Capítulo 27
Apenas reacciono cuando llegamos al Lusso. He
dormido la mayor parte del viaje, y sigo agotada. Ni
siquiera intento salir del coche cuando Jesse
apaga el motor y me desabrocha el cinturón. Me quedo
hundida en el asiento de piel hasta que me saca
él. Casi consigo abrir los ojos cuando estamos en el
ascensor para refrescarle a mi mente adormilada
la belleza de mi marido. Mete la llave en la
cerradura, abre la puerta, la cierra de nuevo y
me lleva en brazos a la planta superior. Sigo con los
ojos cerrados, pero reconozco la superficie
blanda de la cama de la suite principal cuando me
deposita sobre ella.
—Voy a preparar el baño y a subir las maletas.
¿Estarás bien?
—Mmm. —Me pongo de lado. Ni siquiera me apetece
darme un baño con Jesse, y eso sí que es
raro. Oigo cómo se ríe ligeramente y cómo el
agua empieza a correr en la bañera, y entonces me coge
de nuevo—. ¿No ibas a ir a por las maletas?
—farfullo.
—Ya las he cogido, Ava. Has vuelto a quedarte
dormida.
Me deja sobre mis pies cansados y me desnuda.
Después se desnuda a sí mismo con una mano
mientras me sostiene firmemente con la otra,
como si temiera que fuera a caerme al suelo. Y es
posible que lo hiciera. No tengo nada de
energía.
Me levanta y me mete en la bañera consigo, sin ninguna
ayuda por mi parte. Dejo que me
coloque de manera que quedo acunada en sus
brazos sobre su regazo, con un lado de la cara
acurrucado en su hombro. El agua caliente no me
espabila.
—Echaba de menos esto —dice mi autoproclamado
hombre de baño—. Sé que estás cansada,
pero sólo quiero estar así unos minutos.
—Vale —accedo. Si después me seca y me mete en
la cama, puede hacer lo que quiera
conmigo.
—Y tengo que cubrir tus necesidades —añade. Mis
ojos adormilados se abren al instante, y mi
cerebro lujurioso empieza a reactivarse. Seguro
que puedo sacar energías de alguna parte para eso.
Intento moverme, pero me retiene en el sitio y
se echa a reír—. Joder, Ava, estarías dispuesta y todo.
—Siempre.
—Me halagas, pero me gusta que mi mujer esté
consciente cuando me la follo.
—No digas la palabra «follar» —gruño—. O harás
que te desee todavía más.
—Pero ¿eso es posible? —pregunta, muy serio.
—Probablemente no. —No me molesto en resoplar
ante su arrogancia. Tiene razón—. Deja que
te mire —protesto, y forcejeo para librarme de
las manos que me aprisionan. Levanto mi cuerpo
agotado, me coloco a horcajadas sobre su regazo
y me acerco a su cara para sentir su barba de casi
dos días—. No te afeites mañana.
—¿No?
—No. Me gusta cuando la llevas de dos días. —Me
inclino y froto mi mejilla contra la suya—.
Y quiero que te pongas el traje gris con la
camisa negra.
—¿Con corbata o sin ella?
—Con corbata. La gris, con el nudo suelto. —Le
doy besitos hasta llegar a sus labios y deslizo
la lengua entre ellos suavemente.
Él me devuelve el beso tierna y dulcemente.
—Si tú puedes decidir lo que me voy a poner, es
justo que yo decida lo que vas a ponerte tú.
—Tú siempre lo haces.
—No, porque no me dejas. —Me agarra de la nuca y
me acerca más a él.
—¿Qué quieres que me ponga? —pregunto
prácticamente gimiendo contra sus labios.
—El vestido negro.
—¿El que me llega hasta las rodillas y tiene las
mangas tres cuartos?
—Sí, ése. Me gusta cualquier vestido que tú
lleves, pero ése me encanta. —Me muerde el labio
y se aparta, tirando de él entre los dientes—.
No —susurra.
Va a rechazarme de nuevo. Lo sé por la
determinación que se refleja en su rostro devastador.
Probablemente hace bien en negarse, aunque eso
no aplaca el deseo que invade mi insaciable ser.
Siempre tengo ansias de él, pero últimamente es
algo constante.
—Dijiste que eras incapaz de decirme que no. —Le
rozo juguetonamente la entrepierna con la
mía. No tengo vergüenza.
