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¡Ni lo sueñes! - Megan Maxwell Cap.24


Al llegar a Barajas, el padre de Rubén estaba esperándolos, pero también
un enjambre de periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión, así se lo
advirtió en un mensaje a su hijo. Al ver aquello, Rubén propuso a su
hermana que acompañara a Daniela por otra salida, para evitar que tuviera
que enfrentarse a los focos. Quedaron en encontrarse en la casa familiar.
Por su parte, Daniela llamó por teléfono a su hermano y quedó en verle.
Deseaba locamente volver a estar con él.
Cuando Malena y Daniela llegaron en un taxi al barrio de Chamberí,
Rubén y su padre ya estaban allí. La madre de Rubén se tapó la boca con
las manos al verla entrar en la casa familiar.
—¡Cristo del Gran poder! ¡pero si eres tú! La española que conocí aquel
día en el hospital.
—Encantada de volver a verla, señora — la saludó Daniela dándole dos
besos.
—Hija, ¡por Dios!, llámame Teresa, corazón. —Y agarrándola del brazo,
añadió—: Cuando mi Rubén me dijo que traía acompañante no le creí, pero
me alegra ver que era verdad. Por cierto cariño, te he preparado la
habitación de invitados. Ya le he dicho a Rubén que aunque vosotros sois
muy modernos, yo no lo soy, y sin estar casados no puedo permitir que
durmáis en la misma habitación.
—Mamaaá —se quejó él.
—Mira príncipe, he dicho que no y no se hable más. —Y luego mirando
a Malena que había permanecido callada murmuró—: Y tú y yo tenemos
que hablar, descastada, que sepas que tienes a tu hermana muy enfadada y
que, te guste o no, esta tarde-noche ella ha preparado su despedida de
soltera y vas a ir.
—Venga, mamá ¡no me jorobes! No soporto a las amiguitas de Olivia,
por favor, son todas una panda de niñatas reprimidas que…
—¡Por el amor de Dios, Malena! ¡cuidado con lo que vas a decir!
—Vale. Mejor me callo.
La mujer, remangándose, se plantó ante su hija y le ordenó:
—Vas a ir, claro que sí. Y Daniela también va a ir con vosotras.
Rubén, al escuchar aquello, fue a decir algo cuando su madre insistió:
—Daniela irá, tu hermana la espera y no permitiré que me digas que no.
Malena miró a su hermano y le susurró:
—Ni lo intentes, si la Teresita dice que va… ¡va!
Ambos suspiraron.
—Vale, mamá, Daniela y yo iremos. A ver, ¿dónde es el gran fiestorro?
—Merendaréis en una estupenda pastelería en Guzmán el Bueno.
—Planazo… planazo —se mofó Malena y antes de que su hermano
pudiera mediar, añadió—: ¿Puedo llevar una de mis tartas?
Rubén soltó una carcajada y su madre le gritó histérica.
—Como se te ocurra llevar una tarta de esas de marihuana que haces te
juro que te desheredo, ¡sinvergüenza!
El pobre padre de Rubén, que había escuchado impasible la
conversación, al oír aquello, miró a su hija y, con una media sonrisa,
murmuró mientras se llevaba a su mujer.
—Malena… cierra un poquito el piquito, cariño.
A Daniela le pareció muy divertido ese ambiente familiar, y sonrió
mientras Malena se marchaba a su casa y prometía regresar en un par de
horas para recogerla. Estaba deshaciendo el equipaje en la habitación que
le habían designado cuando se abrió de repente la puerta, era Rubén, la
cerró sin hacer ruido, echó el pestillo y se acercó a ella sonriente.
—Escucha, si a ti no te apetece ir a merendar con mis hermanas, dímelo
y…
—¿Y perdérmelo? ¡Ni loca! Por cierto, he llamado a mi hermano.
Espero verle mañana o pasado. ¡Dios…! me muero por darle un achuchón.
Divertido por su naturalidad, le acarició el rostro y se dirigió a ella en un
tono muy íntimo.
—Preciosa, verás a tu hermano cuando quieras.
—¡¿Preciosa?!
—Hoy estás preciosa. —Rubén sonrió.
—Será el agotamiento y el sueño que tengo —se mofó.
Divertido, la abrazó y la aupó entre sus brazos. Deseaba besarla y no
quería esperar un segundo más, Daniela, que estaba ansiosa por aquellas
atenciones, se dejó llevar por el momento, él le quitó la camiseta, empezó
a besarle el cuello y su cuerpo empezaba a estremecerse cuando escuchó
unos golpecitos en la puerta y oyó la voz de la madre de Rubén.
—Daniela, bonita, ¿necesitas algo?
—No, Teresa. Muchas gracias —consiguió responder.
Rubén la miró muerto de risa, y continuó con su explosión de besos
mientras su madre volvía a la carga.
—Ya verás lo bien que lo vas a pasar con mi Olivia y sus amigas, son
unas niñas muy buenas. ¿De verdad no necesitas nada, corazón?
—No, tranquila… —respondió acalorada—. Voy a ducharme antes de
que llegue Malena. —Y bajando la voz susurró—: ¿Te quieres estar quieto
un segundo?
—No puedo, eres tan tentadora…
—¿Qué has dicho, bonita? —gritó la madre desde fuera.
Daniela intentó zafarse de los brazos de Rubén, pero él no le dejó y, casi
sin resuello por como la tocaba, gritó:
—Que estoy bien… y que no necesito nada.
—Muy bien, te avisaré cuando llegue Malena. Dúchate con tranquilidad.
Cuando escuchó que las pisadas de la mujer se alejaban por el pasillo,
miró a Rubén y divertida, dijo mientras le desabrochaba el botón del
vaquero.
—Ahora me las vas a pagar.
—¡Yupi… Yupi… Hey! —se mofó encantado.
Aquella tarde, después de despedirse de Rubén, se marchó con Malena.
Al llegar a la pastelería, vieron una mesa al fondo en la que estaban
sentadas media docena de jovencitas que parecían clonadas entre ellas.
Cuando se acercaron, Daniela supo claramente quién era Olivia, se parecía
muchísimo a Rubén, ambos tenían los mismos ojos, el mismo color de pelo
y la misma sonrisa. Sin tiempo que perder, Malena la presentó como a una
amiga suya. Nadie podía saber que había venido con Rubén o la prensa se
acabaría enterando.
Estuvieron más de dos horas en aquella pastelería, aunque no probaron
los dulces. Daniela puedo comprobar lo diferentes que eran Malena y
Olivia. Eran como la cara y la cruz de una moneda y, realmente, le dio la
razón a Olivia, para lo joven que era, era demasiado responsable y
puritana. Les sirvieron varias porciones de tarta, pero ninguna de aquellas
jovencitas se atrevió a probarlas, excepto Malena y Daniela, que se
acabaron poniendo moradas. Las otras no querían arriesgarse a perder la
línea y, cuando a las nueve y media Malena propuso ir a cenar algo, solo se
apuntaron algunas de ellas.
Olivia eligió el restaurante, un sitio de comida sana donde todas,
enloquecidas, pidieron ensaladas, Malena y Daniela optaron por un
entrecot de ternera bien pasadito.
—Bueno, ¿qué te parecen mi hermana y sus amigas? —preguntó
Malena.
Incapaz de quitarles ojo, Daniela escaneó a aquel grupo tan peculiar.
—La verdad, para ser un grupo de chicas tan jóvenes, son todas como
muy…
—¡Viejas! La palabra justa es «aburridas». Joder pero si solo les falta
cantar una canción de la iglesia. Vamos, que les das una guitarra y se
arrancan con eso de Yo tengo un gozo en el alma.
Daniela soltó una carcajada. No podía estar más de acuerdo con ella,
parecía mentira que Malena y ella fueran mayores que todas esas chicass y
tuvieran más marcha en el cuerpo.
—Les voy a proponer ir a un sitio más divertido.
—¡Genial!
—¿Qué te parece un espectáculo de boys?
Sorprendida por aquello, Daniela soltó una risotada.
—Creo que se van a asustar y van a decir que no.
—Por probar que no quede, mujer. Al fin y al cabo, es una despedida de
soltera, ¿no?
Cuando Malena comentó su idea, todas callaron y miraron a la novia,
que le devolvió la mirada a su hermana.
—Mamá no lo aprobaría, Malena, y Jacobo se enfadaría conmigo,
¿cómo se te ocurre sugerir una cosa así?
Malena se levantó para acabar sentada junto a su hermana y, con cariño
y mucha picardía, murmuró:
—Es tu despedida de soltera, cielo. Y creo que podría ser divertido para
ti ir a un sitio al que no vas a volver en tu vida. —Y mirándolas a todas,
añadió—: Tranquilas, chicas, os aseguro que por mirar a esos boys no os
vais a quedar embarazadas. Venga, animaos ¡que esto es una despedida de
soltera!, ¿no?
