El lunes por la mañana cuando Rubén llegó al entrenamiento,
conduciendo
su propio coche, la gente del Club le recibió entre aplausos.
Había estado
varios meses de baja y tenerle de nuevo allí fue un soplo de aire
fresco para
todos.
Los fisios y el médico del Club dedicaron la mañana a hacerle mil
pruebas y, cuando por fin acabó en la ciudad deportiva estaba
agotado.
Llegó hasta el aparcamiento y dejó la bolsa de deporte en el
maletero de
su deportivo biplaza.
—¿Qué tal tu primer día? —Oyó que alguien le decía.
Al mirar, vio al entrenador en el coche de al lado.
—Frustrado.
—¡¿Frustrado?!
—Pensé que haría algo más que contestar preguntas y dejar que me
hicieran mil pruebas médicas.
Norton sonrió y mirando al joven indicó:
—Tranquilo, tenemos que volver a la normalidad paulatinamente.
Mañana comenzarás un entrenamiento con el segundo entrenador.
Piensa
que llevas inactivo varios meses y, por forzar en tu incorporación
al
equipo, podríamos echar a perder el excelente trabajo que habéis
hecho tu
fisio y tú. —Rubén asintió y el entrenador, cambiando de tono,
prosiguió:
—En referencia a mi hija, quería decirte algo, muchacho. —Rubén le
animó a que continuara—. Daniela es una estupenda muchacha que no
merece sufrir ni ser desmerecida por nadie. Creo que eres un
jugador diez y
un hombre que puede tener todo lo que quiere, ¿por qué mi hija?,
¿acaso no
tienes suficientes mujeres a tu alrededor? Casi no nos conocemos y
sé que
no tengo derecho a decir lo que estoy a punto de decir, pero voy a
hacerlo
porque estamos hablando de mi pequeña. Daniela merece ser tratada
con
cariño, respeto y amor y tú eso nunca se lo vas a dar. Así que
aléjate de ella
antes de que le hagas daño.
Estupefacto, no supo qué responder.
—Es mi niña y no voy a permitir que sufra por ti, ¿entendido?
Cuando Norton se dio la vuelta para marcharse, Rubén le agarró del
brazo para detenerlo, y le miró fijamente a los ojos.
—No tengo intención de faltarle el respeto a su hija, en especial
porque
entre su hija y yo…
—No quiero saber lo que hay entre mi hija y tú, solo quiero que te
alejes
de ella, de Suhaila y de Israel.
Al escuchar eso, la paciencia del futbolista se agotó y, anclando
los pies
en el suelo, sacó su carácter y le desafió.
—¿Por qué? ¿Por qué he de alejarme de ellos?
—Porque te lo estoy diciendo yo. ¿No te basta?
—No, no señor, no me basta.
El entrenador, sorprendido, le miró. No se esperaba tanta
reticencia por
parte de su jugador.
—Voy a ponerte un ejemplo para que me entiendas: compara mi coche
con el tuyo. —Rubén frunció el ceño, no sabía de qué iba todo
esto—. Mi
coche es un vehículo familiar y el tuyo, un biplaza. Mi vida es
familiar y la
tuya no lo es en absoluto ¿necesitas más ejemplos? —Rubén estaba a
punto
de objetar algo, cuando Norton se adelantó—. No juegues con mi
hija, ni
con los niños: si lo haces y ellos sufren por tu culpa, te juro
que te las verás
conmigo.
—No estoy jugando con nadie.
—¿Y por eso se fue contigo a la Toscana? ¿Por qué viniste al
cumpleaños de Suhaila? Mira Rubén, seamos maduros, sé lo que va a
ocurrir con mi hija, la conozco muy bien y tú no eres lo que ella
necesita.
—¡Maldita sea, señor! —voceó—. Ya es la segunda vez que me dice
eso, ¿qué es lo que necesita su hija que yo no pueda ofrecerle?
¿De verdad
me ve usted tan mala persona?
John Norton se mordió la lengua, no debía continuar hablando, se
pasó la
mano por el pelo.
—Escuche, señor… —prosiguió Rubén algo más calmado.
—No, escúchame tú a mí: no sé qué sabes de Daniela, ni lo que ella
te ha
contado sobre su vida, pero lo que sí sé es que tú no vas a estar
a la altura
de lo que ella necesita. Daniela es fuerte, pero está pasando por
un
momento de su vida en que necesita a alguien que sea más fuerte
que ella,
que le dé apoyo y tú, no eres esa persona.
A Rubén le sorprendieron mucho aquellas palabras, no sabía de qué
le
estaba hablando el entrenador.
—¿De qué está hablando? ¿Qué le ocurre?
Norton le miró detenidamente, con dureza. Había estado a punto de
irse
de la lengua y su hija nunca se lo hubiera perdonado. Furioso
consigo
mismo, dijo levantando un dedo.
—Aléjate de ella antes de que sufra, también, por amor.
Una vez dijo eso, el entrenador se marchó dejándole totalmente
bloqueado y sin entender nada en absoluto.
Cuando aquella tarde Daniela llegó a su casa para su sesión de
fisio no le
comentó nada de lo ocurrido con su padre. Se limitó a observarla y
no vio
en ella nada fuera de lo normal, ¿a qué se referiría el
entrenador?
Ella sí le notó extraño, demasiado callado y observador. Al
acabar, él le
pidió que se sentara a su lado, quería que hablasen.
—Daniela, hoy hablé con tu padre.
—¿Y qué? —murmuró en un hilo de voz.
—Vamos a ver, Dani, ¿qué ocurre? Es la segunda vez que me dice que
yo no voy a estar a la altura de lo que tú necesitas y eso me
desconcierta
¿tienes algo que contarme?
—No.
—¿Seguro?
—Segurísimo —mintió con mucha convicción.
—¿Y por qué tu padre me ha dicho que estás en un momento muy
particular de tu vida y que necesitas a tu lado a alguien más
fuerte que tú?
Durante una fracción de segundo, se bloqueó. Cuando viera a su
padre
¡iba a enterarse!, ¿debía contarle la verdad a Rubén? Pero
reaccionó a
tiempo.
—¡Oh, Dios…! el Gran Jefe ¡qué pesadito es! No le hagas caso, son
cosas de padre súper protector.
—Pero, Daniela, yo trabajo con él y…
—Lo sé, tranquilo, hablaré con él. —E intentando bromear
cuchicheó—:
Soy su niña, entiéndelo. Se preocupa por mí y conoce tu curriculum
a nivel
sentimental.
—Te entiendo, te juro que te entiendo Dani, pero cuando me ha
dicho…
—Pero vamos a ver, Rubén —le cortó—. ¿Tú no te preocuparías si
supieras que tu hija se está viendo con un tipo tan mujeriego como
tú?
Tras pensarlo, el futbolista asintió e indicó:
—Le prohibiría salir con un tipo como yo. —Rubén solo tuvo que
pensarlo una milésima de segundo.
Daniela soltó una carcajada, Rubén se parecía a su padre más de lo
que
él se podía imaginar.
Esa noche, una vez terminaron de cenar en la casa del futbolista,
ella
volvió del baño y se sentó a su lado. Había algo que quería
aclarar.
—Quiero que sepas que, a pesar de que al principio trabajar
contigo era
una tortura, me lo he pasado muy bien. Has resultado ser mejor
tipo de lo
que creía.
Rubén sonrió y, tras dar un trago a su vaso, respondió:
—Lo mismo digo, tocapelotas.
—Entonces doy por finalizado nuestro contrato: ya no soy tu fisio,
ni tú
mi paciente, así que ¡ya te puedo insultar!
Al escucharla, Rubén soltó otra carcajada. Dani y sus chispeantes
comentarios. Y tirando de ella, la sentó encima de él y la besó.
Cuando sus
labios se separaron ella dijo:
—Se acabó el pagarme mil euros por sesión. ¡Tío Gilito! Ah… y se
acabó eso de vernos todos los días. —El gesto de Rubén se frunció.
—No pongas esa cara, ¿vale?
Sin querer polemizar él asintió con la cabeza intentando no pensar
en
ello.—
El que nuestro contrato finalice no significa que dejen de llegar
los
ingresos a La casa della nonna. —Daniela le miró asombrada —Si
algo me
has enseñado en este tiempo es que los que tenemos más recursos
económicos debemos ayudar más a los que no disponen de ellos. Por
lo
tanto, seguiré ingresando ese dinero para los niños, incluso
hablaré con el
Club y con mis compañeros para que ayuden a otros centros de
acogida.
Sonrió encantada, y acercando sus labios a los de él, le susurró:
—Si es que eres para comerte a besos. Gracias, muchas gracias.
Abrazándola, Rubén aspiró su perfume, su olor, todo en ella le
gustaba
mucho… demasiado. Veinte minutos después, cuando había conseguido
asumir que no la vería a diario, ella murmuró:
—Recuerda, mañana cuando vayas al entrenamiento, no te hagas el
héroe o estropearás todo nuestro trabajo, ¿entendido?
—De acuerdo.
Abrió su mochila y sacó una carpeta.
—Entrégale este informe a tu fisio del Club, de hecho, deberías
habérselo llevado hoy. Quiero que sepa lo que hice contigo.
—En estos documentos, ¿le explicas todo… todo… todo?
Con picardía, ella levantó las cejas y, tras soltar una risotada,
cuchicheó:
—Más o menos.
Rubén sonrió, se levantó, le tendió la mano galantemente para
ayudarla a
levantarse, la acercó hasta él y murmuró mirándola a los ojos.
—Voy a echar de menos verte todos los días.
—Lo superarás —se mofó con el corazón dolorido—. En cuanto
comiences tu rutina diaria ten por seguro que lo superarás.
Asintió con la cabeza, convencido de que le costaría más de lo que
aquella se imaginaba y, acercando su boca a la de ella, la besó.
Una vez
abandonó sus labios le preguntó:
—¿Te reincorporarás a tu trabajo en el hospital?
—Dentro de unas semanas.
Sorprendiéndose a sí mismo, a él se le escapó:
—No quiero dejar de verte.
La combinación de esas palabras, con esa voz, con esa mirada, con
sus
manos acariciando todo su cuerpo, consiguieron que a la joven se
le
pusiera todo el vello de punta. Sus ojos hablaron por si solos
hasta que ella
respondió:
—Lo más inteligente sería acabar con esto: créeme.
Rubén sonrió y sin decir nada más la izó entre sus brazos y la
sentó
sobre la mesa. Sin dejar de mirarla a los ojos, la besó, la tocó,
la desnudó…
Y cuando por fin la tuvo como él quería, deseoso de sexo, murmuró:
—¿Por qué he de dejar de verte?
Desabrochándole la camisa, tras acercar su boca a su pezón
tatuado,
lamió la estrella, la mordisqueó, la sopló y luego respondió:
—Porque voy a estar muy ocupada, y tú también. —Rubén, al escuchar
aquello iba a responder, cuando ella agarrándole le exigió—: Pero
ahora,
en este instante, céntrate en mí, ¿vale?, vamos a pasárnoslo bien,
mañana
será otro día.
Pero Rubén no podía dejar de pensar en ello.
—¿De verdad crees que debemos dejar de vernos?
Daniela suspiró, le miró a los ojos y asintió tras meditarlo.
—Sí, vamos a hacer las cosas bien.
—Me gustas Dani, me gustas demasiado y…
Ella le tapó la boca con la mano y murmuró con sinceridad:
—No sigas.
Rubén paseó la lengua por su cuello mientras ella le desabrochaba
los
pantalones. Su pene estaba deseoso de entrar en ella, lucía duro y
erecto.
Daniela sonrió al verlo y lo tocó con mimo antes de decir:
—Necesitamos un preservativo urgentemente.
El futbolista asintió, la cogió entre sus brazos y la llevó hasta
su
habitación a grandes zancadas. Una vez allí, la dejó sobre la
cama, abrió el
cajón de su mesilla y, sacando tres preservativos, la miró y dijo
al ver que
ella sonreía:
—De momento, comenzaremos con estos.
Aquella noche Daniela se sintió especial, muy especial. Rubén la
abrazó
de una manera diferente y le hizo el amor con más ímpetu y deleite
que
otras veces.
A la mañana siguiente, cuando el futbolista se despertó eran las
siete de
la mañana. Se dio una ducha rápida y, al salir, se acercó a la
cama donde la
joven aún dormía. Con una sonrisa en los labios, se sentó junto a
ella y la
besó. Daniela se despertó.
—Buenos días, bella durmiente.
Ella sonrió y al ver la hora que era, se desperezó con
tranquilidad. Rubén
sin quitarle ojo, miró con detenimiento aquellos pequeños pechos
que tanto
le gustaban y, quitándose la toalla que llevaba anudada a la
cintura, se
tumbó sobre ella mientras le abría las piernas.
—Vamos… despierta.
Ella notó la enorme erección que pugnaba por entrar y sonrió.
—Vaya… vaya… cómo te has levantado hoy. —De una estocada, la
penetró. Ella se arqueó en la cama, excitadísima—. ¡Oh, Dios…! me
encanta despertar así.
—Y a mí… te lo puedo asegurar —susurró agarrándola de la cintura
para entrar más profundamente.
Una y otra vez sus gemidos resonaban en la habitación hasta que,
un
orgasmo asolador, les hizo dar alaridos de placer. Minutos
después, Rubén
volvía a la ducha entre risas con Daniela agarrada a sus hombros.
Aquella mañana, cuando cada uno tomó su camino para hacer frente
al
día, Rubén se sintió feliz. Al llegar al entrenamiento, mientras
se cambiaba
de ropa, le mandó un mensaje:
¿A qué hora paso a buscarte?
Cuando Daniela leyó aquello estaba en La casa della nonna con
Antonella, de inmediato, le contestó:
A las siete.
No pudo evitar que se le escapase un suspiro y una sonrisa cuando
tocó
la tecla para enviarlo.
—Vaya… vaya… parece que alguien se está colgando de alguien… —
soltó Antonella, como si se tratara de la estrofa de una
cancioncilla.
Daniela, tapándose la cara, susurró.
—Tengo que cortarlo y no sé cómo. Rubén es tan… tan…
—¡Wooo, madre mía! ¡Estás fatal! Mírame, Dani… mírame, a la de
¡ya!
—Cuando Antonella vio la mirada de su amiga, alucinó—. Oh… oh…oh…
¿pero es que esto va en serio?
Convencida de que estaba metiendo la pata hasta el fondo,
cuchicheó:
—Creo que la estoy cagando y que esto lo va a complicar todo.
—¡No me jorobes, Dani! ¿Te has enamorado de él?
—Hasta las trancas.
—Madre mía… madre mía… madre mía.
—Aisss Antonella, tenías que ver cómo es el verdadero Rubén: es
cariñoso, detallista, romántico, terrenal y es fantástico con
Suhaila e Israel.
—Vamos, un dechado de virtudes.
—Sí. —Y con gesto de horror le confesó—: ¡Dios! no he sabido
cortar
esto a tiempo y ahora…
—¿Él se ha enamorado de ti?
—Por suerte no. Le gusto, porque él me lo ha dicho, pero o termino
esto
o creo que los dos lo vamos a pasar fatal.
Cogiéndola de la mano, Antonella la llevó hasta un sofá no sin
antes
comprobar que los niños estaban entretenidos.
—¿Te has preguntado si Rubén es esa media naranja que todo el
mundo
busca?. Quizá sea la tuya.
—No, no lo es.
—¿Por qué lo sabes con tanta seguridad?
—Porque lo sé, Antonella. Él y yo funcionamos de vicio en la cama.
Nos
lo pasamos muy bien juntos, pero ya sabes que hay ciertas cosas él
no sabe
de mí y…
—Cuéntaselas.
—No.
—Estás sana. Cuéntaselo, no te ocurre nada.
—Eso no es cierto.
Antonella, intentó razonar con su amiga.
—Dani, ¡por el amor de Dios! Eres la tía más positiva que conozco,
¿por
qué no se lo dices? Si le gustas, no querrá alejarse de ti.
—No puedo, no puedo amargarle la vida con preocupaciones y…
—Dani, repito: estás sana, no tienes cáncer y no tienes porqué
volver a
padecerlo. Tu vida es tan normal como la mía y…
—Eso es mentira —respondió con dureza—. Mi vida no es normal, tú
no
tienes que pasar cada seis meses por el oncólogo en busca de
resultados; tú
no tienes que tomar una puñetera pastillita todas las mañanas para
controlar los jodidos estrógenos; tú no sufres náuseas, ni sudores
nocturnos, ni dolores de cabeza, ni agotamiento ni mil cosas más.
Y luego
está el tema de los niños, Rubén quiere ser padre biológico, y yo
no puedo
garantizarle que pueda concebir. Antonella, él busca una mujer
técnicamente perfecta y yo no lo soy. Y si está conmigo es porque
no sabe
nada de lo que tú sabes y yo no quiero que lo sepa.
—Pero ¿por qué no quieres que lo sepa?
Daniela se quedó callada, cerró los ojos e intentó controlar las
lágrimas
mientras su amiga susurraba:
—Tienes miedo al rechazo Dani, ¿verdad? Crees que todos los
hombres
van a ser como el tonto de Enzo y no tiene porqué ser así. Y antes
de que
digas nada, Enzo es un capullo que está muy bueno y que entiendo
que te lo
tires cuando te plazca, pero es un capullo por lo que te hizo: te
dejó en el
momento en que más le necesitabas y…
—Enzo es un capullo, de acuerdo, lo admito; pero un capullo que
siempre fue sincero conmigo, nunca me engañó tras saber lo que me
ocurría y eso se lo agradeceré toda mi vida. Yo quiero tener a mi
lado a
alguien que me quiera, no quiero a alguien que esté conmigo por
pena, eso
sí que no. Y sí… tengo miedo, Antonella: tengo miedo a enamorarme
demasiado de Rubén y que él me rechace cuando sepa lo de mi
enfermedad.
—¿Y si no te rechaza?
—Lo hará, su vida y la mía apenas tienen nada que ver. Además, yo
no
soy el prototipo de mujer de un futbolista.
—No digas tonterías, Dani. Tu eres una preciosidad y…
—Una preciosidad que guarda un secreto que es una bomba de
relojería
y que en cualquier momento puede comenzar la cuenta atrás y… y…
—Dani ¡Basta! ¡Basta ya!
—Y encima le he prometido acompañarle a España a la boda de su
hermana. Pero ¡Dios mío! ¿qué me ocurre? ¿por qué soy incapaz de
decirle
que no?
De pronto le llegó un mensaje al móvil. Lo leyó, se tapó la boca
emocionada y lo tiró en el sofá. Antonella se sentó a su lado,
cogió el
móvil y lo leyó.
Tengo ganas de verte, tocapelotas
Con mimo, abrazó a su amiga y, cuando se tranquilizó, le tendió el
móvil.
—Respóndele, seguro que es lo que está esperando.
—No puedo hacerlo. Debo cortar esto ¡ya!
Antonella asintió e intentó consolar a su amiga.
—Escucha, Dani: tú te mereces ser feliz. Entiendo todo lo que dices,
pero entiende también que quienes te queremos deseamos tu
felicidad.
Llevaba mucho tiempo sin verte tan feliz y con tanta energía, tan
viva
como ahora. Y mira por donde, el tío que está haciéndote más feliz
que en
toda tu vida es un astro del fútbol que está buenísimo, que
trabaja con tu
padre y que se comporta contigo como un verdadero amor. Han pasado
algo más de cuatro meses. Vale… entiendo que ha superado el tiempo
que
te marcas para estar con alguien pero ¿por qué no piensas que
quizá lo has
superado porque él es especial? En ocasiones ocurren cosas mágicas
con
quien menos lo esperas y ¡joder!, a ti te ha ocurrido con Rubén
Ramos,
¿quién te iba a decir que ese insoportable y egocéntrico
principito era la
persona que iba a enamorarte?
—Esto va a acabar muy mal Antonella… ya lo verás.
—Lo que tenga que ser, será. Y si tú decides acabar con esto,
¡adelante!
Yo solo veo dos opciones: ser sincera y continuar con él o acabar
esa
relación con mentiras. La decisión es tuya.
Dicho esto, Antonella secó las lágrimas del rostro de su amiga y
le
entregó el móvil.
—Vamos, respóndele. Seguro que espera tu mensaje.
Insegura, Daniela cogió el móvil y, con dedos nerviosos, escribió:
Yo también tengo ganas de verte, principito
Cuando Rubén lo leyó, una amplia sonrisa se dibujó en su rostro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario