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Millennium 1: Capitulo 27


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CAPÍTULO 27

Sábado, 26 de julio - Lunes, 28 de julio
A las diez de la mañana, Mikael recogió a Lisbeth Salander en la puerta de su casa, en Lundagatan, y la llevó al crematorio del cementerio norte. La acompañó durante el funeral. Lisbeth y Mikael eran, junto con la oficiante, los únicos allí presentes hasta que, al comenzar la ceremonia, Dragan Armanskij entró repentina y sigilosamente por la puerta. Saludó a Mikael con un movimiento de cabeza y se situó detrás de Lisbeth poniéndole cuidadosamente una mano sobre el hombro. Ella inclinó la cabeza sin mirarle, como si supiera quién se hallaba a sus espaldas. Luego los ignoró a los dos.
Lisbeth no había contado nada sobre su madre, pero, al parecer, la reverenda había hablado con alguien de la residencia donde falleció; Mikael comprendió que la causa de la muerte había sido un derrame cerebral. Lisbeth no pronunció palabra durante todo el acto. La reverenda perdió el hilo dos veces al dirigirse a Lisbeth, quien la miró fijamente a los ojos sin contestar. Al terminar el funeral, Lisbeth se dio la vuelta y se marchó sin dar las gracias ni despedirse de nadie. Mikael y Dragan tomaron aire profundamente y se miraron de reojo. No tenían ni idea de lo que estaba pasando por la cabeza de Lisbeth.
—Se encuentra muy mal —dijo Dragan.
—Ya me he dado cuenta —contestó Mikael—. Qué bien que hayas venido.
—No estoy tan seguro. —Armanskij clavó la mirada en Mikael—. ¿Os vais otra vez para el norte? Échale un ojo.
Mikael se lo prometió. Se despidieron delante de la puerta de la iglesia. Lisbeth ya esperaba en el coche.
Ella tenía que ir a Hedestad para buscar su moto y el equipo que tomó prestado de Milton Security. No rompió el silencio hasta que pasaron Uppsala, cuando le preguntó por el viaje a Australia. Mikael había aterrizado en Arlanda la noche anterior, muy tarde, y sólo había dormido un par de horas. Durante el trayecto le relató la historia de Harriet Vanger. Lisbeth Salander permaneció callada durante media hora antes de abrir la boca.
Bitch —soltó.
—¿Quién?
—La Harriet Vanger de los cojones. Si hubiese hecho algo en 1966, Martin Vanger no habría seguido asesinando y violando a mujeres durante treinta y siete años.
—Harriet conocía los asesinatos de su padre, pero no tenía ni idea de que Martin estuviera involucrado. Huyó de un hermano que la violaba, y que amenazaba con revelar que ella había ahogado a su padre si no hacía lo que él le decía.
Bullshit.
No hablaron más hasta que entraron en Hedestad. Lisbeth estaba de un humor particularmente sombrío. Mikael llegaba tarde a la reunión acordada, así que la dejó en el cruce del camino que llevaba a la isla de Hedeby y le preguntó si todavía se hallaría en casa cuando él volviera.
—¿Piensas pasar la noche aquí? —preguntó ella.
—Supongo que sí.
—¿Quieres que yo esté cuando regreses?
Él se bajó, bordeó el coche y la abrazó. Lisbeth le apartó de un empujón, casi violentamente. Mikael se echó hacia atrás.
—Lisbeth, somos amigos, ¿no?
Ella lo contempló con inexpresivos ojos.
—¿Quieres que me quede para tener con quien follar esta noche?
Mikael le devolvió una larga mirada. Luego se dio la vuelta, subió al coche y arrancó el motor. Bajó la ventanilla. La hostilidad de Lisbeth era palpable.
—Quiero ser tu amigo —dijo él—. Si no me crees, no hace falta que estés cuando vuelva esta noche.


Henrik Vanger estaba levantado y vestido cuando Dirch Frode hizo pasar a Mikael a la habitación del hospital. Nada más entrar le preguntó al viejo por su salud.
—Mañana van a dejarme salir para el entierro de Martin.
—¿Qué es lo que te ha contado Dirch?
Henrik Vanger bajó la mirada.
—Me ha contado lo que hicieron Martin y Gottfried. Ahora sé que esto es mucho peor de lo que me había imaginado.
—Sé lo que ocurrió con Harriet.
—¿Cómo murió?
—Harriet no está muerta. Sigue viva. Tiene muchas ganas de verte, si tú quieres.
Tanto Henrik Vanger como Dirch Frode miraron perplejos a Mikael, como sí el mundo se hubiera puesto patas arriba.
—Me llevó un rato convencerla para que hiciera el viaje, pero vive, se encuentra bien y ha venido a Hedestad. Llegó esta mañana y estará aquí en menos de una hora. Si es que quieres verla, claro.


Mikael tuvo que contar otra vez la historia de principio a fin. Henrik Vanger lo escuchó con suma atención, como si se tratara del sermón de la colina de Jesucristo en versión moderna. En momentos muy concretos, le hacía una pregunta a Mikael o le pedía que repitiera algo. Dirch Frode no pronunció ni una sola palabra.
Cuando Mikael concluyó su relato, el viejo se quedó en silencio. Por mucho que los médicos le hubiesen asegurado que Henrik Vanger estaba recuperado de su infarto, Mikael había temido ese momento; tenía miedo de que la historia fuese demasiado para el anciano. Pero, al margen de que su voz tal vez sonara algo pastosa, Henrik no dio muestra alguna de emoción cuando rompió su silencio.
—Pobre Harriet. Ojalá hubiera acudido a mí.
Mikael miró el reloj. Eran las cuatro menos cinco.
—¿Quieres verla? Ahora que sabes lo que ha hecho, ella teme que la rechaces.
—¿Y las flores? —inquirió Henrik.
—Se lo pregunté en el avión. Había una sola persona en la familia a la que ella quería: tú. Naturalmente, quien enviaba las flores era ella. Esperaba que entendieras que seguía viva y que se encontraba bien sin que fuera preciso aparecer. Pero como su único canal de información era Anita, que salió del país en cuanto terminó sus estudios y jamás visitaba Hedestad, sus conocimientos sobre lo que aquí ocurría han sido muy limitados. Nunca supo de tu terrible sufrimiento, ni que creías que su asesino se burlaba de ti enviando las flores.
—Supongo que era Anita quien echaba los sobres al correo.
—Trabajaba en una compañía aérea y volaba por todo el mundo. Los enviaba desde donde se encontrara en ese momento.
—Pero ¿cómo supiste que fue precisamente Anita la que la ayudó?
—Por la fotografía; era ella la que se veía en la ventana del cuarto de Harriet.
—Pero podría haber estado implicada, ella podría haber cometido el crimen. ¿Cómo te diste cuenta de que Harriet estaba viva?
Mikael miró a Henrik durante un largo rato. Luego sonrió por primera vez desde que volvió a Hedestad.
—Anita estaba involucrada en la desaparición de Harriet, pero no podía haberla matado.
—¿Cómo podías estar tan seguro?
—Porque esto no es ninguna de esas malditas novelas de detectives donde todas las piezas tienen que encajar. Si Anita hubiese asesinado a Harriet, hace ya mucho tiempo que habrías encontrado el cuerpo. Por lo tanto, lo único lógico era que ella la ayudara a huir y a mantenerse escondida. ¿Quieres verla?
—Claro que quiero ver a Harriet.


Mikael fue a buscar a Harriet hasta los ascensores de la entrada. Al principio, no la reconoció; desde que se despidieron en Arlanda el día anterior, había recuperado su original y oscuro color de pelo. Llevaba pantalones negros, una blusa blanca y una elegante chaqueta gris. Estaba deslumbrante. Mikael se inclinó hacia delante y le dio un beso de ánimo en la mejilla.
Cuando Mikael le abrió la puerta a Harriet, Henrik se levantó de su silla. Ella inspiró profundamente.
—Hola, Henrik —dijo.
El viejo la examinó de pies a cabeza. Luego Harriet se le acercó y le dio un beso en la mejilla. Mikael le hizo un movimiento de cabeza a Dirch Frode y cerró la puerta para dejarlos solos.


Lisbeth Salander no estaba en la casita cuando Mikael volvió a la isla de Hedeby. Tampoco el equipo de videovigilancia, la moto ni la bolsa con su ropa. Sus artículos de aseo personal habían desaparecido del cuarto de baño. Sintió un gran vacío.
Mikael recorrió la casa con cierta tristeza. De repente, le resultó extraña e irreal. Echó una mirada a los montones de papeles del estudio, que iba a meter en cajas para devolvérselos a Henrik Vanger, pero fue incapaz de ponerse a recogerlos. Subió a Konsum y compró pan, leche, queso y algo para cenar. Al volver preparó café y se sentó en el jardín a leer los periódicos vespertinos, sin pensar absolutamente en nada.
Hacia las cinco y media, un taxi atravesó el puente. Volvió a pasar, de vuelta, tres minutos después. Mikael descubrió a Isabella en el asiento de atrás.
Se quedó dormido en la silla del jardín. Alrededor de las siete Dirch Frode llegó y lo despertó.
—¿Qué tal Henrik y Harriet? —preguntó Mikael.
—La verdad es que esta triste historia tiene su punto —contestó Dirch Frode con una sonrisa contenida—. Isabella ha irrumpido inesperadamente en la habitación de Henrik. Se había enterado de tu vuelta y estaba completamente fuera de sí. Ha empezado a gritar que ya va siendo hora de que acaben todas esas estupideces de Harriet, y que tú, metiéndote donde no te llamaban, has provocado la muerte de su hijo.
—Bueno, sí; supongo que tiene razón.
—Le ha ordenado a Henrik que te despida y que se asegure de que desaparecerás; y que deje, de una vez por todas, de buscar fantasmas.
—Uy, Dios.
—Ni siquiera ha mirado a la mujer que estaba sentada en la habitación hablando con Henrik. Pensaría, sin duda, que era alguien del hospital. En la vida se me olvidará el momento en el que Harriet se ha levantado, ha mirado a Isabella y le ha dicho: «Hola, mamá».
—¿Y qué ha pasado?
—Hemos tenido que llamar a un médico para reanimar a Isabella. Ahora niega que realmente sea Harriet; dice que se trata de una impostora que tú has contratado.
Dirch Frode estaba sólo de paso; se dirigía a casa de Cecilia y de Alexander para darles la noticia de que Harriet había resucitado de entre los muertos. Apresurado, continuó su camino y volvió a dejar solo a Mikael.


Lisbeth Salander llenó el depósito en una gasolinera al norte de Uppsala. Había ido conduciendo algo tensa y ensimismada, con la mirada fija en la carretera. Pagó con prisas y se volvió a montar en la moto. Arrancó y se acercó a la salida, donde, indecisa, volvió a parar.
Seguía sintiéndose mal. Se enfureció al abandonar Hedeby, pero su rabia había ido disminuyendo a lo largo del viaje. No sabía muy bien por qué estaba tan furiosa con Mikael Blomkvist, ni siquiera si su enfado era con él.
Pensó en Martin Vanger, en la Harriet Vanger de los cojones, en el Dirch Frode de los cojones y en toda la maldita familia Vanger, que se hallaba en Hedestad gobernando su pequeño imperio y conspirando unos contra otros. Se habían visto obligados a recurrir a su ayuda, pero lo cierto es que en circunstancias normales ni siquiera se habrían dignado a saludarla y, mucho menos aún, a confiarle sus secretos.
¡Maldita chusma de mierda!
