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03 Confesión - Mi Hombre Capítulo 28

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Capítulo 28
—¿Dan? —pregunto con tiento mirando la espalda de mi hermano. Está sentado frente a Jesse, a su
mesa, y se vuelve al oír su nombre—. ¿Qué haces aquí?
Las consecuencias astronómicas que podría acarrear su visita me sacuden con fuerza.
—Hola, guapa. —Se levanta todo sonriente y se acerca a mí para darme un abrazo—.
Enhorabuena.
—Podrías dejar que se lo contara yo a alguien —gruño dirigiéndole a Jesse una mirada de
reproche por encima del hombro de mi hermano.
Él se encoge de hombros, me pone morritos, me lanza un silencioso «te quiero» y se tira de la
chaqueta y de la camisa como para recordarme que lleva puesto lo que yo le había pedido, así que
debería ser buena con él.
—¿Qué haces aquí? —repito, e inclino la cabeza en dirección a Jesse, pero él se encoge de
hombros otra vez y no dice nada. Qué novedad.
—He venido a hacer las paces. —Dan me suelta y se pasa la mano por su melena oscura—. No
quería volver a casa sin haber solucionado antes esto.
—¡Vaya! —Miro a Jesse, pero, joder, vuelve a encogerse de hombros—. Entonces ¿ya sois
amigos?
—Algo así. Pero bueno, tengo que irme ya. He quedado con Harvey al otro lado de la ciudad.
—Se vuelve hacia Jesse—. Gracias.
—De nada. —Mi marido asiente y no se molesta en ser educado y levantarse para despedir a
Dan. Eso y las despreocupadas encogidas de hombros hacen que desconfíe.
—¿Cuándo regresas a casa? —pregunto cuando se vuelve hacia mí otra vez.
—No lo sé. Depende de los vuelos. Ya te llamaré, ¿vale? —Me da un beso en la mejilla y se
dirige a la puerta, donde se topa con el grandullón.
John me mira sacudiendo la cabeza y acompaña a mi hermano hasta la salida. ¿Para qué habrá
venido? Dirijo mis sospechas hacia Jesse, y sé que intuye lo que estoy pensando, porque se niega a
mirarme a los ojos.
—¿De qué iba todo esto?
—¿El qué?
Me acerco al sofá y suelto el bolso antes de ocupar el asiento que acaba de dejar libre mi
hermano.
—Mírame —ordeno. La palabra funciona y levanta la vista, pero no porque quiera obedecerme,
sino porque siempre se sorprende al escucharla de mi boca. Me da igual. Puede mirarme todo lo
sorprendido que quiera—. ¿Qué hacía Dan aquí?
Se pone de pie y coge el teléfono de encima de su mesa.
—Ha venido a disculparse.
Me río en su cara. Dan jamás se disculparía, no con Jesse. Lo conozco desde que nací y sé que
es demasiado orgulloso como para hacerlo, y más ante un hombre como él. Dan se siente inferior,
como la mayoría de los hombres. Sin embargo, el hecho de que sea mi hermano no hace desaparecer
la batalla de testosterona que hay entre ellos.
—No te creo.
—Eso me entristece, nena. —Compone un gesto solemne, lo que no hace sino acrecentar mis
sospechas—. Bueno, cuéntame. ¿Qué ha dicho Patrick?
Mi expresión de recelo se transforma en culpabilidad, y son mis ojos los que evitan los suyos
ahora.—
No se lo has dicho, ¿verdad? —pregunta con tintes de ira en su tono de voz—. ¿Ava?
—No ha venido a la oficina —me apresuro a contestar—. Pero vendrá mañana, así que hablaré
con él entonces.
—Demasiado tarde, señorita. Has tenido tu oportunidad. Muchas oportunidades.
—Eso no es justo —protesto—. Le he dicho a Mikael que no voy a seguir trabajando con él, así
que no puedes decir que no he intentado solucionar esto. —Sé inmediatamente que he cometido un
grave error cuando veo que sus hombros se tensan y que se le salen los ojos verdes de las órbitas.
—¿Que has hecho qué?
—No creo que él me drogara, Jesse. Quiere estar conmigo, ¿por qué iba a hacerme daño? —
Será mejor que me calle. Mis palabras acaban de dejarlo boquiabierto.
—¿Para qué coño hablas con él? —Golpea la mesa con el puño como un gorila de espalda
plateada a punto de atacar. Me hundo en la silla.
—Mikael sabe que has... —empiezo a golpetearme un incisivo con la uña— entretenido a otras
mujeres mientras estábamos juntos. —Aguanto la respiración, consciente de que estoy alimentando su
ira.
