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¡Ni lo sueñes! - Megan Maxwell Cap.10


El domingo por la mañana el humor de Rubén había mejorado. Cuando se
levantó, se tomó un café mientras leía la prensa. Allí aparecía él agarrado a
Bimba junto a varios de sus compañeros. Después se metió en el gimnasio
e hizo algunos estiramientos. Eso le vendría bien.
Cuando acabó, puso música. Coldplay siempre le hacía venirse arriba. Se
metió en la ducha y, de pronto, sonó su móvil. Ni se inmutó. No quería
hablar con nadie. Diez minutos después, mientras se vestía, volvió a sonar
el móvil. Esta vez sí lo cogió: era su representante, Toni Terón, con quien
comentó algunas cláusulas de un contrato para anunciar ropa deportiva.
—Verdaderamente te vi bien anoche —le confesó Toni.
—Sí, estoy contento, creo que la fisio está haciendo un buen trabajo —
reconoció Rubén masajeándose la pierna derecha.
—Por cierto, hablando de la fisio, ¿no crees que sus honorarios son
excesivos? Vamos… Ni que te recubriera la pierna de oro cada vez que te
ve.
—Su trabajo lo vale. Tú mismo has visto lo bien que estoy.
—Lo sé… lo sé… También te quería comentar el tema de los pagos a la
fisio, creo que te lo podrías desgravar al tratarse de algo así.
Sin saber a qué se refería Rubén se sentó en una silla y murmuró:
—¿Algo así? ¿A qué te refieres?
—Los pagos que me ordenaste gestionar semanalmente, van
íntegramente a una cuenta de una Institución llamada Casa della nonna.
—¡¿Casa della nonna?! —repitió sorprendido Rubén
—Es un hogar para niños sin familia. Qué pena macho, esas cosas me
pueden.
Escuchó lo que su representante le estaba comunicando con asombro y
antes de colgar le pidió la dirección de aquel lugar. Sobrecogido, se puso a
investigar con su portátil, leyó todo lo que encontró de la casa de acogida,
mientras se daba cuenta de que Daniela acababa de sorprenderle, otra vez:
el dinero que él le pagaba no era para ella, era íntegramente para aquellos
niños. Ella y sus secretos.
Llamó a un taxi y decidió visitar aquel centro. No tenía nada mejor que
hacer. Cuando el taxista paró ante el chalé a las afueras de Milán se
estremeció al ver el aspecto añejo del lugar. Necesitaba unas buenas
reparaciones exteriores y viendo aquello se imaginó como estaría la casa
por dentro. El taxista, emocionado por llevar a Rubén Ramos, no cabía en
sí de gozo y le propuso esperarlo. Rubén aceptó y ayudado por su muleta,
salió del taxi.
Cuando abrió el portón para entrar en el jardín, varios niños de
diferentes edades le miraron: era un extraño, pero como ocurría en la
mayoría de las veces, en cuanto le reconocieron, corrieron hasta él.
—¿Eres Rubén Ramos? —preguntó un crío morenito con gafas.
—¿El delantero del Inter? —insistió alucinado otro chaval algo mayor.
Con una gran sonrisa, asintió y murmuró:
—Sí, colegas, ese soy yo, pero cuidado que llevo la muleta.
La algarabía que se organizó en ese momento fue espectacular. Los críos
se arremolinaban a su alrededor deseosos de preguntar cientos de cosas.
Era tal el tumulto que se organizó que una mujer salió para ver qué pasaba
y al ver la revolución que había causado el desconocido, preguntó
extrañada:
—¿Qué ocurre chicos?
—Es Rubén Ramos, nonna. El futbolista del Inter —gritó uno de los
pequeños.
NonnaNonna, es el delantero del Inter —voceó emocionado otro
chaval—. Es Rubén Ramos.
La mujer, al escuchar aquello, le miró y le reconoció. Era difícil no
hacerlo. La cara de Rubén estaba en un montón de vallas publicitarias y,
además, salía constantemente en la televisión anunciando artículos
deportivos.
