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¡Ni lo sueñes! - Megan Maxwell Cap.11


Las navidades en Madrid fueron una auténtica locura para Rubén Lo pasó
bien con su familia a excepción de los momentos en los que su madre se
empeñaba en mimarlo como a un chiquillo. Sus dos hermanas, como
siempre, en su línea, no paraban de discutir.
En los días que estuvo allí acompañó a su hermana Olivia a una de las
pruebas del vestido de novia. Estaba espectacular y no pudo evitar reír
cuando su madre comenzó a llorar emocionada por ver a su niña tan guapa.
Una noche, Rubén salió con sus dos hermanas y su cuñado a tomar unas
copas. Camuflado tras su gorra pasaba desapercibido para muchos, aunque
en cuanto alguien le reconocía, una multitud le pedía fotos y autógrafos. Al
principio le pareció divertido, pero tras más de diez años como futbolista
ya se había hecho tantas fotos y firmado tantos autógrafos que si podía
evitarlo, lo evitaba. En esos momentos, y sobre todo si iba acompañado de
su familia, la fama le resultaba cansina.
Cuando llegaron al local en el que sus hermanas habían quedado con los
amigos de toda la vida, Rubén volvió a ser el chico de siempre. Abrazó a
sus amigos, brindó con ellos y disfrutó de una noche estupenda sin agobios
y sin autógrafos. Algunos de sus amigos, envalentonados, se subieron al
escenario y cantaron en el karaoke. En ese momento, le vino a la mente la
imagen de Daniela, se la imaginó sobre una mesa, cantando La Bamba, le
hubiera encantado vivirlo con ella.
—Vaya, hermanito, ¿y esa sonrisita de bobo?
—Me hace gracia pensar que Olivia se va a casar —respondió divertido
mirando a Malena.
—Desde luego es la digna sucesora de mamá.
—¿Por qué dices eso? —se mofó Rubén.
—El otro día la vi haciendo ganchillo y después croquetas ¡no te digo
más! —le confesó.
Ese comentario hizo que ambos estallaran en carcajadas. Estaba claro
que los tres hermanos eran totalmente diferentes: Olivia aunque era la más
pequeña, era la más convencional, Rubén, el deportista, y Malena, la
mayor, la pasota.
—¿Y tú? ¿Algo nuevo por Milán?
—No…
—¿Ninguna chica especial?
—Ninguna —respondió de inmediato. Aunque, sin saber porqué no
podía apartar a Daniela de su mente, aunque intentara negarlo.
—Mientes. Hay alguien —le espetó Malena que no le había quitado ojo.
Por la tensión de su cara y su ceño fruncido supo que no estaba siendo del
todo sincero.
—¡No!
—Ese «¡no!», me lo acaba de confirmar. Ya sabes que soy algo bruja y
estas cosas las veo a la legua, así que desembucha.
—¿Tú estás tonta? —rio aquel desentendiéndose de las deducciones de
su hermana.
—Hermanito, como se suele decir hoy por hoy, ¡soy rubia pero no tonta!
Aquel comentario, que había escuchado antes de Daniela, le hizo reír y
ella prosiguió, agarrándole del brazo para acercarse más a él.
—Ese entrecejo tuyo se ha fruncido y eso me hace saber que has pensado
en alguien, no lo niegues. ¡Dime quién es!
—¡Ni lo sueñes!
Pronunciar aquella frase le volvió a hacer sonreír como un tonto ¿pero
qué le estaba pasando? Y ante la mirada inquisidora de su hermana, quiso
aclarar:
—Vamos a ver Malena, hay alguien que me atrae. Es diferente, y en el
fondo me hace la vida imposible, pero…
—Dime su nombre
—No.
—¡Dímelo, tontorróoon! —insistió suplicante.
Tras un cruce de miradas, finalmente él murmuró, antes de dar un trago
a su cerveza.
—Dani.
Boquiabierta, alucinada y fuertemente impresionada; entre risas, le
comentó casi chillando.
—¿No jorobes que te has cambiado de acera? ¿Te gustan los tíos?
Diosssss… esto a mamá la mata.
Al escucharla soltó una sonora carcajada y aclaró.
—A ver, que se llama Daniela. Y antes de que sigas diciendo tonterías
déjame decirte que…
—¿La fisioterapeuta?
