A las nueve de la noche, tras la estupenda ducha que nos hemos
dado y de la que estoy convencida que se ha enterado todo el mundo, bajamos de
la mano al salón. Allí, Frida y Andrés se están besando, pero dejan de hacerlo
cuando nosotros aparecemos.
Pasamos al comedor y nos sentamos alrededor de una maravillosa
mesa. Eric me retira la silla y se sienta a mi lado. Lo veo feliz. Ése es su
ambiente y se le nota que está más cómodo. El servicio entra en la estancia y nos
sirve un buen vino y después una maravillosa langosta. Eric me pide una
Coca-Cola. Entre risas y confidencias acabamos con el primer plato y nos sirven
el segundo, una exquisita carne. Cuando acabamos el rico helado que nos sirven
de postre, Frida propone salir al jardín.
Eric, tras atender una llamada de teléfono, se sienta a mi lado.
Siento sus continuas caricias en mi piel y lo noto más pensativo que minutos
antes. Aun así, charlamos hasta bien entrada la madrugada, momento en que nos
vamos a dormir.
Al día siguiente cuando me despierto, el sol entra por el gran
ventanal. Estoy sola en la habitación y me estiro en la cama. Las sábanas
huelen a Eric y eso me hace sonreír. Recordar cómo me hizo el amor la noche
anterior me excita, me pone a cien, pero, convencida de que no es momento de
fantasear, me levanto, voy al baño y me aseo.
Mientras me visto, un ruidito me hace mirar a mi alrededor. Es el
móvil de Eric. Lo localizo sobre la mesilla y leo que pone el nombre de
«Betta». De nuevo aquel nombre.
Cuando llego al salón, oigo las risas de Andrés, Frida y Eric y me
sorprendo al ver a un señor y a una señora junto a ellos. Cuando me acerco, me
presentan a los padres de Frida, que han venido para llevarse al pequeño Glen
de vacaciones con ellos. Le entrego el móvil a Eric y le indico que ha recibido
una llamada de una tal Betta. Él asiente, lo guarda en el bolsillo del pantalón
y prosigue tan normal. Los padres de Frida y el pequeño Glen se van esa misma
noche.
A la mañana siguiente, cuando me despierto, vuelvo a estar sola en
la cama. Tras lavarme los dientes, me acerco hasta la piscina y rápidamente
Andrés me coge y me tira al agua. Todos nos reímos y pasamos un rato divertido.
Sobre las dos de la tarde, los cuatro nos vamos de compras a Cádiz en el coche
de Andrés. Acabamos de recibir la invitación para una fiesta temática
ambientada en los años veinte y hay que ir a comprarse algo.
Por la noche, tras una divertida tarde de compras, decidimos cenar
en la playa. Acabada la cena en un precioso restaurante de Zahara, tomamos unas
copas en un bar y sobre la una regresamos a la casa.
Al llegar salimos a la bonita terraza y nos sentamos. Me gusta
sentir a Eric tan cercano, receptivo, tan pendiente de mí. Andrés va a la
cocina y trae una botella de champán. Tras esa primera botella, llega una
segunda de la que bebo más lentamente pero que disfruto de todos modos.
Frida y Andrés son unos anfitriones maravillosos. Intentan que nos
sintamos como si estuviéramos en nuestra casa y lo consiguen con su actitud.
Disfruto del momento sentada en aquel precioso lugar mientras mis ojos miran la
piscina oval y el jacuzzi que hay al lado. Sobre las tres de la madrugada hace
mucho calor y Frida propone darnos un chapuzón en la piscina.
Sin pensarlo un segundo, acepto y subo a mi habitación a ponerme
el biquini. Cuando bajo, Frida ya está en el agua con Andrés y Eric me espera
en el borde. En cuanto me acerco a él, me coge a traición y los dos caemos en
el agua. Entre risas y cachondeo, nos bañamos un rato, hasta que, más adelante,
Frida y yo nos sentamos en la ancha escalera
de la piscina y Eric y Andrés se
hacen unos largos.
Cuando los chicos llegan hasta nosotras, Andrés coge a su mujer de
un pie y la arrastra hacia la piscina. Ella protesta pero, dos segundos
después, ríe a carcajadas. Eric divertido se acerca a mí, me coge en brazos y
me sienta a horcajadas sobre él.
El agua nos llega hasta la cintura y pronto sus manos se meten por
debajo de la braga de mi biquini y me comienza a tocar. Asustada por aquello,
lo miro con reproche y él ríe.
—¡Eric! —le regaño—. No hagas eso. Nos pueden ver.
Su contestación es un tórrido beso que rápidamente consigue
calentarme el alma y la vida. Su boca y sus manos ya me tienen en el punto de
partida que él siempre quiere y, cuando se separa de mí, murmura mientras
señala con la vista:
—Tranquila, pequeña. Ni Andrés ni Frida van a asustarse.
Curiosa, miro hacia donde él señala y veo que la otra pareja se
besa apasionadamente. Incluso veo que Andrés le desabrocha el biquini a Frida y
éste queda flotando sobre la piscina. Rápidamente miro a Eric en busca de una
contestación.
—Sí, morenita… a ellos también les gusta el morbo.
Comienzo a temblar, y no es de frío, cuando siento que los otros
dos se acercan a nosotros. Frida está juguetona y sale de la piscina. Se sienta
en el borde junto a nosotros con los pechos húmedos y resbaladizos mientras
Andrés se pone detrás de mí y posa sus manos sobre mi cintura. Eric, al ver
cómo lo miro, mueve la cabeza y Andrés me suelta en seguida, sale de la piscina
y, tras besar a su mujer, ambos desaparecen en el interior del chalet.
Estoy nerviosa. ¡Histérica!
No sé dónde meterme, pero siento que mi vagina se lubrica y se
deshace por dentro.
Eric, al notarme tensa, se levanta de la ancha escalera y, sin soltarme,
se mete conmigo hacia el interior de la piscina. Me agarro a él con
desesperación.
—Tranquila, pequeña. Conmigo nunca harás nada que tú no quieras.
Boqueo como un pez. Me falta el aire y consigo susurrar:
—Ellos… ¿juegan a los mismos juegos que tú?
—Sí.
—¿Y…?
—Jud, te tiene que quedar claro lo que te dije hace poco. El sexo
es sólo sexo. Frida y Andrés son una pareja muy sólida que tienen claro qué es
lo que les gusta en el plano sexual. Hemos ido en varias ocasiones juntos a
club de intercambio de parejas y allí han disfrutado de tríos y orgías y,
cuando han regresado a su casa, han continuado siendo ellos mismos. Andrés y
Frida. Una pareja.
—¿Tú has… has estado con ellos?
—Sí. Nosotros dos para ella. A mí los hombres no me van —bromea y
sonrío—. Escucha, Jud, debes entender que tanto Frida, como Andrés y como yo
tenemos las ideas claras y sabemos diferenciar entre el sexo y los
sentimientos. A los tres nos gusta disfrutar del morbo del juego pero, una vez
acaba, nos respetamos como personas. Por cierto, la fiesta a la que estamos
invitados mañana es…
—Una fiesta donde todo el mundo juega, ¿verdad?
Eric asiente.
—Si tú no quieres, no tenemos por qué ir.
Durante un rato, los dos permanecemos callados hasta que me lleva
hasta la escalera, me toma de las manos y me dice:
—Ven. Entremos en el jacuzzi.
Lo sigo hasta allí.
—Qué calentita —murmuro al entrar en él.
—Demasiado caliente. —Eric aprieta unos botones y, segundos
después, el agua se enfría.
Permanecemos callados mientras las burbujas explotan a nuestro
alrededor, hasta que él me atrae de nuevo hacia sí y me sienta de nuevo a
horcajadas sobre él.
—¿Ves cómo me tienes? —dice mientras aprieta mi vagina contra su
pene.
—Sí. —Sonrío y, sin poder evitarlo, pregunto—: ¿Qué te hubiera
gustado que hubiera pasado en la piscina?
Echa la cabeza hacia atrás.
—Ah… cariño. Me hubiera gustado que hubieran pasado muchas cosas.
—Cómo por ejemplo… —insisto.
Eric levanta el mentón y me mira.
—Aún recuerdo cómo te estremecías aquella tarde en mi hotel cuando
Frida se metió entre tus piernas y te hizo todo lo que le pedí.
—¿Era Frida?
—Sí. —Darme cuenta de eso me deja asombrada—. Mmmmm… me gusta la
delicadeza que mostráis las mujeres. Me excita miraros. ¡Sois exquisitas!
—¿Y los hombres?
Noto su mirada alerta y añade:
—Cielo, ya te he dicho que los hombres no me van.
Eso me hace gracia.
—Me refería a que si en tus fantasías sólo incluyes a mujeres.
—No, mis fantasías son más amplias. Adoro ver a dos mujeres
poseyéndose, aunque luego me gusta compartirlas con otros hombres.
—¿Y te ves compartiéndome a mí con otro hombre?
—Si tú quieres, sí —responde con una sonrisa.
Sólo decirlo me excita. Me excita mucho más que imaginarme con
otra mujer. Eric clava su mirada en mí.
—Tu placer es mi placer y, si tú me lo pides, te compartiré. Pero,
llegado el momento, seré yo quien mande en ese juego. Eres mía y quiero que
quede claro.
Ardo. Me caliento. Voy a explotar. Me aviva ese comentario de
posesión y murmuro inquieta:
—Has dicho que tú y Andrés habéis jugado con Frida.
—Sí. —Y acercando su boca a mi oído me pregunta—: ¿Quieres que te
comparta con otro hombre?
Imaginarlo me excita, me inquieta, me estimula.
—Eric…
—Ah… morenita, creo que te voy a tener que atar en corto. Eres más
curiosa de lo que yo imaginaba, pero me gusta tu curiosidad, me vuelve loco.
Eso me hace reír. Le ofrezco mi boca, que él toma con avidez.
—Si vamos mañana a esa fiesta, ¿qué ocurrirá?
—Lo que tú quieras.
—Pero… pero allí…
—Allí la gente va a lo que va, pequeña. Todos buscan lo mismo:
sexo. Si tú quieres, lo tendrás. Puedes mirar o puedes participar, todo depende
de ti.
—Y tú… ¿qué quieres tú?
Eric pasea su boca por mi cuello.
—Tras la conversación tan interesante que acabamos de tener y que
me tiene duro como una piedra, lo que voy a querer es follarte y que te follen.
Adoro ver tu gesto cuando te corres. Y como ahora sé qué es lo que te excita,
quiero ofrecer tus pechos, tu vagina, y observar el momento. Eso me
proporcionará un gran placer.
Todo lo que me dice consigue en mí el efecto deseado y siento que
ahora soy yo la que quiere cumplir cualquiera de esas fantasías. Mi respiración
se acelera, Eric sonríe.
—Tu cuerpo me dice que te pida lo que quiera. Y sé que ahora mismo
cualquier cosa que te propusiera lo harías, porque estás tan excitada, tan
caliente que lo deseas, ¿verdad?
—Sí —admito.
Eric se levanta y me da la mano.
—Ven, acompáñame.
No lo dudo. Le doy la mano y salimos del jacuzzi.
Coge una toalla y la pone alrededor de mi cuerpo. Me seca con
mimo.
—Jud… te tiene que quedar claro que yo nunca haré nada sin tu
consentimiento. No me perdonaría que me reprocharas nada. Eres demasiado
importante para mí.
—No te voy a reprochar nada, Eric. Es sólo que me asusta lo
desconocido, pero quiero experimentar a tu lado.
Mi respuesta parece agradarle y me besa. Me besa con pasión y
juntos caminamos hacia el interior de la casa. Pero en vez de llevarme hacia la
habitación me hace girarme en otro pasillo. De pronto escucho jadeos y, al
llegar frente a una puerta que está entreabierta, me mira y dice:
—Andrés y Frida están dentro, ¿quieres que pasemos?
Asiento, pero susurro.
—Siempre y cuando no te alejes de mí.
—Eso no lo dudes nunca, cariño. Eres mía.
Su posesión me gusta y, cuando entramos en la habitación, mi
respiración se vuelve irregular. Estoy nerviosa, excitada, pero tengo miedo.
Veo una cama redonda en medio de una enorme sala azul. La música suena y Frida
y Andrés hacen un sesenta y nueve. Al vernos, dejan de hacer lo que están
haciendo y nos miran. Eric cierra la puerta y me quita la toalla. Tiemblo.
—Tú decides, Jud.
Su voz me hace regresar a la realidad y, ante la atenta mirada de
los otros dos, murmuro:
—Deseo jugar.
Eric me besa. Después mira a Andrés y éste se levanta de la cama
desnudo. Nos rodea y se para en mi espalda. Miro a Eric y noto cómo su amigo me
desabrocha la parte superior de mi biquini y, cuando lo consigue, lo saca por
la cabeza.
Mis pechos rozan el pecho de Eric y mis pezones rápidamente se
ponen duros ante aquella situación. Mi Dios… mi adonis no me quita ojo desde su
altura. Está serio e imperturbable cuando se dirige a su amigo.
—Andrés, quítale la braga del biquini.
Su voz me excita. Su posesión sobre mí. Y cuando siento los dedos
de Andrés agarrar mis bragas y bajarlas, jadeo. En su camino siento su aliento
en mi trasero y eso me pone la carne de gallina.
Una vez desnuda, mi excitación es
tan grande que el miedo ha desaparecido para dar paso al morbo, y Eric sonríe.
Sabe que estoy bien y dispuesta.
—¿Puedo tocarla? —pregunta Andrés a mis espaldas.
Eric sigue mirándome y yo asiento. Eric responde:
—Sí.
Instantes después, las manos de Andrés pasean por mi cuerpo. Toca
mis pechos, mi cintura y, cuando sus dedos llegan a mi vagina e introduce uno
de ellos, jadeo. Frida llega hasta nuestro lado y Eric se aparta. Se agacha, me
hace abrir las piernas y su boca va directa hasta mi sexo.
Cierro los ojos. Las piernas me tiemblan mientras Andrés y Frida
me tocan y disfrutan de mí. Eric, al ver aquello, acerca su boca a la mía y
susurra:
—Sí… así… disfruta para mí.
Durante unos minutos me siento el caramelito de la habitación.
Cuatro manos recorren mi cuerpo y dos bocas se esmeran en arrancarme jadeos,
mientras Eric nos observa con los ojos brillantes por la lujuria. De pronto,
Eric toca la cabeza de Frida y ella deja de acariciarme, se da la vuelta y veo
que le acaricia el torso. Mete su mano en su bañador, le saca el pene y se lo acerca
a la boca. Saca la lengua y comienza a lamerlo en toda su longitud.
Excitada, no puedo dejar de mirar, mientras Andrés me muerde los
pezones. Frida disfruta con lo que hace y lame el pene como si se tratara de un
helado. Se lo introduce totalmente en la boca y le acaricia los testículos. Yo
miro… miro… y miro y siento que mi excitación se aviva más. Estoy tan caliente
que me agacho un poco para facilitarle la tarea a Andrés con mis pechos y se
los ofrezco para que se dé un festín.
Eric se estremece, yo jadeo y lo oigo murmurar:
—Vayamos a la cama.
Los cuatro, desnudos, nos dirigimos a ella. Eric se quita el
bañador y su pene lujurioso está duro y deseoso de jugar y veo que Andrés se
pone frente a su mujer. Eric se coloca finalmente frente a mí. Frida deposita
entre nosotras una caja cuadrada y blanca y pregunta:
—¿A qué queréis jugar?
La saliva se me estrangula en la garganta. No sé qué decir cuando
oigo a Eric decir:
—Algo suave.
Frida y Andrés hacen un gesto con la cabeza, y entonces ella mira
en el interior de la caja, saca dos vibradores como el que me regaló Eric a mí
y me mira.
—Está limpio, cariño. Ante todo, la higiene.
Asiento y lo cojo.
