Leer libros online, de manera gratuita!!

Estimados lectores nos hemos renovado a un nuevo blog, con más libros!!, puede visitarlo aquí: eroticanovelas.blogspot.com

Últimos libros agregados

Últimos libros agregados:

¡Ver más libros!

Millennium 1: Capitulo 26


Volver a Capítulos

CAPÍTULO 26

Martes, 15 de julio - Jueves, 17 de julio
Mikael llegó a Canberra por la tarde y la única alternativa que tuvo fue coger un vuelo nacional hasta Alice Springs. Luego podía elegir entre fletar un avión o alquilar un coche para recorrer los restantes cuatrocientos kilómetros hacia el norte. Optó por esto último.
Cuando aterrizó en Canberra, una persona desconocida que firmaba con el bíblico nombre de Joshua y pertenecía a la misteriosa red internacional de Plague, o tal vez de Trinity, le había dejado un sobre en el mostrador de información del aeropuerto.
El número de teléfono que Anita había marcado pertenecía a un sitio llamado Cochran Farm. Un breve informe le ofrecía más información: se trataba de una granja de ovejas.
Un resumen sacado de Internet daba detalles acerca de la industria ovina del país:
Australia tiene 18 millones de habitantes, de los cuales 53.000 son granjeros de ovejas que crían, aproximadamente, 120 millones de cabezas. Sólo con la exportación de lana se facturan al año más de 3.500 millones de dólares. A esto se le suma la exportación de 700 millones de toneladas de carne de cordero, así como pieles para la industria textil. La producción de carne y lana constituye una de las industrias más importantes del país.
Cochran Farm, fundada en 1891 por un tal Jeremy Cochran, era la quinta empresa agrícola de Australia, con alrededor de sesenta mil ovejas merinas, cuya lana se consideraba especialmente valiosa. Aparte de las ovejas, la empresa también se dedicaba a la cría de vacas, cerdos y gallinas.
Mikael constató que Cochran Farm constituía una importante empresa con un impresionante volumen de ventas basado en la exportación, entre otros lugares, a Estados Unidos, Japón, China y Europa.
Las biografías personales que se adjuntaban le resultaron aún más fascinantes.
En 1972 una persona llamada Raymond Cochran le dejó en herencia Cochran Farm a un tal Spencer Cochran, educado en Oxford, Inglaterra. Spencer falleció en 1994 y desde entonces su viuda llevaba la granja. Ella aparecía en una foto borrosa de baja definición descargada desde la página web de Cochran Farm. Mostraba a una mujer rubia de pelo corto que estaba de pie, con la cara medio tapada, acariciando a una oveja. Según Joshua, la pareja se casó en Italia en 1971.
Su nombre era Anita Cochran.


Mikael pasó la noche en un pueblo de mala muerte que llevaba el esperanzador nombre de Wannado. En el único bar existente en aquel árido rincón del mundo comió asado de cordero y se tomó tres pintas de cerveza con unas glorias locales que le llamaban mate y que hablaban inglés con un curioso acento. Se sentía como si hubiese entrado en el rodaje de Cocodrilo Dundee.
Por la noche, antes de acostarse, telefoneó a Erika Berger a Nueva York.
—Lo siento, Ricky, he estado tan ocupado que no he tenido tiempo de llamarte.
—¿Qué diablos ocurre en Hedestad? —explotó ella—. Christer me ha telefoneado para contarme que Martin ha muerto en un accidente de coche.
—Es una historia muy larga.
—¿Y por qué no coges el móvil? Llevo días llamándote como una loca.
—Aquí no hay cobertura.
—¿Dónde estás?
—Ahora mismo a unos doscientos kilómetros al norte de Alice Springs. O sea, en Australia.
Mikael raras veces conseguía sorprender a Erika. Esta vez ella permaneció callada durante más de diez segundos.
—¿Y qué haces en Australia? Si se puede saber, claro...
—Estoy terminando el trabajo. Volveré a Suecia dentro de unos días. Sólo quería contarte que me falta poco para cumplir la misión que me encargó Henrik Vanger.
—¿Quieres decir que has averiguado lo que pasó con Harriet?
—Creo que sí.


Llegó a Cochran Farm alrededor de las doce del día siguiente, y lo único que pudo averiguar fue que Anita Cochran se encontraba en una zona de producción situada en un lugar llamado Makawaka, a unos ciento veinte kilómetros al oeste.
Eran ya las cuatro de la tarde cuando Mikael, finalmente, consiguió llegar tras haberse abierto camino por innumerables carreteras secundarias. Detuvo el coche junto a una verja, donde un grupo de granjeros descansaban tomando café en torno al capó de un jeep. Mikael se bajó del coche, se presentó y les dijo que andaba buscando a Anita Cochran. Ellos miraron de reojo a un musculoso hombre de unos treinta años que, al parecer, era el que mandaba. Mostraba un torso desnudo muy bronceado excepto allí donde la camiseta le había protegido del sol. En la cabeza llevaba un sombrero de vaquero.
Well, mate, la jefa está a unos diez kilómetros en esa dirección —dijo, señalando con el dedo pulgar.
Le echó una mirada escéptica al coche de Mikael y añadió que, probablemente, no sería muy buena idea continuar el camino en un coche japonés de juguete. Al final, el bronceado y atlético hombre dijo que como él iba hacia allá, podría llevar a Mikael en su jeep, el medio de transporte más adecuado para ese accidentado terreno. Mikael le dio las gracias y se llevó consigo su ordenador portátil.


