15
Ataviada con un bonito vestido
rojo que me he comprado esta tarde, me miro en el espejo de la habitación. Me
he hecho un moño alto, y mi apariencia es sofisticada. Llueve una barbaridad.
Hay una tormenta tremenda, y los truenos me hacen encogerme. No soy miedosa,
pero los truenos nunca me han gustado.
Llamo a mi padre por teléfono a
Jerez y hablo con él y con mi hermana. De fondo escucho las risotadas de mi
sobrina y se me encoge el corazón. Mientras charlamos por teléfono, todos
parecemos felices, a pesar de que sabemos que nos echamos mucho de menos.
Muchísimo.
Tras colgar el teléfono algo
emocionada, decido retocarme el maquillaje. He llorado, tengo la nariz como un
tomate y necesito una puesta a punto. Cuando creo que ya estoy totalmente
presentable otra vez, salgo de la habitación y, tras bajar por la presidencial
escalera, aparezco en el salón. Es la última noche del año y quiero pasarlo
bien con Eric y Flyn. Eric, al verme aparecer, se levanta y camina hacia mí.
Está guapísimo con su traje oscuro y su camisa celeste.
—Estás preciosa, Jud. Preciosa.
Me besa en los labios y su beso
me sabe a deseo y amor. Durante una fracción de segundo nos miramos a los ojos,
hasta que una vocecita protesta.
—Dejad de besaros ya. ¡Qué asco!
Flyn no soporta nuestras
demostraciones de afecto, y eso nos hace sonreír, aunque al niño no le parece
gracioso. Cuando me fijo en él, va vestido como Eric, pero ¡en miniatura!
Asiento con aprobación.
—Flyn, así vestido, te pareces
mucho a tu tío. Estás muy guapo.
El crío me mira y esboza una
sonrisita. Le ha gustado mi comentario sobre que se parece a su tío, pero, aun
así, me apremia para cenar.
—Vamos..., llegas tarde y tengo
hambre.
Miro el reloj. ¡No son ni las
siete!
¡Por Dios!, pero ¿cómo pueden
cenar tan pronto?
Este horario guiri me va a matar.
Eric parece leer mis pensamientos y sonríe. Cuando me recompongo, contemplo la
preciosa y engalanada mesa que Simona y Norbert nos han preparado y pregunto
mientras Eric me guía hacia una de las sillas:
—Bueno, y en Alemania, ¿qué se
cena la última noche del año?
Pero antes de que me puedan
responder se abre la puerta y aparecen Simona y Norbert con dos soperas que
dejan sobre la bonita mesa. Sorprendida, observo que en una de las soperas hay
lentejas, y en otra, sopa.
—¿Lentejas? —digo entre risas.
—¡Puag! —gesticula Flyn.
—Es tradición en Alemania, al
igual que en Italia —contesta Eric, feliz.
—La sopa es de chicharrones con
salchichas, señorita Judith, y está muy sabrosa —indica Simona—. ¿Le pongo un
poquito?
—Sí, gracias.
Simona llena mi plato, y todos me
miran. Esperan que la pruebe. Cojo mi cuchara y hago lo que desean.
Efectivamente, está muy buena. Sonrío, y los demás también lo hacen.
Incapaz de callar lo que pienso,
mientras Norbert bromea con Flyn y Simona le llena el plato de sopa, miro a
Eric y cuchicheo:
—¿Por qué no les dices a Simona y
Norbert que se sienten con nosotros a cenar?
Mi propuesta en un principio le
sorprende, pero tras entender lo que pretendo finalmente accede.
—Simona, Norbert, ¿les apetece
cenar con nosotros?
El matrimonio se mira. Por su
cara imagino que es la primera vez que Eric les propone algo así.
—Señor —responde Norbert—, se lo
agradecemos mucho, pero ya hemos cenado.
Eric me mira. Como estoy
dispuesta a conseguir mi propósito, digo sonriente:
—Me encantaría que para el postre
se sentaran con nosotros, ¿me lo prometen?
