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03 Confesión - Mi Hombre Capítulo 27

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Capítulo 27
Apenas reacciono cuando llegamos al Lusso. He dormido la mayor parte del viaje, y sigo agotada. Ni
siquiera intento salir del coche cuando Jesse apaga el motor y me desabrocha el cinturón. Me quedo
hundida en el asiento de piel hasta que me saca él. Casi consigo abrir los ojos cuando estamos en el
ascensor para refrescarle a mi mente adormilada la belleza de mi marido. Mete la llave en la
cerradura, abre la puerta, la cierra de nuevo y me lleva en brazos a la planta superior. Sigo con los
ojos cerrados, pero reconozco la superficie blanda de la cama de la suite principal cuando me
deposita sobre ella.
—Voy a preparar el baño y a subir las maletas. ¿Estarás bien?
—Mmm. —Me pongo de lado. Ni siquiera me apetece darme un baño con Jesse, y eso sí que es
raro. Oigo cómo se ríe ligeramente y cómo el agua empieza a correr en la bañera, y entonces me coge
de nuevo—. ¿No ibas a ir a por las maletas? —farfullo.
—Ya las he cogido, Ava. Has vuelto a quedarte dormida.
Me deja sobre mis pies cansados y me desnuda. Después se desnuda a sí mismo con una mano
mientras me sostiene firmemente con la otra, como si temiera que fuera a caerme al suelo. Y es
posible que lo hiciera. No tengo nada de energía.
Me levanta y me mete en la bañera consigo, sin ninguna ayuda por mi parte. Dejo que me
coloque de manera que quedo acunada en sus brazos sobre su regazo, con un lado de la cara
acurrucado en su hombro. El agua caliente no me espabila.
—Echaba de menos esto —dice mi autoproclamado hombre de baño—. Sé que estás cansada,
pero sólo quiero estar así unos minutos.
—Vale —accedo. Si después me seca y me mete en la cama, puede hacer lo que quiera
conmigo.
—Y tengo que cubrir tus necesidades —añade. Mis ojos adormilados se abren al instante, y mi
cerebro lujurioso empieza a reactivarse. Seguro que puedo sacar energías de alguna parte para eso.
Intento moverme, pero me retiene en el sitio y se echa a reír—. Joder, Ava, estarías dispuesta y todo.
—Siempre.
—Me halagas, pero me gusta que mi mujer esté consciente cuando me la follo.
—No digas la palabra «follar» —gruño—. O harás que te desee todavía más.
—Pero ¿eso es posible? —pregunta, muy serio.
—Probablemente no. —No me molesto en resoplar ante su arrogancia. Tiene razón—. Deja que
te mire —protesto, y forcejeo para librarme de las manos que me aprisionan. Levanto mi cuerpo
agotado, me coloco a horcajadas sobre su regazo y me acerco a su cara para sentir su barba de casi
dos días—. No te afeites mañana.
—¿No?
—No. Me gusta cuando la llevas de dos días. —Me inclino y froto mi mejilla contra la suya—.
Y quiero que te pongas el traje gris con la camisa negra.
—¿Con corbata o sin ella?
—Con corbata. La gris, con el nudo suelto. —Le doy besitos hasta llegar a sus labios y deslizo
la lengua entre ellos suavemente.
Él me devuelve el beso tierna y dulcemente.
—Si tú puedes decidir lo que me voy a poner, es justo que yo decida lo que vas a ponerte tú.
—Tú siempre lo haces.
—No, porque no me dejas. —Me agarra de la nuca y me acerca más a él.
—¿Qué quieres que me ponga? —pregunto prácticamente gimiendo contra sus labios.
—El vestido negro.
—¿El que me llega hasta las rodillas y tiene las mangas tres cuartos?
—Sí, ése. Me gusta cualquier vestido que tú lleves, pero ése me encanta. —Me muerde el labio
y se aparta, tirando de él entre los dientes—. No —susurra.
Va a rechazarme de nuevo. Lo sé por la determinación que se refleja en su rostro devastador.
Probablemente hace bien en negarse, aunque eso no aplaca el deseo que invade mi insaciable ser.
Siempre tengo ansias de él, pero últimamente es algo constante.
—Dijiste que eras incapaz de decirme que no. —Le rozo juguetonamente la entrepierna con la
mía. No tengo vergüenza.
