El 27 de agosto me reincorporo a mi trabajo.
Mi jefa está de vacaciones y eso me permite un respiro. No tener
su tóxica presencia a mi alrededor es lo mejor para mí. Miguel tampoco está y
echo en falta sus bromas. Pero mi estado de ánimo es tan apático que casi
prefiero que nadie me mire ni me hable.
Cada vez que miro hacia su despacho o entro en el archivo, el alma
se me cae a los pies. Irremediablemente pienso en Eric. En las cosas que me
decía, que me hacía en aquel lugar y tengo que hacer grandes esfuerzos por no
llorar.
Mis amigos no han salido de vacaciones, por lo que quedo con ellos
algunas tardes cuando salgo del gimnasio y nos vamos al cine o a tomar algo. Mi
buen amigo Nacho intenta hablar conmigo, pero yo me niego. No quiero recordar
lo ocurrido. La presencia de Eric en mi corazón todavía está demasiado presente
y hasta que no consiga olvidarlo, sé que mi vida no volverá a la normalidad.
El 31 de agosto recibo un mensaje de Fernando. Está en Madrid por
un caso hasta el día 4 de setiembre y se aloja, como siempre, en un hotel
cercano a mi casa. Quedamos en vernos.
Lo llevo un día a cenar a la Cava Baja y otro día a un restaurante
japonés. Esos días, tras la cena, quedo con mis amigos y nos vamos de copas
todos juntos. Sorprendentemente veo que hace muy buenas migas con mi amiga Azu
y eso me complace. Fernando cumple con su palabra. Se comporta como un amigo y
se lo agradezco.
El 3 de setiembre, mi jefa, Miguel y casi toda la plantilla de la
empresa Müller reaparecen en la oficina. El ritmo vuelve a ser frenético y,
cuando me quiero dar cuenta, mi jefa ya me ha sumergido en un mar de papeles de
nuevo. Miguel ha vuelto de sus vacaciones encantado. Me cuenta anécdotas
mientras trabajamos, lo que me hace reír. El teléfono interno suena y mi jefa
me indica que pase a su despacho. No tardo en hacerlo.
—Siéntate, Judith. —Obedezco, y ella prosigue—: Como recordarás,
el viaje del señor Zimmerman a las delegaciones de Müller por España se tuvo
que aplazar hasta después de verano, ¿verdad?
—Sí.
—Pues bien. He hablado con el señor Zimmerman y esos viajes se van
a retomar.
Se me encoge el estómago y comienzo a inquietarme. Oír hablar de
él me pone cardíaca. Volver a ver a Eric es lo que necesito, aunque sé que no
es lo más recomendable para mí.
—Quiero que prepares los dosieres pertenecientes a todas las
delegaciones. Zimmerman quiere comenzar con el viaje este miércoles.
—De acuerdo.
Me quedo parada. El miércoles lo voy a ver. Estoy a punto de
gritar como una loca cuando mi jefa dice:
—Judith, vamos… no te quedes parada como un pasmarote.
Asiento. Me levanto, pero cuando voy a salir del despacho, oigo
que dice:
—Por cierto, esta vez seré yo quien acompañe al señor Zimmerman.
Él mismo me lo pidió ayer cuando me reuní con él en el Villa Magna.
Escuchar eso me supone un mazazo. Eric está en Madrid y no se ha
dignado ni a llamarme. Mis ridículas ilusiones de volver a verlo se disipan de
un plumazo, pero consigo sonreír afirmativamente. Cuando salgo del despacho
siento que las piernas me flaquean y
corro a sentarme a mi mesa. Miguel
se da cuenta.
—¿Qué te pasa?
—Nada. Será el calor —respondo.
Cuando salgo de la oficina estoy en trance. Estoy ofendida.
Furiosa y altamente enfadada. Voy al parking y cojo el coche y sin saber por
qué me encamino al paseo de la Castellana. Al pasar frente al hotel donde Eric
se aloja, lo miro, me desvío por una de sus callejuelas y aparco. Como una
idiota, me dirijo hacia el hotel, pero no entro. Me quedo parada a escasos
metros de la puerta sin saber qué hacer.
Durante una hora, mi mente bulle e intenta aclararse, cuando, de
pronto, veo su coche acercarse. Se para en la puerta del hotel y de su interior
salen Eric y… ¡Amanda Fisher! Ambos sonríen, parecen muy compenetrados, y se
meten en el hotel.
¿Qué hace Amanda en Madrid?
¿Qué hace Amanda en ese hotel?
Las respuestas se agolpan unas tras otras y, furiosa, soy
consciente de todas ellas. Enfadada con el mundo y cegada por lo que he visto
cojo el coche y me dirijo al hotel donde sé que probablemente esté Fernando.
Cuando llego, subo directamente a su habitación. Llamo con los nudillos
a la puerta y, cuando abre, me mira sorprendido.
—¿No me digas que habíamos quedado y se me ha olvidado?
No respondo. Directamente me lanzo a su boca y lo beso. Ni que
decir tiene que él, al ver mi efusividad, cierra la puerta. Sin hablar,
continúo mi saqueo a su boca mientras siento que sus manos me quitan la
chaqueta y, después, desabrochan el pantalón, dejándolo caer al suelo.
Con prisa, saco las piernas de él y aún con los tacones puestos,
Fernando me tumba en la cama y murmura mientras yo le desabrocho el botón del
vaquero con desesperación:
—¿Qué haces, Judith?
No respondo. La furia ha tomado mi cuerpo y necesito desahogarme
como puedo y necesito. Al verme tan caliente, rápidamente se saca la camiseta
por la cabeza y vuelve a besarme. Pero, cuando se separa de mí, murmura:
—Judith… ¿te pasa algo? No quiero que luego tu…
—Fernando… calla y fóllame.
Mi orden tajante lo deja paralizado durante unos instantes, pero
el deseo que siente por mí lo hace reaccionar y no pensar en nada más. Sin hablar,
se quita los pantalones, los calzoncillos y se queda desnudo con su erecto pene
deseoso de poseerme. Respiro con irregularidad mientras el calor sube por todo
mi cuerpo y entonces recuerdo algo.
—Dame el bolso.
Sin dudarlo, me lo entrega y, mientras yo saco el vibrador en
forma de barra de labios que Eric me regaló y que me pidió que siempre llevara
encima, él se pone un preservativo.
—Quítame las bragas.
Mete sus dedos en la tirilla de mis bragas y me las quita con
cuidado, cuando de pronto se da cuenta de mi tatuaje y susurra.
—«Pídeme lo que quieras.»
¡Eric! ¡Eric! ¡Eric!
Quedo desnuda de cintura para abajo y murmuro mientras me abro de
piernas para él:
—Mírame, por favor.
Atónito, asiente, aún sorprendido
por mi tatuaje. Pongo en funcionamiento el vibrador y lo coloco donde sé que me
va a dar placer. Instantáneamente mi cuerpo reacciona y jadeo. Cierro los ojos
y siento que es Eric quien está frente a mí y no Fernando.
Eric… Eric… Eric…
Paseo con deleite el vibrador por mi clítoris, gimo y cierro las
piernas al sentir las descargas de placer. De pronto, unas manos me sacan de mi
particular sueño y abro los ojos. Fernando, excitado, se mete entre mis piernas
y me penetra. Grito y él resopla. Noto cómo el interior de mi vagina lo
succiona y lo oigo gemir.
Estoy tan avivada, tan deseosa de olvidarme de todo, que subo la
potencia del vibrador, grito y me encajo totalmente en él. Fernando, al ver
aquello, me quita el vibrador de las manos, me agarra por los muslos y saquea
mi cuerpo, una y otra vez sin descanso, con embestidas certeras mientras yo me
dejo hacer y quiero más. Necesito más. Necesito a Eric.
Pienso en él. En cómo me hace vibrar con sus exigencias, cuando
siento que Fernando me rodea la espalda con sus manos y, con un movimiento, me
levanta de la cama y me apoya contra la pared. Su boca busca la mía y me besa
mientras me aprieta una y otra vez sobre su sexo.
—Judith…
Enloquecida, lo miro, con los ojos llenos de lágrimas. Al ver mi
estado, siento que sus penetraciones se detienen.
—No pares, por favor… ahora no.
Retoma su movimiento de caderas. Dentro… fuera… dentro… fuera.
Mientras, me siento oprimida contra la pared y consigo lo que necesito. Me
entrego a él con furia. Grito el nombre de Eric y, cuando el clímax llega a
nosotros, sabemos que lo que yo he ido a buscar acaba de culminar.
Todo termina y continúo entre sus brazos durante unos minutos. Me
siento fatal. No sé qué es lo que acabo de hacer y sobre todo no sé por qué lo
he hecho. Cuando Fernando me suelta, camino hacia el baño sin mirarlo. Una vez
allí me aseo, me lavo la cara y me miro en el espejo. El rímel corrido por mi
cara me da un aspecto deplorable. Mi pinta no puede ser peor.
Cinco minutos después, más recompuesta, salgo y Fernando me espera
sentado y vestido sobre la cama. Veo el vibrador y sin decir nada lo cojo y lo
guardo. Ya lo lavaré en casa. Me visto y, cuando acabo, me siento frente a él.
Le debo una explicación.
—Fernando… yo no sé cómo explicarte esto, pero lo primero que
quiero pedirte es perdón.
Él asiente y me mira.
—Disculpas aceptadas.
—Gracias.
Nos miramos durante unos segundos.
—Sabes que hacer lo que acabamos de hacer me encanta. Me gustas
mucho y, si por mí fuera, estaría todo el día besándote y…
—Fernando no lo hagas más difícil, por favor.
—Ese tatuaje es por él, ¿verdad? —pregunta de pronto.
—Sí.
En su mirada veo que quiere decirme cientos de cosas.
—Tu fin no me ha gustado. No has venido porque te apeteciera tener
sexo conmigo. Ni porque quisieras verme. Pero si hasta lo has nombrado cuando
yo te hacía el amor,
¡joder!
—¡¿Cómo dices?!
—Has dicho su nombre.
—Oh, Dios, ¡lo siento!
—No. No lo sientas. Eso me ha aclarado qué hacías aquí.
—Estoy tan avergonzada… No sé por qué te he elegido a ti para
hacer esto. Podía… podía…
—Escucha, Judith… —dice mientras me toma las manos—, prefiero que
hayas venido a mí, aunque pensaras en otro, a que hubieras hecho una locura con
cualquiera.
—Oh, Dios… ¡me estoy volviendo loca! Yo… yo…
—Judith, te prometí que no volvería a hablar de ese hombre y no lo
quiero hacer. Sabes lo que pienso sobre él y nada ha cambiado. Sólo espero que
tú sola te des cuenta de lo que haces y el porqué.
Asiento. Me levanto y él también. Me doy la vuelta para irme y él
me sigue. Cuando llego a la puerta de la habitación, Fernando me coge por la
cintura, me da la vuelta y me besa. Me besa apasionadamente.
—Siempre me vas a tener, ¿lo sabes? —murmura cuando se separa de
mí—. Aunque sea para utilizarme de juguete sexual.
Le doy un leve puñetazo y sonrío. Instantes después salgo de la
habitación aturdida.
Cuando voy a coger el coche pienso en mi amigo Nacho y, sin
pensarlo dos veces, conduzco hasta su estudio de tatuaje. Al verme, rápidamente
se preocupa por mi estado. No sabe qué me pasa, pero sí sabe que necesito
hablar. Me invita a cenar.
Esa noche, Nacho me demuestra lo excelente amigo que es. Omito
explicarle que Eric es mi jefe y nuestra vida íntima. Eso no quiero que lo
sepa. Pero el resto, la extraña relación que mantenemos, sí se lo explico. Tras
escucharme, me dice que deje mi orgullo a un lado y que, si tanto lo echo de
menos, que intente hablar con él porque yo fui la que me marché de su lado. Entiendo
sus palabras. Tiene razón y cuando llego a casa enciendo el ordenador y le
mando un mensaje.
De: Judith Flores
Fecha: 3 de setiembre de 2012 23.16
Para: Eric Zimmerman
Asunto: ¿Estás mejor?
Hola, Eric, siento haberme marchado como lo hice. Tengo mucho
pronto y te pido perdón. Espero que estés mejor. Te llamaría por teléfono pero
no quiero incordiarte. Por favor, llámame y dame la oportunidad de pedirte
perdón mirándote a la cara. ¿Lo harás por mí?
Te quiero y te añoro. Mil besos.
Jud
Nada más escribirlo, lo envío y durante más de tres horas espero
una contestación. Sé que lo ha leído. Sé que, en el hotel, su ordenador habrá
sonado y le habrá dicho que ha recibido un mensaje. Sé todo eso y me hace
sufrir.
48
De: Judith Flores
Fecha: 4 de setiembre de 2012 21.32
Para: Eric Zimmerman
Asunto: Soy insistente
Una vez me dijiste que lo mejor de pedirme perdón era ver mi cara
cuando te perdonaba y la posibilidad de estar conmigo. ¿No crees que yo puedo
querer lo mismo de ti?
Un besito o dos o tres… o los que quieras.
Morenita
De: Judith Flores
Fecha: 5 de setiembre de 2012 17.40
Para: Eric Zimmerman
Asunto: Hola, enfadica
Está claro que estás enfadado conmigo. Vale… lo acepto. Pero
quiero que sepas que yo contigo no. ¡Feliz viaje! Y espero que en las
delegaciones te traten bien, aunque hayas decidido ir con otra que no sea yo.
Beso,
Jud
De: Judith Flores
Fecha: 6 de setiembre de 2012 20.14
Para: Eric Zimmerman
Asunto: Adivina quién soy
Hoy, cuando hablé con mi jefa por teléfono, oí tu voz de fondo. No
veas la ilusión que me hizo. ¡Al menos sé que sigues vivo! Espero que estés
bien. Te añoro.
Besotes,
Judith
De: Judith Flores
Fecha: 7 de setiembre de 2012 23.16
Para: Eric Zimmerman
Asunto: ¡Eco… Eco!
Como dice la canción, ¡por fin es viernes!
Mañana me voy al campo.
Mis amigos y yo hemos alquilado una casita rural para el fin de
semana. ¿Te animas?
Esta vez no te mando un beso… casi con seguridad este fin de
semana te lo darán otras. ¡Te odio por ello!
Judith
De: Judith Flores
Fecha: 10
de setiembre de 2012 13.16
Para: Eric Zimmerman
Asunto: ¿Comenzamos?
¡Ya estoy aquí!
Mi fin de semana ha sido divertido, aunque las vacas y las
gallinas no son lo mío. Me picó un abejorro en la mano y no veas qué dolor. Eso
sí… como verás, no me la han cortado (para tu desgracia… jejeje).
… hoy también te mando un beso, aunque comienzo a dudar de si lo
aceptas.
Judith
De: Judith Flores
Fecha: 12 de setiembre de 2012 22.30
Para: Eric Zimmerman
Asunto: ¿Me echabas de menos?
Ayer, el chisme del ADSL de mi casa se murió y por eso no te
escribí. Pero hoy mi amigo Nacho me ha cambiado el aparatito y vuelvo a la
carga. ¿De verdad que nunca me vas a contestar?
Judith
De: Judith Flores
Fecha: 13 de setiembre de 2012 21.18
Para: Eric Zimmerman
Asunto: Me estoy cansando
Vamos a ver… te llevo escribiendo desde el día 3 y tú nunca
contestas, ¿no vas a hacerlo nunca o sólo lo haces para cabrearme más? Como
imaginarás, tengo la casa limpia como una patena. Tanto cabreo ¡es lo que tiene!
Kiss (te lo digo en inglés por si lo entiendes mejor),
Judith
De: Judith Flores
Fecha: 14 de setiembre de 2012 23.50
Para: Eric Zimmerman
Asunto: ¡Desisto!
Vale… ya he visto que tu respuesta es no responder.
¿Sabes que soy muy orgullosa y por ti, maldito cabezón engreído,
me estoy comiendo el orgullo todos los días?
Éste es mi último mensaje. Si no contestas, no volveré a
escribirte nunca más. ¡Que lo sepas!
Sin beso,
Judith
De: Judith Flores
Fecha: 17 de setiembre de 2012 22.36
Para: Eric
Zimmerman
Asunto: Sí… soy yo, ¿qué pasa?
Que sepas que ahora sí que estoy enfadada. ¿Cómo puedes ser tan
orgulloso?
Judith
De: Judith Flores
Fecha: 19 de setiembre de 2012 22.05
Para: Eric Zimmerman
Asunto: Sólo tengo una cosa más que decirte.
¡GILIPOLLAS!
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