Emocionada por aquella visita, le invitó a entrar al hogar. Rodeado por
los chavales, Rubén llegó a la cocina, donde se encontraba la nonna, que
hizo salir a los muchachos al jardín para poder quedarse a solas:
—Quiero que sepa que es muy grata su visita joven…
—Por favor, señora, habléme de tú.
La mujer sonrió, puso dos tazas sobre una mesita y añadió:
—¡Perfecto Rubén! En ese caso te tutearé si tú me llamas nonna. Y
ahora siéntate y tómate un café, ¿solo o con leche?
—Solo, por favor.
Mientras la mujer calentaba el café, Rubén sonrió al ver a los chavales
asomarse por la ventana. Les saludó y ellos le respondieron con sonrisas.
Una vez que la mujer dejó los dos cafés sobre la mesa, se sentó frente a él.
—Espero que tu pierna esté mejor.
—Oh, sí señora… lo está, gracias.
—Ahora que te tengo frente a mí, quiero darte las gracias por lo mucho
que nos estás ayudando todo este tiempo. Desde que tus ingresos llegan a
nuestra institución hemos podido comprar varias camas nuevas para los
chavales, ropa, libros, cuentos y, sobre todo, comenzar a arreglar la casa.
Como verás, está vieja como yo, y necesita una buena reparación. Le dije a
Dani que te lo agradeciera, lo hizo, ¿verdad?
Conmovido por la sinceridad que veía en la mujer asintió y sin sacarla
de su error murmuró:
—Sí, Daniela me lo dijo.
—Oh, Dani… qué personita más encantadora. —Sonrió—. Desde que
llegó a esta casita no ha dejado de apoyarnos en todo lo que ha podido y
hasta que llegaron tus ingresos ella, junto a otras chicas que vienen a
echarnos una mano, han sufragado los libros de los muchachos para que
vayan al colegio. Y quiero que sepas que cuando me comentó que había
hablado contigo y que tú, amablemente, le habías prometido que
colaborarías con nosotras durante unos meses, me quedé sin palabras.
Ayudas de este tipo, así porque sí, no se reciben todos los días y… ¡Oh,
Dios! Tengo que decirte, muchacho que nos ha llegado en el mejor
momento. Este año mis niños van a tener unas bonitas navidades y, por
supuesto, un regalo para cada uno.
Turbado por lo que escuchaba, fue incapaz de contradecirla. Se sentía
como un miserable por no aclarar aquello mientras aquella amable y
entrañable mujer le estaba abriendo su corazón. De pronto, la puerta de la
amplia cocina se abrió y una cara conocida para el futbolista apareció. Allí
estaba la pequeña morenita de ojos impactantes del hospital. Al verle, su
cara de sorpresa se iluminó y, acercándose a él, le dijo mientras le
entregaba un folio.
—He hecho un dibujo. Toma, te lo regalo.
—Suhaila, no molestes tesoro —la reprendió la nonna.
Rubén le indicó que no le estaba molestando y la cría le cogió de la
mano, se la apretó del mismo modo que cuando se vieron en el hospital y,
sin más, decidió sentarse en su regazo. Rápidamente, Rubén la acomodó en
la pierna sana para que la lesionada no sufriera ningún golpe y esta dijo
señalando con su dedito:
—Esto es un árbol de Navidad con bolas verdes, ¿te gusta el verde?
—Sí, es un color muy bonito.
L a nonna, al escuchar la algarabía del exterior se levantó y dijo
mirándole.
—Discúlpame un momento, Rubén. Voy a ver qué hacen esos fierecillas.
Él asintió y la cría, atrapando toda su atención, dijo:
—El verde es mi color preferido.
Rubén sonrió y la pequeña añadió tocándole el pelo.
—Voy a ser peluquera, ¿lo sabías?
Divertido por ello, Rubén abrió los ojos.
—Oh… qué maravilla. Espero que cuando seas peluquera me cortes el
pelo.
—Vale —asintió la pequeña.
Durante unos segundos ambos se miraron hasta que la cría preguntó:
—¿Te duele la pierna?
