Erika
dejó la taza de café sobre la mesa y le dio la espalda a Mikael. Se acercó a la
ventana y se puso a contemplar las vistas sobre Gamla Stan. Estaban a 3 de
enero y eran las nueve de la mañana. La nieve había desaparecido ya a causa de
las lluvias caídas en Nochevieja y Año Nuevo.
—Siempre
me han gustado estas vistas —dijo ella—. Sólo una casa como ésta podría hacerme
abandonar Saltsjöbaden.
—Tienes
las llaves. Abandona la reserva de ricos en la que vives y vente cuando quieras
—replicó Mikael.
Cerró
la maleta y la dejó en la entrada. Erika se dio la vuelta y se quedó mirándolo
algo incrédula.
—Esto
es increíble. Estamos en medio de una tremenda crisis y a ti no se te ocurre
más que hacer las maletas y largarte a vivir al culo del mundo.
—Hedestad.
A unas horas de tren. Y no es para siempre.
—Para
mí es como si fuera Ulan Bator. ¿No te das cuenta de que va a parecer que huyes
como un perro con el rabo entre las piernas?
—Bueno,
en el fondo es lo que estoy haciendo. Además, este año también tengo que
cumplir la sentencia.
Christer
Malm estaba sentado en el sofá. Se sentía algo incómodo; desde que fundaron Millennium era
la primera vez que veía a Erika y Mikael en tan irreconciliable desacuerdo.
Siempre habían sido inseparables. Es cierto que podían enzarzarse en acaloradas
discusiones, pero siempre a causa de temas muy concretos; y cuando las cosas se
aclaraban, terminaban abrazándose y yéndose por ahí de juerga. O directos a la
cama. Ese último otoño no había sido precisamente alegre y ahora un abismo
parecía abrirse entre ellos. Christer Malm se preguntó si estaba asistiendo al
principio del fin de Millennium.
—No
tengo elección —dijo Mikael—. No tenemos elección.
Se
sirvió café y se sentó a la mesa de la cocina. Erika, incrédula, movió la
cabeza de un lado para otro y se sentó enfrente.
—¿Tú
qué piensas, Christer? —preguntó ella.
Christer
hizo un gesto con las manos sin saber qué responder. Esperaba la pregunta y
temía el momento en el que se viera obligado a tomar partido. Era el tercer
socio, pero todo el mundo sabía que Millennium estaba
constituido por Mikael y Erika. Sólo le pedían su opinión cuando no se ponían
de acuerdo.
—Sinceramente
—contestó Christer—, los dos sabéis muy bien que mi opinión no cuenta.
Se
calló. A él lo que realmente le gustaba era el diseño gráfico; le encantaba
trabajar con las imágenes. Nunca se había considerado artista, pero sabía que
como diseñador tenía un don divino. En cambio, se le daban fatal las intrigas y
las decisiones sobre la política de la empresa.
Erika
y Mikael se miraron. Ella, enfadada y con bastante frialdad. Él, pensativo.
«Esto
no es ninguna pelea —pensó Christer Malm—. Es un divorcio.» Mikael rompió el
silencio:
—Vale,
déjame repasar los argumentos por última vez —dijo, mirando fijamente a Erika—.
Esto no significa que yo abandone Millennium; hemos trabajado demasiado duro y no
haré semejante cosa.
—Pero
a partir de ahora no estarás en la redacción; Christer y yo vamos a tener que
cargar con todo. ¿No lo entiendes? El que se exilia eres tú.
—Ése
es el segundo punto. Necesito un descanso, Erika. Ya no puedo más. Estoy hecho
polvo. Tal vez unas vacaciones pagadas en Hedeby sean justo lo que necesito.
—Toda
esa historia es absurda, Mikael. Ya puestos podrías irte a trabajar a Marte.
Total...
—Ya,
pero me van a pagar dos millones cuatrocientas mil coronas por pasarme allí un
año con el culo pegado a una silla; y no voy a estar de brazos cruzados. Ese es
el tercer punto. El primer asalto contra Wennerström ha finalizado y me ha
dejado KO. El segundo asalto ya ha empezado; intentará hundir a Millennium para
siempre porque sabe que mientras exista la revista habrá una redacción al tanto
de la clase de persona que es.
—Ya
lo sé. Lo he visto en los balances mensuales de los ingresos por publicidad del
último semestre.
—Exacto.
Por eso tengo que alejarme de la redacción. Soy una mosca cojonera para él. Le
vuelvo paranoico. Mientras yo no me vaya, seguirá adelante con la campaña.
Ahora hay que prepararse para el tercer asalto. Si vamos a tener la más mínima
oportunidad de darle fuerte a Wennerström, debemos retirarnos y diseñar una
estrategia completamente nueva. Sólo es cuestión de encontrar el arma. Ése será
mi trabajo durante este año.
—Todo
eso lo entiendo perfectamente —replicó Erika—. Cógete unas vacaciones. Viaja al
extranjero, túmbate en una playa un mes entero. Estudia la vida amorosa de las
mujeres españolas. Descansa. Vete a tu casita de Sandhamn y ponte a contemplar
el mar.
—Y
cuando vuelva no habrá cambiado nada. Wennerström acabará con Millennium. Tú lo sabes. Lo único que podría
detenerlo es que encontráramos algo sobre él y que lo usáramos en su contra.
—Y
crees que lo vas a encontrar en Hedestad.
—He
leído los recortes de prensa. Wennerström trabajó para el Grupo Vanger desde
1969 hasta 1972. Estuvo en las oficinas centrales del Grupo como responsable de
las inversiones estratégicas. Lo dejó de manera muy repentina. No podemos
descartar la posibilidad de que Henrik Vanger realmente tenga algo sobre él.
—Pero
si hizo algo hace treinta años, será imposible demostrarlo ahora.
—Henrik
Vanger ha prometido dar la cara en una entrevista y contar todo lo que sabe.
Está obsesionado con la historia de la familiar desaparecida. Al parecer, es lo
único que le interesa, y si eso conlleva hundir a Wennerström, creo que es muy
posible que lo haga. De todos modos, no podemos desaprovechar la oportunidad;
es el primero que ha dicho que está dispuesto a hablar on
the record sobre la mierda de Wennerström.
—Aunque
volvieras con las pruebas de que fue Wennerström quien estranguló a la chica,
no podríamos usarlas. No después de tanto tiempo. Nos fulminaría en el juicio.
—Ya
he pensado en eso, pero sorry. Estudió en la Escuela Superior de
Economía y no tenía ninguna relación con las empresas Vanger cuando ella
desapareció.
Mikael
hizo una pausa.
—Erika,
no voy a dejar Millennium, pero es importante que parezca que
sí. Tú y Christer tenéis que seguir adelante. Si podéis... si surge la
oportunidad de hacer las paces con Wennerström, debéis hacerlo. Y eso sería
imposible conmigo en la redacción.
—De
acuerdo, nuestra situación es horrible; pero creo que, yéndote a Hedestad, te
estás agarrando a un clavo ardiendo.
—¿Y
se te ocurre una idea mejor?
Erika
se encogió de hombros.
—Deberíamos
empezar a buscar fuentes. Reconstruir la historia desde el principio. Y hacerlo
bien esta vez.
—Ricky:
la historia está muerta y bien muerta.
Erika,
resignada, apoyó la cabeza entre las manos. Siguió hablando y, al principio, no
quiso mirarle a los ojos.
—Joder,
tío, me sacas de quicio. No porque la historia que escribiste fuera falsa: yo
también me la creí. Y tampoco porque abandones el cargo de editor jefe; es una
inteligente decisión ante una situación así. Acepto hacerlo de manera que dé la
impresión de que se trata de un conflicto o de una lucha de poder entre tú y
yo; entiendo la lógica si es cuestión de hacerle creer a Wennerström que yo soy
la típica rubia tonta e inofensiva y que tú representas su verdadera amenaza.
—Hizo una pausa y lo miró a los ojos con determinación—. Pero creo que te
equivocas. Wennerström no se va a dejar engañar. Seguirá intentando hundirnos.
La diferencia es que, a partir de ahora, tendré que enfrentarme a él
completamente sola; sabes que te necesitamos más que nunca en la redacción.
Vale, no me importa estar en pie de guerra con Wennerström; lo que me cabrea de
verdad es que abandones el barco así, sin más. Nos traicionas en el peor de los
momentos.
Mikael
alargó la mano y le acarició el pelo.
—No
estás sola. Tienes a Christer y al resto de la redacción apoyándote.
—Menos
Janne Dahlman. Por cierto, creo que fue un error contratarle. Es competente,
pero hace más daño que otra cosa. No me fío de él. Lleva todo el otoño
encantado con lo que nos está pasando. No sé si espera asumir tu papel o si
simplemente no funciona la química entre él y el resto de la redacción.
—Me
temo que tienes razón —contestó Mikael.
—¿Y
qué hago? ¿Lo despido?
—Erika
tú eres la redactora jefe y la principal dueña de Millennium. Si tienes que echarlo adelante.
—Nunca
hemos despedido a nadie, Micke. Y ahora incluso esa decisión me la dejas a mí.
Ya no me hace ilusión ir a la redacción cada mañana.
De
pronto, Christer Malm se puso de pie.
—Si
quieres coger ese tren, hay que ir saliendo ya.
Erika
empezó a protestar, pero Christer levantó una mano.
—Espera,
Erika; me has preguntado mi opinión. Creo que la situación es una mierda. Pero
si es como dice Mikael, si se siente quemado, entonces la verdad es que, por su
propio bien, tiene que irse. Se lo debemos.
Tanto
Mikael como Erika observaron con estupor a Christer, quien, avergonzado, miraba
de reojo a Mikael.
—Los
dos sabéis que Millennium sois
vosotros. Yo soy socio y siempre os habéis portado muy bien conmigo. Me encanta
la revista y todo eso, pero podríais sustituirme, sin más, por cualquier otro
diseñador artístico. Queríais mi opinión, ¿no? Ya la tenéis. En cuanto a Janne
Dahlman, estoy de acuerdo. Y si necesitas despedirlo, Erika, yo lo haré. Basta
con tener una razón legítima. —Hizo una pausa antes de continuar—. Estoy de
acuerdo contigo; no es el mejor momento para que Mikael se vaya, pero no creo
que tengamos elección —sentenció, y acto seguido se dirigió a Mikael—. Te llevo
a la estación. Erika y yo defenderemos nuestras posiciones hasta que vuelvas.
Mikael
asintió lentamente con la cabeza.
—Lo
que temo es que no vuelva —dijo Erika Berger en voz baja.
La
llamada de Dragan Armanskij despertó a Lisbeth Salander a la una y media del
mediodía.
—¿Eeepasa?
—preguntó medio dormida. La boca le sabía a alquitrán.
—Mikael
Blomkvist. Acabo de hablar con nuestro cliente, el abogado Frode.
—Ha
llamado y ha dicho que abandonemos la investigación sobre Wennerström.
—¿Abandonarla?
Pero si ya he empezado...
—Bueno,
pero Frode ya no tiene interés.
—¿Así,
sin más?
—Es
él quien decide. Si no quiere continuar, es que no quiere.
—Habíamos
hablado de una remuneración.
—¿Cuánto
tiempo le has dedicado al tema?
Lisbeth
Salander se quedó pensando.
—Más
de tres días enteros.
—Acordamos
un máximo de cuarenta mil coronas. Le enviaré una factura de diez mil y te daré
la mitad, lo cual me parece aceptable por habernos hecho perder el tiempo
durante tres días. Que las pague por haberlo encargado.
—¿Y
qué hago con el material que he sacado?
—¿Tienes
algún bombazo?
Lo
meditó un instante.
—No.
—Frode
no ha pedido ningún informe. Guárdalo durante algún tiempo, por si nos lo pide.
Si no, tíralo. Tengo otro trabajo para ti, para la semana que viene.
Tras
colgar Armanskij, Lisbeth Salander se quedó un rato con el teléfono en la mano.
Luego se acercó al salón, a su rincón de trabajo, y echó un vistazo a las notas
puestas en la pared y a la pila de folios de la mesa. La información que había
podido reunir estaba compuesta, fundamentalmente, por recortes de prensa y
textos bajados de Internet. Cogió los folios y los metió en un cajón.
Arqueó
las cejas. El raro comportamiento de Mikael Blomkvist en la sala del juzgado le
había parecido un interesante desafío; y a Lisbeth Salander no le gustaba dejar
a medias nada que ya hubiera empezado. «Todo el mundo tiene secretos. Sólo es
cuestión de averiguar cuáles.»Volver a Capítulos
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