Inspiró profundamente pensando en su madre, a quien acababan de incinerar esa misma mañana. Ya nada tenía remedio; la muerte de su madre significaba que la herida no se curaría en la vida, porque Lisbeth jamás tendría respuestas a las preguntas que le habría querido hacer.
Pensó en Dragan Armanskij, que permaneció tras ella durante el funeral. Debería haberle dicho algo. Al menos haberle confirmado que sabía que él se encontraba allí. Pero si lo hubiera hecho, Dragan habría tenido una excusa para empezar a organizarle la vida. Si le diera un dedo, él le cogería el brazo entero. Y Armanskij nunca entendería nada.
Pensó en el abogado Nils Bjurman de los cojones, que era su administrador y que, al menos de momento, estaba controlado y hacía lo que se le decía.
La invadió un odio implacable y apretó los dientes.
Pensó en Mikael Blomkvist y se preguntó qué diría cuando se enterara de que ella tenía un administrador y de que toda su vida apestaba como un puto nido de ratas.
Se dio cuenta de que realmente no estaba enfadada con él. Simplemente fue la persona en la que descargó su rabia cuando, más que otra cosa, le entraron unas ganas terribles de matar a alguien. Cabrearse con él no tenía sentido.
Se sentía extrañamente ambivalente ante Mikael.
Porque metía sus narices en todo y husmeaba en su vida privada... Pero también había estado a gusto trabajando a su lado. Eso en sí mismo ya le resultaba raro: trabajar con alguien. No estaba acostumbrada, pero la verdad es que, para su sorpresa, no había sido demasiado doloroso. Él no se ponía pesado. No intentaba decirle cómo debía vivir su vida.
Fue ella quien lo sedujo a él, no al revés.
Además, había sido satisfactorio.
Entonces, ¿por qué se sentía con ganas de darle una patada en la cara?
Lisbeth suspiró e, infeliz, levantó la mirada para contemplar un trailer que pasaba haciendo ruido por la E4.


A las ocho de la tarde, Mikael continuaba sentado en el jardín cuando oyó el motor de una moto y vio a Lisbeth Salander atravesar el puente. Ella aparcó y se quitó el casco. Se acercó a la mesa del jardín y tocó la cafetera, que estaba fría y vacía. Mikael la observó asombrado. Ella se fue a la cocina con la cafetera. Al salir ya no llevaba el mono de cuero, sino unos vaqueros y una camiseta con el texto: I can be a regular bitch. Just try me.
—Pensé que te habías largado —dijo Mikael.
—Me di la vuelta en Uppsala.
—Menudo paseíto.
—Me duele el culo.
—¿Por qué has vuelto?
Ella no contestó. Mikael no insistió; simplemente, esperó y al cabo de diez minutos Lisbeth rompió el silencio.
—Me gusta estar contigo —reconoció con desgana.
Era la primera vez que esas palabras salían de su boca.
—Ha sido... interesante trabajar contigo en este caso —añadió.
—A mí también me ha gustado llevar a cabo esta tarea contigo —dijo Mikael.
—Mmm.
—La verdad es que nunca he colaborado con una investigadora tan condenadamente buena. Vale, sé que eres una maldita hacker y que te mueves en círculos sospechosos, donde, al parecer, uno puede coger el teléfono y, en tan sólo veinticuatro horas, organizar una escucha telefónica ilegal en Londres. Pero la verdad es que al final obtienes resultados.
Ella le miró por primera vez desde que se sentó a la mesa. Él conocía muchos secretos suyos. ¿Cómo era posible?
—Es así, sencillamente. Entiendo de ordenadores. Y nunca he tenido problemas para leer un texto y comprender exactamente qué es lo que dice.
—Tu memoria fotográfica —dijo él tranquilamente.
—Supongo. Simplemente sé cómo funciona. No sólo se trata de ordenadores y redes telefónicas, sino del motor de mi moto, de televisores y aspiradoras, y de procesos químicos y fórmulas astrofísicas. Soy una chalada. Una freak.
Mikael frunció el ceño. Permaneció callado un buen rato.
«El síndrome de Asperger —pensó—. O algo así. Un talento para ver estructuras y entender razonamientos abstractos allí donde los demás sólo ven el caos más absoluto.»
Lisbeth tenía la mirada bajada, fija en la mesa.
—La mayoría de la gente daría cualquier cosa por tener un don así.
—No quiero hablar de eso.
—Vale, lo dejamos. ¿Por qué has vuelto?
—No lo sé. Tal vez haya sido un error.
Él la miró inquisitivamente.
—Lisbeth, ¿puedes definir la palabra amistad?
—Es cuando quieres a alguien.
—Vale, pero ¿qué es lo que te hace querer a alguien?
Ella se encogió de hombros.
—La amistad, o al menos mi definición de ella, se basa en dos cosas: respeto y confianza —continuó él—. Y deben ser mutuas. Además, se tienen que dar los dos factores; puedes respetar a alguien, pero si no hay confianza, la amistad se desmorona.
Ella seguía callada.
—Ya sé que no quieres hablar de ti, aunque alguna vez habrás de decidir si confiar en mí o no. Quiero que seamos amigos, pero esto es cosa de dos.
—Me gusta acostarme contigo.
—El sexo no tiene nada que ver con la amistad. Claro que los amigos pueden acostarse, pero, Lisbeth, si me veo obligado a elegir entre el sexo y la amistad en lo que se refiere a ti, sé perfectamente lo que elegiría.
—No lo entiendo. ¿Quieres acostarte conmigo o no?
Mikael se mordió el labio. Al final suspiró.
—Uno no debe mantener relaciones sexuales con la gente con la que trabaja —murmuró—. Sólo acarrea problemas.
—Me he perdido algo. ¿Acaso no folláis Erika Berger y tú cada vez que se presenta la ocasión? Además, ella está casada.
Durante un momento Mikael permaneció en silencio.
—Erika y yo... tenemos una historia que iniciamos mucho antes de que empezáramos a trabajar juntos. Que ella esté casada no es asunto tuyo.
—Vaya; así que de repente eres tú el que no desea hablar de sí mismo... ¿No era la amistad una cuestión de confianza?
—Sí, pero lo que quiero decir es que no hablo de un amigo a sus espaldas. Porque entonces traicionaría su confianza. Tampoco hablaría de ti con Erika.
Lisbeth Salander meditó acerca de esas palabras. Se había convertido en una conversación complicada. Y a ella no le gustaban las conversaciones complicadas.
—Me gusta acostarme contigo —repitió ella.
—Y a mí contigo..., pero ya tengo una edad, la suficiente como para ser tu padre.
—A la mierda tu edad.
—No puedes mandar a la mierda nuestra diferencia de edad. No es un buen punto de partida para una relación duradera.
—¿Y quién ha dicho que deba ser duradera? —replicó Lisbeth—. Acabamos de resolver un caso donde unos hombres con una sexualidad jodidamente retorcida han desempeñado el papel protagonista. Si yo pudiera decidir, ese tipo de hombres serían exterminados uno a uno.
—Una cosa está clara: no te gustan las medias tintas.
—Pues no —dijo ella, mostrando esa sonrisa torcida que más bien parecía otra cosa—. Pero no te preocupes: tú no eres uno de ellos.
Ella se levantó.
—Me voy a la ducha y luego pienso meterme desnuda en tu cama. Si te consideras demasiado viejo, vete a dormir a la cama plegable.
Mikael la siguió con la mirada. Fueran cuales fuesen los complejos que Lisbeth tuviera en la cabeza, estaba claro que la timidez no era uno de ellos. Mikael siempre acababa perdiendo todas las discusiones con ella. Al cabo de un rato recogió las tazas de café y se fue al dormitorio.


Se levantaron hacia las diez, se ducharon juntos y desayunaron en el jardín. A las once Dirch Frode llamó a Mikael. Le informó de que el entierro tendría lugar a las dos de la tarde y le preguntó si pensaban asistir.
—No creo —respondió.
Dirch Frode quiso saber si podría pasarse por la tarde, a las seis, para hablar con ellos. Mikael contestó que no había ningún problema.
Tardó unas cuantas horas en meter todos los papeles en las cajas y llevarlas al estudio de Henrik. Al final sólo quedaban sus propios cuadernos y las dos carpetas sobre el caso Wennerström, que llevaba seis meses sin abrir. Suspiró y lo metió todo en su bandolera.


Dirch Frode se retrasó; no llegó hasta las ocho. Todavía llevaba el traje del funeral y parecía estar destrozado cuando se sentó en el arquibanco de la cocina, aceptando con gratitud la taza de café que Lisbeth le sirvió. Ella se sentó a la otra mesa con su ordenador mientras Mikael se interesaba por cómo había recibido la familia la resurrección de Harriet.
—Se puede decir que ha eclipsado el fallecimiento de Martin. Y ahora también se han enterado los medios de comunicación.
—¿Y cómo habéis explicado la situación?
—Harriet ha hablado con un periodista del Kuriren. Su historia es que se escapó de casa porque no se llevaba bien con su familia, pero que evidentemente le ha ido muy bien en la vida, ya que dirige una empresa con el mismo volumen de negocios que el Grupo Vanger.
Mikael silbó.
—Ya sabía que las ovejas australianas daban dinero, pero no tenía ni idea de que llegara a tanto.
—El rancho va viento en popa, pero no es la única fuente de ingresos. Las empresas Cochran se dedican a la explotación de minas, ópalos, la industria manufacturera, transportes, electrónica y un montón de cosas más.
—¡Vaya! ¿Y qué va a pasar ahora?
—Si te soy sincero, no lo sé. Ha ido apareciendo gente a lo largo de todo el día; la familia se está reuniendo por primera vez en muchos años, tanto por la parte de Fredrik Vanger como por la de Johan Vanger. Y han venido muchos de la generación más joven: los que tienen en torno a veinte años. Ahora mismo habrá unos cuarenta miembros de la familia Vanger en Hedestad; la mitad está en el hospital fatigando a Henrik y la otra mitad en el Stora Hotellet hablando con Harriet.
—Harriet es la gran sensación. ¿Cuánta gente sabe lo de Martin?
—De momento, sólo Henrik, Harriet y yo. Hemos mantenido una larga conversación en privado. Lo de Martin y... sus perversiones es, en estos momentos, nuestra mayor preocupación. Su muerte ha ocasionado una colosal crisis en todo el Grupo.
—Lo entiendo.
—No hay un heredero natural, pero Harriet se va a quedar un tiempo en Hedestad. Entre otras cosas, hemos de resolver el tema de quién tiene derecho a qué, cómo repartir la herencia y cosas por el estilo. Porque, de hecho, a Harriet le corresponde una parte que, si hubiera vivido siempre aquí, sería bastante sustanciosa. Esto es una verdadera pesadilla.
Mikael se rio. Dirch Frode no.
—Isabella ha sufrido un colapso, está ingresada en el hospital. Harriet se niega a visitarla.
—La entiendo.
—Anita va a venir de Londres. Hemos convocado un consejo de familia para la semana que viene. Será la primera vez en veinticinco años que Anita participe.
—¿Quién será el nuevo director ejecutivo?
—Birger anda detrás del puesto, pero no será tenido en cuenta. Lo que va a ocurrir es que Henrik, desde el hospital, tomará las riendas y entrará como director provisional hasta que contratemos a alguien ajeno a la familia, o hasta que alguno de sus miembros...
No terminó la frase. De repente, Mikael arqueó las cejas.
—¿Harriet? No lo dices en serio...
—¿Por qué no? Estamos hablando de una empresaria sumamente competente y respetada.
—Pero ya está al mando de una empresa en Australia.
—Cierto. Pero su hijo, Jeff Cochran, lleva el timón en su ausencia.
—Es Studs Manager de una granja de ovejas. Si no me equivoco, se encarga de que las ovejas más apropiadas se apareen.
—También tiene un título en económicas por la universidad de Oxford y otro de derecho por la de Melbourne.
Mikael pensó en el sudoroso y musculoso hombre con el torso desnudo que le había llevado barranco abajo, e intentó imaginárselo con un traje. ¿Por qué no?
—Esto no se va a resolver en un abrir y cerrar de ojos —siguió Dirch Frode—. Pero Harriet sería una directora perfecta. Con el apoyo apropiado podría darle un giro completamente nuevo al Grupo.
—Le faltan conocimientos.
—Es verdad. Está claro que Harriet no puede aparecer así como así después de varias décadas y ponerse a dirigir de inmediato hasta el más mínimo detalle. Pero el Grupo Vanger es internacional y podríamos traer un director americano que no supiera ni una palabra de sueco... El mundo de los negocios es así.
—Tarde o temprano, tendréis que ocuparos de lo que hay en el sótano de Martin.
—Ya lo sé. Pero si hablamos, habrá consecuencias para Harriet... Me alegro de no ser yo el que tome la decisión respecto a ese tema.
—Maldita sea, Dirch; no podéis ocultar que Martin era un asesino en serie.
Dirch Frode se calló y se rebulló, incómodo, en la silla. De repente, a Mikael le entró un mal sabor de boca.
—Mikael, me encuentro en una situación... muy incómoda.
—Cuenta.
—Tengo un mensaje de Henrik. Es muy simple. Te da las gracias por el trabajo que has hecho y dice que considera cumplido el contrato. Significa que te libra de las demás obligaciones, que ya no estás obligado a vivir y a trabajar en Hedestad, etcétera, etcétera. O sea, que puedes volver a Estocolmo inmediatamente y dedicarte a tus cosas.
—¿Quiere que desaparezca de la escena?
—En absoluto. Quiere que le hagas una visita para hablar del futuro. Dice que espera que su compromiso con la junta directiva de Millennium pueda continuar sin restricciones. Pero... —Dirch Frode parecía, si cabía, aún más incómodo—. Pero ya no desea una crónica sobre la familia Vanger.
Dirch Frode asintió con la cabeza. Sacó un cuaderno, lo abrió y se lo acercó a Mikael.
—Te ha escrito esta carta.
Querido Mikael,
Tengo el más profundo respeto por tu persona y no pienso insultarte intentando decirte qué es lo que debes escribir. Puedes escribir y publicar exactamente lo que quieras y no tengo intención de ejercer ningún tipo de presión sobre ti.
Nuestro contrato sigue vigente si quieres acogerte a él. Tienes suficiente material para terminar la crónica sobre la familia Vanger. Mikael, jamás le he suplicado nada a nadie en toda mi vida. Siempre he considerado que una persona debe actuar según su moral y sus convicciones. Sin embargo, en este momento no tengo elección.
Te pido, como amigo y como copropietario de Millennium, que renuncies a revelar la verdad sobre Gottfried y Martin. Sé que está mal, pero no veo otra forma de salir de esta oscuridad. Debo elegir entre dos males y en esta historia no hay más que perdedores.
Te pido que no escribas nada que pueda perjudicar a Harriet. Tú mismo has experimentado lo que significa ser objeto de una campaña mediática. La que se llevó a cabo contra ti fue de proporciones bastante modestas; sin duda, puedes imaginarte lo que representaría para Harriet que se conociera la verdad. Ella ya ha sufrido lo suyo durante cuarenta años y no tiene por qué sufrir también por los actos cometidos por su hermano y su padre. Te pido, igualmente, que reflexiones sobre las posibles consecuencias que esta historia podría tener para miles de empleados del Grupo. Destrozaría a Harriet y nos aniquilaría a nosotros.
HENRIK
—Henrik también dice que si exiges compensación por los daños económicos que se derivarían de renunciar a publicar la historia, está abierto a negociarlo. Puedes poner las condiciones económicas que quieras.
—Henrik Vanger intentando sobornarme... Dile que habría deseado que no me hubiera hecho esa oferta.
—Esta situación le resulta tan dolorosa a Henrik como a ti. Él te quiere mucho y te considera su amigo.
—Henrik Vanger es un cabrón muy listo —espetó Mikael, repentinamente furioso—. Quiere acallar toda la historia. Juega con mis sentimientos, sabe que yo también le tengo mucho aprecio. Y lo que dice significa, en la práctica, que tengo las manos libres para publicar, pero que, si lo hago, se verá obligado a reconsiderar su postura por lo que respecta a Millennium.
—Todo ha cambiado desde que Harriet ha entrado en escena.
—Y ahora Henrik tantea cuál es mi precio. No pienso poner en evidencia a Harriet, pero alguien tiene que decir algo sobre aquellas mujeres que fueron a parar al sótano de Martin. Dirch, no sabemos ni siquiera a cuántas mató. ¿Quién piensa hablar en nombre de ellas?
De repente, Lisbeth Salander levantó la vista de su ordenador. Su voz sonó con una espeluznante suavidad al dirigirse a Dirch Frode.
—¿No hay nadie en el Grupo Vanger que me quiera sobornar a mí?
Frode se quedó perplejo. Una vez más, él había conseguido ignorar su existencia.
