo que me pareció
demasiado severo como
para ser una sonrisa—. Pero recuerda que es el amigo de Eva,
mamá. Eso hace que
también sea amigo mío.
Me sentí enormemente
aliviada cuando Cary se unió a nosotros y rompió la tensión
con su
despreocupación.
—Te he estado
buscando —me dijo—. Esperaba que estuvieras lista para
marcharnos. He
recibido esa llamada que estaba esperando.
Mirando sus ojos
chispeantes, supe que Trey se había puesto en contacto con él.
—Sí. Estamos listos.
Cary y yo dimos una
vuelta para despedirnos y dar las gracias. Gideon permaneció a
mi lado como una
sombra posesiva, mostrándose calmado pero claramente distante.
Nos dirigíamos todos hacia
la casa cuando vi a Ireland mirando a Gideon. Me
detuve y me giré
hacia él.
—Ve a por tu hermana
para que podamos despedirnos.
—¿Qué?
—Está a tu izquierda.
—Yo miré a la derecha para ocultar mi insistencia ante la
chica, quien supuse
que sentía adoración por su hermano mayor.
Él hizo una señal a
su hermana para que se acercara con un movimiento brusco de la
mano. Ella se tomó su
tiempo, caminando sin prisa, su preciosa cara con una expresión de
aburrimiento
militante. Miré a Cary con un movimiento de la cabeza, recordando muy bien
aquella época.
Apreté la muñeca de
Gideon.
—Escucha. Dile que
sientes que no hayáis podido poneros al día mientras has
estado aquí y que te
llame alguna vez si quiere.
Gideon me lanzó una
mirada maliciosa.
—¿Ponernos al día sobre
qué?
180
Acariciando su
bíceps, contesté:
—Ella sería la que
hablaría si le dieras la oportunidad.
Él frunció el ceño.
—Es una adolescente.
¿Por qué iba a darle la oportunidad de que me hable hasta por
los codos?
Me puse de puntillas
y le susurré al oído:
—Porque así te deberé
una.
Me miró con recelo un
momento y, a continuación, me dio un fuerte beso en los
labios con un
gruñido.
—Estás tramando algo.
Dejémoslo en que me debes más de una. Ya decidiremos la
cantidad.
Asentí. Cary se meció
sobre sus talones y giró un dedo índice sobre el otro dando a
entender que lo tenía
a su merced.
Es justo, pensé,
puesto que me tenía atrapado el corazón.
Me sorprendí cuando
Gideon cogió las llaves del todoterreno Bentley que le daba
uno de los
mayordomos.
—¿Has conducido tú?
¿Dónde está Angus?
—Tiene el día libre.
—Acarició su nariz contra mi sien—. Te echaba de menos,
Eva.
Me introduje en el
asiento delantero y él me cerró la puerta. Mientras me colocaba
el cinturón de
seguridad, vi que se detenía junto al capó y miraba a dos hombres vestidos de
negro que esperaban
junto a un lustroso coche negro al final del camino. Lo saludaron con
la cabeza y se
metieron en el Mercedes Benz. Cuando Gideon salió del camino de entrada
de la familia Vidal,
ellos nos siguieron justo detrás.
—¿Guardaespaldas?
—pregunté.
—Sí. Salí rápidamente
cuando me dijeron que estabas aquí y me perdieron la pista
un rato.
Cary se fue a casa
con Clancy, así que Gideon y yo nos fuimos directamente al
ático. Me sorprendí
excitándome al ver a Gideon conducir. Llevaba aquel vehículo de lujo
como todo lo demás:
con seguridad, agresividad y un hábil control. Conducía rápido pero
no imprudentemente,
serpenteando con facilidad en las curvas y en las rectas del pintoresco
camino de vuelta a la
ciudad. Apenas hubo tráfico hasta que entramos en el atasco de
Manhattan.
Cuando llegamos a su
apartamento, los dos fuimos directamente al baño principal y
nos desvestimos para
darnos una ducha. Como si no pudiera dejar de tocarme, Gideon me
lavó de la cabeza a los
pies. Luego me secó con una toalla y me envolvió en una bata nueva
de seda azulada con
bordados y mangas de kimono. Terminó sacando de un cajón unos
pantalones de seda
del mismo tono y con un cordón en la cintura para ponérselos él.
—¿No me das unas medias?
—pregunté pensando en mi cajón de ropa interior sexy.
—No. Hay un teléfono
que cuelga de la pared de la cocina. Pulsa el marcado rápido
181
número uno y dile al
que conteste que quiero doble ración de mi pedido habitual para la
cena del restaurante
de Peter Luger.
—De acuerdo. —Salí de
la sala de estar e hice la llamada; después, tuve que buscar
a Gideon. Lo encontré
en su despacho, una habitación en la que yo no había estado antes.
Al principio, no pude
ver bien aquel espacio porque la única luz procedía de la
lámpara de un cuadro
de la pared y otra lámpara de mesa que había sobre su escritorio de
lustrosa madera.
Además, mis ojos estaban más interesados en centrarse en él. Tenía un
aspecto absolutamente
sensual e irresistible sobre su gran asiento de cuero negro. Sostenía
una copa de licor que
calentaba entre sus manos y la belleza de su bíceps flexionado hizo
que sintiera un
hormigueo por todo el cuerpo, al igual que el fuerte entrelazado de los
músculos de su
abdomen.
Tenía la mirada
puesta en la pared iluminada por la lámpara del cuadro, que
también atrajo mi
atención. Me quedé sorprendida al ver la pieza: un enorme collage de
fotografías ampliadas
de nosotros dos; la fotografía de nuestro beso en la calle en la puerta
del gimnasio... una
instantánea de los dos tomada por la prensa en la cena de beneficencia...
una foto espontánea
del tierno momento posterior a nuestra pelea en Bryant Park...
El foco de atención
era la imagen que estaba en el centro y que me había hecho
mientras dormía en mi
cama, iluminada tan sólo por la vela que había dejado encendida
para él. Era una foto
íntima de voyeur, una imagen que decía más del fotógrafo que del
sujeto del retrato.
Me sentí
profundamente conmovida ante aquella prueba de que estaba enamorado
de mí.
Gideon señaló la copa
que había servido para mí previamente y que estaba en el
borde de su
escritorio.
—Siéntate.
Yo obedecí curiosa.
Había algo en él que era nuevo, una especie de motivación y
determinación
tranquila unidas con la precisión de un láser.
¿Qué le había puesto
así? ¿Y qué significaba aquello para el resto de nuestra
velada?
Luego vi el pequeño
marco con un collage de fotos que había sobre su ordenador al
lado de mi copa y mi
preocupación se desvaneció. Aquel portarretratos era muy parecido al
que ya tenía en mi
escritorio, pero éste tenía tres fotografías de Gideon y yo juntos.
—Quiero que te lleves
esto al trabajo —dijo en voz baja.
—Gracias.
Por primera vez en
varios días, estaba feliz. Abracé el marco sobre mi pecho con
una mano y con la
otra cogí la copa.
Sus ojos brillaron al
verme tomar asiento.
—Todo el día me
mandas besos desde tu foto de mi escritorio. Creo que es justo
que tú también te
acuerdes de mí. De nosotros.
Me quedé sin
respiración y el corazón me empezó a latir de forma irregular.
—Nunca me olvido de
ti ni de nosotros.
182
—Yo no te dejaría que
lo hicieras. —Gideon dio un largo sorbo a su copa y la
garganta se le movió
al tragar—. Creo que ya sé dónde dimos nuestro primer traspiés, el
que nos ha conducido
a todos los tropezones que hemos tenido desde entonces.
—¿Sí?
—Dale un trago a tu
Armagnac, cielo. Creo que lo vas a necesitar.
Di un cauteloso sorbo
a la copa y, al instante, sentí el calor, seguido del
reconocimiento de que
me gustaba aquel sabor. Di un trago más largo.
Dándole la vuelta a
la copa entre las manos, Gideon dio otro sorbo y me miró
pensativo.
—Dime qué fue más
excitante, Eva: ¿el sexo en la limusina cuando tú tenías el
control o el sexo en
el hotel cuando lo tenía yo?
Me moví inquieta,
dudando de adónde nos llevaría esa conversación.
—Yo pensaba que
habías disfrutado con lo que pasó en la limusina. Me refiero a
mientras ocurría. No
después, claro.
—Me encantó —dijo con
calmada convicción—. La imagen de ti con ese vestido
rojo, gimiendo y
diciéndome lo que te gustaba sentir mi polla dentro de ti permanecerá
conmigo mientras
viva. Si te apetece volver a ser la que tiene el control en el futuro, me
apunto sin dudarlo.
Sentí nervios en el
estómago. En los músculos de mis hombros empezaron a
formarse nudos.
—Gideon, estoy
empezando a asustarme. Todo eso de palabras de seguridad y
control... parece
como si esta conversación llevara a algún sitio al que yo no puedo ir.
—Estás pensando en bondage
y dolor. Yo hablo de intercambio de poder
consensuado. —Gideon
me estudiaba con atención—. ¿Quieres más brandy? Estás muy
pálida.
—¿Tú crees? —Coloqué
la copa sobre la mesa—. Esto suena a que me estás
diciendo que eres
dominante.
Curvó la boca
formando una suave y sensual sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario