Al volver
a Hedestad, lo primero que hizo Mikael por la mañana fue pasar a ver a Dirch
Frode para interesarse por la salud de Henrik Vanger. Se enteró de que el viejo
había mejorado mucho a lo largo de la semana anterior. Seguía estando débil y
delicado, pero al menos podía incorporarse en la cama. Su estado ya no se
consideraba crítico.
—Gracias
a Dios —dijo Mikael—. Me he dado cuenta de que le tengo mucho cariño.
Dirch
Frode asintió con la cabeza.
—Ya
lo sé. Henrik también te aprecia. ¿Qué tal el viaje por el norte?
—Exitoso
e insatisfactorio. Ya te lo contaré, pero primero necesito preguntarte algo.
—Adelante.
—¿Qué
pasará con Millennium si
se muere Henrik?
—Nada.
Martin entrará en la junta.
—¿Existe
algún riesgo, hipotéticamente hablando, de que Martin pueda crearnos problemas
en Millennium si no abandono la investigación sobre
la desaparición de Harriet?
Dirch
Frode le clavó la mirada.
—¿Qué
ha pasado?
—En
realidad, nada.
Mikael
le refirió la conversación mantenida con Martin Vanger el día de Midsommar.
—Cuando
volvía de Norsjö, Erika me llamó y me contó que Martin había hablado con ella
pidiéndole que insistiera en que me necesitaban en la redacción.
—Entiendo.
Habrá sido cosa de Cecilia. Pero no creo que Martin te vaya a chantajear. Es
demasiado honrado para hacer una cosa así. Y recuerda que yo también estoy en
la junta de esa pequeña filial que creamos al entrar en Millennium.
—Y
si las cosas llegaran a complicarse, ¿cuál sería, entonces, tu postura?
—Los
contratos están para cumplirlos. Yo trabajo para Henrik. Nuestra amistad dura
ya cuarenta y cinco años, y somos bastante parecidos cuando se trata de ese
tipo de cosas. Si Henrik muriera, la verdad es que sería yo, no Martin, quien
heredaría la parte que Henrik posee en la empresa. Tenemos un contrato
completamente blindado donde nos comprometemos a apoyar a Millennium durante
tres años. Si Martin quisiera hacernos una jugarreta, cosa que no creo, como
mucho podría disuadir a unos cuantos anunciantes.
—Que
son la base de la existencia de Millennium.
—Vale,
pero míralo de esta manera: dedicarse a ese tipo de mezquindades requiere mucho
tiempo. En la actualidad Martin está luchando por la supervivencia industrial
del Grupo y trabaja catorce horas diarias. No tiene demasiado tiempo para nada
más.
Mikael
se quedó pensativo un rato.
—¿Puedo
preguntarte algo? Sé que no es asunto mío, pero ¿cuál es la situación general
del Grupo?
El
semblante de Dirch Frode se tornó serio.
—Tenemos
problemas.
—Sí,
bueno; hasta ahí llega incluso un periodista económico normal y corriente como
yo. Pero ¿hasta qué punto son serios esos problemas?
—¿Entre
nosotros?
—Sólo
entre nosotros.
—Durante
las últimas semanas hemos perdido dos importantes encargos en la industria
electrónica, y, además, están a punto de echarnos del mercado ruso. En
septiembre nos veremos obligados a despedir a mil seiscientos empleados en
Örebro y Trollhättan. ¡Menudo regalo para la gente que lleva trabajando tantos
años en el Grupo! Cada vez que cerramos una fábrica, la confianza en el Grupo
se reduce un poco más.
—Martin
Vanger se encuentra bajo mucha presión.
—Está
llevando la carga de un buey andando sobre huevos.
Mikael
volvió a casa y llamó a Erika, que no se encontraba en la redacción. En su
lugar habló con Christer Malm.
—La
situación es ésta: ayer, cuando regresaba de Norsjö en coche, me llamó Erika.
Martin Vanger había contactado con ella y, por decirlo de alguna forma, la
animaba a proponer que yo asumiera una mayor responsabilidad en la redacción.
—Completamente
de acuerdo —dijo Christer.
—Muy
bien. Pero el caso es que tengo un contrato con Henrik Vanger que no puedo
romper, y Martin actúa por encargo de una persona que quiere que yo deje de
husmear y desaparezca del pueblo. O sea, su propuesta no es más que un intento
de echarme de aquí.
—Entiendo.
—Dile
a Erika que volveré a Estocolmo cuando haya terminado lo de aquí. No antes.
—Vale.
Estás loco de remate, pero se lo diré.
—Christer,
aquí pasa algo y no estoy dispuesto a abandonar el barco.
Christer
suspiró profundamente.
Mikael
se acercó hasta la casa de Martin Vanger. Eva Hassel abrió la puerta y lo
saludó amablemente.
—Hola.
¿Está Martin?
Como
respuesta a la pregunta, Martin Vanger salió con un maletín en la mano. Le dio
un beso a Eva Hassel en la mejilla y saludó a Mikael.
—Me
iba ya a la oficina. ¿Querías hablar conmigo?
—Puedo
esperar si tienes prisa.
—Dime.
—No
voy a regresar a Estocolmo ni empezar a trabajar en la redacción de Millennium hasta
que haya terminado el encargo de Henrik. Te informo de esto ahora para que no
cuentes conmigo en la junta antes de fin de año.
Martin
Vanger se quedó pensativo.
—Ya
veo. Crees que deseo quitarte de en medio. —Martin hizo una pausa—. Mikael, ya
hablaremos de esto en otra ocasión. No tengo tiempo para dedicarme a hobbies como
la junta de Millennium; ojalá no hubiera accedido a la
propuesta de Henrik. Pero créeme, haré lo que esté en mi mano para que Millennium sobreviva.
—Nunca
he dudado de eso —contestó Mikael educadamente.
—Si
nos reunimos la semana que viene, repasaremos las cuentas y te diré lo que
pienso de la situación. Pero mi postura no ha cambiado; creo sinceramente que Millennium no
puede permitirse que uno de sus personajes clave esté aquí en Hedeby de brazos
cruzados. Me gusta la revista y opino que juntos la fortaleceremos, pero para
llevarlo a cabo te necesitamos a ti. Eso me ha provocado un conflicto de
intereses: o complacer los deseos de Henrik o ser consecuente con mi trabajo en
la junta de Millennium.
Mikael se
puso un chándal y salió a correr a campo través, pasando por La Fortificación,
hasta la cabaña de Gottfried. Luego dio la vuelta y regresó a un ritmo más
moderado a largo de la costa. Dirch Frode lo esperaba sentado junto a la mesa
del jardín. Aguardó pacientemente mientras Mikael bebía agua de una botella y
se secaba el sudor de la cara.
—Eso
no parece muy sano en medio de este calor.
—Grrr
—contestó Mikael.
—Estaba
equivocado. No es Cecilia la que más presiona a Martin; es Isabella. Está
movilizando al clan Vanger para untarte de brea y plumas y, posiblemente,
también quemarte en la hoguera. Birger la apoya.
—¿Isabella?
—Es
una mujer malvada y mezquina cuyos deseos hacia el prójimo no suelen ser
precisamente buenos. Ahora mismo parece odiarte a ti en particular. Está
haciendo correr la voz de que eres un estafador porque has engañado a Henrik
para que te contrate, y lo has alterado de tal manera que le has provocado un
infarto.
—¿Y
alguien se lo cree?
—Siempre
hay gente dispuesta a creer en las malas lenguas.
—Estoy
intentando averiguar lo que le pasó a su hija y me odia por ello. Si se hubiera
tratado de la mía, creo que yo habría reaccionado de otra manera.
Hacia las
dos de la tarde, sonó el móvil de Mikael.
—Hola,
me llamo Conny Torsson y trabajo en el Hedestads-Kuriren. ¿Tienes tiempo para contestar a unas
preguntas? Alguien nos ha informado de que vives aquí, en Hedeby.
—Pues
tus informadores son un poco lentos; llevo aquí desde Año Nuevo.
—No
lo sabía. ¿Y qué haces en Hedestad?
—Escribo.
Tengo una especie de año sabático.
—¿En
qué andas trabajando?
—Sorry.
Eso lo verás cuando se publique.
—Acabas
de salir de la cárcel...
—¿Sí?
—¿Qué
piensas de los periodistas que falsifican material?
—Que
son idiotas.
—¿Así
que quieres decir que tú eres un idiota?
—¿Por
qué iba a pensar eso? Yo nunca he falsificado nada.
—Pero
fuiste condenado por difamación.
El
periodista Conny Torsson dudó durante tanto tiempo que Mikael se vio obligado a
ayudarle un poco.
—Fui
condenado por difamación, no por falsificación.
—Pero
publicaste ese material.
—Si
llamas para hablar de la sentencia, no tengo ningún comentario al respecto.
—Me
gustaría verte para hacerte una entrevista.
—Lo
siento, pero no tengo nada que decir relacionado con ese tema.
—¿Así
que no quieres hablar del juicio?
—Eso
es —contestó Mikael, dando por zanjada la conversación.
Se
quedó pensativo un largo rato antes de volver al ordenador.
Lisbeth
Salander siguió las instrucciones que le habían dado y cruzó el puente con su
Kawasaki hasta la isla de Hedeby. Se detuvo junto a la primera casa a mano
izquierda. Se encontraba en un pueblo perdido, pero mientras el arrendatario de
sus servicios le pagara, no le importaba tener que ir al Polo Norte. Además, le
encantaba conducir a toda pastilla por la autopista E4. Aparcó la moto y quitó
la correa que sujetaba la bolsa de viaje.
Mikael
Blomkvist abrió la puerta y la saludó con la mano. Salió y examinó la moto con
verdadero asombro.
—¡Anda!
Tienes una moto.
Lisbeth
Salander no dijo nada, pero lo observó atentamente cuando tocó el manillar y
probó el acelerador. No le gustaba que nadie toqueteara sus pertenencias. Luego
se fijó en la cara de niño que puso Mikael, lo cual le pareció un rasgo
reconciliador. La mayoría de los aficionados a las motos solían menospreciar su
moto ligera con un bufido.
—Yo
tuve una moto cuando tenía diecinueve años —comentó—. Gracias por venir. Entra
e instálate.
Mikael
había cogido prestada una cama plegable de los Nilsson, sus vecinos de
enfrente, y la había colocado en el estudio. Lisbeth Salander dio una vuelta
por la casa con cierta desconfianza, pero pareció relajarse al no descubrir
indicios inmediatos de ninguna trampa insidiosa. Mikael le enseñó el baño.
—Si
quieres, puedes darte una ducha y refrescarte un poco.
—Tengo
que cambiarme. No voy a llevar el mono de cuero por aquí...
—Vale.
Entretanto haré la cena.
Mikael
preparó unas chuletas de cordero con salsa de vino tinto. Mientras Lisbeth se
duchaba y se cambiaba, él puso la mesa fuera, al sol de la tarde. Ella salió
descalza, con una camiseta de tirantes negra y una falda vaquera, corta y
desgastada. La comida olía bien y Lisbeth se zampó dos buenos platos. Mikael,
fascinado, miraba de reojo el tatuaje que llevaba ella en la espalda.
—Cinco
más tres —dijo Lisbeth Salander—. Cinco casos de la lista de Harriet y tres
casos más que creo que deberían haber estado allí.
—Cuéntamelo.
—Sólo
llevo once días con esto y, simplemente, no me ha dado tiempo a investigarlo
todo. En algunos casos, las investigaciones policiales acabaron en el archivo
provincial, y en otros se siguen conservando en el distrito policial
correspondiente. He ido a tres de ellos, pero aún no me ha dado tiempo a ver
los demás. Sin embargo, las cinco están identificadas.
Lisbeth
Salander depositó una considerable pila de papeles encima de la mesa de la
cocina, más de quinientas páginas de tamaño folio. Rápidamente distribuyó el
material en distintos montones.
—Vayamos
por orden cronológico.
Le
dio una lista a Mikael.
1949 — Rebecka Jacobsson, Hedestad
(30112)
1954 — Mari Holmberg, Kalmar (32018)
1957 — Rakel Lunde, Landskrona (32027)
1960 — (Magda) Lovisa Sjöberg, Karlstad
(32016)
1960 — Liv Gustavsson, Estocolmo
(32016)
1962 — Lea Persson, Uddevalla (31208)
1964 — Sara
Witt, Ronneby (32109)
1966 — Lena
Andersson, Uppsala (30112)
—El
primer caso de esta serie parece ser el de Rebecka Jacobsson, de 1949, cuyos
detalles ya conoces. El siguiente que he encontrado es el de Mari Holmberg, una
prostituta de treinta y dos años de Kalmar que fue asesinada en su domicilio en
octubre de 1954. No se pudo determinar la hora exacta del crimen porque ya
llevaba un tiempo muerta cuando la descubrieron, probablemente unos nueve o
diez días.
—¿Y
por qué la has relacionado con la lista de Harriet?
—Estaba
atada y había sido salvajemente maltratada, pero murió por asfixia. El asesino
le introdujo en la boca una de sus propias compresas usadas.
Mikael
se quedó callado un rato antes de buscar el correspondiente pasaje de la
Biblia: capítulo 20, versículo 18 del Levítico: «Si un hombre se acuesta con
una mujer en su período menstrual y tiene relaciones con ella, los dos serán
extirpados de su pueblo, porque él ha puesto al desnudo la fuente del flujo de
la mujer y ella la ha descubierto».
Lisbeth
asintió.
—Harriet
Vanger también hizo esa misma conexión. Vale. La siguiente.
—Mayo
de 1957, Rakel Lunde, cuarenta y cinco años. Esta mujer trabajaba como señora
de la limpieza y era algo así como el bicho raro del pueblo. Era pitonisa y se
dedicaba a echar las cartas, leer las manos y cosas por el estilo. Rakel vivía
en las afueras de Landskrona en una casa bastante aislada, donde la asesinaron
a primera hora de la mañana. La encontraron fuera, detrás de la casa, desnuda y
atada al poste de un tendedero y con la boca tapada con celo. La muerte le
sobrevino porque alguien lanzó, una y otra vez, una pesada piedra contra ella.
Sufrió innumerables heridas y fracturas.
—Joder,
Lisbeth, esto es tremendamente desagradable.
—No
ha hecho más que empezar. Las iniciales RL encajan; ¿encuentras la cita
bíblica?
—Está
clarísima: «El hombre o la mujer que consulten a los muertos o a otros
espíritus serán castigados con la muerte: los matarán a pedradas, y su sangre
caerá sobre ellos».
—Luego
tenemos a Lovisa Sjöberg en Ranmo, cerca de Karlstad. Es la que Harriet apuntó
como Magda. Su nombre completo era Magda Lovisa, pero la llamaban Lovisa.
Mikael
escuchaba atentamente mientras Lisbeth relataba los extraños detalles del
asesinato de Karlstad. Al encender ella un cigarrillo, él señaló
inquisitivamente el paquete de tabaco. Ella se lo acercó.
—O
sea, ¿el asesino también atacó al animal?
—El
pasaje bíblico dice que si una mujer mantiene relaciones sexuales con un
animal, morirán los dos.
—La
probabilidad de que aquella mujer tuviera relaciones con una vaca debe de ser
prácticamente inexistente.
—La
cita bíblica puede interpretarse al pie de la letra. Es suficiente con que se
una al animal, lo cual es algo que una
granjera tiene que hacer todos los días.
—De
acuerdo. Sigue.
—El
siguiente caso según la lista de Harriet es el de Sara. La he identificado como
Sara Witt, de treinta y siete años, residente en Ronneby. La asesinaron en
enero de 1964 y apareció atada en su cama. Había sido objeto de una salvaje
violencia sexual, pero murió por asfixia. La estrangularon. Además, el asesino
provocó un incendio. Sin duda, tenía la intención de quemar la casa hasta los
cimientos, pero, por una parte, el fuego se apagó por sí solo y, por otra, los
bomberos se presentaron de inmediato en el lugar.
—¿Y
cuál es la conexión?
—Listen
to this. Sara Witt no sólo era hija de un pastor luterano sino que también
estaba casada con uno. Su marido estaba de viaje precisamente ese fin de
semana.
—«Si
la hija de un sacerdote se envilece a sí misma prostituyéndose, envilece a su
propio padre, y por eso será quemada.» Vale; entra en la lista. Pero has dicho
que hay más casos.
—He
encontrado a otras tres mujeres asesinadas en circunstancias tan raras que
deberían figurar en la lista de Harriet. El primer caso habla de una mujer
joven llamada Liv Gustavsson. Tenía veintidós años y vivía en Farsta. Le encantaban
los caballos; competía en carreras y era toda una promesa. También llevaba una
pequeña tienda de animales junto a su hermana.
—¿Y?
—La
hallaron en la tienda. Estaba sola porque se había quedado a hacer cuentas.
Seguramente dejó entrar al asesino voluntariamente. Fue violada y estrangulada.
—No
suena muy en la línea de la lista de Harriet.
—No
mucho, si no fuera por un detalle. El asesino terminó metiendo un periquito en
su vagina y luego soltó a todos los animales de la tienda: gatos, tortugas, ratones
blancos, conejos, pájaros... Incluso a los peces del acuario. Así que fue un
cuadro bastante desagradable el que se encontró la hermana por la mañana.
Mikael
asintió con la cabeza.
—Fue
asesinada en agosto de 1960, cuatro meses después del asesinato de la granjera
Magda Lovisa, de Karlstad. En los dos casos se trataba de mujeres que
trabajaban con animales y en ambos se sacrificó a animales. Es cierto que la
vaca de Karlstad sobrevivió, pero me imagino que resulta bastante complicado
matar a una vaca con un arma blanca. Un periquito no opone tanta resistencia.
Además, aparece otro sacrificio de animales.
—¿Cuál?
Lisbeth
le comentó el peculiar «asesinato de la paloma» de Lea Persson en Uddevalla.
Mikael permaneció callado durante tanto rato que incluso Lisbeth se impacientó.
—De
acuerdo —dijo finalmente—. Acepto tu teoría. Queda un caso.
—Uno
que haya encontrado. Pero no sé cuántos se me habrán pasado.
—Cuéntame.
—Febrero
de 1966, Uppsala; la víctima más joven: una estudiante de instituto de
diecisiete años llamada Lena Andersson. Desapareció después de una fiesta con
los de su clase y fue encontrada tres días más tarde en una zanja de la llanura
de Uppsala, a una buena distancia de la ciudad. La asesinaron en otro lugar y
luego la trasladaron allí.
Mikael
asintió.
—Los
medios de comunicación le prestaron mucha atención a ese asesinato, pero nunca
se informó sobre las circunstancias exactas de la muerte. La chica sufrió una
tortura atroz. He leído el informe del forense. La torturaron con fuego. Sus
manos y pechos presentaban graves quemaduras, pero la quemaron por todo el
cuerpo repetidas veces. Encontraron rastros de estearina que demostraban que
habían usado una vela, pero sus manos estaban tan carbonizadas que seguramente
fueron sometidas a un fuego más intenso. Finalmente, el asesino le cortó la
cabeza con una sierra y la lanzó junto al cuerpo.
Mikael
se puso pálido.
—Dios
mío —dijo.
—No
he encontrado ningún pasaje bíblico que se corresponda con este caso, pero hay
varios que hablan de holocaustos y sacrificios; y en algunos sitios se dice que
el animal sacrificado —por regla general, un buey— debe ser cortado de manera
que «se separe la cabeza del sebo». La utilización del fuego también recuerda
al primer asesinato, el de Rebecka, aquí, en Hedestad.
Cuando,
ya por la noche, los mosquitos empezaron a atacar, recogieron la mesa del
jardín y se sentaron en la cocina para continuar hablando.
—El
que no hayas podido encontrar una cita bíblica exacta no significa nada. No se
trata de citas. Esto es una grotesca parodia del contenido de la Biblia; son
más bien asociaciones establecidas con pasajes sueltos, sacados de contexto.
—Ya
lo sé. Y ni siquiera son exactas. Por ejemplo, el pasaje que dice que los dos
deben morir si alguien mantiene una relación con una mujer que tenga la
menstruación. Si eso se interpreta literalmente, el asesino tendría que haberse
suicidado.
—Bueno,
¿adonde nos conduce todo esto? —se preguntó Mikael.
—Tu
Harriet, o tenía un hobby bastante
peculiar que consistía en recopilar citas bíblicas y asociarlas a víctimas de
asesinatos de los que había oído hablar... o sabía que existía un vínculo entre
los casos.
—Entre
1949 y 1966; es posible que incluso antes y también después. O sea, un asesino
en serie, un sádico loco de atar, estuvo merodeando por allí con una Biblia
bajo el brazo matando mujeres durante diecisiete años sin que nadie relacionara
los crímenes. Suena completamente increíble.
Lisbeth
Salander corrió la silla hacia atrás y fue a ponerse otro café de la cafetera
que estaba sobre la hornilla. Encendió un cigarrillo y echó el humo. Mikael se
maldijo por dentro, pero cogió otro cigarrillo más.
—No,
tampoco me parece tan increíble —replicó ella, levantando un dedo—. En Suecia,
tan sólo en el siglo XX, han quedado sin resolver decenas de asesinatos de
mujeres. Aquel catedrático de criminología, Persson, explicó una vez en la
tele, en el programa Se busca, que los asesinos en serie no son muy
habituales en nuestro país, pero que seguramente hemos tenido algunos que no
han sido descubiertos.
Mikael
asintió. Lisbeth levantó otro dedo.
—Estos
asesinatos se cometieron durante un largo período y en sitios muy distantes
entre sí. Dos de los crímenes tuvieron lugar muy seguidos el uno del otro, en
1960, pero las circunstancias diferían bastante: una granjera de Karlstad y una
joven de Estocolmo, de veintidós años, aficionada a los caballos.
El
tercer dedo.
—No
siguen una lógica aparente. Los asesinatos se cometieron de distintos modos y,
en realidad, no tienen ninguna firma. Sin embargo, hay varias cosas que se
repiten en los diversos casos: animales, fuego, violencia sexual extrema... Y,
como acabas de señalar, una parodia de los textos bíblicos. Pero,
evidentemente, ningún investigador policial ha interpretado estos asesinatos
partiendo de la Biblia.
Mikael
asintió. La miró de reojo. Con su delgado cuerpo, la camiseta de tirantes
negra, los tatuajes y los piercings en
la cara, Lisbeth Salander desentonaba en esa casa de invitados de Hedeby.
Durante la cena, cuando Mikael intentó ser amable, ella apenas si le había contestado
con monosílabos. Sin embargo, cuando se ponía a trabajar lo hacía como una
verdadera profesional. Su piso de Estocolmo era un caos, pero Mikael concluyó
que se trataba de una chica dotada de una mente extremadamente ordenada. «¡Qué
curioso!»
—Es
difícil ver la relación existente entre una prostituta de Uddevalla asesinada
detrás de un contenedor situado en medio de un polígono industrial y la mujer
de un pastor luterano de Ronneby a la que estrangulan para luego prenderle fuego.
A no ser que uno tenga la clave que nos ha dado Harriet, claro.
—Lo
cual nos lleva a la siguiente pregunta —comentó Lisbeth.
—¿Cómo
diablos se metería Harriet en todo esto? Una chica de dieciséis años que vivía
en un ambiente tan protegido...
—Sólo
existe una explicación —puntualizó Lisbeth.
Mikael
volvió a asentir con la cabeza.
—Tiene
que haber un vínculo con la familia Vanger.
A las
once de la noche llevaban ya tanto tiempo devanándose los sesos con aquella
serie de asesinatos, analizando posibles conexiones y extraños detalles, que a
Mikael le empezó a dar vueltas la cabeza. Se frotó los ojos y se estiró; acto
seguido le preguntó a Lisbeth si quería dar un paseo. Ella puso una cara
extraña, como si considerara que ese tipo de actividades eran una pérdida de
tiempo, pero, tras un breve momento de reflexión, asintió. Mikael le sugirió
que se pusiera unos pantalones largos para protegerse de los mosquitos.
