Al día siguiente la cabeza le daba mil vueltas. Demasiada marcha y
demasiado tequila para su cuerpo. Cuando llegó a su casa eran
cerca de las
diez de la mañana. Horas después, dando vueltas en la cama miró el
reloj y,
al ver que eran las tres y diez, saltó de la cama y se vistió a
toda prisa.
Tenía que estar en casa de Rubén a las cuatro.
Entró en casa del futbolista a las cuatro y media. Este la miró
con el
ceño fruncido y señalando el carísimo reloj que llevaba en la
muñeca siseo.
—Llegas tarde, son las cuatro y media.
—Lo sé, disculpa, me he dormido.
—¿Te has dormido?
—Te lo acabo de decir.
—Pero, ¿a qué hora te acostaste?
Mientras caminaban hacia el gimnasio, murmuró divertida.
—Sobre las diez de la mañana más o menos.
Impresionado, la asió del brazo y la paró para interrogarla
levantando la
voz.—
¿A las diez de la mañana? ¿De esta mañana?
—¡Diosss…! ¡No grites! —suplicó tapándose los oídos.
Sin más, los dos entraron en el gimnasio. Rubén arrinconó la
muleta y se
sentó en la camilla. Ella se quitó las gafas de sol, dejó su
mochila y tras
deshacerse del abrigo fue a hablar cuando él la interrumpió:
—Vaya cara que tienes, creo que te pasaste de té y pastitas.
Al recordar lo bien que lo había pasado, sonrió, se frotó las
manos para
calentárselas e indicó:
—Ha sido una buena juerga. La necesitaba antes de…
Pero de pronto se paró; ¿qué iba a decir? ¿se había vuelto loca?
—¿Antes de qué? —le preguntó Rubén muy intrigado.
—Antes de que acabe el año —consiguió responder.
Con gesto ceñudo él sin pestañear siseó.
—Llevo años sin pegarme una juerga así. Como muy tarde me acuesto,
muy ocasionalmente, y si estoy de vacaciones, a las cuatro, ¿pero
a las diez
de la mañana? —la reprendió después de observarla fijamente
durante
varios segundos.
Sin poder evitarlo, ella soltó una carcajada, y más al recordar lo
que
había hablado con su amiga Antonella. Eso le dio calor y se
abanicó.
—¿Dónde fuiste? Si se puede saber, claro.
Daniela colocó la pierna lesionada dentro de un aparato y con una
sonrisa guasona que iluminó su rostro, añadió:
—Cené con mis amigas en una pizzería que hay en via Monte di Pietà
y
después fuimos a un local, La Fragola, ¿lo conoces?
Rubén asintió. Había ido un par de veces con Jandro y algún otro
amigo.
—Cuando salimos de La Fragola Ricardo propuso ir…
—¿Pero no habías ido con tus amigas?
—Sí, pero allí conocimos a un grupo de hombres divertidísimos con
los
que nos fuimos a tomar algo a el Tequila, ¿te suena?
Esta vez negó con la cabeza y ella, divertida, dijo:
—Es un lugar muy divertido donde todos beben tequila con sal y
limón.
—Vaya… por fin entiendo tu aspecto —se mofó él.
—Allí la gente bebe, disfruta y canta en el karaoke.
—¿Y tu cantaste?
Sin poder evitarlo, soltó una carcajada.
—Ni te imaginas lo bien que nos quedó a Doménico y a mí el dueto
que
hicimos de La
Bamba. ¡Aisss Dios…! —le confesó
muerta de risa—. Si
nos llegas a ver subidos encima de una mesa ¡hubieras flipado!
Sorprendido por conocer aquella faceta alocada de la joven, que
nunca
imaginó, zanjó el asunto.
—No lo dudo.
El teléfono de Rubén sonó y Daniela se lo pasó. Durante un rato le
escuchó hablar en italiano con Bimba de la cena organizada por el
Inter,
prevista para ese mismo sábado. Cuando colgó, la miró y le
preguntó:
—Dijiste que acudirías a la cena del día veintiuno, ¿verdad?
—Ajá…
—¿Irás acompañada?
—Por supuesto. —contestó con una sonrisa nada angelical.
—¿Por Enzo? —la interrogó Rubén, muy tenso.
—No creo que le lleve a él, supongo que llevaré a otra persona.
—¿Tu amante, Terminator, no se enfadará al verte en brazos de
otro?
—¿El entrenador? —Daniela soltó una risotada y respondió—: No, no
te
preocupes. Él también irá acompañado. Está casado, no lo olvides.
—¡Qué fuerte lo tuyo! Tu frialdad en este tema, me deja sin habla.
—¿Sabes? Me encanta dejarte sin habla.
Ambos se quedaron callados y se esforzaron en los ejercicios.
El viernes a las ocho de la mañana Daniela estaba sola en la
clínica. Se
mordía los labios. Estaba muy nerviosa y cuando la enfermera la
hizo
pasar, tomo airé y la siguió. No había más remedio.
Al día siguiente, sábado, era la cena de Navidad del Inter y allí
estarían
las estrellas del equipo con sus acompañantes, los directivos y
cientos de
periodistas.
Cuando llegaron Rubén y Jandro y dos jóvenes preciosas, los flashes les
cegaron. Cientos de paparazzi les esperaban
en la puerta del hotel para
fotografiar el momento. Vestido con un elegante traje oscuro, con
seguridad y provisto de una sola muleta Rubén tomó por la cintura
a
Bimba, la modelo del momento en Italia. Tanto él como ella eran
guapos y
famosos y los paparazzi
se volvieron locos.
Diez minutos después tras pasar por el photocall que el Inter había
colocado en el vestíbulo del hotel, decidieron dirigirse a la sala
donde se
daba el cóctel. La gente del Club y, sobre todo sus compañeros, le
saludaron con cariño al llegar. Verle andar con una sola muleta y
su buen
estado físico presagiaban que su recuperación era inminente.
Tras saludar a todos, Jandro, Rubén y las dos guapas modelos se
acomodaron en un lateral de la barra donde pidieron algo para
refrescar sus
gargantas y desde donde Rubén vio llegar al entrenador Norton con
su
mujer, lo que le hizo recordar que Daniela tenía que estar por
allí; la buscó
con interés pero no la vio. Norton y su mujer se acercaron para
saludarles.
La mujer de Norton era de piel oscura como él. Tenía una sonrisa
encantadora y poseía unos enormes ojos negros, vivarachos, que
observaban todo. Una vez les abrazaron se encaminaron a saludar a
otros
futbolistas cuando alguien dijo:
—Rubén ¡te veo estupendo!
Al volverse, el joven se encontró con su representante
futbolístico, Toni
Terón, acompañado de una guapa mujer. Tras chocar las manos, él
respondió.
—Tío… mi lesión va bien.
—Lo sé… y me alegro muchísimo. —Sonrió y antes de marcharse tras
la joven que le acompañaba le dijo—: Mañana te llamo, ahora no
puedo
hablar. Tengo que discutir contigo unas clausulas para la
publicidad que te
he contratado con Reebok.
Rubén se despidió con un apretón de manos, justo cuando Jandro le
preguntó:
—¿Esa que llega no es tu fisio?
Ruben miró pero no la vio. Había demasiada gente y Jandro murmuró
señalando con el dedo.
—Mamacita Güey…, vaya con tu tocapelotas.
Él miró hacia donde señalaba su amigo y se quedó totalmente
perplejo.
Sin palabras: ¿aquella era Daniela? Por primera vez la veía con
algo que no
era ropa deportiva y tremendamente ancha. Llevaba un bonito
vestido
negro de cuello cisne que dejaba uno de sus hombros y un brazo al
aire y le
quedaba muy sexy. Su pelo, aquel que siempre llevaba recogido en una
coleta alta, bailaba alrededor de su cabeza a cada paso que ella
daba y
cuando se fijó en su rostro tuvo que parpadear. ¡Estaba
impresionante!
Daniela era una auténtica belleza que nada tenía que envidiar a la
mujer
que estaba junto a él. Al revés, sus curvas eran tentadoras. Muy
tentadoras.
Sin poder dejar de mirarla, observó que iba del brazo de un joven
atractivo.
Ambos reían y parecían pasarlo bien. Inconscientemente miró al
entrenador y a su mujer, que conversaban en un lateral del salón y
se
sorprendió al ver que Daniela y su acompañante se dirigían hasta
ellos. ¿Se
había vuelto loca? Boquiabierto vio como aquella inconsciente
saludaba al
entrenador y le daba dos besos a su mujer.
Hablaron durante un rato hasta que uno de los directivos se les
unió y
Norton le presentó a la joven y a su acompañante. De pronto la
mujer de
Norton se acercó más a Daniela y dijo algo que hizo que aquella
cambiara
su sonriente rostro por otro nada cordial. Rubén vio cómo ella
negaba con
la cabeza y, sin más, caminaba hasta la barra y la escuchaba
decir.
—Por favor, una Coca-Cola.
—¿Zero? ¿Light? —preguntó el camarero.
Daniela sonrió y cuando fue a responder, Rubén que ya se había
acercado hasta ellos, indicó:
—Si te preocupa tu integridad física, ponle una Coca-Cola normal.
Ah, y
con mucho hielo.
Al escuchar su voz, la joven se giró a mirarle. Rubén estaba
impresionante con aquel traje oscuro, su camisa celeste y la
corbata del
Club. Instantes después se les unió Jandro.
—Daniela, ¡qué linda te veo!
La joven, agradecida, paseó su mirada por el piropeador.
—Gracias, tú también estás muy guapo, Jandro.
—¿Me reservarás un baile?
—Y dos, guapetón ¡faltaría más!
Jandro sonrió y al ver la cara de su amigo decidió quitarse de en
medio.
Rubén, que no se había movido, sin darle tregua, murmuró
acercándose a
ella.—
Sigo pensando que lo tuyo es muy fuerte.
—¿Por qué?
Mirando al entrenador que hablaba con el acompañante de Daniela y
el
directivo, se fijó en que su mujer no les quitaba ojo y respondió.
—Cómo se te ocurre acercarte a tu amante. Joder, ¿no ves que está
acompañado por su mujer?
—¿Y?
Alucinado, abrió los ojos hasta que casi se le salieron de las
órbitas, pero
cuando iba a responder, la mujer del entrenador, aquella
impresionante
mulatona, se acercó a ellos y, parándose ante la joven dijo
señalándola con
el dedo:
—Tú y yo tenemos que hablar.
Daniela, al escucharla, la miró y dejando pasmado a Rubén
respondió:
—Ahora no.
—¿Cómo que ahora no? —insistió aquella.
Rubén, estupefacto, miró a los lados y vio al entrenador acercarse
con
gesto incómodo. ¡Allí se iba a armar la marimorena! Entonces la
tocapelotas de la fisio, ladeó la cabeza y con descaro respondió:
—No creo que este sea el momento ni el lugar adecuado.
Justo entonces llegó el entrenador y, cogiendo a su mujer del
brazo,
susurró:
—Rachel… Ahora no.
—¿Cómo que ahora no?
—Rachel —insistió el entrenador manteniendo la calma—. Por favor…
La mujer cruzó una mirada de lo más significativa con su marido y
después con Daniela, que bebía de su Coca-Cola tranquilamente.
John
Norton tomó a la mujer del brazo y consiguió apartarla de allí,
aunque no
pudo evitar el gesto de enfado de ella al marcharse
—¡Qué fuerte… qué fuerte!— cuchicheó Rubén al ver aquello.
El acompañante de Daniela, se acercó con gesto incómodo y sin
prestar
atención al futbolista, preguntó:
—¿Por qué no me lo habías dicho?
Daniela le miró y tras suspirar, murmuró:
—Cielo… no empieces tú también.
El muchacho asintió, se tocó el pelo con impaciencia y preguntó:
—¿Y ahora qué Pitu?
Ella, encogiéndose de hombros, obvió a Rubén y respondió:
—Lo de siempre… ya sabes. ¡A esperar!
El joven, apesadumbrado, la miró y, acercándose más a ella,
preguntó:
—¿Estás bien?
Daniela miró hacia donde estaba el entrenador hablando con su
mujer y
susurró.
