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¡Ni lo sueñes! - Megan Maxwell Cap.23


Rubén estaba agotado pero feliz cuando llegó esa tarde a casa. Por fin
había podido entrenar con el grupo. No estaba al cien por cien pero por fin
volvía a sentirse uno más del equipo. Recibió un mensaje de Daniela,
pidiéndole que no llevara el biplaza, porque Suhaila les acompañaría. A las
seis y media, más que puntual, salió de su casa y fue hasta la de Daniela.
Al llegar, ella ya le esperaba en el portal con una bolsa de deporte en la
mano y Suhaila en la otra.
Le besaron al subir al coche. Suhaila se tiró literalmente a su cuello y el
futbolista, divertido, sonrió; Daniela le dio un beso en los labios. Esa
naturalidad le encantó, ya parecían una familia.
—Muy bien, señoritas, ¿a dónde vamos?
—¡Como mola este cocheee! —gritó Suhaila alucinada.
—¿Te gusta? —rio Rubén.
—Sí… es más grande que el de Dani. —Y tocando el cuero beige de los
asientos murmuró—: Y muy suavecitooo.
Después de poner los ojos en blanco, Daniela le guio entre bromas por
las callejuelas de Milán hasta llegar a la via Marco, donde aparcaron. Una
vez allí, cogió la bolsa de deporte y los tres se encaminaron hacia una
especie de sala de fiestas. Al entrar, Suhaila se soltó de su mano y salió
corriendo y ella, besándole en los labios, murmuró:
—Confía en mí, ¿vale?
Una docena de personas se les quedaron mirando nada más entrar. Todos
se quedaron impresionados al ver que el acompañante de Daniela era el
famosísimo jugador del Inter, el toro español y tras presentárselo, la joven
indicó:
—Suhaila, siéntate con Rubén y explícale lo que hacemos mientras
ensayamos.
—¿Ensayos?
Abriendo la bolsa de deporte, Daniela sacó una falda roja con mucho
vuelo y, poniéndosela con comicidad por encima de las mallas negras dijo
dándose una vuelta:
—Somos la Escuela Profesional de Rock and Roll de Milán y estamos
preparándonos para el concurso de este fin de semana en Monza.
—Dani baila muy bien, ¡ya verás! —afirmó la pequeña sin soltarle de la
mano.
Alucinado, iba a decir algo cuando uno de aquellos hombres metió prisa.
—Vamos, Dani… comenzamos.
Sin tiempo que perder, la joven besó a la pequeña y a Rubén y corrió con
sus compañeros. Segundos después, música de Elvis sonó por los altavoces
y los bailarines comenzaron a bailar a ritmo de rock and roll.
Suhaila, levantándose, le agarró por el cuello y metiéndose entre sus
brazos, dijo:
—Dani me ha dicho que cuando me ponga buena de la pierna, me va a
enseñar a bailar y, ¿sabes una cosa? —Rubén miró a la pequeña y ésta
cuchicheó—: Dani va a ser mi mamá y la de Israel, porque dice que nos
quiere mucho… mucho ¿a qué mola eso?
El futbolista sonrió y abrazó a la pequeña.
—Eso es fantástico, tesoro, estoy seguro de que Dani va a ser una mamá
estupenda.
La pequeña, mirando con adoración a la joven que bailaba, murmuró:
—Para mí ya es mi mamá y el Gran Jefe y la yaya Rachel, mis abuelos.
Rubén sonrió conmovido y la pequeña le sorprendió con su cómico
cuchicheo.
—¿Tú crees que cuando Dani tenga novio querrá ser mi papá?
Sin saber qué decir, tragó saliva y, sin mirar a la pequeña que lo
observaba, le respondió segundos después:
—Seguro que sí, eres una niña encantadora y estoy seguro…
Tapándole la boca, acercó su cara a la de él.
—¿Te cuento un secreto?
Rubén, que todavía tenía la mano de la pequeña aprisionando su boca,
asintió con la cabeza; ella bajó aún más el tono de voz.
—Dani me dijo que te quería mucho y yo creo que le gustaría que fueras
su novio. —Y sin dejarle decir nada, añadió—: Ella una vez nos contó a mi
hermano y a mí que en su cama solo duermen las personas a las que quiere
hasta el infinito y más allá, y a ti te ha dejado dormir en su cama, por lo
que te tiene que querer hasta el infinito y más allá. Además, a mí me
gustaría que fueras su novio porque eres bueno, me escuchas y eres muy
guapo, pero no le digas lo que te he contado porque es un secreto, ¿vale?
Conmocionado por lo que acababa de oír, carraspeó y, tras mirar a
Daniela saltar y reír como una loca, le respondió:
—Tranquila, cielo, te guardaré el secreto.