—Puedo decirte que no cuando apenas puedes
mantener los ojos abiertos, señorita. La respuesta
es no, y punto. —Me agarra las caderas con sus
enormes manos y me lanza una mirada de
advertencia. Yo me sacudo un poco y me doy la
vuelta para dejar que me pase la esponja por la
espalda—. El embarazo te ha disparado las
hormonas.
—Sólo si sigues rechazándome. Me estás
acomplejando, y eso que todavía no estoy gorda.
—Ava —me corta—. El embarazo también te está
volviendo tonta. Vale ya.
Suspiro para mis adentros, dejo caer la cabeza
entre mis rodillas flexionadas y me coloco el
pelo a un lado para darle acceso pleno a mi
espalda. Sus rítmicas caricias con la esponja provocan
que se me empiecen a cerrar los ojos de nuevo, y
cedo ante mi fatiga dejando que Jesse se salga con
la suya. No obstante, el día que me rechace
cuando no esté agotada ni mental ni físicamente tendrá
que enfrentarse a toda mi ira.
—Gracias por llevarme al Paraíso —murmuro.
Me besa en el hombro y pega la boca a mi oreja.
—Nena, tú me llevas al paraíso todos los días.
Estoy furiosa. Se ha despertado, ha salido a
correr, se ha duchado y se ha vestido, y todo sin mí.
Sin embargo, me ha dejado la galleta de jengibre
y el ácido fólico junto a la cama con un vaso de
agua. Estoy de pie frente al espejo de cuerpo
entero, vestida con mi lencería y secándome el pelo
cuando veo que entra en el dormitorio. No seré
demasiado dura. No se ha afeitado y lleva puesto el
traje gris, la camisa negra y la corbata, tal y
como le pedí, aunque eso no hace que se me pase el
enfado, a pesar de que está para comérselo.
—¡Buenos días! —saluda alegremente.
Le lanzo una mirada asesina y tiro el secador al
suelo. Me acerco al armario y busco algo que
ponerme. Sé qué debería descolgar, pero estoy en
plena pataleta infantil, así que cojo cualquier otra
cosa, me la pongo y me subo la cremallera. Salgo
del vestidor, me pongo los tacones de ante negro y
me voy directa al cuarto de baño. Advierto su
corpachón a mi lado siguiendo cada uno de mis
movimientos. Echo un vistazo al pasar y veo que
tiene las manos metidas en los bolsillos de los
pantalones y una expresión divertida en la cara.
No le doy el gusto de dedicarle mi tiempo ni mis
palabras. Continúo hacia el espejo del baño y me
maquillo a toda prisa.
Entra y se coloca detrás de mí. Su maravilloso
aroma a agua fresca inunda mis fosas nasales.
—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunta todavía
con expresión divertida.
Me detengo mientras me aplico la máscara de
pestañas y me aparto del espejo.
—Me estoy maquillando —contesto, sabiendo
perfectamente que no se refería a eso.
—Reformularé la pregunta. ¿Qué crees que llevas?
—Un vestido.
Sus cejas se elevan tanto que alcanzan el
nacimiento del pelo.
—No empecemos mal el día, señorita. —Sostiene mi
vestido negro de tubo—. Ponte el otro
vestido.
Respiro hondo para guardar la calma, giro sobre
mis talones y salgo del cuarto de baño sin
decir una palabra. Voy a ponérmelo, pero
únicamente porque ya estoy bastante alterada. No sólo me
han sacado a la fuerza del paraíso, sino que,
como imaginaba, también he bajado del séptimo cielo de
Jesse. Londres no le hace ningún bien a nuestra
relación. Mejor dicho: Jesse en Londres no le hace
ningún bien a nuestra relación.
Hago todo lo posible por demostrarle la gran
inconveniencia que me está causando, pero le da
igual. Permanece de pie pacientemente y observa
cómo me quito el vestido que llevo y lo sustituyo
por el que él quería. Dirijo la mano a la
espalda, agarro la cremallera y me la subo, pero sólo hasta
la mitad, porque el pequeño trozo de metal se me
escurre de entre los dedos. Lo recupero
rápidamente pero vuelve a pasar. Cierro los
ojos. Detesto tener que pedirle ayuda a ese capullo
engreído.
—¿Te importaría subírmela?
—Claro que no —canturrea, y al instante está
pegado a mi espalda, con la boca en mi oreja—.
Es un gran placer —murmura, lo que provoca que
una tremenda oleada de chispas traicioneras
recorra mi cuerpo.
Me recoge el pelo, hace que me vuelva y tira de
la cremallera hacia arriba.
—Oh.
—¿Qué pasa? ¿Está rota? —Me entran ganas de
reírme. No porque se haya roto el vestido,
porque me encanta, sino porque sé que no va a
mandarme al trabajo con la espalda al descubierto.
—Eh... —Vuelve a intentarlo—. No, nena. Creo que
es que ya no te cabe.
Dejo escapar un grito ahogado totalmente
horrorizada y me vuelvo para mirarme la espalda en
el espejo. Hay varios centímetros de piel sin
cubrir, y la tela no es elástica. Me hundo por dentro y
por fuera. Ya han empezado. Todos los efectos
del embarazo van a acelerarse porque llevo dos
cacahuetes, no sólo uno. Me niego a llorar,
aunque no será por falta de ganas. Tengo que asimilar
esto. Tengo que sentir tanto entusiasmo como
siente Jesse. Aunque para él es fácil, va a seguir
teniendo el mismo aspecto divino de siempre
cuando todo esto termine, mientras que mi cuerpo
probablemente acabará devastado. Me vuelvo para
mirarlo y me encuentro con una expresión
aprensiva y el morro torcido. Cree que voy a
desmoronarme.
—¿Puedo ponerme el otro vestido, entonces? —me
limito a preguntar.
Se relaja visiblemente e incluso me lo alcanza
él mismo. Me ayuda a quitarme el ahora
descartado y me ayuda a ponerme el recién
autorizado.
—Preciosa —dice—. Tengo que irme. Cathy está
abajo y te ha preparado el desayuno.
Cómetelo, por favor.
—Lo haré.
No puede ocultar la sorpresa ante mi estado de
sumisión.
—Gracias.
—No tienes que darme las gracias porque coma
—mascullo. Cojo mi bolso y salgo del
dormitorio.
—Siento que tengo que darte las gracias por todo
lo que haces sin protestar.
Me sigue por la escalera.
—Si todavía me follaras para hacerme entrar en
razón, protestaría. —Llego al piso de abajo.
—¿Estás enfadada porque no he cubierto tus necesidades
esta mañana? —pregunta con tono
divertido.
—Sí.
—Me lo imaginaba.
Me coge de la mano y me da una vuelta hasta que
mi cuerpo colisiona con fuerza contra su
pecho. Después me devora la boca como si fuera
el fin del mundo. Me toma con determinación y con
vehemencia, y no lo detengo. Esto no va a
compensar el sexo que no hemos tenido esta mañana, pero
podría saciar mi sed hasta más tarde.
—Que tengas un buen día, nena.
Me hace girar de nuevo, me propina una palmada
en el culo y me guía hasta la entrada de la
cocina.—
Asegúrate de que mi esposa desayune, Cathy.
—Lo haré, muchacho —dice ella al tiempo que
agita un batidor de varillas por encima de la
cabeza, pero no se vuelve.
—Te veo luego. Y no olvides hablar con Patrick.
Se marcha sin esperar que le confirme que voy a
hacerlo. Sé que ya no puedo postergarlo más.
—¡Ava, tienes muy buen aspecto esta mañana!
—canturrea Cathy desde la cocina—. ¡Estás
radiante y fresca!
—Gracias. —Sonrío ante su amabilidad, pero me
pregunto si sólo estará intentando hacer que
me sienta mejor—. ¿Me puedes poner el sándwich
para llevar? Voy a llegar tarde.
—Claro. —Empieza a envolverlo en film
transparente—. ¿Lo habéis pasado bien?
Mi sonrisa se intensifica mientras me acerco
para recoger mi desayuno.
—Ha sido maravilloso —respondo, porque es
verdad, a pesar del horrible final.
—Me alegro mucho. Los dos necesitabais un
descanso. Y dime, ¿funcionan las galletas?
—Sí.
—Sabía que lo harían. ¡Y mellizos! —Me mete el
sándwich en el bolso y me da unas palmaditas
en las mejillas—. ¿Eres consciente de la suerte
que tienes?
—Sí —respondo con total sinceridad—. Tengo que
irme ya.
—Claro, claro, vete, querida. Yo voy a poner la
lavadora.
Dejo a Cathy separando la ropa blanca de la de
color y me meto en el ascensor después de
haber pulsado el nuevo código. A los pocos
segundos me encuentro en el vestíbulo del Lusso, donde
Casey está organizando el correo.
—Buenos días —lo saludo mientras paso corriendo
por delante del mostrador.