—Puedo decirte que no cuando apenas puedes mantener los ojos abiertos, señorita. La respuesta
es no, y punto. —Me agarra las caderas con sus enormes manos y me lanza una mirada de
advertencia. Yo me sacudo un poco y me doy la vuelta para dejar que me pase la esponja por la
espalda—. El embarazo te ha disparado las hormonas.
—Sólo si sigues rechazándome. Me estás acomplejando, y eso que todavía no estoy gorda.
—Ava —me corta—. El embarazo también te está volviendo tonta. Vale ya.
Suspiro para mis adentros, dejo caer la cabeza entre mis rodillas flexionadas y me coloco el
pelo a un lado para darle acceso pleno a mi espalda. Sus rítmicas caricias con la esponja provocan
que se me empiecen a cerrar los ojos de nuevo, y cedo ante mi fatiga dejando que Jesse se salga con
la suya. No obstante, el día que me rechace cuando no esté agotada ni mental ni físicamente tendrá
que enfrentarse a toda mi ira.
—Gracias por llevarme al Paraíso —murmuro.
Me besa en el hombro y pega la boca a mi oreja.
—Nena, tú me llevas al paraíso todos los días.
Estoy furiosa. Se ha despertado, ha salido a correr, se ha duchado y se ha vestido, y todo sin mí.
Sin embargo, me ha dejado la galleta de jengibre y el ácido fólico junto a la cama con un vaso de
agua. Estoy de pie frente al espejo de cuerpo entero, vestida con mi lencería y secándome el pelo
cuando veo que entra en el dormitorio. No seré demasiado dura. No se ha afeitado y lleva puesto el
traje gris, la camisa negra y la corbata, tal y como le pedí, aunque eso no hace que se me pase el
enfado, a pesar de que está para comérselo.
—¡Buenos días! —saluda alegremente.
Le lanzo una mirada asesina y tiro el secador al suelo. Me acerco al armario y busco algo que
ponerme. Sé qué debería descolgar, pero estoy en plena pataleta infantil, así que cojo cualquier otra
cosa, me la pongo y me subo la cremallera. Salgo del vestidor, me pongo los tacones de ante negro y
me voy directa al cuarto de baño. Advierto su corpachón a mi lado siguiendo cada uno de mis
movimientos. Echo un vistazo al pasar y veo que tiene las manos metidas en los bolsillos de los
pantalones y una expresión divertida en la cara. No le doy el gusto de dedicarle mi tiempo ni mis
palabras. Continúo hacia el espejo del baño y me maquillo a toda prisa.
Entra y se coloca detrás de mí. Su maravilloso aroma a agua fresca inunda mis fosas nasales.
—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunta todavía con expresión divertida.
Me detengo mientras me aplico la máscara de pestañas y me aparto del espejo.
—Me estoy maquillando —contesto, sabiendo perfectamente que no se refería a eso.
—Reformularé la pregunta. ¿Qué crees que llevas?
—Un vestido.
Sus cejas se elevan tanto que alcanzan el nacimiento del pelo.
—No empecemos mal el día, señorita. —Sostiene mi vestido negro de tubo—. Ponte el otro
vestido.
Respiro hondo para guardar la calma, giro sobre mis talones y salgo del cuarto de baño sin
decir una palabra. Voy a ponérmelo, pero únicamente porque ya estoy bastante alterada. No sólo me
han sacado a la fuerza del paraíso, sino que, como imaginaba, también he bajado del séptimo cielo de
Jesse. Londres no le hace ningún bien a nuestra relación. Mejor dicho: Jesse en Londres no le hace
ningún bien a nuestra relación.
Hago todo lo posible por demostrarle la gran inconveniencia que me está causando, pero le da
igual. Permanece de pie pacientemente y observa cómo me quito el vestido que llevo y lo sustituyo
por el que él quería. Dirijo la mano a la espalda, agarro la cremallera y me la subo, pero sólo hasta
la mitad, porque el pequeño trozo de metal se me escurre de entre los dedos. Lo recupero
rápidamente pero vuelve a pasar. Cierro los ojos. Detesto tener que pedirle ayuda a ese capullo
engreído.
—¿Te importaría subírmela?
—Claro que no —canturrea, y al instante está pegado a mi espalda, con la boca en mi oreja—.
Es un gran placer —murmura, lo que provoca que una tremenda oleada de chispas traicioneras
recorra mi cuerpo.
