Capítulo 20
Me siento de nuevo en el taburete y, por enésima
vez, soy incapaz de articular palabra. Nada. No me
viene nada a la cabeza. Estoy más pasmada ahora
que en cualquier otro momento de este largo día.
Él sonríe con cariño.
—Mi chica vivaz se ha quedado sin habla.
Es verdad. Estoy totalmente perpleja. A estas
alturas debería estar acostumbrada a este tipo de
sorpresas por parte de este hombre, pero no es
así, siempre me pilla desprevenida.
Levanta la mano y me acaricia la mejilla con
suavidad. Después la desliza por mi cuello y traza
pequeños círculos con el pulgar en mi garganta.
—Ven a bañarte conmigo —dice tranquilamente, se
levanta del taburete y tira de mí para
ponerme de pie también—. Necesito estar contigo.
Me eleva hasta su cuerpo, rodeo sus hombros con
los brazos y mis piernas se colocan en su
lugar favorito mientras nos dirigimos al piso de
arriba. Sin pensarlo, acerco los labios a su cuello y
lo beso. Lo beso, lo huelo y lo siento. Inhalo
su aroma fresco, y todos sus ángulos duros me
reconfortan tremendamente. Sé que va a
iluminarme con una parte muy importante de su historia, pero
no voy a presionarlo. No voy a intentar
sonsacárselo todo ni a tener una pataleta si decide no
contármelo. Podría haber achacado su estado a la
sorpresa ante las últimas nuevas. Lo habría creído.
Sin embargo, no lo ha hecho. Ha compartido algo,
una parte de sí, sin que tuviera que amenazarlo
para que me proporcionara esa información. Me ha
confesado que tenía un hermano, no que lo tenga.
Y el hecho de que su mujer esté embarazada de
mellizos ha sacado a la superficie algo que llevaba
enterrado en el fondo de su ser.
Me coloca sobre el mueble del lavabo e inicia la
rutina de comprobar la temperatura, verter
sales de baño y remover el agua para que se
formen algunas burbujas. Prepara las toallas, coloca el
gel y el champú junto a la bañera y regresa a mi
lado cuando ha terminado y la tina está llena. Me
levanta la camiseta de tirantes, me besa en los
labios y empezamos a masajearnos lentamente las
lenguas mientras me quita la ropa. Tan sólo nos
separamos brevemente para dejar que me saque la
camiseta por la cabeza, después nos unimos de
nuevo y continuamos con nuestro beso dulce y largo.
Es un beso especial. Un beso muy especial.
Retraso el quitarle la camiseta para no tener que
abandonar sus labios. Este beso no precede a una
sesión de sexo intenso. Precede a una confesión de
algo que le resulta doloroso, y sé qué es lo que
está sucediendo en este preciso momento. Verter su
amor en mí a través del contacto de nuestras
bocas es su manera de hallar la fuerza que necesita para
exteriorizarlo. Es su forma de comprobar que soy
real antes de descargar un pasado de sufrimiento.
Deslizo las manos por debajo de su camiseta y me
deleito acariciando los duros y fuertes
músculos de su estómago.
—Quítamela —murmura entre nuestros labios—. Por
favor, despójanos de todo lo que nos
separa.
Su petición me hace flaquear ligeramente, pero
cuando me besa con un poco más de fuerza,
vuelvo a recuperar la tónica del momento. No me
estaba pidiendo sólo que le quite la ropa. Me
apresuro. La necesidad de sentir su piel desnuda
sobre la mía se ha convertido inmediatamente en mi
mayor prioridad, de modo que me aparto de su
boca y le quito la camiseta. Continúo con los
vaqueros y los dejo caer por sus piernas para
que pueda sacárselos de una patada. Me levanta del
mueble y me desliza los pantalones tailandeses y
las bragas de encaje por los muslos. Me asomo para
comprobar que no haya sangre. No la hay.
Nuestros pequeños están bien. Me coge en brazos y hundo
directamente las manos en su pelo. Separo los
labios y los pego a su boca mientras se mete en la
bañera conmigo aferrada a él y empieza a
agacharse.
—¿Está buena el agua? —murmura mientras me
acomodo sobre sus muslos.
—Sí.
Pego el cuerpo al suyo hasta que mis senos
quedan aplastados contra la inmensa dureza de su
pecho; apoyo los codos sobre sus hombros,
acaricio con las manos toda su cabeza y lo beso
suavemente sin descanso.
—Siempre te parece que está bien —susurra.
—Todo me parece perfecto si te tengo.
—Me tienes. —Me hunde los dedos en el pelo, me
lo agarra y se aparta. Le echo el aliento en la
cara—. Lo sabes, ¿verdad?
—Te has casado conmigo, claro que lo sé.
Sacude la cabeza, me agarra la mano, me saca el
anillo de boda y lo sostiene en alto.
—¿Crees que esto simboliza mi amor por ti?
—Sí —admito.
Sonríe un poco, como si yo no entendiera nada. Y
es verdad.
—Entonces deberíamos quitar estos diamantes e
incrustar mi corazón —añade al tiempo que
vuelve a colocármelo en el dedo lentamente.
Me deshago en su regazo y apoyo las manos en su
pecho.
—Me gusta tu corazón donde está. —Me inclino y
pego los labios a su piel—. Me gusta cómo
se hincha cuando me miras.
—Sólo por ti, nena. —Une nuestras bocas y se
pasa unos cuantos instantes reafirmándolo—.
Deja que te bañe —murmura mientras hace
descender los labios por mi garganta—. Date la vuelta.
A regañadientes, dejo que me vuelva para que
pueda ponerse de rodillas, sentarse de nuevo y
colocarme de nuevo entre sus muslos para comenzar
con las rutinas del baño. Suspiro complacida
pero no digo nada. No pienso forzar una
conversación en la bañera. Esta vez, no. Tiene que salir de
él. Es evidente que mi mente curiosa no para de
dar vueltas, pero no seré yo quien rompa este
cómodo silencio. Además, me encuentro en el
séptimo cielo de Jesse, deleitándome en su cariño. El
pasado de mi señor no afecta para nada a nuestro
futuro. Él mismo lo dijo, y ahora, más que nunca, sé
a qué se refería.
—¿Estás bien? —pregunta mientras me pasa la esponja
por el cuello.
Sonrío.
—Estoy bien.
Veo cómo se forman pequeñas ondas en el agua
cuando se acerca más a mí y apoya la boca en
mi oreja.
—Estoy un poco preocupado por mi pequeña
seductora desafiante —susurra.
No quiero excitarme, pero es algo que jamás podré
evitar cuando lo tenga cerca, y menos si
encima me respira en el oído. Pego la mejilla
contra él.
—¿Por qué?
—Porque está demasiado callada cuando sabe que
tengo información que compartir con ella. —
Me besa en la sien y se inclina hacia atrás
arrastrándome consigo.
—Sé que cuando quieras contármelo lo harás.
Su pecho se agita ligeramente debajo de mí con
una risa silenciosa.
—Este embarazo está transformando por completo a
mi chica. —Acerca las manos y las apoya
en mi vientre—. Primero ha desarrollado una
fobia a tener mi polla en la boca. —Levanta las
caderas y las pega contra mis lumbares, como si
quisiera demostrarme lo que me estoy perdiendo. Sé
perfectamente lo que me estoy perdiendo, y no me
gusta nada—. Y después cesa en sus enérgicas
exigencias de información.
Me encojo de hombros con aire despreocupado.
—Mi señor también ha dejado su amplia gama de
polvos expertos, así que estamos empatados,
¿no?
Se echa a reír, y me cabrea un poco estar de
espaldas a él, porque sé que si estuviera de frente
vería el brillo de sus ojos y las pequeñas
arrugas que se forman en sus comisuras.
—Y, sin embargo, sigue regalándome esa boca tan
malhablada —dice.
Me pellizca ligeramente por encima del hueso de
la cadera y yo doy un respingo y lanzo un
gritito. Después deja que me vuelva a acomodar.
Se hace el silencio otra vez. Casi puedo oír su
mente dando vueltas. Es como si quisiera que lo
obligara a soltarlo, pero no voy a hacerlo. Estamos
en un punto muerto silencioso.
Por fin suspira y empieza a trazar pequeños
círculos con las puntas de los dedos a ambos lados
de mi ombligo.
—Se llamaba Jake.
No dice nada más que eso. Me proporciona el
nombre de su hermano mellizo y no dice nada
más, y yo me quedo tumbada en silencio encima de
él, esperando a que prosiga. Necesita tomarse su
tiempo, y no voy a atosigarlo. Sé que quiere que
lleve yo la delantera a partir de aquí, pero necesito
que me lo confiese todo por su propia voluntad.
—Lo estás haciendo a propósito, ¿verdad?
—pregunta. Sabe que sí, así que no le contesto.
Suspira de nuevo y mi cuerpo se eleva y
desciende con él—. Me tenía idealizado. Quería ser como
yo. Nunca entenderé por qué.
Parece furioso.
Empiezo a darme la vuelta para mirarlo. Ahora me
encuentro boca abajo, tendida encima de él y
observando sus ojos verdes cargados de dolor.
—No puedo hacer esto solo, nena. Ayúdame.
Mis instintos se apoderan de mí. Me aprieto
contra su cuerpo un poco más arriba para poder
apoyar la cara en el hueco de su cuello.
—¿No os parecíais? —pregunto. Los mellizos a
menudo se parecen.
—Éramos totalmente diferentes. En aspecto y en
personalidad.
—¿Él no era un dios? —pregunto tranquilamente,
pensando que quizá acabo de sugerir que su
hermano mellizo era feo. No era lo que
pretendía, pero tenía que serlo si era totalmente opuesto a
Jesse. Me acaricia la espalda suavemente.
—Él era un genio.
—¿Y eso es ser diferente de ti? —pregunto.
—Jake tenía un cerebro prodigioso. Yo tenía mi
aspecto, y lo utilizaba, como bien sabes. Pero
Jake no utilizaba su cerebro. Si lo hubiera
hecho, ahora no estaría muerto.
Vaya. Dejo apartados mis pensamientos previos
porque ahora me vienen a la mente un sinfín de
preguntas y no puedo contenerlas.
—¿Cómo murió?
—Lo atropelló un coche.
—¿Y por qué dices que no usaba su cerebro?
—Porque iba borracho cuando se cayó en la
carretera.
De repente empiezo a entenderlo todo. Por eso
reaccionó así cuando pisé la carretera el viernes
estando ebria.
—Carmichael no es el único motivo por el que no
te hablas con tus padres, ¿verdad? —
pregunto.
—No, el principal motivo es que mi hermano murió
por mi culpa —responde sin ningún rastro
de emoción en la voz, acaso con tono sarcástico
y transpirando resentimiento—. Lo de Carmichael y
La Mansión sucedió después y fue la gota que
colmó el vaso.
—¿Jake era su preferido? —Detesto haber dicho
eso.
Me enfurece pensarlo, pero estoy empezando a
asimilarlo todo muy despacio. No conozco a la
familia de Jesse, y no me apetece nada hacerlo
después de que me dijera que se avergüenzan de él y
del estilo de vida que llevaba. Sin embargo, toda
esa historia indica que su desencuentro no fue a
causa de La Mansión y de todo lo que eso
conllevaba.
—Jake era el hijo que todo padre desea tener. Yo
no. Lo intenté. Estudiaba, pero tenía que hacer
un esfuerzo mucho mayor que él.
—¿Y él quería ser como tú?
—Ansiaba la libertad de la que yo disfrutaba por
ser el hijo que, según ellos, tenía menos
potencial. Centraban toda la atención en Jake,
el genio, el hijo del que estaban orgullosos. Jake iría a
Oxford. Jake habría ganado su primer millón
antes de cumplir los veintiuno. Jake se casaría con una
chica inglesa de buena familia y tendría hijos
educados, amables y listos. —Hace una pausa—. Pero
Jake no quería nada de eso. Quería llevar las
riendas de su propia vida, y lo más triste es que lo
habría hecho bien por sí solo.
—¿Y qué pasó? —Estoy muy intrigada. Por fin ha
empezado a soltarse.
—Hubo una fiesta en casa de alguien. Ya sabes,
mucho alcohol, chicas y... oportunidades.