—Vamos chicas, una despedida sin visitar un espectáculo de boys no es
una despedida de soltera. ¡Vamos, animaos! Seguro que lo pasaremos bien
—intentó motivarlas Daniela, más que nada, por echarle un manita a
Malena.
Una a una, aquellas santitas se miraron y comenzaron a sonreír. Malena,
al ver que aquello se animaba, se acercó a Daniela y cuchicheó con
complicidad:
—Vamos a enseñarles a estas lo que es divertirse.
Tres horas después, todas gritaban como posesas en un local de Show
Boys mientras observaban como un muchacho sexy vestido como Richard
Gere en Oficial y Caballero, se quitaba sinuosamente la ropa.
Aquellas dulces jovencitas, tras varios cubatas, habían pasado de ser
unas monjas recatadas a unas locas por el sexo. Ahora eran Malena y
Daniela las que les quitaban las bebidas de las manos e intentaban que se
comportasen. El problema es que eran demasiadas para poder controlarlas
las dos solas, y la peor era Olivia.
—¡La madre que la parió, cógela si puedes! —gritó Malena al ver a su
hermana subirse al escenario y agarrar el pantalón del pobre boy dispuesta
a arrancárselo a mordiscos.
Muerta de risa, Daniela subió a la tarima para coger a Olivia, que, al
verla a su lado, comenzó a reír y, con un pedo colosal, empezó a arrimarse
al boy para bailar con él, y este ya no sabía cómo quitársela de encima. Con
la ayuda de un par de chicos consiguieron bajar a Olivia del escenario y
Malena, con dolor de estómago de tanto reír, gritó:
—Cuando mi madre se entere de esto, definitivamente, ¡me deshereda!
—¿Pero qué han bebido? —gritó Daniela.
—Un par de cubatas cada una, pero claro, estas no están acostumbradas
a beber nada más fuerte que un zumo de naranja recién exprimido, así que,
mira cómo van.
En ese instante, Conchita, una de las amigas, se quitaba el sujetador y lo
lanzaba a la cara del boy.
—¿He visto lo que he visto? ¿Tú has visto lo mismo?
—Afirmativo, lo hemos visto. —Daniela se lo confirmó sin poder parar
de reír.
Se miraron alucinadas y Malena dijo:
—Toma, guárdame la pulsera en tu bolso por favor, que una de estas
locas me ha roto el cierre. —Y con guasa añadió—: Voy a por el sujetador
de esta que, como lo pierda y tenga que volver a casa sin ropa interior, para
qué queremos más.
Daniela se metió la pulsera en su bolso, divertida por toda la situación.
Media hora después, Olivia y sus amigas seguían totalmente
descontroladas: reían, gritaban, saltaban y, sobre todo, le metían mano a
todos los camareros que pasaban cerca de ellas.
Cansadas de retenerlas, cuando consiguieron tener a las seis chicas más
o menos controladas, las llevaron a los baños y las encerraron, para poder
descansar un poco. Malena y Daniela se miraron, y comenzaron a reír, pero
pasados varios minutos pensaron en cómo iban a sacar de allí a aquellas
locas borrachas.
—¿Qué hacemos?
—No lo sé, pero lo que sí sé, es que, como sigan así, los camareros nos
denuncian.
—¿Qué te parece si llamamos a mi hermano para que nos mande una
limusina a la puerta? Así cabemos las ocho y las podemos llevar a que les
dé un poco el fresco antes de devolverlas a sus casas, porque así no pueden
llegar.
—Creo que es una excelente idea —le confirmó Daniela.
Sin tiempo que perder, Daniela mandó un mensaje a Rubén; dos
segundos después, el futbolista llamó.
—¿Que te mande una limusina? —preguntó desconcertado.
—Rubén, si me quieres, búscame una limusina urgentemente —le
respondió Malena, quitándole el teléfono a Daniela.
—Son las tres y media de la mañana, ¿de dónde quieres que la saque?—
contestó el futbolista atónito, sentado en la cama.
Las chicas comenzaron a cantar Asturias patria querida y Malena
exigió:
—Tira de tus contactos, hermanito, por eso te hemos llamado, porque tú
eres el famosete de la familia.
Muerta de risa Daniela le quitó el teléfono.
—Escucha, Rubén…
—No, escúchame tú a mí, ¿qué ocurre?
—Prometo explicártelo todo en cuanto te vea, pero ahora necesitamos
una limusina de ocho plazas y, por favor, cuanto antes llegue, mucho
mejor.
—¿Pero estáis bien? ¿ocurre algo?