Rubén maldijo al acordarse de que habían hablado por teléfono y su
hermana añadió:
—No diré nada más, solo con oír su nombre en tu boca ya sé que es
especial para ti. Y tranquilo, lo que tenga que ser, será.
Ambos dieron un trago a sus bebidas y para cambiar de tema, él
preguntó:
—¿Y tú qué hermanita? ¿Alguna víctima a la vista?
—Me estoy viendo con un tipo que es puro sexo y fuego ¡increíble! —le
confesó Malena con una sonrisa pícara.
Rubén soltó una enorme carcajada. Si alguien le divertía en el mundo,
esa era su hermana mayor. Su manera de ver la vida, tras su divorcio, tan
distinta a la del resto de su familia, podía con él.
—¿Va a venir «Don Sexo y Fuego» por aquí esta noche?
—¡Nooo! Ni se lo he comentado —se mofó Malena—. Quiero que esté
lejos de la familia. Es un rollito y prefiero que nadie se haga ilusiones. Si
Olivia lo ve, con lo alcahueta que es, comenzará con eso de «dile que
venga a cenar a casa» y no ¡me niego! Ya lo hice una vez con el atontado
aquel y no lo volveré a hacer más. Como dice papá: «¡uno y no más Santo
Tomas!» Por cierto, y cambiando de tema, creo que pronto te voy a ir a
visitar, mamá y Olivia con el tema boda, comienzan a saturarme.
—Mi casa es tu casa, hermanita.
—Gracias, cielote, ¡eres un amor! —le susurró cuando le abrazaba.
Recordar la historia de su hermana con su ex, el atontado, le hizo
suspirar. Su hermana, tras su divorcio, había retomado las riendas de su
vida con una fuerza que dejó a todos, en especial a su madre, sin palabras.
Lo primero que hizo fue marcharse un año de viaje para encontrarse a sí
misma y sorprendió a todos cuando supieron que vivía en una paradisíaca
playa de Jamaica trabajando en una clínica dental. Cuando regresó, pasó de
ser «la plácida Malena» a Malena «la pasota», que, muy a menudo, sacaba
a su progenitora de sus casillas, por su actitud libre e irreverente; incluso le
había dado por hornear pasteles de marihuana, algo que su madre no podía
concebir.
La fiesta terminó sobre las cuatro de la madrugada y cuando Rubén llegó
a la casa de sus padres cayó derrotado.
En esos días le escribió un par de mensajes a Daniela para felicitarle las
navidades, pero ella no le contestó. Aquella maldita tocapelotas se había
metido en su mente de una manera que comenzaba a preocuparle, y más
cuando se vio escuchando canciones de Alejandro Sanz y pensando en ella,
¿qué le había ocurrido?
Daniela, por su lado, pasó unas bonitas navidades rodeada por su familia
en Milán y cuando recibió aquellos mensajes de Rubén, estuvo tentada de
contestarle. Le apetecía mucho. Aún recordaba su boca, sus labios, sus
besos. Pero no… No debía.
Los días pasaron y con ellos la Navidad y Rubén regresó a Milán. Como
era de esperar, su madre lloró en Barajas como si fuera la primera vez que
se iba a Milán y él tuvo que consolarla. Para Teresa, el que su niño, su
adorado niño, viviera tan lejos, la mataba. Pero entendía lo que todos le
decían: el niño era un futbolista famoso y debía aprovechar esta gran
oportunidad, y en especial, la vida.
El cinco de enero, al día siguiente de llegar a Milán, Rubén llamó a
Daniela pero no la localizó. Quería que acudiese a su casa para retomar la
rehabilitación y cuando le saltó el buzón de voz, le molestó. La llamó
varias veces durante el día y nada, no hubo manera de hablar con ella.
Al día siguiente, el resultado fue el mismo: no conseguía dar con ella.
Molesto porque ella no le devolviera las llamadas, blasfemó. No estaba
acostumbrado a ir tras una mujer y aquella tocapelotas, sin proponérselo,
lo estaba consiguiendo. Llamó a su compañero Jandro, que pasó a
recogerle, fueron a la tienda del campo de fútbol del Inter y luego se
dirigieron a La casa della nonna. Los pequeños se volvieron locos al ver
entrar a aquellos dos astros del fútbol. Suhaila corrió hacia Rubén y él,
feliz, la acogió entre sus brazos. Los niños estaban encantados con los
regalos y la nonna se lo agradeció mucho.
Pero allí tampoco estaba Daniela. Según la nonna, dos días antes les
había dicho que no regresaría hasta el nueve de enero, pero no le había
dicho dónde estaría hasta entonces. Antonella, sorprendida por ver al
jugador allí preguntando por su amiga, no supo cómo reaccionar y se quedó
sin habla. Aquel hombre era un lujo para la vista, y su amigo, el tal Jandro,
un guasón muy atractivo.
Antonella observó cómo los dos astros bromeaban con los muchachos,
incluso en un par de ocasiones, se sorprendió al ver que Jandro la miraba y
le sonreía. Aquellas miradas provocaron que Antonella se sintiera especial,
aunque cuando el futbolista se insinuó y le pidió su teléfono ella se negó a
dárselo: ella no era de esas.
Cuando por fin consiguió dar esquinazo a todos, Antonella llamó por
teléfono a Daniela y le explicó todo sobre la extraña visita. Ella le dio
órdenes de no decir dónde estaba y la obedeció. Se lo debía a su amiga.
Los jugadores pasaron una bonita mañana con los pequeños y, en
especial, Rubén con Suhaila, que de nuevo se cogió a su mano y no la soltó.
Se marcharon al mediodía y prometieron regresar muy pronto. Al llegar al
coche, Rubén le pidió a Jandro que lo llevara hasta la casa de Daniela. Allí
llamó al portero automático con insistencia, pero nadie le abrió.
Daniela escuchó los timbrazos mientras hablaba con Antonella por
teléfono.
—¿Por qué ha tenido que venir a mi casa?
—Aisss Dani, no lo sé. Pero lo que sí sé es que ese hombre te quiere ver.
No ha parado de hacerle preguntas a la nonna sobre ti y ¡oh, Dios…!
Tenías que haber visto cómo ha jugado con todos los niños. Por cierto, con
Suhaila se le cae la baba.
Daniela, desesperada, resopló y al escuchar un nuevo timbrazo
cuchicheó:
—No pienso abrirle. No quiero tener nada que ver con él.
—Pero Dani, eres su fisioterapeuta. Me imagino que él querrá retomar
sus sesiones y…
—Lo sé… luego le enviaré un mensaje al móvil diciéndole que hasta el
ocho no podré seguir atendiéndole, pero vamos, ¡que ya se lo dije antes de
marcharme de vacaciones!
—Hazlo y, con seguridad, te dejará tranquila. Y cambiando de tema,
¿estás bien?
—Sí.
—¿A qué hora tienes que ir mañana?
—A las nueve tengo la cita.
—¿Irá tu madre contigo?
La joven sonrió y al ver por la ventana que Rubén y Jandro se montaban
en el coche y se marchaban, añadió:
—Y mi padre y mi hermano ¿realmente crees que alguno se lo perdería?
Cuando acabó de hablar con Antonella, fue hasta el equipo de música y
puso a tope su canción preferida de Elvis Presley.
It´s now or nerver, come hold me tight
Kiss me my darling, be mine tonight
Tomorrow will be too late
It´s now or never my love won´t wait.
Sentándose en su sillón preferido, cerró los ojos: necesitaba
tranquilizarse. Llevaba dos días con unos dolores terribles de estómago y
de cabeza y sabía que eran por los nervios. Pensar en volver a pasar por lo
que ya había pasado en otras ocasiones no era agradable. Y no por lo que
implicase para ella sino más bien por lo que suponía para su familia y las
personas que la querían.
Durante horas estuvo tirada en aquel sillón escuchando la voz de Elvis.
Él siempre la había animado hasta en los peores momentos y al final, con
la fuerza de sus canciones y la potencia de su timbre de voz, lo consiguió.
Aquella noche se sumergió en la bañera durante más de una hora.
Cuando acabó, cogió el móvil para mandarle un mensaje a Rubén, ya
estaba casi convencida, pero al final, se arrepintió. Prefirió llamarle, le
apetecía escuchar su voz. Tras dos timbrazos, él atendió el teléfono.
