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03 Confesión - Mi Hombre Capítulo 34

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Capítulo 34
Estoy masticando una barrita de chocolate mientras arrastro los pies por el pasillo del hospital. Me
encuentro mucho mejor, más vivaz y despierta, pero mi cuerpo disiente de mi mente. Necesita
descansar.
Al volver la esquina que da a la habitación, me detengo de inmediato al ver a Sarah rondando la
puerta del cuarto de Jesse. Está a punto de agarrar el pomo, pero retira la mano de nuevo y da media
vuelta, decidida a marcharse. Al verme se queda helada y mira a todas partes incómoda. No la he
visto por aquí desde que Jesse ingresó, y pensaba que simplemente se había mantenido al margen,
pero ahora que la veo en el pasillo me doy cuenta de que probablemente haya venido todos los días.
Sé que si la hubiera visto cualquier otro día es posible que le hubiese golpeado por el dolor. Pero
hoy no. No sabiendo todo lo que sé ahora. Jamás la perdonaré por todo lo que ha hecho, pero ahora
que conozco su historia, sería muy inhumano por mi parte no sentir compasión por ella. Perdió a su
hija. Es algo muy trágico, y va por la vida haciéndose la dura para protegerse. Estaba enamorada de
Jesse. Ella creía que tenían un motivo para unirse y aliviar mutuamente su dolor, pero él la veía como
un recordatorio de lo que había perdido por haber tomado la decisión equivocada al acostarse con
ella. Dos almas atormentadas que se utilizaban mutuamente de manera distinta, sólo que Jesse
encontró su salvación en otra parte. Y Sarah sigue queriendo que sea suyo.
—¿Te encuentras bien? —pregunto sin saber qué otra cosa decirle. La pilla por sorpresa.
Parece estar a punto de echarse a llorar, pero está intentando hacerse la fuerte. Entonces me doy
cuenta de que ella no sabe que se ha despertado. John debe de haber estado poniéndola al corriente
de su estado, pero él tampoco lo sabe.
—Se ha despertado.
Al instante fija los ojos en mí.
—¿Está bien?
—Lo estará, si el muy cabezota le hace caso al médico. —Levanto un tarrito en miniatura de
mantequilla de cacahuete que he encontrado en el restaurante—. Y come.
Ella sonríe. Es una sonrisa nerviosa.
—Espero que tengas más de uno de ésos.
—Diez. —Levanto el brazo, en el que llevo colgada una bolsa de papel—. Pero no es de la
marca Sun-Pat, así que probablemente la rechace.
Se echa a reír, pero se detiene al instante, y sé que es porque cree que es inapropiado.
Probablemente lo sea, y no porque la situación no sea graciosa, sino porque se está riendo conmigo.
—Lo sé todo, Sarah. —Necesito que entienda que mi nueva empatía se debe sólo a mi nuevo
descubrimiento—. Jamás olvidaré lo que intentaste hacernos, pero creo que entiendo por qué lo
hiciste.
Despega los labios y deja caer la mandíbula pasmada.
—¿Te lo ha contado?
—Lo de tu hija. Lo de Rosie. Lo de Carmichael. El accidente de coche y por qué las niñas iban
con Carmichael en el vehículo.
—Vaya. —Su mirada se fija en el suelo de plástico de color azul—. Siempre había sido algo
nuestro.
Se refiere a la historia y a la conexión. Y yo he roto eso. La mujer que tengo delante se ha
quitado la máscara de seguridad y engreimiento y se muestra tal cual es. No es nada, y lo sabe. Siento
lástima por ella. Yo he conseguido al hombre al que ella quiere. Intentó quitarse la vida, pero eso no
hará que renuncie a él. Nada hará que renuncie a él. Ni ex amantes despechadas, ni clubes de sexo
exclusivos, ni problemas con el alcohol, ni ex mujeres psicópatas, ni el descubrimiento de una hija
fallecida ni la desolación de Sarah. Como tampoco lo hará la locura que rodea a todas esas razones.
Mi hombre me lo ha confesado todo y no pienso ir a ninguna parte. Somos inseparables.
—¿Puedo verlo? —pregunta tranquilamente—. Entenderé que no quieras.
Debería negarme, pero la compasión me lo impide. Necesito zanjar esto, y ella también.
—Claro. Esperaré aquí. —Me siento en una silla de plástico duro y veo cómo entra en la
habitación.
No necesito oír lo que van a decirse. Ya me hago una idea, así que me quedo aquí,
terminándome la barrita de chocolate. Mi cuerpo agradece la instantánea dosis de azúcar.
—¿Ava?
—Levanto la vista y veo a la madre y a la hermana de Jesse corriendo por el pasillo.
—Hola —digo con la boca llena de chocolate, y me llevo la mano a los labios para indicar que
no puedo decir nada más hasta que trague.
—¡La enfermera nos ha dicho que se ha despertado! ¡Jesse se ha despertado! —Beatrice mira
hacia la puerta, y después me mira a mí.
Asiento, mastico rápidamente y trago para poder proporcionarle la información que necesita.
—Está bien. Un poco gruñón, pero bien.
—¡Ay, gracias a Dios! —Se vuelve y se abraza a Amalie—. Saldrá de ésta.
Amalie me sonríe por encima del hombro de su madre.
—¿Gruñón?
—O cabezota, como quieras llamarlo. —Me encojo con una sonrisa, y sus ojos verdes brillan
de entendimiento.
—Lo último, sin duda —confirma abrazando a su madre, que sigue sollozando—. Me alegro de
ver que estás comiendo.
Bajo la mirada hacia el envoltorio de la barrita de chocolate que acabo de devorar y sonrío
pensando en lo bien que me siento al comer. Podría zamparme otra sin problemas.
—¿Dónde está Henry? —pregunto.
—Aparcando. ¿Te importa que lo veamos? —pregunta Amalie.
De repente me golpea la dura realidad de que Jesse no sabe que están aquí. Y no tengo ni idea
de cómo manejar la situación. Tras nuestro último encuentro con sus padres, debería evitar someterlo
a una situación de estrés potencial, pero mi mente confabuladora no para de pensar en el hecho de
que ahora no puede escapar. Y aunque quizá corra un gran riesgo, sé que será mi única oportunidad
de reunirlos a todos en la misma habitación. Tendrá que escucharlos. Y si no le gusta lo que oye,
pues se acabó, pero he visto lo mal que lo ha pasado su familia. Lo he visto perfectamente, incluso a
través de mi propio dolor. Ha llegado el momento de solucionar las cosas, sea quien sea el culpable.
Al menos, eso es lo que yo espero, pero es su decisión, y lo apoyaré decida lo que decida.
—Todavía no he tenido la oportunidad de decirle que estáis aquí —explico, casi
disculpándome—. En cuanto se despertó, los médicos comenzaron a hacerle pruebas, y ahora hay una
amiga dentro.
—¿Te importaría hacerlo? —Beatrice se aparta de Amalie y se saca un pañuelo de papel de la
manga del cárdigan—. ¿Te importaría avisarlo de que estamos aquí?
—En absoluto, pero...
Amalie me interrumpe.
—No queremos alterarlo, así que no lo fuerces.
—Pero inténtalo, por favor. —Beatrice me agarra de las manos rogándome—. Por favor, hazlo
por mí, Ava.
—Lo haré. —Me siento presionada, pero también siento la desesperación que emana por todos
los poros de esa mujer. Soy la clave para que se reencuentre con su hijo, y lo sabe, Amalie lo sabe, y
yo también.
La puerta de la habitación de Jesse se abre y todas nos volvemos y vemos salir a Sarah. Ha
estado llorando y se lleva la mano a la cara para secarse los ojos. La manga de su chaqueta se le
sube un poco y veo que un vendaje le rodea la muñeca. Sin embargo, desvío la atención cuando oigo
que la cólera se apodera de la madre de Jesse.
Sarah abre sus ojos cubiertos de lágrimas como platos.
—¿Beatrice? —balbucea mientras cierra la puerta.
—¡¿Qué demonios haces aquí, zorra vengativa?! —espeta ella con frialdad. No necesito nada
más para confirmar que Beatrice sabe lo del encuentro entre Sarah y Jesse y lo que sucedió después,
los hechos que acabaron con la vida de su nieta.
—¡Mamá! —grita Amalie, desconcertada.
Yo estoy desconcertada. Sarah, sin duda, está desconcertada. Y entonces la puerta de la
habitación se abre y aparece Jesse, desconcertado también. Dejo escapar un grito ahogado y corro
hacia él al ver que se ha envuelto la sábana alrededor de la cintura y que prácticamente ha salido
arrastrando el gotero y el soporte de la sonda.
—¡Jesse, por el amor de Dios!
—¿Mamá? —Parece muy confundido y algo tembloroso.
La cara de asco y de odio de la madre de Jesse se suaviza de inmediato al ver a su hijo.
—Ay, Jesse, no hagas tonterías. ¡Vuelve a la cama inmediatamente!
Ahora me quedo más pasmada todavía. Alzo la vista hacia mi marido pero no veo más que
perplejidad en su rostro hirsuto y aturdido, y entonces me vuelvo de nuevo y veo cómo Beatrice se
esfuerza por contener su instinto maternal de meterlo en la cama ella misma. No sé cómo interpretar
eso. ¿Tiene derecho a darle semejante orden?
Esta situación es tremendamente extraña, pero mientras veo cómo Sarah se aleja a hurtadillas y
cómo Amalie y Beatrice observan preocupadas la alta constitución de Jesse, salgo de mi estupor y
entro en acción.
—Beatrice, dame cinco minutos —digo, empujo a mi marido de vuelta a la habitación y cierro
la puerta al entrar—. ¿A qué te crees que estás jugando? ¡Vuelve a la cama!
Abre la boca para chillarme, pero la cierra al instante al ver que comienza a tambalearse.
—¡Mierda! —No podré cogerlo—. ¡Mierda, mierda, mierda!
Tiro mi bolso al suelo y lo guío rápidamente hasta la cama, pero no puedo hacer nada más que
dejar caer sus músculos duros de golpe sobre ella.
—Eres un idiota, Ward. —Estoy furiosa con él—. ¿Por qué nunca haces lo que se te dice? —Le
coloco bien el gotero y la sonda, le levanto las pesadas piernas, se las pongo sobre la cama y lo tapo
de nuevo con la sábana.
—Estoy mareado —dice arrastrando las palabras y llevándose el brazo a la frente.
—Te has levantado demasiado pronto.
—¿Qué hacen ellos aquí, Ava? —pregunta tranquilamente—. No quiero verlos.
Dejo caer los hombros con abatimiento de una manera espectacular, pero prosigo comprobando
su vendaje, me siento en la cama a su lado y le aparto el brazo que oculta su rostro. Jesse me mira
con ojos suplicantes. Esto me mata, pero voy a intentarlo de todos modos.
—Me tienes a mí y yo soy lo único que necesitas, ya lo sé, pero ahora tienes la oportunidad de
enmendar las cosas. Dales cinco minutos. Yo estaré aquí siempre, pase lo que pase, pero no puedo
permitir que dejes pasar la oportunidad de hallar la paz en ese aspecto de tu vida, Jesse.
—No quiero que nada arruine lo que tengo —dice con los dientes apretados al tiempo que
cierra los ojos con fuerza.
—Escúchame. —Lo agarro de la mejilla y le meneo la cara para obligarlo a abrir los ojos—.
Después de todo por lo que hemos pasado, ¿realmente crees que hay algo que pueda acabar con lo
nuestro? —Tiene que darse cuenta de que eso es imposible. Si eso es lo único que lo preocupa, estoy
más que decidida a que solucione el tema—. Será como tú digas. Iremos poco a poco, y ellos lo
aceptarán.
—Yo sólo te necesito a ti —masculla con amargura, y desliza las manos por debajo de la
camiseta suya que llevo puesta para acariciarme el vientre—. Sólo a ti y a nuestros pequeños.
Suspiro y apoyo la mano sobre la suya.
—No hace falta querer algo para necesitarlo, Jesse. Vamos a tener mellizos. Ya sé que nos
tenemos el uno al otro, pero necesitaremos a nuestras familias también. Y me gustaría que nuestros
hijos tuviesen dos abuelos y dos abuelas. Nosotros no somos normales, pero deberíamos hacer que
las vidas de nuestros hijos sean lo más normales posibles. Eso no nos cambiará ni cambiará lo que
hay entre nosotros.
Veo que capta mi lógica. Su rostro pálido rumia acerca de lo que acabo de decirle hasta que
asiente ligeramente. Tira de mí con amargura y me envuelve con sus brazos. Me relajo, agradecida de
que al menos esté dispuesto a intentarlo. No espero que todo se solucione instantáneamente ni que sea
el reencuentro definitivo, pero por algo se empieza.
—Dime que me quieres —me pide pegado a mi pelo.
—Te quiero.
—Dime que me necesitas.
—Te necesito.
—Bien. —Me suelta—. Ahuécame la almohada, mujer. Necesito ponerme cómodo para esto.
Paso por alto esa insolencia e intento que se ponga cómodo.
—Os dejaré un poco de intimidad —le digo mientras me dirijo a la puerta.
—¿No vas a quedarte? —balbucea con sus ojos verdes aterrados.
—No, no es necesario. Estarás bien.
Me resulta muy difícil no quedarme aquí sentada sosteniéndole la mano durante ese trago, pero
es algo que tiene que hacer solo. He usado a los mellizos como excusa, pero mis razones van mucho
más allá de la necesidad de contar con el apoyo de más familiares. Jesse necesita sanarse física y
mentalmente, y perdonar a sus padres es una parte esencial en ese último proceso.
Abro la puerta y sonrío a Beatrice y a Amalie, acompañadas ahora también de Henry. No digo
nada. Les dejo la puerta abierta y me pierdo mientras dejo que una familia perdida se reencuentre de
nuevo.


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