La risotada de Daniela le tranquilizó pero continuó con tono de
mosqueo.
—Vale… dame la dirección.
Daniela se sacó la entrada del bolsillo del pantalón y dijo:
—Estamos en la calle Orense en un local de Show Boys y…
—¿Estáis en un local de boys?
—Sí, luego te lo cuento.
Molesto y ya bastante enfadado por lo que escuchaba, asintió mientras
tomaba nota.
—Oh, sí, por supuesto que me contarás, ¿cómo se llama el local?
Daniela soltó una carcajada y, tapándose la cara, murmuró horrorizada:
—El Pene Bailón.
—¡¿Cómo?! —gritó Rubén alucinado.
—El Pene Bailón —repitió sin poder contener la risa al ver que Malena
se desternillaba.
Boquiabierto, Rubén resopló, mientras seguía oyendo reír a Daniela y a
su hermana.
—Cuando la limusina llegue a la puerta, te mando un mensaje para que
salgáis —concretó el futbolista, ofuscado, antes de colgar.
Estuvieron como media hora más encerradas en el lavabo hasta que
Rubén las avisó. La situación era hilarante. Las chicas salieron cogidas de
las manos hasta la puerta, donde fueron entrando en la limusina ante la
cara de estupefacción de Rubén. Daniela alucinó al verlo.
—¿Pero tú que haces aquí?
—Vamos, entra. —Y mirando a Malena que con guasa le observaba
añadió—: Desde luego Malena, tú siempre liándola, como se entere mamá
de esto, verás la que se va a armar.
La limusina dio vueltas por Madrid durante un par de horas, hasta que
amaneció y las chicas comenzaron a encontrarse mejor. Una a una, fueron
dejándolas en sus casas; cuando quedaron a solas los tres hermanos y
Daniela, Olivia, horrorizada por lo ocurrido, la acusó entre sollozos:
—Malena, ¡eres mala!
—Ah, no, hermanita, de eso, nada. Yo solo sugerí ir a El Pene Bailón.
—¡Qué horror de nombre! —gimoteó Olivia descompuesta.
—¡Ni que lo digas! —murmuró Rubén ante la cara de guasa de Daniela.
Malena, conteniendo la risa, miró a su desconsolada hermana y
prosiguió:
—Nadie os obligó, ni a ti ni a tus amigas a beber como cosacas; os
desmelenásteis y luego ya nadie os podía parar.
—¡Oh, Dios…! como se enteren mamá o Jacobo ¡menudo disgusto!,
¿qué pensaran de mí?
Rubén, por echarle una mano, abrazó a su hermana pequeña.
—Ni mamá ni Jacobo tienen porqué enterarse, Olivia, solo lo sabrán si
tú se lo cuentas.
—Se lo contará, conociéndola, ella misma se lo contará mientras se
flagela —apostilló Malena.
—¿Y mi novio? Seguro que alguna de mis amigas se va de la lengua.
—A tu novio ¡que le den!
—¡Malena! —protestó Rubén al ver a su hermana pequeña gimotear.
Daniela, totalmente alucinada por todo aquello, intentando contener la
risa, añadió:
—Tu novio no tiene porqué enfadarse por esto si confía en ti, ¿acaso no
lo hace?
—Ese… —se mofó Malena—. Si seguro que se habrá ido de pilinguis
con sus amigotes, pero, por favor, Olivia, que ese tío tiene quince años más
que tú, ¿qué me estás contando?
La joven novia, al escuchar aquello, dejó de gimotear y miró a su
hermana mayor.
—Que Jacobo no te caiga bien no te da derecho a presuponer esas cosas;
él no ha organizado despedida de soltero, ha preferido quedarse en casa
leyendo a Shakespeare antes que salir de juerga con sus amigos.
—¿Leyendo a Shakespeare? —preguntó incrédula Daniela.
—Madre mía, Olivia qué peste a costroso, pero ¿tú sabes dónde te estás
metiendo? —insistió Malena.
—Adoro a Jacobo y no es ningún costroso, ¿tan difícil es entenderlo?
—Que tienes solo veintitrés años, Olivia, ¡piénsatelo!
—¡Déjame en paz!, yo no soy como tú Malena —siseó la futura novia—.
Yo no me acuesto con todo el que me viene en gana, ni hago pasteles de…
de…
—Marihuana, dilo, ma-ri-hua-na, muy ricos por cierto —se mofó la
mencionada.
Rubén, al ver que sus hermanas iban a comenzar como siempre, levantó
la voz.