—Sí, tranquilo, cielo.
Cuando aquel se fue, Rubén, molesto porque ella no le hubiera
presentado a su acompañante, cuchicheó:
—¿Cielo?… ¿Pitu?… ¡Pero seréis horteras! —La joven sonrió y Rubén,
añadió—: A ti te debe de faltar un tornillo o algo peor. ¿Cómo se
te ocurre
aparecer por aquí? ¿No te has dado cuenta de que ella, la mujer
del
entrenador, sabe lo vuestro y estás poniendo en un compromiso a tu
amante? Joder… que es el entrenador del Inter de Milán, ¿no
piensas en los
cotilleos que esto puede generar en la prensa?
—Oh… cállate…
—¿Que me calle? —protestó al ver su impasibilidad.
Y antes de poder replicar, el entrenador Norton se acercó hasta
ellos y
sin importarle que Rubén escuchara, murmuró:
—Escucha, Dani…
—Ahora no, por favorrr —protestó molesta.
El entrenador, al ver el rechazo de ella, suavizó el tono de voz e
insistió:
—Pitufa, escucha. Creo que…
—Pero, vamos a ver… ¿en qué idioma hablo?
Norton cruzó una mirada con un alucinado Rubén que no entendía
nada
de nada y menos eso de ¿Pitufa? y añadió:
—Vale, sé que no es momento ni lugar, pero deberías ir y hablar
con tu
madre. Ella esta preo…
—Papá, ya conoces a mamá. Se preocupa por todo. Si como, porque
como. Si sonrío, porque sonrío y si estoy muy callada porque no
hablo ¡me
va a volver loca!
—Lo sé Pitu… lo sé. Tu hermano me acaba de decir lo mismo.
Rubén ni pestañeaba «¿Papá?», «¿Mamá?», «¿Hermano?».
—Mamá es el dramatismo personificado y me da igual lo que quiera.
Simplemente le he dicho que este no es sitio para hablar de algo
que sabe
que no me apetece.
—Dani por favor entiéndela… —susurró el entrenador.
La joven cerró los ojos. Miró al desconcertado futbolista que
tenía a su
derecha y finalmente dijo:
—Vale, papá… ahora voy a tranquilizarla. Dame dos segundos.
El entrenador al ver cómo les miraba Rubén, movió la cabeza con
complicidad y tras darle un beso a la joven en la mejilla se
alejó. Daniela
dio un largo trago a su bebida y al dejarla, miró al sorprendido
futbolista
con una divertida sonrisa.
—¿Sabes, Rubén? soy rubia ¡pero no tonta! —Y sin dejar que él
respondiera añadió con mofa—: ¡Qué fuerte el concepto que tienes
de mi,
qué fuerte! Y ahora te dejo, mis padres y mi hermano requieren mi
presencia. Y que sepas que me encanta dejarte sin palabras.
Sin más, se alejó dejándole totalmente descolocado. Daniela, su
tocapelotas particular ¿era la hija del entrenador y su mujer?
¿Aquel era su
hermano? Como un tonto, miró al camarero y le pidió una cerveza.
Todo
aquel tiempo le había estado tomando el pelo dejándole creer que
su padre
y su hermano eran sus amantes y él se lo había creído como un capullo.
Jandro acercándose a su amigo, apremió:
—Vamos a sentarnos a la mesa, colega. Están a punto de servir la
cena.
Pero Rubén no se movía y Jandro preguntó
—¿Qué te pasa? ¿Por qué tienes esa cara?
—¿Tú sabías que la tocapelotas es la hija de Norton?
Alucinado, miró hacia el grupo y murmuró:
—¡¿Su hija?!
Rubén asintió. Que le hubiera vacilado todo aquel tiempo no le
había
hecho ninguna gracia. Ninguna mujer le vacilaba. Terminó su
cerveza y se
dirigió a Bimba, tomándola por la cintura.
—Venga… vamos a ocupar nuestros asientos.
Durante la cena, Rubén observó desde su mesa como el rumor de que
aquella joven era la hija del entrenador se extendía entre los
jugadores.
Nadie lo sabía y eso le hizo sentirse menos tonto. Pero él, ¿cómo
podía ser
que él no lo supiera?; ella había ido los últimos meses a su casa
diariamente y nunca le había sacado de su error. Con gesto duro
observó
que, uno por uno, todos los jugadores del Inter pasaban por la
mesa donde
ella estaba sentada para presentarse.
Menudos ligones pensó mientras observaba como la miraban.
Horas después constató que nadie del Club sabía de su existencia.
Ella se
había ocupado de ocultarlo y Norton de obviarlo. Algo que no era
difícil
partiendo de la base de que Norton y su mujer eran negros y ella
era
blanca.
Pero lo más curioso era que nadie, ni siquiera quienes la habían
visto en
el hospital, la relacionasen con la chica destartalada que le
había tratado
todos los días en su casa. Incluso él se sorprendió al ver el
potencial sexual
de Daniela solo con un vestido negro y unos tacones.
Tras acabar la cena, una orquesta comenzó a tocar swing para
amenizar
la velada y observó que varios de sus compañeros corrían para
bailar con
ella.
Bimba, la modelo que lo acompañaba, aceptó gustosa bailar con el
médico del Club mientras Rubén permaneció sentado. Su curiosidad
se
centró en Daniela, que de pronto se había vuelto el centro de
atención de la
mayoría de los compañeros del equipo. La vio bailar con esos a los
que ella
consideraba sexys
y atractivos y le molestó: ¿por
qué tenía que molestarle?
Estaba ensimismado en sus pensamientos cuando el entrenador se
sentó
junto a él.
—¿Todo bien, muchacho?
Rubén asintió y sin querer evitarlo preguntó:
—¿Por qué nunca me había dicho que ella era su hija?
Norton miró a la joven divertirse en la pista y cuchicheó:
—Me lo prohibió. Mi pequeña siempre ha sido una niña muy
independiente y le gusta ganarse todo por sí sola. Es una
luchadora ¡una
guerrera! Por eso ni en el hospital donde trabaja lo saben, aunque
me
imagino que ya se han enterado. —Sonrió al ver al director del
hospital en
la fiesta—. Sinceramente me ha sorprendido que aceptara la
invitación del
Club. Sabía que en el momento en que pusiera un pie aquí, todos
sabrían
que es mi hija.
Boquiabierto Rubén asintió atónito con mil preguntas en la cabeza
cuando Norton prosiguió.
—Y sí. Es adoptada. Mi mujer y yo somos negros y ella es blanca.
Daniela y Luis son hermanos de sangre y mi mujer y yo les
adoptamos
cuando eran pequeños en Madrid. Ellos junto a mi hija Janet me han
hecho
el padre más feliz de la Tierra. Y por ellos doy mi vida aunque a
veces…
Al escuchar aquello Rubén recordó lo que Daniela le había contado
en
referencia a Janet. Eso le apenó y murmuró:
—Señor no hace falta que diga más.
—Lo sé, muchacho… lo sé. Es solo que necesitaba disculparme
contigo
en particular por no habértelo comunicado. Sé que no estuvo bien,
pero
Dani es muy convincente cuando quiere y yo sabía el excepcional
trabajo
que podía hacer con tu pierna. Mi hija es una buena fisioterapeuta
y confío
mucho en ella. —Ambos asintieron y este añadió—: Quería y quiere
hacer
su trabajo sin que te sientas presionado porque ella sea mi hija.
Por lo
tanto, no cambies tu actitud con ella a partir de hoy, ¿entendido?
—Claro, señor… claro —asintió Rubén.
Dicho esto Norton se levantó y se marchó junto a su mujer.
Las horas pasaban y Daniela continuaba riendo y confraternizando
con
los jugadores del Inter. Parecía pasárselo muy bien. Rubén, dada
su falta de
movilidad, simplemente se limitaba a observar y a hablar con todo
el que
se acercaba para charlar con él. Pero su humor iba a peor a pesar
de que
Bimba le había estado haciendo arrumacos hasta que, horas más
tarde, se
cansó de sus desplantes y se marchó de la fiesta. Casi lo
agradeció. No le
apetecían morritos.