Eric me encoge las piernas y me abre las rodillas. Mi sexo está
caliente, chorreante y late desbocado.
—Mastúrbate para mí, cariño —me dice Eric.
—Y tú para mí, Frida —pide Andrés.
Como una autómata, abierta de piernas junto a Frida y frente a
Eric y Andrés, pongo el vibrador en mi mojada hendidura y lo pongo al uno. La
vibración, la humedad y la excitación me piden más y lo subo al dos. Ardo.
Tengo mucho calor y siento que voy a explotar cuando mi clítoris rápidamente
reacciona y me comienza a dar descargas de placer.
Eric, entre mis piernas, me mira y se pone un preservativo
mientras leo su necesidad en la cara de que me corra para él. Subo la
intensidad del vibrador y su descarga hace que arquee la espalda y grite. Un
jadeo a mi lado me hace recordar que Frida está en la misma
tesitura y eso me estimula, y más
cuando veo que Andrés le quita el vibrador y la penetra. Sus jadeos se
convierten en gritos de placer y eso me azora todavía más. Ver a dos personas a
mi lado hacer el amor es algo totalmente nuevo para mí y no puedo dejar de mirar
hasta que ellos se dejan ir y sus gritos bajan de intensidad.
Eric no me quita ojo. Está tan excitado como yo.
—Andrés, ofréceme a Jud —dice, sorprendiéndome.
Rápidamente siento que Andrés se levanta, se sienta al borde de la
cama y me dice:
—Ven aquí. Siéntate sobre mí.
Sin saber realmente a lo que se refiere, me levanto y cuando voy a
sentarme mirándolo, me da la vuelta y me hace mirar a Eric. Después me sienta
sobre sus piernas y me susurra al oído:
—Recuéstate sobre mí, sube tus pies a la cama y abre las piernas.
Yo te sujetaré por los muslos para que Eric te penetre.
Completamente excitada por el momento, hago lo que me pide
mientras siento su pene en mi trasero y me abre los muslos. Eric se acerca a
mí, a nosotros, se mete entre mis piernas, me agarra del culo y me mete
lentamente su duro pene mientras Andrés me sujeta las piernas y me abre para
él. Eric, tras varias embestidas que me hacen gemir, se queda quieto y musita:
—Esto es ofrecerte a alguien. ¿Te gusta la sensación?
—Sí… sí…
—Pues así te ofreceré yo a otros hombres —susurra mientras me
penetra—. Abriré tus muslos para darles acceso a tu interior siempre que yo
quiera, ¿te parece?
—Sí… sí… —jadeo enloquecida.
Me besa. Me devora los labios y ambos oímos que Andrés dice:
—Más tarde, quizá Eric te ofrezca y seremos Frida o yo quienes te
follemos.
Las palabras de Andrés me incitan mientras siento el implacable
pene de Eric tan duro como una piedra en mi interior. Eric mueve las caderas y
eso me hace resoplar. Noto cómo me llena por completo y comienza a moverse
adelante y atrás mientras Andrés murmura:
—¿Te gusta, Judith?
—Sí… Oh… Dios mío.
La estimulación que siento en ese instante es profunda y
maravillosa mientras Eric avanza y continúa su saqueo implacable sobre mí y
Andrés me ofrece. Frida nos mira y veo que se masturba con un consolador. Me
muerdo los labios, jadeo, me retuerzo.
—Vamos, nena… —dice Eric de repente—. Dime cómo quieres que te
folle.
Al ver que no respondo, Eric me da un cachete en el culo que me
introduce más en él y yo balbuceo como puedo:
—Rápido… fuerte.
—¿Así, pequeña? —acelera y profundiza más.
—Sí… sí…
Mueve las caderas con vigorosidad y grito. La intensidad en sus
movimientos aumenta segundo a segundo, penetración a penetración, y mi placer
con él. Ardo. Estoy fuera de control. Y cuando un calor embriagador me hace
soltar un gemido de placer, Eric gira las caderas y me embiste por última vez y
los dos nos corremos.