—Se acabó, Malena. Olivia ya es mayor de edad para decidir con quién
quiere o no quiere estar. Si se equivoca es su problema, ¿entendido?
Las tres mujeres se callaron hasta que Olivia volviendo a su problema,
gimoteo:
—¡Dios… Dios…! Si Jacobo se entera de dónde he estado no volverá a
confiar en mí.
Daniela y Malena se miraron y, rápidamente, Daniela sacó su móvil.
—Tengo fotos.
Rubén y Olivia la miraron y Malena le suplicó:
—¡Cómo mola! ¡enséñamelas!
Olivia sollozó horrorizada.
—¡Oh, Dios mío…! cualquiera de mis amigas se puede ir de la lengua.
—Podemos chantajearlas.
—¡Daniela! —protestó Rubén al escucharla.
Pero Daniela siguió intentando encontrar una solución.
—Tus amigas, las que han acudido al Show Boys, ¿tienen novio?
—Están todas casadas.
—¡Anda que no! —se mofó Malena—. Si tontas no son, las jodías.
—¡Perfecto! —aplaudió Daniela ante la cara de incredulidad de Rubén
—. Solo hay que enseñarles las fotos para que ellas cierren el pico también
o sus maridos sabrán dónde estuvieron.
Rubén, anonadado por aquello, miró a Daniela, que se encogió de
hombros.
—Vale, está muy feo lo que propongo, pero si no quiere que se entere su
novio es la mejor manera de cerrar bocas.
—¡Uisss qué chantajistaaa! ¡Me gustas Daniela… me gustas mucho! —
afirmó Malena exultante y Daniela no pudo por menos que reír.
Olivia, en su línea, comenzó a llorar. Se miró en un espejo del coche y,
al ver su reflejo, se quedó estupefacta.
—¡Oh, Dios mío! ¡Qué pinta tengo! ¿Cómo he podido hacer algo tan
horrible?
—No has hecho nada malo, Olivia. Solo te has divertido mientras tíos
estupendos y fibrosos se desnudaban al son de la música —afirmó Daniela.
Al escuchar aquello, Rubén, la miró molesto.
—Pero vamos a ver, ¿cómo se os ocurre ir a un sitio así?
Malena divertida al ver el enfado de su hermano se mofó.
—Es que los mejores tíos de Madrid están en El Pene Bailón. Si quieres
ver oblicuos y bíceps de primera ¡ya sabes dónde hay que ir!
—¡Cállate! No sé cómo puedes hablar así —le recriminó Olivia.
Pero Malena no se calló.
—Ja… mira la mojigata. Tenías que haberte visto cuando casi le
arrancas con los dientes el tanga de strass al boy.
Olivia soltó un quejido lastimero que hizo sonreír a Daniela. Rubén,
convencido de que su hermana mayor era un mal bicho, fue a decir algo
cuando Daniela, mirando a Olivia, llamó su atención.
—Vamos a ver, Olivia, ¡mírame! —Daniela abrió una botella de agua
mineral, con la que humedeció un extremo de un pañuelo de papel y le
empezó a limpiar los churretes del rímel que le recorrían la cara, mientras
seguía consolándola—. Repito: no has hecho nada de lo que tengas que
avergonzarte. Solo te has divertido en tu despedida de soltera con tus
amigas y tu hermana. Has hecho justo lo que hay que hacer antes de pasar
por el altar, por lo tanto ¡tranquila! Y en cuanto a las fotos, si nos reímos al
verlas, es porque nos lo hemos pasado muy bien todas juntas. Y tú, aunque
no lo recuerdes, te lo has pasado genial.
—¿De verdad?
—Te lo prometo, Olivia —asintió Malena cambiando su tono de voz—.
Confía en mí. Sé que no soy la mejor hermana del mundo, pero créeme
cuando te digo que no has hecho nada de lo que tengas que arrepentirte.
Olivia, con una candorosa sonrisa, miró a Daniela y cuchicheó:
—¿Me dejas ver de nuevo las fotos?
Daniela le entregó su móvil y de pronto su gesto serio, se tornó en otro
más divertido y, al ver una foto de ella abrazada a uno de los boy, dijo:
—Madre mía, aún me acuerdo de lo duros que tenía los músculos.
—¿Lo recuerdas? —preguntó Malena.
Olivia asintió y miró con complicidad a Daniela.
—Eso y cómo Daniela tiraba de mí para que no le arrancara el pantalón
al que iba vestido como Richard Gere en Oficial y Caballero.
La carcajada de las tres chicas hizo que Rubén resoplara, ¡nunca
entendería a las mujeres!

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