—¡Señora Ward! ¡Ha vuelto! —Se acerca a mí
mientras me dirijo al luminoso exterior—. ¿Qué
tal lo han pasado?
—Casey, no hace falta que me llames señora Ward.
Llámame simplemente Ava. Lo hemos
pasado genial, gracias. —Me coloco las gafas de
sol y saco las llaves del bolso—. ¿Y tú qué tal?
¿Te gusta tu nuevo trabajo?
—Me gusta más ahora que ha vuelto usted.
Me detengo de golpe.
—¿Disculpa?
Se pone como un tomate y empieza a juguetear con
los sobres que tiene en la mano.
—Eso ha estado fuera de lugar. Disculpe. Es sólo
que..., bueno, ¿sabía que es usted la única
mujer en todo el edificio?
—¿En serio?
—Sí. Y todos estos ricos hombres de negocios
nunca dicen nada. Sólo me gruñen o me dan
órdenes por teléfono. Usted es la única que se
para a hablar. Y se lo agradezco, eso es todo.
—Ah, está bien. —Sonrío al ver lo incómodo que
está—. ¿Te refieres a ricos hombres de
negocios como mi marido?
Se pone aún más colorado.
—Vale, no sé cómo salir de ésta. —Suelta una
risa nerviosa—. Simplemente es agradable ver
una cara alegre por aquí.
—Gracias. —Sonrío y sus ojos azules como el acero
resplandecen—. Tengo que irme.
—Claro. Hasta luego. —Se aparta y da media
vuelta para regresar tras su mostrador.
Tengo que mover el culo. Es mi primer día tras
las vacaciones y voy a llegar tarde. Y hoy
necesito tener a Patrick de buen humor.
Ni siquiera me detengo cuando salgo del Lusso y
me encuentro a John esperándome. Él tampoco
se encoge de hombros a modo de disculpa como
suele hacer. La verdad es que me lo imaginaba.
—¿Qué tal, John? —Me alegro de volver a verlo.
He echado de menos al amistoso grandullón.
—Bien, muchacha —gruñe, y me sigue hasta el
asiento del acompañante. Me meto en el coche y
me pongo el cinturón mientras veo cómo John se
sienta a mi lado con el ceño fruncido.
—¿No vas a montar ningún escándalo hoy?
—pregunta intentando contener la risa.
—Creo que estaría firmando mi propia sentencia
de muerte si lo hiciera —respondo secamente.
El grandullón se echa a reír, agitando su enorme
cuerpo en el asiento, y arranca el motor del
Range Rover.
—Me alegro. Tenía instrucciones estrictas de
tratarte con sumo cuidado si te resistías. —Me
mira a través de las negras lentes de sus
enormes gafas—. No quería tener que recurrir a eso,
muchacha.
Le sonrío.
—¿Así que ahora te han nombrado mi
guardaespaldas? —Sé que si Jesse tuviera que confiarme
a alguien que no fuera él, ése sería John. Estoy
de broma, claro, pero no creo que a John le haga
ninguna gracia tener que llevarme al trabajo
todos los días.
—Si así está contento el muy cabrón, haré lo que
haga falta.
Salimos del aparcamiento.
—¿Estáis bien tú y los pequeños? —pregunta con
la vista fija en la carretera.
—Sí, pero ahora Jesse se estresa por partida
triple —gruño.
—El muy chalado. —Se echa a reír mostrando su
diente de oro—. ¿Tú cómo te encuentras?
—¿Te refieres al embarazo o al accidente? —digo
mirándolo para evaluar su reacción. Quiero
saber si ha habido alguna novedad estos días que
hemos estado fuera.
—A las dos cosas, muchacha —se limita a
responder.
—Bien, por las dos partes, gracias. ¿Se sabe
algo del coche de Jesse? —Voy directa al grano.
Me siento lo bastante cómoda con John como para
preguntarle lo que quiero saber.
—Nada de lo que tengas que preocuparte —responde
fríamente. Puede que yo me sienta lo
bastante cómoda como para tener la libertad de
preguntarle, pero tengo que recordar que John
también se siente cómodo como para tener la
libertad de no contestarme. No voy a sacarle nada—.
¿Qué tal el Paraíso? —pregunta cambiando de tema
radicalmente.
—Pues un paraíso —respondo—. Hasta que nos
topamos con los padres de Jesse. —No estoy
segura de si debería divulgar esto, pero ahora
ya está dicho, y a juzgar por la expresión que se acaba
de dibujar en el rostro del gigante
impertérrito, la noticia lo ha sorprendido. Asiento para confirmar
que me ha oído bien, y su frente brillante
empieza a arrugarse por encima de sus gafas de sol—. La
boda de Amalie tuvo que posponerse porque al
padre de Jesse le dio un ataque al corazón —prosigo.
