A las
diez de la mañana, Mikael recogió a Lisbeth Salander en la puerta de su casa,
en Lundagatan, y la llevó al crematorio del cementerio norte. La acompañó
durante el funeral. Lisbeth y Mikael eran, junto con la oficiante, los únicos
allí presentes hasta que, al comenzar la ceremonia, Dragan Armanskij entró
repentina y sigilosamente por la puerta. Saludó a Mikael con un movimiento de
cabeza y se situó detrás de Lisbeth poniéndole cuidadosamente una mano sobre el
hombro. Ella inclinó la cabeza sin mirarle, como si supiera quién se hallaba a
sus espaldas. Luego los ignoró a los dos.
Lisbeth
no había contado nada sobre su madre, pero, al parecer, la reverenda había
hablado con alguien de la residencia donde falleció; Mikael comprendió que la
causa de la muerte había sido un derrame cerebral. Lisbeth no pronunció palabra
durante todo el acto. La reverenda perdió el hilo dos veces al dirigirse a
Lisbeth, quien la miró fijamente a los ojos sin contestar. Al terminar el funeral,
Lisbeth se dio la vuelta y se marchó sin dar las gracias ni despedirse de
nadie. Mikael y Dragan tomaron aire profundamente y se miraron de reojo. No
tenían ni idea de lo que estaba pasando por la cabeza de Lisbeth.
—Se
encuentra muy mal —dijo Dragan.
—Ya
me he dado cuenta —contestó Mikael—. Qué bien que hayas venido.
—No
estoy tan seguro. —Armanskij clavó la mirada en Mikael—. ¿Os vais otra vez para
el norte? Échale un ojo.
Mikael
se lo prometió. Se despidieron delante de la puerta de la iglesia. Lisbeth ya
esperaba en el coche.
Ella
tenía que ir a Hedestad para buscar su moto y el equipo que tomó prestado de
Milton Security. No rompió el silencio hasta que pasaron Uppsala, cuando le
preguntó por el viaje a Australia. Mikael había aterrizado en Arlanda la noche
anterior, muy tarde, y sólo había dormido un par de horas. Durante el trayecto
le relató la historia de Harriet Vanger. Lisbeth Salander permaneció callada
durante media hora antes de abrir la boca.
—Bitch —soltó.
—¿Quién?
—La
Harriet Vanger de los cojones. Si hubiese hecho algo en 1966, Martin Vanger no
habría seguido asesinando y violando a mujeres durante treinta y siete años.
—Harriet
conocía los asesinatos de su padre, pero no tenía ni idea de que Martin
estuviera involucrado. Huyó de un hermano que la violaba, y que amenazaba con
revelar que ella había ahogado a su padre si no hacía lo que él le decía.
—Bullshit.
No
hablaron más hasta que entraron en Hedestad. Lisbeth estaba de un humor
particularmente sombrío. Mikael llegaba tarde a la reunión acordada, así que la
dejó en el cruce del camino que llevaba a la isla de Hedeby y le preguntó si
todavía se hallaría en casa cuando él volviera.
—¿Piensas
pasar la noche aquí? —preguntó ella.
—Supongo
que sí.
—¿Quieres
que yo esté cuando regreses?
Él
se bajó, bordeó el coche y la abrazó. Lisbeth le apartó de un empujón, casi
violentamente. Mikael se echó hacia atrás.
—Lisbeth,
somos amigos, ¿no?
Ella
lo contempló con inexpresivos ojos.
—¿Quieres
que me quede para tener con quien follar esta noche?
Mikael
le devolvió una larga mirada. Luego se dio la vuelta, subió al coche y arrancó
el motor. Bajó la ventanilla. La hostilidad de Lisbeth era palpable.
—Quiero
ser tu amigo —dijo él—. Si no me crees, no hace falta que estés cuando vuelva
esta noche.
Henrik
Vanger estaba levantado y vestido cuando Dirch Frode hizo pasar a Mikael a la
habitación del hospital. Nada más entrar le preguntó al viejo por su salud.
—Mañana
van a dejarme salir para el entierro de Martin.
—¿Qué
es lo que te ha contado Dirch?
Henrik
Vanger bajó la mirada.
—Me
ha contado lo que hicieron Martin y Gottfried. Ahora sé que esto es mucho peor
de lo que me había imaginado.
—Sé
lo que ocurrió con Harriet.
—¿Cómo
murió?
—Harriet
no está muerta. Sigue viva. Tiene muchas ganas de verte, si tú quieres.
Tanto
Henrik Vanger como Dirch Frode miraron perplejos a Mikael, como sí el mundo se
hubiera puesto patas arriba.
—Me
llevó un rato convencerla para que hiciera el viaje, pero vive, se encuentra
bien y ha venido a Hedestad. Llegó esta mañana y estará aquí en menos de una
hora. Si es que quieres verla, claro.
Mikael
tuvo que contar otra vez la historia de principio a fin. Henrik Vanger lo
escuchó con suma atención, como si se tratara del sermón de la colina de
Jesucristo en versión moderna. En momentos muy concretos, le hacía una pregunta
a Mikael o le pedía que repitiera algo. Dirch Frode no pronunció ni una sola
palabra.
Cuando
Mikael concluyó su relato, el viejo se quedó en silencio. Por mucho que los
médicos le hubiesen asegurado que Henrik Vanger estaba recuperado de su
infarto, Mikael había temido ese momento; tenía miedo de que la historia fuese
demasiado para el anciano. Pero, al margen de que su voz tal vez sonara algo
pastosa, Henrik no dio muestra alguna de emoción cuando rompió su silencio.
—Pobre
Harriet. Ojalá hubiera acudido a mí.
Mikael
miró el reloj. Eran las cuatro menos cinco.
—¿Quieres
verla? Ahora que sabes lo que ha hecho, ella teme que la rechaces.
—¿Y
las flores? —inquirió Henrik.
—Se
lo pregunté en el avión. Había una sola persona en la familia a la que ella
quería: tú. Naturalmente, quien enviaba las flores era ella. Esperaba que
entendieras que seguía viva y que se encontraba bien sin que fuera preciso
aparecer. Pero como su único canal de información era Anita, que salió del país
en cuanto terminó sus estudios y jamás visitaba Hedestad, sus conocimientos
sobre lo que aquí ocurría han sido muy limitados. Nunca supo de tu terrible
sufrimiento, ni que creías que su asesino se burlaba de ti enviando las flores.
—Supongo
que era Anita quien echaba los sobres al correo.
—Trabajaba
en una compañía aérea y volaba por todo el mundo. Los enviaba desde donde se
encontrara en ese momento.
—Pero
¿cómo supiste que fue precisamente Anita la que la ayudó?
—Por
la fotografía; era ella la que se veía en la ventana del cuarto de Harriet.
—Pero
podría haber estado implicada, ella podría haber cometido el crimen. ¿Cómo te
diste cuenta de que Harriet estaba viva?
Mikael
miró a Henrik durante un largo rato. Luego sonrió por primera vez desde que volvió
a Hedestad.
—Anita
estaba involucrada en la desaparición de Harriet, pero no podía haberla matado.
—¿Cómo
podías estar tan seguro?
—Porque
esto no es ninguna de esas malditas novelas de detectives donde todas las
piezas tienen que encajar. Si Anita hubiese asesinado a Harriet, hace ya mucho
tiempo que habrías encontrado el cuerpo. Por lo tanto, lo único lógico era que
ella la ayudara a huir y a mantenerse escondida. ¿Quieres verla?
—Claro
que quiero ver a Harriet.
Mikael
fue a buscar a Harriet hasta los ascensores de la entrada. Al principio, no la
reconoció; desde que se despidieron en Arlanda el día anterior, había
recuperado su original y oscuro color de pelo. Llevaba pantalones negros, una
blusa blanca y una elegante chaqueta gris. Estaba deslumbrante. Mikael se
inclinó hacia delante y le dio un beso de ánimo en la mejilla.
Cuando
Mikael le abrió la puerta a Harriet, Henrik se levantó de su silla. Ella
inspiró profundamente.
—Hola,
Henrik —dijo.
El
viejo la examinó de pies a cabeza. Luego Harriet se le acercó y le dio un beso
en la mejilla. Mikael le hizo un movimiento de cabeza a Dirch Frode y cerró la
puerta para dejarlos solos.
Lisbeth
Salander no estaba en la casita cuando Mikael volvió a la isla de Hedeby.
Tampoco el equipo de videovigilancia, la moto ni la bolsa con su ropa. Sus
artículos de aseo personal habían desaparecido del cuarto de baño. Sintió un
gran vacío.
Mikael
recorrió la casa con cierta tristeza. De repente, le resultó extraña e irreal.
Echó una mirada a los montones de papeles del estudio, que iba a meter en cajas
para devolvérselos a Henrik Vanger, pero fue incapaz de ponerse a recogerlos.
Subió a Konsum y compró pan, leche, queso y algo para cenar. Al volver preparó
café y se sentó en el jardín a leer los periódicos vespertinos, sin pensar
absolutamente en nada.
Hacia
las cinco y media, un taxi atravesó el puente. Volvió a pasar, de vuelta, tres
minutos después. Mikael descubrió a Isabella en el asiento de atrás.
Se
quedó dormido en la silla del jardín. Alrededor de las siete Dirch Frode llegó
y lo despertó.
—¿Qué
tal Henrik y Harriet? —preguntó Mikael.
—La
verdad es que esta triste historia tiene su punto —contestó Dirch Frode con una
sonrisa contenida—. Isabella ha irrumpido inesperadamente en la habitación de
Henrik. Se había enterado de tu vuelta y estaba completamente fuera de sí. Ha
empezado a gritar que ya va siendo hora de que acaben todas esas estupideces de
Harriet, y que tú, metiéndote donde no te llamaban, has provocado la muerte de
su hijo.
—Bueno,
sí; supongo que tiene razón.
—Le
ha ordenado a Henrik que te despida y que se asegure de que desaparecerás; y
que deje, de una vez por todas, de buscar fantasmas.
—Uy,
Dios.
—Ni
siquiera ha mirado a la mujer que estaba sentada en la habitación hablando con
Henrik. Pensaría, sin duda, que era alguien del hospital. En la vida se me
olvidará el momento en el que Harriet se ha levantado, ha mirado a Isabella y
le ha dicho: «Hola, mamá».
—¿Y
qué ha pasado?
—Hemos
tenido que llamar a un médico para reanimar a Isabella. Ahora niega que
realmente sea Harriet; dice que se trata de una impostora que tú has
contratado.
Dirch
Frode estaba sólo de paso; se dirigía a casa de Cecilia y de Alexander para
darles la noticia de que Harriet había resucitado de entre los muertos.
Apresurado, continuó su camino y volvió a dejar solo a Mikael.
Lisbeth
Salander llenó el depósito en una gasolinera al norte de Uppsala. Había ido
conduciendo algo tensa y ensimismada, con la mirada fija en la carretera. Pagó
con prisas y se volvió a montar en la moto. Arrancó y se acercó a la salida,
donde, indecisa, volvió a parar.
Seguía
sintiéndose mal. Se enfureció al abandonar Hedeby, pero su rabia había ido
disminuyendo a lo largo del viaje. No sabía muy bien por qué estaba tan furiosa
con Mikael Blomkvist, ni siquiera si su enfado era con él.
Pensó
en Martin Vanger, en la Harriet Vanger de los cojones, en el Dirch Frode de los
cojones y en toda la maldita familia Vanger, que se hallaba en Hedestad
gobernando su pequeño imperio y conspirando unos contra otros. Se habían visto
obligados a recurrir a su ayuda, pero lo cierto es que en circunstancias
normales ni siquiera se habrían dignado a saludarla y, mucho menos aún, a
confiarle sus secretos.
¡Maldita
chusma de mierda!
Inspiró
profundamente pensando en su madre, a quien acababan de incinerar esa misma
mañana. Ya nada tenía remedio; la muerte de su madre significaba que la herida
no se curaría en la vida, porque Lisbeth jamás tendría respuestas a las
preguntas que le habría querido hacer.
Pensó
en Dragan Armanskij, que permaneció tras ella durante el funeral. Debería
haberle dicho algo. Al menos haberle confirmado que sabía que él se encontraba
allí. Pero si lo hubiera hecho, Dragan habría tenido una excusa para empezar a
organizarle la vida. Si le diera un dedo, él le cogería el brazo entero. Y
Armanskij nunca entendería nada.
Pensó
en el abogado Nils Bjurman de los cojones, que era su administrador y que, al
menos de momento, estaba controlado y hacía lo que se le decía.
La
invadió un odio implacable y apretó los dientes.
Pensó
en Mikael Blomkvist y se preguntó qué diría cuando se enterara de que ella
tenía un administrador y de que toda su vida apestaba como un puto nido de
ratas.
Se
dio cuenta de que realmente no estaba enfadada con él. Simplemente fue la persona
en la que descargó su rabia cuando, más que otra cosa, le entraron unas ganas
terribles de matar a alguien. Cabrearse con él no tenía sentido.
Se
sentía extrañamente ambivalente ante Mikael.
Porque
metía sus narices en todo y husmeaba en su vida privada... Pero también había
estado a gusto trabajando a su lado. Eso en sí mismo ya le resultaba raro:
trabajar con alguien. No estaba acostumbrada, pero la verdad es que, para su
sorpresa, no había sido demasiado doloroso. Él no se ponía pesado. No intentaba
decirle cómo debía vivir su vida.
Fue
ella quien lo sedujo a él, no al revés.
Además,
había sido satisfactorio.
Entonces,
¿por qué se sentía con ganas de darle una patada en la cara?
Lisbeth
suspiró e, infeliz, levantó la mirada para contemplar un trailer que pasaba
haciendo ruido por la E4.
A las
ocho de la tarde, Mikael continuaba sentado en el jardín cuando oyó el motor de
una moto y vio a Lisbeth Salander atravesar el puente. Ella aparcó y se quitó
el casco. Se acercó a la mesa del jardín y tocó la cafetera, que estaba fría y
vacía. Mikael la observó asombrado. Ella se fue a la cocina con la cafetera. Al
salir ya no llevaba el mono de cuero, sino unos vaqueros y una camiseta con el
texto: I can be a regular bitch. Just try me.
—Pensé
que te habías largado —dijo Mikael.
—Me
di la vuelta en Uppsala.
—Menudo
paseíto.
—Me
duele el culo.
—¿Por
qué has vuelto?
Ella
no contestó. Mikael no insistió; simplemente, esperó y al cabo de diez minutos
Lisbeth rompió el silencio.
—Me
gusta estar contigo —reconoció con desgana.
Era
la primera vez que esas palabras salían de su boca.
—Ha
sido... interesante trabajar contigo en este caso —añadió.
—A
mí también me ha gustado llevar a cabo esta tarea contigo —dijo Mikael.
—Mmm.
—La
verdad es que nunca he colaborado con una investigadora tan condenadamente
buena. Vale, sé que eres una maldita hacker y
que te mueves en círculos sospechosos, donde, al parecer, uno puede coger el
teléfono y, en tan sólo veinticuatro horas, organizar una escucha telefónica
ilegal en Londres. Pero la verdad es que al final obtienes resultados.
Ella
le miró por primera vez desde que se sentó a la mesa. Él conocía muchos
secretos suyos. ¿Cómo era posible?
—Es
así, sencillamente. Entiendo de ordenadores. Y nunca he tenido problemas para
leer un texto y comprender exactamente qué es lo que dice.
—Tu
memoria fotográfica —dijo él tranquilamente.
—Supongo.
Simplemente sé cómo funciona. No sólo se trata de ordenadores y redes
telefónicas, sino del motor de mi moto, de televisores y aspiradoras, y de
procesos químicos y fórmulas astrofísicas. Soy una chalada. Una freak.
Mikael
frunció el ceño. Permaneció callado un buen rato.
«El
síndrome de Asperger —pensó—. O algo así. Un talento para ver estructuras y
entender razonamientos abstractos allí donde los demás sólo ven el caos más
absoluto.»
Lisbeth
tenía la mirada bajada, fija en la mesa.
—La
mayoría de la gente daría cualquier cosa por tener un don así.
—No
quiero hablar de eso.
—Vale,
lo dejamos. ¿Por qué has vuelto?
—No
lo sé. Tal vez haya sido un error.
Él
la miró inquisitivamente.
—Lisbeth,
¿puedes definir la palabra amistad?
—Es
cuando quieres a alguien.
—Vale,
pero ¿qué es lo que te hace querer a alguien?
Ella
se encogió de hombros.
—La
amistad, o al menos mi definición de ella, se basa en dos cosas: respeto y
confianza —continuó él—. Y deben ser mutuas. Además, se tienen que dar los dos
factores; puedes respetar a alguien, pero si no hay confianza, la amistad se
desmorona.
Ella
seguía callada.
—Ya
sé que no quieres hablar de ti, aunque alguna vez habrás de decidir si confiar
en mí o no. Quiero que seamos amigos, pero esto es cosa de dos.
—Me
gusta acostarme contigo.
—El
sexo no tiene nada que ver con la amistad. Claro que los amigos pueden
acostarse, pero, Lisbeth, si me veo obligado a elegir entre el sexo y la
amistad en lo que se refiere a ti, sé perfectamente lo que elegiría.
—No
lo entiendo. ¿Quieres acostarte conmigo o no?
Mikael
se mordió el labio. Al final suspiró.
—Uno
no debe mantener relaciones sexuales con la gente con la que trabaja —murmuró—.
Sólo acarrea problemas.
—Me
he perdido algo. ¿Acaso no folláis Erika Berger y tú cada vez que se presenta
la ocasión? Además, ella está casada.
Durante
un momento Mikael permaneció en silencio.
—Erika
y yo... tenemos una historia que iniciamos mucho antes de que empezáramos a
trabajar juntos. Que ella esté casada no es asunto tuyo.
—Vaya;
así que de repente eres tú el que no desea hablar de sí mismo... ¿No era la
amistad una cuestión de confianza?
—Sí,
pero lo que quiero decir es que no hablo de un amigo a sus espaldas. Porque
entonces traicionaría su confianza. Tampoco hablaría de ti con Erika.
Lisbeth
Salander meditó acerca de esas palabras. Se había convertido en una
conversación complicada. Y a ella no le gustaban las conversaciones
complicadas.
—Me
gusta acostarme contigo —repitió ella.
—Y
a mí contigo..., pero ya tengo una edad, la suficiente como para ser tu padre.
—A
la mierda tu edad.
—No
puedes mandar a la mierda nuestra diferencia de edad. No es un buen punto de
partida para una relación duradera.
—¿Y
quién ha dicho que deba ser duradera? —replicó Lisbeth—. Acabamos de resolver
un caso donde unos hombres con una sexualidad jodidamente retorcida han
desempeñado el papel protagonista. Si yo pudiera decidir, ese tipo de hombres
serían exterminados uno a uno.
—Una
cosa está clara: no te gustan las medias tintas.
—Pues
no —dijo ella, mostrando esa sonrisa torcida que más bien parecía otra cosa—.
Pero no te preocupes: tú no eres uno de ellos.
Ella
se levantó.
—Me
voy a la ducha y luego pienso meterme desnuda en tu cama. Si te consideras
demasiado viejo, vete a dormir a la cama plegable.
Mikael
la siguió con la mirada. Fueran cuales fuesen los complejos que Lisbeth tuviera
en la cabeza, estaba claro que la timidez no era uno de ellos. Mikael siempre
acababa perdiendo todas las discusiones con ella. Al cabo de un rato recogió
las tazas de café y se fue al dormitorio.
Se
levantaron hacia las diez, se ducharon juntos y desayunaron en el jardín. A las
once Dirch Frode llamó a Mikael. Le informó de que el entierro tendría lugar a
las dos de la tarde y le preguntó si pensaban asistir.
—No
creo —respondió.
Dirch
Frode quiso saber si podría pasarse por la tarde, a las seis, para hablar con
ellos. Mikael contestó que no había ningún problema.
Tardó
unas cuantas horas en meter todos los papeles en las cajas y llevarlas al
estudio de Henrik. Al final sólo quedaban sus propios cuadernos y las dos
carpetas sobre el caso Wennerström, que llevaba seis meses sin abrir. Suspiró y
lo metió todo en su bandolera.
Dirch Frode
se retrasó; no llegó hasta las ocho. Todavía llevaba el traje del funeral y
parecía estar destrozado cuando se sentó en el arquibanco de la cocina,
aceptando con gratitud la taza de café que Lisbeth le sirvió. Ella se sentó a
la otra mesa con su ordenador mientras Mikael se interesaba por cómo había
recibido la familia la resurrección de Harriet.
—Se
puede decir que ha eclipsado el fallecimiento de Martin. Y ahora también se han
enterado los medios de comunicación.
—¿Y
cómo habéis explicado la situación?
—Harriet
ha hablado con un periodista del Kuriren. Su historia es que se escapó de casa
porque no se llevaba bien con su familia, pero que evidentemente le ha ido muy
bien en la vida, ya que dirige una empresa con el mismo volumen de negocios que
el Grupo Vanger.
Mikael
silbó.
—Ya
sabía que las ovejas australianas daban dinero, pero no tenía ni idea de que
llegara a tanto.
—El
rancho va viento en popa, pero no es la única fuente de ingresos. Las empresas
Cochran se dedican a la explotación de minas, ópalos, la industria
manufacturera, transportes, electrónica y un montón de cosas más.
—¡Vaya!
¿Y qué va a pasar ahora?
—Si
te soy sincero, no lo sé. Ha ido apareciendo gente a lo largo de todo el día;
la familia se está reuniendo por primera vez en muchos años, tanto por la parte
de Fredrik Vanger como por la de Johan Vanger. Y han venido muchos de la
generación más joven: los que tienen en torno a veinte años. Ahora mismo habrá
unos cuarenta miembros de la familia Vanger en Hedestad; la mitad está en el
hospital fatigando a Henrik y la otra mitad en el Stora Hotellet hablando con
Harriet.
—Harriet
es la gran sensación. ¿Cuánta gente sabe lo de Martin?
—De
momento, sólo Henrik, Harriet y yo. Hemos mantenido una larga conversación en
privado. Lo de Martin y... sus perversiones es, en estos momentos, nuestra
mayor preocupación. Su muerte ha ocasionado una colosal crisis en todo el
Grupo.
—Lo
entiendo.
—No
hay un heredero natural, pero Harriet se va a quedar un tiempo en Hedestad.
Entre otras cosas, hemos de resolver el tema de quién tiene derecho a qué, cómo
repartir la herencia y cosas por el estilo. Porque, de hecho, a Harriet le
corresponde una parte que, si hubiera vivido siempre aquí, sería bastante
sustanciosa. Esto es una verdadera pesadilla.
Mikael
se rio. Dirch Frode no.
—Isabella
ha sufrido un colapso, está ingresada en el hospital. Harriet se niega a
visitarla.
—La
entiendo.
—Anita
va a venir de Londres. Hemos convocado un consejo de familia para la semana que
viene. Será la primera vez en veinticinco años que Anita participe.
—¿Quién
será el nuevo director ejecutivo?
—Birger
anda detrás del puesto, pero no será tenido en cuenta. Lo que va a ocurrir es
que Henrik, desde el hospital, tomará las riendas y entrará como director
provisional hasta que contratemos a alguien ajeno a la familia, o hasta que
alguno de sus miembros...
No
terminó la frase. De repente, Mikael arqueó las cejas.
—¿Harriet?
No lo dices en serio...
—¿Por
qué no? Estamos hablando de una empresaria sumamente competente y respetada.
—Pero
ya está al mando de una empresa en Australia.
—Cierto.
Pero su hijo, Jeff Cochran, lleva el timón en su ausencia.
—Es Studs
Manager de una granja de ovejas. Si no me
equivoco, se encarga de que las ovejas más apropiadas se apareen.
—También
tiene un título en económicas por la universidad de Oxford y otro de derecho
por la de Melbourne.
Mikael
pensó en el sudoroso y musculoso hombre con el torso desnudo que le había
llevado barranco abajo, e intentó imaginárselo con un traje. ¿Por qué no?
—Esto
no se va a resolver en un abrir y cerrar de ojos —siguió Dirch Frode—. Pero
Harriet sería una directora perfecta. Con el apoyo apropiado podría darle un
giro completamente nuevo al Grupo.
—Le
faltan conocimientos.
—Es
verdad. Está claro que Harriet no puede aparecer así como así después de varias
décadas y ponerse a dirigir de inmediato hasta el más mínimo detalle. Pero el
Grupo Vanger es internacional y podríamos traer un director americano que no
supiera ni una palabra de sueco... El mundo de los negocios es así.
—Tarde
o temprano, tendréis que ocuparos de lo que hay en el sótano de Martin.
—Ya
lo sé. Pero si hablamos, habrá consecuencias para Harriet... Me alegro de no
ser yo el que tome la decisión respecto a ese tema.
—Maldita
sea, Dirch; no podéis ocultar que Martin era un asesino en serie.
Dirch
Frode se calló y se rebulló, incómodo, en la silla. De repente, a Mikael le
entró un mal sabor de boca.
—Mikael,
me encuentro en una situación... muy incómoda.
—Cuenta.
—Tengo
un mensaje de Henrik. Es muy simple. Te da las gracias por el trabajo que has
hecho y dice que considera cumplido el contrato. Significa que te libra de las
demás obligaciones, que ya no estás obligado a vivir y a trabajar en Hedestad,
etcétera, etcétera. O sea, que puedes volver a Estocolmo inmediatamente y
dedicarte a tus cosas.
—¿Quiere
que desaparezca de la escena?
—En
absoluto. Quiere que le hagas una visita para hablar del futuro. Dice que
espera que su compromiso con la junta directiva de Millennium pueda
continuar sin restricciones. Pero... —Dirch Frode parecía, si cabía, aún más
incómodo—. Pero ya no desea una crónica sobre la familia Vanger.
Dirch
Frode asintió con la cabeza. Sacó un cuaderno, lo abrió y se lo acercó a
Mikael.
—Te
ha escrito esta carta.
Querido
Mikael,
Tengo
el más profundo respeto por tu persona y no pienso insultarte intentando
decirte qué es lo que debes escribir. Puedes escribir y publicar exactamente lo
que quieras y no tengo intención de ejercer ningún tipo de presión sobre ti.
Nuestro
contrato sigue vigente si quieres acogerte a él. Tienes suficiente material
para terminar la crónica sobre la familia Vanger. Mikael, jamás le he suplicado
nada a nadie en toda mi vida. Siempre he considerado que una persona debe
actuar según su moral y sus convicciones. Sin embargo, en este momento no tengo
elección.
Te
pido, como amigo y como copropietario de Millennium, que renuncies a revelar la
verdad sobre Gottfried y Martin. Sé que está mal, pero no veo otra forma de
salir de esta oscuridad. Debo elegir entre dos males y en esta historia no hay
más que perdedores.
Te
pido que no escribas nada que pueda perjudicar a Harriet. Tú mismo has
experimentado lo que significa ser objeto de una campaña mediática. La que se
llevó a cabo contra ti fue de proporciones bastante modestas; sin duda, puedes imaginarte
lo que representaría para Harriet que se conociera la verdad. Ella ya ha
sufrido lo suyo durante cuarenta años y no tiene por qué sufrir también por los
actos cometidos por su hermano y su padre. Te pido, igualmente, que reflexiones
sobre las posibles consecuencias que esta historia podría tener para miles de
empleados del Grupo. Destrozaría a Harriet y nos aniquilaría a nosotros.
HENRIK
—Henrik
también dice que si exiges compensación por los daños económicos que se
derivarían de renunciar a publicar la historia, está abierto a negociarlo.
Puedes poner las condiciones económicas que quieras.
—Henrik
Vanger intentando sobornarme... Dile que habría deseado que no me hubiera hecho
esa oferta.
—Esta
situación le resulta tan dolorosa a Henrik como a ti. Él te quiere mucho y te
considera su amigo.
—Henrik
Vanger es un cabrón muy listo —espetó Mikael, repentinamente furioso—. Quiere
acallar toda la historia. Juega con mis sentimientos, sabe que yo también le
tengo mucho aprecio. Y lo que dice significa, en la práctica, que tengo las
manos libres para publicar, pero que, si lo hago, se verá obligado a
reconsiderar su postura por lo que respecta a Millennium.
—Todo
ha cambiado desde que Harriet ha entrado en escena.
—Y
ahora Henrik tantea cuál es mi precio. No pienso poner en evidencia a Harriet,
pero alguien tiene que decir algo sobre aquellas mujeres que fueron a parar al
sótano de Martin. Dirch, no sabemos ni siquiera a cuántas mató. ¿Quién piensa
hablar en nombre de ellas?
De
repente, Lisbeth Salander levantó la vista de su ordenador. Su voz sonó con una
espeluznante suavidad al dirigirse a Dirch Frode.
—¿No
hay nadie en el Grupo Vanger que me quiera sobornar a mí?
Frode
se quedó perplejo. Una vez más, él había conseguido ignorar su existencia.
—Si
Martin Vanger estuviera vivo en este momento, yo lo habría sacado todo a la luz
—prosiguió Lisbeth—. Fuera cual fuese el acuerdo que Mikael tuviera con
vosotros, yo habría enviado todos los detalles sobre él al periódico más
cercano. Y si hubiera podido, le habría arrastrado hasta su propia madriguera
de tortura, le habría atado a la mesa y le habría clavado agujas en los
cojones. Pero está muerto. —Se dirigió a Mikael—. Yo estoy satisfecha con el
acuerdo. Nada de lo que hagamos puede reparar el daño que Martin Vanger causó a
sus víctimas. En cambio, nos hallamos ante una situación interesante. Te encuentras
en una posición desde la que puedes seguir infligiendo daño a mujeres
inocentes, sobre todo a esa Harriet a la que defendías con tanto ardor en el
coche cuando subíamos. Así que la pregunta que te hago es: ¿qué es peor, que
Martin Vanger la violara en la cabaña o que tú lo hagas en los titulares? Ahí
tienes un interesante dilema. A lo mejor la comisión ética de la Asociación de
Periodistas te puede orientar. —Hizo una pausa. En ese momento Mikael no fue
capaz de mirarla a los ojos y miró fijamente a la mesa—. Pero, claro, yo no soy
periodista —concluyó Lisbeth.
—¿Qué
es lo que quieres? —preguntó Dirch Frode.
—Martin
grabó en vídeo a sus víctimas. Quiero que intentéis identificar a las que
podáis y que os encarguéis de que las familias reciban una compensación
apropiada. Y luego quiero que el Grupo Vanger haga una donación de dos millones
de coronas anuales, y para siempre, a la Organización Nacional de Centros de Acogida
para Mujeres y Chicas de Suecia.
Dirch
Frode sopesó la suma durante uno o dos minutos. Luego asintió con la cabeza.
—¿Podrás
vivir con eso, Mikael? —preguntó Lisbeth.
De
repente, Mikael se sintió desesperado. Durante toda su vida profesional se había
dedicado a sacar a la luz lo que otras personas intentaban ocultar; su moral le
prohibía participar en la ocultación de los atroces crímenes cometidos en el
sótano de Martin Vanger. La razón de ser de su labor profesional consistía
precisamente en revelar lo que sabía. Siempre criticaba a sus colegas por no
decir la verdad. Aun así, aquí estaba, discutiendo el cover
up más macabro del que jamás había oído
hablar.
Permaneció
callado un buen rato. Luego también asintió con la cabeza.
—Vale
—dijo Dirch Frode, y dirigiéndose a Mikael, prosiguió—: En cuanto a la
compensación económica que Henrik ha ofrecido...
—Que
se la meta por el culo —contestó Mikael—. Dirch, quiero que te vayas ahora.
Entiendo tu situación, pero en estos momentos estoy tan cabreado contigo, con
Henrik y con Harriet que si te quedas más tiempo, vamos a convertirnos en
enemigos.
Dirch
Frode permaneció sentado junto a la mesa de la cocina sin intención de
levantarse.
—Aún
no me puedo marchar —respondió Dirch Frode—. No he terminado todavía. Tengo que
comunicarte otra cosa que tampoco te va a gustar. Henrik insiste en que te lo
cuente esta noche. Mañana podrás ir al hospital y despellejarlo si quieres.
Mikael
levantó lentamente la mirada y lo miró a los ojos.
—Esto
es sin duda lo más difícil que he hecho en toda mi vida —dijo Dirch Frode—.
Pero creo que lo único capaz de salvar la situación ahora mismo es ir con la
verdad por delante y poner todas las cartas sobre la mesa.
—¿Y
de qué se trata?
—Cuando
en las Navidades pasadas Henrik te convenció para que aceptaras el trabajo,
tanto él como yo pensábamos que no te conduciría a nada. Era exactamente lo que
él decía: un último intento. Había analizado minuciosamente tu situación
basándose, sobre todo, en el informe redactado por la señorita Salander. Jugó
con ese aislamiento en el que te encontrabas, te ofreció una buena recompensa
económica y utilizó el cebo apropiado.
—Wennerström
—dijo Mikael.
Frode
asintió con la cabeza.
—¿Os
marcasteis un farol?
—No.
Lisbeth
Salander levantó una ceja mostrando interés.
—Henrik
va a cumplir con todo lo prometido —le comunicó Dirch Frode—. Se prestará a una
entrevista en la que lanzará un ataque frontal contra Wennerström. Luego, si
quieres, te daré todos los detalles, pero en líneas generales lo que pasó fue que
cuando Hans-Erik Wennerström estuvo vinculado al departamento financiero del
Grupo Vanger, usó varios millones para especular con divisas. Eso fue mucho
antes de que ese tipo de especulaciones se convirtiera en un fenómeno habitual.
Lo hizo sin ninguna autorización y sin contar con el consentimiento de la
dirección de la empresa. Esos negocios le salieron mal y, de la noche a la
mañana, se encontró con unas pérdidas de siete millones de coronas que intentó
ocultar, por una parte, maquillando las cuentas y, por otra, con especulaciones
mucho más atrevidas. Le pillaron y fue despedido.
—¿Se
quedó con algo?
—Sí,
se metió en el bolsillo alrededor de medio millón de coronas, un dinero que,
irónicamente, utilizó para fundar Wennerstroem Group. Tenemos documentos que
dan fe de ello. Puedes usar la información como quieras; Henrik lo confirmará
públicamente. Pero...
—Pero
la información carece de todo valor —dijo Mikael, golpeando la mesa con la
palma de la mano.
Dirch
Frode asintió con la cabeza.
—Eso
sucedió hace treinta años y es un capítulo cerrado —añadió Mikael.
—Tienes
pruebas que atestiguan que Wennerström es un sinvergüenza.
—Si
eso sale a la luz, Wennerström se molestará, pero no le hará más daño que si le
dispararan un grano de arroz con un canuto. Se encogerá de hombros, lo liará
todo enviando un comunicado de prensa en el que dirá que Henrik Vanger no es
más que un pobre viejo que intenta quitarle algún negocio, y luego afirmará que
en realidad actuó por orden de Henrik. Aunque sea incapaz de probar su inocencia,
lanzará suficientes cortinas de humo para que la historia sea despachada con un
simple encogimiento de hombros.
Dirch
Frode parecía apesadumbrado.
—Me
la habéis jugado —concluyó Mikael.
—Mikael...,
no era nuestra intención.
—Es
culpa mía. Me agarré a un clavo ardiendo y debería haberme dado cuenta de que
se trataba de algo así. —De repente soltó una carcajada seca—. Henrik es un
viejo tiburón. Me vendió el producto diciéndome justamente lo que yo quería
oír.
Mikael
se levantó y se acercó al fregadero. Se volvió hacia Dirch Frode y resumió sus
sentimientos con una sola palabra:
—Esfúmate.
—Mikael...
Lamento que...
—Dirch.
Vete.
Lisbeth
Salander no sabía si acercarse a Mikael o dejarlo en paz. Él solucionó el
dilema cogiendo repentinamente su cazadora, sin pronunciar palabra, y cerrando
la puerta tras de sí con un portazo.
Durante
más de una hora, Lisbeth deambuló de un lado para otro de la cocina. Se sentía
tan mal que se puso a recoger los platos y a fregar, una tarea que, por lo
general, solía dejarle a él. De vez en cuando se acercaba a la ventana por si
lo veía. Al final se preocupó tanto que se puso la cazadora de cuero y salió a
buscarlo.
En
primer lugar bajó hasta el puerto deportivo, donde las casetas todavía tenían
las luces encendidas, pero no divisó a Mikael. Luego continuó por el sendero
paralelo a la orilla, por donde acostumbraban a dar sus paseos nocturnos. La
casa de Martin Vanger se hallaba a oscuras y ya daba la sensación de estar
completamente deshabitada. Llegó hasta las rocas de la punta donde Mikael y
ella se solían sentar, y luego volvió a casa. El aún no había regresado.
Lisbeth
subió a la iglesia. Ni rastro de Mikael. Permaneció allí un rato, indecisa,
preguntándose qué hacer. Luego se acercó hasta su moto, buscó una linterna
debajo del sillín y echó a andar de nuevo en paralelo a la orilla. Le llevó un
rato avanzar serpenteando por el camino, medio invadido por la vegetación, y
tardó aún más tiempo en encontrar la senda que llevaba a la cabaña de
Gottfried; surgió de pronto de entre la oscuridad, cuando ya casi había
llegado, justo detrás de unos árboles. No se veía a Mikael en el porche y la
puerta estaba cerrada con llave. Ya había dado la vuelta para regresar hacia el
pueblo cuando se detuvo y regresó andando hasta el final de la punta. De
repente descubrió la silueta de Mikael en la penumbra del embarcadero donde
Harriet Vanger ahogó a su padre. Lisbeth suspiró aliviada.
La
oyó acercarse por el embarcadero y se volvió. Ella se sentó a su lado sin decir
nada. Al final él rompió el silencio:
—Perdóname.
Es que necesitaba estar solo un momento.
—Ya
lo sé.
Lisbeth
encendió dos cigarrillos y le dio uno. Mikael la observó: era la persona menos
sociable que había conocido en su vida. Solía ignorar cualquier intento que él
hiciera por hablar de algo personal y jamás había aceptado ni una sola muestra
de simpatía. Ella le había salvado la vida y ahora había salido en plena noche
a buscarlo en medio de la nada. Él le pasó un brazo por la espalda.
—Ahora
ya sé el precio que tengo. Hemos abandonado a esas mujeres —dijo Mikael—. Van a
silenciar toda la historia. Todo lo que hay en el sótano de Martin
desaparecerá.
Lisbeth
no contestó.
—Erika
tenía razón —continuó—. Habría sido mejor irme a ligar a España un mes entero y
luego volver y ocuparme de Wennerström. He perdido un montón de meses para
nada.
—Si
te hubieras ido a España, Martin Vanger todavía estaría en plena acción en su
sótano.
Silencio.
Durante un buen rato permanecieron sentados uno junto al otro hasta que él se
levantó y propuso regresar a casa.
Mikael
se durmió antes que Lisbeth. Ella permaneció despierta escuchando su
respiración. Un instante después entró en la cocina, preparó café y, a oscuras,
se sentó en el arquibanco y se puso a fumar un cigarrillo tras otro mientras meditaba
seriamente. Daba por hecho que Vanger y Frode se la habían querido jugar a
Mikael. Lo llevaban en la sangre. Pero eso era problema de Mikael y no de ella.
¿Verdad?
Al
final tomó una decisión. Apagó el cigarrillo, entró en el dormitorio, encendió
la lamparita de la mesilla y zarandeó a Mikael hasta que lo despertó. Eran las
dos y media de la madrugada.
—¿Qué
pasa?
—Tengo
una pregunta. Incorpórate.
Mikael
se incorporó mirándola medio dormido.
—Cuando
fuiste procesado, ¿por qué no te defendiste?
Mikael
movió negativamente la cabeza y su mirada se cruzó con la de Lisbeth. De reojo,
consultó su reloj.
—Es
una larga historia, Lisbeth.
—Cuéntamela.
Tengo tiempo.
Permaneció
callado un buen rato sopesando lo que debería decir. Finalmente se decidió por
la verdad.
—No
podía defenderme. El contenido del artículo era erróneo.
—Cuando
me metí en tu ordenador y leí tu correspondencia con Erika Berger había
bastantes referencias al caso Wennerström, pero siempre hablabais de los
detalles prácticos del juicio y nunca de lo que sucedió en realidad. Explícame
qué fue lo que salió mal.
—Lisbeth,
no puedo revelar la verdadera historia. Me la jugaron bien. Erika y yo estamos
totalmente de acuerdo en que dañaría aún más nuestra credibilidad si
intentáramos contar lo que verdaderamente pasó.
—Oye, Kalle Blomkvist,
ayer por la tarde estuviste predicando sobre la amistad, la confianza y sobre
no sé qué más. No pienso colgar tu historia en Internet.
Mikael
protestó. Le recordó a Lisbeth que eran las tantas de la noche y le aseguró que
no tenía fuerzas para pensar en eso. Ella se quedó sentada a su lado
obstinadamente hasta que cedió. Mikael fue al baño, se echó agua en la cara y
puso otra cafetera. Luego volvió a la cama y le contó cómo, dos años antes, su
viejo compañero de colegio Robert Lindberg consiguió despertar su curiosidad en
un Mälar-30 amarillo en el puerto deportivo de Arholma.
—¿Quieres
decir que tu compañero mintió?
—No,
en absoluto. Me contó exactamente lo que sabía y pude verificar cada palabra
suya con documentos de la auditoria del CADI. Incluso viajé a Polonia y le hice
fotos al cobertizo de chapa donde estuvo instalada la gran empresa Minos. Y
entrevisté a varias personas que trabajaban en la empresa. Todos decían lo
mismo.
—No
entiendo.
Mikael
suspiró. Tardó un poco en retomar la palabra.
—Tenía
una historia cojonuda. Aún no me había enfrentado a Wennerström, pero el
material no tenía fisuras; si lo hubiera publicado en aquel momento, le habría
asestado un buen golpe. Probablemente no habría sido procesado por estafa
porque el negocio ya había sido aprobado por la auditoria, pero habría dañado
su reputación.
—¿Y
qué es lo que salió mal?
—En
algún momento alguien se enteró de que estaba hurgando en algo y Wennerström
supo de mi existencia. De la noche a la mañana empezaron a suceder muchas cosas
extrañas. Primero recibí amenazas. Llamadas anónimas desde cabinas telefónicas,
imposibles de rastrear. Erika también fue amenazada. Se trataba de las
gilipolleces de siempre, del tipo «abandona o clavaremos tus tetas en la puerta
de un establo» y cosas similares. Ella, por supuesto, estaba muy jodida. —Le
cogió un cigarrillo a Lisbeth—. Luego ocurrió una cosa muy desagradable. Una
noche, ya tarde, cuando salía de la redacción, dos hombres vinieron directos
hacia mí, me atacaron y me propinaron una buena paliza. Me pillaron totalmente
desprevenido; me partieron el labio y me caí en medio de la calle. No pude
identificarlos, pero uno de ellos tenía pinta de viejo motero.
—Vale.
—Todas
estas muestras de simpatía tuvieron como consecuencia que Erika cogiera un
cabreo de mil demonios y yo me obstinara aún más. Reforzamos las medidas de
seguridad en Millennium. El problema era que las fechorías no
guardaban proporción con el contenido de la historia. No entendíamos por qué
ocurría todo aquello.
—Pero
la historia que publicaste fue totalmente distinta.
—Exacto.
De repente abrimos una brecha. Conseguimos una fuente, una Garganta
Profunda en el círculo de Wennerström. Ese contacto
estaba literalmente aterrorizado y sólo nos permitió verle a escondidas en
habitaciones anónimas de hotel. Nos contó que el dinero del caso Minos se había
utilizado para traficar con armas en la guerra de Yugoslavia. Wennerström había
hecho negocios con la Ustasja. Y no sólo eso; también podía darnos copias de
esos documentos como prueba.
—¿Le
creísteis?
—Era
muy hábil. Nos ofreció la suficiente información como para llevarnos hasta otra
fuente que confirmaba la historia. Incluso nos dio una foto que mostraba a uno
de los colaboradores más cercanos de Wennerström estrechando la mano del
comprador. Aquello era un material explosivo y parecía que todo se podía
confirmar. Y lo publicamos.
—Y
todo resultó ser falso.
—De
principio a fin-confirmó Mikael—. Los documentos eran hábiles falsificaciones.
El abogado de Wennerström pudo demostrar que la foto del subalterno de
Wennerström y del líder de la Ustasja no era más que un simple montaje: la
unión de dos imágenes diferentes retocadas con Photoshop.
—Fascinante
—dijo Lisbeth Salander serenamente, asintiendo para ella misma.
—¿A
que sí? A toro pasado fue muy fácil ver cómo nos habían manipulado. La historia
de la que partíamos en un principio habría dañado a Wennerström, pero ahora se
había ahogado en un mar de falsedades; caí en una trampa, la peor de mi vida.
Publicamos una historia que Wennerström podía desmontar punto por punto para
demostrar su inocencia. Con una maestría diabólica.
—No
podíais batiros en retirada y contar la verdad. Ni probar que Wennerström
estaba detrás de todo.
—Peor
aún. Si hubiéramos intentado contar la verdad, señalando a Wennerström como el
autor del montaje, nadie nos habría creído. Habría parecido un desesperado
intento de echarle la culpa a un inocente empresario. Nos habrían tomado por
unos chiflados, completamente obsesionados con alguna conspiración
descabellada.
—Entiendo.
—Wennerström
estaba doblemente protegido. Si la verdadera maniobra hubiera salido a la luz,
él podría haber afirmado que todo había sido montado por algún enemigo suyo
para mancillar su honor con un escándalo. Y nosotros, en Millennium, al dejarnos engañar por algo que
resultó ser falso, habríamos perdido de nuevo toda credibilidad.
—Así
que elegiste no defenderte y asumir una pena de cárcel.
—Me
merecía la condena —dijo Mikael con amargura en la voz—. Fui culpable de
difamación. Ya lo sabes. ¿Puedo dormir ahora?
Mikael
apagó la luz y cerró los ojos. Lisbeth se acostó a su lado. Permaneció un rato
en silencio.
—Wennerström
es un gánster.
—Ya
lo sé.
—No;
quiero decir que sé que
es un gánster. Trabaja con todos, desde la mafia rusa hasta los cárteles
colombianos de la droga.
—¿Qué
quieres decir?
—Cuando
le entregué mi informe a Dirch Frode, me encargó otra tarea. Me pidió que
intentara averiguar lo que realmente pasó en el juicio. Acababa de empezar
cuando Frode llamó a Armanskij y canceló el encargo.
—¿Ah,
sí?
—Supongo
que pasaron de la investigación en cuanto tú aceptaste el trabajo de Henrik. Ya
no tenía interés.
—Bueno,
no me gusta dejar las cosas a medias. La pasada primavera tuve unas semanas...
libres, cuando Armanskij no tenía trabajo para mí, así que empecé a indagar en
la persona de Wennerström para entretenerme.
Mikael
se incorporó en la cama, encendió la luz y miró a Lisbeth Salander. Su mirada
se topó con los grandes ojos de ella. En efecto, tenía cara de culpable.
—¿Sacaste
algo?
—Tengo
todo su disco duro en mi ordenador. Puedo darte todas las pruebas que quieras
de que se trata de un verdadero gánster.
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