Caminaron
por el puerto deportivo; luego pasearon por debajo del puente enfilando el
camino que conducía hasta la punta, donde vivía Martin Vanger. Mikael iba
señalando las casas contando cosas sobre los que vivían en ellas. Al pasar por
delante de la de Cecilia Vanger le costó expresarse. Lisbeth lo miró de reojo.
Dejaron
atrás el ostentoso yate de Martin Vanger y llegaron hasta el final de la punta,
donde se sentaron sobre una roca a fumarse un cigarrillo a medias.
—Hay
otra conexión entre las víctimas —soltó Mikael de buenas a primeras—. A lo
mejor ya has pensado en ello.
—¿Cuál?
—Los
nombres.
Lisbeth
Salander reflexionó un instante. Luego negó con la cabeza, dando a entender que
no lo entendía.
—Todos
los nombres son bíblicos —le aclaró él.
—No
es verdad —se apresuró a decir Lisbeth—; ni Liv ni Lena están en la Biblia.
Mikael
negó con la cabeza.
—Te
equivocas. Liv significa “vida”, que es el significado bíblico de Eva. Y ahora
estrújate el cerebro, Sally: ¿de qué es abreviatura Lena?
Lisbeth
Salander cerró los ojos indignada y se maldijo por dentro. Mikael había sido
más rápido que ella. Y eso no le gustó nada.
—Magdalena
—pronunció.
—La
prostituta, la primera mujer, la virgen María... están todas. Todo esto resulta
tan descabellado que a un psicólogo se le haría la boca agua. Pero la verdad es
que estaba pensando en otra cosa relativa a los nombres.
Lisbeth
esperaba pacientemente.
—También
son nombres tradicionales judíos. La familia Vanger ha dado al mundo un grupo
más que considerable de fanáticos antisemitas, de nazis y de teóricos de la
conspiración. Harald Vanger tiene ahora más de noventa años, pero en los años
sesenta estaba en su mejor momento, la única vez que me encontré con él, me
espetó que su propia hija era una puta. Al parecer, tiene problemas con las mujeres.
De nuevo
en casa, se prepararon unos sandwiches y calentaron el café. Mikael echó un
vistazo de reojo a las cerca de quinientas páginas que la investigadora
favorita de Dragan Armanskij le había preparado.
—Has
hecho un fantástico trabajo en un tiempo récord. Gracias. Y gracias también por
tener la amabilidad de subir hasta aquí para informarme personalmente.
—¿Y
ahora qué? —preguntó Lisbeth.
—Mañana
hablaré con Dirch Frode para gestionar el pago.
—No
me refería a eso.
Mikael
la miró.
—Bueno...,
la investigación que te encargué ya está hecha —dijo con cierta prudencia.
—Pero
yo no he terminado todavía con esto.
Mikael
se reclinó en el arquibanco de la cocina y cruzó su mirada con la de Lisbeth.
No pudo leer nada en sus ojos. Llevaba seis meses trabajando solo en el caso de
la desaparición de Harriet y de pronto había otra persona presente, una
experimentada investigadora, que entendía la envergadura del caso. Tomó la
decisión siguiendo un impulso.
—Ya
lo sé. A mí también me ha calado hondo toda esta historia. Hablaré con Dirch
Frode mañana. Te contrataremos una semana más, o dos, como... mmm, ayudante de
la investigación. No sé si te querrá pagar la misma tarifa que le paga a
Armanskij, pero seguro que podemos sacarle una buena suma.
Lisbeth
Salander le obsequió con una repentina sonrisa. No quería en absoluto quedarse
fuera del caso y no le habría importado hacer el trabajo gratis.
—Me
está entrando sueño —dijo ella, y sin pronunciar una palabra más se marchó a su
cuarto y cerró la puerta.
Al
cabo de dos minutos, la volvió a abrir y asomó la cabeza.
—Creo
que te equivocas. No se trata de un loco asesino en serie que haya enloquecido
de tanto leer la Biblia. Simplemente es uno más de esos cabrones que siempre
han odiado a las mujeres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario