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Millennium 1: Capitulo 19



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CAPÍTULO 19

Jueves, 19 de junio - Domingo, 29 de junio
Mikael pasó dos días repasando todo su material, mientras aguardaba que le informaran de si Henrik Vanger iba a sobrevivir o no. Se mantenía en permanente contacto con Dirch Frode, quien, el jueves por la noche, pasó a verle para comunicarle que, de momento, parecía que Henrik se hallaba fuera de peligro.
—Se encuentra débil, pero hoy he podido hablar un rato con él. Quiere verte cuanto antes.
El viernes, el día de Midsommar, a la una del mediodía, Mikael fue al hospital de Hedestad y buscó la planta donde estaba ingresado Henrik Vanger. Se topó con un irritado Birger Vanger, que, cerrándole el paso, le manifestó de manera autoritaria que Henrik Vanger no podía recibir visitas bajo ningún concepto. Mikael guardó la calma y miró fijamente al consejero municipal.
—¡Qué raro! Henrik Vanger me ha hecho llegar un mensaje en el que decía expresamente que quería verme hoy mismo.
—No eres de la familia; tú aquí no pintas nada.
—Tienes razón, no pertenezco a la familia. Pero me rijo por mandato directo de Henrik Vanger y sólo recibo órdenes de él.
El encuentro podría haber derivado en una acalorada discusión si no hubiese dado la casualidad de que, en ese preciso instante, Dirch Frode salió de la habitación de Henrik.
—Ah, estás aquí. Henrik acaba de preguntar por ti.
Frode abrió la puerta. Mikael pasó por delante de Birger Vanger y entró en la habitación.
Henrik Vanger parecía haber envejecido diez años en una semana. Tenía los párpados entornados y un tubo de oxígeno metido por la nariz; su cabello estaba más alborotado que nunca. Una enfermera detuvo a Mikael poniéndole una mano sobre el brazo.
—Dos minutos. No más. Y que no se emocione.
Mikael asintió con la cabeza y se sentó en una silla para poder verle bien la cara. Le invadió una ternura que le dejó perplejo, alargó la mano y la apretó suavemente contra la del viejo, flácida. Henrik Vanger empezó a hablar con una voz débil y entrecortada.
—¿Novedades?
Mikael asintió.
—Te informaré en cuanto estés un poco mejor. No he resuelto el misterio todavía, pero he encontrado nuevo material y estoy tirando de algunos hilos. Dentro de una semana o dos te diré si me han conducido a algún sitio.
Henrik Vanger intentó mover la cabeza, pero no consiguió más que parpadear, dando a entender que lo había comprendido.
—Estaré fuera unos días.
Henrik Vanger frunció el ceño.
—No, no abandono el barco. Tengo que irme para investigar. Le he dicho a Dirch Frode que le mantendré informado. ¿Te parece bien?
—Dirch es... mi representante... en todos los sentidos.
Mikael asintió con la cabeza.
—Mikael... si no... salgo de ésta... quiero que, de todos modos, termines... el trabajo.
—Te lo prometo.
—Le he firmado a Dirch... todos los poderes.
—Henrik, quiero que te recuperes. Si te mueres ahora que he avanzado tanto en el trabajo, me cabrearías muchísimo.
—Dos minutos —dijo la enfermera.
—Debo irme. La próxima vez que venga hablaremos largo y tendido.


Al salir al pasillo, Birger Vanger lo estaba esperando y lo detuvo poniéndole una mano sobre el hombro.
—No quiero que vuelvas a molestar a Henrik. Se encuentra gravemente enfermo y no debe, bajo ningún concepto, ponerse nervioso o emocionarse.
—Entiendo tu preocupación y tienes toda mi simpatía. No lo molestaré.
—Todo el mundo sabe que Henrik te ha contratado para hurgar en su pequeño hobby... Harriet. Dirch Frode dijo que Henrik se alteró mucho tras la conversación que mantuvisteis antes del infarto. Incluso me comentó que tú pensabas que había sido por tu culpa.
—Ya no lo creo. Henrik Vanger tenía una arteriosclerosis coronaria aguda. El simple hecho de ir al baño le podría haber provocado un ataque. Supongo que, a estas alturas, ya lo sabrás.
—Exijo un control total sobre esa absurda historia. Estás metiendo las narices en la vida de mi familia.
—En fin, como ya he dicho... trabajo para Henrik. No para la familia.
Al parecer, Birger Vanger no estaba acostumbrado a que nadie le plantara cara. Durante un breve instante, sin duda con el objetivo de infundirle respeto, clavó los ojos en Mikael, pero más que otra cosa le hizo parecer un alce henchido de arrogancia. Acto seguido, Birger Vanger se dio media vuelta y entró en la habitación de Henrik.
Mikael refrenó el impulso de reírse. No le pareció oportuno hacerlo en el pasillo, delante de un Henrik enfermo postrado en una cama que podría convertirse en su lecho de muerte. Pero de pronto acudió a su mente una estrofa del abecedario rimado de Lennart Hyland, cuya publicación formó parte de una campaña de colecta de Radiohjälpen en los años sesenta y que, por alguna incomprensible razón, él había memorizado cuando aprendió a leer y escribir. La letra A decía así: «Al alce solitario miro; en el bosque suena un tiro».


Mikael se topó con Cecilia Vanger en la entrada del hospital. Desde que ella regresara de su interrumpido viaje, había intentado telefonearla al móvil una docena de veces, pero Cecilia no le había contestado. Tampoco se encontraba en casa, en Hedeby, cuando pasaba y llamaba a su puerta.
—Hola, Cecilia —dijo—; siento mucho lo de Henrik.
—Gracias —contestó ella, asintiendo con la cabeza.
Mikael intentó adivinar sus sentimientos, pero no percibió en su rostro ni frío ni calor.
—Tenemos que hablar —dijo él.
—Siento haberte ignorado de esta manera. Entiendo que estés enfadado, pero ahora mismo no puedo ni con mi alma.
Mikael tardó unos segundos en comprender lo que ella quería decir. Se apresuró a ponerle una mano sobre el brazo y le sonrió.
—Espera, me has entendido mal, Cecilia. No estoy enfadado en absoluto. Confío en que podamos seguir siendo amigos, pero si no quieres verme... si ésa es tu decisión, la respetaré.
—Las relaciones no son mi fuerte —dijo.
—Tampoco el mío. ¿Tomamos un café?
Señaló con la cabeza hacia la cafetería del hospital.
Cecilia Vanger dudó.
—No, hoy no. Quiero ver a Henrik ahora.
—Vale, pero necesito hablar contigo de todos modos. Es un tema de trabajo.
—¿Qué quieres decir?
Cecilia se puso inmediatamente en guardia.
—¿Te acuerdas de cuando nos conocimos, en enero, el día que viniste a verme a mi casa? Te dije que nuestra conversación era off the record, y que si alguna vez tuviera que hacerte preguntas de verdad, te lo comunicaría. Es referente a Harriet.
De repente, la cara de Cecilia Vanger se encendió de rabia.
—¡Qué hijo de puta eres!
—Cecilia, he encontrado cosas que, simplemente, necesito comentar contigo.
Ella dio un paso hacia atrás.
—¿No ves que toda esta jodida búsqueda de la condenada Harriet no es más que una terapia para Henrik, algo con lo que entretenerse? ¿No te das cuenta de que quizá esté muriéndose allí arriba y de que lo que menos necesita ahora es emocionarse y albergar falsas esperanzas?
Se calló.
—Tal vez sea un hobby para Henrik, pero da la casualidad de que he hallado nuevo material: el que nadie en treinta y cinco años ha sabido encontrar. Hay preguntas sin respuesta en la investigación; y yo trabajo por encargo de Henrik.
—Si Henrik se muere, esa maldita investigación se cerrará muy de prisa. Y te echaremos a patadas —le espetó Cecilia Vanger, pasando por delante de él.


Todo estaba cerrado. Hedestad estaba prácticamente desierto; la población entera parecía haberse ido a celebrar la fiesta de Midsommar al campo. Al final, Mikael encontró abierta la terraza del Stadshotellet; allí podría pedir café y un sándwich, y sentarse a leer los periódicos vespertinos. No había sucedido nada importante en el mundo.
Dejó los periódicos de lado y se puso a pensar en Cecilia Vanger. Ni a Henrik ni a Dirch Frode les había contado nada sobre sus sospechas de que fue ella la que abrió la ventana de la habitación de Harriet. Temía que si lo hacía, la convertiría en sospechosa, y lo último que quería era hacerle daño. Pero tarde o temprano tendría que formularle la pregunta.
Se quedó en la terraza una hora, antes de decidirse a aparcarlo todo momentáneamente y dedicar la noche a otra cosa que no fuera la familia Vanger. Su móvil permanecía en silencio. Erika estaba de viaje divirtiéndose con su marido en alguna parte, así que Mikael no tenía con quién hablar.
Regresó a la isla de Hedeby hacia las cuatro de la tarde y tomó otra decisión: dejar de fumar. Desde que estuvo en la mili había hecho ejercicio con regularidad, bien yendo al gimnasio o bien corriendo a lo largo de Söder Mälarstrand, pero perdió la costumbre por completo cuando empezaron los problemas con Hans-Erik Wennerström. Hasta que ingresó en la cárcel de Rullåker no volvió a levantar pesas, más que nada como terapia, pero desde que salió de allí se había movido más bien poco. Ya era hora de volver a empezar. Decidido, se puso un chándal y empezó a correr a un ritmo bastante perezoso por el camino que iba a la cabaña de Gottfried. Giró hacia La Fortificación y, saliéndose del camino, aceleró el paso corriendo a campo través. No hacía orientación desde que estuvo en la mili, pero siempre le había gustado más correr por el bosque que en pistas. De vuelta hacia el pueblo, siguió en paralelo a la valla que cercaba el terreno de la granja de Östergården. Se sentía completamente machacado cuando, jadeando, dio los últimos pasos hasta su casa.
Sobre las seis de la tarde ya se había duchado. Mientras hervía unas patatas, puso en el jardín una mesa un poco coja con arenques a la mostaza acompañados de cebolleta y huevo cocido. Se sirvió un chupito de aguardiente y se lo tomó a su salud. Luego abrió una novela policíaca titulada The Mermaids Singing, de Val McDermid.


Alrededor de las siete, Dirch Frode pasó a verle y, algo apesadumbrado, se sentó en la silla de enfrente. Mikael le sirvió un chupito de Skåne.
—Hoy has despertado bastantes resentimientos —le dijo Frode.
—Ya me lo figuraba.
—Birger Vanger es un payaso.
—Ya lo sé.
—Pero Cecilia Vanger no lo es y está furiosa contigo.
Mikael asintió.
—Me ha pedido que me encargue de que no continúes hurgando en los asuntos privados de la familia.
—Entiendo. ¿Y tu respuesta?
Dirch Frode observó el chupito de Skåne y, acto seguido, se lo bebió de un trago.
—Mi respuesta es que Henrik me ha dado instrucciones muy claras sobre tu cometido. Mientras no cambie de opinión, sigues contratado según el acuerdo que firmamos. Lo que espero de ti es que hagas lo imposible para cumplir tu parte del contrato.
Mikael asintió. Levantó la mirada a un cielo que amenazaba lluvia.
—Se avecina una tormenta —dijo Frode—. Si el viento sopla con mucha fuerza, yo te sujetaré; no te preocupes.
—Gracias.
Guardaron silencio durante un rato.
—¿Me das otro trago? —preguntó Dirch Frode.
Tan sólo unos minutos después de que Dirch Frode se fuera a su casa, Martin Vanger frenó delante de la casita de invitados y aparcó su coche en el borde del camino. Se acercó a saludar. Mikael le deseó una buena noche de Midsommar y le ofreció un chupito de aguardiente.
—No, mejor no. Sólo voy a casa a cambiarme; luego tengo que coger el coche hasta la ciudad para pasar la noche con Eva.
Mikael aguardaba.
—He hablado con Cecilia. Anda un poco nerviosa estos días; tiene una relación muy estrecha con Henrik. Espero que la perdones si dice algo... desagradable.
—Yo quiero mucho a Cecilia —contestó Mikael.
—Eso tengo entendido. Pero puede resultar complicada. Sólo quiero que sepas que ella está totalmente en contra de que investigues en el pasado de la familia.
Mikael suspiró. Todo el mundo parecía comprender por qué Henrik lo había contratado.
—¿Y tú qué piensas?
Martin Vanger hizo un gesto con la mano.
—Henrik lleva décadas obsesionado con lo de Harriet. No lo sé... Era mi hermana, pero, en cierto modo, ya me parece algo muy lejano. Dirch Frode dijo que tienes un contrato blindado que sólo Henrik en persona puede rescindir; y me temo que eso, en su estado actual, le haría más daño que otra cosa.
—¿Así que quieres que continúe?
—¿Has avanzado algo?
—Lo siento, Martin, pero rompería mi contrato si te contara algo sin el permiso de Henrik.
—Entiendo —dijo, sonriendo—; Henrik es muy aficionado a las teorías conspirativas. Pero no me gustaría que le infundieras falsas esperanzas.
—Te lo prometo. Sólo hechos demostrables.
—Bien... Por cierto, cambiando de tema: también hemos de pensar en otro contrato. Con la enfermedad de Henrik y su incapacidad para cumplir con sus deberes en la junta directiva de Millennium, yo tengo la obligación de sustituirle.
Mikael aguardaba la continuación.
—Creo que debemos convocar una reunión y analizar la situación.
—Es una buena idea. Pero, si no he entendido mal, se ha decidido que la próxima reunión no se celebre hasta agosto.
—Ya lo sé, aunque a lo mejor habría que adelantarla.
Mikael sonrió educadamente.
—Es posible, pero no te estás dirigiendo a la persona apropiada. De momento no formo parte de la junta de Millennium. Abandoné la revista en diciembre y no ejerzo ninguna influencia sobre la junta. Sugiero que te pongas en contacto con Erika Berger.
Martin Vanger no se esperaba esa respuesta. Reflexionó un instante y, acto seguido, se levantó.
—Tienes razón. Voy a hablar con ella.
Se despidió de Mikael dándole unas palmaditas en el hombro y se fue hasta el coche.
Mikael se quedó mirándolo pensativo. Aunque Martin Vanger no se había mostrado explícito, la amenaza flotaba claramente en el aire: la estabilidad de Millennium pendía de un hilo. Al cabo de un rato, Mikael se sirvió otro chupito y retomó la novela de Val McDermid.
Hacia las nueve, la gata parda apareció frotándose contra sus piernas. La levantó y la rascó por detrás de las orejas.
—Ya somos dos aburriéndonos esta noche —dijo.
Apenas empezó a llover, entró y se acostó. La gata quiso quedarse fuera.


Ese mismo viernes de Midsommar, Lisbeth Salander sacó su Kawasaki y dedicó la mañana a darle un buen repaso. Una moto de 125 centímetros cúbicos tal vez no fuera la máquina más chula del mundo, pero era suya y sabía manejarla. La había puesto a punto ella misma y había trucado el motor para poder correr más.
A mediodía se puso el casco y el mono de cuero y se fue a la residencia de Åppelviken, donde pasó la tarde en el parque con su madre. Lisbeth sentía una punzada de inquietud y mala conciencia. Durante las tres horas que estuvieron juntas, sólo intercambiaron unas pocas palabras sueltas. Su madre parecía más ausente que nunca y ni siquiera dio la impresión de saber con quién estaba hablando.


Mikael perdió varios días intentando identificar el coche con la matrícula AC. Tras numerosos quebraderos de cabeza y gracias, finalmente, a la ayuda de un mecánico jubilado de Hedestad al que consultó, pudo saber que se trataba de un Ford Anglia; al parecer, un modelo normal y corriente del que Mikael no había oído hablar en su vida. Luego contactó con un funcionario de Tráfico para ver qué posibilidades había de conseguir un listado de todos los Ford Anglia que en 1966 tuvieran una matrícula que empezara por AC3. Tras unas cuantas averiguaciones más, le comunicaron que ese tipo de excavaciones arqueológicas tal vez se pudieran realizar en el registro de Tráfico, pero que les llevaría mucho tiempo y se alejaba un poco de lo que se consideraba el derecho del ciudadano a la información pública.
Hasta varios días después de la fiesta de Midsommar Mikael no se puso al volante del Volvo para enfilar la autopista E4 en dirección norte. Nunca le había gustado correr con el coche, así que condujo sin prisas. Justo antes del puente de Härnösand, paró y se tomó café en la pastelería de Vesterlund.
La siguiente parada fue Umeå, donde entró en un bar de carretera para comer. Compró una guía de carreteras y continuó hasta Skellefteå, donde tomó el desvío de la izquierda hacia Norsjö. Llegó a las seis de la tarde y se alojó en el hotel Norsjö.
Al día siguiente, a primera hora de la mañana, empezó su búsqueda. La carpintería de Norsjö no figuraba en el listín telefónico. La recepcionista de ese hotel polar, una chica de unos veinte años, no había oído hablar jamás de la empresa.
—¿A quién se lo podría preguntar?
Por un momento pareció desconcertada, hasta que se le iluminó la cara y dijo que iba a llamar a su padre. Dos minutos después regresó y le comunicó que la carpintería se había cerrado a principios de los años ochenta. No obstante, si Mikael necesitaba hablar con alguien que supiera más de la empresa, debía dirigirse a un tal Burman, quien trabajó allí como encargado y ahora vivía en una calle llamada Solvändan.


Norsjö era un pequeño pueblo que contaba con una calle principal, muy acertadamente bautizada como Storgatan [“la calle mayor”], la cual se extendía por todo el pueblo, flanqueada por tiendas y calles perpendiculares con bloques de apartamentos. En la entrada este había una pequeña zona industrial y unos establos; en la salida oeste se alzaba una iglesia de madera de una insólita belleza. Mikael advirtió que la población también contaba con una iglesia de los Misioneros y otra pentecostal. En el tablón de anuncios de delante de la estación de autobuses un cartel promocionaba un museo de caza y otro de esquiadores de fondo. Por su parte, un viejo póster anunciaba que Veronika había cantado allí en la fiesta de Midsommar. Mikael recorrió el pueblo andando, de punta a punta, en poco más de veinte minutos.
La calle de Solvändan, situada a unos cinco minutos del hotel, estaba flanqueada en su totalidad por chalés. Cuando llamó al timbre, no abrió nadie. Eran las nueve y media de la mañana y Mikael supuso que el tal Burman se encontraría en el trabajo o que, si era pensionista, habría salido a realizar alguna gestión.
La siguiente parada fue la ferretería de Storgatan. Si vives en Norsjö, tarde o temprano acabas visitando la ferretería, razonó Mikael. En la tienda había dos dependientes; Mikael eligió al que le parecía mayor, de unos cincuenta años.
—Hola, estoy buscando a una pareja que probablemente viviera aquí, en Norsjö, en los años sesenta. Es posible que el hombre trabajara en la carpintería de Norsjö. No sé cómo se llaman, pero tengo dos fotografías hechas en 1966.
El dependiente pasó un buen rato estudiando las fotos, pero al final negó con la cabeza lamentando no reconocer ni al hombre ni a la mujer.
A la hora de comer, Mikael se tomó un perrito caliente en el quiosco de comida rápida, junto a la estación de autobuses. Había dejado atrás las tiendas y pasado por las oficinas del Ayuntamiento, por la biblioteca y por la farmacia. En la comisaría de policía no había nadie; ya en la calle, Mikael empezó a preguntar al azar a la gente mayor. Sobre las dos de la tarde dos mujeres jóvenes que, lógicamente, no reconocieron a la pareja de la foto, le dieron, sin embargo, una buena idea.
—Si la foto está hecha en 1966, esas personas tendrán, en la actualidad, unos sesenta años por lo menos. ¿Por qué no te acercas a la residencia de Solbacka y preguntas allí?
En la recepción de la residencia, Mikael se presentó a una mujer de unos treinta años y le explicó el tema. Ella le lanzó una mirada llena de desconfianza, pero al final se dejó convencer. Acompañó a Mikael al cuarto de estar, donde, durante una media hora, mostró las fotos a una gran cantidad de ancianos de diversa edad, pero todos mayores de setenta años. Fueron muy amables, aunque ninguno de ellos pudo identificar a las personas fotografiadas en Hedestad en 1966.
Hacia las cinco volvió de nuevo a Solvändan y llamó a la puerta de Burman. Esta vez corrió mejor suerte. Los Burman, tanto el señor como la señora, eran pensionistas y habían pasado el día fuera. Lo invitaron a entrar en la cocina, donde la mujer se puso de inmediato a preparar café, mientras Mikael explicaba el motivo de su visita. Igual que en los anteriores intentos de ese día, no hubo suerte. Burman se rascó la cabeza, encendió una pipa y al cabo de un rato constató que no conocía a las personas de la foto. La pareja hablaba un dialecto de Norsjö tan cerrado que, a ratos, le costaba mucho entenderlos. Ella empleaba palabras como knövelhära para referirse al pelo rizado.
—Pero tienes razón, se trata de una pegatina de la carpintería —comentó el marido—. Has sido muy astuto al reconocerla. El problema es que las repartíamos a diestro y siniestro. A transportistas, a gente que compraba o entregaba madera, a reparadores, a maquinistas y a muchos otros.
—Encontrar a esta pareja está resultando más complicado de lo que me figuraba.
—¿Por qué los buscas?
Mikael había decidido decir la verdad si alguien le preguntaba. Cualquier intento de inventar una historia alrededor de la pareja de la foto sólo sonaría a inverosímil y crearía confusión.
—Es una larga historia. Investigo un crimen que tuvo lugar en Hedestad en 1966 y creo que hay una posibilidad, aunque sea minúscula, de que las personas de la foto puedan haber visto lo que ocurrió. No son en absoluto sospechosos, ni conscientes, seguramente, de que tal vez posean la información que puede resolver este caso.
—¿Un crimen? ¿Qué tipo de crimen?
—Lo siento, pero no puedo revelar más datos. Comprendo lo misterioso que resulta que alguien aparezca, después de casi cuarenta años, buscando a estas personas, pero el crimen sigue sin resolverse. Y estas nuevas pistas han salido a la luz hace muy poco.
—Entiendo. Bueno, la verdad es que tienes entre manos un asunto bastante extraño.
—¿Cuánta gente trabajaba en la carpintería?
—Normalmente, la plantilla estaba formada por cuarenta personas. Yo trabajé allí desde que tenía diecisiete años, a mediados de la década de los cincuenta, hasta que se cerró la carpintería. Luego me hice transportista.
Burman reflexionó un rato.
—Lo que sí te puedo decir es que el chaval de la fotografía nunca trabajó en la carpintería. Quizá fuera transportista, pero creo que en tal caso le reconocería. Claro que también existe otra posibilidad: puede que su padre o algún otro familiar trabajara en la carpintería y que el coche no fuera suyo.
Mikael asintió.
—Es verdad que hay muchas posibilidades. ¿Se te ocurre con quién podría hablar?
—Sí —dijo Burman, asintiendo—. Pásate mañana por la mañana: daremos una vuelta y charlaremos con algunos compañeros.


Lisbeth Salander se encontraba ante un problema metodológico de cierta importancia. Era experta en sacar información sobre quien fuera, pero su punto de partida siempre había sido un nombre y el número de identificación personal de alguien vivo. Si el individuo en cuestión aparecía en algún registro informático —donde necesariamente figuraba todo el mundo—, la presa caería de inmediato en su telaraña. Si tenía un ordenador conectado a Internet, una dirección de correo electrónico o, incluso, quizá, una página web propia —como casi todas las personas que eran objeto de las investigaciones especiales de Lisbeth Salander—, podía revelar sus secretos más íntimos.
El trabajo que le había encargado Mikael Blomkvist era completamente diferente. Ahora la tarea consistía, sencillamente, en intentar averiguar cuatro números de identificación personal partiendo de unos datos extremadamente pobres. Además, esas mujeres vivieron hacía varias décadas; lo más probable es que no constaran en ningún registro informático.
La tesis de Mikael, basada en el caso Rebecka Jacobsson, consistía en que todas ellas habían sido víctimas de un asesino. Aparecerían, por tanto, en diversas investigaciones policiales no resueltas. No había ninguna indicación sobre cuándo ni dónde tuvieron lugar esos supuestos homicidios; tan sólo que debían haberse producido antes de 1966. Se hallaba, pues, ante una situación completamente nueva.
«Bueno, ¿cómo lo haré?»
Encendió el ordenador, entró en la página de Google y escribió «Magda + asesinato», la forma más sencilla de búsqueda. Para su gran asombro, encontró un resultado de inmediato. La primera página que apareció fue la programación de TV Värmland, la televisión regional de Karlstad, anunciando un episodio de la serie Los crímenes de Värmland que se emitió en 1999. Luego encontró una breve presentación en el Värmlands Folkblad:
Dentro de la serie Los crímenes de Värmland le ha llegado el turno al caso de Magda Lovisa Sjöberg, de Ranmoträsk, un misterioso y desagradable homicidio que tuvo ocupada a la policía de Karlstad hace varias décadas. En abril de 1960 se encontró a la granjera Lovisa Sjöberg, de cuarenta y seis años, brutalmente asesinada en el establo de la granja familiar. El reportero Claes Gunnars describe las últimas horas de su vida y la infructuosa búsqueda del asesino. En su día, el crimen causó un gran revuelo, al tiempo que se presentaron numerosas teorías sobre la identidad del culpable. En el programa participa un joven pariente de la víctima, que cuenta cómo las acusaciones hechas contra él le arruinaron la vida. 20.00 h.
Lisbeth encontró más información de utilidad en un artículo titulado «El caso Lovisa conmocionó a un pueblo entero», publicado en Värmlandskultur, cuyos textos se colgaron íntegramente en la red algún tiempo después de su publicación en la revista. Con evidente deleite, y en un tono coloquial que incitaba a la curiosidad, se explicaba cómo el marido de Lovisa Sjöberg, el leñador Holger Sjöberg, encontró muerta a su esposa al volver del trabajo, a eso de las cinco de la tarde. Había sido víctima de una extrema violencia sexual; luego la apuñalaron y finalmente la asesinaron clavándole una horquilla de campesino. El crimen se cometió en el establo, pero lo que más llamó la atención del caso fue que el asesino, tras consumar el acto, la obligó a arrodillarse en uno de los compartimentos destinados a los caballos y la amarró.
Posteriormente se descubrió que uno de los animales de la granja, una vaca, mostraba en el cuello una herida provocada por un navajazo.
Al principio se sospechó del marido, pero éste pudo presentar una coartada perfecta: desde las seis de la mañana estuvo talando árboles, a unos cuarenta kilómetros de la casa, con sus compañeros de trabajo. Quedó demostrado que Lovisa Sjöberg seguía con vida a las diez de la mañana, cuando recibió la visita de una vecina. Nadie había oído ni visto nada; la granja se hallaba a casi cuatrocientos metros del vecino más cercano.
Después de descartar al marido como principal sospechoso, la investigación policial se centró en un sobrino de la víctima, de veintitrés años de edad. Éste había tenido problemas con la ley en repetidas ocasiones y había sufrido dificultades económicas; de hecho, su tía le tuvo que prestar varias veces pequeñas sumas de dinero. La coartada del sobrino era considerablemente más débil. Estuvo detenido un tiempo, pero al final lo soltaron por falta de pruebas. A pesar de eso, mucha gente del pueblo consideraba muy probable que fuera culpable.
La policía también siguió otras numerosas pistas. Gran parte de la investigación giró en torno a la búsqueda de un misterioso vendedor ambulante que había sido visto por la zona. Tampoco ignoraron un rumor sobre un grupo de «gitanos ladrones» que, supuestamente, estuvieron rondando por aquellas tierras. Pero ¿qué motivo les iba a llevar a cometer un brutal asesinato de carácter sexual sin robar nada? Eso nunca les quedó muy claro.
Durante un tiempo, el interés se centró en un vecino del pueblo, un soltero que en su juventud había sido sospechoso de un delito homosexual —esto ocurrió en una época en la que la homosexualidad era ilegal— y que, según varios testimonios, tenía fama de «raro». Pero tampoco quedaba claro el motivo por el que un homosexual cometería un crimen sexual contra una mujer. Ni éstas ni otras pistas condujeron jamás a una detención o a una sentencia judicial.
Lisbeth Salander concluyó que la vinculación con la lista de la agenda telefónica de Harriet Vanger resultaba evidente. La cita bíblica del tercer libro del Pentateuco (20:16) rezaba: «Si una mujer se acerca a una bestia para unirse con ella, matarán a la mujer y a la bestia: ambas serán castigadas con la muerte y su sangre caerá sobre ellas». No podía ser casual que una granjera llamada Magda hubiera sido encontrada muerta en un establo, con el cuerpo atado e intencionadamente colocado en un compartimento destinado a caballos.
La pregunta era por qué Harriet Vanger apuntó el nombre de Magda en vez del de Lovisa, como se conocía a la víctima. Si no hubiese aparecido el nombre completo en el anuncio del programa televisivo, Lisbeth lo habría pasado por alto.
Y, por supuesto, la cuestión más importante: ¿había un vínculo entre el asesinato de Rebecka en 1949, el de Magda Lovisa en 1960 y la desaparición de Harriet Vanger en 1966? Y en tal caso, ¿cómo diablos se habría enterado Harriet Vanger?


El sábado Burman se llevó a Mikael a dar un infructuoso paseo por Norsjö. A lo largo de la mañana visitaron a cinco de los antiguos empleados de la carpintería, que vivían cerca: tres en el centro de Norsjö y dos en Sörbyn, a las afueras. Todos les invitaron a tomar café. Y todos negaron con la cabeza tras contemplar las fotos.
Después de una sencilla comida en casa de los Burman, cogieron el coche para dar otra vuelta. Visitaron cuatro pueblos en los alrededores de Norsjö, donde algunos ex trabajadores de la carpintería tenían fijada su residencia. En cada parada, Burman fue recibido con simpatía, pero nadie pudo ayudarles con la identificación. Mikael empezó a desesperarse y a preguntarse si el viaje a Norsjö no habría sido más que un callejón sin salida.
Hacia las cuatro de la tarde, Burman aparcó delante de una típica granja pintada de rojo de la comarca de Västerbotten, en Norsjövallen, al norte de Norsjö, donde Mikael fue presentado a Henning Forsman, maestro carpintero jubilado.
—Pero ¡si es el chaval de Assar Brännlund! —exclamó Henning Forsman en el mismo momento en que Mikael le enseñó la foto.
«Bingo.»
—Anda, ¿así que ése es el chico de Assar? —dijo Burman, y añadió dirigiéndose a Mikael—: Era comprador.
—¿Dónde podría localizarle?
—¿Al chaval? Bueno, tendrías que remover mucha tierra. Se llamaba Gunnar y trabajaba en una de las minas de Boliden. Murió en una explosión que hubo a mediados de los setenta.
«Maldita sea.»
—Pero su mujer está viva. Es la de la foto. Se llama Mildred y vive en Bjursele.
—¿Bjursele?
—Está a unos diez kilómetros de aquí, cogiendo la carretera que va a Bastuträsk. La encontrarás en la casa roja alargada que hay a mano derecha nada más entrar en el pueblo. Es la tercera casa. Conozco muy bien a la familia.


—Hola, me llamo Lisbeth Salander y estoy trabajando en una tesis de criminología sobre la violencia sufrida por las mujeres durante el siglo XX. Me gustaría visitar el distrito policial de Landskrona para leer los informes de un caso de 1957. Se trata del asesinato de una mujer llamada Rakel Lunde, de cuarenta y cinco años de edad. ¿Tiene alguna idea de dónde se podrían encontrar esos documentos actualmente?


Bjursele parecía un póster turístico que promocionaba la vida rural de la comarca de Västerbotten. El pueblo estaba compuesto por una veintena de casas, más o menos apiñadas en semicírculo y a lo largo de la orilla de un lago. En medio del pueblo había un cruce de caminos con una flecha apuntando hacia Hemmingen, a once kilómetros, y otra señalando hacia Bastuträsk, a diecisiete kilómetros. Junto al cruce había un pequeño puente con un riachuelo; Mikael supuso que era el de Bjur. En pleno verano resultaba muy bonito, como una postal.
Mikael aparcó en la explanada de un supermercado Konsum abandonado, al otro lado de la carretera y casi enfrente de la tercera casa a mano derecha. Llamó a la puerta, pero no había nadie.
Durante una hora estuvo paseando por el camino de Hemmingen. Pasó por un sitio donde el riachuelo se convertía en una corriente rápida. Se cruzó con dos gatos y divisó un ciervo a lo lejos, pero no vio ni a una sola persona antes de dar la vuelta. La puerta de Mildred Brännlund permanecía cerrada.
De un poste que se levantaba junto al puente colgaba un viejo y descolorido cartel que invitaba a participar en el BTCC 2002, algo que debería leerse como «Bjursele Tukting Car Championship 2002». Al parecer, se trataba de un entretenimiento invernal que consistía en hacer carreras de coches, sobre el hielo del lago, hasta destrozarlos. Mikael contempló pensativo el póster.
Esperó hasta las diez de la noche antes de rendirse y volver a Norsjö, donde cenó y se acostó para leer el desenlace de la novela de Val McDermid.
Fue espeluznante.


Sobre las diez de la noche, Lisbeth Salander adjuntó otro nombre a la lista de Harriet Vanger. Lo hizo con grandes dudas y tras haber meditado el tema durante horas y horas.
Había descubierto un atajo. A intervalos relativamente regulares se publicaban textos sobre casos de crímenes no resueltos, y en un suplemento dominical de un periódico vespertino encontró un artículo de 1999 titulado «Varios asesinos de mujeres andan todavía sueltos». El artículo era recopilatorio, de modo que allí figuraban los nombres y las fotografías de unas cuantas víctimas de llamativos crímenes: el caso Solveig de Norrtälje, el asesinato de Anita en Norrköping, el de Margareta en Helsingborg, y otros similares.
El más antiguo de los casos recogidos era uno de los años sesenta; ninguno encajaba con los de la lista que Mikael le había dado a Lisbeth. Sin embargo, uno le llamó la atención.
En el mes de junio de 1962, una prostituta de Gotemburgo de treinta y dos años de edad, llamada Lea Persson, viajó a Uddevalla para visitar a su hijo de nueve años, que vivía con su abuela. Un par de días después, un domingo por la noche, Lea abrazó a su madre, se despidió y se marchó para coger el tren de regreso a Gotemburgo. La encontraron dos días más tarde, detrás de un contenedor abandonado en el solar de un polígono industrial. La habían violado y su cuerpo había sido sometido a una violencia extremadamente salvaje.
El asesinato de Lea dio lugar a una serie de artículos por entregas publicados por el periódico durante aquel verano, que despertaron gran interés. Pero nunca se llegó a identificar al culpable. En la lista de Harriet no había ni una sola Lea. Y el crimen tampoco encajaba con ninguna de las citas bíblicas.
Sin embargo, existía una circunstancia tan peculiar que el radar de Lisbeth Salander se activó inmediatamente. A unos diez metros del lugar donde se encontró el cadáver había una maceta con una paloma. Alguien había colocado una cuerda alrededor del cuello del ave y la había pasado por el agujero de la base de la maceta. Luego, el tiesto fue colocado encima de un pequeño fuego encendido entre dos ladrillos. No hallaron pruebas que vincularan la tortura del animal con el asesinato de Lea; podría tratarse de algún cruel juego de niños, pero en los medios de comunicación el caso fue conocido como «el asesinato de la paloma».
Lisbeth Salander no había leído nunca la Biblia —ni siquiera poseía un ejemplar—, pero por la tarde subió a la iglesia de Högalid y, tras no poco esfuerzo, consiguió que le prestaran una. Se sentó en un banco del parque delante de la iglesia y se puso a leer el Levítico. Al llegar al capítulo 12, versículo 8, arqueó las cejas. El capítulo 12 trataba de la purificación de la parturienta:
Si no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones, uno para el holocausto y otro para el sacrificio por el pecado; y el sacerdote hará por ella el rito de expiación y quedará pura.
Lea podría haber figurado perfectamente en la agenda de Harriet como Lea: 31208.
Lisbeth Salander se dio cuenta de que ninguna investigación de las que había llevado a cabo con anterioridad poseía ni una mínima parte de las dimensiones que presentaba esta misión.