—No, ¿y a ti?
La pequeña se tocó su pierna vendada.
—Un poquito. Pero soy una chica fuerte. Dani siempre me lo dice.
Él sonrió y ella continuó con sus preguntas.
—¿Cómo te llamabas?
—Rubén.
—Eres guapo —le sorprendió la niña acariciándole con curiosidad la
barbilla.
Conmovido por la pequeña respondió:
—Tú sí que eres guapa Suhaila.
—El dibujo es para que lo pongas en tu nevera con imanes.
—Lo pondré, muchas gracias.
—No me has dicho si te gusta mi dibujo.
—Es precioso… maravilloso ¡me encanta! —sonrió ampliamente el
futbolista.
—¿Tienes novia?
—No.
—¿Quieres ser mi novio?
Rubén, al escucharla, soltó una carcajada. Aquella cría y su mellada
sonrisa le hacían sonreír. Le dio un candoroso beso en la mejilla, y justo
cuando iba a responderle, entró un jovencito.
—Suhaila, no molestes al señor —le recriminó.
—Es mi novio.
—¡Suhaila! —le reprochó el crío, mirándola fijamente.
Rubén sonrió. Aquel muchacho tenía los mismos ojos vivarachos de la
niña y respondió:
—No te preocupes, no me molesta.
El joven sonrió y, acercándose a ellos con algo de vergüenza, le pidió:
—¿Me firmaría un autógrafo?
—Por supuesto, ¿cómo te llamas?
—Israel.
—Yo quiero que me firmes otro papel —pidió la cría.
—Señor, ¿podría poner en el papel «para Suhaila e Israel»?, mi hermana
es muy pesadita
Cuando el futbolista terminó de firmar el papel y se lo tendió, el
muchacho, mirándolo como si de una cápsula espacial se tratara murmuró:
—Gracias, señor.
—No me llames «señor», Israel, ¿de acuerdo?
El crío, anonadado porque el astro del fútbol fuera tan cercano, asintió.
Después, hizo una seña con la cabeza a la pequeña, que rápidamente se
bajó de su pierna y se marchó cogida de su mano. En ese momento entró la
nonna y Rubén se levantó. Debía marcharse, pero antes de irse preguntó:
—¿Podría darme la dirección de la casa de Dani? —Y mintiendo añadió
—. La estoy llamando pero no me coge el teléfono.
La mujer cogió un bolígrafo y un papel y lo apuntó. Tras despedirse de
la anciana y de todos los niños que acudieron a él, les prometió regresar
otro día. Ellos saltaron encantados.
Al llegar a la vía Pietro Mascagni pagó al taxista y se hizo una foto con
él. El hombre se lo agradeció con una estupenda sonrisa y un apretón de
manos. Se quedó solo ante el portal y se caló la gorra con la intención de
no ser reconocido. Miró el portero automático y cuando iba a llamar al piso
quinto, salió un vecino y decidió entrar sin llamar.
El ascensor se detuvo en la planta quinta, de pronto dudó: ¿qué hacía
allí?, pero las puertas se abrieron, y sin pensar en nada más, se dirigió
hacia la puerta «C» y llamó al timbre.
Cuando la puerta se abrió la cara de Daniela era todo un poema ¿qué
hacía aquel allí?, y sin darle tiempo a decir nada preguntó:
—¿Quién te ha dicho dónde vivo?
Rubén sonrió y, apoyándose en la puerta, lo aclaró:
—Ahora ya todo el mundo sabe quién eres, ¿por qué me iba a resultar
difícil averiguar dónde vive la hija de mi entrenador?
—¡Vaya por Diosss!
Él sonrió y preguntó:
—Por cierto, ¿qué tal terminó la fiestecita anoche?
—Bien —rio ella al recordarlo—. Terminó muy bien.
Sin poder retener su lengua siseó en un tono suave.
—Por lo que pude ver, algunos de mis compañeros se morían por bailar
contigo.