Tras aquel primer asalto, llegan dos más donde vuelvo a disfrutar
como una loca y donde veo lo mucho que Eric goza ofreciéndome y follándome. Él
me ha hecho descubrir un mundo hasta ahora desconocido para mí y sólo lo quiero
disfrutar… disfrutar y disfrutar.
Aquella noche, en la soledad de
nuestra habitación, Eric me abraza. Las piernas aún me tiemblan y no puedo
dejar de pensar en lo ocurrido. Recuerdo las palabras de Fernando: «Yo te
quiero en exclusividad y él no». Eso me inquieta. Imágenes morbosas pasean por mi
mente y noto de nuevo mi vagina estremecerse. De pronto siento su boca en mi
frente y cómo me reparte pequeños besos que me saben de maravilla. Eric es
dulce y posesivo, y eso me gusta. Me encanta en él. No hemos hablado de lo
ocurrido. No es necesario. Nuestros ojos hablan por sí solos y no hacen falta
ni preguntas ni explicaciones. Todo ha sido consentido y disfrutado. Agotada,
finalmente, me duermo entre sus brazos.
40
A la mañana siguiente, cuando me despierto, vuelvo a estar sola en
la habitación. Rápidamente, las imágenes de lo ocurrido la noche anterior
regresan a mi mente y me pongo colorada. Pero también me excito.
El mundo de Eric me está abduciendo y siento que cada vez me gusta
más. De pronto, la puerta se abre. Es él con una bandeja de desayuno.
—Buenos días, morenita.
Ese saludo, tan de mi padre, me hace sonreír y me siento en la
cama. Eric llega hasta mi lado, suelta la bandeja y, tras darme un dulce beso en
los labios, se sienta a mi lado.
—He traído zumo de naranja, algo de embutido, tostadas, plumcake y
dos cafés con leche, ¿te parece buen desayuno?
Encantada con aquello, sonrío y lo miro.
—El mejor.
Durante unos diez minutos desayunamos entre risas y, cuando
acabamos con todo lo que había en la bandeja, la pone en el suelo y se sienta
de nuevo junto a mí. Está guapísimo con esa camiseta blanca y las bermudas de
camuflaje. Vestido así parece un jovenzuelo de mi pandilla, no el director de
una gran multinacional.
—Vamos a ver, pequeña, ¿cómo estás? —pregunta mientras me acaricia
el óvalo de la cara.
—Bien, ¿por qué? —Al ver su ceja levantada respondo—. Bien… Si me
preguntas por lo que ocurrió ayer, tranquilo, estoy bien, lo disfruté y, sobre
todo, tú no me obligaste, lo hice yo porque me apetecía.
Eric asiente. Por su gesto parecía necesitar escuchar aquello y
veo que sonríe.
—Me encantó la experiencia contigo. Fue maravillosa.
—Para mí fue extraña. Diferente. Pero también morbosa… muy
morbosa. Y ya vi cómo disfrutabas cuando Andrés y Frida me tocaban.
—Mmmm… me excita ver tu cara de perversión, pequeña. Abres la boca
de tal manera y te arqueas tan deliciosamente… Me vuelve loco verte así.
Ambos reímos.
—En referencia a la fiesta de esta noche. Si tú no quieres, no…
—Sí, quiero. Quiero ir.
—¿Segura?
—Sí. Totalmente.
Mi decisión parece sorprenderlo.
—¿Tú no quieres ir?
—No… no es eso… pero…
—¿Acaso hay alguna mujer por la que me tenga que preocupar?
Eric suelta una risotada y aclara:
—Absolutamente por ninguna. Con ellas simplemente he jugado y…
—¿Has jugado mucho con ellas?
—Sí.
Eso me incomoda. Cualquiera de ellas me sacará ventaja.
—Pero ¿mucho… mucho?
—Mucho… mucho. A algunas las conozco desde hace más de diez años,
pequeña. Pero no tienes de qué preocuparte. En cambio, yo sí que me tengo que
preocupar. Tú serás
nueva y estoy convencido de que
muchos hombres te observarán deseosos de ser ellos los elegidos.
—¿Tú crees?