Durante más de una hora, la cría y el futbolista observaron a Daniela
bailar al ritmo de la música. Cuando el ensayo acabó, llegaron al coche
mientras Suhaila se despedía de la gente.
—¿Pero cómo no me habías dicho que bailabas así?
Se encogió de hombros, mientras se comía un plátano.
—Pues no lo sé, ¿te ha gustado?
—¿Que si me ha gustado? —rio encantado—. ¡Eres alucinante! Me
encanta como bailas, ¿quién te enseñó?
—Mi padre —rio divertida—. El Gran Jefe es el mejor bailarín de rock
and roll que he conocido en mi vida, ¿no lo viste el día del cumpleaños de
Suhaila?
Al recordarlo, asintió.
—Estoy seguro de que ganaréis en Monza, lo hacéis todos muy bien.
—¡Gracias, hombre! —se mofó al escucharle mientras la niña corría
hacia ellos—. Ya veremos.
Aquel fin de semana, Rubén fue con su equipo al estadio, jugaban en
casa. Tuvo que ver el partido desde el banquillo, su pierna no estaba
todavía preparada para jugar, pero agradeció al entrenador que le
convocara y le permitiera disfrutar de volver a sentirse uno más. Daniella
se marchó con su grupo de baile a Monza, donde lo pasó en grande aunque
le añoró a cada segundo. No consiguieron quedar los primeros pero su
escuela causó muy buena impresión y se ganó el respeto del público y del
resto de grupos rivales.
Rubén cada día se sentía más dependiente de Daniela y su entorno, con
ella había descubierto lo maravilloso que era despertar abrazado a alguien
especial, el sabor de un helado compartido, el sonido de la risa de unos
niños felices, la diversión en casa cuando ella le enseñaba a bailar rock and
roll o el disfrute de estar tirado en el salón, viendo una película y
comiendo palomitas con Suhaila e Israel.
Cuando Rubén propuso ir los cuatro a la Toscana, con la perra, los niños
aplaudieron encantados. Todo aquello era nuevo para ellos y, aunque aquel
fin de semana no fue como el que pasó con Daniela a solas, lo disfrutó
mucho. Compartir charlas con Israel, jugar al parchís con Suhaila y gozar
por la noche de los besos ardientes de Daniela, ya en la intimidad, era lo
mejor que le había pasado nunca.
Su vida había dado un cambio radical sin proponérselo. Había pasado de
ser un hombre independiente que compartía cada noche con una mujer
diferente a ser alguien comprometido con una mujer y unos niños. Algo de
lo que Jandro se mofaba.
En ese tiempo, en varias ocasiones, Rubén apareció en el entrenamiento
con Israel, cuando no tenía clases. El buen rollo entre ambos era evidente y
todos veían lo beneficioso que era para Israel la figura de Rubén. John
Norton abrazaba al muchacho cuando le veía aparecer por la ciudad
deportiva. Adoraba a Israel pero seguía mirando a su jugador con
desconfianza, tenía claro que lo mataría si hacía daño a su hija y a esos
niños. Rubén aprendió a convivir con aquellas miradas llenas de rencor.
Daniela y los niños le importaban y lo que pensara o dijera el entrenador
no era algo que a él tuviera que importarle ni hacerle cambiar su
comportamiento.
La boda de Olivia, la hermana de Rubén, se acercaba y, una tarde en la
que el futbolista y la joven estaban tirados en el sofá jugando a la Wii,
sonó el timbre. Habían encargado una pizza y Rubén abrió la puerta de
entrada a la parcela. Poco después cuando sonó el timbre de la casa, él
abrió la puerta y se quedó a cuadros.
—¡Holaaa! ¡guapooo!
Cuando consiguió reaccionar, Rubén respondió:
—¿Pero tú qué haces aquí?
—Me moría por verteee.
Daniela, al escuchar aquello, se levantó del sillón y, al ver a una mujer,
algo hippy, entrar en el salón, se quedó sin habla. Ambas se miraron y
Rubén las presentó de inmediato.
—Dani, ella es mi hermana Malena.
Al reconocer aquel nombre, la recién llegada sonrió, se acercó a ella y la
abrazó.
—¿Eres Daniela la fisioterapeuta?
—Sí.
—¡Holaaa!… hemos hablado por teléfono en una ocasión, ¿lo recuerdas?
Daniela hizo memoria y le devolvió una amplia sonrisa.
—Sí, creo que hablamos del gruñoncete, ¿verdad?
Malena miró a su hermano, le guiñó un ojo y, antes de que él volviera a
preguntar, aclaró:
—Estoy aquí porque tenía dos opciones: matar a Olivia y a mamá o
venir a verte.
—Entonces me alegra que vinieras a verme.
Loca, la perra, empezó a olisquear a la desconocida y Malena miró a su
hermano con tensión.
—¿Puedes quitarme a esta fiera de encima antes de que me pegue un
mordisco?
Rubén sonrió y Daniela la llamó.
Loca, ven aquí.
La perra se sentó a su lado inmediatamente. Aquel gesto no pasó
desapercibido para Malena, que se acercó a su hermano para cuchichearle.
—Vaya… vaya…vaya… hasta la perra ha caído a sus pies.
Aquella noche, cuando Daniela se empeñó en irse a su casa, Rubén no se
molestó. No quería dejarla marchar, pero al final dio su brazo a torcer. Si
Daniela se empeñaba en algo no había quien la parase y todo su afán era
dejar a los hermanos a solas. Ya en la intimidad, Malena le cogió del brazo
divertida.
—Como diría mamá: «¡príncipe, estás coladito!»
Rubén sonrió sin decir nada y su hermana atacó de nuevo:
—Daniela me gusta, veo que lo vuestro sigue viento en popa y a toda
vela.—
¿Vas de alcahueta?
Malena soltó una risotada y se sentó en el sofá del salón junto su
hermano.
—¿Tienes preparado el traje para la boda? —Él asintió y su hermana
dijo—: Yo no, tengo que comprármelo. Mañana o pasado mañana le pediré
a Daniela que me lleve de tiendas, ¿te parece bien? —Rubén asintió de
nuevo—. De verdad, hermanito, mamá y Olivia son insoportables, pues no
me quieren emparejar para la boda con un primo del idiota del novio
llamado Romualdo, es que vamos… ¡ni loca! Antes me hago lesbiana.
Rubén soltó una carcajada justo en el momento en que sonó el teléfono,
era su madre. Cuando se enteró de que Malena estaba allí, se enfadó y le
recriminó la poca ayuda que estaba prestando en los preparativos de la
boda. Malena, en lugar de enfadarse, gesticuló provocando las risas de su
hermano.
Dos días después, Malena y Daniela se fueron de compras mientras
Rubén entrenaba. Las dos se habían caído muy bien y hacían muy buena
camarilla. Durante horas, visitaron decenas de tiendas donde Malena se
compró varias cosas. Agotadas, se sentaron a tomar un capuchino.
—¿En serio que tu padre es el entrenador de mi hermano?
—Sí.
—¿Y qué piensa de lo vuestro?
—La verdad es que no le hace mucha gracia.
—¿Por qué?
—Soy su niña, nadie, en su opinión, es suficiente para mí.
Ambas rieron y Malena apostilló:
—Para mi madre, cualquiera es bueno, según ella, una mujer sin un
hombre al lado es un fracaso, ¿te lo puedes creer?
—¿En serio?
—Totalmente en serio. Mamá está demasiado chapada a la antigua en
muchas cosas. Y soy consciente que el mayor disgusto de su vida fue mi
divorcio, no sé si lo superará alguna vez.
—Vaya… me dejas sin palabras.
Malena se encogió de hombros cómicamente y dio un sabroso trago a su
capuchino.
—¿Te gusta mucho mi hermano?
Daniela soltó una carcajada.
—¿Tú que crees?
—Que sí —rio aquella.
—Tu hermano me gusta, y mucho, aunque sé que lo nuestro será algo
pasajero.
—¿Pasajero?
—Sí, pero tranquila, soy la primera que lo tengo asumido.
Boquiabierta por lo que estaba oyendo, fue a preguntar algo cuando
Daniela se le adelantó.
—¿Y tú qué? ¿por qué has huido de España?
Malena soltó una risotada.
—Mi madre y mi hermana son insoportables. Te juro que las quiero,
pero son tan diferentes a mí en tantas cosas que a veces me resulta
insufrible estar con ellas. Como te he dicho antes, mi prioridad en la vida
no es volver a casarme. Solo de pensarlo me pongo enferma.
—¿Tan mala fue tu experiencia?
—Para mí, sí. Me casé enamoradita hasta las trancas con un chico al que
pensaba que conocía de verdad y que era el amor de mi vida. Cuando
conocí a mi ex era atento, encantador y colaboraba conmigo en todo, pero
hija mía, fue casarnos y esfumarse ese hombre para no aparecer más. De
pronto, el tío con el que estaba casada era un egoísta que quería que yo lo
hiciera todo, y que encima me montaba un pollo porque las croquetas eran
congeladas y no caseras como las de su mamá. Así estuve siete años, siete
aburridos años de mi vida, que se me hicieron eternos, en los que intenté
ser una buena mujercita para mi agilipollado marido y un orgullo para mi
madre. Pero el día que vi con mis propios ojos que ese malnacido me ponía
los cuernos con una vecina, ese día fue una auténtica liberación para mí.
—Aisss… lo siento.
—¿Que lo sientes? —se mofó—. No mujer, no. Para mí fue el día más
feliz de mi vida porque me di cuenta de que tenía que acabar de una vez
por todas con mi aburrida vida. Fue un enorme disgusto para mamá, solo lo
siento por ella. La vida solo se vive una vez y yo quiero vivir mi vida y por
supuesto me quedaron bien claritas tres cosas.
—¿Cuáles?
—La primera, que me voy a acostar con todo el que me dé la gana,
porque yo soy dueña de mi vida, de mi cuerpo y de mis actos; la segunda,
que las croquetas las compro congeladas porque me da la gana y la tercera,
que no vuelvo a lavar un calzoncillo en mi vida.
Divertida, Daniela soltó una carcajada y Malena mirándola, añadió:
—Tú ríete, pero tarde o temprano todas terminamos pensando así.
—Tranquila, yo ya lo pienso y no me he casado.
—Wooo, chica ¡lo tuyo es más grave! —se mofó Malena.
—Mi intención es vivir con libertad y hacer lo que me dé la gana. Por
eso te digo que lo de tu hermano estoy segura de que es algo circunstancial,
soy consciente de quién es él y de lo que yo necesito y te aseguro que no
pisamos por el mismo caminito de baldosas amarillas.
Malena soltó una carcajada.
—Quiero mucho a mi hermano, para mí es el mejor hermano del mundo,
pero te aseguro que tampoco viviría con él. Y está mal que yo lo diga, pero
chica ¡es un hombre! Aunque oye… le he encontrado diferente.
—¿Diferente?
—Sí, te mira de una manera tan especial que…
—Uff… no me digas eso que me agobio —rio Daniela abanicándose con
la palma de la mano.
—Creo que mi hermano está muy colgado contigo. Solo hay que ver
cómo te mira, incluso me ha hablado de los niños que vas a adoptar,
Suhaila e Israel, ¿verdad? —Daniela asintió y ella acercándose cuchicheó
—: Creo que si te lo propones, mi hermano caminaría por ese caminito de
baldosas amarillas del que hablas.
—¿Sabes Malena? El problema es que yo no quiero que lo haga.
—Pues que pena ¡me caes de lujo!
—Tú también me caes de lujo —rio divertida.
Malena pasó una semana en Milán. La boda de Olivia se acercaba y
Daniela se reía con las cosas que le contaba que vivirían durante la
celebración. Ver cómo despotricaba de su hermana, era algo que ella nunca
había vivido y, cada vez le intrigaba más llegar a conocer a Olivia, para
poder contrastar todo lo que le había contado de ella.
Cuando Daniela comunicó a sus padres que ese fin de semana se iba a
España a una boda con Rubén, Rachel aplaudió encantada, pero su padre
no.
—Vamos a ver, papá, ¿qué te ocurre? —preguntó cuando su madre fue a
la cocina.
—No me hace ni pizca de gracia que sigas viéndote con mi jugador.
—Papá… solo somos amigos, ¿por qué te agobias?
—Mira hija, Rubén es un estupendo futbolista, pero no creo que sea un
buen compañero para ti. Tú te mereces algo mejor.
—Papaaá…
—Hazme caso pequeña, sé de lo que hablo y ese hombre…
—Ese hombre —le cortó— está siendo amable, atento y cariñoso
conmigo. En este tiempo no se ha separado de mí. No ha salido con
ninguna otra y…
—¿Le has contado a Rubén lo que te ocurre?
Escuchar aquella pregunta fue como recibir un jarro de agua fría y con
voz tensa, le amenazó:
—No, y tú tampoco lo vas a hacer.
Cuando su madre volvió al salón, intuyó de lo que hablaban, se sentó
frente a su hija, y le preguntó:
—¿Por qué no invitas a Rubén a comer un día?
—Rachel, ¡por el amor de Dios! —se quejó el entrenador.
—No, mamá, mejor no.
—Vamos a ver —les increpó sin quitarles ojo—, yo opino que es
fantástico que Daniela salga con ese hombre. Rubén me parece estupendo
y…
—Y no sabe nada del problema de Dani, ¿cómo crees que reaccionará en
el momento que lo sepa? —la cortó el entrenador.
Raichel al escuchar aquello fue a hablar cuando Daniela contestó:
—¿Qué pretendes, papá? ¿Qué les cuente a todos los hombres con los
que salgo mis problemas de salud?
—¿Pero con tantos hombres sales? —preguntó Rachel tensa.
Daniela miró a sus padres y para zanjar el tema, les aclaró:
—Por favor, respetad mi vida íntima como habíais hecho siempre hasta
ahora, sé lo que estoy haciendo, no os preocupéis por mí.
Norton negó con la cabeza y antes de levantarse e irse dijo:
—Creo que esta vez te estás equivocando hija. Y creo que vais a sufrir
los dos.
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