—Y yo con ellos. —Y antes de que él dijera nada más cuchicheó—: Y
por cierto, sin tener la talla 36 ni ser técnicamente perfecta, ya viste que,
cuando quiero, los hombres babean por mí.
Al ver el cariz que estaba tomando la conversación, Rubén decidió
cambiar de tema. Él no era nadie para decir esas cosas.
—Me hubiera gustado que me dijeras quién era tu padre y…
—¿Y perderme tu cara al descubrirlo? ¡Ni hablar!
Estaba claro que ella tenía contestación para todo. Finalmente preguntó:
—¿Puedo pasar?
Extrañada, le indicó que entrara y él, apoyado en su muleta, pasó al
interior. Se fijó en la decoración: la casa tenía las paredes pintadas con
vivos colores y estaba llena de plantas. No dijo nada y se limitó a seguirla
hasta el salón, cuando llegaron, ella le miró y preguntó:
—¿Qué quieres?
Rubén soltó la muleta, se sentó en una silla y respondió:
—De momento, si no es mucha molestia, un poco de agua.
Sin entender qué hacía allí, la joven salió por la puerta en busca de lo
que le había pedido, mientras él miraba a su alrededor y escuchaba la
música. Reconoció la voz de Alejandro Sanz, y eso le agradó, mientras,
inconscientemente canturreaba.
Mi hembra, mi dama valiente se peina la trenza como las sirenas y rema
en la arena, si quiere. Ay mi hembra, tus labios de menta te queman mejor
con los míos si ruedan, mejor tu sonrisa si muerdeAy mi hembra…
Se quitó la chaqueta de cuero, se levantó y la dejó sobre la silla. Se fijó
en las fotografías que había en una estantería. Se sorprendió al ver a
Suhaila e Israel, sonrientes, en compañía del entrenador y su mujer. En otra
foto estaba al entrenador con tres jóvenes; le gustó reconocer a Daniela con
el pelo azul.
—¿Cotilleando?
Al escuchar la voz de la joven, el futbolista dejó de canturrear, se giró y
al ver la sonrisa de ella, respondió:
—Vale, me has pillado. Soy un curioso, pero solo estaba viendo las fotos
de tu familia.
Sin moverse de su sitio, la joven murmuró:
—Eso es lo que hace falta en tu casa, fotos de tu familia. No solo esa
maxifoto tuya celebrando un gol, ¡egocéntrico! Por cierto, ¿estabas
cantando un tema de Alejandro Sanz?
Rubén asintió y, sorprendiéndola, dijo:
—Me gusta su música, ¿tan raro es?
Le miró impresionada; él se quedó mirando una foto de una bonita
puesta de sol y quiso cambiar de tema.
—Esto, ¿dónde es?
Acercándose hasta él, tomó el marco de la foto.
—Es un pueblo llamado la Orta de San Giulio, está en la provincia de
Novara. Es un lugar tranquilo al que voy para perderme siempre que puedo.
Allí tengo una amiga que regenta un pequeño hotel con mucho encanto, Il
Rusticone, te lo aconsejo para cuando quieras perderte.
Una vez ella hubo acabado de hablar, él cogió otra foto y enseñándosela,
le preguntó:
—¿En serio te teñiste el pelo de azul?
Ella soltó una carcajada, dejó la foto de la puesta de sol en su lugar y
mirando la que él le enseñaba, con cariño, cuchicheó:
—Fui el conejillo de Indias de mi hermana Janet. —La señaló en la foto
—. Ella estaba estudiando peluquería y mira cómo me dejó el pelo.
Divertido, recordó que la pequeña Suhaila también quería ser peluquera
y ella añadió.
—Por eso mi padre y mi hermano me llaman pitufa —aclaró divertida
sin contarle realmente la verdad—. Fue un disgusto para mamá en su
momento. Janet se puso el pelo verde y yo azul. Cuando lo recuerda hoy en
día le hace mucha más gracia que entonces.
Ambos volvieron a reír hasta que Rubén se fijó en cómo ella miraba la
foto. La chica morena que estaba entre su hermano y ella debía ser Janet y
murmuró, tocándole la mejilla con ternura:
—Siento mucho lo de tu hermana. Debió de ser terrible.