El hombre se presentó como Jeff y contó que era Studs Manager at the Station. Mikael pidió que se lo tradujera. Jeff observó de reojo a Mikael y concluyó que no debía ser de por allí. Le explicó que Studs Manager equivaldría más o menos al jefe de la caja de un banco, aunque él gestionaba ovejas, y que Station era la palabra australiana para rancho.
Siguieron hablando mientras Jeff, de muy buen humor, conducía el jeep a veinte kilómetros por hora bajando por un barranco que tenía una inclinación lateral de veinte grados. Mikael le dio las gracias a su estrella de la suerte por no haber intentado llevar su coche alquilado. Le preguntó qué había abajo del todo y se enteró de que eran unos pastos para setecientas ovejas.
—Tengo entendido que Cochran Farm es una de las granjas más grandes que hay por aquí.
—Somos una de las más grandes de Australia —contestó Jeff no sin cierto orgullo en la voz—. Aquí, en el distrito de Makawaka, contamos con unas nueve mil ovejas más o menos, pero tenemos Stations tanto en Nueva Gales del Sur como en Australia Occidental. En total poseemos más de sesenta y tres mil cabezas.
Salieron del barranco para entrar en un paisaje montañoso, aunque algo menos accidentado. De repente, Mikael oyó unos disparos. Vio cadáveres de ovejas, grandes hogueras y una docena de trabajadores. Todos parecían llevar escopetas en la mano. Evidentemente, se dedicaban a la matanza de ovejas.
Sin querer, le vinieron a la mente los corderos del sacrificio bíblico.
Luego vio a una mujer en vaqueros, con camisa a cuadros rojos y blancos, y el pelo rubio y corto. Jeff aparcó a unos pocos metros de ella.
Hi boss. We got a tourist —dijo.
Mikael bajó del jeep y la miró. Ella le devolvió la mirada con ojos inquisitivos.
—Hola, Harriet. Ha pasado mucho tiempo desde que nos vimos la última vez —dijo Mikael en sueco.
Ninguno de los hombres que trabajaban para Anita Cochran entendieron las palabras de Mikael, pero a nadie se le escapó la reacción de la mujer. Ella dio un paso hacia atrás con cara aterrorizada. Los hombres de Anita Cochran mostraron una actitud protectora hacia ella. Al advertir la reacción de su jefa, borraron la sonrisa de sus rostros y se pusieron en guardia, prestos a intervenir contra el extraño forastero, quien, obviamente, le había causado cierta incomodidad a su jefa. De pronto, Jeff borró la amabilidad de su rostro y se acercó un paso más a Mikael.
Mikael era consciente de que se hallaba en un barranco inaccesible en la otra punta del mundo, rodeado por una cuadrilla de sudorosos criadores de ovejas con escopetas en las manos. Una palabra de Anita Cochran y lo coserían a balazos.
El momento de tensión se disipó. Harriet Vanger les hizo una seña apaciguadora y los hombres retrocedieron. Se acercó a Mikael y, con la cara sucia y empapada de sudor, le miró a los ojos. Mikael advirtió que su pelo rubio escondía unas raíces más oscuras. Había envejecido y tenía la cara más delgada, pero se había convertido en la bella mujer que prometía la foto de su primera comunión.
—¿Nos conocemos? —preguntó Harriet Vanger.
—Sí. Me llamo Mikael Blomkvist. Fuiste mi canguro durante un verano, cuando yo tenía tres años. Tú tendrías doce o trece.
Transcurrieron unos segundos hasta que su mirada se aclaró y Mikael vio que se acordaba de él. Parecía asombrada.
—¿Qué quieres?
—Harriet, no soy tu enemigo. No estoy aquí para hacerte daño. Pero tenemos que hablar.
Ella se volvió hacia Jeff, le dijo que se quedara al mando y le hizo señas a Mikael para que la acompañara. Caminaron unos doscientos metros hasta un grupo de blancas tiendas de lona instaladas en una pequeña arboleda. Señaló una silla plegable que había junto a una desvencijada mesa, echó agua en una palangana y se lavó la cara antes de entrar para cambiarse de camisa. Fue a buscar dos cervezas a una nevera portátil y se sentó frente a Mikael.
—Tú dirás...
—¿Por qué estáis matando a las ovejas?
—Tenemos una epidemia contagiosa. Tal vez la mayoría de ellas esté sana, pero no podemos arriesgarnos a que se propague la epidemia. Vamos a tener que sacrificar a más de seiscientas durante la próxima semana. Así que no estoy de muy buen humor.
Mikael asintió con la cabeza.
—Tu hermano se mató en un accidente de coche hace unos días.
—Ya me he enterado.
—Gracias a la llamada de Anita Vanger.
Le observó inquisitivamente durante un buen rato. Luego asintió con la cabeza. Comprendió que no tenía sentido negar la evidencia.
—¿Cómo me has encontrado?
—Pinchamos el teléfono de Anita. —Mikael tampoco le encontró sentido a no decir la verdad—. Estuve con tu hermano unos minutos antes de que muriera.
Harriet Vanger frunció el ceño. Sus miradas se cruzaron. Luego él se quitó aquel ridículo pañuelo que llevaba, se bajó el cuello de la camisa y le enseñó la marca dejada por la soga. Estaba roja e inflamada y probablemente le dejaría de por vida una cicatriz como recuerdo de Martin Vanger.
—Tu hermano me había colgado de una soga cuando mi compañera apareció y le dio una buena paliza.
Un destello apareció en los ojos de Harriet.
—Creo que es mejor que me cuentes la historia desde el principio.


Le llevó más de una hora. Mikael empezó contando quién era y a qué se dedicaba. Describió cómo Henrik Vanger le había encargado el trabajo y por qué le convenía pasar una temporada en Hedeby. Resumió los motivos del estancamiento de la investigación policial y habló de cómo Henrik, durante todos esos años, había realizado otra por su cuenta, convencido de que alguien de la familia mató a Harriet. Encendió su ordenador y le explicó cómo encontró las fotos de Järnvägsgatan, y cómo él y Lisbeth empezaron a seguir el rastro de un asesino en serie que resultaron ser dos personas.
Anocheció mientras hablaba. Los hombres se prepararon para la noche; encendieron unos cuantos fuegos y pusieron ollas a hervir. Mikael advirtió que Jeff permanecía cerca de su jefa en todo momento, mirando desconfiadamente a Mikael. El cocinero les sirvió la comida. Abrieron otra cerveza. Cuando Mikael acabó de contar su historia, Harriet se quedó un rato en silencio.
—Dios mío —dijo de pronto.
—Pasaste por alto el asesinato de Uppsala.
—Ni siquiera lo descubrí. Estaba tan contenta por la muerte de mi padre y porque la violencia se había acabado que... Nunca se me ocurrió que Martin... —Se calló—. Me alegro de que esté muerto.
—Te entiendo.
—Pero tu historia no explica cómo comprendisteis que yo seguía viva.
—Una vez dedujimos lo que ocurrió, no resultó muy difícil sacar la conclusión del resto. Para poder desaparecer necesitabas ayuda. Anita Vanger era tu confidente y realmente la única opción lógica. Os habíais hecho amigas y ella pasó el verano contigo. Os alojasteis en la cabaña de Gottfried. Si confiabas en alguien, tenía que ser en ella; además, ella acababa de sacarse el carné de conducir.
Harriet Vanger lo observó sin inmutarse.
—Y ahora que sabes que estoy viva, ¿qué vas a hacer?
—Se lo contaré a Henrik. Merece saberlo.
—¿Y luego? Eres periodista.
—Harriet, no voy a descubrirte. Ya he cometido tantas negligencias profesionales en todo este lío que, sin duda, la Asociación de Periodistas me echaría de sus filas si se enterara. Una falta más o menos no importa, y no quiero enfadar a mi vieja canguro —dijo, intentando bromear.
Ella no le encontró la gracia.
—¿Quiénes saben la verdad?
—¿De que estás viva? Ahora mismo sólo tú, yo, Anita y mi compañera Lisbeth. Dirch Frode estará enterado de unos dos tercios de la historia, pero todavía cree que moriste en los años sesenta.
Harriet Vanger pareció reflexionar sobre algo. Dirigió la mirada a la oscuridad. De nuevo Mikael tuvo la desagradable sensación de encontrarse en una situación de peligro, y se acordó de que Harriet Vanger tenía una escopeta, a medio metro de ella, apoyada contra la lona de la tienda. Luego sacudió la cabeza y dejó de imaginarse cosas. Cambió de tema.
—Pero ¿cómo has acabado como criadora de ovejas en Australia? Imagino que Anita Vanger te sacó de la isla de Hedeby cuando abrieron el puente un día después del accidente; quizá te escondieras en el maletero de su coche.
—La verdad es que sólo estuve tumbada en el suelo del asiento trasero con una manta encima. Pero nadie miró allí. En cuanto Anita llegó a la isla fui a verla y le conté que tenía que huir. Has acertado en eso de que yo confiaba en ella. Me ayudó. Y se ha mantenido como una leal amiga durante todos estos años.
—¿Cómo viniste a parar a Australia?
—Al principio, antes de abandonar Suecia, me alojé un par de semanas en la habitación de la residencia de estudiantes de Anita, en Estocolmo. Ella tenía dinero y me lo prestó generosamente. También me dejó su pasaporte. Nos parecíamos mucho y lo único que yo debía hacer era teñirme el pelo de rubio. Durante cuatro años viví en un monasterio de Italia. No es que me metiera a monja; existen monasterios donde uno puede alquilar habitaciones baratas simplemente para estar en paz y pensar. Luego conocí a Spencer Cochran por casualidad. Era unos cuantos años mayor que yo, acababa de terminar sus estudios en Inglaterra y estaba viajando por Europa. Me enamoré. Él también. Fue así de simple. Anita Vanger se casó con él en 1971. Nunca me he arrepentido. Era un hombre maravilloso. Desgraciadamente, murió hace ocho años y de repente me convertí en la dueña de la granja.
—Pero ¿y el pasaporte? ¿Nadie descubrió que había dos Anitas Vanger?
—No, ¿por qué? Una sueca que se llama Anita Vanger y está casada con Spencer Cochran... Poco importa si vive en Londres o Australia. En Londres es la esposa separada de Spencer Cochran. En Australia es la auténtica esposa, la que realmente se casó con él. Nadie compara los registros informáticos de Canberra con los de Londres. Además, pronto tuve un pasaporte australiano con el apellido Cochran. El engaño funcionó perfectamente. La historia sólo se habría estropeado si Anita se hubiera querido casar. Mi matrimonio consta en el registro civil sueco.
—Algo que ella nunca ha hecho.
—Dice que no ha conocido a nadie. Pero yo sé que ha renunciado por mí. Es una amiga de verdad.
—¿Qué hacía en tu habitación?
—Aquel día yo no actué de manera muy racional. Tenía miedo de Martin, pero mientras él estuviera en Uppsala el problema quedaba aparcado. Luego apareció allí, en esa calle de Hedestad, y me di cuenta de que nunca jamás viviría segura. Dudé entre contárselo a Henrik y huir. Como Henrik no tenía tiempo para escucharme me puse a dar vueltas por todo el pueblo sin saber qué hacer. Entiendo, naturalmente, que aquel accidente acaparara la atención de todo el mundo, pero no la mía. Tenía mis propios problemas y apenas me enteré de la tragedia. Todo me resultaba irreal. Y me crucé con Anita, que vivía en la pequeña casa de invitados del jardín de Gerda y Alexander. Fue entonces cuando me decidí y le pedí que me ayudara. Me quedé en su casa todo el tiempo sin atreverme a salir. Pero había una cosa que debía llevarme: el diario en el que tenía apuntado lo ocurrido hasta ese momento; además, necesitaba un poco de ropa. Anita fue a buscármelo todo.
—Supongo que no podría resistir la tentación de abrir la ventana para mirar el lugar del accidente. —Mikael reflexionó un instante—. Lo que no entiendo es por qué no acudiste a Henrik, tal y como tenías pensado.
—¿Tú qué crees?
—La verdad es que no lo sé. Estoy convencido de que Henrik te habría ayudado; se habría encargado en el acto de que Martin no le hiciera daño a nadie más y, claro está, no te habría puesto en evidencia. Lo habría llevado todo discretamente con algún tipo de terapia o tratamiento.
—No has entendido lo que ocurrió.
Hasta ese momento, Mikael sólo se había referido a los abusos sexuales que Gottfried cometió con Martin, dejando en el aire lo sucedido con Harriet.
—Gottfried abusó de Martin —dijo Mikael cuidadosamente—. Sospecho que también abusó de ti.


Harriet Vanger no movió ni un solo músculo. Luego inspiró profundamente y se ocultó el rostro con las manos. Jeff no tardó ni tres segundos en acercarse para preguntarle si todo estaba all right. Harriet Vanger lo miró y le mostró una tímida sonrisa. Luego Mikael se sorprendió cuando ella se levantó y le dio a su Studs Manager un abrazo y un beso en la mejilla. Harriet se volvió hacia Mikael rodeando con el brazo el hombro de Jeff.
—Jeff, éste es Mikael, un viejo... amigo del pasado. Ha venido a traer problemas y malas noticias, pero no vamos a matar al mensajero. Mikael, éste es Jeff Cochran. Mi hijo mayor. Tengo otro hijo y una hija.
Mikael lo saludó con un movimiento de cabeza. Jeff tendría unos treinta años; Harriet Vanger debía de haberse quedado embarazada muy poco tiempo después de casarse con Spencer Cochran. Mikael se levantó, le tendió la mano y se disculpó por haber alterado a su madre, algo que, desgraciadamente, había resultado inevitable. Harriet intercambió unas palabras con Jeff y luego le dijo que se fuera. Volvió a sentarse junto a Mikael con aspecto de haber tomado una decisión.
—No más mentiras. Supongo que ya ha terminado todo. En cierto sentido llevo esperando este día desde 1966. Durante muchos años mi gran terror ha sido que alguien como tú se acercara y me llamara por mi verdadero nombre. Y, ¿sabes?, de repente me trae sin cuidado. Mi crimen ha prescrito. Y me importa una mierda lo que la gente piense de mí.
—¿Crimen? —preguntó Mikael.
Ella lo miró fijamente a los ojos, pero, aun así, él no pareció entender de qué estaba hablando.
—Tenía dieciséis años. Tenía miedo. Estaba avergonzada. Desesperada. Estaba sola. Los únicos que conocían la verdad eran Anita y Martin. A Anita le había contado lo de los abusos sexuales, pero no fui capaz de decirle que, además, mi padre era un loco asesino de mujeres. Eso Anita no lo sabe. En cambio, le confesé el crimen que yo misma cometí; un crimen tan terrible que, a la hora de la verdad, no me atreví a contárselo a Henrik. Recé a Dios para que me perdonara. Y me refugié en aquel monasterio durante años.
—Harriet, tu padre era un violador y un asesino. Tú no tenías ninguna culpa.
—Ya lo sé. Mi padre abusó de mí durante un año. Hice todo lo que estuvo en mis manos para evitar que... pero era mi padre y no podía negarme de repente a tener nada que ver con él sin explicar por qué. Así que mostré mi mejor sonrisa, interpreté mi papel e intenté dar la sensación de que todo estaba bien; pero me aseguraba de que siempre hubiera más gente cerca cada vez que lo veía. Mi madre sabía lo que él hacía, claro, pero a ella no le importaba.
—¿Isabella lo sabía? —exclamó Mikael con estupefacción.
La voz de Harriet Vanger adquirió un tono severo.
—Claro que lo sabía. Nada de lo que pasaba en nuestra familia era ignorado por Isabella. Pero no se daba por enterada si se trataba de alguna cosa desagradable o que ofreciera una mala imagen de su persona. Mi padre podría haberme violado en medio del salón ante sus propios ojos sin que ella lo reconociera. Era incapaz de admitir que algo no iba bien en mi vida o en la suya.
—La he conocido. Es una bruja.
—Y lo ha sido toda su vida. A menudo he reflexionado sobre la relación entre ella y mi padre. He llegado a la conclusión de que, después de mi nacimiento, nunca, o muy raramente, mantuvieron relaciones sexuales. Mi padre tenía otras mujeres, pero, por alguna extraña razón, Isabella le daba miedo. Se distanció de ella, pero fue incapaz de divorciarse.
—En la familia Vanger nadie se divorcia.
Ella se rio por primera vez.
—Sí, es verdad. Pero el tema es que yo era incapaz de contar todo aquello. Todo el mundo se enteraría. Mis compañeros de clase, toda la familia...
Mikael puso una mano sobre la de ella.
—Harriet, lo siento de verdad.
—Yo tenía catorce años cuando me violó por primera vez. Y durante el año siguiente me llevó a su cabaña. En varias ocasiones Martin estuvo presente. Mi padre nos forzaba a mí y a Martin a hacer cosas con él. Y me sujetaba los brazos para que Martin pudiera... satisfacerse encima de mí. Cuando mi padre murió, Martin ya estaba preparado para tomar el relevo. Esperaba que yo me convirtiera en su amante, y consideraba natural que yo me sometiera a él. Y a esas alturas yo ya no tenía elección. Estaba obligada a obedecerle. Me había deshecho de un verdugo sólo para acabar en las garras de otro, y todo lo que podía hacer era asegurarme de que nunca surgiese una ocasión en la que me encontrara a solas con él.
—Henrik habría...
—Sigues sin entenderlo.
Ella elevó la voz. Mikael vio que algunos de los hombres de las tiendas contiguas lo miraron de reojo. Volvió a bajar la voz y se inclinó hacia él.
—Todas las cartas están sobre la mesa. Tienes que deducir el resto.
Se levantó y fue a por otras dos cervezas. Al volver, Mikael le dijo una sola palabra.
—¿Gottfried?
Ella asintió con la cabeza.
—El 7 de agosto de 1965 mi padre me obligó a ir a su cabaña. Henrik se había ido de viaje. Mi padre estaba borracho, al borde del coma etílico. Intentó forzarme, pero ni siquiera se le levantó. Siempre se mostraba... grosero y violento hacia mí cuando nos encontrábamos a solas, pero esta vez se pasó de la raya. Se me orinó encima. Luego me dijo lo que quería hacer conmigo. Durante la noche me habló de las mujeres que había asesinado. Empezó a alardear de ello. Citó la Biblia. Siguió durante horas. No entendía ni la mitad de lo que decía pero me di cuenta de que estaba completamente enfermo. —Ella tomó un trago de cerveza—. En un momento dado, a eso de la medianoche, le dio un arrebato. Se volvió completamente loco. Nos hallábamos arriba, en el loft. Me puso una camiseta alrededor del cuello y apretó todo lo que pudo. Se me nubló la vista. No me cabe la menor duda de que realmente me quería matar y aquella noche, por primera vez, consiguió consumar la violación.
Harriet Vanger miró a Mikael con ojos suplicantes.
—Pero su borrachera era tal que, no sé cómo, conseguí escapar. Salté del loft al suelo y hui presa del pánico. Estaba desnuda y, sin pensármelo dos veces, eché a correr y acabé en el embarcadero. Él venía detrás, haciendo eses, persiguiéndome.
De repente, Mikael deseó que ella no le contara nada más.
—Fui lo suficientemente fuerte como para empujar a un viejo borracho al agua. Usé un remo para mantenerlo bajo la superficie hasta que dejó de moverse. Sólo fue cuestión de unos pocos segundos. —Harriet hizo una pausa y el silencio resultó ensordecedor—. Cuando levanté la vista, allí estaba Martin. Parecía aterrorizado, pero a la vez sonreía burlonamente. No sé cuánto tiempo llevaba allí, fuera de la cabaña, espiándonos. Desde aquel momento me encontré a merced de su voluntad. Se acercó a mí, me cogió del pelo y me llevó de nuevo a la cabaña y a la cama de Gottfried. Me ató y me violó mientras nuestro padre seguía flotando en el agua, junto al embarcadero. Ni siquiera tuve fuerzas parar oponer resistencia.
Mikael cerró los ojos. De pronto sintió vergüenza y deseó haber dejado a Harriet Vanger en paz. Pero la voz de ella recobró la energía.
—Desde aquel día yo estuve bajo su poder. Obedecía a todas sus órdenes. Como paralizada. Lo que me salvó de la locura fue que a Isabella se le ocurriera que Martin necesitaba un cambio de aires después del trágico fallecimiento de su padre. Y lo mandó a Uppsala, evidentemente porque sabía lo que Martin hacía conmigo. Fue su manera de resolver el problema. Imagínate la decepción de Martin.
Mikael asintió.
—Durante el siguiente año Martin sólo vino a casa por Navidad, de modo que conseguí apartarme bastante de él. Entre Navidad y Año Nuevo acompañé unos días a Henrik en un viaje a Copenhague. Y cuando llegaron las vacaciones de verano, recurrí a Anita. Confié en ella; se quedó conmigo todo el tiempo y se aseguró de que Martin no se acercara a mí.
—Le descubriste en Järnvägsgatan.
Ella asintió con la cabeza.
—Me habían dicho que no iba a acudir a la reunión familiar, sino que se quedaría en Uppsala. Pero, al parecer, cambió de opinión y, de repente, allí estaba, al otro lado de la calle, mirándome fijamente. Con una sonrisa en los labios. Fue como una pesadilla. Yo había matado a mi padre y me di cuenta de que nunca me libraría de mi hermano. Hasta ese mismo momento había pensado en quitarme la vida. Finalmente opté por huir.
Harriet observó a Mikael con cierta felicidad en la mirada.


—La verdad es que me ha sentado bien contar la verdad. Ahora ya lo sabes todo. ¿Qué piensas hacer con esa información?Volver a Capítulos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ir a todos los Libros