Capítulo 35
Estoy en el Paraíso.
Cuando a Jesse le dieron el alta una semana
después de despertarse, dejamos el hospital, y yo lo
ayudé a hacerlo andando. Se negó a usar la silla
de ruedas que le habían llevado a su habitación,
cosa que no me sorprendió en absoluto. Mi hombre
fornido y corpulento se había pasado tres
semanas tumbado dependiendo del cuidado de los
demás, así que no podía negarle la dignidad de
salir caminando de allí, aunque nos llevara una
hora hacerlo. Volvimos al Lusso, donde Cathy no
había parado de arreglarlo todo como una mamá
gallina, asegurándose de que los armarios de la
cocina estuviesen llenos de comida, de que la
ropa estuviera limpia y todo el lugar impecable, como
la noche de la inauguración, antes de que nadie
se mudara allí. Después le di unas cuantas semanas
de vacaciones. Necesitábamos un poco de
intimidad en nuestra casa. Tenía que cuidar de Jesse.
Necesitaba cuidarlo para que volviera a ser el
hombre que conozco y que amo.
La primera semana fue un desastre. Las
constantes visitas inundaron el ático, incluidos los
padres de Jesse. La situación entre ellos sigue
siendo rara y un poco incómoda, pero veo una luz en
los ojos de mi marido que no había visto antes.
Es un brillo diferente al del deseo o al de la ira. Es
un brillo de paz.
La policía acudió en numerosas ocasiones durante
la primera semana. Puede que fuera un poco
pronto, pero Jesse insistía en acabar cuanto
antes con el asunto para poder retomar nuestra vida
normal. Patrick se pasó con mis colegas del
trabajo para expresar sus más sinceras disculpas por
haberme puesto en una situación tan espantosa,
pero él no sabía nada, y tampoco la pobre Sal.
Definitivamente había vuelto a ser la misma
chica aburrida con falda de cuadros de siempre, pero
parecía estar bastante contenta. Mikael
finalmente decidió no seguir adelante con la compra de
Rococo Union, y Patrick me ofreció recuperar mi
puesto, pero lo rechacé amablemente y Jesse no
intentó convencerme de lo contrario. No puedo
volver al trabajo, y lo cierto es que tampoco quiero
hacerlo.
Durante las tres semanas que siguieron a ésa,
hubo contacto constante, como a él le gusta. Nos
bañamos todas las mañanas y nos pasamos horas
charlando en la bañera. Yo le curaba la herida y él
me frotaba el vientre con Bio-Oil. Yo preparaba
el desayuno y él nos daba de comer, ambos
desnudos todo el tiempo. Él leía el manual de
embarazo en voz alta y yo lo escuchaba atentamente.
Decidía saltarse las partes que acabarían con
sus ridículas preocupaciones y yo le quitaba el libro de
las manos y le leía esas partes en voz alta.
Entonces me miraba mal y yo me reía. Él quería practicar
mucho sexo pero yo no quería hacerle daño, lo
cual es irónico después de la batalla constante que
hemos librado en este aspecto de nuestra
relación desde que me quedé embarazada. Ha sido duro.
Mis hormonas siguen disparadas.
Ahora, cuatro semanas después, estoy tumbada
desnuda sobre la cama del dormitorio principal
del Paraíso con las piernas separadas,
saboreando el séptimo cielo de Jesse.
—¿Estás cómoda?
Levanto la cabeza para ver dónde se encuentra mi
señor y lo veo de pie en la puerta del cuarto
de baño, desnudo como a mí me gusta.
—No, porque tú no estás aquí conmigo. —Doy unas
palmaditas en el colchón y él me regala una
sonrisa, mi sonrisa.
Sin embargo, no se tumba a mi lado. Me abre más
las piernas, se coloca entre mis muslos para
apoyar la mejilla recién afeitada sobre mi
vientre en crecimiento y me mira con esos gloriosos ojos
verdes.—
Buenos días, mi chica preciosa.