Me recoge el pelo, hace que me vuelva y tira de la cremallera hacia arriba.
—Oh.
—¿Qué pasa? ¿Está rota? —Me entran ganas de reírme. No porque se haya roto el vestido,
porque me encanta, sino porque sé que no va a mandarme al trabajo con la espalda al descubierto.
—Eh... —Vuelve a intentarlo—. No, nena. Creo que es que ya no te cabe.
Dejo escapar un grito ahogado totalmente horrorizada y me vuelvo para mirarme la espalda en
el espejo. Hay varios centímetros de piel sin cubrir, y la tela no es elástica. Me hundo por dentro y
por fuera. Ya han empezado. Todos los efectos del embarazo van a acelerarse porque llevo dos
cacahuetes, no sólo uno. Me niego a llorar, aunque no será por falta de ganas. Tengo que asimilar
esto. Tengo que sentir tanto entusiasmo como siente Jesse. Aunque para él es fácil, va a seguir
teniendo el mismo aspecto divino de siempre cuando todo esto termine, mientras que mi cuerpo
probablemente acabará devastado. Me vuelvo para mirarlo y me encuentro con una expresión
aprensiva y el morro torcido. Cree que voy a desmoronarme.
—¿Puedo ponerme el otro vestido, entonces? —me limito a preguntar.
Se relaja visiblemente e incluso me lo alcanza él mismo. Me ayuda a quitarme el ahora
descartado y me ayuda a ponerme el recién autorizado.
—Preciosa —dice—. Tengo que irme. Cathy está abajo y te ha preparado el desayuno.
Cómetelo, por favor.
—Lo haré.
No puede ocultar la sorpresa ante mi estado de sumisión.
—Gracias.
—No tienes que darme las gracias porque coma —mascullo. Cojo mi bolso y salgo del
dormitorio.
—Siento que tengo que darte las gracias por todo lo que haces sin protestar.
Me sigue por la escalera.
—Si todavía me follaras para hacerme entrar en razón, protestaría. —Llego al piso de abajo.
—¿Estás enfadada porque no he cubierto tus necesidades esta mañana? —pregunta con tono
divertido.
—Sí.
—Me lo imaginaba.
Me coge de la mano y me da una vuelta hasta que mi cuerpo colisiona con fuerza contra su
pecho. Después me devora la boca como si fuera el fin del mundo. Me toma con determinación y con
vehemencia, y no lo detengo. Esto no va a compensar el sexo que no hemos tenido esta mañana, pero
podría saciar mi sed hasta más tarde.
—Que tengas un buen día, nena.
Me hace girar de nuevo, me propina una palmada en el culo y me guía hasta la entrada de la
cocina.—
Asegúrate de que mi esposa desayune, Cathy.
—Lo haré, muchacho —dice ella al tiempo que agita un batidor de varillas por encima de la
cabeza, pero no se vuelve.
—Te veo luego. Y no olvides hablar con Patrick.
Se marcha sin esperar que le confirme que voy a hacerlo. Sé que ya no puedo postergarlo más.
—¡Ava, tienes muy buen aspecto esta mañana! —canturrea Cathy desde la cocina—. ¡Estás
radiante y fresca!
—Gracias. —Sonrío ante su amabilidad, pero me pregunto si sólo estará intentando hacer que
me sienta mejor—. ¿Me puedes poner el sándwich para llevar? Voy a llegar tarde.
—Claro. —Empieza a envolverlo en film transparente—. ¿Lo habéis pasado bien?
Mi sonrisa se intensifica mientras me acerco para recoger mi desayuno.
—Ha sido maravilloso —respondo, porque es verdad, a pesar del horrible final.
—Me alegro mucho. Los dos necesitabais un descanso. Y dime, ¿funcionan las galletas?
—Sí.
—Sabía que lo harían. ¡Y mellizos! —Me mete el sándwich en el bolso y me da unas palmaditas
en las mejillas—. ¿Eres consciente de la suerte que tienes?
—Sí —respondo con total sinceridad—. Tengo que irme ya.
—Claro, claro, vete, querida. Yo voy a poner la lavadora.
Dejo a Cathy separando la ropa blanca de la de color y me meto en el ascensor después de
haber pulsado el nuevo código. A los pocos segundos me encuentro en el vestíbulo del Lusso, donde
Casey está organizando el correo.
—Buenos días —lo saludo mientras paso corriendo por delante del mostrador.