—Quedamos en que no volveríamos a hablar de eso —dice con los dientes apretados y la
mandíbula tan tensa que está a punto de partirse.
—Es difícil no hacerlo cuando todo el mundo insiste en recordármelo. —Me inclino hacia
adelante con un repentino impulso de valentía. No pienso dejar que haga que me sienta como una
pesada por esto—. ¿Cómo lo sabe? —Doy con la respuesta antes de que pueda negar que lo sabe.
Ver que se muerde el labio y algunas cosas más, sobre todo la comprensión mental, me llevan
rápidamente a una conclusión—. La ex mujer de Mikael. Era una de ellas, ¿verdad? —pregunto.
Cierra los ojos. Me pongo de pie y me inclino sobre la mesa con la misma expresión amenazadora
que él. No hace falta que me responda—. Dijiste meses. Dijiste que hacía meses que no habías
estado con ella, que no entendías por qué no paraba de rondarte de repente. Te has acostado con ella
más de una vez, ¿verdad?
—No quería que te enfadaras. —Sigue con su actitud hostil. Es un evidente mecanismo de
defensa.
—Y dime. ¿Las llamabas y hacías que hiciesen cola en tu puerta?
—No, cuando se enteran de que he bebido acuden como las moscas a la mierda.
—Te odio.
—No, no me odias.
—Sí, te odio.
—No me partas el corazón, Ava. ¿Qué importa quién fuera?
—No, lo que importa es que me mentiste.
—Te estaba protegiendo.
—Lo más gracioso de todo es que cada vez que lo haces acabas haciéndome daño.
—Lo sé.
—¿Y has aprendido la lección?
—Todos los putos días. —Me agarra de la mandíbula con violencia pero con cuidado—. Lo
siento.—
Bien. —Asiento con firmeza sobre su mano y de repente me doy cuenta de que nuestros
rostros se están tocando y que ambos estamos inclinados sobre la mesa, mirándonos con una mezcla
de furia y de absoluto deseo—. ¿Cómo hemos llegado a esto? —digo en voz alta cuando sólo
pretendía pensarlo.
—Porque, preciosa mía, estamos hechos para estar juntos. Contacto constante. Bésame.
—Ya he aceptado que seas un capullo, así que no hace falta que intentes doblegarme a través de
tu tacto. —Aunque lo haré.
—Te he echado de menos, nena.
Me subo a su mesa y me acerco de rodillas centímetro a centímetro hasta que lo envuelvo con el
cuerpo y con los labios. Yo también lo he echado de menos, como una loca. Ha sido mi primer día
después de volver del Paraíso y me encuentro totalmente desubicada. Llevo toda la jornada con
síndrome de abstinencia por Jesse, y ahora me preparo para soltar mi siguiente bomba.
—Ojalá fueses puro y virginal —musito, recorriendo con los labios cada milímetro de su rostro.
De todas las cosas que deseo, ésta es la que más: que no hubiera habido nadie antes que yo, o
mientras estaba conmigo.
Lo he perdonado, de verdad que sí, pero me cuesta olvidar.
—Lo soy. —Se deja caer en su silla de piel y tira de mí hasta que cedo y dejo que me siente
sobre su regazo—. La parte más importante de mi ser está sin tocar. —Me coge la mano y hace girar
mis anillos durante unos momentos de reflexión. Después me abre la palma y la coloca sobre su
pecho—. O al menos lo estaba hasta que has entrado en la oficina. Ahora no para de dar brincos y
está a punto de estallar de absoluto amor por ti.
Sonrío.
—Me gusta sentir cómo late. —Le abro la chaqueta y apoyo la oreja en su camisa. —Y me gusta
oírlo también. —Es una de las sensaciones más reconfortantes del mundo.
Me envuelve con sus brazos y me acerca más a su cuerpo.
—¿Cómo ha ido el día?
—Fatal. Quiero ir al Paraíso.
Se ríe y me besa la parte superior de la cabeza.
—Yo estoy en el paraíso siempre que estoy contigo. No necesito una villa.
—Allí estabas más relajado. —Las cosas, como son. Sé que estar de vuelta en Londres hará que
mi neurótico controlador vuelva poco a poco a aflorar.
—Ahora estoy relajado.
—Sí, porque estoy sentada en tu regazo y me estás cubriendo con el cuerpo —respondo con
sarcasmo, y me gano un pequeño pellizco en el hueco sobre la cadera. Me río y me vuelvo sobre sus
piernas de cara al escritorio—. ¿Qué tal tu día?
Desliza las manos alrededor de mi vientre, apoya la barbilla en mi hombro e inhala
profundamente en mi cabello. Refunfuña y hace un gesto de desdén con la mano.
—Largo. ¿Cómo están mis cacahuetes?
—Bien. —De repente me fijo en su cuaderno de notas—. ¿Qué hace el nombre de mi hermano
escrito ahí? —Estiro la mano para cogerlo, pero soy demasiado lenta. Al instante desaparece de mi
vista y lo mete en el primer cajón de su mesa. Retiro la mano sobresaltada por su súbito movimiento
—. ¿Daniel Joseph O’Shea? —Arrugo la frente convencida de que he visto números escritos en ese
papel, y no era un número de teléfono—. ¿Para qué has anotado el número de cuenta de Dan?
—No lo he hecho —dice desviando rápidamente mi pregunta, muy tenso. Maldita sea, no ha
aprendido nada en absoluto.
Me aparto de su regazo y me siento a su lado, castigándolo con una mirada a la altura de su
fulminante «no tientes la suerte».
—Tienes tres segundos, Ward.
Sus labios forman una línea recta de fastidio.
—La cuenta atrás es mi arma —protesta puerilmente.
—Tres. —Incluso he levantado los dedos para darle más énfasis. Soy tan mala como él—. Dos.
—Recojo un dedo, pero no llego hasta cero porque de repente tengo un momento de clara lucidez—.
¡Vas a darle dinero!
—No. —Sacude la cabeza de la manera menos persuasiva posible y cambia los pies de
posición mientras permanece sentado. Está empezando a mentir tan mal como yo, afortunadamente.
—Tú también mientes fatal, Ward. —Doy media vuelta y echo a correr, principalmente para
alcanzar a mi hermano antes de que se marche, pero también para escapar de Jesse antes de que él me
alcance a mí.
—¡Ava!
Hago caso omiso de su amenazador grito y, como de costumbre, empiezo a correr a toda
velocidad cuando llego al salón de verano. Sé que me sigue, y no sólo porque puedo oír sus fuertes
pasos, que resuenan detrás de mí. Paso las cocinas, el bar y el restaurante y derrapo cuando me
encuentro a Dan de pie junto a la inmensa mesa redonda del vestíbulo. No está haciendo nada ni
hablando con nadie. John también está aquí, y sé por qué. Es la misma razón por la que John me
acompañaba a todas partes al principio. Observo con aprensión cómo Dan mira a su alrededor y John
intenta acompañarlo a la salida, pero él no se mueve, ni siquiera ante el grandullón.
El pecho de Jesse me golpea la espalda. Me coge y me hace girar en sus brazos. Está enfadado.
—¡Joder, mujer! ¡Vas a provocarles daños cerebrales a los niños! ¡Nada de correr!
Si no estuviera tan preocupada por la ubicación y el comportamiento de mi hermano, me reiría
en la cara del idiota que me sostiene con fuerza en sus brazos.
—¡Suéltame! —Forcejeo para liberarme y, al volverme, veo que Dan nos observa con el ceño
fruncido. John está exasperado.
Mi hermano echa un vistazo alrededor del vestíbulo de nuevo y posa su mirada inquisitiva en
Jesse.—
Si esto es un hotel, ¿dónde está la recepción?
—¿Qué? —dice Jesse con tono impaciente, casi a la defensiva, y yo deseo que no lo esté. Es un
callejón sin salida, y rezo a todos los santos para que se le ocurra alguna explicación rápida.
—¿Dónde recogen tus invitados las llaves de sus habitaciones y los panfletos sobre las
atracciones locales? Siempre suele haber uno de esos mostradores para que la gente sepa qué sitios
puede visitar. —Mira a John—. ¿Y por qué me escolta este gorila a todas partes?
Me entra el pánico, Jesse se pone tenso y John gruñe. Mi hermano es bastante más espabilado
que yo. Ni siquiera me planteé todas esas cosas, menos lo de John. Pienso desesperadamente en
alguna excusa que darle, pero no se me ocurre nada. Me ha (o nos ha) pillado totalmente
desprevenidos. Entonces oigo una voz, y es la única voz en el mundo que desearía no estar oyendo en
estos momentos: la de Kate.
Me desmorono literalmente, y siento cómo Jesse me apoya la mano en las lumbares. ¿Por qué no
dice nada? Veo y oigo espantada cómo Kate y Sam bajan por la escalera, riendo, manoseándose y
con cara de estar totalmente excitados. Esto es un desastre. No puedo evitar propinarle a Jesse un
codazo en las costillas para exigirle de manera silenciosa que diga algo. Por favor, que diga algo,
joder. Kate y Sam ni siquiera se percatan del silencio que los espera al pie de la escalera mientras se
toquetean y se besuquean diciendo cosas inapropiadas, incluida en algún momento la palabra
«consolador». Quiero morirme, y nadie ha dicho nada todavía, excepto la cachonda de mi mejor
amiga y su alegre novio, aunque ellos no se han dado cuenta de nada... aún. No tardarán, y no parece
que vaya a ser Jesse quien hable. Sigue callado detrás de mí, probablemente igual de devastado.
Estoy en el limbo. Es lo más cerca que he estado de ver un accidente de tren a cámara lenta. Dan y La
Mansión; Dan y Kate; Dan y Sam; Dan y Jesse. Esto no puede acabar bien.
—¡Ay! —El alegre chillido de Kate resuena por todo el vestíbulo, seguido del gruñido sexual
de Sam. Entonces ambos llegan al pie de la escalera transformados en una masa de brazos
entrelazados y besos frenéticos, devorándose vivos. Deberían haberse quedado en la suite, porque es
evidente que todavía no han acabado—. ¡Sam! —ríe ella, y se deja caer sobre su brazo.
Entonces me ve, y su cara se ilumina más todavía, hasta que advierte la presencia de mi
hermano. Deja de reírse. De hecho, parece que está a punto de darle un ataque. Empieza a revolverse
y aparta al contrariado Sam. Se arregla su melena roja y revuelta con la mano y se coloca bien la
ropa, pero no dice nada. Sam también guarda silencio y repasa con la vista a los mudos espectadores.
Es Dan quien rompe el silencio.
—Conque un hotel, ¿eh? —Atraviesa a Kate y a Sam con la mirada a intervalos regulares varias
veces y después vuelve sus ojos inquisitivos hacia Jesse—. ¿Sueles dejar que tus amigos se
comporten de esta manera en tu establecimiento?
—Dan... —Doy un paso hacia adelante pero no llego muy lejos. Jesse se coloca delante de mí.
—Creo que deberías volver a mi despacho, Dan —dice con una voz y un lenguaje corporal
intimidantes.
—No, gracias. —Mi hermano casi se echa a reír, con la vista fija en Kate. Jamás la había visto
tan incómoda, y Sam debe de estar preguntándose qué coño está pasando—. ¿Te estás prostituyendo
en un burdel?
—¡Pero ¿qué coño...?! —grita Sam—. ¿Con quién cojones te crees que estás hablando?
Sam hace ademán de avanzar, pero Kate lo agarra del brazo y lo obliga a retroceder.
—Esto no es ningún burdel, y yo no soy una puta —dice con voz temblorosa e insegura mientras
retiene a Sam.
Quiero salir en su defensa, pero soy incapaz de articular palabra. Afortunadamente, Jesse me
evita las molestias. Se acerca a mi hermano, lo coge de la nuca y le susurra algo al oído. Es un acto
totalmente amenazador, y ni siquiera quiero saber qué le ha dicho, y menos al ver que Dan empieza a
seguir a Jesse hacia su despacho sin rechistar. Yo también los sigo, quiero oír esto, pero me detiene,
tal y como me había imaginado.
—Espérame en el bar, nena. —Intenta hacer que gire sobre mis talones, pero me siento algo
desafiante. No me gusta la idea de que Jesse se lleve a Dan a solas.
—Preferiría acompañaros —digo con fingida seguridad sin esperar demasiado. Conozco esa
mirada. Puede que me haya llamado «nena» para suavizar la orden, pero no soy idiota. No voy a
entrar en ese despacho.
No. De repente voy camino del bar sin andar. Me coloca sobre el taburete, llama a Mario y me
lanza esa mirada que dice «no tientes la suerte».
—Quédate aquí. —Me besa en la mejilla, como si eso fuese a calmarme. Lo apuñalo por la
espalda con la mirada mientras sale del bar dando pasos largos y uniformes.
—¡Vaya! —La voz alegre de Mario desvía mi atención de mi marido—. Mírese usted, si
parece..., ¿cómo se dice? ¡Una rosa! ¡Está radiante! —Me besa en la mejilla por encima de la barra y
me pasa una botella de agua—. ¡Nada de sublimes de Mario para usted!
Protesto pero sonrío, doy un largo trago al agua helada y dejo que Mario siga atendiendo a los
demás socios. De repente entra Sam, muy alegre, con su hoyuelo de siempre. Estoy confusa.
—¡Hola, mamá! —Me frota el vientre con todo el descaro del mundo—. ¿Cómo te encuentras?
—Bien... —La palabra sale de mi boca lentamente—. ¿Y Kate?
—En el baño —contesta rápidamente, y le pide a Mario una cerveza.
Miro por detrás de él y me pregunto si debería ir a verla.
—¿Está bien?
—Sí, está bien. —No me mira, pero tengo la sensación de que sabe que lo estoy observando con
aire de confusión. Me mira con el rabillo del ojo y entonces se sienta suspirando—. Sé que todos
pensáis que sí, pero no soy idiota.
Tenso la espalda.
—Yo no pienso que seas idiota —me defiendo. Algo distraído, tal vez, pero no idiota.
Sonríe.
—Sé lo de Kate y Dan. Lo sé desde el día que la conocí y vi cómo reaccionó cuando
mencionaste su nombre. Sé por qué lo dejó conmigo, y sé que pasó algo en vuestra boda.
En mi frente aparece un cartel que dice «culpable». Me pregunto si Kate es consciente de esto.
—¿Por qué no has dicho nada?
—No lo sé. —Se lleva la botella a los labios y veo que él también se está planteando esa misma
pregunta. Me imagino la razón, pero ¿debería exponérsela?—. Es una chica estupenda —añade
encogiéndose de hombros.
Asiento pensativamente y sonrío para mis adentros. Me dan ganas de reunirlos a los dos y
soltarles una charla. También siento lástima por Sam. Algo me dice que no les ha contado a muchas
mujeres que es huérfano, si es que se lo ha contado a alguna. Pero Kate lo sabe y, aunque los dos
actúan de una manera tan alegre y desenfadada, sé que sienten cosas muy fuertes el uno por el otro y
que ninguno de los dos parece querer admitir o hacer algo al respecto. Es muy frustrante.
—Creo que voy a ir a buscarla —digo. Me pongo de pie y le froto suavemente el hombro para
indicarle que lo entiendo. Él responde con una sonrisa pícara, se agacha y le susurra algo almibarado
a mi barriga.
Dejo al enamorado Sam en el bar y voy al servicio a buscar a la idiota de mi amiga.
Me gustaría ir en otra dirección para sorprender a un par de personas, pero me centro en Kate.
Ninguno de mis destinos potenciales me recibirá con los brazos abiertos, aunque decido confiar en
que Jesse se encargue de esto. No quiero ni imaginarme lo que se estarán diciendo en el despacho.
Sólo espero que, pase lo que pase, a Dan no se le ocurra ir a cacareárselo a mis padres, y tengo fe en
que mi marido haga que eso no suceda.
Abro la puerta y me encuentro a Kate agarrada al lavabo, con el rostro oculto por completo bajo
su pelo rojo mientras mira la pila.
—Hola. —Me acerco con cautela, no quiero que se ponga a la defensiva.
Levanta la cabeza con esfuerzo y me muestra sus brillantes ojos azules cargados de
desesperación.
—¿Tú crees que soy una puta?
—¡No!
Me sorprende que me pregunte eso. Puede que sea un poco ligerita, pero no una puta. Lo cierto
es que he calificado a todas las mujeres que vienen aquí como tales, y Kate ha llevado a cabo
exactamente las mismas actividades que todas ellas, así que, ¿qué tiene de diferente? Me muero de
remordimiento por pensar así. Ella es distinta porque es mi amiga y la conozco. Sólo está haciendo
esto por Sam, o quizá cree que necesita hacerlo por él. De repente veo a las mujeres de La Mansión
con una perspectiva totalmente diferente. Sé que muchas de ellas están aquí con un único objetivo, y
ese objetivo es un dios alto y musculoso que ya no está disponible. Ahora está casado y espera
mellizos, cosa que las ha sorprendido y cabreado. La prueba está en que muchas de ellas han
cancelado su suscripción, y las más persistentes están llevando las cosas más allá, drogándome,
intentando sacarme de la carretera y mandándome notas amenazadoras. De repente me aterra pensar
que alguna de esas mujeres pudiera estar detrás de todo eso. ¿Sospechará Jesse de alguien?
—¿En qué coño me he convertido, Ava? —La pregunta de Kate me saca al instante de mis
alarmantes pensamientos.
—¿Quizá en una mujer enamorada? —espeto antes de reflexionar sobre si es buena idea o no
decirlo. Los ojos de mi amiga se le salen de las órbitas, lo que me indica que no lo ha sido—. Vas a
negarlo otra vez, ¿verdad?
—No —susurra—. Creo que toda esa mierda ya está clara.
—¿Que ya está clara? —Me río—. Kate, estaba claro desde hace semanas. —Estoy
completamente exasperada, pero también aliviada. La ciega de mi amiga por fin ha visto la luz, o ha
admitido que hace tiempo que la vio, da lo mismo—. Está en el bar y... —Me detengo y refreno lo
que estoy a punto de decir. No voy a advertirle que Sam sabe lo de Dan. Eso es algo que tienen que
resolver ellos dos.
—¿Y qué? —Me mira asustada, lo que reafirma mi decisión de callar. Seguro que, de lo
contrario, saldría corriendo. Dará por hecho lo peor y huirá, sin darle a Sam la oportunidad de
expresar sus pensamientos.
—Y te está esperando —concluyo.
Se relaja visiblemente y de pronto la invade la alegría.
—¿Crees que debería ir? —pregunta buscando mi apoyo. Es raro verla dudando de sí misma o
pidiendo ayuda o consejo.
—Sí, deberías ir —confirmo con una sonrisa—. Deberías arriesgarte, Kate. Creo que te
sorprendería adónde puede llevarte Sam.
—¿En serio?
—Sí. —Sonrío y estrecho a mi inusualmente insegura amiga entre los brazos y la aprieto con
fuerza para borrar sus inseguridades—. Ve y habla con él. Y déjalo que hable también.
—De acuerdo —accede—. Lo haré. —Luego me aparta con cara de asco—. Y vale ya de tanta
sensiblería.
—Sí, lo siento, es todo culpa mía. —Ambas nos volvemos hacia el espejo y empezamos a hacer
como que nos secamos las lágrimas sobre las mejillas con los puños.
—¿Qué crees que le estará diciendo Jesse a Dan? —La pregunta de Kate me recuerda al instante
que están solos.
—No lo sé —contesto con el ceño fruncido, aunque me imagino lo que es—, pero voy a
averiguarlo. ¿Estás bien?
—Perfectamente. —Me da un beso en la mejilla y salimos del aseo de mujeres, ella en
dirección al bar y yo rumbo a la derecha, hacia el despacho de Jesse.
Irrumpo en la habitación con los ojos casi cerrados, como intentando protegerme de la certeza
de ver a mi hermano empotrado contra la pared cogido de la garganta. Pero no es así. Están sentados
en la misma posición que la última vez que entré de igual manera: Jesse en su silla, tranquilo, y Dan
de espaldas a mí.
—¿Por qué aceptas dinero de Jesse? —pregunto con firmeza en un intento de que ambos vean
que voy en serio. La tensión en los hombros de Dan es evidente. Puede que haya descubierto la
verdadera naturaleza del establecimiento de mi marido, pero yo he descubierto su pequeño acuerdo,
aunque no sé de qué se trata ni sé si quiero saberlo. No obstante, eso no evita que siga insistiendo—.
¿Vas a contestarme?
Dan no lo hace, pero Jesse sí.
—Ava, te dije que te quedaras allí.
—No estoy hablando contigo —replico sin ningún miedo.
—Pues yo contigo sí —dice él.
—Cállate. —Me acerco a la mesa y le doy unos toques a Dan en la espalda con el dedo—. No
has abierto la boca. ¿No tienes nada que decir?
—¿Ves con qué tengo que lidiar? —Jesse levanta las manos en un gesto de desesperación—. Es
una auténtica pesadilla.
Le lanzo a mi hombre una mirada asesina y le doy una palmada a mi hermano en el hombro.
—Habla. ¿Qué está pasando?
—Estoy arruinado —dice Dan en voz baja—. Hundido, sin blanca, como lo quieras llamar.
Jesse ha accedido a ayudarme.
—¿Se lo has pedido? —inquiero, incrédula. Eso es muy atrevido por su parte, teniendo en
cuenta la relación que hay entre ellos dos.
—No, él se ofreció a ayudarme sin compromiso... hasta hace diez minutos.
—¿Estás sobornando a mi hermano? —Desvío la mirada hacia Jesse, que tiene las manos unidas
formando un triángulo con los dedos delante de su boca—. ¿Le has pagado para que no hable?
—No. Le he prestado algo de dinero y he añadido una pequeña cláusula al contrato a posteriori.
—Estoy horrorizada, pero tremendamente aliviada. Jesse dijo que mis padres jamás se enterarían, y
está asegurándose de que mantiene su promesa.
—¿Qué ha pasado con la escuela de surf? ¿Y por qué no les pediste el dinero a papá y a mamá?
Te habrían prestado algo.
—No estamos hablando de unos cuantos pavos, Ava. Estoy de deudas hasta las cejas. Pedí un
préstamo enorme para financiar mi parte del negocio, y mi compañero se ha fugado con el dinero.
Estoy jodido.
Me derrumbo.
—¿Por qué no has dicho nada?
—¿Tú qué crees? —Parece muy humillado—. Estaba avergonzado, Ava. Lo he perdido todo.
Mis ojos apenados vuelven a centrarse en Jesse, que permanece callado pero me observa con
atención.
—¿Cuánto es? —pregunto. Mi pregunta incomoda claramente a mi marido, y Dan se revuelve en
la silla a mi lado, lo que sólo puede significar una cosa. Sé que no estamos hablando de un par de
miles de libras—. ¿Cinco mil? ¿Diez mil? Quiero saberlo.
—Unos cuantos miles —interviene Dan antes de que Jesse me conteste. No me lo creo ni por un
instante.
—¿Jesse? —insisto, clavándolo en el sitio con una mirada de determinación. Tengo que saber
hasta qué punto mi hermano tiene problemas.
Sus ojos se apartan de los míos por unos instantes para mirar a Dan. Inspira hondo y empieza a
frotarse las sienes.
—Lo siento, Dan. No voy a mentirle. Doscientas, nena —dice con un largo suspiro liberando
más tensión.
Puede que yo también necesite frotarme la sien. Espero que con ese «doscientas» se refiera a
libras, pero sé que estoy esperando en vano. Me tambaleo un poco totalmente estupefacta y Jesse se
levanta de la silla al instante. Parece furioso.
—Maldita sea, Ava. —Me sostiene de los hombros—. ¿Estás bien? ¿Estás mareada? ¿Quieres
sentarte?
—¡¿Doscientas mil?! —chillo—. ¿Qué clase de banco presta doscientas mil libras? —Me quito
de encima a Jesse mientras asimilo la información y mi incredulidad se transforma en ira—. ¡Estoy
bien!
—¡No me empujes, Ava! —me grita; luego me agarra del codo para dirigirme a su mesa y me
obliga a sentarme con suavidad en su enorme silla de oficina—. No te exaltes tanto, señorita. No es
sano.
—¡Tengo la tensión perfectamente! —espeto con petulancia, aunque sospecho que acaba de
ponerse por las nubes—. ¿Doscientas mil? ¡Ningún banco en su sano juicio prestaría tanto dinero
para montar una escuela de surf!
Los bancos australianos deben de funcionar de la misma manera que los británicos. Se echarían
a reír a carcajadas si alguien les pidiese esa barbaridad. ¿Cuánto pueden costar unas cuantas tablas
de surf?
—No, tienes razón. —Dan se hunde todavía más en la silla, volviéndose cada vez más y más
pequeño. Es un indicativo de cómo se siente: pequeño y estúpido—. Pero un prestamista, sí.
—¡Genial! —Hundo la cabeza en las palmas de mis manos. Sé cómo funcionan, aunque no he
tenido el placer de experimentarlo en persona—. ¿En qué estabas pensando?
Jesse me frota la espalda para tranquilizarme, pero no lo consigue en absoluto.
—No estaba pensando, Ava —suspira mi hermano.
Levanto la cara para que Dan pueda ver mi decepción. Creía que era más listo.
—¿Ésa es la única razón por la que volviste a casa?
—Me estaban buscando. —El rostro vencido de Dan me parte el corazón—. Uno no se va de
rositas si no paga su deuda con esos tipos.
—Dijiste que te iba bien —le recuerdo, pero no me da ninguna explicación, simplemente se
encoge de hombros—. Pues quédate aquí. —Me inclino hacia adelante—. No vuelvas.
Jesse se ríe y Dan esboza una débil sonrisa. Sus reacciones me indican que no toman en
consideración mi propuesta. También me indican que ambos encuentran encantadora mi ingenuidad.
No veo cuál es el problema. Australia está al otro lado del mundo.
—Ava —Dan también se inclina hacia adelante—, si no vuelvo, vendrán a buscarme. Ya me lo
han advertido, y los creo. No voy a poneros a ti, a mamá y a papá en peligro...
Una tos por encima de mi hombro interrumpe su discurso y mi hermano aparta la vista de mí
para mirar a Jesse. No necesito volverme para saber qué expresión tiene mi marido. Dan prosigue:
—Esa gente es peligrosa, Ava.
Me duele la cabeza, y las caricias de Jesse se están volviendo más firmes. Me recuesto sobre el
respaldo y lo miro.
—Pero no puedes ingresar todo ese dinero en una cuenta bancaria. ¿Eso no es blanqueo? No
quiero que te involucres, Jesse. —Me siento fatal por decir eso, dada la penosa situación de mi
hermano y sabiendo que Jesse es su única salida, pero bastante tenemos ya con nuestros propios
problemas como para añadir ahora el de Dan.
Me sonríe.
—¿En serio crees que haría algo que pudiera poneros a ti y a los pequeños en peligro? —dice
señalando mi barriga con la barbilla—. Voy a transferir a la cuenta de Dan el dinero justo para que
pueda volver a Australia. Tengo los datos de una cuenta en un paraíso fiscal a la que transferiré las
doscientas mil libras. Nadie sabrá de dónde procede el dinero, nena. De lo contrario, no lo haría.
—¿En serio? —pregunto buscando seguridad.
—En serio. —Levanta las cejas y se inclina para besarme la mejilla—. Siempre hay un modo de
hacer las cosas, créeme. —Su confianza hace que me pregunte si ya ha hecho antes algo así. No me
sorprendería lo más mínimo.
—De acuerdo —accedo aceptando su beso antes de que despegue la cara de mí—. Gracias.
—No me des las gracias —me advierte muy en serio.
Miro al otro lado de la mesa a mi hermano, que está claramente aliviado.
—¿Le has dado las gracias a mi marido? —pregunto sintiéndome de repente algo resentida.
—Por supuesto —responde Dan, ofendido—. Yo no se lo he pedido, Ava. Vine a hacer las
paces. Pero tu marido empezó a investigar a mis espaldas. —Dan no debería usar ese tono acusatorio
teniendo en cuenta que depende de Jesse para salir de este atolladero.
—¿Ah, sí? —Levanto la vista—. ¿Eso has hecho?
Casi pone los ojos en blanco, como si pensara que soy idiota por no haberme dado cuenta de
que algo no iba bien.
—Sé cuándo un tío tiene problemas, Ava.
—Vaya —susurro. Esto es demasiado. Estoy agotada—. ¿Podemos irnos a casa? —pregunto.
—Lo siento. —Jesse me levanta de la silla y me inspecciona de pies a cabeza—. Te he
descuidado.
—Estoy bien, sólo estoy cansada. —Suspiro y acerco mi extenuado cuerpo hasta Dan—.
¿Cuándo te vas? —digo con tono áspero e insolente, pero no puedo evitarlo.
Sé perfectamente por qué está haciendo esto Jesse, y no es sólo para que Dan no hable. Eso ha
sido un conveniente añadido. Lo hace en primer lugar porque no quiere arriesgarse a que la mafia
australiana se presente en Londres, y en segundo lugar porque sabe que me quedaría hecha polvo si le
sucediera algo a Dan, cosa bastante probable a no ser que mi marido lo saque del terrible embrollo
en el que se ha metido, el muy idiota. Dudo mucho que Jesse recupere alguna vez ese dinero. Mi
hermano jamás ganará lo suficiente como para devolvérselo.
—Me voy esta misma noche —responde él—. Han dicho que vendrán aquí si no he vuelto el
jueves, así que supongo que ya no nos veremos en una temporada.
—¿No pensabas decirme que te marchabas? —pregunto.
—Te habría llamado, mujer. —Advierto su vergüenza, pero me siento igual de dolida—. Ya no
soy tu hombre preferido —añade con una sonrisa.
No voy a negárselo. No lo es. Siempre lo fue, incluso durante mis relaciones con Matt y con
Adam, pero ya no. Mi hombre preferido está ahora sosteniendo mi cuerpo cansado y masajeándome
el vientre con sus reconfortantes manos.
—Cuídate. —Fuerzo una sonrisa. No quiero contravenir el consejo de mi madre de no
despedirme jamás de un ser querido con una mala palabra.
—¿Puedo? —Le pide permiso a mi marido con los brazos abiertos mientras se acerca a mí.
—Claro. —Jesse suelta mi estómago con vacilación, pero me sigue sosteniendo mientras Dan
me abraza.
No quiero hacerlo, pero lo hago. Dejo escapar unas cuantas lágrimas y empapo la chaqueta de
mi hermano mientras le devuelvo el fuerte achuchón.
—Ten cuidado, por favor —le ruego.
—Oye, estaré bien. —Se aparta sosteniéndome de los brazos—. No puedo creerme que tu
marido tenga un club de sexo. —Sonrío mientras me seca las lágrimas de las mejillas con el pulgar y
me besa la frente—. Cuida de ella. —Le ofrece la mano a Jesse, que la acepta sin ni siquiera
resoplar de disgusto ante la insultante petición de mi hermano. Simplemente asiente y me reclama
antes de que Dan me haya soltado del todo.
—Diles que tendrán el dinero en su cuenta antes de que acabe la semana. Tienes la prueba. —
Jesse me acaricia el pelo suavemente y habla con aspereza—. Y no quiero más problemas cuando te
hayas marchado —le advierte.
Sé lo que quiere decir con eso, pero no sé cuál es la prueba. Estoy demasiado agotada
mentalmente como para preguntar, y además me da igual. Dan asiente y sale del despacho sin volver
la vista atrás.


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