—Si Martin Vanger estuviera vivo en este momento, yo lo habría sacado todo a la luz —prosiguió Lisbeth—. Fuera cual fuese el acuerdo que Mikael tuviera con vosotros, yo habría enviado todos los detalles sobre él al periódico más cercano. Y si hubiera podido, le habría arrastrado hasta su propia madriguera de tortura, le habría atado a la mesa y le habría clavado agujas en los cojones. Pero está muerto. —Se dirigió a Mikael—. Yo estoy satisfecha con el acuerdo. Nada de lo que hagamos puede reparar el daño que Martin Vanger causó a sus víctimas. En cambio, nos hallamos ante una situación interesante. Te encuentras en una posición desde la que puedes seguir infligiendo daño a mujeres inocentes, sobre todo a esa Harriet a la que defendías con tanto ardor en el coche cuando subíamos. Así que la pregunta que te hago es: ¿qué es peor, que Martin Vanger la violara en la cabaña o que tú lo hagas en los titulares? Ahí tienes un interesante dilema. A lo mejor la comisión ética de la Asociación de Periodistas te puede orientar. —Hizo una pausa. En ese momento Mikael no fue capaz de mirarla a los ojos y miró fijamente a la mesa—. Pero, claro, yo no soy periodista —concluyó Lisbeth.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Dirch Frode.
—Martin grabó en vídeo a sus víctimas. Quiero que intentéis identificar a las que podáis y que os encarguéis de que las familias reciban una compensación apropiada. Y luego quiero que el Grupo Vanger haga una donación de dos millones de coronas anuales, y para siempre, a la Organización Nacional de Centros de Acogida para Mujeres y Chicas de Suecia.
Dirch Frode sopesó la suma durante uno o dos minutos. Luego asintió con la cabeza.
—¿Podrás vivir con eso, Mikael? —preguntó Lisbeth.
De repente, Mikael se sintió desesperado. Durante toda su vida profesional se había dedicado a sacar a la luz lo que otras personas intentaban ocultar; su moral le prohibía participar en la ocultación de los atroces crímenes cometidos en el sótano de Martin Vanger. La razón de ser de su labor profesional consistía precisamente en revelar lo que sabía. Siempre criticaba a sus colegas por no decir la verdad. Aun así, aquí estaba, discutiendo el cover up más macabro del que jamás había oído hablar.
Permaneció callado un buen rato. Luego también asintió con la cabeza.
—Vale —dijo Dirch Frode, y dirigiéndose a Mikael, prosiguió—: En cuanto a la compensación económica que Henrik ha ofrecido...
—Que se la meta por el culo —contestó Mikael—. Dirch, quiero que te vayas ahora. Entiendo tu situación, pero en estos momentos estoy tan cabreado contigo, con Henrik y con Harriet que si te quedas más tiempo, vamos a convertirnos en enemigos.


Dirch Frode permaneció sentado junto a la mesa de la cocina sin intención de levantarse.
—Aún no me puedo marchar —respondió Dirch Frode—. No he terminado todavía. Tengo que comunicarte otra cosa que tampoco te va a gustar. Henrik insiste en que te lo cuente esta noche. Mañana podrás ir al hospital y despellejarlo si quieres.
Mikael levantó lentamente la mirada y lo miró a los ojos.
—Esto es sin duda lo más difícil que he hecho en toda mi vida —dijo Dirch Frode—. Pero creo que lo único capaz de salvar la situación ahora mismo es ir con la verdad por delante y poner todas las cartas sobre la mesa.
—¿Y de qué se trata?
—Cuando en las Navidades pasadas Henrik te convenció para que aceptaras el trabajo, tanto él como yo pensábamos que no te conduciría a nada. Era exactamente lo que él decía: un último intento. Había analizado minuciosamente tu situación basándose, sobre todo, en el informe redactado por la señorita Salander. Jugó con ese aislamiento en el que te encontrabas, te ofreció una buena recompensa económica y utilizó el cebo apropiado.
—Wennerström —dijo Mikael.
Frode asintió con la cabeza.
—¿Os marcasteis un farol?
—No.
Lisbeth Salander levantó una ceja mostrando interés.
—Henrik va a cumplir con todo lo prometido —le comunicó Dirch Frode—. Se prestará a una entrevista en la que lanzará un ataque frontal contra Wennerström. Luego, si quieres, te daré todos los detalles, pero en líneas generales lo que pasó fue que cuando Hans-Erik Wennerström estuvo vinculado al departamento financiero del Grupo Vanger, usó varios millones para especular con divisas. Eso fue mucho antes de que ese tipo de especulaciones se convirtiera en un fenómeno habitual. Lo hizo sin ninguna autorización y sin contar con el consentimiento de la dirección de la empresa. Esos negocios le salieron mal y, de la noche a la mañana, se encontró con unas pérdidas de siete millones de coronas que intentó ocultar, por una parte, maquillando las cuentas y, por otra, con especulaciones mucho más atrevidas. Le pillaron y fue despedido.
—¿Se quedó con algo?
—Sí, se metió en el bolsillo alrededor de medio millón de coronas, un dinero que, irónicamente, utilizó para fundar Wennerstroem Group. Tenemos documentos que dan fe de ello. Puedes usar la información como quieras; Henrik lo confirmará públicamente. Pero...
—Pero la información carece de todo valor —dijo Mikael, golpeando la mesa con la palma de la mano.
Dirch Frode asintió con la cabeza.
—Eso sucedió hace treinta años y es un capítulo cerrado —añadió Mikael.
—Tienes pruebas que atestiguan que Wennerström es un sinvergüenza.
—Si eso sale a la luz, Wennerström se molestará, pero no le hará más daño que si le dispararan un grano de arroz con un canuto. Se encogerá de hombros, lo liará todo enviando un comunicado de prensa en el que dirá que Henrik Vanger no es más que un pobre viejo que intenta quitarle algún negocio, y luego afirmará que en realidad actuó por orden de Henrik. Aunque sea incapaz de probar su inocencia, lanzará suficientes cortinas de humo para que la historia sea despachada con un simple encogimiento de hombros.
Dirch Frode parecía apesadumbrado.
—Me la habéis jugado —concluyó Mikael.
—Mikael..., no era nuestra intención.
—Es culpa mía. Me agarré a un clavo ardiendo y debería haberme dado cuenta de que se trataba de algo así. —De repente soltó una carcajada seca—. Henrik es un viejo tiburón. Me vendió el producto diciéndome justamente lo que yo quería oír.
Mikael se levantó y se acercó al fregadero. Se volvió hacia Dirch Frode y resumió sus sentimientos con una sola palabra:
—Esfúmate.
—Mikael... Lamento que...
—Dirch. Vete.


Lisbeth Salander no sabía si acercarse a Mikael o dejarlo en paz. Él solucionó el dilema cogiendo repentinamente su cazadora, sin pronunciar palabra, y cerrando la puerta tras de sí con un portazo.
Durante más de una hora, Lisbeth deambuló de un lado para otro de la cocina. Se sentía tan mal que se puso a recoger los platos y a fregar, una tarea que, por lo general, solía dejarle a él. De vez en cuando se acercaba a la ventana por si lo veía. Al final se preocupó tanto que se puso la cazadora de cuero y salió a buscarlo.
En primer lugar bajó hasta el puerto deportivo, donde las casetas todavía tenían las luces encendidas, pero no divisó a Mikael. Luego continuó por el sendero paralelo a la orilla, por donde acostumbraban a dar sus paseos nocturnos. La casa de Martin Vanger se hallaba a oscuras y ya daba la sensación de estar completamente deshabitada. Llegó hasta las rocas de la punta donde Mikael y ella se solían sentar, y luego volvió a casa. El aún no había regresado.
Lisbeth subió a la iglesia. Ni rastro de Mikael. Permaneció allí un rato, indecisa, preguntándose qué hacer. Luego se acercó hasta su moto, buscó una linterna debajo del sillín y echó a andar de nuevo en paralelo a la orilla. Le llevó un rato avanzar serpenteando por el camino, medio invadido por la vegetación, y tardó aún más tiempo en encontrar la senda que llevaba a la cabaña de Gottfried; surgió de pronto de entre la oscuridad, cuando ya casi había llegado, justo detrás de unos árboles. No se veía a Mikael en el porche y la puerta estaba cerrada con llave. Ya había dado la vuelta para regresar hacia el pueblo cuando se detuvo y regresó andando hasta el final de la punta. De repente descubrió la silueta de Mikael en la penumbra del embarcadero donde Harriet Vanger ahogó a su padre. Lisbeth suspiró aliviada.
La oyó acercarse por el embarcadero y se volvió. Ella se sentó a su lado sin decir nada. Al final él rompió el silencio:
—Perdóname. Es que necesitaba estar solo un momento.
—Ya lo sé.
Lisbeth encendió dos cigarrillos y le dio uno. Mikael la observó: era la persona menos sociable que había conocido en su vida. Solía ignorar cualquier intento que él hiciera por hablar de algo personal y jamás había aceptado ni una sola muestra de simpatía. Ella le había salvado la vida y ahora había salido en plena noche a buscarlo en medio de la nada. Él le pasó un brazo por la espalda.
—Ahora ya sé el precio que tengo. Hemos abandonado a esas mujeres —dijo Mikael—. Van a silenciar toda la historia. Todo lo que hay en el sótano de Martin desaparecerá.
Lisbeth no contestó.
—Erika tenía razón —continuó—. Habría sido mejor irme a ligar a España un mes entero y luego volver y ocuparme de Wennerström. He perdido un montón de meses para nada.
—Si te hubieras ido a España, Martin Vanger todavía estaría en plena acción en su sótano.
Silencio. Durante un buen rato permanecieron sentados uno junto al otro hasta que él se levantó y propuso regresar a casa.
Mikael se durmió antes que Lisbeth. Ella permaneció despierta escuchando su respiración. Un instante después entró en la cocina, preparó café y, a oscuras, se sentó en el arquibanco y se puso a fumar un cigarrillo tras otro mientras meditaba seriamente. Daba por hecho que Vanger y Frode se la habían querido jugar a Mikael. Lo llevaban en la sangre. Pero eso era problema de Mikael y no de ella. ¿Verdad?
Al final tomó una decisión. Apagó el cigarrillo, entró en el dormitorio, encendió la lamparita de la mesilla y zarandeó a Mikael hasta que lo despertó. Eran las dos y media de la madrugada.
—¿Qué pasa?
—Tengo una pregunta. Incorpórate.
Mikael se incorporó mirándola medio dormido.
—Cuando fuiste procesado, ¿por qué no te defendiste?
Mikael movió negativamente la cabeza y su mirada se cruzó con la de Lisbeth. De reojo, consultó su reloj.
—Es una larga historia, Lisbeth.
—Cuéntamela. Tengo tiempo.
Permaneció callado un buen rato sopesando lo que debería decir. Finalmente se decidió por la verdad.
—No podía defenderme. El contenido del artículo era erróneo.
—Cuando me metí en tu ordenador y leí tu correspondencia con Erika Berger había bastantes referencias al caso Wennerström, pero siempre hablabais de los detalles prácticos del juicio y nunca de lo que sucedió en realidad. Explícame qué fue lo que salió mal.
—Lisbeth, no puedo revelar la verdadera historia. Me la jugaron bien. Erika y yo estamos totalmente de acuerdo en que dañaría aún más nuestra credibilidad si intentáramos contar lo que verdaderamente pasó.
—Oye, Kalle Blomkvist, ayer por la tarde estuviste predicando sobre la amistad, la confianza y sobre no sé qué más. No pienso colgar tu historia en Internet.


Mikael protestó. Le recordó a Lisbeth que eran las tantas de la noche y le aseguró que no tenía fuerzas para pensar en eso. Ella se quedó sentada a su lado obstinadamente hasta que cedió. Mikael fue al baño, se echó agua en la cara y puso otra cafetera. Luego volvió a la cama y le contó cómo, dos años antes, su viejo compañero de colegio Robert Lindberg consiguió despertar su curiosidad en un Mälar-30 amarillo en el puerto deportivo de Arholma.
—¿Quieres decir que tu compañero mintió?
—No, en absoluto. Me contó exactamente lo que sabía y pude verificar cada palabra suya con documentos de la auditoria del CADI. Incluso viajé a Polonia y le hice fotos al cobertizo de chapa donde estuvo instalada la gran empresa Minos. Y entrevisté a varias personas que trabajaban en la empresa. Todos decían lo mismo.
—No entiendo.
Mikael suspiró. Tardó un poco en retomar la palabra.
—Tenía una historia cojonuda. Aún no me había enfrentado a Wennerström, pero el material no tenía fisuras; si lo hubiera publicado en aquel momento, le habría asestado un buen golpe. Probablemente no habría sido procesado por estafa porque el negocio ya había sido aprobado por la auditoria, pero habría dañado su reputación.
—¿Y qué es lo que salió mal?
—En algún momento alguien se enteró de que estaba hurgando en algo y Wennerström supo de mi existencia. De la noche a la mañana empezaron a suceder muchas cosas extrañas. Primero recibí amenazas. Llamadas anónimas desde cabinas telefónicas, imposibles de rastrear. Erika también fue amenazada. Se trataba de las gilipolleces de siempre, del tipo «abandona o clavaremos tus tetas en la puerta de un establo» y cosas similares. Ella, por supuesto, estaba muy jodida. —Le cogió un cigarrillo a Lisbeth—. Luego ocurrió una cosa muy desagradable. Una noche, ya tarde, cuando salía de la redacción, dos hombres vinieron directos hacia mí, me atacaron y me propinaron una buena paliza. Me pillaron totalmente desprevenido; me partieron el labio y me caí en medio de la calle. No pude identificarlos, pero uno de ellos tenía pinta de viejo motero.
—Vale.
—Todas estas muestras de simpatía tuvieron como consecuencia que Erika cogiera un cabreo de mil demonios y yo me obstinara aún más. Reforzamos las medidas de seguridad en Millennium. El problema era que las fechorías no guardaban proporción con el contenido de la historia. No entendíamos por qué ocurría todo aquello.
—Pero la historia que publicaste fue totalmente distinta.
—Exacto. De repente abrimos una brecha. Conseguimos una fuente, una Garganta Profunda en el círculo de Wennerström. Ese contacto estaba literalmente aterrorizado y sólo nos permitió verle a escondidas en habitaciones anónimas de hotel. Nos contó que el dinero del caso Minos se había utilizado para traficar con armas en la guerra de Yugoslavia. Wennerström había hecho negocios con la Ustasja. Y no sólo eso; también podía darnos copias de esos documentos como prueba.
—¿Le creísteis?
—Era muy hábil. Nos ofreció la suficiente información como para llevarnos hasta otra fuente que confirmaba la historia. Incluso nos dio una foto que mostraba a uno de los colaboradores más cercanos de Wennerström estrechando la mano del comprador. Aquello era un material explosivo y parecía que todo se podía confirmar. Y lo publicamos.
—Y todo resultó ser falso.
—De principio a fin-confirmó Mikael—. Los documentos eran hábiles falsificaciones. El abogado de Wennerström pudo demostrar que la foto del subalterno de Wennerström y del líder de la Ustasja no era más que un simple montaje: la unión de dos imágenes diferentes retocadas con Photoshop.
—Fascinante —dijo Lisbeth Salander serenamente, asintiendo para ella misma.
—¿A que sí? A toro pasado fue muy fácil ver cómo nos habían manipulado. La historia de la que partíamos en un principio habría dañado a Wennerström, pero ahora se había ahogado en un mar de falsedades; caí en una trampa, la peor de mi vida. Publicamos una historia que Wennerström podía desmontar punto por punto para demostrar su inocencia. Con una maestría diabólica.
—No podíais batiros en retirada y contar la verdad. Ni probar que Wennerström estaba detrás de todo.
—Peor aún. Si hubiéramos intentado contar la verdad, señalando a Wennerström como el autor del montaje, nadie nos habría creído. Habría parecido un desesperado intento de echarle la culpa a un inocente empresario. Nos habrían tomado por unos chiflados, completamente obsesionados con alguna conspiración descabellada.
—Entiendo.
—Wennerström estaba doblemente protegido. Si la verdadera maniobra hubiera salido a la luz, él podría haber afirmado que todo había sido montado por algún enemigo suyo para mancillar su honor con un escándalo. Y nosotros, en Millennium, al dejarnos engañar por algo que resultó ser falso, habríamos perdido de nuevo toda credibilidad.
—Así que elegiste no defenderte y asumir una pena de cárcel.
—Me merecía la condena —dijo Mikael con amargura en la voz—. Fui culpable de difamación. Ya lo sabes. ¿Puedo dormir ahora?
Mikael apagó la luz y cerró los ojos. Lisbeth se acostó a su lado. Permaneció un rato en silencio.
—Wennerström es un gánster.
—Ya lo sé.
—No; quiero decir que que es un gánster. Trabaja con todos, desde la mafia rusa hasta los cárteles colombianos de la droga.
—¿Qué quieres decir?
—Cuando le entregué mi informe a Dirch Frode, me encargó otra tarea. Me pidió que intentara averiguar lo que realmente pasó en el juicio. Acababa de empezar cuando Frode llamó a Armanskij y canceló el encargo.
—¿Ah, sí?
—Supongo que pasaron de la investigación en cuanto tú aceptaste el trabajo de Henrik. Ya no tenía interés.
—Bueno, no me gusta dejar las cosas a medias. La pasada primavera tuve unas semanas... libres, cuando Armanskij no tenía trabajo para mí, así que empecé a indagar en la persona de Wennerström para entretenerme.
Mikael se incorporó en la cama, encendió la luz y miró a Lisbeth Salander. Su mirada se topó con los grandes ojos de ella. En efecto, tenía cara de culpable.
—¿Sacaste algo?
—Tengo todo su disco duro en mi ordenador. Puedo darte todas las pruebas que quieras de que se trata de un verdadero gánster.

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