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¡Ni lo sueñes! - Megan Maxwell Cap.25


Al día siguiente, a las doce de la mañana, Daniela se vio con su hermano
Luis. Rubén aprovechó para acompañar a su padre a arreglar unas cosas y
quedó en que ella le llamaría por la tarde.
—Pitu, estás preciosa —le dijo Luis nada más verla, cuando se
encontraron en la Puerta del Sol, frente a La Mallorquina, su pastelería
preferida de Madrid.
—Tú sí que estás guapo, hermanito.
Cogidos de la mano, caminaron hacia la Plaza Mayor. Allí entraron en
uno de los mesones y se pidieron unos bocatas de calamares. Se había
convertido casi en un ritual cuando se veían en Madrid: primero un bocata
de calamares y, de postre, una trufa gigante de La Mallorquina. Después se
encaminaron a una cafetería en la calle del Carmen, para poder charlar
tranquilamente frente a un café.
—¿Sabes algo del papeleo de los niños?
—No, lo último que sé es que los informes definitivos están a punto de
llegar.
—¡Genial! Y ellos, ¿están contentos?
Al pensar en ellos a Daniela se le iluminaron los ojos.
—Suhaila está feliz, bueno ya sabes cómo es, e Israel también está
contento, aunque es más reservado.
—Es un adolescente.
—Un adolescente muy guapo —rio Daniela.
—¿Estás segura de lo que estás haciendo?
—Totalmente segura, hermanito.
—Vas a ser mamá, ¿no te da miedo?
Sonrió encogiéndose de hombros.
—Estoy cagada, pero eso no se lo digas a nadie.
—Bueno… y… cambiando de tema, cuéntame que es para ti ese
futbolista, yo solo te diré lo que ya sabes: mamá está encantada y papá,
cabreado.
Daniela soltó una carcajada.
—¿Qué quieres que te diga? Pues que me gusta mucho y que me lo paso
bien con él… pero poco más te puedo contar.
Luis, que conocía mejor que nadie a su hermana, le cogió la mano.
—A mí no me engañas, te conozco y sé que si no fuera importante no le
habrías acompañado a un evento familiar. Es más, me dijo mamá que
estuvo en el cumpleaños de Suhaila, que con Israel se lleva de lujo y que os
habéis ido algún que otro fin de semana los cuatro a una casa que él tiene
en la Toscana. Llevas viéndole desde finales de octubre, ¿verdad?
—Sí, en octubre se lesionó, pero nuestro rollito no comenzó hasta enero.
Así que no alucines tanto que solo llevamos viéndonos tres meses, ¿vale?
Luis sonrió al ver la cara de agobio de su hermana.
—Pitu…
—Vale, lo confieso: Rubén me encanta y creo… creo que me he
enamorado de él como una auténtica imbécil. Pienso en él las veinticuatro
horas del día y, cuando escucho mi canción preferida de Elvis, cierro los
ojos y siento que me abraza y… y…
—¡Eso es fantástico Pituuu!
—No, no es fantástico —protestó—. Ya sabes lo que opino de las
relaciones largas, y eso sin contar con quién es él y…
Su hermano no la dejó continuar, le tapó la boca con las manos.
—Tienes que contarle a Rubén lo que te ocurre.
—No puedo… no puedo decírselo. Sé que si se lo digo, me mirará
diferente y…
—Pero Dani, si ese hombre siente lo que tú, ¿por qué va a cambiar
vuestra relación?
Tragándose las lágrimas, tomó la otra mano de su hermano.
—Hace unos meses, un día que estábamos en casa me preguntó por
Suhaila y le comenté su problema. Tenías que haber visto cómo se le
desencajó la cara al escuchar la palabra cáncer. Cuando está con la niña,
tienes que ver cómo la mira, la trata con cariño pero la mira con una pena
que no puedo soportar. Yo no quiero que me mire así, solo quiero que me
siga mirando como hasta ahora, ¿no lo entiendes?
Luis suspiró, entendía perfectamente lo que su hermana decía.
—Te entiendo, pero haces mal, Dani, muy mal.
—Vale, lo asumo, estoy haciendo las cosas mal, pero es mi problema,
¿no crees?
—Por supuesto, pero deberías pensar que no todos son como Enzo y,
sobre todo, debes entender que quien te quiera, te querrá con todas tus
circunstancias, hermanita.
Aquello la hizo sonreír y al acabarse el café, se levantó y dijo:
—Venga… vamos a pasear por Madrid, lo necesitamos.
Durante horas recorrieron las callejuelas de Madrid, se pararon ante
infinidad de escaparates y entraron en un par de tiendas a comprar
camisetas de recuerdo para Suhaila e Israel. A las seis de la tarde, Rubén la
llamó para encontrarse con ella. Se verían media hora más tarde en la
puerta de las Cortes.
Daniela sonrió al ver llegar a Rubén, estaba guapísimo con su vaquero
oscuro, su camisa a cuadritos y su cazadora azulona. Sabía que la estaba
mirando, a pesar de que se parapetase tras la gorra y las gafas de sol.
Saberse observada la excitó. Cuando llegó hasta ellos, besó a Daniela en
los labios y le tendió la mano a su hermano.
—Un placer conocerte, Luis.
—Lo mismo digo, Rubén.
Encantada por estar con dos hombres a los que quería mucho, se
enganchó a ellos y juntos pasaron una estupenda tarde-noche por Madrid.
Luis tuvo tiempo suficiente para comprobar cómo aquel futbolista miraba
a su hermana y lo pendiente que estaba de ella en todo momento. Y
confirmó que era mutuo. Sonrió al ver feliz a Daniela, pero también intuyó
que lo iba a pasar mal, muy mal, como no cambiara su actitud.
Aquella noche, cuando se despidieron, Daniela besó a su hermano.
—Tienes que venir a vernos a Milán, mamá te añora mucho.
—Iré en cuanto pueda, Pitu.
Rubén fue consciente del cariño que los hermanos se prodigaban. Se
despidió de Luis con un abrazo.
—Ha sido un placer conocerte y espero verte por Milán.
—Me verás, mientras tanto, cuida de mi hermana, ¿vale, tío?
Ambos se miraron y sonrieron. Tras un último beso a su hermana, Luis
paró un taxi y se marchó. Cogidos de la mano y protegidos por la oscuridad
de la noche, caminaron con tranquilidad hasta llegar a Chamberí, de vuelta
a la casa de los padres del futbolista.
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