—Sí, lo fue —suspiró—. Janet era maravillosa, loca, divertida, mi gran
compañera de travesuras y mi mejor amiga. Su pérdida ha sido irreparable
para todos nosotros. Pero la vida sigue y como ella diría: «¡el show debe
continuar!.»
—¿Qué le ocurrió?
—Un accidente de tráfico un día de nieve. Íbamos juntas, un camión
perdió el control en la M-30 de Madrid y… bueno… el resto te lo puedes
imaginar.
Separándose de la estantería, Daniela dejó el vaso de agua sobre la mesa.
No quería recordar. Él la siguió, lo cogió y dio un gran trago, horrorizado
por haber tocado un tema tan delicado. Cuando dejó el vaso sobre la mesa,
ella, volviendo a sonreír, le miró y preguntó:
—Muy bien, ¿qué haces aquí? No recuerdo ni haberte dado mi dirección
ni haberte invitado a mi casa.
—Quería verte.
—¿Y para qué querías verme?
—¿Por qué no me dijiste lo de La casa della nonna?
—¡¿Qué!? ¡¿Cómo dices?!
—Doña Secretitos, ¿acaso creías que no iba a enterarme de a dónde iba
destinado mi dinero?
—¿Tú dinero? Oh, no… querrás decir ¡mi dinero! —aclaró levantando la
voz—. Yo trabajo para ti y, como comprenderás, con el dinero que gano
puedo hacer lo que me dé la realísima gana.
—Por supuesto —respondió al ver que ella se ponía a la defensiva—.
Me refiero solo a que me hubiera gustado que me contaras que
absolutamente todo lo que ganas atendiéndome a mí lo inviertes en ese
lugar. Y antes de que digas nada, que te conozco, creo que es la cosa más
maravillosa que he visto hacer a una persona y quiero que sepas que estoy
tremendamente orgulloso de ti porque eso me hace saber que tienes un
gran corazón.
Aquellas palabras la desarmaron y, más aún, cuando él añadió:
—Vengo de allí ahora mismo. He conocido a la nonna y a algunos
chavales. Hasta Suhaila me ha hecho un dibujo que llevo en el bolsillo del
abrigo. Ah, por cierto, me ha pedido que sea su novio. —Ella sonrió—.
¿Qué es realmente lo que le ocurre a Suhaila?
—Osteosarcoma. —Al ver que él la miraba sin entender continuó—: Es
un tipo de cáncer de huesos.
—¡¿Cáncer?! —repitió el futbolista, con un semblante realmente
preocupado.
Al ver su gesto, Daniela supo lo mucho que le asustaba aquella palabra
«cáncer», por ello quiso tranquilizarlo quitándole hierro al asunto.
—Tranquilo, la operaron hace unos meses y se está recuperando muy
bien.
—¿Cáncer? ¿Esa niña tiene cáncer?
—Sí.
Totalmente desencajado, dijo muy apenado:
—¡Dios mío, pobre cría! Cáncer, ¡qué horror!
—Tranquilo, ella está bien.
—¿Y por qué la niña está en La casa della nonna?
—¿Y dónde quieres que esté?
—Pues en su casa.
Daniela suspiró y mirándole directamente a los ojos aclaró:
—La casa della nonna es su casa, Rubén. Los niños que has visto son
niños abandonados, sin hogar. Niños que han crecido sin unos padres y que,
para su desgracia, son demasiado mayores para que la gente los quiera
adoptar. —La cara del futbolista se descomponía más y más a medida que
ella le iba dando información—. Esos pequeños han estado en varias casas
de acogida, pero al final regresan al mismo lugar de donde salieron.
Suhaila y su hermano Israel son de esos niños. En estos años ellos han
pasado por tres familias de acogida, pero cuando esas personas son
conscientes del problema que tiene la niña, terminan devolviéndolos al
centro.
—No me lo puedo creer —reconoció conmocionado.