El matrimonio se vuelve a mirar,
y al final, ante la insistencia de Flyn, Simona sonríe y asiente.
Diez minutos después, tras acabar
la sopa, Simona y Norbert entran con más platitos. Me quedo mirando fijamente
uno.
—Eso es verdura. Se llama sauerkraut
—indica Eric—. Es col agria. Pruébala.
—Sí. Está muy rico —señala Flyn.
Su gesto me demuestra que no le
gusta y, por la pinta que tiene, no me llama. Decido declinar la oferta con la
mejor de mis sonrisas y cojo un panecillo con algo que parece una salchicha
blanca.
De pronto, veo que Norbert deja
unas bandejas sobre la mesa. Aplaudo. Langostinos, queso y jabón ibérico. ¡Olé!
Eric, al ver mi gesto, coge mi mano.
—No olvides que mi madre es
española y tenemos muchas costumbres que ella nos ha inculcado.
—¡Mmm, me encanta el jamón!—añade
el pequeño.
El jamoncito está de vicio.
¡Dios, qué maravilla! Y cuando traen el asado de pato, ya no puedo más. Pero
como no quiero hacer un feo, me sirvo un poquito, y la verdad, ¡está exquisito!
También pruebo un queso alemán
fundido y col con zanahoria. Me dicen que son comidas tradicionales para traer
la estabilidad financiera, y como estoy en paro, ¡me pongo morada!
La cena es en todo momento amena,
aunque me doy cuenta de que soy yo quien lleva el hilo de la conversación.
Eric, con mirarme y sonreír, tiene bastante. Flyn intenta obviarme, pero la
edad es un grado, y cuando hablo de juegos de la Wii o la PlayStation, es
incapaz de no sumarse a la conversación. Eric sonríe y, acercándose a mí,
murmura:
—Eres increíble, cariño.
Cuando decido que no voy a comer
nada más para no reventar, aparecen Simona y Norbert con un postre que tiene
una pinta maravillosa y que con sólo verlo ya lo quiero devorar.
—Bienenstich de Simona.
¡Qué rico! —aplaude Flyn, emocionado.
Sin que pueda apartar mis ojos de
ese pastel con tan buena pinta, pregunto:
—¿Qué es eso?
—Es un postre alemán, señorita
—indica Norbert—, que a mi Simona le sale de maravilla.
—¡Oh, sí! Es el mejor bienenstich
que comerás en tu vida —me asegura Eric, divertido.
La mujer, emocionada al sentirse
el centro de atención de todos, en especial de los tres hombres de la casa,
sonríe y se dirige a mí:
—Es una receta que ha pasado de
mi abuela a mi madre, y de mi madre a mí. El bienenstich está
confeccionado por capas. La de abajo es masa quebrada con levadura; la segunda
es un relleno de azúcar, mantequilla y crema de almendras que yo trituro hasta
hacerla cremosa, y la de arriba es de nuevo masa quebrada con almendras
caramelizadas.
—¡Mmm, qué rico! —susurro. Y
levantándome con decisión, añado—: Como éste es el postre, se tienen que sentar
con nosotros a comerlo. —Simona y Norbert se miran, y antes de que digan nada,
les recuerdo—: ¡Me lo han prometido!
Eric sigue mi ejemplo; se
levanta, retira una silla y le dice a la mujer:
—Simona, ¿serías tan amable de
sentarte?
La mujer, casi sin respirar, se
sienta, y junto a ella, su marido, y yo, acercándome, pregunto:
—Esto se corta como si fuera una
tarta, ¿verdad?
Simona asiente.
—Muy bien, pues seré yo quien os
sirva a todos este fantástico bienenstich. —Luego, miro al niño y le
pido—: Flyn, ¿podrías traer dos platitos más para Simona y Norbert?
El pequeño, dichoso, se levanta,
corre hacia la cocina y regresa con los dos platos. Con decisión, corto cinco
trozos y los reparto, y una vez que me siento en mi silla, Eric me mira,
satisfecho.
—Vamos..., atacadlo antes de que
yo me lo coma todo —murmuro, haciéndoles reír a todos.
Entre risas y ocurrencias
devoramos el maravilloso postre. Sorprendida, observo cómo las cuatro personas
que me rodean disfrutan del momento como algo único, y yo soy tremendamente
feliz. Entonces, les propongo que me canten un villancico alemán, y rápidamente
Norbert se arranca con el tradicional O Tannenbaum.
O Tannenbaum, O
Tannenbaum,
wie treu sind
deine Blätter.
Du grünst nicht
nur zur Sommerzeit,
nein auch im
Winter, wenn es schneit.
O Tannenbaum, O
Tannenbaum,
wie grün sind
deine Blätter!
Los escucho, maravillada. Eric,
con su sobrino sentado en su regazo, también canta ese villancico tan alemán
que me pone la carne de gallina. Ver a esas cuatro personas unidas por la
música me hace recordar a mi familia. Con seguridad, mi padre y mi hermana
estarán rebañando el cordero, y mi sobrina y mi cuñado riendo por las bromas.
Eso me
emociona, y los ojos se me llenan
de lágrimas.
Pero cuando acaban la canción
aplaudo, y rápidamente Flyn, que ha entrado en el juego que yo quería, pide que
yo cante uno en español. Mi mente va rápida, e intento pensar qué villancico él
ha podido escucharle a Sonia y me arranco con Los peces en el río.
Acierto, y el niño y Eric me siguen, y cantamos entre palmas.
Pero mira cómo
beben los peces en el río,
pero mira cómo
beben por ver a Dios nacido
Beben, y beben,
y vuelven a beber,
los peces en el
río por ver a Dios nacer.
Cuando acabamos, esta vez son
Simona y Norbert quienes nos aplauden, y nosotros nos sumamos a los aplausos.
¡Qué momento tan bonito y
familiar!
Eric descorcha una botella de
champán, llena todas las bonitas copas y a Flyn le pone zumo de piña. Todos
brindamos por san Silvestre.
Cuando Simona se empeña en
recoger la mesa, quiero ayudarla. Al principio, ella y Norbert se quejan, pero
al final desisten al escuchar a Eric decir:
—Simona, si Jud ha dicho que te
ayuda, nada la va a detener.
La mujer se da por vencida y,
encantada, la ayudo. Consigo que Norbert se quede con Eric y Flyn en el salón,
hablando. Cuando regreso para quitar los últimos platos, Simona me susurra:
—No, señorita Judith..., esos
platos hay que dejarlos sobre la mesa hasta bien entrada la madrugada. En
Alemania es tradición dejar las sobras de lo cenado en la mesa. Eso nos asegura
que el año que viene tendremos la despensa bien llena.
Inmediatamente, suelto los platos
con alegría.
—Pues ¡ea! ¡Todo sea por la
despensa llena!
Durante un rato los cinco nos
reímos mientras contamos anécdotas graciosas. Entre risas me comentan que allí
es tradición un juego llamado Bleigiessen, y sorprendida escucho que se venden
kits de Bleigiessen con los significados.
El Bleigiessen es un ritual para
predecir o adivinar el futuro. Se funde plomo en una cuchara con el fuego de
una vela y, una vez fundido, las gotas de plomo se echan a un recipiente con
agua fría y se deja que endurezcan. Cada persona coge luego una de esas formas
y, con la ayuda del kit, predice su futuro.
—Si el plomo tiene forma de mapa
—dice Flyn, gozoso—, es que vas a viajar mucho.
—Si tiene forma de flor —indica
Norbert—, significa que habrá nuevos amigos.
—Y si sale en forma de corazón
—explica sonriendo Simona—, es que el amor llegará pronto.
Eric está disfrutando. Lo veo en
su cara y en su forma de sonreír. Finalmente, se levanta de la mesa, nos invita
a todos a sentarnos en el sillón y dice mientras pone la televisión:
—Jud, en Alemania hay otra
tradición. Resulta algo extraña, pero es una tradición.
—¿Ah, sí? ¿Y cuál es? —pregunto,
curiosa.
Todos sonríen, y Eric, tras darme
un dulce beso en la mejilla, indica:
—Los alemanes, después de la cena
de Nochevieja y antes de salir a admirar los fuegos artificiales, solemos ver
un vídeo cómico, bastante antiguo, en blanco y negro, llamado Dinner for One.
Mira..., empieza tras los anuncios.
Los demás asienten y se acomodan,
y Eric, al ver que me río, murmura:
—No te rías, morenita. ¡Es una
tradición! Todos los canales de televisión lo emiten año tras año el 31 de
diciembre. Pero lo más curioso de todo es que es un sketch en inglés,
aunque en algunos canales lo ponen con subtítulos en alemán.
—¿Y de qué trata?
Eric me acomoda entre sus brazos
y, mientras comienza el sketch, susurra en mi oreja:
—La señora Sophie celebra su
noventa cumpleaños en compañía de James, su mayordomo, y varios amigos que ya
no están porque han muerto. Lo gracioso es ver cómo el mayordomo, durante la
velada, se hace pasar por cada uno de los amigos de la señora.
De pronto, para de hablar porque
comienza a reír por lo que ve en la televisión. En el tiempo que dura el vídeo
los miro con sorpresa a todos. Se divierten tanto que hasta Flyn abandona su
habitual ceño fruncido para reír abiertamente ante las cosa que hace el
mayordomo de la televisión.
Cuando acaba el sketck, Simona
va a la cocina y regresa con cinco vasitos con uvas. Miro la fruta con asombro.
—Recuerda que mi madre es
española —señala Eric—. Las uvas nunca han faltado en una noche así.
Emocionada, atontada y feliz por
unas simples uvas, grito cuando Eric pone el canal internacional y conecta con
la Puerta del Sol de Madrid.
¡¡Aisss, mi España!!
¡Viva España!
Me siento más española que nunca.
Quedan quince minutos para que
acabe el año y ver en la televisión mi querido Madrid hace que me emocione.
Flyn me mira sorprendido, y Eric se acerca a mí para decir en mi oreja:
—No me llores, cariño.
Me trago las lágrimas y sonrío.
—Tengo que ir al baño un
segundito.
Desaparezco todo lo rápidamente
que puedo.
Cuando entro en el baño y cierro
la puerta, mi boca se contrae y lloro. Pero mis lágrimas son extrañas. Estoy
feliz porque sé que mi familia está bien. Estoy feliz porque Eric está a mi
lado. Pero las puñeteras lágrimas se empeñan en salir.
Lloro, lloro y lloro, hasta que
consigo controlar el llanto. Me echo agua en la cara y, después de unos minutos
en el baño, suenan unos golpecitos en la puerta. Salgo y Eric, preocupado, me
pregunta:
—¿Estás bien?
—Sí —afirmo con un hilo de voz—,
sólo que es la primera vez que estoy lejos de mi familia en una noche tan
especial.
Mi cara y, sobre todo, mis ojos
le indican lo que me pasa y me abraza.
—Lo siento, cariño. Siento que,
por estar aquí conmigo, estés pasando un mal rato.
Sus palabras, de pronto, me
reconfortan, me hacen sonreír, y le beso en los labios.
—No lo sientas, cielo. Está
siendo una Navidad muy mágica para mí.
No muy convencido con lo que he
dicho, clava sus impactantes ojos en mí y cuando
va a añadir algo más, le doy un
rápido beso en los labios.
—Vamos..., regresemos al salón.
Flyn, Simona y Norbert nos esperan.
Cuando el reloj de la Puerta del
Sol comienza a sonar, les indico que ésos son los cuartos. Y cuando comienzan
las verdaderas campanadas los animo a todos a meterse una uva en la boca. Para
Flyn y Eric eso es algo que ya han hecho en otras ocasiones, pero para Norbert
y Simona no, y me río al ver sus caras.
Uva a uva, mi carácter se
refuerza.
Una. Dos. Tres. Papá, Raquel, Luz
y mi cuñado están bien.
Cuatro. Cinco. Seis. Yo soy
feliz.
Siete. Ocho. Nueve. ¿Qué más
puedo pedir?
Diez. Once. Doce. ¡Feliz 2013!
Tras el último campanazo, Eric me
va a abrazar, pero Flyn se mete entre los dos y nos separa. Yo sonrío y le
guiño un ojo. Es normal. El pequeño quiere ser el primero. Norbert y Simona, al
ser testigos de lo ocurrido, me abrazan y dicen en alemán:
—Gutes Neues
Jahr!
Incapaz de contener mis impulsos,
los besuqueo y, entre risas, les hago repetir en español:
—¡Feliz Año Nuevo!
El matrimonio se divierte
repitiendo lo que yo les digo, riendo y dando muestras de su felicidad. Norbert
y Simona después le dan la mano a Eric y se desean un Feliz Año mientras Flyn
no se separa de su lado. Me agacho para estar a su altura y, sin que él proteste,
le beso en la mejilla.
—Feliz Año, precioso. Que este
año que comienza sea maravilloso y espectacular.
El pequeño me devuelve el beso y,
para mi asombro, sonríe. Norbert lo coge entre sus brazos, y Eric rápidamente
me mira, me abraza y con todo su amor murmura en mi oído, poniéndome la carne
de gallina:
—Feliz Año Nuevo, mi amor.
Gracias por hacer de esta noche algo muy especial para todos nosotros.
16
Los días pasan y estar junto a
Eric es lo mejor que me ha ocurrido. Me quiere, me mima y está pendiente de
todo lo que necesito. Flyn es otro cantar. Rivaliza conmigo en todo, y yo
intento hacerle ver que no soy su adversario. Si hago una tortilla de patatas,
no le gusta. Si bailo y canto, me mira con desprecio. Si veo algo en la
televisión, se queja. Directamente no me soporta y no lo disimula. Eso me pone
cada día más frenética.
Hablo con mi familia en Jerez, y
todos están bien. Eso me reconforta. Mi hermana me cuenta lo cansadísima que
está con el embarazo y la guerra que le da mi sobrina. Yo sonrío. Imagino a Luz
histérica en espera de que los Reyes Magos la visiten. ¡Qué linda que es mi
Luz!
Una mañana llego a la cocina y
pillo a Simona mirando la televisión. Está tan concentrada en lo que ve que no
me oye. Cuando estoy ya a su lado, la veo angustiada, asustada.
—¡Dios mío, ¿qué te ocurre?!
La mujer se seca los ojos con una
servilleta y mirándome murmura.
—Estoy viendo «Locura esmeralda»,
señorita.
Sorprendida, miro la tele y veo
que se trata de una telenovela. ¿En Alemania ven culebrones mexicanos? Se me escapa
una sonrisa, y Simona me imita.
—Creo que a usted también le
gustaría, señorita Judith. ¿En España no conocen esta novela?
—No me suena, pero estos
culebrones no me van.
—Créame que a mí tampoco, pero en
Alemania está causando furor. Todo el mundo ve «Locura esmeralda».
Cuando estoy a punto de reírme,
una vez superado el asombro, ella añade:
—Trata sobre la joven Esmeralda
Mendoza. Ella es una bella joven que trabaja de sirvienta para los señores
Halcones de San Juan. Pero todo se complica cuando regresa de Estados Unidos el
hijo pródigo Carlos Alfonso Halcones de San Juan y se encapricha de Esmeralda
Mendoza. Pero ella ama en secreto a Luis Alfredo Quiñones, el hijo bastardo del
señor Halcones de San Juan, y ¡oh, Dios!, es todo tan difícil...
Boquiabierta y divertida, escucho
con atención lo que la mujer me dice. ¡Vaya pedazo de culebrón que me está
contando! A mi hermana le encantaría. Al final, sin saber por qué, me siento
con ella y, de pronto, estoy sumergida en la historia.
Marta, la hermana de Eric, pasa a
buscarme el día 2 de enero. Le he comentado que necesito hacer unas compras
navideñas y gustosa se ofrece a acompañarme. Eric, encantado por verme sonreír,
me da un beso en los labios cuando me voy.
—Pásalo bien, cariño.
Hace un frío que pela. Estamos a
2 grados bajo cero a las once y media de la mañana. Pero me siento feliz por la
compañía de Marta y sus divertidas ocurrencias. Llegamos hasta la plaza central
de Múnich, Marienplatz, una plaza majestuosa, rodeada de edificios
impresionantes. Aquí hay un enorme y precioso mercadillo callejero donde hago
varias compras.
—¿Ves aquel balcón? —Asiento, y
Marta prosigue—: Es el balcón del ayuntamiento y desde ahí todos las tardes
tocan música en vivo.
De pronto, un puesto multicolor
con infinidad de árboles de Navidad llama mi atención. Los hay rojos, azules,
blancos, verdes y de distintos tamaños. En su mayoría están decorados con
fotografías, notitas con deseos, macarrones o CD de plásticos. ¡Me encanta!
Miro a Marta y pregunto:
—¿Qué crees que pensará tu
hermano si pongo un árbol de éstos en su salón?
Marta enciende un cigarrillo y se
ríe.
—Le horrorizará.
—¿Por qué?
Acepto un cigarrillo mientras
Marta mira los coloridos árboles artificiales.
—Porque estos árboles son
demasiado modernos para él y, sobre todo, porque nunca lo he visto poner un
árbol de Navidad en su casa.
—¿En serio? —Estoy perpleja y a
la vez convencida de lo que quiero hacer—. Pues lo siento por él, pero yo no
puedo vivir sin tener mi árbol de Navidad. Por lo tanto, le horrorice o no, se
tendrá que aguantar.
Marta suelta una carcajada, y sin
más, decido comprar un árbol rojo de dos metros. ¡La bomba! Compro también
infinidad de cintas de colores con campanillas colgando. Quiero decorar la casa
como se merece. ¡Aún es Navidad! Lo dejo pagado y prometemos regresar al final
del día a recogerlo.
Durante más de una hora las dos
seguimos comprando regalitos y, cuando nuestras narices están rojas por el
frío, Marta me propone ir a tomar algo. Acepto. Estoy muerta de frío, hambre y
sed. Me dejo guiar por ella por las bonitas calles de Múnich.
—Te voy a llevar a un sitio muy
especial. Otro día que salgamos te llevaré a comer al restaurante que hay en la
Torre Olímpica. Es giratorio, y verás unas maravillosas vistas de Múnich.
Congelada, asiento mientras
observo que allí todos los taxis son de color crema y la mayoría Mercedes-Benz.
¡Vaya lujazo! Pocos minutos después, cuando entramos en un enorme lugar, Marta
indica con orgullo:
—Querida Judith, como buena
muniquesa que soy, tengo el orgullo de decirte que estás en la Hofbräuhaus, la
cervecería más antigua de mundo.
Entusiasmada, miro a mi
alrededor. El lugar es precioso. Con solera. Observo los techos abovedados
recubiertos de curiosas pinturas y los largos y grandes bancos de madera donde
la gente se divierte bebiendo y comiendo.
—Ven, Jud, vamos a tomar algo
—insiste Marta, cogiéndome del brazo.
Diez minutos después, estamos
sentadas en uno de los bancos de madera junto a otras personas. Durante una
hora hablamos y hablamos mientras disfruto de una estupenda cerveza Spatenbräu.
El hambre aprieta y decidimos
pedir varias cosas y comer para después proseguir con nuestras compras. Dejo a
Marta que elija, y pide leberkäs, que es embutido caliente, albóndigas
de harina con carne picada y tocino, y una crujiente rosquilla salada en forma
de ocho a la que se le pueden untar salsas. ¡Todo exquisito!
—Bueno, ¿qué te parece Múnich?
Una vez que mastico y trago un
trozo de la crujiente rosquilla, respondo:
—Lo poco que he visto hasta
ahora, majestuoso. Creo que es una ciudad muy señorial.
Marta sonríe.
—¿Sabías que a los de Múnich se
nos conoce como los mediterráneos de Europa?
—No.
Ambas nos reímos.
—¿Has venido para quedarte con
Eric?
¡Vaya, directa y al grano!, como
a mí me gusta. Y dispuesta a ser sincera, digo:
—Sí. Somos como el fuego y el
hielo, pero nos queremos y deseamos intentarlo.
Marta aplaude, feliz, y los que
están a nuestro lado la miran extrañados. Pero sin importarle en absoluto las
miradas de los otros, cuchichea:
—Me encanta. ¡Me encanta! Espero
que mi hermanito aprenda que la vida es algo más que trabajo y seriedad. Creo
que tú vas a abrirle los ojos en muchos sentidos, pero siento decirte que eso
te va a traer más de un problema. Lo conozco muy bien.
—¿Problema?
—¡Ajá!
—Pues yo no quiero problemas. —Al
decir eso me acuerdo de la canción de David de María e inevitablemente sonrío—.
¿Por qué crees que voy a tener problemas con Eric?
Marta se limpia los labios con
una servilleta y contesta:
—Eric nunca ha vivido con nadie,
excepto estos últimos años con Flyn. Se independizó muy pronto, y si hay algo
que no soporta es que se inmiscuyan en su vida y en sus decisiones. Es más, me
encantaría contemplar su cara cuando vea el árbol de Navidad rojo y las cintas
de colores que has comprado. —Ambas nos reímos, y prosigue—: Conozco a ese
cabezón muy bien y estoy segura de que vas a discutir con él. Por cierto, en lo
referente a la educación de Flyn, es una cosa mala. Lo tiene sobreprotegido.
Sólo le falta meterlo en una urna de cristal.
Eso me provoca risa.
—No te rías. Tú misma lo vas a
comprobar. Y fíjate lo que te digo: mi hermano no aprobará el regalo que le has
comprado a Flyn.
Miro hacia la bolsa que Marta
está señalando y, sorprendida, pregunto:
—¿Que no aprobará el skateboard?
—No.
—¿Por qué? —inquiero al pensar en
cómo me divierto con mi sobrina y su skate.
—Eric rápidamente valorará los
peligros. Ya lo verás.
—Pero si le he comprado casco,
rodilleras y coderas para que cuando se caiga no se haga daño...
—Da igual, Judith. En ese regalo,
Eric sólo verá peligro y se lo prohibirá.
Media hora después salimos del
local y nos dirigimos hacia la calle Maximilianstrasse, considerada la milla de
oro de Múnich. Entramos en la tienda de D&G y aquí Marta se lanza a por
unos vaqueros. Mientras ella se los prueba, rápidamente le compro una camiseta
que he visto que le ha gustado. Visitamos infinidad de tiendas exclusivas, a
cuál más cara, y cuando entramos en Armani, decido comprarle una camisa blanca
con rayitas azules a Eric. Va a estar guapísimo.
Una vez que finalizamos las
compras, regresamos a la plaza del ayuntamiento a recoger mi bonito árbol de
Navidad. Marta se ríe. Yo también, aunque ya comienzo a dudar
de si he hecho bien al comprarlo.
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