Mildred Brännlund, casada por segunda vez y cuyo actual apellido era Berggren, abrió cuando Mikael Blomkvist llamó a la puerta de su casa hacia las diez de la mañana del domingo. La mujer era casi cuarenta años más vieja y tenía aproximadamente el mismo número de kilos de más, pero Mikael la reconoció inmediatamente por la fotografía.
—Hola, me llamo Mikael Blomkvist. Usted debe de ser Mildred Berggren.
—Sí, efectivamente.
—Le pido disculpas por presentarme así, sin avisar, pero llevo un tiempo intentando localizarla para un asunto que me resulta bastante complicado explicar —dijo Mikael, sonriendo—. ¿Podría entrar y pedirle que me dedicara un momento de su tiempo?
Tanto el marido como el hijo, este último de treinta y cinco años, estaban en casa, así que Mildred no tuvo ningún reparo en dejar pasar a Mikael y lo condujo hasta la cocina. Les dio la mano a todos. Durante los últimos días Mikael había tomado más café que en toda su vida, pero a estas alturas había aprendido que en Norrland resultaba descortés rechazar una invitación. Cuando las tazas de café estuvieron en la mesa, Mildred se sentó y preguntó con curiosidad en qué podía servirle. A Mikael le costó entender su dialecto y ella cambió al sueco estándar.
Mikael inspiró profundamente.
—Se trata de una extraña y larga historia. En el mes de septiembre de 1966, usted se encontraba en Hedestad en compañía del que era entonces su marido, Gunnar Brännlund.
Ella pareció asombrarse. Mikael esperó a que la mujer asintiera con la cabeza para ponerle la fotografía de Järnvägsgatan sobre la mesa.
—Fue entonces cuando se hizo esta foto. ¿Se acuerda usted?
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Mildred Berggren—. De eso hace ya una eternidad...
Su actual marido y su hijo se acercaron y miraron la foto.
—Era nuestra luna de miel. Habíamos ido en coche a Estocolmo y Sigtuna, y ya estábamos de regreso; recuerdo que nos paramos en algún sitio. ¿Ha dicho Hedestad?
—Sí, Hedestad. Esta fotografía se hizo aproximadamente a la una del mediodía. Llevo mucho tiempo intentando identificarla; no ha sido fácil.
—Encuentra una vieja foto mía y me busca. No entiendo cómo lo ha conseguido.
Le enseñó la foto del aparcamiento.
—He podido localizarla gracias a ésta, que se sacó un poco más tarde ese mismo día.
Mikael le explicó cómo había dado con Burman, a través de la carpintería de Norsjö, lo que, a su vez, lo llevó hasta Norsjövallen y Henning Forsman.
—Supongo que tiene una buena razón para su extraña búsqueda.
—La tengo. Esta chica que está delante de usted en esta foto se llamaba Harriet. Desapareció aquel día y la opinión general es que fue víctima de un asesinato. Déjeme que le enseñe lo que pasó.
Mikael sacó su iBook y puso a Mildred Berggren en antecedentes mientras el ordenador arrancaba. Luego mostró la serie de imágenes que revelaban cómo la cara de Harriet iba cambiando de expresión.
—Fue al repasar estas viejas fotos cuando la descubrí a usted. Con la cámara en la mano, detrás de Harriet. Parece ser que está haciendo una foto justamente de lo que ella está viendo, de lo que desencadenó su reacción. Sé que se trata de una apuesta muy arriesgada, pero la razón de mi visita es preguntarle si todavía conserva las fotos de aquel día.
Mikael estaba preparado para oír que habían desaparecido, que la película nunca llegó a revelarse o que la habían tirado. Sin embargo, Mildred Berggren miró a Mikael con unos ojos azul claro y dijo, con la mayor naturalidad del mundo, que, por supuesto, conservaba todas las viejas fotos de sus vacaciones.
Se dirigió a otra habitación y al cabo de un par de minutos volvió con una caja donde guardaba una gran cantidad de fotos, metidas en distintos álbumes. Le llevó un rato encontrar las de aquel viaje. Había hecho tres en Hedestad. Una, borrosa, mostraba la calle principal. En otra salía su ex marido. La tercera era de los payasos del desfile del Día del Niño.
Mikael se inclinó hacia delante ansiosamente. Vio una figura al otro lado de la calle. Pero no le decía absolutamente nada.Volver a Capítulos



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