—¡Señora Ward! ¡Ha vuelto! —Se acerca a mí mientras me dirijo al luminoso exterior—. ¿Qué
tal lo han pasado?
—Casey, no hace falta que me llames señora Ward. Llámame simplemente Ava. Lo hemos
pasado genial, gracias. —Me coloco las gafas de sol y saco las llaves del bolso—. ¿Y tú qué tal?
¿Te gusta tu nuevo trabajo?
—Me gusta más ahora que ha vuelto usted.
Me detengo de golpe.
—¿Disculpa?
Se pone como un tomate y empieza a juguetear con los sobres que tiene en la mano.
—Eso ha estado fuera de lugar. Disculpe. Es sólo que..., bueno, ¿sabía que es usted la única
mujer en todo el edificio?
—¿En serio?
—Sí. Y todos estos ricos hombres de negocios nunca dicen nada. Sólo me gruñen o me dan
órdenes por teléfono. Usted es la única que se para a hablar. Y se lo agradezco, eso es todo.
—Ah, está bien. —Sonrío al ver lo incómodo que está—. ¿Te refieres a ricos hombres de
negocios como mi marido?
Se pone aún más colorado.
—Vale, no sé cómo salir de ésta. —Suelta una risa nerviosa—. Simplemente es agradable ver
una cara alegre por aquí.
—Gracias. —Sonrío y sus ojos azules como el acero resplandecen—. Tengo que irme.
—Claro. Hasta luego. —Se aparta y da media vuelta para regresar tras su mostrador.
Tengo que mover el culo. Es mi primer día tras las vacaciones y voy a llegar tarde. Y hoy
necesito tener a Patrick de buen humor.
Ni siquiera me detengo cuando salgo del Lusso y me encuentro a John esperándome. Él tampoco
se encoge de hombros a modo de disculpa como suele hacer. La verdad es que me lo imaginaba.
—¿Qué tal, John? —Me alegro de volver a verlo. He echado de menos al amistoso grandullón.
—Bien, muchacha —gruñe, y me sigue hasta el asiento del acompañante. Me meto en el coche y
me pongo el cinturón mientras veo cómo John se sienta a mi lado con el ceño fruncido.
—¿No vas a montar ningún escándalo hoy? —pregunta intentando contener la risa.
—Creo que estaría firmando mi propia sentencia de muerte si lo hiciera —respondo secamente.
El grandullón se echa a reír, agitando su enorme cuerpo en el asiento, y arranca el motor del
Range Rover.
—Me alegro. Tenía instrucciones estrictas de tratarte con sumo cuidado si te resistías. —Me
mira a través de las negras lentes de sus enormes gafas—. No quería tener que recurrir a eso,
muchacha.
Le sonrío.
—¿Así que ahora te han nombrado mi guardaespaldas? —Sé que si Jesse tuviera que confiarme
a alguien que no fuera él, ése sería John. Estoy de broma, claro, pero no creo que a John le haga
ninguna gracia tener que llevarme al trabajo todos los días.
—Si así está contento el muy cabrón, haré lo que haga falta.
Salimos del aparcamiento.
—¿Estáis bien tú y los pequeños? —pregunta con la vista fija en la carretera.
—Sí, pero ahora Jesse se estresa por partida triple —gruño.
—El muy chalado. —Se echa a reír mostrando su diente de oro—. ¿Tú cómo te encuentras?
—¿Te refieres al embarazo o al accidente? —digo mirándolo para evaluar su reacción. Quiero
saber si ha habido alguna novedad estos días que hemos estado fuera.
—A las dos cosas, muchacha —se limita a responder.
—Bien, por las dos partes, gracias. ¿Se sabe algo del coche de Jesse? —Voy directa al grano.
Me siento lo bastante cómoda con John como para preguntarle lo que quiero saber.
—Nada de lo que tengas que preocuparte —responde fríamente. Puede que yo me sienta lo
bastante cómoda como para tener la libertad de preguntarle, pero tengo que recordar que John
también se siente cómodo como para tener la libertad de no contestarme. No voy a sacarle nada—.
¿Qué tal el Paraíso? —pregunta cambiando de tema radicalmente.