—Buenos días. —Enrosco los dedos en su pelo
húmedo y me hundo más en la cama con un
suspiro de felicidad—. ¿Qué vamos a hacer hoy?
—Lo tengo todo planeado —dice besuqueándome la
barriga—. Y harás lo que te diga.
—¿Tiene que ver con las cartas? —pregunto como
si tal cosa, aunque esperanzada. Me
aseguraré de perder esta vez para que no haya
necesidad de transferirle el poder después.
—No.
Qué decepción.
—¿Tiene que ver con un polvo adormilados al
anochecer?
Siento que sonríe sobre la piel que está
besando.
—Quizá después.
—Entonces haré lo que tú quieras —le digo, y
cierro las piernas con fuerza al imaginar otra
magnífica sesión en la arena, deseando que el
día pase rápido para que llegue ya el después.
—Tu día empieza ahora, señora Ward. —Me planta
unos cuantos besos sonoros alrededor del
ombligo y se sienta a horcajadas sobre mí. Se
inclina en dirección a la mesilla de noche y saca un
sobre—. Toma.
—¿Qué es esto? —pregunto, extrañada,
cogiéndoselo de las manos a regañadientes. No me
gustan sus sorpresas.
—Tú ábrelo —insiste con impaciencia, y entonces
se mordisquea el labio. Mis nervios
aumentan cuando veo que también empieza a darle
vueltas al coco.
No estoy segura de querer abrirlo, pero mi
curiosidad supera mi aprensión, así que lo abro
lentamente sin dejar de lanzarle miradas a
Jesse. Saco poco a poco el trozo de papel, lo desdoblo y
leo la primera línea:
Inmobiliaria Haskett and Sandler
Eso no me dice nada. Sigo leyendo, pero no
entiendo nada de todo ese lenguaje legal. No
obstante, sí entiendo las desorbitadas
cantidades que siguen al símbolo de la libra hacia el centro de
la página.
—¿Has comprado otra casa? —pregunto mirándolo
por encima del papel. He dicho «casa»,
pero a juzgar por la cifra, que ahora veo que
tiene las palabras «Por la suma de» escritas delante,
podría tratarse de un palacio... o incluso un
castillo.
—No. He vendido La Mansión. —El frenesí con el
que se está mordiendo el labio empieza a
rozar los límites del canibalismo. Se muerde con
ferocidad mientras evalúa mi reacción a esa frase.
—¿Qué? —Intento levantarme pensando que tal vez
si me incorporo disminuya mi sorpresa,
pero no llego a averiguarlo porque Jesse me
empuja de nuevo contra la cama.
—Que he vendido La Mansión. —Se tumba encima de
mí y me agarra la cara entre sus enormes
manos.—
Ya te he oído. ¿Por qué? —No lo entiendo. Ya sé
que fui yo quien plantó la semilla, pero
jamás habría esperado que me hiciera caso.
Me sonríe y acerca los labios a los míos para
tentarme. Estoy desesperada por saber qué ha
provocado esto, pero también estoy desesperada,
como siempre, por sentir su mágica boca.
Dejo a un lado el documento y caigo directamente
en el ritmo que él marca. Coloco las manos
sobre sus hombros y lo voy palpando hasta la
mandíbula. Me está distrayendo, pero no se librará de
darme una explicación. La Mansión es lo único
que conoce, aunque ya no haga uso de sus
instalaciones.
—Mmm, sabes divinamente, señorita. —Me muerde el
labio inferior y tira de él arrastrándolo
ligeramente entre los dientes.
—¿Por qué? —insisto manteniéndolo pegado a mí y
envolviendo sus estrechas caderas con mis
piernas. No dejaré que se vaya hasta que lo
suelte.
Me mira pensativamente unos instantes hasta que
exhala:
—¿Te acuerdas de cuando eras una niña? Me
refiero a cuando estabas en primaria.
—Sí —respondo lentamente con una ceja enarcada y
una mirada inquisitiva.
—Bien —suspira—, ¿qué cojones haría si los niños
me pidieran que fuera al colegio en uno de
esos días de puertas abiertas que tienen?
—¿Días de puertas abiertas?
—Sí, esos días en que los padres tienen que ir y
contarles a los compañeros de clase de sus
hijos que son bomberos o policías.
Aprieto los labios intentando con todas mis
fuerzas no echarme a reír, puesto que es obvio que
está preocupado de verdad.
—¿Qué iba a decirles yo? —prosigue, muy serio.
—Les dirías que eres el señor de La Mansión del
Sexo. —No debería haber dicho eso. Me
estoy riendo. Joder, amo a este hombre. Acerca
la mano a mi hueso de la cadera, que está empezando
a desaparecer a marchas forzadas, y me río
todavía más—. ¡Para!
—El sarcasmo no te pega, señorita.
—¡Para, por favor!
Me suelta y empiezo a recuperarme de mi ataque
de histeria cuando veo su expresión de
preocupación. Esto le preocupa de verdad.
—Les dirías que regentas un hotel, lo mismo que
les contaríamos a los niños. —No me puedo
creer que le esté proporcionando una salida. Es
evidente que eso siempre ha sido un problema, pero
nunca le he insistido porque sé lo mucho que
significa para él esa propiedad.
Se tumba boca arriba y yo me coloco rápidamente
encima de él. Él me agarra de los muslos y
me mira.
—Ya no la quiero —asegura.
—Pero era la criatura de Carmichael. No la
vendiste cuando tus padres te lo exigieron. ¿Por qué
ahora sí?
—Porque os tengo a vosotros tres.
—A nosotros tres nos tendrás de todos modos. —No
tiene sentido lo que dice.
—Os quiero a vosotros tres, y no quiero que
nadie complique las cosas. No quiero tener que
mentirles a nuestros hijos sobre mi trabajo. Y
tampoco permitiría que acudiesen allí, lo que significa
que mi tiempo contigo y con los niños estaría
limitado. Ese negocio es un obstáculo. No quiero
obstáculos. Tengo un pasado, nena, y La Mansión
debe formar parte de él.
Siento un alivio indescriptible, y la sonrisa
que invade mi rostro es prueba de ello.
—Entonces ¿te tendré para mí a todas horas todos
los días?
Se encoge de hombros, avergonzado.
—Si me aceptas...
Me abalanzo sobre él y lo besuqueo por toda su
maravillosa cara. No obstante, en seguida
pienso en algo y me incorporo de nuevo.
—¿Y qué hay de John y de Mario? ¿Y Sarah? ¿Qué
será de ella? —No me importa nada el
destino de esa mujer, aunque la compadezco y no
quiero que intente suicidarse otra vez. Sin embargo,
adoro a John y a Mario.
—Ya he hablado con ellos. Sarah aceptará una
oportunidad que le ha surgido en Estados
Unidos, y John y Mario están más que listos para
retirarse.
—Vaya —digo asintiendo, aunque sospecho que
ambos habrán recibido un pequeño pellizco
por sus servicios en La Mansión, independientemente
del puesto que ocupasen—. ¿Y renovarán los
socios su suscripción con los nuevos
propietarios?
Se echa a reír.
—Sí, si les gusta jugar al golf.
—¿Al golf?
—Van a transformar el terreno en un campo de
golf de dieciocho agujeros.
—Vaya, ¿y qué hay de las instalaciones
deportivas? —pregunto.
—Las conservarán. Será bastante impresionante.
Se quedará todo más o menos como está,
excepto por las suites privadas, que pasarán a
ser auténticas habitaciones de hotel, y la sala
comunitaria se transformará en una sala de
conferencias.
Imagino que será algo extraordinario.
—Entonces ¿ya está?
—Sí, ya está. Ahora necesito que vayas a
prepararte para el resto del día.
Hace ademán de incorporarse, pero lo empujo de
nuevo contra la cama.
—Tengo que renovar mi marca —digo señalando su
pectoral, donde mi círculo perfecto está a
punto de desaparecer. Entonces miro mi propio
chupetón, que apenas se nota ya—. Y tú tienes que
renovar la mía.
—Lo haremos después, nena. —Me levanta y me pone
de pie—. Ve a darte una ducha. —Me da
una palmada en el culo y me pone en marcha.
Me alejo sin protestar y con una estúpida
sonrisa en la cara. Se acabó La Mansión, se acabó
Sarah. Ahora tendré a Jesse sólo para mí... y
para los pequeños.
Después de pasarme un buen rato bajo el agradable
agua caliente y de afeitarme por todas
partes, me seco el pelo con la toalla y busco en
el armario algo que ponerme.
—Ya he seleccionado algo yo —dice por detrás de
mí, y al volverme veo que lleva puestos un
par de shorts de baño anchos y sostiene un vestido
de verano con encaje.
—Es un poco corto, ¿no? —observo mirando de
arriba abajo la delicada prenda de finos
tirantes y falda vaporosa.
—Esta vez haré una excepción. —Se encoge de
hombros, baja la cremallera y lo sostiene
delante de mis pies. Con esa frase, deduzco que
no vamos a ningún lugar público. Se arrodilla
delante de mí para que entre en el vestido.
Vuelve a ponerse de pie y se lleva la mano a la barbilla
con aire pensativo—. Preciosa —asiente con
aprobación, me toma de la mano y me dirige hacia la
puerta doble que da al porche.
—Tengo que ponerme los zapatos.
—Vamos a remar —dice, y continúa avanzando.
Recorremos el porche y atravesamos el césped
hasta que llegamos a la portezuela que da al
mar.
—¿Podemos remar tumbados? —pregunto descaradamente,
y él se detiene y me mira con ojos
divertidos.
—Me encanta el efecto que tiene en ti el
embarazo, señora Ward.
Sé que arrugo el entrecejo.
—Siempre te he deseado de este modo —replico.
—Lo sé. Falta algo —dice, y se saca una cala de
la espalda y me la coloca detrás de la oreja—.
Mucho mejor.
Levanto la mano y palpo la flor fresca
sonriéndole algo perpleja, aunque demasiado contenta
como para hacerle ninguna pregunta. Me guiña un
ojo, me besa en la mejilla y continúa, volviéndose
cada dos por tres cuando llegamos a las
traviesas de madera para asegurarse de que las recorro con
cuidado.
—Cuidado con ese trozo de madera astillada —dice
señalando un extremo dentado en uno de
los tablones.
—Deberías haber dejado que me pusiera unos
zapatos —gruño. Me salto ese escalón y brinco
hasta el siguiente.
—¡Ava, no saltes! —resopla—. Vas a agitar a los
pequeños.
—¡Ay, cállate ya! —Me río y bajo el resto de los
escalones saltando hasta que mis pies se
hunden en la arena dorada y siento su calor—.
¡Vamos! —Empiezo a correr hacia la orilla, pero en
cuanto levanto la vista de mis pies para ver
adónde voy, me quedo de piedra.
Todos me están mirando. Todos y cada uno de
ellos. Mis ojos recorren la línea de personas y
veo a todos mis conocidos, incluida su familia.
Suelto un grito ahogado con un poco de retraso y, al
volverme, veo que Jesse está detrás de mí,
mirándome con una sonrisa.
—¿Qué hacen todos aquí? —pregunto.
—Han venido para ver cómo me caso contigo.
—Pero si ya estamos casados —le recuerdo—.
Porque lo estamos, ¿no? —De repente
considero la posibilidad de que me anuncie que
no estamos casados en realidad, que La Mansión no
tenía licencia.
—Sí, lo estamos. Pero mis padres no estaban
presentes, y así es como debería haber sido en un
principio.
Me agarra de la mano y tira de mi cuerpo
vacilante con suavidad hasta que empiezo a seguirlo
hasta la orilla, donde nuestras familias y
nuestros amigos nos esperan, sonrientes y relajados. Se
apartan para dejarnos pasar. Los miro a todos
ellos pero sólo veo caras alegres. Mi hermano es el
que más sonríe de todos. No puedo hacer nada más
que encogerme de hombros y expresar mi
sorpresa. Ahora me doy cuenta de que los shorts
de Jesse son blancos, y mi vestido también. ¿Vamos
a casarnos otra vez?
Me coloca sobre la arena húmeda, donde las
suaves olas me acarician los pies, y donde nos
recibe un hombre vestido de manera tan
desenfadada como yo, como Jesse y como todos nuestros
invitados. Le devuelvo el saludo mientras une
nuestras manos en el escaso espacio que separa
nuestros cuerpos. Todo esto me ha pillado
desprevenida, pero lo acepto y contesto a las preguntas
que se me formulan mientras miro los adictivos
ojos de Jesse y sonrío con cada una de las palabras
que le digo. Lo reafirmo todo, renuevo mi
promesa de amarlo, honrarlo y obedecerlo, y lo agarro del
cuello para besar suavemente sus exquisitos
labios cuando he terminado. He puesto el piloto
automático y me dedico a hacer lo que se me
pide, pero no porque no sepa qué otra cosa hacer, sino
porque simplemente es lo que tengo que hacer. A
pesar de todo, me confío a este hombre. Él me guía,
y yo lo sigo, porque sé que éste es mi lugar.
Cuando es su turno de hablar, el concejal
retrocede y Jesse se coloca delante de mí, me levanta
las manos, posa los labios sobre ellas y permanece
así mucho tiempo.
—Te quiero —susurra acariciando con los pulgares
el espacio que acaban de abandonar sus
labios—. Una eternidad contigo no bastaría, Ava.
Desde el momento en que te vi en mi despacho,
sabía que mi vida iba a cambiar. Pienso dedicar
cada segundo de mi existencia a adorarte, a
venerarte y a satisfacerte. Y pienso compensar
todos esos años que mi vida estuvo vacía sin ti. Voy a
llevarte al paraíso, nena. —Se agacha, me agarra
por debajo del culo y me levanta de manera que
ahora es él quien alza la vista para mirarme—.
¿Estás preparada?
—Sí. Llévame —le exijo, y hundo las manos en su
pelo y le doy un pequeño tirón.
—Eres mía desde hace mucho tiempo, señora Ward.
Pero ahora es cuando empieza todo de
verdad. —Me besa con fuerza—. Ya no tendrás que
escarbar en mi interior. Sabes todo lo que había
que saber. Ya no habrá más confesiones porque ya
no me queda nada por decirte.
—Pues yo creo que sí —susurro, y me acerco a su
cuello para inhalar su magnífica fragancia a
agua fresca y mentolada.
—¿Ah, sí? —pregunta, llevándome en brazos hacia
la trémula frescura del Mediterráneo.
—Sí. Dime que me quieres.
Se aparta y me mira con ojos brillantes. Sonrío
al ver su boca perfecta y su glorioso pelo rubio
despeinado a causa de los tirones que le doy exigiendo
una respuesta.
—Joder, te quiero muchísimo, nena.
Sonrío, dejo caer la cabeza hacia atrás y cierro
los ojos mientras él empieza a hacer que
giremos en círculos. El sol me calienta la cara
y su cuerpo pegado al mío me calienta todo lo demás.
—¡LO SÉ! —grito riéndome antes de sumergirnos en
el agua con los labios pegados.
Me aferro a él como si mi vida dependiera de
ello porque así es.
Así son las cosas. Así somos nosotros. Ésta será
siempre nuestra normalidad, sin horribles
sorpresas ni más confesiones. Las dos cicatrices
que luce en su estómago demencialmente perfecto
serán un recuerdo constante de nuestra andadura
juntos, pero el implacable brillo de felicidad de sus
magníficos ojos verdes es un recuerdo constante
de que mi hombre sigue conmigo.
Y siempre seguirá estándolo.
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