Sí, ya lo sé, y seguro que Jesse no se perdía
ninguna.
—Estábamos a punto de cumplir los diecisiete.
Nos estábamos preparando los exámenes finales
y a punto de enviar la solicitud de matrícula a
Oxford. Por supuesto, fue idea mía.
—¿El qué?
No estoy segura de hacia adónde va esta
historia, pero voy a averiguarlo.
—Salir y comportarnos como adolescentes,
librarnos un poco de los estudios y dejar de intentar
cumplir las expectativas de nuestros padres.
Sabía que acabaría pagándolo, pero estaba preparado
para enfrentarme a su ira. Íbamos a salir a
tomar unas copas juntos, como hermanos. Quería pasar un
poco de tiempo con él, como críos normales. Sólo
fue una noche. Jamás pensé que terminaría
pagándolo tan caro.
Se me parte el corazón. Me despego de su cuello
y me incorporo. Tengo que verle la cara.
—¿Se te fue de las manos?
Enarca las cejas.
—¿A mí? ¡No! Yo me tomé unas cuantas, pero Jake
no dejaba de beber chupitos como si se
acabara el mundo. Prácticamente tuve que sacarlo
de aquella casa a rastras. Luego empezó a
sincerarse y me dijo lo mucho que odiaba toda
aquella presión y que no quería ir a Oxford. Entonces
hicimos un pacto. —Sonríe con cariño—. Decidimos
que les diríamos juntos a nuestros padres que
no queríamos hacerlo. Que queríamos tomar
nuestras propias decisiones para perseguir nuestros
sueños, no para impresionar a los capullos
estirados con los que ellos se relacionaban. —Ahora
sonríe ampliamente—. Él quería ser piloto de
motociclismo, pero eso estaba mal considerado. Era
demasiado imprudente. —Cierra los ojos con
fuerza y los abre de nuevo, esta vez carentes de brillo
—. Jamás lo había visto tan contento ante la
idea de rebelarse conmigo, de hacer lo que realmente
queríamos para variar, no lo que nos decían que
hiciéramos. Y entonces cruzó la carretera. —Me
mira fijamente y estudia mi reacción. Quiere
saber si creo que fue culpa suya.
—Nadie puede culparte por ello —digo, algo
furiosa.
Él sonríe y me aparta el pelo de la cara.
—Me culpan porque soy culpable. No debería haber
apartado a Jake del buen camino
arrastrándolo conmigo. El muy idiota no debería
haberme escuchado.
—Por lo que cuentas, no parece que tuvieras que
arrastrarlo mucho —rebato.
—Ava, él estaría vivo si...
—No, Jesse. No pienses así. La vida está llena
de síes. ¿Y si tus padres no os hubiesen
presionado? ¿Y si les hubieseis plantado cara
antes y hubieseis dicho basta?
—¿Y si no nos hubiésemos rebelado? —dice, muy
serio.
Sé que se ha hecho muchas veces esa pregunta y
nunca ha encontrado la respuesta. Estoy a punto
de ceder, pero...
—Entonces nunca me habrías conocido —replico.
Las emociones se agolpan en mis cuerdas
vocales—. Y yo nunca te habría conocido a ti
—digo con un hilo de voz.
La sola idea me mata. Un torrente de lágrimas
empieza a descender por mi rostro. Es algo
impensable. Insoportable. Todo sucede por alguna
razón, y si Jake siguiera vivo, estoy convencida de
que la vida de Jesse habría tomado un rumbo muy
diferente y jamás nos habríamos conocido. Le he
dicho esto en un intento de mitigar el pesar que
le producen esos estúpidos pensamientos que lo
atormentan desde hace tanto tiempo.
Echa la cabeza hacia atrás y me mira el vientre.
—Todo lo que me ha pasado en la vida me ha
llevado hasta ti, Ava. Ha tardado una eternidad,
pero por fin he encontrado mi lugar.
Le agarro la mano y la sostengo pegada a mi
barriga.
—Conmigo y con estas dos personitas.
Asciende la mirada por mi cuerpo, me agarra de
la cintura con la otra mano y me aprieta contra
sí.
—Contigo y con estas dos personitas —confirma—.
Nuestros pequeños.
Ahora entiendo por qué ha reaccionado así al
recibir la noticia, y cuanto más me habla de sus
padres, menos me gustan. Su obsesión por guardar
las apariencias destrozó a su familia.
—¿Y qué hay de Amalie? —pregunto.
—Amalie acabaría casándose con un hombre de bien
y sería una buena esposa y madre, e
imagino que ha cumplido con su deber. En la invitación
de boda decía «doctor David», ¿verdad?
—Sí.
—Pues ahí lo tienes —concluye con una amargura
que no puedo evitar compartir.
No quiero conocer a los padres de Jesse en mi
vida. En mi mente imagino a su padre como el
típico burgués inglés estirado con un reloj de
bolsillo, una escopeta y un par de pantalones de
cuadros metidos en unas botas de goma. A su
madre la veo como la típica señora siempre correcta
que viste trajes de dos piezas, que lleva
pendientes de perlas auténticas y que sólo sirve té en vajillas
de porcelana fina inglesa a la hora que debe
tomarse. Y tiene que ser Earl Grey, por supuesto. Sonrío
para mis adentros al imaginarme sus caras ante
los constantes tacos de Jesse.
Y en cuanto a La Mansión... Todo empezó tras la
muerte de Jake, como si se hubiera propuesto
compensar su ausencia. Como si, de algún modo
extraño, estuviera vengando la muerte de su
hermano. Empezó a comportarse doblemente mal
para compensar la desaparición de Jake y
asegurarse de que no rompía el pacto. Espero que
el sueño de Jesse no fuese convertirse en un
mujeriego hedonista. Y ahora entiendo su interés
por las motos de carreras.
—¿Empezaste a pasar más tiempo con Carmichael
tras la muerte de tu hermano?
—Sí. Carmichael sabía cómo me sentía con
respecto a mis padres. Él había soportado lo mismo
con mi abuelo. —Me pasa la mano por toda la
espalda—. ¿Estás cómoda?
—Sí, estoy bien —me apresuro a responder para
que continúe con su historia.
—Fue un alivio. Me ayudó a escapar del
recordatorio diario de que Jake ya no estaba conmigo,
y me distraía con los trabajos que mi tío me
encargaba por La Mansión. —Se revuelve un poco—.
¿Seguro que estás cómoda?
—¡Que sí! —Le pellizco el pezón y él se echa a
reír. Esto es estupendo. Se siente bien
compartiendo estas cosas conmigo.
—Está cómoda —susurra.
—Sí. ¿Qué tipo de trabajos hacías?
—De todo un poco. Recogía los vasos por el bar,
cortaba el césped. Mi padre se subía por las
paredes, pero no pudo impedírmelo. Después
anunciaron que nos mudábamos a España.
—Y te negaste a marcharte.
—Sí. Yo todavía no había entrado en las
habitaciones de La Mansión. Seguía siendo virgen en
ese sentido. —Sé que está sonriendo con
malicia—. Pero el día que cumplí dieciocho años,
Carmichael me dejó a mi aire por el bar. Es lo
peor que pudo hacer. Fui directo. Fue algo natural.
Demasiado natural. —Levanto la mirada y veo que
su sonrisa ha desaparecido—. Si ya el solo hecho
de estar en La Mansión me ayudaba a mitigar
todos mis problemas, beber y follar hacía que los
olvidara por completo.
—Los evadías —susurro. Huía de la culpa con la
que sus padres lo cargaban bebiendo en
exceso y acostándose con demasiadas mujeres—. ¿Y
qué decía Carmichael de todo eso?
Sonríe.
—Pensaba que era una etapa y que pasaría. Pero
entonces él también murió.
—Y tus padres intentaron que vendieras La
Mansión. —Todo eso ya lo sé.
—Sí. Cuando se enteraron de que mi tío había
muerto volvieron de España. Y ahí estaba yo, una
versión más joven de la oveja negra de la
familia, regentándola, bebiendo y hartándome de mujeres.
Había experimentado la libertad y lo que era
vivir sin que estuviesen intentando transformarme
constantemente en el hijo ideal. Me había vuelto
engreído y seguro de mí mismo, y además era
tremendamente rico. —Sus labios forman una línea
recta. Está cargado de resentimiento.
Definitivamente, lo suyo con sus padres no tiene
solución—. Les dije por dónde podían meterse su
ultimátum. La Mansión había sido la vida de
Carmichael y se había convertido en la mía. Fin de la
historia.
¿Qué puedo decir ante todo esto? Pensaba que ya
había conseguido entenderlo, pero esta
conversación en la bañera ha hecho que me dé
cuenta de lo lejos que estaba de entenderlo del todo.
Perdió demasiado pronto a dos de las personas
más importantes de su vida, ambas en accidentes de
circulación. Entonces ¿por qué él conduce como
un loco? No tengo ni idea, pero todo eso explica su
sobreprotección.
—Nuestros hijos serán lo que quieran ser —digo
mordisqueándole la barbilla—. Siempre y
cuando no quieran ser unos mujeriegos.
Me agarra las nalgas con las dos manos y luego
me las aprieta con fuerza.
—El sarcasmo no te pega, señorita.
—Pues yo creo que sí —respondo.
—Vale, sí. —Me desliza hacia arriba y me besa en
un pezón—. Está desapareciendo el
chupetón.
—Pues vuelve a hacérmelo.
Le ofrezco mi pecho, como la pícara seductora
que sabe que soy, y él envuelve los labios
alrededor de la pequeña protuberancia erecta y
empieza a lamerla suavemente. Exhalo un largo y
grave gemido de satisfacción y restriego la
nariz por su pelo húmedo inhalando su deliciosa esencia.
—¿Te gusta? —pregunta con mi pezón entre los
dientes.
—Mmm. —Me siento en paz ahora que lo sé todo.
Sus labios se deslizan hacia los restos de la
marca y empieza a chupar suavemente, atrayendo la
sangre hacia la superficie.
—Ava, no sé muy bien cómo me siento respecto al
hecho de que nuestros bebés vayan a
apoderarse de tus pechos. —Me suelta y yo me
deslizo hacia abajo, frotándome contra algo muy
duro. Abre los ojos como platos e inhala
profundamente—. No. No podemos. —Me aparta y se
incorpora—. No, Ava. Y no te atrevas a ponerte
en modo seductora.
Lo miro con el ceño fruncido.
—Cornualles —lo amenazo, y él se revuelve
horrorizado, pero pronto me devuelve la mirada
con más fiereza todavía.
—¡No vas a irte a ninguna parte! —asevera con un
gruñido al tiempo que se pone en pie.
Estoy de rodillas, y su hermosa, suave y dura
erección queda justo a la altura perfecta. Antes de
que le dé tiempo a salir de la tina, la envuelvo
con la palma de mi mano y aprieto con fuerza.
—¡Joder! ¡No me hagas esto!
—¿Vas a rechazarme? —digo mientras tiro de ella
lentamente pero sin dejar de apretar. Qué
mala soy.
Sacude la cabeza.
—Ava, no pienso tomarte en tu estado.
—Siéntate —le ordeno señalando con la cabeza el
lateral de la bañera, y a continuación le paso
la lengua por la punta húmeda de su enorme
polla.
Él sisea y alza la vista al techo.
—Ava, como me dejes a punto de estallar, perderé
la puta cabeza —me advierte empujando
suavemente hacia adelante.
—No lo haré. —No puedo garantizarlo, pero hay
otras maneras de hacer esto—. Siéntate. —
Tiro de él hasta que se sienta en el borde y me
arrodillo entre sus muslos, pero no me da la
oportunidad de ser creativa.
Me agarra de los brazos.
—Si yo tengo que sentarme aquí, tú vas a
sentarte en el otro lado —me dice. Me propina un
beso furioso y se aparta sin aliento, con los
ojos totalmente nublados de deseo. La anticipación hace
que se me corte la respiración—. Abierta de
piernas.
Dejo escapar un grito ahogado y me maldigo al
instante por ello. Pretende llevarme a ese
terreno en el que él tiene todo el control. Me
está provocando con esos ojos llenos de promesa y de
placer, retándome a rechazarlo.
Desliza las manos por debajo de mis brazos y me
levanta para empujarme hacia atrás con
cuidado. Llego a mi sitio y poso el trasero
sobre el borde de la inmensa bañera. Siento su dureza
bajo mi piel húmeda, aunque no me importa mucho.
No puedo concentrarme en nada más que en mi
hombre, sentado frente a mí, ardiente y erecto.
Entonces se pasa la lengua por el labio inferior y me
sorprendo a mí misma imitándolo.
—Lámete los dedos, Ava —ordena. No va a ser un
acto suave como me temía a mi pesar. Ha
pasado al modo dominante. Me encuentro en mi
salsa. Sé que no acabará en un polvo intenso, pero
esa mirada, esa postura, esa voz de mando...
Me llevo los dedos a la boca y los deslizo entre
mis labios de manera lenta y precisa, sin
apartar la vista de sus ojos. Aunque lo
intentara no podría hacerlo. Su mirada suele ser adictiva de
por sí, pero cuando está cargada de deseo,
reflejando su sed de lujuria con esas enormes pestañas, es
imposible resistirse a ella.
—Desliza la mano por tu parte delantera —dice
bruscamente—. Despacio.
Obedezco y empiezo a arrastrar la palma de mi
mano por mi cuerpo, acariciando mis pezones y
mi vientre.
—¿Así es lo bastante despacio?
—¿Te he dado permiso para hablar? —pregunta sin
apartar los ojos de los míos.
Hago un mohín pero continúo mi viaje
descendiente y llego al punto en el que se unen mis
muslos.
—Para. —Aparta la vista y la desvía hacia abajo,
tomándose su tiempo, admirando su
patrimonio, hasta que llega a mi mano—. Un dedo,
nena. Métete un dedo muy despacio.
Siguiendo sus órdenes, inserto uno de mis dedos
inspirando profundamente.
—Recuerda que eso es mío —dice mirándome a los
ojos de nuevo—. Cuídalo.
Esa frase, la manera que tiene de pronunciarla y
el hecho de que lo dice totalmente en serio, me
obliga a cerrar los ojos para volver a
centrarme.
—Mírame, Ava.
Hago unos ejercicios de respiración para
intentar calmarme y obedezco su orden.
—Buena chica. —Se lleva la mano abajo y se agarra
suavemente la polla. Mi ritmo cardíaco se
acelera—. Pruébalo.
No siento la menor vergüenza. Nunca la he
sentido, me haga lo que me haga o me pida lo que me
pida. Mi cerebro registra un ligero nerviosismo,
tal vez un poco de aprensión también, pero basta con
que lo mire un instante a los ojos para
disiparlos. Recorro mi cuerpo de nuevo con la mano en
dirección ascendente esta vez, me meto el dedo
en la boca de manera lenta, seductora y provocativa y
gimo sin pudor al hacerlo.
—¿Está bueno? —pregunta acariciándose el miembro
suavemente mientras me observa. Esa
imagen hace que me vuelva loca de deseo, pero sé
que no dejará que me mueva de este lado de la
bañera. Sé quién tiene el poder.
Lo miro con lujuria mientras me lamo y me chupo
el dedo y me caliento a mí misma hasta
transformarme en un manojo desesperado de
nervios temblorosos.
—Imagino que eso es un sí —dice. Acelera un poco
el ritmo y luego aminora de nuevo para
controlarse—. Joder, Ava.
Me aprovecho de su momento de debilidad y bajo
otra vez la mano hasta mi sexo, hundo los
dedos y empiezo a tocarme de manera meticulosa y
controlada. Arqueo la espalda, separo aún más
las piernas y giro la cabeza dejando escapar un
gemido. Soy consciente de que desprendo erotismo
por los cuatro costados, y suelto pequeños
jadeos descontrolados conforme mi placer aumenta con
mis propias caricias rítmicas.
—Joder, Ava. Mírame —silba. Mis ojos y mi cabeza
descienden al oír su orden. Él también
está a punto. Tiene el cuerpo tenso y su puño
trabaja con más firmeza y a más velocidad. Esto no
hace sino excitarme más, y mis propios dedos se
aceleran y mi cuerpo también se tensa—. ¿Estás
cerca, nena?
—¡Sí! —exclamo.
—Joder, aún no. Contrólalo.
—¡No puedo! —digo, y temo que pueda detenerse de
repente. Estoy a punto. Ya viene—.
¡Joder!—
¡Joder, Ava, aguanta! —Sacude el puño con
urgencia e inclina la cabeza hacia atrás sin
apartar los ojos verdes de mí.
Hago todo lo que puedo. Me pongo tensa y mis
piernas hacen salpicar el agua con un espasmo
mientras me esfuerzo por contener las
convulsiones que me invaden.
—¡Jesse! —grito con desesperación. La presión en
mi sexo está fuera de control.
—Joder, nena, me encanta verte así. —Sus
movimientos desatados lo hacen perder la razón.
Gime y se postra de rodillas en el agua dejando
escapar un rugido ahogado.
Aparto la mano inmediatamente cuando coloca la
cabeza entre mis muslos y su boca toma el
relevo mientras él sigue masturbándose delante
de mí. La calidez de sus labios sobre mi sexo me
acerca un poco más al éxtasis. Me agarro de su
pelo, apretándolo aún más contra mí. Voy a estallar
de placer.
Y por fin lo hago.
Mis muslos se aferran a ambos lados de su cabeza
mientras me dejo llevar con una sacudida
prolongada de reconfortante dicha y un fuerte
suspiro. Mis pulmones liberan el aire y me relajo por
completo. Él continúa lamiéndome suavemente.
Después asciende por mi cuerpo hasta encontrar mi
boca. Me insta a ponerme de rodillas y me coge
la mano. Sustituye la suya por la mía alrededor de su
mango de acero. No se ha corrido.
—Me toca —susurra—. Sostenla contra ti.
Su húmeda punta roza mi clítoris y empuja contra
mi persistente palpitación. Tomo el relevo, lo
agarro ligeramente y lo masajeo hasta el clímax.
Ahora tiene las manos libres y me sujeta del cuello.
Mantiene mi cabeza firme mientras me besa con el
mismo cuidado con el que yo lo masturbo con la
mano. No es un acto urgente ni frenético. Es
controlado y relajado. Él es capaz de controlarlo mucho
mejor que yo.
—Sigue haciendo eso —murmura en mi boca—. Podría
estar así eternamente.
—Te quiero. —No sé por qué he sentido la
necesidad de decirlo en este momento, pero así es.
Me mete la lengua suavemente en la boca y la
retira. Juguetea con mis labios y después vuelve a
introducirla y a flirtear con la mía propia. Yo
continúo absorbiendo su atención y sigo frotando su
aterciopelada erección contra mí. El gesto me
proporciona a mí tanto placer como a él.
—Lo sé —murmura, y con un pequeño gemido y un
beso cada vez más intenso, se corre y vierte
su caliente néctar sobre mí mientras jadea y se
sacude en mi mano.
—Mi misión aquí ha terminado —suspiro. Lo suelto
y hundo los dedos en su pelo húmedo. No
puedo resistirme a darle un pequeño tirón.
—Eres salvaje, señorita. —Se acuclilla y tira de
mí contra su regazo—. El agua se está
enfriando.
No me había dado cuenta, pero ahora que lo dice,
estoy empezando a tiritar.
—Un poco. —Me encojo de hombros y busco el calor
pegándome a él.
—Deja que te limpie. —Intenta apartarme de él,
pero yo farfullo a modo de protesta y clavo las
uñas en su espalda—. Será un momento. No quiero
que te resfríes. —Intenta con más ahínco despegar
mi cuerpo del suyo y, en un visto y no visto, me
está pasando la esponja—. Mi chica está cansada. —
Me besa en la nariz—. ¿Nos echamos un rato?
Asiento y me coge en brazos para sacarme de la
bañera. Nos secamos el uno al otro en silencio
y nos dirigimos a la cama. Nos tumbamos y nos
acurrucamos inmediatamente como de costumbre: él
boca arriba y yo echada sobre su pecho, con la
cara en su cuello mientras él me acaricia el cuerpo
con las manos.
—Jamás querré a uno más que al otro —anuncia.
No le contesto. Le beso el cuello y me acurruco
más todavía.
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