—Pues un paraíso —respondo—. Hasta que nos topamos con los padres de Jesse. —No estoy
segura de si debería divulgar esto, pero ahora ya está dicho, y a juzgar por la expresión que se acaba
de dibujar en el rostro del gigante impertérrito, la noticia lo ha sorprendido. Asiento para confirmar
que me ha oído bien, y su frente brillante empieza a arrugarse por encima de sus gafas de sol—. La
boda de Amalie tuvo que posponerse porque al padre de Jesse le dio un ataque al corazón —prosigo.
John debe de estar al tanto de lo de la boda, de que le enviaron una invitación y de que los padres de
mi marido viven cerca del Paraíso. Lleva toda la vida a su lado, según Jesse.
—¿A Henry le ha dado un infarto? —pregunta, sorprendido—. ¿Y qué pasó?
—¿Cómo que qué pasó?
—Sí, ¿hablaron? ¿Cómo estaba Jesse? —John se muestra realmente curioso, lo cual está
despertando mi propia curiosidad.
Se lo suelto todo.
—Jesse básicamente anunció en el restaurante donde estábamos cenando, delante de todo el
mundo, que estamos casados y que esperamos mellizos. —Hago una pausa para aguardar a que John
consiga controlar sus carcajadas—. Una mujer no paraba de mirarme, y cuando le pregunté a Jesse si
la conocía, se puso rarísimo y me sacó en brazos de allí. Esa mujer era su madre y vino hasta el
aparcamiento y empezó a decir cosas sobre los mellizos, ya sabes, porque Jesse tenía un hermano. —
John asiente pensativamente con la cabeza. ¿Qué estará sacando en conclusión de todo esto?
—¿Y eso fue todo?
—Sí. Me lo llevé lejos de ella. Estaba muy afectado.
—Y después, ¿no bebió?
—No —suspiro—. Pero tengo la impresión de que lo habría hecho si yo no hubiera estado allí.
—Sigo viendo su rostro, el rostro que solía dar paso a las borracheras y los latigazos—. ¿Tú los
conoces?
—No mucho. No suelo hacer preguntas.
Asiento para mis adentros. Sé que John lleva toda la vida a su lado, y que era el mejor amigo de
Carmichael, así que tiene que saber más de lo que admite.
—¿Cómo está Sarah?
Se revuelve en su asiento y gira su rostro amenazador hacia mí.
—Mejor de lo que estaba.
Me hundo en mi sitio. No tengo nada que decir a eso, así que cierro la boca. Saco el sándwich y
dejo que John conduzca el resto del camino en silencio.
Suspiro en voz alta cuando se detiene junto al bordillo.
—¿Qué pasa, muchacha?
Cojo mi bolso y me apresuro a salir del coche para no intentar convencer a John de que me
lleve a La Mansión.
—Ha llegado la hora de poner al tanto a mi jefe sobre cierto cliente danés.
—Vaya —dice lentamente—. Buena suerte.
Estoy a punto de sacarle la lengua al muy sarcástico. ¿«Buena suerte»?
—Muchas gracias, John —respondo con el mismo tono.
Cierro la puerta de golpe y oigo cómo el sonido de su risa grave de barítono se atenúa cuando la
puerta se interpone entre nosotros.
Respiro profundamente para ganar confianza y entro en la oficina. Nunca he tenido miedo de ir a
trabajar, pero ahora sí.
El chillido de Tom es lo primero que oigo:
—¡Ay, Dios mío! ¡Ava!
Y después a Victoria:
—¡Vaya! ¡Tienes un bronceado real!
Entonces veo a Sal, alegre de nuevo.
—Ava, tienes buen aspecto.
Después me acerco a mi mesa y me quedo de piedra. Globos... por todas partes. Con bebés
dibujados. Incluso hay un paquete de pañales sobre la mesa y una guía sobre cómo ser madre. Pero lo
peor de todo, y tengo que cogerlos y levantarlos para comprobar que mis ojos no me engañan, son un
par de vaqueros gigantes de preñada que hay dispuestos sobre mi silla, o, mejor dicho, cubriendo la
silla por completo. Por si mi mañana no hubiera sido lo bastante deprimente después de comprobar
que el vestido no me cabía y de que Jesse no me hubiera despertado, ahora tienen que recordarme
que voy a ponerme como una ballena. Se lo ha contado a todo el mundo. Lo voy a matar.
—¡Lo sabía! —Tom se sienta corriendo en mi mesa—. Sabía que estabas embarazada. Pero
¿mellizos? ¡Madre mía, qué emocionante! ¿Le pondrás a alguno mi nombre?
