Capítulo 7
Kate no está en casa, así que subo directa a mi
antigua habitación. Permanezco sentada en la cama
durante una eternidad, ignorando el tono de Angel, de Massive Attack, que suena sin cesar en el
móvil. Al final me levanto y me paso una hora en
la ducha.
Bajo el agua caliente, con jabón por todas
partes, me paso la esponja ausente y sólo me detengo
al llegar al vientre. Me siento carente de
emoción. No tengo ningún instinto maternal que me impulse
a acariciarme la barriga. Nunca he pensado en la
maternidad. Soy demasiado joven y tengo una
floreciente carrera en la que centrarme. Nadie
debería tomar por mí una decisión que me cambie la
vida. No tenía ningún derecho a hacerme esto.
Pero tampoco tenía derecho a hacerme suya con tanto
empeño, y lo hizo. No tiene derecho a decidir
cómo me visto, pero lo hace. Y no tiene derecho a
fastidiarme la vida con su forma imposible e
irracional de ser... pero lo hace. Y yo lo dejo. Me
rebelo contra muchas cosas pero al final se sale
con la suya. No obstante, esta vez no. Esta locura se
pasa de la raya. Nunca cambiará. No puede, no en
lo que a mí respecta. Va a pasar por encima de
toda mi vida porque no puede evitarlo. He
aceptado muchas cosas sobre Jesse, pero me doy cuenta
de que no puedo, y no voy, a aceptar ésta.
Salgo de la ducha y me seco antes de volver a mi
habitación. Miro el teléfono. Sólo hay una
llamada perdida desde la última vez que las
borré. Me sorprende, pero entonces el móvil vibra en mi
mano. Es un mensaje de texto.
No puedo vivir sin ti, Ava.
Dejo escapar un suspiro pero no contesto porque
no sé qué decir.
No me molesto en secarme el pelo ni en ponerme
crema corporal. Me visto con una camiseta
holgada y unos pantalones de chándal y me tapo
con las sábanas de mi vieja cama. Es dura, tiene
algunos muelles sueltos, y Jesse no se encuentra
en ella pero estoy sola, que es lo que necesito en
este momento.
Me despierto al oír que alguien grita a pleno
pulmón. Está oscuro y la única luz es un brillo
tenue que entra por el tragaluz que hay sobre la
puerta de mi habitación. Aparto las sábanas, me
levanto, ando de puntillas hasta la puerta y la
abro.
—¡He dicho que hemos terminado! —chilla Kate—.
¡Lo nuestro no va a ninguna parte!
Mierda, no debería estar escuchando, pero me
puede la curiosidad. Kate está de espaldas a mí
en la entrada y rezo para que la persona a la
que voy a ver sea Dan. Pero no. Es Sam. Mi corazón
partido se rompe un poco más por mi pobre mejor
amiga. No sabe lo que está haciendo.
—No digas eso —dice Sam, suplicante y un poco
confuso, lo que me indica que no tiene ni idea
de por qué Kate está poniendo fin a su relación.
No sé si la palabra «relación» describe
correctamente lo suyo, pero más allá de los chistes, los
estilos de vida y el rollo sin compromiso, hay
una conexión que no he visto nunca a Kate tener con
otro hombre. Ni siquiera con mi hermano. Si
pudieran dejar atrás todo lo relacionado con La
Mansión, serían perfectos el uno para el otro.
Quiero matar a Dan. Y quiero matar a Kate por ser tan
tonta.
—Lárgate, Sam. —Entra en la cocina y abre y
cierra todos los armarios.
Él la sigue.
—¿A qué viene todo esto? —pregunta—. ¿Qué ha
cambiado?
—¡Nada!
Se oyen unos cuantos golpes más en los armarios
de la cocina antes de que Kate salga para
entrar en la salita. Durante un instante le veo
la cara. Está pálida y no parece tener más color que esta
mañana. El pelo rojo sigue sin brillo y lo lleva
recogido en una coleta. Conozco esa expresión. Es la
que pone cuando no tiene razón pero no quiere bajarse
del burro. Le daría una buena tunda. A ver si
Sam se larga para que pueda decirle lo que
pienso a la idiota de mi amiga.
—¡Algo tiene que haber cambiado! —Sam casi se
ríe, pero es una risa nerviosa, de las que
indican preocupación. Eso confirma lo que
pienso: a él le gusta Kate de verdad. Y mucho.
—¡Que te largues! —le espeta ella, cortante.
—¡No! ¡No hasta que me cuentes a qué viene esto!
No los tengo a la vista, así que salgo de la
habitación sin hacer ruido. Me enfado un poco
conmigo misma por ser tan cotilla, pero necesito
oírlos porque estoy tan intrigada como Sam. Sin
embargo, sospecho que ya lo sé, por eso estoy
perdiendo la poca paciencia que me queda.
—No te debo ninguna explicación.
Sam se ríe como es debido esta vez.
—¡Yo creo que sí!
Veo que intenta coger a Kate, pero la muy
testaruda lo aparta.
—No. Lo nuestro era follar y punto. Fue
divertido mientras duró, pero ya me he cansado. —La
frialdad de sus palabras me atraviesa como un
cuchillo. No puedo ni imaginarme el daño que le
habrán hecho a Sam.
Él no dice nada pero lo veo sacudir la cabeza.
—¿Divertido? —repite—. Divertido.
—Sí. Pero ya no. Ya me he divertido todo lo que
podía contigo.
La mandíbula me llega al suelo. Y yo que pensaba
que no podía decir nada peor. Está en racha.
Sam desaparece de mi campo de visión y sé que va
a marcharse, así que vuelvo a meterme en mi
cuarto y cierro la puerta. No lo culpo por
haberse rendido. A pesar del estilo de vida que lleva y de
que ha arrastrado a Kate al lado oscuro con él,
está claro que siente algo por mi amiga. Y sé que ella
siente lo mismo.
Oigo un portazo y, a continuación, el sonido
inconfundible de un sollozo. Está llorando. Kate
nunca llora. Estoy furiosa con ella pero me
siento fatal por la tonta de mi mejor amiga. ¿Qué intenta
demostrar? No puedo evitar pensar que esto nunca
habría ocurrido si Dan no hubiera venido.
Podría quedarme en mi habitación y dejarla
llorar a gusto pero, en vez de eso, salgo de mi
cuarto y voy a la salita. No pienso dejar que le
quite importancia cuando le pregunte qué ha pasado
más tarde. Si la pillo llorando tendrá que
reconocer que lo está pasando mal. No voy a dejar que me
evite esta vez.
Me apoyo en el marco de la puerta de la sala de
estar y observo durante una eternidad cómo sus
hombros suben y bajan mientras llora sin parar.
Mi instinto me dice que me siente a su lado y la
abrace, pero no lo hago y, pasados diez largos
minutos, se pasa las manos por las mejillas, se
levanta, se vuelve y me ve en la entrada. Tal y
como imaginaba, se ha plantado una sonrisa falsa en la
cara. Está insultando a mi inteligencia y a
nuestra amistad.
—Hola —dice intentando no sorberse los mocos.
—¿Todo bien? —pregunto sin apartarme del marco
de la puerta. No va a salir de aquí.
—Pues claro. ¿Qué haces aquí? —Se coloca bien la
camiseta y se mira el cuerpo para no
mirarme a mí.
—Mi coche está fuera, ¿no lo has visto?
Sigue sin mirarme.
—No. ¿Qué haces aquí?
Ignoro la pregunta que ya me ha hecho dos veces.
No voy a permitir que cambie de tema.
Además, ¿qué le digo? Llevo casada menos de un
día y ya estoy en su apartamento con la maleta.
Seguro que he batido un récord.
—Imagino que estabas muy ocupada discutiendo con
Sam como para verlo.
Me lanza una mirada como un latigazo. Sabe que
la he pillado.
—Ah —dice con calma, y me insulta aún más cuando
sonríe tan pancha—. ¿Té?
—No —respondo con frialdad y sin devolverle la
sonrisa—. Aunque estaría bien que me dieras
una explicación.
Sé que debo de haber levantado las cejas y que
parezco una madre quejica, pero no voy a ceder.
Esta vez no va a hacer como si nada.
Se ríe un poco.
—¿Una explicación sobre qué? —La sonrisa le
falla cuando se da cuenta de lo que acaba de
decir. Me ha invitado a sacármelo del pecho y,
por la cara que pone, se está arrepintiendo.
—Para empezar, sobre lo que hiciste anoche con
mi hermano. Luego podrías intentar explicarme
por qué acabas de romper con Sam.
—No había nada que romper.
—¿Y qué me dices de mi hermano?
—Que no es asunto tuyo. —Intenta pasar pero le
bloqueo la salida—. Ava, aparta.
—No. Vas a sentarte y a hablar. ¿Qué te ocurre?
Se supone que somos amigas. Siempre nos lo
hemos contado todo. —La cojo del brazo, la
arrastro al sofá y la obligo a sentarse—. ¿Qué está
pasando aquí, Kate?
Me responde enfadada:
—Nada.
—Me sacas de quicio —le espeto—. Desembucha,
Matthews.
Se echa a llorar y me siento aliviada. Estaba a
punto de abofetearla por ser tan cabezota, pero
ahora le paso el brazo por los hombros y la dejo
sollozar en mi pecho. No sé Kate, pero yo me siento
mucho mejor. Sam le gusta de verdad.
Intento calmarla.
—Empecemos con Sam.
—Ya te lo he dicho, al principio sólo me estaba
divirtiendo. —Las palabras salen entrecortadas
entre sollozos.
—¿Al principio? ¿Así que es más que un rollete?
—Sí... No... ¡Yo qué sé! —Parece muy confusa,
igual que yo. La relación de Sam y Kate no es
perfecta pero, incluso con La Mansión de por
medio, no puedo evitar pensar que es mucho más sana
que la relación que tuvo con Dan, aunque parezca
una locura.
—Sabía que esto iba a pasar con Dan en escena
—suspiro. Si estuviera hablando con mi
hermano, le estaría gritando por teléfono—.
Kate, tienes que recordar todas las razones por las que
Dan y tú rompisteis.
—Lo sé. Éramos lo peor el uno para el otro, pero
conectábamos, Ava. Cuando estábamos
juntos, conectábamos muy bien.
—Te refieres al sexo. —Hago una mueca de
disgusto. No quiero pensar en mi hermano en esa
tesitura.
—Sí, pero todo lo demás era una pesadilla.
—Cierto. —Estoy de acuerdo con ella.
Vi las peleas, la necesidad constante de cabrear
al otro y el ir y venir malsano de su relación
maldita. No sentían el menor respeto el uno por
el otro, ni mental ni físicamente. Todo era sexo. Una
vida sexual increíble no elimina el resto de los
problemas de una relación, que en el caso de Dan y
de Kate eran muchos y en todos los frentes. En
aquel momento hice la vista gorda porque me
encantaba la idea de que mi hermano y mi mejor
amiga estuvieran enamorados. No obstante, ése era
el problema: que no estaban enamorados. Era
lujuria pura y dura, y ahora que he madurado lo veo
claro como el agua.
Se revuelve entre mis brazos, se sienta erguida
y respira hondo un par de veces.
—Odio a los hombres —afirma.
—Pues no deberías, y menos cuando hay uno que te
tiene en un pedestal.
Me mira con curiosidad.
—¿Sam?
Casi le doy una hostia por estar tan tonta.
—Sí, Sam.
—Ava. —Se echa a reír—. Sam no me tiene en un
pedestal, sólo es que en la cama lo dejo
alucinado, eso es todo.
—¿Quieres decir que conectáis muy bien? —La miro
con una ceja levantada—. Sólo que con
Sam también conectas mentalmente.
Me mira mal. Sabe que tengo razón.
—Sólo nos estábamos divirtiendo.