Hasta hacía solo unas horas, Daniela, la fisio había sido única y
exclusivamente solo para él, pero ahora todos requerían su
atención para
bailar, reír o charlar con ella, y cuando la vio caminar hacia
donde él
estaba y sentarse a su lado siseo molesto.
—Vaya… veo que mi tocapelotas, alias la pitufa para otros, también
se
cansa.
—Soy humana, príncipe. —Y mientras se llenaba una copa de agua, le
susurró—: Tus compañeros me tienen destrozada. Pero, ¡Wooo, qué
buenos están algunos vistos en vivo y en directo!, ¿cómo no me lo
habías
dicho? Wesley es simplemente: ¡impresionante!
Aturdido por su desparpajo, iba a hablar cuando ella le cortó:
—Como habrás visto, mis amantes no son quienes tú creías: ¡error!
—se
mofó muerta de risa—. Adoro a mi padre y a mi hermano pero vamos
¡no
son mi tipo! —Y dando un trago a su copa añadió—: Pero sí son mi
tipo
algunos que he visto por aquí. Por favorrr… ¡Pero qué marcha tiene
Wesley! Está soltero, ¿verdad?
—Sí.
—Bien… quizá acepte su proposición de pasar con él un fin de
semana.
Embobado porque le contara aquello fue a replicar cuando esta
añadió:
—¡Dios, Rubén, qué suerte tienes! Verles desnudos en la ducha
tiene que
ser ¡increíble! El próximo día que vayas, te voy a dar una cámara
de fotos
para que inmortalices esos morbosos y sexys momentos, ¿vale?
Harto de escucharla, protestó.
—¡Por el amor de Dios!, ¿quieres callarte ya?
Alucinada por aquel arranque, apoyó la copa en la mesa y
centrándose
exclusivamente en él, le preguntó, cruzándose de brazos.
—Vamos a ver, ¿qué te pasa?
Sin saber realmente que era lo que le pasaba, murmuró:
—¿Se puede saber porqué me has tomado el pelo todo este tiempo?
—¿A qué te refieres?
—A John Norton.
—Veo que ahora que sabes que es mi padre ya no le llamas
Terminator.
—Achinando los ojos fue a contestar cuando ella, poniéndole un
dedo en
los labios murmuró en un tono suave—: Vale… vale… te entiendo. No
te
dije antes lo de mi padre porque no suelo ir diciéndolo. Durante
muchos
años he visto como la gente se acercaba a mí por ser la hija del
entrenador
Norton y cuando me mudé a Milán decidí omitir ese dato, para que
quien
me quisiera, lo hiciera por ser simplemente yo ¡Daniela!
—¿Ese dato?
—Oh, sí… no dramatices. Eso es solo un pequeño dato. Un detalle.
Tampoco exageres que no es para tanto.
Estaba ansioso por decirle cuatro cosas, pero se mordió la lengua.
Bebió
de su copa de champán y siseó.
—Daniela, no olvides que yo juego en el equipo en el que tu padre
es el
entrenador.
—Lo sé, me consta.
—¿Llevas meses acudiendo a mi casa para tratarme y…?
Sin dejarle continuar, le volvió a poner un dedo en la boca y
cuchicheó.
—Respira… respira o te va a dar algo y te aseguro que de eso no te
voy a
poder tratar. Y ahora, por favor, piensa en lo que te he dicho. Si
hubieras
sabido que mi padre era el míster, nuestro trato hubiera sido
diferente. Por
lo tanto, no te enfades y entiéndeme, ¿vale?
Sentir su dedo en su boca le hizo querer chuparlo pero se contuvo.
No
estaría bien. Y molesto porque ella se tomara a guasa aquello fue
a
protestar cuando Francesco se acercó hasta ellos y, cogiendo a la
joven de
la mano, dijo con galantería.
—Signorina, vuoi
ballare con me?
Rubén miró a su compañero, a quien no le importó que él
reaccionase
con cara de mala leche, así que Franceso tiró de la joven; ella,
divertida,
sin pensar en el que se quedaba en la silla, le siguió a la pista
para bailar
salsa.
Rubén decidió dar por terminada la fiesta hacia las dos de la
madrugada.
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