Dejo a un lado la ropa de embarazada y me dejo caer en la silla. No llevo aquí ni dos minutos y
ya no puedo más. El doble de bebés significa el doble de emoción, el doble de peso acumulado y el
doble de ansiedad.
—No, Tom.
Lanza un grito ahogado de decepción.
—¿Qué tiene de malo Tom?
—Nada. —Me encojo de hombros—. Pero no pienso llamar así a ninguno de mis hijos.
Resopla disgustado y se marcha con fuertes pisadas sin darme la enhorabuena siquiera.
—Enhorabuena, Ava. —Sally se agacha y me da un abrazo. Sabía que podía contar con ella—.
¿Café?—
Por favor. Con tres de azúcar. —Le devuelvo el abrazo y me encuentro con sus tremendas
tetas en la cara desde mi posición sentada—. ¿Qué tal todo?
—De maravilla —contesta, y se aleja danzando hacia la cocina. Al momento llego a la
conclusión de que su vida amorosa vuelve a ir estupendamente.
—¿Y Patrick? —pregunto a nadie en concreto, porque no hay nadie rondando mi mesa infestada
de artículos de bebés.
Tom está enfurruñado al otro lado de la oficina, ignorándome descaradamente, y Victoria está
en Babia, mirándome.
—¿Hola? —Sacudo la mano delante de ella.
—¡Ay, perdona! Me estaba preguntando cómo se llamará ese tipo de bronceado.
—¿Qué?
—Tu bronceado. Yo creo que es bronce intenso. —Anota algo en un papel y sé que ha escrito
«bronce intenso»—. Así que vas a ser madre, ¿eh?
Me pongo a la defensiva al instante.
—Sí. —Mi respuesta breve y mordaz hace que levante la cabeza del papel. Se recoge los largos
rizos rubios, los deja caer por detrás del hombro y me sonríe. Si es una sonrisa falsa, lo disimula
muy bien.
—Enhorabuena, Ava.
—Gracias —sonrío falsamente, y a mí sí que se me nota—. Y gracias por todo esto —añado
señalando los globos que se elevan sobre mi cabeza.
—Ah, eso fue cosa de Tom. —Vuelve a centrarse en su ordenador.
—¡Gracias, Tom! —Le lanzo un lápiz y le doy en un lado de la cabeza. Le mueve ligeramente
las gafas y protesta, indignado—. ¡Lo siento! —Aprieto los labios para no reírme.
—¡Esto es mobbing! —chilla, y ya no consigo aguantarlo más. Empiezo a descojonarme en la
silla.
Sally me deja el café delante con cara extrañada, se vuelve para ver de qué me río y empieza a
reírse también ella.
—¿Dónde está Patrick, Sal? —pregunto al no obtener respuesta por parte de Victoria.
—Llegará a mediodía —responde—. No ha venido mucho últimamente.
—¿No?
Sacude la cabeza pero no me dice nada más y vuelve a ocuparse de la pila de facturas que tiene
en su archivo.
—Ava —empieza Tom, colocándose bien sus gafas a la moda—. Tienes que llamar a Ruth. No
ha parado de llamar preguntando por ti.
Mi risa se apaga rápidamente. Me había olvidado de mi admiradora.
—¿Qué dijo? —pregunto como si tal cosa mientras busco mi móvil en el bolso. Entonces me
doy cuenta de que todavía no lo he encendido. Lleva desconectado desde el jueves por la mañana,
cuando Jesse me lo requisó.
—No mucho. —Se coloca su corbata aguamarina—. Todos los proyectos van bien. Acudí a tu
cita con ella el jueves, pero no le hizo mucha gracia verme a mí.
Me hundo en la silla con un mohín cuando veo que mi teléfono cobra vida en mi mano y empieza
a alertarme de decenas de llamadas perdidas, mensajes de texto y correos electrónicos. Establezco
prioridades y respondo al mensaje de bienvenida a casa de Kate y al mensaje de mi madre
pidiéndome que la llamara cuando hubiésemos llegado, y después cuento las llamadas perdidas de
Ruth. Son once. No obstante, a pesar del bombardeo de llamadas de mi clienta lesbiana, son las dos
llamadas perdidas de Mikael las que hacen que mi corazón empiece a acelerarse. No puedo seguir
posponiendo esto y, por primera vez, me siento y me esfuerzo en pensar quién podría haberme
drogado y haber intentado sacarme de la carretera. Y luego está lo de las flores marchitas. Eran de
una mujer, no lo dudo ni por un momento, lo que me lleva a la misma conclusión: Mikael no pudo ser.
Es un hombre de negocios, y bastante respetado. Pero ¿qué hay de lo que grabaron las cámaras de
seguridad del bar? Tal vez los incidentes no estén conectados. Yo apuesto a que fue Coral, o tal vez
Sarah. Aunque las flores llegaron después de que Sarah se disculpara. Y lo del coche también fue
después. ¿Acaso sigue con sus jueguecitos? Dejo el móvil en la mesa. Me duele el cerebro. Jugueteo
con el teléfono mientras pienso en mi siguiente movimiento. No me lleva mucho. Cojo el móvil de
nuevo y llamo a Mikael. Creo que ni siquiera llega a sonar el tono cuando oigo su voz suave con un
ligero acento respondiendo al otro lado de la línea:
—Ava, me alegra tener noticias tuyas.
—No lo dudo —respondo secamente—. ¿Has arreglado ya lo de tu divorcio? —Voy directa a la
yugular y, a juzgar por el silencio que sigue a mi pregunta, mi estrategia ha funcionado.
—Sí —responde con cautela.
—Qué bien. ¿Qué puedo hacer por ti, Mikael? —Estoy sorprendida de mi propia seguridad.
Podría estar tratando con un auténtico pirado, y le estoy hablando sin ningún respeto, ni como cliente
ni como pirado en potencia.
Ríe ligeramente.
—Ya va siendo hora de que nos veamos, ¿no te parece?
—No, no me lo parece —respondo bruscamente—. Me temo que nuestra relación laboral ha
terminado, señor Van Der Haus.
—¿Y eso por qué?
Su pregunta me coge por sorpresa, pero pronto reacciono.
—Dijiste que era muy interesante que llevara alrededor de un mes saliendo con Jesse. —No
pienso amilanarme.
—Sí, pero ahora estás casada y esperas mellizos de él. Estoy desolado, Ava.
Esta vez no me recompongo tan de prisa. ¿Cómo lo sabe? Ni siquiera sé si habla en serio o si
está siendo sarcástico. Estoy confusa.
—Señor Van Der Haus...
Me aseguro de mantener la voz baja, oteando la oficina constantemente. Éste no es el momento
ni el lugar, pero ahora que he empezado no pienso terminar esta conversación hasta que le haya dicho
lo que le tengo que decir. Me levanto, aparto los globos de un manotazo, me dirijo a la sala de
conferencias y cierro la puerta al entrar.
—¿Todo esto es por lo de Jesse y tu esposa? —Oigo que su respiración se detiene, lo que no
hace sino aumentar mi confianza—. Porque ya estoy al tanto, de modo que estás perdiendo el tiempo.
—Vaya, ¿el señor Ward te lo ha confesado?
—Tu ex mujer se presentó en casa de Jesse, Mikael. Siento mucho lo que sucedió, pero no sé
qué pretendes conseguir con esto. —No lo siento en absoluto, pero tal vez, sólo tal vez, pueda
hacerlo entrar en razón.
Se echa a reír y se me ponen los pelos de punta.
—Ava, mi ex mujer me importa un carajo. Es una zorra a la que sólo le interesa el dinero.
Únicamente me preocupo por tu bienestar. Jesse Ward no te conviene.
Me estremezco al oír con qué dureza se refiere a su mujer y me apoyo en el borde de la mesa de
conferencias.
—¿Y tú sí? —balbuceo, y me reprendo mentalmente al instante por mostrar vacilación. ¿Se
preocupa por mi bienestar?
—Sí, yo sí —responde con franqueza—. Yo no me dedicaré a entretener a otras mujeres a tus
espaldas, Ava.
Casi se me cae el teléfono al suelo. ¿También sabe eso?
—Sea como sea —digo intentando desesperadamente recuperar mi tono firme—, creo que han
pasado demasiadas cosas entre nosotros como para que podamos seguir trabajando juntos.
—¿Han pasado demasiadas cosas? —pregunta—. ¿Y sabes lo que hizo cuando te dejó?
—Sí —mascullo, preguntándome cómo coño lo sabe él. No se lo he contado a nadie—. Mi
relación con Jesse no te incumbe, Mikael. Sé lo que hizo. —Me mata decirlo—. Hablaré con Patrick
y me retiraré del proyecto de la Torre Vida. Puedes quedarte con mis diseños para que otra persona
los lleve a cabo.