John debe de estar al tanto de lo de la boda, de
que le enviaron una invitación y de que los padres de
mi marido viven cerca del Paraíso. Lleva toda la
vida a su lado, según Jesse.
—¿A Henry le ha dado un infarto? —pregunta,
sorprendido—. ¿Y qué pasó?
—¿Cómo que qué pasó?
—Sí, ¿hablaron? ¿Cómo estaba Jesse? —John se
muestra realmente curioso, lo cual está
despertando mi propia curiosidad.
Se lo suelto todo.
—Jesse básicamente anunció en el restaurante
donde estábamos cenando, delante de todo el
mundo, que estamos casados y que esperamos
mellizos. —Hago una pausa para aguardar a que John
consiga controlar sus carcajadas—. Una mujer no
paraba de mirarme, y cuando le pregunté a Jesse si
la conocía, se puso rarísimo y me sacó en brazos
de allí. Esa mujer era su madre y vino hasta el
aparcamiento y empezó a decir cosas sobre los
mellizos, ya sabes, porque Jesse tenía un hermano. —
John asiente pensativamente con la cabeza. ¿Qué
estará sacando en conclusión de todo esto?
—¿Y eso fue todo?
—Sí. Me lo llevé lejos de ella. Estaba muy
afectado.
—Y después, ¿no bebió?
—No —suspiro—. Pero tengo la impresión de que lo
habría hecho si yo no hubiera estado allí.
—Sigo viendo su rostro, el rostro que solía dar
paso a las borracheras y los latigazos—. ¿Tú los
conoces?
—No mucho. No suelo hacer preguntas.
Asiento para mis adentros. Sé que John lleva
toda la vida a su lado, y que era el mejor amigo de
Carmichael, así que tiene que saber más de lo
que admite.
—¿Cómo está Sarah?
Se revuelve en su asiento y gira su rostro
amenazador hacia mí.
—Mejor de lo que estaba.
Me hundo en mi sitio. No tengo nada que decir a
eso, así que cierro la boca. Saco el sándwich y
dejo que John conduzca el resto del camino en
silencio.
Suspiro en voz alta cuando se detiene junto al
bordillo.
—¿Qué pasa, muchacha?
Cojo mi bolso y me apresuro a salir del coche
para no intentar convencer a John de que me
lleve a La Mansión.
—Ha llegado la hora de poner al tanto a mi jefe
sobre cierto cliente danés.
—Vaya —dice lentamente—. Buena suerte.
Estoy a punto de sacarle la lengua al muy
sarcástico. ¿«Buena suerte»?
—Muchas gracias, John —respondo con el mismo
tono.
Cierro la puerta de golpe y oigo cómo el sonido
de su risa grave de barítono se atenúa cuando la
puerta se interpone entre nosotros.
Respiro profundamente para ganar confianza y
entro en la oficina. Nunca he tenido miedo de ir a
trabajar, pero ahora sí.
El chillido de Tom es lo primero que oigo:
—¡Ay, Dios mío! ¡Ava!
Y después a Victoria:
—¡Vaya! ¡Tienes un bronceado real!
Entonces veo a Sal, alegre de nuevo.
—Ava, tienes buen aspecto.
Después me acerco a mi mesa y me quedo de
piedra. Globos... por todas partes. Con bebés
dibujados. Incluso hay un paquete de pañales
sobre la mesa y una guía sobre cómo ser madre. Pero lo
peor de todo, y tengo que cogerlos y levantarlos
para comprobar que mis ojos no me engañan, son un
par de vaqueros gigantes de preñada que hay
dispuestos sobre mi silla, o, mejor dicho, cubriendo la
silla por completo. Por si mi mañana no hubiera
sido lo bastante deprimente después de comprobar
que el vestido no me cabía y de que Jesse no me
hubiera despertado, ahora tienen que recordarme
que voy a ponerme como una ballena. Se lo ha
contado a todo el mundo. Lo voy a matar.
—¡Lo sabía! —Tom se sienta corriendo en mi
mesa—. Sabía que estabas embarazada. Pero
¿mellizos? ¡Madre mía, qué emocionante! ¿Le
pondrás a alguno mi nombre?