—Pues créetelo, Rubén. La gente quiere adoptar niños técnicamente
perfectos. —Esto le tocó el corazón, mientras ella añadía—: Adoptar a un
niño con problemas no es fácil, te digo esto porque tampoco quiero dar a
entender que la gente es mala. Suhaila y su hermano Israel se quedaron
huérfanos de padres, la madre era marroquí y el padre italiano, y son dos
luchadores de la vida. Deberías conocer a Israel. Es estudioso y se ha
empeñado en ser médico para curar a Suhaila, una princesita encantadora.
Son maravillosos, unos niños estupendos que aceptan la vida como les
viene a pesar de todo lo que les ha tocado vivir.
Asombrado por lo que acababa de oír, tragó el nudo de emociones que se
había formado en su garganta.
—Lo siento… yo… yo no sabía…
—Lo sé, Rubén… lo sé. No te preocupes.
Rubén estaba conmocionado aún por todo lo que acababa de saber,
cuando ella, sin darle tregua, le interrogó:
—¿Le has contado a la nonna que soy yo quien dona ese dinero
semanalmente? Dime por favor que no le has dicho la verdad.
Él la miró sin entender nada y se encogió de hombros; ella se retiró el
pelo de la cara, y añadió:
—Escucha Rubén, si le hubiera dicho que ese dinero era mío, la nonna,
no lo hubiera aceptado. Pero tratándose de ti, no ha habido problema. Eres
una estrella en Italia, el toro español, un gran jugador de fútbol y ella sabe
que tú te puedes permitir eso y más. Y ahora, dime que no la has sacado de
su error.
—Me da vergüenza admitirlo pero no he sido capaz de decirle la verdad,
y…
—¡Bien! ¡Bien! —Aplaudió cortándole. Y cogiéndole del brazo,
preguntó cambiando de tema—: ¿Tienes planes para comer?
—No…
—Te invito a una estupenda ensalada con tomatitos cherry y una
increíble a la par que sabrosa tortilla de patata española con cebollita que
acabo de hacer, ¿te apetece?
—¿La has cocinado tú?
—Ajá…
—Wooo… no sé si arriesgarme —se mofó él.
—Arriésgate, te aseguro que te encantará. —Y al ver la guasa en su
mirada, cuchicheó—: Eso sí, yo la como con mayonesa y ketchup, pero
vamos, tú puedes tomarla como quieras. —Y al ver cómo la miraba, añadió
—: Digo lo de la mayonesa, porque para mantener estas curvas y este
cuerpazo que Dios me ha dado hay que esforzarse.
Rubén soltó una carcajada. Esa mujer era increíble.
—Daniela… basta ya con eso. Yo…
—Tranquilo, príncipe… soy consciente de mis imperfecciones. —Y sin
darle tiempo a decir nada más, continuó—: Quédate a comer, te prometo
que te chuparás los dedos.
Rubén, divertido por su acogedora hospitalidad, sonrió y finalmente
dijo:—
De acuerdo, veamos si esa tortilla de patata está tan buena como la de
mi madre.
Diez minutos después, degustaban la tortilla en la mesa de la cocina.
—Buenísima, cocinas mejor de lo que yo pensaba.
Daniela soltó una carcajada y murmuró:
—Eso es porque estás comiendo mi plato estrella. Si un día quieres decir
todo lo contrario, ven y te haré fetuccini al pesto. ¡Me salen asquerosos!
—¿Puedo llamarte «Dani», como parece que te llaman todos? —se
animó a pedirle él, notando el magnetismo que sentía entre ellos en ese
momento.
—Vale, pero que conste que te lo permito porque has comido de mi
tortilla y te lo mereces.
Hablaron y hablaron. Daniela se enteró de que dos días después él
viajaba a España para pasar las navidades con su familia y no regresaría
hasta el día cuatro de enero. Se alegró por él aunque se mofó diciendo que
descansaría de ver su cara durante ese tiempo. Ambos rieron.
Cuando terminaron de comer, se engancharon a la retransmisión de un
partido de tenis. Jugaba Nadal y los dos le animaron. Después de un
esfuerzo espartano, el español ganó y lo celebraron con unas cervezas. Sin
ganas de marcharse, notando que ella se sentía a gusto con su presencia, y
al ver que tenía la trilogía de El Señor de los Anillos, propuso ver la última
película. La que no habían terminado de ver en su casa. Ella aceptó
encantada y tirándose en el sillón, como dos buenos amigos, comenzaron a
verla. A mitad de la película, Daniela apretó al stop.
—¿Quieres algo de beber?
—Otra cervecita no estaría mal, pero esta vez sin alcohol, ¿puede ser?
—Por supuesto, ¡marchando!
La joven desapareció del salón y, de nuevo, Rubén sonrió. Qué fácil era
sonreír con Daniela. Tirado en el sillón observó que a ella le gustaba leer.
Había una enorme estantería repleta de libros y otra con muchos CD de
música. Se asombró al ver música de todos los estilos: española, inglesa,
italiana, americana, aunque lo que más llamó su atención fue la enorme
colección de Elvis Presley, tenía su discografía completa.
Cuando ella regresó, traía dos cervezas y un bol con palomitas. Al verla,
regresó al sillón y dijo mientras cogía el botellín que ella le entregaba.
—Veo que te gusta mucho Elvis.
—Por supuesto. —Y al ver que él se reía chocó su cerveza contra la de
él, y añadió—: La música del Rey es de lo mejorcito que hay para levantar
el ánimo. Cuando quieras te lo demuestro.
Sin más, dio al play de la película. Ambos se sumergieron de nuevo en la
historia mientras comían palomitas y bebían cerveza. Así estuvieron hasta
que llegó el final y, tras un buen rato de charla, ella miró distraídamente su
reloj: eran las nueve y media de la noche.
—Bueno, creo que es hora de que te marches.
No daba crédito: ¿lo estaba echando?
Al ver su cara de pasmado, ella sonrió. Lo cierto es que había pensado
invitarle a cenar, pero en el último momento había decidido que era mejor
que no; sería demasiado, él se montaría su película y esperaría un buen
postre. Por eso, se levantó del sillón, se desperezó y le entregó la muleta.
—Vamos, te llevaré a tu casa.
Estupefacto por cómo le estaba echando, se negó:
—No… Es tarde y no quiero que andes sola con el coche.
—Uisss ¡pero qué galante! Si al final vas a ser un caballero y todo. —Le
tomó el pelo.
—En serio, Dani, no quiero que andes sola por la calle a estas horas por
mi culpa.
Volvió a mirar el reloj:
—¿Cómo que «a estas horas»?, que son solo las nueve y media de la
noche.
—Llamaré a un taxi, no te preocupes —insistió el futbolista.
—¡Ni lo sueñes! Y antes de que sigas diciendo tonterías, déjame decirte
que soy una mujer independiente acostumbrada a salir por la noche sola
y…
—Pero si podemos evitarlo, ¿por qué hacerlo?
—Porque yo quiero. Si yo estuviera en tu casa con muletas, ¿a que tú te
ofrecerías a llevarme a casa? —Él asintió y ella zanjó el asunto—. Pues no
se hable más.
Cuarenta minutos después estaban frente a la casa de Rubén. Se tenían
que despedir, pero ninguno de los dos parecía querer hacerlo, hasta que
finalmente él dijo:
—¿Irás a la fiesta de disfraces de Jandro?
—No.
—¿Por qué?
—Sencillamente, porque yo no pinto nada allí.
—Me gustaría verte disfrazada. Seguro que estás muy sexy —le susurró
seductor Rubén.
¿¡Sexy?! —Una risotada estalló en su boca, casi se atragantó al
pronunciar aquello.
—A las mujeres os encanta disfrazaros de sirenitas, princesas o sexys
cleopatras. A todas os gusta lucir vuestros encantos en esas fiestas. No me
digas que no.
Aquel comentario la hizo reír. Era cierto que cuando había asistido a
alguna fiesta con sus amigas a todas les gustaba ir provocativas y sexys.
Iba a lanzarle un dardo por respuesta cuando él propuso:
—¿Quieres pasar a tomar algo?
—No.
—Podemos cenar, creo que en el frigorífico tengo un…
—No, es tarde. Debo regresar a casa. Por cierto, que lo pases bien en
España, cuídate la pierna y ¡hasta el año que viene! —Y apremiándolo para
no acabar tirándose a su cuello para comérselo a besos, se mofó—.
Vamos… vamos princesito, baja del carruaje antes de que se convierta en
calabaza. Te he traído sano y salvo hasta tu castillo y ahora he de regresar
al mío de una pieza.
El tono de su broma no le vino bien. Deseaba estar más tiempo con ella
y mirándola, le aclaró:
—Que sepas que no me hace ninguna gracia que seas mi taxista. Y que
te quede claro que esto es algo que no se va a volver a repetir, ¿entendido?
—No sabía que fueras tan tradicional. —Y muerta de risa cuchicheó—:
¿De verdad me estás diciendo que una mujer no puede llevar a un hombre a
casa?
—Exacto.
Ella no pudo reprimir una carcajada de lo más sensual. Echó la cabeza
hacia atrás de tal manera que su cuello se volvió dulce y tentador. Rubén,
desesperado al sentir que su entrepierna se endurecía por segundos, fue a
decir algo cuando ella se le adelantó:
—¡Dios…! lo que hay que oír en pleno siglo XXI. —Y cambiando el
tono de su voz preguntó—: ¿Te bajas para que pueda marcharme antes de
que digas más tonterías?
Y entonces ocurrió: Rubén alargó su mano, cogió la nuca de Daniela, la
atrajo hasta él y la besó. Metió su lengua en el interior de su boca y la
degustó como llevaba días deseando hacer. Daniela era dulce, suave,
tentadora y lo mejor de todo, ella no lo rechazó. Durante unos minutos, se
saborearon con delicadeza y morbo, hasta que ella reunió fuerzas y dándole
un empujón, lo separó.
—Si vuelves a besarme, te juro que…
Y lo hizo de nuevo. La besó. Quería más. Aquel beso había abierto su
apetito voraz y Rubén insistió. Atontada por su propio deseo, Daniela le
respondió. Enredó sus dedos en el bonito pelo del futbolista y disfrutó,
pero cuando sintió que las manos de él subían por su cintura en dirección a
sus pechos lo separó con todo su pesar y le amenazó:
—Vuelve a hacerlo y dejo de ser tu fisio.
—Me deseas tanto como yo a ti —susurró rozando sus labios con el
aliento de sus palabras—. Reconócelo y entra en mi casa para que podamos
hacer lo que ambos deseamos.
La tentación pasó por su cabeza. Le deseaba: sí, y era consciente de ello,
pero respondió.
—¡Ni lo sueñes!
—Dani…
—Ah, no… tú ya no me vuelves a llamar Dani —dijo empujándole para
separarse de él—. Así es como me llaman mis amigos y tú, con lo que
acabas de hacer, me has demostrado que de amigo mío tienes bien poco;
así que vuelvo a ser Daniela para ti.
—Pero ¿qué estás diciendo?
Y sin contestar a lo que él demandaba ella prosiguió.
—Me alegra no tener que volver a verte por un tiempo, porque si tuviera
que verte mañana, tú y yo acabaríamos muy mal. Solo te pido una cosa:
cuando regreses cambia el chip conmigo porque esto no va a volver a
ocurrir, ¿entendido? —Él no contestó. Solo la miraba con deseo y ella le
ordenó entre dientes—: Y ahora baja del puñetero coche para que me pueda
ir si no quieres que sea yo quien te eche a patadas.
Desconcertado por todo lo que aquel beso le había hecho sentir, abrió la
puerta, bajó y cuando cerró, ella arrancó de inmediato y se marchó
acelerando.
Tres minutos después, cuando entró en su casa y su perra le saludó, se
tiró en el sillón y blasfemó, con la entrepierna endurecida todavía.

—¡Maldita tocapelotas!
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