Cuelgo sin darle tiempo a replicar y suspiro aliviada. No sé por qué siento como si me hubiera
quitado un peso de encima. Todavía tengo que decírselo a Patrick, y escuchar a Mikael durante los
últimos minutos no ha hecho sino generarme más preguntas. No sé si pondría la mano en el fuego por
él, pero no creo que fuera capaz de llegar al extremo de drogarme para violarme ni de intentar
sacarme de la carretera; no si lo que quiere es apartarme de Jesse para que esté con él. ¿De qué iba a
servirle muerta? Me río en voz alta al pensar en ello. Alguien ha intentado matarme. Qué locura.
Mi teléfono empieza a vibrar. Miro la pantalla y ésta me indica que mi día sólo acaba de
empezar. Sin embargo, lidiar con Ruth Quinn en estos momentos ya no se me hace tan cuesta arriba.
—Hola, Ruth.
—¡Ava! —Parece sorprendida—. No me dijiste que ibas a estar fuera.
—Fue algo improvisado en el último minuto, Ruth. ¿Va todo bien?
—Sí, estupendamente, es sólo que he cambiado de idea con respecto a los armarios de la
cocina. ¿Podemos quedar para hablarlo?
—Claro. —Reprimo un suspiro—. Pero tengo un montón de papeleo entre manos, ¿podemos
quedar mañana?
—¿A las doce? —propone. Me sorprende gratamente que no exija que sea hoy.
—Estupendo, te veo entonces, Ruth.
Cuelgo y hago todo lo posible por no poner mala cara. Me cuesta menos de lo que pensaba. Lo
cierto es que mis dos últimas conversaciones no me han afectado lo más mínimo. Me siento fuerte.
Me estoy enfrentando a mis problemas en lugar de dejar que me consuman.
Regreso a mi escritorio y me paso el resto del martes quitándome papeleo de encima.
Las seis en punto llegan bastante rápido, y soy la última en irme de la oficina. Patrick no ha
venido al trabajo como tenía previsto, aunque ha llamado para asegurarme que vendrá mañana.
Hablaré con él entonces, pero estoy decepcionada. Siento la necesidad de deshacerme de esta carga
mental a la mayor brevedad posible.
Me meto directamente en el gran Range Rover negro sin resoplar, vacilar ni protestar.
—Hola, John.
—Muchacha. —Se funde con el tráfico—. ¿Qué tal el día?
—Constructivo. ¿Y el tuyo?
—Magnífico —dice con su característica voz ronca.
Tengo la sensación de que está siendo algo cínico.
—¿Adónde vamos? —Me dejo caer sobre mi asiento y espero que me responda que al Lusso,
aunque no las tengo todas conmigo. Jesse me habría recogido él mismo si fuésemos a ir a casa.
—A La Mansión, muchacha. ¿Cómo ha ido con tu jefe? —Desvía la mirada cubierta por las
gafas de sol en mi dirección con un aire de curiosidad.
—No ha ido. Hoy no ha venido.
—El chalado de tu marido se va a poner contento —replica echándose a reír.
Sonrío con pesar. Sé que no le hará ninguna gracia, pero no puedo hablar con Patrick si no está
presente. Yo no tengo la culpa de que no haya venido. Al menos podré decirle que he hablado con
Mikael. Así verá que tenía intención de hacerlo, porque es verdad.
Salgo del coche corriendo en cuanto John detiene el motor. Subo los escalones a toda prisa y me
abro paso a través de las puertas.
—¡Ha dicho que lo esperes en el bar, muchacha! —me grita el grandullón, pero finjo no oírlo.
No voy a esperarlo en el bar. Después de tenerlo sólo para mí estos tres días, mi primer día de
regreso al trabajo se me ha hecho eterno. Subo la escalera corriendo, me dirijo a la parte trasera de
La Mansión y atravieso el salón de verano antes de que John pueda atraparme. Algunos de los socios
están aquí reunidos como de costumbre, pero no me detengo para evaluar sus reacciones ante mi
presencia.
Entro a toda velocidad en el despacho de Jesse, sin llamar y sin pararme a pensar que tal vez
esté en medio de una reunión de negocios. Me he llevado unas cuantas sorpresas cuando he hecho
esto antes.
Y esta vez no es diferente.


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