—¿Se puede saber dónde te metes?
—¡Feliz Año Nuevo! Que alegría volver a oír tu melodiosa y siempre
agradable voz ¡la echaba de menos!
Rubén captó la ironía y su peculiar sentido del humor y acabó sonriendo.
—¿Estás de fiesta? Escucho música.
—Sí —le respondió subiendo el volumen del equipo de música.
—¿Dónde estás?
—En una fiesta en casa de unos amigos. Espera que salgo a la terraza
para que podamos hablar.
Sin más, abrió la puerta de su terraza y ya con el sonido de la calle, se
interesó por él.
—¿Qué tal tus vacaciones en España?
Rubén se tiró en su sillón y apoyando la cabeza en el respaldo,
respondió.
—Bien, mi familia está estupendamente y lo pasé genial, ¿y tú?
—Muy bien también, mamá nos ha cebado a todos con sus guisos, pero
por lo demás genial, como tú.
Tras un incómodo silencio, el futbolista dijo:
—Oye… te quería pedir perdón por lo que ocurrió el último día que nos
vimos. Yo creo que…
—No te preocupes, ya está olvidado. ¿Cómo va tu pierna?
—Bien… creo que la vas a encontrar mucho mejor. En Madrid me visitó
el fisioterapeuta que te comenté e hicimos los ejercicios que tú me
indicaste, según él, la recuperación de la lesión va viento en popa.
—Me alegra saberlo. Estoy segura de que pronto estarás dándole patadas
al balón.
—Vienes mañana, ¿verdad? —le preguntó animado por lo que acababa
de oír.
—No, creo que no podré ir a tu casa hasta pasado mañana, en principio
—le comentó apoyándose en la barandilla de la terraza.
A Rubén no le gustó lo que estaba oyendo y, levantando la cabeza del
respaldo del sillón, incómodo, apostilló:
—¿Crees?
—Sí.
—¿Pasado mañana?
—Eso he dicho.
—¿Y por qué? —insistió malhumorado.
—Tengo cosas que hacer y…
Levantándose del sillón, replicó molesto:
—Me da igual lo que tengas que hacer Daniela, te quiero aquí mañana
y…
—Lo siento, pero no va a poder ser —cortó con rotundidad—. Si quieres
despedirme, estás en tu derecho, y lo entenderé. Ya sabes que por mi parte
no vas a tener ningún problema; es más, si quieres, ahora mismo te puedo
recomendar a algún compañero, conozco a excelentes fisioterapeutas que
estarían encantados de atenderte hoy mismo.
Molesto por aquello cabeceó, ¿por qué ella siempre andaba con
secretos?
—No quiero a otro fisio, quiero que seas tú quien continúe con mi
recuperación.
—Pues con suerte quizá me tengas pasado mañana allí —le contestó
Daniela, con una sonrisa.
—¿Con suerte?
—Sí.
—¿Qué es eso de «con suerte»? Te voy a cambiar el nombre por «Doña
secretitos».
Daniela soltó una carcajada por su ocurrencia; realmente le tenía muy
intrigado.
—Mira Rubén, mi vida privada no te interesa, por lo tanto, pasado
mañana ya veremos.
Instantes después, un silencio más que significativo anunciaba la
despedida.
—Te dejo.
—Estamos hablando Daniela —increpó molesto.
—Lo sé, pero Enzo quiere bailar conmigo.
—¿Enzo? ¿Es que estás con Enzo?
Ella sonrió, mientras abría la puerta de la terraza para que la música
tuviera más presencia. En ese momento sonaba Jailhouse Rock, de su
amado Elvis.
—Recuerda, estoy en una fiesta y quiero bailar.
Malhumorado por no poder continuar con la conversación, y celoso por
saber que estaba con su ex respondió antes de colgar.
—Pásalo bien.
Cuando Daniela escuchó el sonido hueco del teléfono se quedó
ensimismada mirando al frente: ¿qué narices le estaba ocurriendo con
aquel hombre? Ella no se colgaba fácilmente de nadie, pero con Rubén era
diferente. Al final, entró en su casa, cerró la puerta de la terraza y tras
lanzar el móvil hacia el sillón, comenzó a bailar aquel maravilloso rock
and roll mientras gritaba:

—¡Voy a pasármelo bien!

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