Leer libros online, de manera gratuita!!

Estimados lectores nos hemos renovado a un nuevo blog, con más libros!!, puede visitarlo aquí: eroticanovelas.blogspot.com

Últimos libros agregados

Últimos libros agregados:

¡Ver más libros!

Pídeme lo que quieras Cap. 33, 34


Dos días después, Fernando no ha vuelto a aparecer aunque sí me manda mensajes al móvil para preguntarme cómo estoy y para invitarme a comer o cenar. Rechazo sus invitaciones. No quiero verlo. Saber que ha curioseado en mi vida y en la de Eric me pone furiosa. ¿Qué les pasa a los hombres?
Cuando despierto el quinto día, sonrío. Mi habitación sigue como siempre. Papá se encarga de que nada cambie y, cuando escucho sus nudillos tocar en mi puerta y veo su cara, sonrío.
—Buenos días, morenita.
Ese tono dulzón y andaluz que emplea cuando me habla me encanta. Me siento en la cama y lo saludo:
—Buenos días, papá.
Como siempre, papá me lleva el desayuno a la cama y se trae el suyo. Es nuestro momentito del día, en que nos explicamos nuestras cosas. Algo que a los dos nos entusiasma.
—¿Qué vas a hacer hoy?
Doy un trago al riquísimo café antes de contestar:
—He quedado con Rocío. Quiero ir a conocer a su sobrino.
Mi padre asiente y da un mordisco a su tostada.
—Es una preciosidad de niño. Le han puesto Pepe, como a su abuelo Pepelu. Ya verás qué hermoso que es. Por cierto, Fernando ha llamado. Quería hablar contigo y ha dicho que volvería a llamar más tarde.
Eso no me gusta, pero intento no cambiar mi gesto. No quiero que mi padre saque conclusiones erróneas. Sin embargo, él no tiene un pelo de tonto.
—¿Has discutido con Fernando?
—No.
—Entonces, ¿por qué no viene a buscarte a casa como siempre?
Sus ojos me taladran. Sé que espera la verdad.
—Mira, papá. Seamos sinceros, que ya somos mayorcitos: Fernando quiere de mí algo que yo no quiero de él. Y aunque es un excelente amigo, entre nosotros nunca habrá nada más porque yo actualmente pienso en otra persona. Lo entiendes, ¿verdad?.
Mi padre contesta que sí. Da otro mordisco a su tostada y lo traga antes de cambiar de tema.
—¿Sabes cuándo viene tu hermana?
—No me dijo nada, papá.
—Es que la llamo y últimamente siempre tiene prisa. Pero la noto contenta, ¿sabes por qué? —Eso me hace sonreír. Si mi padre supiera…
—Lo dicho, papá, ¡ni idea de lo que va a hacer! Pero seguro que vienen los tres a pasar unos días contigo. Ya sabes que Luz… si no ve a su yayo le da algo.
Mi padre sonríe y suspira.
—¡Ay, mi Luz…! Qué ganitas tengo de ver a ese pequeño trastillo. —Luego me mira y añade—: En cuanto a lo de Fernando, a partir de este momento me doy un puntito en la boca, pero, hija, ¿no seguirás con el muchacho ese con el que te vi la última vez que estuve en Madrid?
Me río a carcajadas.
—Mira, cariño mío —continúa, antes de que yo pueda replicarle—, sé que en la capital todos sois muy modernos. Pero, ¡ojú!, lo poco que me gustó ese tipo cuando vi que llevaba un pendiente en la ceja y otro en la nariz.
—Tranquilo, papá… no es ese quien ocupa mis pensamientos.
—Me alegra saberlo, morenita. Ése tenía cara de saber más que los ratones coloraos.
Aquel comentario me hace soltar una carcajada y mi padre me acompaña con otra. Durante un buen rato demoramos el desayuno hasta que mira el reloj.
—Me tengo que ir al taller.
—Vale, papá, ¡te veo por la tarde!
—Pásate luego por el circuito. Estaré allí.
—¿Por el circuito? ¿Para qué?
Veo la risa en su mirada y, sin desvelarme nada, se levanta de la cama.
—Tú pásate sobre las cinco. Tengo una sorpresita para ti.
Mi padre y sus secretitos. Aunque rápidamente sé a lo que se refiere. Acepto la invitación mientras él se marcha y yo continúo poniéndome morada de tostadas.
34
A las once y media, mi amiga Rocío pasa a buscarme y juntas vamos a ver a su sobrino. Como me ha dicho mi padre, el niño es precioso. A la una ya estamos de vuelta en casa y nos bañamos en la piscina. El agua está fresquita y muy rica.
Rocío me cuenta sus cosas e intenta interrogarme sobre Fernando. Pero en cuanto ve que no quiero hablar sobre el tema, lo deja estar y hablamos de otras cosas. A las dos y media, mi amiga regresa a su casa y yo me quedo tirada en la piscina. Suena mi teléfono. Un mensaje. Es Fernando para invitarme a comer. Rechazo la invitación y me tiro en la hamaca a escuchar música.
Mi móvil pita de nuevo. Maldigo. Lo cojo pero me quedo sin aire cuando leo: «¿Tomas algo conmigo?». ¡Es Eric!
El corazón me palpita.
Eric está en Madrid y yo a demasiados kilómetros de él. Cojo la Coca-Cola y bebo. La garganta de pronto se me ha quedado seca y el móvil vuelve a sonar otra vez.
«Sabes que no soy paciente. Responde.»
Con las manos temblorosas comienzo a teclear, pero ¡no doy una! Finalmente consigo poner: «Estoy de vacaciones».
Lo envío y las tripas se me encogen hasta que oigo que el móvil pita y leo su respuesta. «Lo sé. Muy bonita la puerta roja del chalet de tu padre.»
Cuando leo eso, doy un chillido, suelto el móvil, cojo un pareo y corro hacia la puerta como alma que lleva el diablo. En mi carrera, arraso las sillas del patio y me dejo la cadera, pero no me importa.
¡Eric está allí!
Abro rápidamente la puerta pero es tal mi ceguera que no veo ningún coche que pueda ser de él, hasta que un pitido me hace mirar a mi derecha y veo un hombre sobre una imponente moto. Se baja de ella, se quita el casco y sus ojos y su boca me sonríen.
Sin importarme nada, ni nadie, corro hacia él y me tiro a sus brazos. Es tal mi impulso que estamos los dos a punto de rodar por el suelo, pero nada, absolutamente nada me importa. Sólo lo abrazo y me estremezco cuando vuelvo a oír su voz en mi oído:
—Pequeña… te he echado de menos.
Estoy nerviosa. ¡Histérica!
Eric, ¡mi Eric!, está entre mis brazos. En Jerez. En la puerta de la casa de mi padre. Me ha buscado. Me ha encontrado y eso es lo único que quiero pensar.
Cuando me separo de él, siento su mirada recorrer mi cuerpo y entonces soy consciente de mi estado.
—Eric, podías haber avisado. Mira qué pintas tengo.
Él no contesta. Sólo me mira y entonces me agarra de la nuca y me acerca a él, dispuesto a darme un apasionado beso que hace que todo Jerez tiemble.
—Estás preciosa, cariño.
¡Ay, Dios! Me va a dar algo ¡Y encima me llama cariño!
—¿Cómo está tu brazo? —pregunta de pronto.
Lo levanto y le enseño la marca de la plancha.
—Perfecto.
Eric hace un gesto con la cabeza y lo invito a pasar a mi casa.
Me sigue y le ofrezco una cerveza. La rechaza y pide agua. Lo hago esperar en la
piscina mientras me visto. Se resiste pero le hago entender que es la casa de mi padre y que puede aparecer en cualquier momento. Acepta mis explicaciones y accede a mi petición. Tardo en vestirme cinco minutos. Unos vaqueros, un top y arreando.
Cuando aparezco, Eric me mira.
—Has recibido un par de mensajes de Fernando.
Resoplo y, antes de poder responder, Eric me atrae hacia él y me besa con posesión. Sus besos me hacen entender que me ha echado tanto de menos como yo a él, y eso me gusta. Aunque aún me tiene que explicar muchas cosas. Entre besos, entramos en la cocina. Eric me sube a la mesa para continuar su reguero de besos, mientras me aprieta contra él.
Calor… tengo un calor horroroso y más cuando baja su cabeza y me muerde los pechos por encima del top. El ansia viva nos puede. Nos consume y al final soy yo la que, olvidándome de dónde estoy, de mi padre y de la Virgen de Triana que preside la cocina, le abro el vaquero, meto mis manos bajo los calzoncillos y lo toco. Le exijo más.
Eric, avivado por mis caricias, me desabrocha el vaquero, tira de él y me lo quita. A éste le siguen las bragas y siento el frío de la mesa sobre mis nalgas. Continúo sentada sobre la mesita y observo cómo se pone con rapidez un preservativo. Veo mi tatuaje pero él no lo ve. Está cegado por el sexo. ¡Me gusta!
Me atrae hacia él. Con las respiraciones entrecortadas y el deseo instalado en la mirada, coloca su pene en la entrada de mi vagina, lo introduce unos centímetros y después me agarra del trasero y con un certero movimiento lo introduce totalmente en mi interior, mientras veo que se muerde el labio.
Sí… Sí… Sí… Necesitaba sentir a Eric.
Sin hablar, me coge en volandas para ponerme más a su altura y me apoya contra el frigorífico. Lo beso… me besa con desesperación y sus acometidas fuertes y profundas contra mí me hacen gritar de puro placer. Una… dos… tres… Mi cuerpo lo recibe gustoso… cuatro… cinco… seis… ¡Quiero más! De nuevo, mi carne arde, mi vagina tiembla por su posesión y yo jadeo y me corro entre sus brazos. Soy feliz. Muy feliz y no quiero pensar en nada más mientras dejo que él me tome como le gusta. Como nos gusta. Rudo, posesivo y varonil.
Tras varias potentes embestidas en las que siento que me va a romper, Eric se echa hacia atrás y suelta un gruñido. Deja caer su cabeza sobre mi hombro y, durante unos minutos, los dos permanecemos apoyados en el frigorífico.
—¿Qué haces aquí, Eric?
—Me moría por volverte a verte.
Escuchar aquello me hace cerrar los ojos. Adoro escuchar aquello pero no entiendo por qué no ha venido a verme antes. Finalmente me besa, me baja al suelo y pasamos por el baño para asearnos un poco antes de salir de la casa de mi padre entre besos y risas. Me pide que vayamos a comer a algún lado y al llegar hasta la espectacular moto que ha traído pregunto:
—¿Es tuya?
No responde. Se encoge de hombros y me entrega el otro casco para que me lo ponga.
—¿Te dan miedo?
Me pongo el casco que él me da.
—Miedo no, respeto.
Eric sonríe. Se monta y arranca la moto.
—Agárrate a mí con fuerza. Si en algún momento tienes miedo, me lo dices, ¿de
acuerdo?
Asiento y emprende la marcha.
Le indico por las calles de Jerez y comemos en el restaurante de Pachuca, una amiga de mi padre. Ésta, al verme entrar tan bien acompañada, me guiña el ojo y nos lleva hasta la mejor mesa que tiene. Luego me besuquea y me regaña por ir tan poco a visitarla, mientras observo que Eric teclea algo en el móvil. Cuando por fin termina con sus besos y reproches, nos entrega la carta.
—Niña, pide el salmorejo, que hoy me ha salido de escándalo.
Miro a Eric y pregunto:
—¿Te gusta el salmorejo?
—¿Eso qué es? —pregunta divertido
—Mira, siquillo —le explica la Pachuca—, es una especie de gaspasito pero más consentraíto. Si te gusta la verdura, te aseguro que el salmorejo de la Pachuca te gustará.
Los dos respondemos al unísono: ¡salmorejo para los dos!
—¿Y de segundo qué nos ofreces?
La Pachuca sonríe y dice:
—Tengo atún ensebollaíto que quita tó er sentío, o chuletitas. ¿Qué preferís?
—Atún —responde Eric.
—Yo también.
Cuando se marcha la Pachuca, Eric me mira y extiende sus manos por encima de la mesa para coger las mías. No decimos nada. Sólo nos miramos hasta que él rompe el hielo:
—Soy un gilipollas.
—Exacto. Lo eres.
Ese comentario me demuestra que recibió mis correos.
—Quiero que sepas que me volví loco al recibir tu último correo.
Le suelto las manos.
—Te lo merecías.
—Lo sé…
—Hice lo que me pediste. Y como tu secuaz no podía ver lo que hacía dentro de la habitación, decidí ser yo quien te lo enseñara.
Miro sus manos. Sus nudillos se ponen tensos. Se blanquean.
—Admito mi error, pero ver lo que vi no me gustó.
Eso me sorprende. Me recuesto sobre la silla.
—¿No te gustó ver cómo jugaba con otro?
Eric me mira. Su mirada se torna sombría.
—No, si en ese juego no estaba yo.
Me niego a confesarle que para mí sí estaba en ese juego.
—¿Me perdonas?
—No lo sé. Lo tengo que pensar, Iceman.
—¿¡Iceman!?
Sonrío, pero no le revelo que fue Miguel quien le puso el mote.
—Tu frialdad en ocasiones te convierte en un hombre de hielo. ¡Iceman!
Asiente. Clava su mirada en mí y me exige que le dé de nuevo la mano.
—Te pido disculpas por no haberte llamado en todo este tiempo. Pero créeme si te digo que he estado muy liado.
—¿Por qué no podías?
Lo piensa. Lo piensa… Lo piensa y, finalmente, parece haber dado con la respuesta:
—Prometo que la próxima vez te llamaré.
Intento poner cara de enfado. No me ha respondido, pero no puedo estar enfadada con él. Estoy tan… tan feliz porque me haya buscado y esté allí conmigo que sólo puedo sonreír como una tonta y dejarme llevar por la felicidad. Mi móvil suena. Es Fernando. Eric ve el nombre que se enciende en la pantalla.
—Cógelo, si quieres.
—No… ahora no. —Apago el móvil.
La comida, como bien dijo la Pachuca, está buenísima. El salmorejo está de lujo. Y el atún, de relujo. Cuando salimos del restaurante miro el reloj. Las cuatro y cuarto. Entonces me acuerdo de que a las cinco he quedado con mi padre.
—¿Te apetece conocer el circuito de Jerez?
Eric me acerca a él y susurra cerca de mi boca:
—Pequeña, por apetecerme, me apetece otra cosa. Vamos, he alquilado una villa que…
—¿Has alquilado una villa?
—Sí. Quiero estar cerca de ti.
Su cercanía, su voz y su sugerencia me hacen jadear. Por mi cabeza cruza la idea de correr a la villa, pero no. No lo voy a hacer por mucho que me apetezca. No.
—He quedado con mi padre a las cinco en el circuito. ¿Te apetece conocerlo?
—¿A tu padre?
—Sí. A mi padre. Pero, tranquilo, ¡no se come a los alemanes!
Mi comentario vuelve a hacerlo sonreír. Y, tras darme un azote, me entrega el casco.

—Vayamos a conocer a tu padre. 

Volver a capítulos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ir a todos los Libros