Me hundo en el sofá, harta.
—Eres increíble.
—No, soy realista —me discute—. Sólo era sexo.
—Entonces ¿por qué estabas llorando como un
bebé?
—No lo sé. —Se levanta—. Me siento fatal. Me
ayuda a desahogarme. ¿Te apetece una taza de
té?
—Sí —bufo poniéndome de pie para ir con ella a
la cocina.
Coge un par de tazas del armario.
—¿Y qué haces tú aquí?
La pregunta me hace dudar un instante cuando
aposento el culo en la silla. ¿Debería contárselo?
He dejado a mi marido menos de veinticuatro
horas después de haber jurado nuestros votos. No voy
a poder quitarle importancia, aunque visto lo
bien que ella se zafa de mis interrogatorios, no debería
preocuparme si se ofende. Pero necesito ayuda.
Ha dejado claro que Jesse le cae bien, y esto podría
hacerle cambiar drásticamente de opinión y,
aunque estoy furiosa con él, odio divulgar información
que hará que mis seres queridos lo pongan en
tela de juicio. A él y a mí. Podrían cuestionar mi
cordura.
Decido que necesito a mi mejor amiga a bordo.
Aprieto los dientes.
—¿Te acuerdas de que mis píldoras desaparecían
misteriosamente?
Se vuelve y frunce el ceño antes de depositar
una bolsita de té en cada taza.
—Sí. Tú y tu desorden personal.
—Hummm, eso mismo pensaba yo. —La miro fijamente
esperando que encaje las piezas, pero
está a lo suyo, echando agua y una gota de leche
en las tazas—. Al menos al principio.
Remueve el té y lo trae a la mesa. Se deja caer
en una de las sillas, son todas distintas.
—¿Cómo que al principio? —Su expresión de
confusión me dice que todavía no lo ha pillado.
Debe de ser la resaca.
—Jesse ha estado robándomelas. —Lo suelto a toda
velocidad, antes de que me dé por cambiar
de opinión y retener la información.
Ahora frunce el ceño sobre el borde de la taza.
—¿Que ha hecho qué?
—Ha estado robándome las píldoras. Me quiere
embarazada.
Abre unos ojos como platos y la mandíbula le
llega al suelo. Deja la taza en la mesa con sumo
cuidado.
—¿Y te lo ha dicho así?
—Sí —suspiro—. Aunque yo ya lo sabía.
—¿Sabías que te las había estado robando?
¿Cuando compraste otra caja y volviste a perderlas?
—Me tenía distraída.
—¿Y por qué iba a hacer eso? ¿No usaste
protección?
—No —mascullo indignada, preparándome para una
charla sobre lo descuidada que he sido.
Porque lo he sido, pero ahora culpo a Jesse por
esta endiablada situación, no sólo por robarme las
píldoras. Sí, debería haberlo obligado a usar
protección, pero se me olvidó. Es una excusa muy
pobre, pero se me olvidó porque mi hombre
imposible sabe distraerme demasiado bien.
Kate sigue atónita. No me sorprende, es para
quedarse de piedra.
—Si lo sabías, ¿por qué no lo obligaste a
confesar?
—Porque nunca lo habría hecho, Kate. Está loco
de atar —contesto en mi defensa, aunque es
posible que sea yo la que está loca de remate.
¿Cómo he podido ser tan tonta?
—Pero sólo es así contigo —dice Kate.
—Sí, sólo conmigo.
Bebo un sorbo de mi té. Kate me observa pero no
expresa sus pensamientos. Seguro que tiene
algo que decir.
—¿Y por qué decidiste ignorarlo? —inquiere.
Es la pregunta que me estaba temiendo, aunque
era de esperar que me la hiciera. Eso mismo me
pregunto yo.
—No tengo ni idea. —Estoy muy frustrada: no
tengo excusa.
Kate niega con la cabeza y me hace sentir
insignificante.
—No te entiendo, y a él aún menos.
—Tenía miedo de que lo dejara —murmuro en voz
baja. ¿Cuál es mi excusa por ser tan pava?
—¡Si te has casado con él! —Se echa a reír—.
Joder, Ava, ¿qué le pasa a ese hombre? Sé que
está un poco mal de la azotea, pero...
—¿Sólo un poco? —me burlo.
—Vale, me he quedado muy corta, pero siempre me
ha resultado muy tierno cómo se porta
contigo. Lo mucho que te quiere, que te protege
y que se preocupa por ti. Todos sabemos que su
comportamiento no tiene nada de razonable,
aunque también sabemos que nunca antes le había
importado nadie. Pero ¿de ahí a robarte las
píldoras? Creía que ningún hombre podía sorprenderme,
pero éste se ha superado.
—Sin duda —farfullo removiendo mi té con lentos
movimientos circulares.
—Si lo sabías, y él sabía que lo sabías, ¿por
qué este drama de repente?
—Porque es posible que haya tenido éxito.
Kate se atraganta con el té.
—¿Estás preñada? —Tose.
Las palabras son como un nudo en mi garganta,
listo para inflamarse, y antes de que pueda
controlarlas, las lágrimas empiezan a correrme
por las mejillas. Dejo la taza de té en la mesa,
escondo la cara entre las manos... y me echo a
llorar.
—¡Joder! ¡Mierda!
La silla de Kate chirría contra el suelo de la
cocina y de repente la tengo delante de mí,
rodeándome con los brazos. Intenta calmarme
susurrándome al oído, como si fuera un niño que se ha
caído y se ha hecho un rasguño en la rodilla. Me
siento muy idiota. Imbécil perdida. Tonta por haber
ignorado mis sospechas durante tanto tiempo, por
no haber encajado antes las piezas y por haber
dejado que Jesse y sus distracciones me
impidieran darme cuenta de la gravedad de sus actos.
—Mañana debería bajarme la regla. Sé que no me
va a venir, y él también lo sabe. —Sorbo por
la nariz y Kate se levanta y va corriendo hasta
una cajonera—. He estado ignorándolo, cosa que
frustraba a Jesse, pero no estoy preparada para
esto, y ahora estoy muy enfadada conmigo misma y
más que furiosa con él. No puedo dejar que se
salga con la suya.
Me pasa un pañuelo de papel y me sueno los
mocos. Se sienta a mi lado.
—Estoy de acuerdo —dice, resuelta.
No me puedo creer el tremendo alivio que siento
al oírla decir eso. Sé que le tiene mucho
cariño a Jesse, y que normalmente nada la
desconcierta, ni siquiera la forma de ser de mi marido,
pero esto la ha pillado por sorpresa y me alegro
mucho.
—¿Qué vas a hacer? —pregunta—. ¿Vas a hacerle
sufrir?
—Quiero abortar.
La mandíbula de Kate llega a la mesa. Eso no me
ayuda.
—Kate, ¿te imaginas cómo sería? Ya me tiene
abrumada y hasta cierto punto me gusta, pero
¿estando embarazada?
Cierra la boca.
—Por Dios, Ava, vas a hacer que el hombre
termine en un manicomio.
—No es razón suficiente —contesto.
Sé el efecto que eso tendría en él, pero él no
ha tenido en cuenta lo que sus actos iban a hacerme
a mí. No estoy preparada para esto, y él no se
ha parado a pensar en mi opinión.
—Y no es sólo eso. Tengo una carrera. Tengo
veintiséis años. No quiero un bebé, Kate.
—No sé qué decir.
—Dime que estoy haciendo lo correcto.
Niega con la cabeza y miro suplicante sus ojos
azules. Necesito que lo entienda.
—Vale —dice, reticente.
No cree que esté bien, pero el hecho de que esté
dispuesta a mitigar mi culpa me basta. Ya me
siento bastante culpable, pese a que no debería.
Necesito recuperar el control y no se me ocurre otra
forma de hacerlo. No puedo tener un bebé.
—Gracias —susurro cogiendo mi taza y tomando un
sorbo tembloroso.
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