Eric responde que sí con su cabeza y siento que se le oscurecen
los ojos. De pronto, lo siento algo escamado y eso me alerta. ¿Estará celoso?
—Sí, lo creo. Pero no olvides, cariño, que…
—… que sólo lo haremos con quien yo quiera, ¿me equivoco?
—No. —Sonríe, mientras me aparta un mechón de pelo de la cara.
Doy un trago a mi café.
—¿Me vas a ofrecer a otro hombre?
Mi pregunta vuelve a pillarlo por sorpresa. Como siempre, lo
piensa… lo piensa y, al final, responde con otra pregunta:
—¿Te gustaría?
—Sí… me excita sentir que eres mi dueño. Anoche me excitó.
Se carcajea y, tras darme un beso en los labios, murmura:
—Señorita Flores, ¿habla de dueño? ¿No dijo que no le gustaba el
sado?
—Y no me gusta —aclaro—. Pero me excita sentir tu posesión.
Eric asiente. Clava sus preciosos ojos en mí y murmura:
—No olvidaré eso cuando te ofrezca esta noche.
Asiento como siempre. Está claro que él sólo hará lo que yo quiera
y, deseosa de que todo sea como siempre, me tumbo en la cama y tras hacerle una
seña con el dedo para que se tumbe sobre mí le susurro:
—Tú eres el experto. Estoy en tus manos.
Eric sonríe y me besa.
—Cariño… cada día me sorprendes más.
Pongo los ojos en blanco y pestañeo.
—Me gustas mucho cuando me llamas cariño. ¿Todavía no te has dado
cuenta del influjo que provocas en mí cuando me dices palabras cariñosas?
—Estás comenzando a asustarme.
Eso me hace reír.
—¿Que yo te asusto?
Eric asiente. Pone entonces sus manos en mi cintura y me hace
cosquillas.
—Sí…, señorita Flores. Comienzo a temer tus juegos. Creo que vas a
ser peligrosa.
Tras la comida, Frida y Andrés se retiran a descansar. Eric me
propone lo mismo, pero me apetece leer en la sombrita. Eric me acompaña y,
tirados en las cómodas hamacas de la piscina y bajo una maravillosa sombra,
compartimos música en mi iPod y leemos.
Pero yo apenas leo. Mi mente no para de dar vueltas a todo lo que
va a pasar, mientras disfruto de estar junto a Eric. Verlo a mi lado, tranquilo
y relajado mientras lee el periódico me parece algo sublime, maravilloso. De
pronto en mi iPod comienza a sonar una canción y oigo que Eric la tararea. Eso
me deja sin habla.
Sé que faltaron razones, sé que sobraron motivos
Contigo porque me matas, y ahora sin ti ya no vivo
Tú dices blanco, yo digo negro
Tú dices voy, yo digo vengo
Miro la vida en colores y tú en blanco y negro.
Dicen que el amor es suficiente, pero no tengo el valor de hacerle
frente
Tú eres quien
me hace llorar, pero sólo tú me puedes consolar.
Te regalo mi amor, te regalo mi vida
A pesar del dolor eres tú quien me inspira.
No somos perfectos somos polos opuestos,
Te amo con fuerza te odio a momentos.
Está tarareando la canción Blanco y negro de Malú. ¡Y se la
sabe entera!
Asombrada, no me muevo, mientras hago como si leyera mi libro.
Escuchar a Eric cantar aquella canción que siempre me recuerda a él me pone la
carne de gallina. Cuando la termina, me doy cuenta de que me mira.
—Aún recuerdo el día que te escuché cantarla.
—Sí… muy majo tú. Me dijiste que cantaba fatal, ¿lo recuerdas?
—Eric sonríe y yo añado—: Oye… ¿cómo te sabes esta canción? Recuerdo que me
preguntaste el título y quién la cantaba.
—La busqué.
—¿Y por qué la buscaste?
—Porque escuchar esta canción me recuerda a ti.
Aquella revelación me deja sin palabras. Eric continúa leyendo y
yo lo imito. Estoy emocionada porque, sin utilizar palabras cariñosas, sé que
me ha dicho: «Te quiero».
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