Dejo a un lado la ropa de embarazada y me dejo
caer en la silla. No llevo aquí ni dos minutos y
ya no puedo más. El doble de bebés significa el
doble de emoción, el doble de peso acumulado y el
doble de ansiedad.
—No, Tom.
Lanza un grito ahogado de decepción.
—¿Qué tiene de malo Tom?
—Nada. —Me encojo de hombros—. Pero no pienso
llamar así a ninguno de mis hijos.
Resopla disgustado y se marcha con fuertes
pisadas sin darme la enhorabuena siquiera.
—Enhorabuena, Ava. —Sally se agacha y me da un
abrazo. Sabía que podía contar con ella—.
¿Café?—
Por favor. Con tres de azúcar. —Le devuelvo el
abrazo y me encuentro con sus tremendas
tetas en la cara desde mi posición sentada—.
¿Qué tal todo?
—De maravilla —contesta, y se aleja danzando
hacia la cocina. Al momento llego a la
conclusión de que su vida amorosa vuelve a ir
estupendamente.
—¿Y Patrick? —pregunto a nadie en concreto,
porque no hay nadie rondando mi mesa infestada
de artículos de bebés.
Tom está enfurruñado al otro lado de la oficina,
ignorándome descaradamente, y Victoria está
en Babia, mirándome.
—¿Hola? —Sacudo la mano delante de ella.
—¡Ay, perdona! Me estaba preguntando cómo se
llamará ese tipo de bronceado.
—¿Qué?
—Tu bronceado. Yo creo que es bronce intenso.
—Anota algo en un papel y sé que ha escrito
«bronce intenso»—. Así que vas a ser madre, ¿eh?
Me pongo a la defensiva al instante.
—Sí. —Mi respuesta breve y mordaz hace que
levante la cabeza del papel. Se recoge los largos
rizos rubios, los deja caer por detrás del
hombro y me sonríe. Si es una sonrisa falsa, lo disimula
muy bien.
—Enhorabuena, Ava.
—Gracias —sonrío falsamente, y a mí sí que se me
nota—. Y gracias por todo esto —añado
señalando los globos que se elevan sobre mi
cabeza.
—Ah, eso fue cosa de Tom. —Vuelve a centrarse en
su ordenador.
—¡Gracias, Tom! —Le lanzo un lápiz y le doy en
un lado de la cabeza. Le mueve ligeramente
las gafas y protesta, indignado—. ¡Lo siento!
—Aprieto los labios para no reírme.
—¡Esto es mobbing! —chilla, y ya no consigo
aguantarlo más. Empiezo a descojonarme en la
silla.
Sally me deja el café delante con cara
extrañada, se vuelve para ver de qué me río y empieza a
reírse también ella.
—¿Dónde está Patrick, Sal? —pregunto al no
obtener respuesta por parte de Victoria.
—Llegará a mediodía —responde—. No ha venido
mucho últimamente.
—¿No?
Sacude la cabeza pero no me dice nada más y
vuelve a ocuparse de la pila de facturas que tiene
en su archivo.
—Ava —empieza Tom, colocándose bien sus gafas a
la moda—. Tienes que llamar a Ruth. No
ha parado de llamar preguntando por ti.
Mi risa se apaga rápidamente. Me había olvidado
de mi admiradora.
—¿Qué dijo? —pregunto como si tal cosa mientras
busco mi móvil en el bolso. Entonces me
doy cuenta de que todavía no lo he encendido.
Lleva desconectado desde el jueves por la mañana,
cuando Jesse me lo requisó.
—No mucho. —Se coloca su corbata aguamarina—.
Todos los proyectos van bien. Acudí a tu
cita con ella el jueves, pero no le hizo mucha
gracia verme a mí.
Me hundo en la silla con un mohín cuando veo que
mi teléfono cobra vida en mi mano y empieza
a alertarme de decenas de llamadas perdidas,
mensajes de texto y correos electrónicos. Establezco
prioridades y respondo al mensaje de bienvenida
a casa de Kate y al mensaje de mi madre
pidiéndome que la llamara cuando hubiésemos
llegado, y después cuento las llamadas perdidas de
Ruth. Son once. No obstante, a pesar del
bombardeo de llamadas de mi clienta lesbiana, son las dos
llamadas perdidas de Mikael las que hacen que mi
corazón empiece a acelerarse. No puedo seguir
posponiendo esto y, por primera vez, me siento y
me esfuerzo en pensar quién podría haberme
drogado y haber intentado sacarme de la
carretera. Y luego está lo de las flores marchitas. Eran de
una mujer, no lo dudo ni por un momento, lo que
me lleva a la misma conclusión: Mikael no pudo ser.
Es un hombre de negocios, y bastante respetado.
Pero ¿qué hay de lo que grabaron las cámaras de
seguridad del bar? Tal vez los incidentes no
estén conectados. Yo apuesto a que fue Coral, o tal vez
Sarah. Aunque las flores llegaron después de que
Sarah se disculpara. Y lo del coche también fue
después. ¿Acaso sigue con sus jueguecitos? Dejo
el móvil en la mesa. Me duele el cerebro. Jugueteo
con el teléfono mientras pienso en mi siguiente
movimiento. No me lleva mucho. Cojo el móvil de
nuevo y llamo a Mikael. Creo que ni siquiera
llega a sonar el tono cuando oigo su voz suave con un
ligero acento respondiendo al otro lado de la
línea:
—Ava, me alegra tener noticias tuyas.
—No lo dudo —respondo secamente—. ¿Has arreglado
ya lo de tu divorcio? —Voy directa a la
yugular y, a juzgar por el silencio que sigue a
mi pregunta, mi estrategia ha funcionado.
—Sí —responde con cautela.
—Qué bien. ¿Qué puedo hacer por ti, Mikael?
—Estoy sorprendida de mi propia seguridad.
Podría estar tratando con un auténtico pirado, y
le estoy hablando sin ningún respeto, ni como cliente
ni como pirado en potencia.
Ríe ligeramente.
—Ya va siendo hora de que nos veamos, ¿no te
parece?
—No, no me lo parece —respondo bruscamente—. Me
temo que nuestra relación laboral ha
terminado, señor Van Der Haus.
—¿Y eso por qué?
Su pregunta me coge por sorpresa, pero pronto
reacciono.
—Dijiste que era muy interesante que llevara
alrededor de un mes saliendo con Jesse. —No
pienso amilanarme.
—Sí, pero ahora estás casada y esperas mellizos
de él. Estoy desolado, Ava.
Esta vez no me recompongo tan de prisa. ¿Cómo lo
sabe? Ni siquiera sé si habla en serio o si
está siendo sarcástico. Estoy confusa.
—Señor Van Der Haus...
Me aseguro de mantener la voz baja, oteando la
oficina constantemente. Éste no es el momento
ni el lugar, pero ahora que he empezado no
pienso terminar esta conversación hasta que le haya dicho
lo que le tengo que decir. Me levanto, aparto
los globos de un manotazo, me dirijo a la sala de
conferencias y cierro la puerta al entrar.
—¿Todo esto es por lo de Jesse y tu esposa?
—Oigo que su respiración se detiene, lo que no
hace sino aumentar mi confianza—. Porque ya
estoy al tanto, de modo que estás perdiendo el tiempo.
—Vaya, ¿el señor Ward te lo ha confesado?
—Tu ex mujer se presentó en casa de Jesse,
Mikael. Siento mucho lo que sucedió, pero no sé
qué pretendes conseguir con esto. —No lo siento
en absoluto, pero tal vez, sólo tal vez, pueda
hacerlo entrar en razón.
Se echa a reír y se me ponen los pelos de punta.
—Ava, mi ex mujer me importa un carajo. Es una
zorra a la que sólo le interesa el dinero.
Únicamente me preocupo por tu bienestar. Jesse
Ward no te conviene.
Me estremezco al oír con qué dureza se refiere a
su mujer y me apoyo en el borde de la mesa de
conferencias.
—¿Y tú sí? —balbuceo, y me reprendo mentalmente
al instante por mostrar vacilación. ¿Se
preocupa por mi bienestar?
—Sí, yo sí —responde con franqueza—. Yo no me
dedicaré a entretener a otras mujeres a tus
espaldas, Ava.
Casi se me cae el teléfono al suelo. ¿También
sabe eso?
—Sea como sea —digo intentando desesperadamente
recuperar mi tono firme—, creo que han
pasado demasiadas cosas entre nosotros como para
que podamos seguir trabajando juntos.
—¿Han pasado demasiadas cosas? —pregunta—. ¿Y
sabes lo que hizo cuando te dejó?
—Sí —mascullo, preguntándome cómo coño lo sabe
él. No se lo he contado a nadie—. Mi
relación con Jesse no te incumbe, Mikael. Sé lo
que hizo. —Me mata decirlo—. Hablaré con Patrick
y me retiraré del proyecto de la Torre Vida.
Puedes quedarte con mis diseños para que otra persona
los lleve a cabo.
Cuelgo sin darle tiempo a replicar y suspiro
aliviada. No sé por qué siento como si me hubiera
quitado un peso de encima. Todavía tengo que
decírselo a Patrick, y escuchar a Mikael durante los
últimos minutos no ha hecho sino generarme más
preguntas. No sé si pondría la mano en el fuego por
él, pero no creo que fuera capaz de llegar al
extremo de drogarme para violarme ni de intentar
sacarme de la carretera; no si lo que quiere es
apartarme de Jesse para que esté con él. ¿De qué iba a
servirle muerta? Me río en voz alta al pensar en
ello. Alguien ha intentado matarme. Qué locura.
Mi teléfono empieza a vibrar. Miro la pantalla y
ésta me indica que mi día sólo acaba de
empezar. Sin embargo, lidiar con Ruth Quinn en
estos momentos ya no se me hace tan cuesta arriba.
—Hola, Ruth.
—¡Ava! —Parece sorprendida—. No me dijiste que
ibas a estar fuera.
—Fue algo improvisado en el último minuto, Ruth.
¿Va todo bien?
—Sí, estupendamente, es sólo que he cambiado de
idea con respecto a los armarios de la
cocina. ¿Podemos quedar para hablarlo?
—Claro. —Reprimo un suspiro—. Pero tengo un
montón de papeleo entre manos, ¿podemos
quedar mañana?
—¿A las doce? —propone. Me sorprende gratamente
que no exija que sea hoy.
—Estupendo, te veo entonces, Ruth.
Cuelgo y hago todo lo posible por no poner mala
cara. Me cuesta menos de lo que pensaba. Lo
cierto es que mis dos últimas conversaciones no
me han afectado lo más mínimo. Me siento fuerte.
Me estoy enfrentando a mis problemas en lugar de
dejar que me consuman.
Regreso a mi escritorio y me paso el resto del
martes quitándome papeleo de encima.
Las seis en punto llegan bastante rápido, y soy
la última en irme de la oficina. Patrick no ha
venido al trabajo como tenía previsto, aunque ha
llamado para asegurarme que vendrá mañana.
Hablaré con él entonces, pero estoy
decepcionada. Siento la necesidad de deshacerme de esta carga
mental a la mayor brevedad posible.
Me meto directamente en el gran Range Rover
negro sin resoplar, vacilar ni protestar.
—Hola, John.
—Muchacha. —Se funde con el tráfico—. ¿Qué tal
el día?
—Constructivo. ¿Y el tuyo?
—Magnífico —dice con su característica voz
ronca.
Tengo la sensación de que está siendo algo
cínico.
—¿Adónde vamos? —Me dejo caer sobre mi asiento y
espero que me responda que al Lusso,
aunque no las tengo todas conmigo. Jesse me
habría recogido él mismo si fuésemos a ir a casa.
—A La Mansión, muchacha. ¿Cómo ha ido con tu
jefe? —Desvía la mirada cubierta por las
gafas de sol en mi dirección con un aire de
curiosidad.
—No ha ido. Hoy no ha venido.
—El chalado de tu marido se va a poner contento
—replica echándose a reír.
Sonrío con pesar. Sé que no le hará ninguna
gracia, pero no puedo hablar con Patrick si no está
presente. Yo no tengo la culpa de que no haya
venido. Al menos podré decirle que he hablado con
Mikael. Así verá que tenía intención de hacerlo,
porque es verdad.
Salgo del coche corriendo en cuanto John detiene
el motor. Subo los escalones a toda prisa y me
abro paso a través de las puertas.
—¡Ha dicho que lo esperes en el bar, muchacha!
—me grita el grandullón, pero finjo no oírlo.
No voy a esperarlo en el bar. Después de tenerlo
sólo para mí estos tres días, mi primer día de
regreso al trabajo se me ha hecho eterno. Subo
la escalera corriendo, me dirijo a la parte trasera de
La Mansión y atravieso el salón de verano antes
de que John pueda atraparme. Algunos de los socios
están aquí reunidos como de costumbre, pero no
me detengo para evaluar sus reacciones ante mi
presencia.
Entro a toda velocidad en el despacho de Jesse,
sin llamar y sin pararme a pensar que tal vez
esté en medio de una reunión de negocios. Me he
llevado unas cuantas sorpresas cuando he hecho
esto antes.
Y esta vez no es diferente.
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